"El que sabe, pues, lo que es correcto
y no lo hace, está en pecado".
Stgo, 4,17
“Tú no tienes ojos ni corazón
más que para tus ganancias,
para derramar sangre inocente,
para practicar la opresión y la violencia”
Jer.22, 17
Todo el sufrimiento que se genera en el mundo, se genera por la maldad que en él existe, pero también se produce por la apatía o la omisión de las personas de buena fe. El mal actúa mientras el Bien lo permite.
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SACERDOTES PECADORES DE OMISIÓN
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El pecado de omisión es el pecado que hace condenar más sacerdotes. En el del juicio, dice san Bernardo, se levantará un grande clamoreo que dirá: Señor, somos condenados, lo conocemos, pero los sacerdotes tienen la culpa, ellos no nos avisaron, no nos corrigieron. Pero la voz más imponente, las palabras más aterradoras serán las del mismo Jesucristo, quien les dirá que no han distribuido el pan de la divina palabra, que no han vestido al desnudo con la estola nupcial de la gracia por medio de los sacramentos… ¡Cuántos sacerdotes que podrían, catequizando, predicando, confesando, misionando, socorrer las necesidades espirituales del prójimo! No lo hacen, y los dejan perecer y condenar, ¡ay de ellos! San Antonio María Claret: SERMONES DE MISIÓN tomo I pagina 9
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Tenemos que encontrar mecanismos que nos permitan levantar la voz o testimoniar nuestra oposición a tantos crímenes y aberraciones cometidas muchas veces por los gobiernos de diferentes países.
No debemos permitir que la gente se esté muriendo de hambre, que existan las guerras, los maltratos a la naturaleza, asesinatos, robos, abortos, etc. Así mismo, resulta muy caro para una sociedad la poca formación de sus integrantes.
Como sociedad debemos de entender que la pérdida de tiempo y la ignorancia, son lujos que no nos podemos permitir. El precio que se paga, por esto, es muy alto.
La omisión también está en la falta de formación, cuando siendo conscientes de que debe ser integral, permitimos que sea parcial y generamos personas incompetentes.
Todo lo malo que ocurre en el mundo, ocurre porque dejamos que ocurra, pero lo más importante que debemos de concientizar, es...que si dejamos que esto ocurra, que si dejamos que el mal actué, esto siempre nos va a alcanzar.
El mal o el bien, se haga donde se haga, siempre acaba repercutiendo a toda la humanidad.
Debemos de ser conscientes que nuestro mundo cada día es más pequeño, por la velocidad de las comunicaciones.
Debemos de concientizar que, a nivel espiritual, todos estamos conectados, no somos seres independientes, sino que pertenecemos a un todo.
El Mar es Mar porque cada gota que lo forma tiene la conciencia de unidad, tiene la conciencia de que es Mar.
Somos seis mil millones de gotas humanas, de las cuales sólo podemos formar un pequeño charquito con las que sí tienen esa conciencia de unidad.
Pero el resto de los demás miles de millones de gotas humana, tienen que concientizar, que con la omisión de nuestros actos a favor del Bien, se fortalece el mal, y que no podemos pensar que no nos va a afectar en nuestras vidas cotidianas, tanto a nosotros, como a nuestros hijos.
Debemos de darnos cuenta de la pequeñez de nuestra conciencia, cuando pensamos que, con que nosotros estemos bien, lo demás no importa.
Somos tan pequeños y retrogradas, que no alcanzamos a ver que no podemos quedarnos sentados en casa, y dejar que el mundo continúe girando sin pensar y tomar conciencia de que si el bien no actúa, el mal sí actúa.
Todo el mal que permitamos que se haga, no importa en que parte del mundo, algún día nos alcanzara.
La Iglesia puede evitar la persecución, pero a costa de traicionar su misión. El escándalo no es que la Iglesia sea perseguida, lo escandaloso sería que, en un ambiente donde reina la mentira y donde los pobres son oprimidos y reprimidos hasta la muerte, la Iglesia callara, no dijera la verdad. Un grave pecado de omisión. La persecución no sobreviene por defender en la predicación la "pureza" de la doctrina de la Iglesia o por defender principios universales del cristianismo, sino por encamar esa doctrina en la realidad histórica y en una realidad donde está entronizado el pecado que causa la muerte de los pobres. La persecución sobreviene cuando en la predicación de la Iglesia se defienden los derechos de Dios que son los derechos de los pobres, cuando la predicación es voz de los pobres.
Es importante subrayar la importancia de la denuncia profética en el interior de la Iglesia; sin ella, la Iglesia corre el peligro de instalarse en una falsa seguridad y de acomodarse junto a los poderes del mundo. Asimismo, la predicación de la Iglesia que no denuncia y corrige sus pecados es una predicación que pierde credibilidad y verdad. La Iglesia que no ve y corrige sus propios pecados "no es auténtica Iglesia de Cristo".
Es obvio que esta denuncia no se hace con el ánimo de desprestigiar la Iglesia. La finalidad de la denuncia profética es siempre la conversión. La fidelidad a la Iglesia no se demuestra callando sus pecados, sino señalándolos para corregirlos, para construir verdaderamenle la Iglesia: Una fidelidad que se inspira en el evangelio y desde el evangelio tiene la audacia de denunciar los pecados mismos de la Iglesia, porque lo que interesa es que esta Iglesia sea fiel a Jesucristo, y en ella la voz de los que quieren ser fieles a Jesucristo tendrá que encontrar muchas veces algo que decir a los mismos miembros de la Iglesia.
- Las convicciones que ocultamos por el miedo a que nos tachen de anticuados…
- La blasfemia o el chiste irrespetuoso que complaciéntemente escuchamos, temerosos del qué dirán si protestamos…
- Los silencios cómplices al no manifestar y defender la Verdad y el Bien, por el miedo a la opinión de terceros…
- Las herejías que toleramos al cura modernista para no incomodarnos por el qué dirán los demás fieles o el propio cura…
- Las preces omitidas que incidieron en almas que no cambiaron de vida y se condenaron porque no hubo quien orase por ellas, haciendo caso omiso a lo que pidió y advirtió la Virgen en Fátima…
- Las misas que no mandamos decir y las oraciones que no hicimos por nuestros parientes y por las almas del purgatorio, en general, para que alcanzaran pronto la bienaventuranza eterna…
- Las tolerancias al mal comportamiento de nuestros hijos para evitarnos problemas…
- Las correcciones que debimos hacer y que por comodidad callamos…
- Las almas que, pudiendo, no engendramos para Dios, pero que nuestro egoísmo disfrazó de “paternidad responsable”, acallando nuestro deber de fecundidad…
- La lágrima que vimos rodar en el rostro de quien camina a nuestro lado y por no querernos involucrar, no la enjugamos…
- El suéter que no quisimos quitarnos para darlo aquel mendigo que tiritaba de frío, pues nos costó mucho dinero…
- El pedazo de pan que no compartimos, porque nadie nos lo regaló, y que justificamos diciendo que por nuestro propio esfuerzo lo obtuvimos…
- La riña que no quisimos evitar, para no meternos en problemas que no son nuestros…
- La herida que no quisimos curar, porque no fuimos nosotros quien la hicimos…
- La palabra de aliento o el buen consejo que nunca regalamos a quien encontramos afligido o necesitado, porque “no tenemos tiempo” para ello…
- La paciencia que no mostramos ante los defectos del prójimo…
- El tiempo que negamos para escuchar a alguien que necesitaba hablar, diciéndonos que no podíamos perderlo…
- Los conocimientos que pudimos compartir y que egoístamente nos reservamos…
- La limosna que no ofrecimos, porque -sin tener verdadero fundamento- pretextamos que no queremos contribuir a la mendicidad y ociosidad…
- La sonrisa que no regalamos a aquel que encontramos en el camino, porque no tiene nada que ver conmigo…
- El perdón que no ofrecimos…
- La disculpa que nuestro orgullo silenció…
- La carta que alguien esperó y nunca escribimos…
- La visita que no hacíamos a nuestros padres o parientes solos o ancianos…
- La formación religiosa deficiente para nuestros hijos (o apenas para la Primera Comunión) y los sacramentos diferidos (deben ser: Bautismo, en peligro de muerte o antes del mes de nacido; Confesión -primero- y Primera Comunión -después-, al llegar al uso de razón, etc.)…
- El adoctrinamiento religioso que no impartimos a nuestros sirvientes…
- El aborto que se cometió y que tal vez nuestro consejo hubiera evitado…
- La visita a ese enfermo o a ese preso que quedó solo en el olvido…
- La medicina que pudimos regalar al enfermo grave y necesitado, pero como alcanzaba a afectar nuestra economía nunca adquirimos…
- La confesión y comunión omitidas que anualmente, al menos, nos obligan los mandamientos de la Iglesia…
- Los días de ayuno y abstinencia de carne rotos en días obligatorios…
- Las misas dominicales a las que no asistimos sin razón suficiente…
- Las oraciones de agradecimiento a Dios que omitimos (¡para pedirle no lo olvidamos!), las visitas de amor al Santísimo sacramento que nunca hicimos, el estudio de nuestra fe que siempre pospusimos, la lectura espiritual que no realizamos nunca…. todo con la excusa de que no disponemos de tiempo o estamos muy, muy, pero muy agotados…
En fin… TODO aquello que pudiendo y debiendo hacer no realizamos por pereza o egoísmo.
Obrar bien no solo consiste en evitar el mal, pues las omisiones culpables también son pecados.
Debemos, pues obrar el bien y no solo evitar el mal.
Qué pena y dolor por todo aquello que hemos omitido durante nuestra vida. Habrá algunas omisiones reparables… Otras ya no tienen remedio.
Pidamos perdón a Dios por todas y acusemos al Confesor las que hayan sido materia grave y corrijamos todo aquello que todavía sea reparable.
El creyente realmente debe, positívamente, amar a Dios sobre todas las cosas, y a su prójimo en la misma medida que a sí mismo se ama. No olvides, pues, examinar frecuentemente también los pecados de omisión (y especialmente al realizar el examen de conciencia, pues no basta analizar los mandamientos de Dios, de la Iglesia y los pecados capitales). Aquí solo hemos enumerado algunos.
Analiza tus particulares obligaciones sobre tu estado de vida, y cuáles se desprenden de esto.
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