LA LEY DE HIERRO DE LA OLIGARQUÍA
DALMACIO NEGRO PAVÓN
En este breve ensayo Dalmacio Negro expone con claridad una de las leyes condicionantes de lo político: la ley de hierro de la oligarquía. Según esta ley toda forma de gobierno, ya sea democrática, aristocrática o monárquica, tiende a estar dominada por un pequeño grupo. Es ley de la política y ley del comportamiento humano, y reconocerlo un humilde ejercicio de realismo político.
En 1911 el alemán Robert Michels, en línea con otros politólogos y sociólogos como Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca, publicó un tratado sobre “los partidos políticos en las democracias modernas”, regidos en su opinión por la “ley de hierro de la oligarquía”.
La conclusión de Michels fue demoledora: Ningún partido u organización es democrática porque “la organización implica la tendencia a la oligarquía. En toda organización, ya sea un partido político, de gremio profesional u otra asociación de ese tipo, se manifiesta la tendencia aristocrática con toda claridad”. ¿Por qué? Para explicarlo Michels formuló la que denominaría “Ley de hierro de la oligarquía”: “La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía”.
De acuerdo con su análisis, y expresado de manera muy esquemática, los sistemas democráticos, en realidad, son regímenes que perpetúan las inevitables estructuras de Estado que siempre han sido y serán: gobiernos en manos de unos pocos. De hecho, la propia dinámica de los partidos requiere, para su misma eficacia, de un mecanismo ejecutivo dependiente de una minoría. De esta manera, el Estado queda a expensas de un oligopolio (los partidos), y los partidos a su vez son simples maquinarias manejadas por el buró, comité o secretaría central.
Esta formulación, a pesar de los visos simplistas que pueda tener —nos suena a “la casta”—, constituye el tema desarrollado por Dalmacio Negro (Madrid, 1931), que ha sido catedrático en la Universidad Complutense y en la Universidad CEU San Pablo. El recorrido del libro abarca desde la denominada democracia ateniense hasta el momento actual. Analizando las oligarquías, y citando un buen y variado número de intelectuales, el autor repasa conceptos esenciales de la vida social y política que hoy parecen olvidados o incluso superados. Como la diferencia entre pueblo y comunidad; entre auctoritas y potestas; o entre forma de gobierno y régimen. Recuerda, asimismo, que puede existir un concepto del Derecho como emanación de la naturaleza humana —y, por tanto, inmutable en sus principios— o como simple consenso logrado o impuesto en una sociedad de masas.
Uno de los aspectos más destacables de La ley de hierro de la oligarquía es el desafío que plantea al modo como asumimos el orden político en Occidente. El libro advierte de la creciente capacidad legislativa de los Estados, so pretexto de su legitimidad democrática y de su misión protectora de la sociedad y de los derechos. Dicha capacidad implica que las leyes afectan a cada vez más aspectos de la vida, pues todo acaba siendo competencia del Estado. En opinión de Dalmacio Negro, el imperio de la ley entendido al modo constitucionalista concede al Estado omnipotencia frente a “las masas de individuos indefensos”. Así, “la ingente cantidad de leyes y medidas detallistas” que fabrica el Estado provoca indefensión en el ciudadano, desbordado, incapaz de conocerlas y aun de respetarlas. Esta situación no solo agranda el hiato entre elite oligárquica y sociedad, sino que supone, de hecho, una insalvable desigualdad ante la ley. A la postre, frente al Estado, “el único contrapoder institucional que subsiste en Occidente es la Iglesia”, advierte el autor, pues la Iglesia todavía asume una limitación ontológica de los poderes terrenales.
La verdad de la política es la libertad colectiva y la cuestión capital es quién la posee. Lo más probable es que la posean solo unos pocos protegidos legalmente por el sistema político, pero también es cierto que el gobierno se asienta sobre la opinión, y esta, eso sí, depende de la mayoría. Por lo tanto, el juego político siempre ha consistido en un equilibrio entre el gobierno y la opinión, y la actitud política más saludable es la crítica racional.
Reducir la cuestión política a sistemas racionalistas por los cuales todos gobiernan el todo es una falta de realismo que lleva a la negación de lo político y al fortalecimiento de las oligarquías. Por un lado se neutraliza la crítica y, por otro, se blindan las élites.
La ley de hierro, asegura Dalmacio Negro, tiene la ventaja de que “desenmascara los mitologemas mediante la desilusión y descalifica o ridiculiza las pretensiones del pensamiento político y de la política que no se atienen a lo concreto y agible en el momento presente, a la realidad histórica”. En efecto, en política es bueno lo que es posible, y lo imposible, indefectiblemente, lleva al peor de los desastres. El siglo XX ya ha visto demasiados sueños de la razón puestos en práctica, y muchos líderes llenos de grandísimas ideas, pero como aseveraba Hölderlin, “el paraíso en la Tierra es el Infierno”.
La ley de hierro, empero, tiene dos inconvenientes. El primero es que imposibilita las teorías universales y fuerza a la prudencia política a adecuarse a la realidad concreta. Significa renunciar a los grandes sueños, a la claridad de los sistemas, y al optimismo ingenuo, para doblegarse ante la realidad. La realidad no es necesariamente negativa, pero tampoco es tolerante con el capricho de los sueños. El segundo inconveniente es que, si se lleva hasta sus últimas consecuencias se puede llegar a la conclusión de que el poder es malo. Esto es peligroso, y está en la base de la mayoría de los sistemas liberales que nacieron en el siglo XIX.
Supone que, en definitiva, la libertad del hombre es peligrosa porque su poder es malo y porque la razón del hombre es incapaz de conocer el bien y la verdad. Pero la ley de hierro de la oligarquía no nace de una postura escéptica, sino de un desvelamiento de la realidad política tal cual es.
El ensayo, aunque recorre las ideas de los grandes pensadores de lo político, es de gran actualidad porque se detiene en el que es uno de los principales problemas de nuestro momento: los partidos como expresión de una forma particular de oligarquía. Así, para Dalmacio Negro, ”el meollo de la cuestión radica en cómo impedir o mitigar que los que mandan, no sólo los partidos (aunque sean de notables, como los liberales y conservadores del siglo XIX), se comporten oligárquicamente respecto al resto de la sociedad o sean meras correas de transmisión de los intereses, deseos, sentimientos, incluso caprichos, de las oligarquías sociales”. No se pueden eliminar las oligarquías, pero sí encontrar regímenes políticos que sean más capaces de mitigarlas y controlarlas que otros.
Las utopías, y el profesor Negro hace un recorrido interesante por las más importantes de nuestros tiempos, en cuanto que irreales, se muestran incapaces de tratar seriamente el problema y dejan, por tanto, a las oligarquías operar libremente y enquistarse en la sociedad hasta agotarla.
“En conclusión, escribe el autor, el gobierno perfecto, el régimen perfecto, la Constitución perfecta, la Ciudad ideal, el fin perseguido por la religión democrática como trasunto político de la Civitas Dei agustiniana, es una utopía. Los gobiernos serán siempre oligárquicos”.
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