El número 10 tiene un valor que sirve para recordar. Al ser 10 los dedos de las manos, resulta fácil recordar esta cifra. Por eso figuran como 10 los mandamientos que Yahvé dio a Moisés (podrían haber sido más), y 10 las plagas que azotaron a Egipto. También por esta razón se ponen sólo 10 antepasados entre Adán y Noé, y 10 entre Noé y Abraham, aun cuando sabemos que existieron muchos más.
El aluminio es como un almacén de energía (15 kWh/Kg), por ello tiene un gran valor que no puede desperdiciarse y su reciclado se traduce en recuperación de energía. Además, es un material muy valioso como residuo, lo que supone un gran incentivo económico. Las propiedades que hacen del aluminio un metal tan provechoso son: su ligereza (sobre un tercio del peso del cobre y el acero), resistencia a la corrosión (característica muy útil para aquellos productos que requieren de protección y conservación), resistencia, es un buen conductor de electricidad y calor, no es magnético ni tóxico, buen reflector de luz (idóneo para la instalación de tubos fluorescentes o bombillas), impermeable e inodoro, y muy dúctil. Además, el gran atractivo es que se trata de un metal 100% reciclable, es decir, se puede reciclar indefinidamente sin que por ello pierda sus cualidades.
LAS BODAS DE ALUMINIO:
UN CUENTO SOBRE LA TOLERANCIA
EN FAMILIA
Las bodas de aluminio, cuento de Rafael Muñoz Saldaña, es un cuento sobre la tolerancia en familia, valor indispensable para la convivencia.
Al final encontrarás unas preguntas para reflexionar sobre el valor de la tolerancia.
Las bodas de aluminio
Juan Carlos y Asunción estaban a punto de cumplir diez años de casados, aniversario que se conoce como “bodas de aluminio”. Tenían mucho que celebrar, en especial haber construido una familia agradable y tranquila con dos hijos, Gabriel y Yosane, de nueve y ocho años de edad. Todos se querían bien, pero casi siempre discutían por asuntos menores, como el color de la alfombra, lo que se iba a preparar de comer o las actividades de los domingos: a veces Juan Carlos quería ir de día de campo, pero no lograba convencer a Asun, que prefería ir al cine (“Aborrezco los picnics”, acostumbraba decir). Cada uno ponía de su lado a uno de los chicos y, al final, paseaban por separado. Al terminar el día regresaban tristes y aburridos por no haber estado juntos.
Cuando se acercaba la fecha del aniversario planearon hacer una fiesta para celebrarlo. “Ya sé —dijo Asun—, podemos organizar un gran baile con toda la familia.” Juan Carlos la miró con disgusto y opinó: “Bien sabes que a mí nunca me ha gustado bailar y que tampoco me agrada tu familia. Mejor podemos hacer una excursión al Bosque de los Cedros”. “¡Qué horror! —opinó Asun—, me choca caminar. Y además, estoy segura de que nadie querría acompañarnos.” “¿Y a quién van a invitar?”, preguntó Yosane. “Al tío Luis no, porque cuenta unos chistes muy pelados”, opinó Juan Carlos. “A la tía Imelda menos, porque come más de la cuenta”, dijo Asun. Y así repasaron a más de cien personas, entre las cuales sólo quedaron diez… “Bueno, ¿y qué les vamos a dar de comer?”, quiso saber Gabriel. “Bollos pelones”, opinó papá. “Raxo con patatas”, propuso mamá. “Macarrones a la boloñesa”, recomendó Yosane. Cuando cada uno mencionaba su antojo, los demás ponían cara de asco. “¿Y la música?”, preguntó la niña… Cada miembro de la familia sugirió un ritmo diferente y las opciones de música en vivo, discos o el radio. “Yo no soportaré el ruido —se quejó Gaby—, me iré a dormir a casa de mis abuelos, al fin ya vimos que no podemos invitarlos a la fiesta porque están viejitos…”
El mes que antecedió a la fiesta transcurrió entre discusiones sobre los preparativos, la ropa, los gastos, los adornos de la casa. Ya parecía más bien una competencia para ver quién se salía con la suya. “¡Ya no te aguanto, mujer!”, gritó un día Juan Carlos. “Ni yo a ti”, le respondió Asun. “Para que se acabe todo este lío mejor no hagamos nada”, sugirieron los chicos.
El día del aniversario, todos estaban muy mustios viendo la televisión y ya iban a empezar a discutir sobre cuál canal debían sintonizar cuando Gabriel les dijo: “Calma, vamos a pasar a la mesa”. Los otros tres lo miraron con asombro pero lo obedecieron y cuando se sentaron descubrieron en sus platos unos plátanos que el chico había comprado en la tiendita, envueltos en papel aluminio.
“Este aniversario no podía pasar en blanco —les dijo Gaby—, y si queremos celebrar otros diez años juntos tenemos que aprender a ser más flexibles y a conocernos mejor.” Los plátanos estaban verdes… pero todos se los comieron sin chistar.
Para reflexionar con los hijos e hijas
- ¿Por qué los miembros de la familia nunca lograban acuerdos?
- ¿Tenían verdadera razón las quejas con respecto a los demás?
- ¿Cómo podía mantenerse unida una familia con opiniones tan encontradas?
- ¿Piensas que su vida diaria era sencilla o difícil?
- ¿Qué crees que pasó con ellos después del aniversario? ¿Habrán llegado a las bodas de plata? ¿Y a las de oro?
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