Paradoja de los hombres más libres. y más esclavizados a sus objetos y productos.
Paradoja de los hombres más ricos de toda la historia. y más pobres de sentido y belleza.
Paradoja de los hombres que, sin consuelos ni refugios, se enfrentan más vigorosamente a la muerte. al tiempo que más cierran los ojos ante ella.
Paradoja, en fin, de los hombres para los que se desvanece todo aliento sagrado, toda dimensión superior de la existencia., pero a los que "sólo un dios", decía Heidegger, un muy extraño dios, "puede salvar".
No basta, sin embargo, exponer las paradojas y contradicciones de nuestro tiempo. No basta efectuar la crítica de la modernidad, o mejor dicho: la de aquel de sus rostros -tiene dos- que es dominante. Hace falta, además, pre-guntarnos: ¿por qué?
¿Por qué el emporio de la libertad se convierte en el reino del nihilismo?
¿Por qué nuestro extraordinario bien-estar parece privarnos de auténtico bien-ser?
¿Qué asombrosos resortes mueven a nuestro mundo para que ello sea así?
La libertad y pluralidad de pensamiento, éste indudable virtud de nuestra época (como principio: otra cosa es que esté sojuzgada de facto bajo la censura del dinero y del poder mediático) nos lleva a acoger, pese a discrepar en puntos fundamentales, el artículo de Gonzalo Esteban que nos complace publicar en este mismo número.
Reaccionario por “idealismo” mejor que por “ideología”. Frente a la visión mecanicista y “newtoniana” del hombre, sólo podemos alzar la voz y, como Poe, exclamar:
¡Ciencia! ¡verdadera hija del tiempo tú eres!
que alteras todas las cosas con tus escrutadores ojos.
¿Por qué devoras así el corazón del poeta,
buitre, cuyas alas son obtusas realidades?
Julio César Evola, filósofo y escritor heterodoxo, definió tal fenómeno como “titanismo catastrófico”. Proceso por el cual la técnica y la ciencia modernas son contrarias a cualquier espiritualidad orientada hacia la trascendencia. Pues la propia idea de límite es algo que repugna a la mentalidad faústica de Occidente.
Volvamos a Evola: "Nada es tan absurdo como esta idea de progreso que, con su corolario de superioridad de la civilización moderna, se ha creado sus coartadas positivas falsificando la historia, insinuando en los espíritus mitos deletéreos, proclamando su superioridad en los mercados de la ideología plebeya, de la que forma parte".
Para un alma antigua como la mía, el mundo moderno es un bosque petrificado en cuyo centro sólo tiene cabida el caos...
GONZALO ESTEBAN
Las diez grandezas de la modernidad…
Un doble y contradictorio imperativo aparece constantemente ante nuestros ojos a lo largo de estas páginas.
Abrazo de contrarios es el nombre que le hemos dado.
El abrazo que se dan tanto la materia y el espíritu como la autonomía y la heteronomía de los hombres.
El abrazo que nos dan esos pensamientos y sentimientos que vienen a nosotros; a nosotros…, que los abrazamos para que ellos puedan existir.
El abrazo de contrarios: esa maravillosa conjunción de un indeterminado azar y de un decidido actuar.
El abrazo de contrarios: cuando ningún fundamento sostiene al mundo…, que no por ello resulta ni infecundo ni infundado.
Haber sentido, presentido tales cosas. Haber llegado hasta el abismo en el que todo ello se abre.
Haber frecuentado el abismo —infecundo si en él se cae; fecundo, si sobre él se vuela.
Haber sido la primera época que sabe, siente, intuye oscuramente que no hay ni Fundamento, ni Dios, ni Razón.
Haber sido la primera época en ir envuelta en tan leves y espléndidos ropajes.
Haber sacado de todo ello consecuencias tan decisivas como las que se denominan libertad de pensamiento, pluralidad de opinión, libertad de costumbres.
Haber colocado la carne y la sexualidad en el glorioso lugar que es el suyo.
Haber establecido el más alto de emporio de salud, bienestar y comodidad de todos los tiempos.
Haber ofrecido a todos los hombres, aboliendo privilegios de cuna, la más amplia igualdad de oportunidades jamás conocida.
Haber establecido que el poder, no emanando de Dios ni radicando en el Soberano, no puede sino emanar del conjunto de los hombres establecidos en su espacio político.
He ahí, en todo ello, el esplendoroso rostro de la modernidad —esa fascinante época que nos ha tocado en suerte vivir.
… y las diez miserias de la modernidad
El rostro de la modernidad… Un rostro que, como el de Jano, es doble.
Haber descubierto, intuido todo ello, y al mismo tiempo…:
Haber sido incapaces de asumirlo, de abrazar sus verdaderas implicaciones y consecuencias.
Haber llegado, sí, al borde del abismo…, y estar a punto de despeñarnos por él.
Haber desgarrado, en el instante mismo de ponérnoslos, nuestros leves y espléndidos ropajes.
Haber convertido la libertad de pensamiento en la inanidad del pensamiento.
Haber transformado la pluralidad de opciones en la vaporosa vacuidad en la que, todas verdaderas y todas falsas, nada es verdad ni mentira.
Haber convertido la carne gloriosa de la sexualidad en trivial carne desprovista de arrebato y pasión.
Haber creído que sólo se puede alcanzar el bienestar a condición de perder el bien-ser.
Haberlo embebido todo en el igualitario rasero que aniquila toda noción de dignidad y de excelencia.
Haber sustituido la soberanía emanada de Dios y radicada en el Soberano por la soberanía procedente del Dinero y ubicada en el Mercado.
He ahí la otra cara, el sórdido rostro de la modernidad —esa miserable época que nos ha tocado la desdicha de vivir.
JAVIER RUIZ PORTELLA
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