En aquellos numerosos ensayos, tratados y cartas en los que ponía reglas, aconsejaba y delimitaba, siempre a partir de su propia experiencia, dio respuesta a cuestiones que, lamentablemente, todavía no se han resuelto:¿Cuáles son los pilares de un gobierno justo? ¿Qué régimen es el mejor? ¿Cómo debería conducirse en el cargo un dirigente?
Cicerón es un hombre de Estado, no un político, que habla desde el pasado y monta una guía antigua para políticos modernos, como dice el subtítulo del libro Cómo gobernar un país (Crítica), en edición bilingüe latín y castellano. Philip Freeman, especialista en lenguas clásicas, ha realizado esta breve antología sobre las ideas políticas de un conservador moderado, “condición cada vez más difícil de hallar en nuestro mundo moderno”.
El autor define a Cicerón como un fiel creyente en la colaboración con otros partidos por el bien de la nación y sus gentes. Para Cicerón, el gobierno ideal es el que combina lo mejor de la monarquía, la aristocracia y la democracia, tal como ocurría en la República romana. Este es el legado del primer hombre de Estado, resumidos en 10 consejos, y olvidado a los pocos años.
"El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado".
Esta frase anterior no es de Cicerón:
Esas palabras fueron escritas por Taylor Caldwell, escritora de ficción, conocido por novelas históricas como “Capitanes y reyes”.
La cita que rueda en internet
desde 2008 pertenecía a la novela “La Columna de Hierro”, la que se basó directamente en los discursos grabados y cartas de Cicerón para su diálogo:
Cicerón llegó a ser cónsul de Roma, el cargo más elevado de su época. Hoy en día que no hacemos más que oír hablar de recortes, privaciones, apreturas de cinturones y malos augurios, y sin embargo Cicerón conduciendo las riendas de su país y preocupado por no ir a la bancarrota le oímos decir en una conversación con el senador Antonio:
"Pues poco bienestar va a tener nuestro pueblo si vamos a la bancarrota -repuso Cicerón, ceñudo-. Sólo podremos ser de nuevo solventes y fuertes, si aceptamos privaciones y gastamos lo menos posible hasta que la deuda esté pagada y el Tesoro vuelto a llenar.
-Pero ninguna persona que tenga corazón puede privar al pueblo de lo que ha estado recibiendo del gobierno durante muchas décadas, y que espera que le vuelvan a dar. Si no, sufriría terribles dificultades.
—Es preferible que tengamos que apretarnos los cinturones que no que Roma caiga- replicó Cicerón.
Antonio se sintió más inquieto. Para él estaba claro que el pueblo debía tener todo lo que deseaba, porque ¿acaso no eran romanos los ciudadanos de la nación más poderosa y rica de la Tierra, envidia de los otros pueblos? Por otro lado, los números y datos de Cicerón eran inexorables.
Entonces a Antonio se le ocurrió la genial idea de aumentar los impuestos, para poder llenar así el Tesoro y poder continuar con el despilfarro de los gastos públicos.
- A mí no me importaría pagar más impuestos- declaró con tal sinceridad, que Cicerón lanzó un suspiro.
- Pero hay centenares de millares de honestos ciudadanos de Roma, que trabajan y encuentran ya insoportable el peso de los impuestos -replicó Cicerón-. Un poco más de carga en el lomo del caballo y éste se desplomará. Entonces ¿quién va a llevar a Roma a cuestas?
La mente de Antonio, o al menos aquella parte de Antonio que no estaba tan totalmente sofocada por aquella buena voluntad ciega y sorda, se daba cuenta de lo razonable de estos argumentos. A él le gustaba la vida agradable y no podía comprender por qué no todos los hombres habían de disfrutarla asimismo. Los libros de contabilidad le hacían fruncir el ceño y no cesaba de suspirar.
-¿Cómo hemos llegado a esta situación? - preguntaba.
—Por las extravagancias. Por la compra de votos a los mendigos y vagabundos. Por adular a la plebe. Por nuestras tentativas de elevar naciones perezosas al mismo nivel de vida que Roma, derramando sobre ellas nuestra riqueza. Por aventuras exteriores. Por las excesivas concesiones a los generales, de modo que éstos pudieran aumentar sus legiones y sus honores. Por las guerras. Por creer que nuestros recursos eran infinitos".
Aún así, fue una obra de ficción, y la famosa declaración de Cicerón sobre “equilibrar el presupuesto” fue una invención de Caldwell y no una reproducción, que utilizó en un diálogo imaginario entre Cicerón y Gayo Antonius Hybrida.
Por cierto, Taylor dedicó este libro a John Kennedy, por aquel entonces futuro presidente de los EEUU, sin saber que posteriormente sería asesinado junto con su hermano Robert Kennedy, al igual que dos mil y algunos años antes lo fueron Cicerón y su hermano Quinto Cicerón. ¿Coincidencias del destino? Es posible que si ó quizás no.
"La ley suprema es el bien del pueblo".
Y, “Como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad”. Cicerón
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DECÁLOGO DEL BUEN GOBERNADOR
- El gobernante debe poseer una integridad excepcional. Cicerón se pregunta por las dotes de mando de quienes aspiren a velar por la paz y dirigir el rumbo de un país: “Deben destacar por su coraje, su aptitud y su resolución, porque en nuestra nutrida ciudadanía son multitud quienes aspiran a la revolución y a la caída del Estado por tener el castigo que se merecen las faltas que saben haber cometido”. Es decir, que los gobernantes de una nación deben estar dotados de un valor, una capacidad y una resolución notables.
- Inteligencia, perspicacia y elocuencia. Si los dirigentes no poseen un conocimiento meticuloso de aquello de lo que hablan, sus discursos serán una cháchara de palabras vanas. La neolengua ya debía existir hace veintiún siglos. Pero hoy no es fácil hacerse una idea de la importancia que revestía la oratoria en el mundo antiguo, y quien quisiera guiar a otros no tenía más remedio que dominar el arte de dirigirse con elocuencia. “Para elaborar un discurso no importa sólo la elección de las palabras, sino también su correcta disposición”. A eso hay que añadir “la agudeza, el humor, la erudición propios de un hombre libre, así como la rapidez y la brevedad a la hora de responder o atacar, que siempre irán ligadas a un encanto sutil y a un claro refinamiento”.
- La corrupción destruye una nación. Lo sabemos. Sabemos a dónde conduce la codicia, los sobornos y el fraude. Cómo devoran un Estado desde el interior y lo vuelven débil y vulnerable. ¿Qué pensaba Cicerón de la corrupción? Que desalentaba a la ciudadanía y la hace presa de la cólera y la incita a la rebelión… En su discurso contra Gayo Verres, antiguo gobernador de Sicilia y paradigma del político depravado, Cicerón no dejó lugar a dudas: “Como si de un rey de Bitinia se tratara, se hacía trasladar en litera de ocho porteadores, dotada de un elegante cojín relleno de pétalos de rosa de Malta. Ceñía su frente con guirnalda y llevaba otra al cuello, y cerca de la nariz, su saquito de malla tupida hecho de delicadísimo lino y también lleno de rosas. De esta guisa hacía los viajes…”
- No hay que subir los impuestos. Al menos si no es absolutamente necesario. “Quien gobierne una nación debe encargarse de que cada uno conserve lo que es suyo y de que no disminuyan por obra del Estado los bienes de ningún ciudadano”. El propósito principal de un gobierno consiste en garantizar a los individuos la conservación de lo que les pertenece y no la redistribución de la riqueza. Pero también condena la concentración en manos de una minoría selecta. Asegura que el Estado tiene el deber de ofrecer a sus ciudadanos seguridad y otros servicios fundamentales. “También es deber de quienes gobiernan un Estado garantizar la abundancia de cuanto se requiere para vivir”.
- La inmigración fortalece un país. Roma se convirtió en un imperio poderoso gracias a la acogida que tuvo a nuevos ciudadanos a medida que se extendía por el Mediterráneo. Hasta los esclavos manumisos podían tener derecho a voto. “Defiendo pues que en todas las regiones de la tierra no existe nadie ni tan enemigo del pueblo romano por odio o desacuerdo, ni tan adherido a nosotros por fidelidad y benevolencia que no podamos acogerlo entre nosotros u obsequiarlo con la ciudadanía”.
- No a la guerra. Si es injusta… los romanos, que podían justificar cualquier conflicto bélico que desearan emprender, como tantos otros pueblos que vinieron detrás de ellos. Pero para Cicerón, al menos, el ideal bélico no puede darse si se hace por codicia en lugar de para defender la nación o por castigo. “¿Cómo os sentís vosotros sabiendo que una sola orden [de Mitríades] ha bastado para causar en un día la matanza de miles de ciudadanos romanos?”
- El mejor gobierno es un equilibrio de poderes. Sin equidad los hombres libres no pueden vivir mucho tiempo. Sin ella tampoco hay estabilidad. Cicerón advierte que no es difícil que de la virtud nazca el vicio y que “el rey degenere en déspota, la aristocracia, en facción, y la democracia, en turba y rebelión”. Supervisión y equilibrio. De ahí que “el ejecutivo deberá tener cualidades descollantes propias de un soberano, pero siempre concediendo autoridad a los próceres y al juicio y la voluntad de la multitud”.
- El arte de lo posible. Considera irresponsable la adopción de posturas inflexibles, en política todo se encuentra en evolución y cambio. “Cuando hay un grupo de personas que gobierna una república por el hecho de tener riquezas, abolengo o cualquier otra ventaja, cabe considerarlo una facción, aunque ellos se quieran llamar próceres”. Negarse a transigir es un signo de debilidad, no de fortaleza.
- Estar cerca de amigos y de enemigos. Nuestro enviado especial a Roma sabía cómo tratar a un aliado ofendido y abordar un problema de forma directa y elegante, pues los dirigentes fracasan cuando subestiman a sus amigos y aliados. Le resultaba aún más importante asegurarse de saber qué hace el adversario. Para Cicerón hay que tender lazos con los oponentes. En el año 63 a.C., cinco años después de ejercer de cónsul, sus enemigos políticos lograron exiliar a Cicerón con falsos cargos, y 20 años más tarde Marco Antonio mandó su ejecución. Sus propios presupuestos no le sirvieron.
- Leyes universales gobiernan la conducta humana. No supo del concepto de derecho natural. Creía firmemente en la existencia de leyes divinas, no sujetas al tiempo ni al espacio, que garantizan las libertades fundamentales del ser humano y limitan la conducta de los gobiernos. “Habrá un único dios que ejercerá de maestro y gobernante del común, creador de este derecho, juez y legislador”.
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