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viernes, 5 de septiembre de 2025

IN MEMORIAM por ANTONIO PÉREZ ESTÉVEZ, FILÓSOFO Y CATEDRÁTICO GALAICO-VENEZOLANO


ANTONIO PÉREZ ESTÉVEZ 
(1933-2008)

El día 1 de junio de 2008 falleció el profesor
Antonio Pérez Estévez en su residencia de El Escorial (Madrid). La triste noticia de la pérdida de un pensador de la talla de Antonio se ve compensada por su legado fi­losófico y humano del que siempre podremos extraer conocimientos, argumentos y, sobre todo, la vitali­dad suficiente para no cejar en el empeño de seguir en nuestra tarea filosófica. Antonio, modelo de filó­sofo emprendedor, entusiasta y comprometido, supo descubrir vetas de sabiduría tanto en la filosofía medieval como en la contemporánea, tratando figuras y pensamientos tan diversos como los de Duns Scoto, Nietzsche o John Rawls.

Gallego de nacimiento y venezolano de adopción, su vida docente y de investigación estuvo asocia­ da durante cuarenta años a la Universidad del Zulia situada en la cálida ciudad de Maracaibo, en Vene­zuela. Egresó, como dicen por esas tierras, es decir, se licenció en Filosofía en dicha Universidad a la que regresó como profesor y doctor en Filosofía después de haber obtenido su doctorado en la Universidad de Lovaina.

Introdujo el Plan de Estudios para Egresados en la Escuela de Filosofía de la Universidad del Zulia de la que fue director durante el período 1975-1978. Dicho plan sigue aún vigente. Este plan ha permiti­do la entrada en la Escuela de alumnos procedentes de otras profesiones y trabajos lo que ha facilitado la creación de una comunidad universitaria plural, tanto desde el punto de vista de las ideas como de las di­versas experiencias vitales. Yo misma, como profesora invitada de la Escuela en tres ocasiones, pude com­ probar a la hora de impartir mis cursos, la riqueza humana y académica que supone el tener en las aulas a alumnos procedentes de otros ámbitos científicos, desde el Derecho hasta la Ingeniería.

El profesor Pérez Estévez ha propulsado la investigación filosófica a través del Centro de Estudios Filosóficos que lleva el nombre del fundador de la Escuela de Filosofía, el Dr. Adolfo García Díaz. Os­tentó además el cargo de Director de la prestigiosa «Revista de Filosofía» desde 1986 hasta 1993.

El rector de la Universidad Católica «Cecilia Acosta» de Maracaibo, Ángel Lombardi, afirmó que, tanto para la Universidad del Zulia como para la suya, Antonio fue un profesor emblemático por el im­pulso que le dio a la Escuela de Filosofía y al pensamiento intelectual universitario del estado Zulia.

Maestro de futuros profesores e investigadores de las dos universidades citadas, se le concedió, por parte de la Universidad Católica «Cecilia Acosta» el título de profesor Honorario, en reconocimiento de sus méritos, entre los que está la creación del postgrado en Filosofía, especialidad de Pensamiento Cris­tiano Medieval.

Los trabajos de investigación del profesor Pérez Estévez corren paralelos a sus intereses vitales y a sus inquietudes humanas, sociales, morales y políticas.

Abarcó un amplio campo de asuntos y autores filosóficos que impresionan a todos los que se acer­can a sus escritos. Su profundo conocimiento de diversas épocas de la Filosofía, le llevó a escribir sobre una variada temática que, sin embargo, se ceñía a unas cuantas e importantes cuestiones. Así el tema de la materia y el individuo produjo abundantes estudios entre los que podemos señalar los siguientes artí­culos: «La materia en Enrique de Gante», «La materia en Averroes», «La materia prima como fundamento de la naturaleza en la Edad Media». «Materia y generación en Tomás de Aquino», «El individuo en Duns Escoto» y su excelente libro: «La Materia. De Avicena a la Escuela Franciscana», publicado en 1998 por la Universidad del Zulia.

Los problemas relacionados con los derechos humanos, la moral, le ley y el diálogo intercultural, los encontramos en artículos como: «Posición original y derechos humanos en John Rawls», »El diálogo como lectura en Gadamer», «Diálogo y alteridad (presupuestos para un verdadero diálogo)» y «hermenéuti­ca, diálogo y alteridad».

Pero lo que verdaderamente apasionó a Antonio fue el intentar hacer de la Filosofía algo vivo y así sobrepasar la razón fría y dominadora que aísla al individuo y todo lo vital. Para él, sólo la vida y la razón aunadas podrán engendrar un hombre y una cultura nuevos.

El resultado de estas reflexiones se concretiza en escritos como: «Marcuse y el pensamiento negati­vo», «El concepto de materia al comienzo de la Escuela Franciscana de París», «La noción de Vida en Nietzsche», «Feminidad y Racionalidad en el Pensamiento griego y en el Pensamiento Racional Medie­val» y »El individuo y la feminidad».

Su pensamiento es reconocido internacionalmente junto con el nombre de Venezuela en países como Alemania, Estados Unidos, Brasil y en otros muchos. En su nativa España colaboró con la Revista Espa­ñola de Filosofía Medieval, editada por La Sociedad de Filosofía Medieval (SOFIME) de la que fue miembro. Entre sus últimas colaboraciones en esta Revista, podemos citar: «Libertad en Duns Escoto», «De Duns Escoto a Martín Heidegger» y »La materia primera de Enrique de Gante vista por Duns Escoto».

Antonio Pérez Estévez poseía una fuerte personalidad, llena a la vez de vitalidad y de entusiasmo por la labor filosófica que llevaba a cabo. Profesor de una gran honestidad intelectual, supo unir el rigor de la investigación filosófica con una gran afabilidad y hospitalidad.

Su piso de Maracaibo, cerca del Lago que lleva el mismo nombre, fue lugar de encuentros de inte­lectuales. Fui testigo e invitada de uno de ellos, al calor de la acogida y de la buena mesa que tan bien pro­veía su esposa. De este modo y al igual que en el Banquete platónico, las ideas y las palabras se sucedí­an con rapidez.

Aunque mi trato con el profesor Pérez Estévez fue esporádico, no dejó de ser intenso y tengo que agradecerle su sencillez y el respeto que siempre manifestó hacia mis investigaciones, a pesar de la dis­ tancia académica que nos separaba. Me ayudó con sus consejos y su presencia en Congresos Mundiales de Filosofía como el de Boston en 1998 y el de Estambul en 2003. Compartí con él una sesión de Co­municaciones sobre el tema de la libertad (en Duns Escoto y en san Agustín) en el Congreso que la Uni­ versidad de Córdoba y la Sociedad de Filosofía Medieval organizaron en diciembre de 2004. Fue para mí uno de los encuentros más fructíferos y dialogantes en los que he podido participar.

Su legado filosófico servirá como punto de partida para seguir pensando y buscando nuevas vías en cuestiones tan cruciales como las del hombre, la moral, la ley y el diálogo con el otro. Del mismo modo, estoy segura de ello, no faltarán investigadores que buceen en su pensamiento y en sus ideas.

La Universidad Católica de Maracaibo, «Cecilio Acosta», como homenaje póstumo, tiene proyecta­do un libro para el segundo aniversario de su muerte en el que se recogerán muchos de sus artículos.

Descanse en paz y se lleve el agradecimiento de todos los que nos hemos beneficiado de su temple y de su tarea filosófica.


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Con la finalidad de entender la posición del Profesor Pérez-Estévez con respecto a la alteridad, es necesario entender cuál es el diagnostico que hace a la práctica de la alteridad en la modernidad; y, la vía de transición histórica filosófica que ha engendrado esta praxis.

Afirma, que en la modernidad, el sujeto objetiva lo alternante, y desde esta objetivación funda su relación con el entorno. Debido a esto, la naturaleza queda reducida a cosa a “algo”, de lo cual no sólo se tiene el derecho sino el deber de aprovechar con la finalidad de extraer algún beneficio, así signifique esto un detrimento en el ecosistema natural.

Bajo el planteamiento de la modernidad, no sólo la naturaleza es cosificada y explotada; el otro ser humano, el alternante, sufre también el proceso de cosificación, es igualmente es explotable, aprovechable. Así, las relaciones sociales quedan reducidas a la alternancia de aprovechamientos; se valorizan todo lo intercambiables: materia prima, poder de consumo, bienes y servicios; hasta las virtudes y sentimientos sufren una suerte de valoración que entran en el mercado de la demanda y oferta. En tal sentido, la crisis de la modernidad se convierte en una crisis de los valores; indudablemente en una crisis ética.

Ahora bien, Pérez- Estévez afirma que la concepción de alteridad dentro de la modernidad se comprende tras el estudio de los planteamientos filosóficos que la originaron. Por tanto, inicia un análisis del planteamiento filosófico del mundo romano, específicamente de Platón.

El pensamiento platónico, sin lugar a dudas, ejerció y ejerce influencia sobre el pensamiento del mundo occidental. Influyó marcadamente en las doctrinas de la Iglesia Católica, al ser San Agustín de Hipona uno de los intérpretes más representativos de Platón en el siglo I. San Agustín define la búsqueda de la verdad como escape de lo múltiple, de la diferencia y del otro. Afirma en “Vera Religione” que la verdad se encuentra dentro de cada persona, en la capacidad de comunión íntima con Dios, y no en lo múltiple, en la diferencia, en el otro.

Esa verdad absoluta, inmutable, divinizada, capital de unos pocos; es una verdad alejada de la cotidianidad humana, que no tolera disidencia; y por tal, se hace violenta; violencia que genera la barbarie que tanto desprecia.

Bajo esta influencia platónica-agustiniana la verdad, la verdad occidental, europea, deja de ser característica del conocimiento humano y adquiere estatus ontológico divino. Bajo esta premisa, el Profesor Pérez-Estévez (2008:67) señala que la cultura occidental deja de tener el mismo valor, derechos y deberes de otras culturas, pasando a ser una cultura de verdades absolutas; por tanto, la cultura que según sus defensores es superior, y todo lo diferente a ella no sólo es extraña: es bárbara.

La concepción de la tradición filosófica, distingue entre el “hombre escogido” del hombre común, al afirmar que el “el hombre escogido” que respondiendo a su “sustancia divina” posee en sí un alma encarnada que fue capaz de percibir la verdad con mayor claridad que el hombre común; discrimina a la generalidad humana, sobrevalorando la opinión emitida por unos pocos. Esta evidente discriminación, hace de la verdad el capital de unos pocos y refleja la incapacidad de los muchos de poder acceder a ella. Esto, abre las puertas de la discriminación social; pues, al ser la verdad capital de algunos seres especiales, la generalidad no posee los mismos derechos que los dueños de la verdad. De esta forma, al estratificar al hombre, se limita el derecho que la mayoría poseen en el proceso del diálogo... Así, el otro, el extraño, el no poseedor de la verdad, es obstáculo que habita en el mundo sensible y este sólo es capaz de ver sombras y reflejos perecederos y corruptos. Desde este punto de vista, es lícita la imposición de la verdad de los pocos escogidos a los muchos.

De igual manera, el Profesor Pérez- Estévez destaca que el cristianismo es la religión paradigmática de occidente, la cual se diferencia de otras posturas filosófica religiosas como el Mahometismo, el Hinduismo y el Budismo, porque el Cristianismo supone contener la verdad mientras las otras basan sus principios en actos jurídicos que aconsejan las actitudes de comportamiento más idóneos para conducir la vida.

Siguiendo la tradición platónica-agustiniana en el periodo medieval las religiones se impusieron a través del empleo de la coacción, violencia que generó crisis de legitimidad de todas las instituciones que conforman los Estados; a su vez, estas crisis generaron transformaciones dando paso a la modernidad. Y, la modernidad, también ha estado caracterizada por el absolutismo de la verdad. No es de extrañar que el siglo XX haya sido uno de los siglos más violentos de la historia, un siglo caracterizado por las guerras, polaridad mundial, regímenes totalitarios, que en nombre de la verdad sangraron al hermano y al extraño.

Cuando la verdad se eleva al mundo inteligible, deja de ser capital humano, deja de pertenecer al ámbito de la existencia humana para convertirse en divinidad inalcanzable; a la cual el hombre no sólo le debe respeto y anhelo, sino también, veneración y sumisión. Sumisión que exige todos los sacrificios, morir y matar son lícitos con la finalidad de proteger a la verdad de las aspiraciones del otro, del extraño, del ajeno; a decir de los griegos: el bárbaro.

Según el análisis del Profesor Pérez-Estévez se suma; en la modernidad se deshumaniza la verdad, se diviniza, se hace inaccesible para el común; además que le resta al diálogo las características propias de un diálogo constructivo. Por tanto, proponen que es necesario un proceso dialéctico donde los involucrados estén conscientes de sus derechos y deberes sociales, del reconocimiento del otro como distinto pero con iguales derechos; así, poseer y poner en prácticas las suficientes virtudes que permitan la manifestación de las realidades de alter.

El diálogo necesario es un diálogo de encuentro que permita determinar el común camino a seguir. Esto se propone con la finalidad de contrarrestar las consecuencias sociales derivadas de un monólogo cerrado, sin alteridad, de los hombres elegidos para sí mismos, que produce verdades divinas… El diálogo del reconocimiento del otro, es el diálogo de uso para el bien común de los hombres sobre la tierra; diálogo abierto, cónsono con la dignidad humana. Diálogo intercultural, a decir de Pérez-Estévez.

Tal vez, por lo expuesto anteriormente, en la actualidad no pocos pensadores, como el Profesor Pérez-Estévez, se muestran altamente críticos a las concepciones occidentales sobre diálogo, alteridad y verdad. De esta forma, destacan la necesidad del reconocimiento del otro, de la virtud de la escucha, de la alteridad en el proceso dialógico; de la necesidad de la puesta en práctica de la humildad en el diálogo intercultural, para así determinar las realidades tras el encuentro de las diversas subjetividades.

El diálogo existencial, es para el Profesor Pérez-Estévez la alternativa cónsona con la dignidad humana al fenómeno de monólogos alternados evidenciado en la praxis social de la modernidad. El diálogo existencial parte del hecho de que los entes no son sustancias sino existencia; de que la fenomenología deriva del requisito único de la existencia. De esta forma, queda invalidada la postura que afirma una distinción humana por origen; así, el hombre se encuentra con el otro entre iguales y no entre escogidos y segregados. La concepción del diálogo existencia para el Profesor Pérez-Estévez se evidencia cuando afirma (Pérez-Estévez: 2008):

“El dialogante lógico socrático platónico se fundamentaba en el poder racional-discursivo predominantemente de un sujeto y tenía como finalidad u objetivo alcanzar o bien la naturaleza de las cosas por medio de la definición o bien la verdad absoluta encerrada en el mundo inteligible de las ideas. El diálogo existencial por el contrario, se fundamenta en el diálogo real y efectivo de dos o más sujetos y tiene como finalidad u objetivo la interrelación, la comprensión y la realización de los sujetos que dialogan”.

Para la dialéctica existencial, basada en el reconocimiento y validación del alter, el diálogo es el medio que permite el encuentro social, en el cual el instrumento de comunicación es el lenguaje hablado y corpóreo de los interlocutores; el cual se da en un tiempo y espacio determinado. En el diálogo, el proceso permite la expresión de los pensamientos y sentimientos de los diversos Yo involucrados. En la concepción de diálogo que se opone a la concepción de la praxis moderna, la multiplicidad de personas, de opiniones, son necesarias para que después del proceso de argumentación alterna se logre la verdad común. Esto, exige del reconocimiento del otro con los mismos derechos; diferentes en características pero con iguales derechos. El diálogo exige de la suficiente humildad para reconocer el derecho del otro Yo, permitir que el otro se exprese libremente y poderlo escuchar en la finalidad de construir una realidad común.

Así, el momento de la escucha en el diálogo se convierte en el momento de aceptación y validación del alter. El momento en el que se habla es el momento de afirmación del Yo, de lo que se piensa, siente y cree, la manifestación de propia subjetividad. En el momento en el cual se escucha se permite la afirmación del otro, del alter; se valida al Yo alternante. Mas, escuchar va más allá de callar cuando el alter habla, más allá de guardar silencio y prestar atención a la manifestación de la subjetividad alterna; porque en los monólogos entre cordatos o por capítulos también se guarda silencio, es permitir que la subjetividad alternante pueda influir en mi Yo, modificarlo, hasta permitir el encuentro, la determinación de una verdad común.


“…La disposición de escuchar que significa apertura al otro, se tiene, cuando uno posee la convicción de que no está en posesión de toda la verdad y de que el otro tiene algo de verdad que ofrecerme y de la que yo puedo aprender…”

Para el Profesor Pérez-Estévez el diálogo intercultural es la alternativa válida ante la crisis de la modernidad; crisis que ha generado contradicciones sociales importantes; momento que exige la apertura del Yo, el reconocimiento del alter, para la construcción de un nosotros real, auténtico, que permita tras la construcción común, solventar las vicisitudes generada por la implementación de monólogos en lugar de diálogos sociales.

Antonio Pérez Estévez: 
el filósofo de la escucha


Antonio Pérez Estévez en sus años de trabajo entregado y constante en nuestro país, al que dedicó la mayor parte de su vida, se convirtió en el pensador de la Escuela de Filosofía de la Universidad del Zulia, más conocido fuera de nuestras fronteras, en países tan disímiles como Alemania, Estados Unidos, Brasil, Bélgica, la India o su nativa España, entre otros. Si con una palabra hubiese que definirlo, esa palabra sería, en nuestra opinión, diálogo, y quien dice diálogo, en el sentido que él mismo le da a la palabra, dice apertura, escucha, intercambio y enriquecimiento mutuo en la construcción del mundo que habitamos. Por eso nos dice en su artículo “Diálogo intercultural”, publicado en 1999, lo siguiente: “Todo ser humano —unos con mayor facilidad que otros— en función de su libertad racional y a pesar de sus condicionamientos y prejuicios culturales, puede salir al encuentro de otros seres humanos y construir, con ellos, un verdadero diálogo, lo que entraña construir un nuevo mundo común a todos los dialogantes”.[1] 

No sabemos si desde el principio Pérez Estévez estuvo consciente de su intención en cuanto tal, pero es innegable, para quien recorre su obra, que este ha sido el camino sistemático y coherente del que nunca se apartó. Este objetivo se fue concretando de manera cada vez más clara y madura a lo largo de su obra. Además del diálogo interior con los grandes filósofos de cada época, además del diálogo con colegas, amistades y alumnado. Porque en cumplimiento de la importancia que asignó siempre al momento de la escucha, para que se diese un verdadero logos a dos, un dia-logos, supo no solo hablar, sino también guardar silencio expectante, abrirse al otro, escuchar.   

Para dialogar es preciso, según nuestro autor, ser capaz de movernos constantemente de la posición del que habla (que es la que más cómodamente asumimos) a la posición del que escucha, y estar en constante apertura a la individualidad del otro u otra, y a su cultura. A ello debe ayudarnos la conciencia de nuestra finitud y nuestra carencia. Desde esta perspectiva, Pérez Estévez hace una fuerte crítica a la Modernidad occidental y a la religión cristiana, que se han sentido siempre en posesión de la Verdad absoluta y se han investido con la misión de transmitir a los demás esa verdad o de “convertirlos” a ella. Sabemos con pertinencia hoy en día que esa falla de la cultura occidental se encuentra también en otras culturas y religiones, pero este no es aquí nuestro tema.   

Todas estas ideas las explicita luego con más detalle al exponer los momentos del diálogo, el hablar y el escuchar, y la finalidad del mundo, dándonos numerosos ejemplos tomados de la cultura occidental, entre ellos los que muestran la incapacidad de los conquistadores para comprender a los pueblos indígenas, lo cual, como sabemos, es aplicable a cualquier tipo de conquista. En sus conclusiones a este artículo, nuestro pensador hace todo un interesante recorrido por el pensamiento occidental, desde los griegos y su concepción de la verdad como aquello que se deja ver, que se muestra y se adquiere por la visión, hasta las distintas posiciones de los medievales y la modernidad empirista, pasando, finalmente, por el rasero al mismísimo Gadamer, el padre de la hermenéutica contemporánea, otro de los pensadores por él estudiados, e incluso a Habermas y Apel, quienes, tomando el diálogo como acción comunicativa, en realidad plantean un diálogo imposible, pues: 

Los sujetos y la acción comunicativa de que hablan Ha- bermas y Apel son sujetos trascendentales y abstractos dotados de razón pura, totalmente desligados del sujeto humano histórico y concreto, de carne y hueso, que se abre a un mundo cultural específico, en una época determinada y en el que verdaderamente se en- cuentra la alteridad, la casi total alteridad. Y si la autén- tica alteridad, el otro concreto e histórico, encarnado en un ser humano que expresa en palabras su mundo particular, no entra en el diálogo y comparte su construcción, no existe posibilidad alguna de diálogo.[2]

Como ya hemos señalado hace años en el Prólogo que escribimos para su libro Religión, Moral y Política, Pérez Estévez ha defendido siempre los valores del individuo frente a lo totalizante y universal, lo cual confirma uno de los estudiosos más preclaros de su pensamiento, Pompeyo Ramis, profesor de la ULA, que en su libro Veinte filósofos venezolanos señala que ya desde su juventud tenía trazadas las constantes de su pensamiento, lo cual corrobora al elegir como tema de su tesis doctoral en la Universidad de Lovaina, “uno de los temas que requieren de mayor potencia especulativa: el concepto de materia”.[3]   

En efecto, Pérez Estévez hizo su tesis doctoral sobre “El concepto de materia al comienzo de la Escuela franciscana de París”,[4] en la cual, pone de relieve la estima que de lo individual hace la Escuela franciscana, de la cual nuestro pensador estudia particularmente dos autores, San Buenaventura y Ricardo de Mediavilla. Como señala Pompeyo Ramis: 

Pérez Estévez llega, por principio, casi a desconfiar de la razón. Y no porque la razón sea por sí misma un estorbo de la naturaleza humana —mal puede pensar así un filósofo (…) sino porque durante largas épocas la razón se ha impuesto como reina y señora de la facultad volitiva que le debería ser concomitante.[5]
   
Años después de esta tesis doctoral, nuestro autor publica otro libro sobre el mismo tema, esta vez profundizando y extendiendo más el arco de su estudio: La Materia de Avicena a la Escuela franciscana,[6] donde muestra el enfrentamiento entre el tomismo de raíz aristotélica, emergente, y la filosofía de raigambre platónico-agustiniana, cultivada y defendida por la Escuela franciscana. Al respecto, su comentarista Jorge Ayala, de la Universidad de Zaragoza, señala: 

Pérez Estévez invierte los términos: [7]vista la Escuela Franciscana desde el horizonte de la contemporaneidad, nos parece que, especialmente en Metafísica, sostenía doctrinas que van a ser la columna vertebral de la Modernidad. Sus doctrinas sobre el poder u omnipotencia divina, sobre la voluntad y libertad divinas, y humanas en la que se incluye su concepción sobre la providencia y la predestinación, sobre el individuo y la Persona humana, sobre la materia como entidad sólida con ser propio y su doctrina sobre la contingencia radical de todo lo creado que entraña la posibilidad de cambio de todo lo existente, me parece que constituyen el marco de una nueva cosmovisión que abre las puertas a la Modernidad que comenzaba a alborear.[8]   

Ayala señala además la importancia de este libro, ratificada por las buenas críticas que iba recibiendo, y por su carácter no simplemente erudito, sino práctico, que nos “hace caer en la cuenta de las repercusiones histórico-culturales que ha tenido el predominio de uno u otro concepto de materia, haciéndonos llegar hasta el que manejan en la actualidad la mecánica cuántica, la física nuclear y la astrofísica”.[9]   

Así pues, Pérez Estévez ha sido uno de esos pensadores que, como Umberto Eco, ha devuelto al tema de la filosofía de la Edad Media su tono y su importancia para comprender nuestro tiempo, mostrando toda la riqueza y variedad del pensamiento medieval, particularmente el cristiano, tantas veces menospreciado por quienes por pereza o por falta de una buena orientación, y en otros casos por la dificultad para acceder a los textos, despachan este pensamiento en unas cuantas lecturas superficiales, con las cuales justifican su rechazo y en todo caso demuestran su ignorancia.   

Pero el pensamiento de Pérez Estévez, como ya mostramos al principio, dialoga constantemente con los autores más importantes del escenario filosófico y maneja sin cesar los temas que van apareciendo en el tapete de la reflexión filosófica, generalmente puestos en ella por la fuerza de las cosas. Por eso, en dos de sus libros más conocidos, El individuo y la feminidad[10] y Religión, Moral y Política,[11] aborda una multiplicidad de autores y cuestiones. El primero de ellos recoge cuatro trabajos que nuestro pensador desarrolló durante los años setenta, tratando temas tan diversos como “El lenguaje en Merleau Ponty”, donde ya despunta el tema de lo lingüístico, que llegará a ser tan importante en su pensamiento; el concepto de pensamiento negativo en la filosofía de Herbert Marcuse; la noción de vida en Nietzsche, y, finalmente, “Feminidad y racionalidad en el pensamiento griego y medieval”, texto con el cual discutimos duramente en muchas ocasiones y que muestra la capacidad de nuestro autor para vislumbrar los problemas acuciantes de nuestro tiempo y acercarse a ellos con generosidad y con respeto por la posición del que es considerado otro(a), haciendo siempre gala de su capacidad de apertura y diálogo. Al respecto escribimos el final del artículo que le dedicamos, y en referencia a este trabajo sobre lo femenino en especial: 

… hemos de señalar que, a pesar de nuestras diferencias con el autor, que creemos son más de forma que de fondo, este trabajo, al igual que los anteriores, nos parece un valiosísimo aporte al estudio del aspecto ideológico que incide tan fundamentalmente en la “condición femenina” de subordinación y de sumisión que durante siglos ha sido, y aún es, el lote que el patriarcado ha atribuido a las mujeres.(…) En este sentido recomendamos la lectura y el análisis crítico de este texto tan especial.[12] 

En cuanto al segundo de estos libros, Religión, Moral y Política, nos correspondió, como ya señalamos, el honor de escribir su Prólogo. Ya en aquella ocasión indicamos que nos parecía ser este un punto culminante en la producción de su autor, manteniéndose en él la misma preocupación por la defensa de los valores del individuo, de lo particular, frente a todo aquello, universal y abstracto que pretende negarlo y ahogarlo en el monólogo de una palabra única. Encontramos en este libro artículos como “La Acción educativa I, II y III”; “Materia e individuo en Roger Marston”; “Medicina y Moral”; “Religión y Política en la Constitución de los Estados Unidos de América”; “Moral y Política”; también dialoga aquí con autores como Kant, Hegel o Lukacs, y mantiene su interés por el tema de lo femenino al mostrar la perspectiva hegeliana sobre este. Decimos también allí que Pérez Estévez sería uno de los representantes del pensamiento negativo, a lo marcusiano, en Iberoamérica, y destacamos la variedad y actualidad de los asuntos tratados en el libro, que van desde la liberación femenina, o la descomposición de nuestro sistema político, hasta la relación individuo-divinidad en nuestro tiempo, la ética médica, la masificación y el consumismo destructivo, la caída de los regímenes del Este y un largo etcétera.   

Y aunque ya lo señalamos al comienzo, hemos de insistir aquí en la etapa en la que al final de sus días se movió preferentemente nuestro autor, lo que podríamos llamar su etapa de interés por la hermenéutica, la cual estudia con profundo espíritu crítico, sin dejarse llevar por las modas, sino sometiendo el tema a la lupa de su reflexión y su fuerza creadora. Así, en revistas nacionales e internacionales encontramos artículos como “Hermenéutica, diálogo y alteridad”; “El diálogo como lectura en Gadamer”; “La acción comunicativa de Habermas como diálogo racional”; así como el que mencionamos al principio: “Diálogo intercultural”. No es preciso repetir que el eje organizador del pensamiento de Pérez Estévez es aquí el concepto de diálogo. Todos esos artículos, y algunos otros, dieron origen a un libro póstumo que se publicó en Brasil. La voz de Pérez Estévez resuena en estos textos; los leo como si le escuchase hablar. 

Y si para mí, y quizás para much@s que lo conocimos de cerca, Pérez Estévez nos sigue hablando con mucha fuerza en esos textos, ello quizás se debe precisamente a que lo conocimos y tenemos profundos sentimientos de amistad, admiración y respeto hacia él y su obra, pero probablemente también al hecho de que sus escritos están despojados de ese academicismo que obliga a quien investiga a expresarse de una manera forzada y estereotipada. Aún respetando las normas que impone la investigación académica, la voz de Pérez Estévez se escucha a través de sus obras, porque él supo escribir de forma vívida, traer la vida a la filosofía. Y de ese modo seguramente será percibido dentro de muchos años, o incluso ahora por quienes no lo conocieron, porque este pensador vivía la filosofía y escribía sobre lo que creía, o dialogaba para “ajustar” a su pensamiento aquello con lo que no concordaba, o incluso para corregirlo y liberar de ello a quienes lo leyesen. 

Mucho podríamos aún decir, comentando la obra de Antonio Pérez Estévez, autor pródigo y profundo, pero el tiempo no lo permite. Y así, aunque físicamente ya no esté aquí, seguirá dialogando con nosotros e interpelándonos en la medida en que, en su pensamiento, encontramos siempre una orientación bien fundada para movernos en nuestro complicado tiempo. 
_______________________________

[1] Pérez Estévez, Antonio: “Diálogo intercultural”, en Utopía y Praxis Latinoamericana, número 6, Enero-Abril de 1999. Pág. 42. 
[2] Ibíd. Pág. 52. 
[3] Ramis, Pompeyo: “Antonio Pérez Estévez: Proyecto de un neovoluntarismo”, en: Comesaña Santalices, Gloria; Pérez Estévez, Antonio; Márquez Fernández, Álvaro, Compiladores: Signos en Rotación. Pensadores Iberoamericanos. Universidad Católica Cecilio Acosta, Maracaibo, 2002, página 74. 
[4] Publicado por Ediluz en 1976. 
[5] Ramis, Pompeyo: “Antonio Pérez Estévez: Proyecto de un neovoluntarismo” en: Comesaña Santalices, Gloria; Pérez Estévez, Antonio; Márquez Fernández, Álvaro, Compiladores: Signos en Rotación. Pensadores Iberoamericanos. Opus Citat, pág. 74. 
[6] Pérez Estévez, Antonio: La Materia, de Avicena a la Escuela Franciscana. Ediluz, Maracaibo, 1998. 
[7] Con ello se refiere al hecho de que, en su tiempo, los tomistas parecían los innovadores, frente al supuesto carácter conservador de la tradición platónico-agustiniana representada por la escuela franciscana. 
[8] Ayala, Jorge: “Recensión a: La Materia, de Avicena a la Escuela franciscana” en: Comesaña Santalices, Gloria; Pérez Estévez, Antonio; Márquez Fernández, Álvaro, Compiladores: Signos en Rotación. Pensadores Iberoamericanos. Opus Citat, pág. 79. 
[9] Ibíd., pág. 80. 
[10] Pérez Estévez, Antonio: El individuo y la feminidad. Ediluz, Maracaibo, 1976. 
[11] Pérez Estévez, Antonio: Religión, Moral y Política. Ediluz, Maracaibo, 1991 . 
[12] Comesaña Santalices, Gloria: “El Individuo y la feminidad. Antonio Pérez Estévez”. En Revista de Filosofía. Vol.14. Centro de Estudios Filosóficos, LUZ, Maracaibo, 1992.


A partir de una evocación personal y biográfica de las raíces ibéricas de Antonio Pérez-Estévez, se expone, por una parte, la condición humana y moral del filósofo y, por la otra, el valor que éste le asigna a la libertad de pensar y expresar, como también a la de sentir, condiciones irrenunciables que Pérez Estévez defiende como las más auténticas de una vida con sagrada al saber y al diálogo.





lunes, 28 de julio de 2025

LIBRO DE POEMAS Y DE DESPEDIDA DE RAFAEL MARÍA BARALT PÉREZ: ¡ADIÓS A LA PATRIA!


ADIÓS A LA PATRIA

Tierra del Sol amada,
donde inundado de su luz fecunda,
en hora malhadada
y con la faz airada
me vio el lago nacer que te circunda.

Campo alegre y ameno,
de mi primer amor fácil testigo,
cuando virgen, sereno,
de traiciones ajeno,
era mi amor de la esperanza amigo,
Adiós, adiós te queda.

Ya tu mar no veré cuando amorosa
mansa te ciñe y leda,
como joyante seda
talle opulento de mujer hermosa.

Ni tu cielo esplendente
de purísimo azul y oro vestido,
do sospecha la mente
si en mar de luz candente
la gran mole de sol se ha convertido.

Ni tus campos herbosos,
do en perfumado ambiente me embriagaba,
y en juegos amorosos,
de nardos olorosos
la frente de mi madre coronaba
ni la altiva palmera,
cuando en tus apartados horizontes
con majestad severa
sacude su cimera,
gigante de la selva y los montes.

Ni tus montes erguidos
que en impío reto hasta los cielos subes,
en vano combatidos
del rayo, y circuidos
de canas nieves y sulfúreas nubes.

Adiós. El dulce acento
de tus hijas hermosas: la armonía
y suave concento
de la mar y el viento,
que el eco de tus bosques repetía;

De la fuente el ruido,
del hilo de agua el plácido murmullo,
muy más grato a mi oído
que en su cuna mecido
es grato al niño el maternal arrullo;
y el mugido horroroso
del huracán, cuando a los pies postrado
del ande poderoso,
se detiene sañoso
y a la mar de Colón revuelve airado;

y del cóndor el vuelo,
cuando desde las nubes señorea
tu frutecido suelo,
y en el campo del cielo
con los rayos de sol se colorea;
y de mi dulce hermano,
y de mi tierra hermana las caricias,

y las que vuestra mano
en el albor temprano
de mi vida sembró, gratas delicias,

¡Oh madre, oh padre mío!

Y aquella en que pedisteis, mansión santa,
con alborozo pío
el celestial rocío
para mi débil niño, frágil planta.

Y tantos, amé, tanto, Marcan a mis quebrantos
breve tregua tal vez con mi memoria;

Presentes a la mía
en el vasto palacio o la cabaña,
hasta el postrero día
será mi compañía,
consuelo y solo amor en tierra extraña.

Puedas grande y dichosa
subir, ¡oh patria!, del saber al templo,
y en carrera gloriosa
al orbe, majestosa,
dar de valor y de virtud ejemplo

Yo a los cielos en tanto
mi oración llevaré por ti devota,
como eleva su llanto
el esclavo, y su canto,
por la patria perdida, en triste nota.

Duélete de mi suerte;
no maldigas mi nombre, no me olvides;
que aun cercano a la muerte
pediré con voz fuerte
victoria a Dios en tus fatales lides.

¡Dichoso yo si un día
a ti me vuelve compasivo el cielo;
dulce muerte me envía,
y me da, patria mía,
digno sepulcro en tu sagrado suelo.

Escrita en Sevilla, España, 
por el historiador, periodista, 
escritor y poeta marabino Rafael María Baralt 
(1810-1860).

Nadie duda de que
"Adiós a la Patria" es el poema de despedida que hace Rafael María Baralt de su terruño, insigne zuliano que se distinguió como poeta, periodista, historiador, el primer escritor latino que perteneció a la Real Academia Española de La Lengua, también coautor de la primera Historia de Venezuela y de otras tantas actividades que bien vale la pena leer en su biografía. Murió en España, muy triste por una acusación infundada que, aunque fue reivindicado, le quedó el amargo sabor de la injusticia. 

Interesante saber, porque este Gran Zuliano comienza su poema con un verso tan drástico y fatalista; 

Tierra del Sol amada 
Donde inundado de su luz fecunda, 
En hora malhadada 
Y con la faz airada, 
Me vio el Lago nacer que te circunda. 

para terminar con este de frustración sentimental: 

Dichoso yo si un día 
A ti me vuelve compasivo el Cielo, 
Dulce muerte me envía, 
Y me da, Patria Mía, 

Digno sepulcro en tu sagrado suelo. 

¿Problemas de gentilicio regional o de Autoridades? Maracaibo tiene una historia más que particular, porque muchos son los hechos adversos con muy poca o ninguna defensa, como muchas son las decisiones indiferentes que la han “modelado”, mejor dicho, conducido a esta situación tan desafortunada de hoy, y que para mí la explica la siguiente fábula: 

En una cabaña a las orillas de nuestro Lago conversaban La Verdad y La Mentira cuando ésta, después de admirar el buen traje de aquella, dijo: 
-Hoy hace un hermoso y agradable día, el agua está fresca, ¡azulita!, provoca, es más, te invito a que disfrutemos de un refrescante baño playero. 
- La Verdad la miró con cierta displicencia, sin embargo, aceptó. 

Al cabo de un rato, La Mentira es la primera en salir del Lago, y se viste con el fino atuendo de La Verdad marchándose sin despedirse. Inútiles los esfuerzos de La Verdad por saber dónde estaba La Mentira. 
Claro que aquella no quiso vestirse con la ropa de ésta, y así, con esa dura realidad forzada, desasistida, estuvo de aquí para allá sin resultado alguno, solo para convencerse de que esa desgraciada indiferencia (¿atávica?) hace que muchos zulianos prefieran a: 

Una Mentira disfrazada de Verdad que a una Verdad desnuda. 

El Ensayo comienza con una vieja estrofa gaitera, el antiguo clamor popular para opinar, casi en desuso, que dejó de protestar porque tomó partido y Partidos para cubrir ciertos intereses. 


Así cantó el poeta gaitero hace más de 50 años. Verso profético con una validez tan cruda, tan cruel, que debiéramos estar llorando o arrechos, porque solo hemos vivido indiferentes ante nuestra ciudad, de verdad, no se puede concebir peor actitud en contra de ella. Maracaibo está que arde, ¿Quién tiene la culpa? 

Lo absurdo del caso es que estemos contando dificultades desde esa concreta fecha, cuando en realidad habría que hacerlo a partir de la llegada de los españoles, porque la historia de Maracaibo no ha sido otra que la de una cadena de hechos disímiles, humillantes algunas veces, nefastos en otras, castigada en ocasiones por sucesos contradictorios, sino asombrosos, por lo menos negativos, en fin, se han acumulado tantas cosas adversas, que hemos preferidos olvidar, esconder la cabeza o hacernos los locos, y de vez en cuando, muy de vez en cuando, aparece una tímida voz de protesta cuya reacción liberadora se la “traga” nuestra indiferencia cuando no, una desidia burocrática o una de residentes acomodaticios. 

Nosotros los zulianos (convertidos en el peor enemigo del Zulia por un gentilicio mal interpretado del que se aprovechan otros) hemos estado siempre de espaldas a nuestra controvertida historia, de espaldas a un hermoso Lago hoy moribundo y también, de espaldas al implacable dueño de esta ciudad: El calor. 

La primera no la conocemos o casi ni nos interesa, al segundo, más daño no se le puede hacer, tanto, que da pena hablar de la Sultana del Lago y del tercero, ni se diga, se le ha dado tan poca importancia, que raya en el masoquismo aceptar vivir en este inhóspito ambiente. La inexcusable verdad apareció en este didáctico graffiti: 

¡Mierda, calor y PANORAMA! 

Fuerte comentario mordaz, digno de alabanza, que vale la pena escribirlo con grandes letras de bronce “en las puertas de la ciudad”.  


Estudio biográfico. Dr. Jorge F. Vidovic

Rafael María Baralt es sin duda un escritor reconocido en Venezuela, Hispanoamérica y España; su producción intelectual y los aportes en materia literaria los encontramos en el campo de la historia, escritos costumbristas, poesía, escritos políticos a través de sus artículos de prensa, en sus trabajos filológicos mediante los diccionarios que escribió y finalmente; en su contribución como diplomático representando a Venezuela, España y República Dominicana. Destacó como uno de los grandes prosistas de la lengua castellana, hasta el punto de figurar como el primer hispanoamericano en ocupar un sillón en la Real Academia de la Lengua Española en el año de 1853.

Nuestro polígrafo nace en Maracaibo un 03 de julio de 1810, hijo del Coronel venezolano Miguel Antonio Baralt de ascendencia catalana y de Ana Francisca Pérez de nacionalidad dominicana. Nuestro escritor crece mientras se lleva a cabo la guerra de independencia latinoamericana e irrumpe en la vida pública y cultural venezolana cuando se ha disuelto la Gran Colombia; es importante aclarar que cuando Venezuela se enrumba hacia su emancipación en 1810 la familia Baralt Pérez se traslada a Santo Domingo[1], lugar donde el futuro escritor transcurre su infancia y parte de la adolescencia.

Se estima que la familia Baralt Pérez regresa a Maracaibo en el año 1821, pues antes de esa fecha, su padre don Miguel Antonio Baralt figura como Capitán y con el cargo de Comandante Volante de Maracaibo; para ese entonces el joven Rafael María ingresa a la milicia incorporándose al Cuerpo de Cazadores Volantes del departamento de San Carlos obedeciendo órdenes de su padre con tan solo 11 años de edad.

El historiador Germán Cardozo Galué afirma que para 1824 el escritor viaja a Bogotá; en esa ciudad estudia latinidad en el convento de Santo Domingo, derecho público y filosofía en el colegio de los Claustros de San Bartolomé y Nuestra Señora del Rosario, hasta alcanzar el título de bachiller[2]. Sobre su permanencia en la escuela contamos con una descripción que hiciese uno de sus compañeros de clase, llamado Juan Francisco Ortiz; éste nos describe los días estudiantiles de Rafael María Baralt de la siguiente manera:

“Entre los asistentes a las clases del Dr. Sotomayor hubo uno muy notable, y que no debí poner entre los asistentes, pues era un mozalbete despilfarrado que concurría cuando se le antojaba, es decir, uno o dos días por semana, que los otros los gastaba en picos pardos, en comer frutas en el mercado o en vagar por las calles de la ciudad. Tendría entonces veintiuno o veintidós años cuando más. Hablaba el francés con alguna soltura y me forzaba a patullarlo con él. Me quería mucho, le gustaban mis versos, y a mí me gustaba su trato franco y su animada conversación. Estaba encantado con la Ilíada de Homero, que leía constantemente, hablaba a cada paso de sus héroes y de sus combates, y recuerdo que me prestó un ejemplar de la traducción de Bitauvé para que la leyera. Andaba siempre roto y desgarrado, y no por falta de buena ropa, sino porque cuidaba muy poco de sus vestidos; sabia la crónica de la ciudad; era infalible en la barra del Congreso; describía con exaltación el mar y el Lago de Maracaibo, suspirando tristemente por el día de regresar a su país nativo. No me acuerdo de su cara, pero sí de sus travesuras y picaras ocurrencias, que llegaron a tal punto que, de la noche a la mañana, supimos que su tío, respetable sujeto, presidente del Senado de Colombia, lo hizo montar en una mula, y escoltado por un asistente lo mandó para su tierra. Ese joven era el célebre Rafael María Baralt”[3].

Sea cual haya sido el nivel de los estudios en Bogotá, lo cierto es que debieron ser positivos, pues encontraremos más adelante que con perfecto dominio del estilo, ha de llevar a cabo una amplia obra literaria, en prosa y en verso, de excelsa calidad. Durante su estancia en Colombia, Baralt engendra con María Antonia Guijarro a su primogénita Ana Francisca Baralt Guijarro en el año de 1827.

De regreso a Maracaibo en 1828 lo encontramos como uno de los firmantes del Acta de Separación de la Provincia de Maracaibo de la Gran Colombia; al tiempo que se incorpora a las filas del ejército como sub teniente de milicias; allí comienza su travesía entre cuarteles y libros. Don Pedro Grases señala que al regresar a Maracaibo Baralt se inicia como editor principal del “Patriota del S(Z)ulia” cuando éste ve la luz el 16 de febrero de 1829[4]. En relación a su trabajo como editor, Baralt le comenta -a través de una carta con fecha 17 de febrero de 1829- a su tío don Luis Andrés Baralt, senador, en la capital Gran Colombiana, lo siguiente:

“Remito a Ud. Un ejemplar del Patriota. Este periódico ha sido establecido por el intendente, y, por tanto, su carácter es del todo ministerial. El número que le incluyo ha sido redactado por mí y lo será también el tercero……Mucho me excusé antes de admitir esa penosa comisión; pero al cabo fue preciso ceder, porque las disculpas, aunque sean justas, suelen considerarse, con mucha frecuencia, intempestivas. Por lo demás, mis ocupaciones me impiden dedicarme con atención a ese género de trabajo, fastidioso por sí mismo y nada útil en sus resultados: lo dejaré, pues, tan pronto como me sea posible”[5].

Posteriormente Baralt, asume la administración de Correos del Departamento del Zulia y actúa como oficial del Estado Mayor y Secretario del General Santiago Mariño en la Campaña de Occidente. A solicitud del general Mariño, comienza a compilar y ordenar los documentos relativos a esa campaña, firmando posteriormente la introducción que los presenta. Según la opinión del historiador Augusto Mijares, este trabajo no fue de gran calidad debido a la inmadurez del escritor y su corta edad; sin embargo, igualmente afirma que once años después se convertirá en un estupendo escritor, valeroso y sagaz historiador[6]. Es claro que ambas actividades, las de editor y compilador, brindan al futuro historiador sus primeras experiencias en el campo de la escritura y la milicia, pues actúa paralelamente entre estas dos actividades por lo menos hasta 1841.

Alrededor de 1830, Baralt decide trasladarse a Caracas; en la capital, ingresa como funcionario al Ministerio de Guerra y Marina, al mismo tiempo estudia en la Academia Militar de Matemáticas de Juan Manuel Cajigal, donde se gradúa de agrimensor público en 1832 y desempeña la “Cátedra de Filosofía”. Su permanencia en Caracas le permite incorporarse a la vida intelectual y cultural de la nación; iniciándose por los caminos de la literatura, la poesía y la historia.

Según Abraham Belloso, se preocupaba Baralt por obtener la certidumbre de los acontecimientos ocurridos en la guerra magna, desde su iniciación; y compartía el tiempo disponible colaborando en el Correo de Caracas, cuyo fundador y propietario fue el sabio don Juan Manuel Cajigal[7]. También publicó algunos de sus escritos en la revista literaria “La Guirnalda” revista de efímera existencia. Abraham Belloso afirmó que Baralt “no escatimó su cooperación literaria a quienes se la solicitaron; y en los periódicos y revistas caraqueños la firma de Rafael María Baralt no faltaba en ellos, haciéndose de una nombradía literaria que no tardó en traspasar los ámbitos de la patria”[8].

También en Caracas se incorpora como numerario de la Sociedad Económica de Amigos del País a mediados de 1833; en esta última, colaboró a través de escritos al lado de intelectuales de la talla de Blas Bruzual, Tomás Lander, Fermín Toro, Agustín Codazzi, Juan Vicente González, Domingo Navas Spínola, Carlos Soublette, Manuel Felipe Tovar, José Ángel Álamo, Felipe Fermín Paul, Juan Nepomuceno Chávez, José María Vargas entre otros. Su contribución en esta etapa de su vida la encontramos en textos costumbristas y de prosa poéticas; las fiestas de Belem, los Escritores y el Vulgo, Adolfo y María, Idilios; son una pequeña muestra de su talento de juventud.

Sobre sus escritos nos comenta don Pedro Grases que, en su primer artículo de costumbres con una expresiva cita de Mariano José Larra, cuya influencia es general en el costumbrismo hispánico y que habría sido lectura frecuente en Rafael María Baralt, como en todos sus compañeros de generación, Baralt describe con humor los temas más candentes para los periódicos, con alusiones agudas y claras sobre el conocimiento político, la inmigración, el ejército, las milicias, la literatura, la educación. Procura hacer las criticas generales, emboscadas en la chanza y la ironía como lo aconsejaba Larra, principio que se repetía en los artículos costumbristas que escribe en Caracas[9]. El estilo de la prosa y los temas seleccionados vinculan a Baralt con el clima romántico de su tiempo de manera que los caracteres de su obra reflejan, sin duda, el nivel de formación que tenía; el mismo lo señala cuando se cataloga como un lector insaciable, que gracias a un gran instinto del lenguaje llega a ser un profundo conocedor del idioma y de sus recursos expresivos.

Al sucederse la Revolución de las Reformas en 1835, peleó contra Santiago Mariño, su antiguo jefe, y fue ascendido a Capitán de Artillería, pero decidió dejar las armas y dedicarse a escribir. También en Caracas se casa con la dama caraqueña Teresa Manrique; de esta unión nace su segunda hija Manuela Luisa Baralt Manrique, en 1833.

Para 1839 el General José Antonio Páez encarga al Coronel Agustín Codazzi elaborar la cartografía nacional; Codazzi conociendo las cualidades de Baralt lo invita a colaborar con él y le propone que escriba un resumen de la historia de Venezuela. Por su parte, el Capitán de Artillería, Baralt, desde 1837 venía compilando en comunión con Ramón Díaz, gran parte de la documentación necesaria para la edición de una obra de Historia de Venezuela apta para la enseñanza en la escuela. La fortuna le sonríe cuando por iniciativa de Codazzi se le invita a colaborar para que redacte la parte histórica que complementa el trabajo geográfico. Es así como nace, en comunión con el atlas de Venezuela, su famoso Resumen de Historia Antigua y Moderna de Venezuela publicado en Paris en el mes de septiembre de 1841[10]. En agosto del mismo año, específicamente en Caracas, empiezan a admirarse mapas, atlas, historia y geografía. Don Mariano Mora, encargado de la distribución de la obra, cuenta que en poco tiempo había más de quinientos suscriptores; al parecer había un afán patriótico por conocer la anchura de la patria sobre los dibujos de sus suelos y su historia.

Ciertamente, la obra de Codazzi complació las expectativas del público, todos los sabios están de acuerdo en el elogio de la obra. “En su vieja tertulia de San Francisco, Codazzi recibe los parabienes de los amigos. Allí se reúne menudamente Baralt, Rafael Seijas, Fermín Toro y los demás componentes de aquella “peña” cuyo principal admirador es Juan Vicente González, quien a la par ha instalado las oficinas de su imprenta”[11].

Es importante aclarar que para emprender la empresa Codazzi había adquirido una deuda de 15 mil pesos; pensó éste solicitar la exoneración de la deuda al Congreso por favores concedidos a la patria. Sorpresa para él cuando los representantes del Congreso, a través de la Cámara de Senadores, negó la solicitud y exigió de manera apremiante el pago de la deuda. Pero, ¿cuáles eran las razones de la negativa de la Cámara del Senado? Esto nos lo responde don Mario Briceño Iragorry cuando afirma: “no era Codazzi, se trataba de sus socios Baralt y Díaz. A éstos cobran los políticos de la Cámara Alta juicios expresados en la parte contemporánea de la historia”[12].

Don Pedro Grases nos comenta al respecto que la lectura de la historia de Baralt y Díaz provoca en Caracas aires de apasionadas murmuraciones y tempestades de tal magnitud que su autor decide para el año de 1842 no volver a Venezuela. Este rechazo también debió estar vinculado a la amplitud o visión amplia que tenía Baralt de su mundo, la cual se nutrió de su contacto con planteamientos ideológicos de diversas índoles, algunos polémicos, como los provenientes del socialismo y el liberalismo[13]. Señala igualmente el historiador Germán Cardozo Galué que “al igual que Andrés Bello y Simón Rodríguez buscara horizontes menos convulsionados que le permitan continuar su crecimiento y expansión como, filólogo y periodista”[14].

Sobre este aspecto de la historia Baraltiana Berthy Ríos en un ensayo titulado “Muerte y Resurrección de Baralt” señala que “la Historia de Venezuela, el libro que lo habría de consagrar, al mismo tiempo que lo hizo nacer a la gloria continental, le ocasionó la muerte civil en su propia patria”[15]. Ríos afirma esta realidad señalando que: “en la redacción de su libro Baralt fue sincero molestando de esta manera a los jerarcas de la república recién nacida quienes envueltos en el mito y la leyenda – a veces justificados, como en el caso de Páez- regresaban de asistir al parto de la Independencia Nacional, y se dedicaban como padres a usufructuar de aquella criatura que consideraban propia”[16].

Sin embargo, para algunos intelectuales entre los que destacan Rafael Seijas, Fermín Toro, Juan Vicente González y el resto del pueblo lector, su historia tuvo buena acogida pues aquella apreciación que se había generalizado sobre Bolívar en 1830, apreciada en su introducción sobre los documentos de la Campaña de Occidente, fue totalmente cambiada al apreciarse en la historia de Venezuela la serena equidad y la absoluta justicia con que se juzga al Libertador y los hechos de la guerra de emancipación.

Según Berthy Ríos, Baralt tardó un año solamente para leer todos los documentos aportados por Ramón Díaz; igualmente para seleccionar, compilar, confrontar, redactar y corregir la obra. Esto, según Don Mario Briceño Iragorry “no gustó a los poderosos de la época, que hubieran deseado verse mejor pintados en el recuento de los hechos; por el contrario, esperaban grandes frases elogiosas y conceptos aprobatorios de la actuación de Páez en la presidencia de la república, y el aplauso rimbombante de ella; encontrándose, en contraposición, con apreciaciones imparciales y ecuánimes, adscritas a su verdad y amoldadas a un criterio de completa cordura e imparcialidad”[17].

Ante la reacción de la Cámara Alta del Senado, el Coronel Agustín Codazzi asume una postura favorable a Baralt y Díaz presentando al Congreso de Venezuela una memoria escrita por Rafael Urdaneta, Hijo mayor del prócer de la patria, en la que al referirse a la historia de Baralt y Díaz afirmó:

“Si la historia no está escrita con imparcialidad, si oculta algo, si elogia a quien no debe, si olvida a algunos y ensalza con justicia a otros, si, en fin, ella no es de la aprobación de la mitad del Senado….El Poder Ejecutivo convenía en que con el levantamiento de los planos de las provincias se había hecho un importante servicio a la República, que merece una recompensa nacional; y pregunto yo ahora; ¿Seré culpable por haber escogido al Capitán R.M. Baralt para redactar la historia, o porque éste se asociase al señor Díaz? Paréceme que no y aunque el Gobierno mismo al conferir un destino importante al señor Baralt y ofrecer otro al señor Díaz, que no aceptó, pareció mostrarse satisfecho de la manera con que aquellos señores desempeñaron un trabajo de suyo delicado…. Pero supongamos que la historia carezca de verdad en muchos puntos; que sus autores hayan consultado más sus propias pasiones que los hechos con la mira de dar gloria a unos, arrebatándosela a otros; siempre resultará por poco que se reflexione, que se ha hecho un bien inmenso al país, porque se ha abierto el campo de la discusión y se ha preparado el triunfo a la verdad. Pues qué; ¿no están las plumas en las manos libres de todos los venezolanos? ¿Por qué no impugnan lo que no les parece exacto? ¿Por qué ese profundo silencio? Este silencio prueba una de dos cosas: o que la historia es justa, imparcial y digna de los hechos históricos que se refiere, o que los escritores venezolanos se preparan a combatirla con armas del raciocinio”[18].

Las palabras de Urdaneta, parafraseadas por Codazzi; parecen generar una especie de debate por la búsqueda de la verdad en la Historia Nacional, sobre todo en la parte de historia contemporánea pues aún están vivos los recuerdos de quienes participaron en el proceso emancipatorio y se vieron obviados en la redacción de dicho resumen. Indiscutiblemente la historia de Baralt y Díaz no podía incorporar, por falta de documentos y debilidad en el tiempo destinado para su redacción, de todos los acontecimientos; sin embargo, es el primer acercamiento historiográfico que pretende narrar los hechos contemporáneos de manera imparcial.

Volviendo a los escritos de Baralt y sobre su apreciación, don Pedro Grases comenta: “el giro sintáctico, la riqueza de vocabulario, la ordenación del pensamiento y del lenguaje, la corrección del período, la brillantez de la imagen, todos los rasgos personales de la prosa maestra de Rafael María Baralt están en el Resumen de Historia. No será superado su estilo después de 1840[19]. Por otro lado, el poeta Rafael Yepes Trujillo complementa esta apreciación de Grases señalando que el autor logra, en el texto histórico, sincronizar altos niveles de pedagogía, de narrativa y de dialéctica, que dan a la obra tonalidades de excepción de manera que “vierte la riqueza de su prosa, y viste de armonía, de heroicidad o de grandeza, la ferocidad de las hazañas, la tristeza de las derrotas o la alegría de las victorias”; en otras palabras, Baralt logra una amalgama de arte, filosofía y realidad, que eleva la obra de los planos comunes, y la coloca en la categoría de doctrina educativa y reveladora de todo el fulgor de una epopeya.

Indudablemente la prosa del resumen de Historia de Venezuela, escrita a los treinta años de edad, es testimonio irrefutable de que en la persona de Baralt el escritor y el estilista están ya formados. De todas sus producciones posteriores se le puede comparar únicamente la prosa del discurso de incorporación a la Academia Española en 1853, redactado en el momento de plenitud del escritor. Sin embargo, las pasiones políticas imperantes en la época rebotan contra aquel monumento de sobriedad, de sabiduría y de justeza con que ha escrito su historia. Los ánimos se vuelven contra Baralt. Él habla del “crimen” que ha cometido al escribir con pluma recia y veraz, la historia de su patria, y luego de hondas reflexiones decide irse a vivir a España, en donde vislumbra un amplio escenario para sus actividades de escritor. Casualmente y durante ese mismo mes un nuevo encargo del General Páez lo obliga a alejarse nuevamente de Venezuela; esta vez se dirige a Inglaterra con la responsabilidad de buscar información que permita esclarecer los límites fronterizos entre su país y la Guyana Inglesa. El encargo diplomático lo termina diligentemente, pero paradójicamente decide quedarse en el viejo continente; de Inglaterra se traslada a Sevilla hasta 1845.

En Sevilla comienza a escribir sonetos e incursiona con poemas en versos; sin duda, Baralt fue uno de los escritores americanos que ha exteriorizado más, y en mejor forma, la angustia de la patria lejana y el presentimiento de no volver a ella. “El Viajero” y “Adiós a la Patria” son exponentes del estado anímico del poeta. Y del prosista, basta este fragmento: “¡Salve, tierra de mis padres, tierra mía, tierra de mis hijos!”. En esta forma de su poesía entra con más vigor su erudición y el conocimiento del idioma en el dominio del verso. De allí en adelante se suma a los círculos literarios de la península ibérica donde hace abundante periodismo y se asimila a la vida política de ese país. Allí publica posteriormente “El libro Poesías” (1848), “Libertad de Imprenta” (1849), “Prospecto de Diccionario Matriz de la Lengua Castellana” (1850), “Diccionario de Galicismos” (1855).

Es más que evidente que el mundo poético de Baralt lo constituye de manera especial dos tópicos de innegable trascendencia como son los temas religiosos y los temas patrióticos, a cada uno de estos tópicos están consagrados buena parte de sus mejores sonetos y odas que lejos de estrechar su horizonte poético ni de caer en una monotonía le permiten crear un conjunto de composiciones de sorprendente variedad y calidad. Por otro lado, sus epigramas son como documentos íntimos y casi autobiográficos pues expresan realidades amargas que el poeta experimentó; de ahí, que en la mayor parte de los casos escriba de manera ingeniosa y punzante.

Paralelamente con los epigramas se hallan los madrigales; en unos y en otros Baralt desarrolla una metáfora, y luego en los versos finales prefiere pasar del símil a la realidad buscada. En este sentido señala uno de sus estudiosos que “esta especie de lirica casi en desuso, tal vez parezca a los lectores de hoy un poco convencional y rebuscada. Pero adviértase que siendo todavía en tiempo de Baralt moneda corriente en buena poesía, sus madrigales son, por la finura de expresión, agilidad del verso y modo lírico de concluirlos, equiparables a los de los buenos poetas de entonces”[20]. Para finales del año 1845 Baralt se muda a Madrid; en esa ciudad continúa dedicándose a sus temas literarios: poesía y crítica. A esta época pertenecen la mayor parte de sus poemas extensos, las odas, de las cuales la que logró más resonancia fue la oda a Cristóbal Colon, premiada en 1849 en el concurso abierto por el Liceo de Madrid.

En la ciudad capitalina, sería periodista, escritor, poeta y crítico literario. Escribió en El Tiempo, El Siglo, El Espectador, El Clamor Público, El Siglo Pintoresco y el Semanario Pintoresco Español. Publicó la Antología Española, Programas Políticos con Nemesio Fernández Cuesta, la Historia de las Cortes, Libertad de Imprenta, Lo Pasado y lo Presente, La Europa de 1849 y la Biografía del Pbro. D. Joaquín Lorenzo Villanueva. A pesar de esto, según opinión de algunos escritores, los artículos periodísticos sobre temas políticos que publica en España no alcanzan la rotundidad ni la belleza de la prosa del resumen de historia pues son naturalmente, escritos de periódico, redactados con la premura implícita del oficio. A pesar de esta afirmación; el año de 1849 representa uno de los períodos de mayor producción ensayística y literaria, pues se dedica a escribir sobre ideología y política en periódicos de Madrid y cuya síntesis está representada por la publicación en 1849 de dos libros titulados “Escritos Políticos” y “Libertad de Imprenta”.

Sobre su pensamiento político, habría que añadir que no dejó de ser liberal; desde ahí, buscó dar respuestas a los problemas que caracterizaban a las sociedades americanas y europeas, especialmente reflexionó sobre los problemas políticos y sociales de su época, lo que representa una importante contribución al pensamiento filosófico latinoamericano. En torno a su pensamiento político, hay que aclarar que, si bien Baralt estaba identificado con el pensamiento liberal, en sus escritos se observa cierta tendencia a reconocer y aprobar un modelo socialista. Cabe mencionar, en este sentido, el planteamiento de uno de sus estudiosos en ésta área: el Dr. Johan Méndez Reyes quien; al plantearse dicha interrogante, afirma:

“A pesar de estar influenciado por los socialistas utópicos y los anarquistas, el socialismo con el que Baralt se identificó fue el de los cambios graduales o un socialismo reformista (…) Apostando a la construcción de una sociedad más justa sin la mediación de la fuerza o estallido social, no se mostró partidario de la lucha de clases, aunque consideraba de vital importancia la igualdad de derechos entre éstas, esto lo aleja del marxismo y del socialismo científico, y lo acerca más a los liberales progresistas”[21].

Entre otros logros literarios ya mencionados se encuentra el haber obtenido un resonante triunfo en el Liceo de Madrid con su Oda a Cristóbal Colón, mientras emprendió una obra de gran aliento, el diccionario matriz de la lengua castellana. Éste esfuerzo le permitió ser elegido unánimemente, el 15 de septiembre de 1853 para ocupar un sillón vacante como miembro de la Academia de la Lengua Española en sustitución de Juan Donoso Cortés, Marqués de Valdegamas; el 27 de noviembre del mismo año se incorpora como orador de orden leyendo un discurso de recepción en la misma academia. Esta elección lo ubica como el primer latinoamericano en ocupar dicho honor. Su discurso para el día de la recepción fue considerado por Marcelino Menéndez y Pelayo, como la obra maestra de Baralt.

De sus trabajos de crítica literaria es notable el discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid, en enero de 1847, sobre Chateaubriand y sus obras, publicado luego con todos los honores; también se incorporan otros escritos como: El Carácter Nacional, el temor de la muerte, Certamen Poético del Liceo, Sobre la literatura criolla y por supuesto su escrito más emblemático el Discurso de recepción pronunciado en la Real Academia Española el año de su nombramiento.

El prestigio de Baralt se afianzará en los difíciles círculos literarios y políticos de Madrid; como periodista doctrinal y como escritor en prosa y verso, alcanzará entre los años de 1849 y 1850 su mayor renombre. Son, sin duda; los años más fecundos de su empresa literaria. Su fama de escritor talentoso y su reconocimiento como integrante de la Real Academia Española, le granjearon el afecto de la Reina Isabel II hasta el punto de permitirle acceder al cargo de Administrador de la Imprenta Nacional, Director de la Gaceta de Madrid y Comendador de la Real Orden de Carlos III, con dispensa del pago de derechos; cargos que asumió hasta el año de 1857.

En el año 1854, la República Dominicana, patria de la madre de Baralt, lo designa como Ministro Plenipotenciario en España para que actúe como mediador entre esa República y la Madre Patria. Tres años después se presentaron ciertas contrariedades a raíz de un encargo diplomático hecho a Baralt quien actuaba como mediador entre ambas naciones; por circunstancias políticas es violada su correspondencia oficial, cuando se discute la interpretación de un tratado; sus opiniones sobre personalidades españolas, ventiladas a la luz pública, hacen que España lo desconozca como embajador y lo priva de sus cargos políticos en 1857. Este aciago acontecimiento en su vida le dejan cesante, humillado y con un juicio por traición.

Aunque la sentencia fue absolutoria, su moral queda deshecha y todo ello apresuró su fallecimiento, el 4 de enero de 1860, a los 49 años y medio de edad. Tras su muerte hubo duelo en Madrid y en Venezuela, y también en Santo Domingo, nación a la que donó su biblioteca. Para colmo, sus restos se extraviaron y tuvieron que transcurrir 122 años para su regreso a la Patria, aunque el Senado de la República le había concedido los honores del Panteón Nacional desde el 10 de julio de 1943 y sólo, el 24 de noviembre de 1982 logra hacerlo cuando son encontrados sus restos.

A pesar del poco tiempo de su existencia física, Baralt creó un estilo propio y nos dejó obras que le acreditan como maestro de la lengua castellana. En los últimos años de su vida desde España; Baralt tiene voz de continente. Es el alma de América, hablando desde Europa en cátedras de sociología y de humanidad; es el maestro, en toda la plenitud de su mensaje. Habla, escribe, piensa, y sus ideas, grandes y signadas de eternidad, ruedan, por sobre el filo de su época hasta alcanzar el germen de los siglos. Sus obras aún son consultadas por lectores que quieren profundizar en el mundo de la historia, la filología, la poesía o simplemente por aquellos que estudian la historia de las ideas políticas en Venezuela y Europa.

Finalmente, comulgamos con el historiador Reyber Parra[22] quien señala que Baralt “dio todo lo que pudo, y al hacerlo no desperdició tiempo. Su obra escrita es testigo de ello, a lo que habría que añadir el cúmulo de responsabilidades administrativas, políticas y diplomáticas que asumiera en forma diligente y responsable. Baralt no cejó en su empeño de llevar a término una meta de gran importancia en su proyecto de vida: insertarse en el principal foco cultural del mundo hispanoamericano, en España, con la intención de crecer como intelectual y poner a disposición de la patria grande, Hispanoamérica, lo mejor de sí mismo: su pensamiento progresista y al mismo tiempo moderado; su anhelo de igualdad, de libertad y de civilización; sus ganas de conservar y enriquecer la herencia hispana, es decir, de prolongar en el tiempo todo aquello que debía unir indefectiblemente a España con las nacientes repúblicas de América: un idioma, una fe, una historia, en una palabra: la cultura”.

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[1] Es probable que esta partida se deba a que la familia Baralt era proclive a la independencia y como sabemos Maracaibo durante el período señalado permaneció “Muy noble y Leal” al rey, hasta que en el año 1821 se suma a dicho proceso independentista.
[2] Cardozo Galué, Germán. “Rafael María Baralt: Filósofo Social. Los Orígenes de la Venezolanidad”. En Revista de La Universidad del Zulia Ciencias Sociales y Arte. Editorial LUZ – 2010, págs. 13 a la 30.
[3] Extracto tomado de un resumen biográfico escrito por Pedro Grases bajo el título: “Rafael María Baralt 1810-1860”. Ediciones Grijalbo 1990.
[4] La intención de este periódico era la de informar acerca de la política Gran Colombiana, y de modo particular, sobre la guerra del sur, entre Colombia y Perú.
[5] Tomado de Pedro Grases, y éste lo toma a su vez de La Fundación John Boulton de Caracas. Esta versión procede de una copia en microfilm de una valiosa colección de documentos históricos que el doctor Mario Espinoza Ponce de León posee en Bogotá. En Revista Baraltiana N 4 Pág. 10, ediciones de La Universidad del Zulia Junio – 1964.
[6] Mijares, Augusto. “Baralt Historiador”. Estudio introductorio sobre la obra de Rafael María Baralt. “Historia de Venezuela” Tomos I y II. Edición de La Universidad del Zulia, Maracaibo 1960. La fuente forma parte de las págs. preliminares bajo el número XLIX.
[7] Belloso, Abraham. “Don Rafael María Baralt”. Tomado de la Revista Baraltiana N 6 ediciones de La universidad del Zulia. Maracaibo, junio de 1966. Pág. 106.
[8] Ídem. Pág. 106.
[9] Pedro Grases. Estudio Preliminar que antecede al tomo V de las Obras Completas de Rafael María Baralt publicadas por LUZ en el año 1965. Págs. 18-19.
[10] Baralt, Rafael María. “Historia de Venezuela”. Tomos I-II. Edición de La Universidad del Zulia. Maracaibo, 1960. También se puede ubicar por internet los tres tomos originales publicados en 1841 por la imprenta de Fournier de París.
[11] Iragorry, Mario Briceño. “Pasión y triunfo de dos grandes libros”. En Revista Baraltiana N 6 ediciones de LUZ. Caracas-Maracaibo, junio de 1966, pág. 61.
[12] Ídem.
[13] Parra Contreras, Reyber. “Los orígenes del debate socialista en Maracaibo (1849-1936). Contribución a la historia del debate socialista en Venezuela”. Ediciones del Vicerrectorado Académico de La Universidad del Zulia. Maracaibo, 2012.
[14] Cardozo Galué, Germán. “Rafael María Baralt: Filósofo Social. Los Orígenes de la Venezolanidad”. En revista de La Universidad del Zulia Ciencias Sociales y Arte. Editorial. LUZ – 2010, págs. 13 a la 30.
[15] Ríos, Berthy. “Muerte y Resurrección de Baralt”. En Revista Baraltiana N 4 ediciones de La Universidad del Zulia. Caracas-Maracaibo, junio de 1964.
[16] ídem.
[17] Bellos, Abraham. “Don Rafael María Baralt”. Tomado de la Revista Baraltiana N 6 ediciones de La Universidad del Zulia. Caracas-Maracaibo, junio de 1966. Pág. 107.
[18] Memoria del Congreso (De los papeles de Urdaneta). Tomado de los anexos presentados por Mario Briceño Iragorry en la Revista Baraltiana N 6 Págs. 86-87.
[19] Rafael María Baralt. Ensayo biográfico publicado por la Editorial Grijalbo en 1960.
[20] Pedro Pablo Barnola. “Redescubrimiento de la obra de Baralt”. Estudio preliminar para la edición del tomo IV de las Obras Completas de Rafael María Baralt, publicadas por La Universidad del Zulia en el año 1964. Pág. 52.
[21] Tomado de parte de las conclusiones hechas por el Dr. Johan Méndez Reyes en su ensayo “Liberalismo y socialismo en Rafael María Baralt”. En Rafael María Baralt “Vida y Pensamiento”. Fondo Editorial de la UNERMB. Maracaibo, 2011. Pág. 17.
[22] Tomado de Parra Contreras Reyber. “Rafael María Baralt. Antología de Escritos Políticos”. Ediciones del Vicerrectorado Académico de La Universidad del Zulia. Biblioteca de autores zulianos; Nº 1. Maracaibo, 2010.

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En La tierra del Sol Amada - Gaiteros de Pillopo 2010

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