Crónicas para el futuro
La obra póstuma de Umberto Eco, que el autor entregó a imprenta pocos días antes de morir, es una selección de artículos inéditos en España, seleccionados por él mismo. Una sucesión de pequeños placeres intelectuales.
«Cuando yo era joven, había una diferencia importante entre ser famosos y estar en boca de todos. La mayoría querían ser famosos por ser el mejor deportista o la mejor bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta# en el futuro esta diferencia ya no existirá: con tal de que alguien nos mire y hable de nosotros, estaremos dispuestos a todo».
Estas palabras son un buen ejemplo de lo que nos ofrece De la estupidez a la locura, una serie de artículos que Umberto Eco publicó en prensa a lo largo de quince años y seleccionó personalmente poco antes de dejarnos. Por estas piezas se pasean hombres y mujeres de relevancia internacional, pero también algunos de los personajes de ficción más amados por Eco, como James Bond o los protagonistas de algunos de sus cómics favoritos. Y vuelve, como siempre, la nostalgia por el pasado perdido, la reflexión irónica sobre el poder y sus instrumentos, y la crítica a un consumismo que nos deja llenos de objetos y vacíos de ideas. Genio, sabiduría y sentido del humor: de todo hay en este libro, una despedida digna de un gran maestro.
Hay escritores que saben representar la realidad valiéndose de varios espejos, colocados en diferentes ángulos, lo que permite captarla en su complejidad y riqueza. Uno de ellos, el italiano Umberto Eco (1932 -2016), autor de esta selección de artículos publicados en los últimos quince años, inicia el volumen abordando el dilema causado por la rotura del contrato social.
El mundo está en crisis y no sabemos qué normas sirven para guiar nuestra conducta. Buceará por infinidad de rincones, de la alta cultura hasta Gran Hermano, sopesando respuestas.
Las comunidades sociales clásicas han desaparecido.
Estos ensayos van dirigidos a concienciarnos de que vivimos en ese estado fluido, y que todavía existen salidas posibles. Resulta esencial entender que Eco jamás se erigió en un guardián de la cultura, de nuestra civilización, en sus hechos imaginados o verificables, como hacen los historiadores del arte y de la literatura, sino en pensador que intenta en cada momento sugerir una experiencia ante la lectura de un texto. Su lectura supone una aventura, no un viaje a lugares conocidos. Algunos temas afloran varias veces.
Por ejemplo, el deseo tan contemporáneo de salir en la foto, que en muchas ocasiones viene complementado por la expresión vía Twitter de opiniones irrelevantes. Otro es la ignorancia de las masas. Una “cuarta parte de los ingleses piensa que Churchill es un personaje de fantasía [...] en cambio, muchos de los encuestados (aunque no se precisa cuántos) habrían incluido entre las personas que realmente existieron a Sherlock Holmes” (pág. 56).
Son realidades del presente que tejen con filamentos hechos de ignorancia la existencia social. Otros aspectos de la vida actual precarizan la consistencia de la comunidad, como la longevidad de los mayores. Los mayores con posibles, que quedan descolgados de la vida al subirse a la noria del turismo. Con suerte, en la edad madura, gustarán de la lectura de novelas de detectives, negras, que llevan a buscar quién es el culpable. Es decir, a buscar al autor, al hacedor. Vuelven a hacerse la primera pregunta filosófica. ¿Quién nos hizo? La frescura de estos artículos proviene de la mezcla de temas y personajes.
Es como si Eco hubiera deseado meter el mundo entero en un mismo pote global. Quizás la figura del taxista neoyorquino, que aparece varias veces, resulta ejemplar. Quien haya viajado en taxi por Nueva York reconoce la experiencia de que te lleven conductores de los más diferentes países, empeñados en conversar en un inglés rudimentario. En este caso es un paquistaní. A la pregunta acerca de su nacionalidad, Eco responde que de Italia.
El paquistaní no acaba de con nadie. Luego subiendo la escalera del hotel se le ocurrió que mejor hubiera dicho que los italianos “están continuamente enzarzados en guerras internas [...] se hacen la guerra entre sí” (pág. 225), con nadie. Luego subiendo la escalera del hotel se le ocurrió que mejor hubiera dicho que los italianos “están continuamente enzarzados en guerras internas [...] se hacen la guerra entre sí” (pág. 225). situarlo, y le pregunta qué quienes son sus enemigos.
El escritor le respondió que Italia no estaba en guerra con nadie. Luego subiendo la escalera del hotel se le ocurrió que mejor hubiera dicho que los italianos “están continuamente enzarzados en guerras internas [...] se hacen la guerra entre sí” (pág. 225).
Como es bien sabido, la idea de modernidad o sociedad «líquida» se debe a Zygmunt Bauman. Al que desee entender las distintas implicaciones de este concepto le será útil leer Estado de crisis, obra en la que Bauman y Carlo Bordoni debaten sobre este y otros problemas.
Para Bauman, entre las características de este presente en estado naciente se puede incluir la crisis del Estado (¿qué libertad de decisión conservan los estados nacionales frente al poder de las entidades supranacionales?). Desaparece una entidad que garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver de una forma homogénea los distintos problemas de nuestro tiempo, y con su crisis se ha perfilado la crisis de las ideologías, y por tanto de los partidos, y en general de toda apelación a una comunidad de valores que permitía al individuo sentirse parte de algo que interpretaba sus necesidades.
Con la crisis del concepto de comunidad surge un individualismo desenfrenado, en el que nadie es ya compañero de camino de nadie, sino antagonista del que hay que guardarse. Este «subjetivismo» ha minado las bases de la modernidad, la ha vuelto frágil y eso da lugar a una situación en la que, al no haber puntos de referencia, todo se disuelve en una especie de liquidez.
Crisis de las ideologías y de los partidos: alguien ha dicho que estos últimos son ahora taxis a los que se suben un cabecilla o un capo mafioso que controlan votos, seleccionados con descaro según las oportunidades que ofrecen, y esto hace que la actitud hacia los tránsfugas sea incluso de comprensión y no ya de escándalo. No solo los individuos, sino la sociedad misma viven en un proceso continuo de precarización.
¿Hay algo que pueda sustituir esta licuación? Todavía no lo sabemos, y este interregno durará bastante tiempo. Bauman observa que (desaparecida la fe en una salvación que provenga de las alturas, del Estado o de la revolución) es típico del interregno el movimiento de indignación. Estos movimientos saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren. Y quisiera recordar que uno de los problemas que se les plantean a los responsables del orden público a propósito de los «bloques negros» es que no es posible etiquetarlos, como se hizo con los anarquistas, con los fascistas o con las Brigadas Rojas. Actúan, pero nadie sabe cuándo ni en qué dirección, ni siquiera ellos.
¿Hay algún modo de sobrevivir a la liquidez? Lo hay, y consiste justamente en ser conscientes de que vivimos en una sociedad líquida que, para ser entendida y tal vez superada, exige nuevos instrumentos. El problema es que la política y en gran parte la intelligentsia todavía no han comprendido el alcance del fenómeno. Bauman continúa siendo por ahora una vox clamantis in deserto.
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