El padre a su hijo:
"Tenemos un corazón, tenemos
alma y, también unos sentimientos.
Haz lo que te dicte el
corazón, no la cabeza.
De tu corazón sale la música
y cuando estás tocando el violín,
tu corazón canta y eres feliz".
No excesivamente conocido film, pero una obra bellísima. La eterna lucha entre lo material y lo espiritual. Aquí lo material representado por el mundo del boxeo, y lo espiritual, por la música.
Narra el eterno enfrentamiento entre las necesidades del espíritu y la subsistencia. Entre lo crematístico, hueco, genérico y lo espiritual, lo sensible, lo humano. Paralelamente es una feroz crítica a determinadas convenciones sociales que intentan uniformizar al individuo negándole su propia personalidad. La reafirmación de una personalidad libre, sensible, incompatible con el mundo de lo superficial.
Ante películas como esta, realmente no importa desde que contexto, situación personal o época se esté viendo y aunque hayan pasado más de 70 años desde su estreno, su mensaje es tan poderoso y verdadero que sigue calando al espectador con la misma claridad y carga emocional. ¿Y cuál es este mensaje? La duda entre hacer lo que quieres o lo que debes; entre hacer tu voluntad o la de los demás, entre hacer lo que te dicta tu corazón o lo que te dicta la sociedad. Algo universal y común a todos los seres humanos en algún momento de sus vidas.
Éste filme también es una crítica al sueño americano. También es una reflexión bellísima sobre el calor de las relaciones familiares y sobre el amor sincero.
La reflexión sobre lo excepcional (arte) y sobre lo convencional (carencia de escrúpulos, intereses dinerarios, incomprensión de lo sensible) es introducida por Mamoulian y V.Young mediante la excelsa música de Massenet. Esa música, extraída de la ópera Thaïs, describía allí, como en el filme que nos ocupoa, la lucha de Thaïs entre lo espiritual y la facilidad del disfrute instantaneo. Entre la codicia y la generosidad. Entre lo eterno y lo vulgar, lo caduco.
En otro orden de cosas, cabe resaltar la excelente fotografía, con un brillo casi dorado en determinadas escenas. William Holden realiza una labor magnífica, así como Barbara Stanwyck.
Sueño dorado cuenta con toda la sensibilidad artística de Mamoulian, el cual reafirmaba su refinada personalidad con ésta obra maestra actualmente ignorada.
La historia, bien contada y con un ritmo perfecto, nos introduce perfectamente en la vida de un muchacho que duda entre seguir su vocación musical o dedicarse al boxeo por dinero. Podemos ver a un jovencísimo William Holden de rizos perfectos y a una más bella de lo habitual Barbara Stanwick; ambos nos deleitan con unas excelentes interpretaciones, frescas e intuitivas, llenas de sensibilidad y transparencia. Puro arte interpretativo. El resto de interpretaciones son simplemente correctas; como fallo, diría que algunas están faltas de carisma y otras son innecesariamente excesivas, como es el caso de algunos miembros de la familia de nuestro protagonista que, con su exageradas personalidades, llegan a crear algunas situaciones domésticas que rallan en la comicidad absurda y no encajan en el aire dramático y realista de la película.
Gran dirección de Mamoulian, con un intuitivo uso de cámara, cercano y personal, y una excelente fotografía en blanco y negro, sugerente y llena de matices. Acertadísima banda sonora que ayuda aun más a sacar tus sentimientos a flor de piel.
Recomendable a los amantes del cine clásico y de los dramas.
Pese a los prejuicios leídos de algunos críticos, totalmente sin fundamento, esta historia es una fábula en la línea casi de Capra, como un cuento, donde nos muestra a un joven con capacidades innatas para tocar el violín, pero que se siente tentado por el mundo del boxeo por el éxito rápido y el dinero que genera, además del aplauso de las masas.
El film tiene un encanto ingenuo, pero que funciona perfectamente con la historia. Holden está espléndido encarnando a un joven rebelde, pero a la vez soñador, violinista de enorme sensibilidad por la que se han reído de él. Y su faceta de boxeador, la que aspira casi como venganza, pues el mundo premia al agresivo y no al sensible y al artista, y así impresionar a la chica que le gusta.
Quizá tiene algún punto algo más flojo, pero todo se perdona ante el cariño con el que rueda Mamoulian, el encanto que desprende el film, la acción muy bien llevada, la fotografía y la música (recibió un Oscar). Y atentos a los diálogos, sobre todo entre Holden y Stanwyck. Bellísima joya, un cuento con mensaje eterno, un canto al arte y a la música, a la familia, a los sentimientos y a la sensibilidad.
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