Niños mimados, adultos débiles:
llega la 'generación blandita'
llega la 'generación blandita'
Berta G. De Vega
"Tratando de dar a nuestros hijos
todo lo que no tuvimos,
nos olvidamos fundamentalmente
de darles lo que sí tuvimos:
esfuerzo, trabajo, hambre de progreso,
sufrimiento, anhelos, desvelos, constancia,
disciplina, responsabilidad consecuente..."
Yanka
"Tratando de dar a nuestros hijos
todo lo que no tuvimos,
nos olvidamos fundamentalmente
de darles lo que sí tuvimos:
esfuerzo, trabajo, hambre de progreso,
sufrimiento, anhelos, desvelos, constancia,
disciplina, responsabilidad consecuente..."
Yanka
Proteger en exceso a los hijos, nunca decirles 'no' y complacerles en todo aquello que piden suele acabar creando pequeños "tiranos", niños exigentes, poco agradecidos y problemáticos. Este comportamiento se ha extendido y son muchos los padres que sin ser conscientes educan así a sus niños. Sin embargo, ante las nefastas consecuencias algo está empezando a cambiar. El diagnóstico está realizado y ahora hace falta un tratamiento.
Niños que cuando se caen
esperan a que les levanten
esperan a que les levanten
Suma escolar: padres que llevan la mochila al niño hasta la puerta del colegio + padres que piden que no se premie a los mejores de la clase porque los demás pueden traumatizarse + padres que le hacen los deberes a los niños que previamente han consultado en los grupos de WhatsApp = niños blanditos, hiperprotegidos y poco resolutivos.
Cuenta Eva Millet, la autora de Hiperpaternidad (Ed. Plataforma), que ya hay niños que, al caerse, no se levantan: esperan esa mano siempre atenta que tirará de ellos. En ciertos colegios han empezado a tomar nota. Y, en algunos países, el carácter ya forma parte del debate sobre la Educación.
Esto no es la nueva pedagogía. Gregorio Luri, filósofo y autor del libro Mejor Educados (Ed. Ariel), suele recordar que la educación del carácter es tan tradicional en ciertos colegios británicos como para que haya llegado a nuestros días una frase atribuida al Duque de Welington: «La batalla de Waterloo se empezó a ganar en los campos de deporte de Eton». En los campos de Waterloo o en las canchas del mítico colegio inglés, cuna del establishment, ningún niño esperaba que le levantaran si podía solo.
En España, se habla de «educación en valores», pero puede que no sea lo mismo. El carácter se entiende como echarle valor, coraje, actuar en consecuencia cuando se sabe lo que está bien o está mal, no limitarse a indignarse. Como dice Luri, «ahora mismo en España les fomentamos la náusea en lugar del apetito». En su opinión, los niños de ahora saben cuándo se tienen que sentir mal ante determinadas conductas, pero educar el carácter es animarles a dar un paso, a ser ejemplo, a que sus valores pasen a la acción. Si están acosando a un niño, no callarse y protegerle. Decir no a la presión del grupo.
El carácter ha vuelto cuando se ha sido consciente de que podríamos estar criando a una oleada de niños demasiado blanditos. Con padres que se presentan a las revisiones de exámenes de sus hijos, que abuchean a los árbitros en los partidos y que han hecho el vacío a niños que no invitaban a sus retoños a los cumpleaños. «Yo he tenido a un chaval de 19 años que se me ha echado a llorar porque le suspendí un examen», cuenta Elvira Roca, profesora de instituto. «Le dije que no me diera el espectáculo. Vino su madre a verme y me dijo que había humillado a su hijo. Le tuve que decir que estaba siendo ella quien le humillaba a él».
COMO EN EL RUGBY
Nicky Morgan era ministra británica de Educación con David Cameron e hizo bandera de la educación del carácter. «Para mí, los rasgos del carácter son esas cualidades que nos engrandecen como personas: la resistencia, la habilidad para trabajar con otros, enseñar humildad mientras se disfruta del éxito y capacidad de recuperación en el fracaso», decía en su cruzada por extender ese tipo de educación, muy vinculada al rugby. Suena familiar. Suena a Si, el poema de Rudyard Kipling y su verso sobre la victoria y el fracaso, esos dos impostores a los que hay que tratar de igual forma, que figura en la entrada de la cancha principal de Wimbledon.
"Cuando una familia quiere que sus hijos no pasen las dificultades que pasaron ellos, la sociedad se vuelve más cómoda"
Alfonso Aguiló escribió Educar el carácter (Ed. Palabra) hace 25 años. No ha parado de reeditarse y traducirse desde entonces: «Tener buen carácter no significa estar todos cortados por el mismo patrón. Pero estoy seguro que casi todos nos pondríamos de acuerdo en que ser honrado, trabajador, generoso, justo, leal, empático, valiente, austero, recio y organizado son buenas cualidades». ¿Cómo se educa el carácter? No desde la teoría, desde luego. «La educación en valores es algo abstracto. Las virtudes son los valores integrados en la persona», explica.
Este veterano profesor confirma que tenemos ahora a generaciones de niños blanditos y no se escandaliza: «Son ciclos normales del desarrollo de una sociedad. Cuando una familia quiere que sus hijos no pasen las dificultades por las que sí pasaron ellos la sociedad se vuelve más cómoda, blanda, menos esforzada. Pasa también con los países». Según Aguiló, la educación del carácter no tiene que ver con el dinero y sí con el capital cultural de las familias, con el modo de transmitir cómo afrontar la vida: «He conocido a madres que limpiaban escaleras para que sus hijos llevaran unas zapatillas de marca y a gente de dinero que también los mimaba mucho».
En EEUU, la cadena de colegios KIPP, con tasas de éxito académico inéditas en las zonas donde se instalan, insisten en la educación del carácter como indispensable: «Trabaja duro. Sé amable», han resumido en los carteles enormes que decoran sus centros. En ese país, Angela Duckworth se ha convertido en la gurú del estudio de la personalidad. Tiene un laboratorio donde analiza qué rasgos hacen que los niños tengan éxito de mayores. Está tan ocupada que no da entrevistas, dice su equipo. Siempre cuenta que, pese a las buenas notas, su padre le decía que no se creyera especial. «La tendencia a mantener el interés y el esfuerzo para conseguir metas a largo plazo», la fuerza de voluntad, es el rasgo que, según Grit, su reciente best seller sobre el poder de la perseverancia, define a las personas con éxito. Ha trabajado en barrios marginales y ha estado en West Point, la academia militar de EEUU, analizando cómo eran los 1.200 cadetes que pasaban las durísimas pruebas iniciales. Niños a los que no levantaron del suelo cuando podían ellos solos.
¿En qué fallamos?
Hay que llamarlos varias veces en la mañana para que vayan al Colegio. Se levantan irritados, pues se acuestan muy tarde hablando por teléfono, viendo tele o conectados a la Internet. No se ocupan de que su ropa esté limpia y mucho menos ponen un dedo en nada que tenga que ver con ‘arreglar algo en el hogar’.
Idolatran a sus amigos y viven poniéndoles ‘defectos’ a sus padres, a los cuales acusan a diario de “sus traumas”. No hay quien les hable de ideologías, de moral y de buenas costumbres, pues consideran que ya lo saben todo. Hay que darles su ‘paga de la semana’ o propina, de la que se quejan a diario porque -‘eso no me alcanza’-. Si son universitarios, salen el fin de semana y lo menos que uno sospecha es que regresarán con un embarazo, cayéndose de borrachos que llegan o habiendo fumado droga.
Definitivamente estamos rendidos y la tasa de retorno se aleja cada vez más, pues aún el día en que consiguen un trabajo hay que seguir manteniéndolos. Me refiero a un segmento cada vez mayor de los chicos de clases medias urbanas que bien pudieran estar entre los 16 y los 24 años y que conforman a la ya tristemente célebre Generación de los NINI’S, que ni estudian ni trabajan, o estudian y trabajan con todo el pesar.
¿EN QUÉ ESTAMOS FALLANDO?
Para los nacidos en los cuarenta y cincuenta, el orgullo reiterado era que se levantaban de madrugada a ordeñar las vacas con el abuelo; que tenían que limpiar la casa; que lustraban sus zapatos; algunos fueron limpiabotas y repartidores de diarios; otros llevaban al taller de costura la ropa que elaboraba nuestra madre o tenían un pequeño salario en la iglesia en donde ayudaban a oficiar la misa cada madrugada.
Lo que le pasó a nuestra generación es que nosotros mismos “elaboramos un discurso” que no dio resultado: ‘¡YO NO QUIERO QUE MI HIJO PASE LOS TRABAJOS Y NECESIDADES QUE YO PASÉ!’. Pero… ¿Usted por qué tiene lo que tiene? Pues porque le costó su esfuerzo… muchos sacrificios, y así es como aprendimos a valorar los esfuerzos de nuestros padres al “ver y compartir” su esfuerzo, en lugar de “ocultarlo” y aparentar que todo en la vida es “color de rosa”. Sin embargo, NOSOTROS ACOSTUMBRAMOS A NUESTROS HIJOS A RECIBIR TODO POR OBLIGACIÓN, SIN NINGÚN ESFUERZO O MÉRITO DE SU PARTE.
Nuestros hijos nunca han conocido la escasez en su exacta dimensión, se criaron desperdiciando…
El ‘dame’ y el ‘cómprame’ siempre son generosamente complacidos y ellos se han convertido en habitantes de una pensión con todo incluido, (TV de Alta definición, DVD, Equipo de sonido, Internet, Tablet, Smartphone, Pc, Videoconsolas y comer en la cama, recogerle el reguero que dejan porque siempre se les hace tarde para salir, etc…) y luego pretendemos que nuestra casa sea un hogar… o exigimos o preguntamos, por qué nuestros hijos se aíslan, no comparten con nosotros, ya que cualquier cosa es mejor que sus padres o una actividad familiar.
Pero… ¿Quién les suministró todo eso a nuestros hijos? …NOSOTROS MISMOS, SOLITOS Y SABIENDO QUE NO ESTABA BIEN. Al final, se marchan cuando encuentran pareja y al primer problema que surge o cuando ven que la vida fuera de casa de sus padres no es color de rosa, vuelven al hogar divorciados o porque la cosa ‘les va mal’ en su nueva vida.
Los que tienen hijos pequeños, pónganlos los domingos a hacer tareas del hogar y a limpiar sus zapatos… a ganarse las cosas. Un pago simbólico por eso puede generar una relación en sus mentes entre trabajo y bienestar. Víktor Frankl dice que “LO QUE HACE FALTA ES EDUCAR EN EL AMOR AL TRABAJO (CREATIVO)”. La música de moda, los conciertos, la tele, la moda y toda la electrónica de la comunicación han creado un marco de referencia muy diferente al que nos tocó, y ellos se aprovechan de nuestra supuesta des-información para salirse con la suya; ya que ahora los ‘HIJOS MANDAN Y LOS PADRES OBEDECEN’, pues ahora somos padres ignorantes con hijos informados –mal- pero con información, a fin de cuentas. Será cierto que:
“¿SOMOS LA GENERACIÓN QUE PEDÍA PERMISO A LOS PADRES Y AHORA PIDE PERMISO A LOS HIJOS?”
Estamos forzados a revisar los resultados, si fuimos muy permisivos o si sencillamente hemos trabajado tanto, que el cuidado de nuestros hijos queda en manos de niñeras, maestros, y en un medio ambiente cada vez más deformante y, supuestamente por nuestro cargo de conciencia de no tener mucho tiempo con ellos, subsanarlo con cosas materiales.
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