Brisa suave
Autores:
Agustín Larramendia
Fidelino C. Chamorro.
Cual suave arrullo de la brisa
Que al pasar me caricia y alivia el corazón
Sentí tu voz dulce divina,
trayendo cantarina sus promesas de amor
Mi vida escucha tu tardanza,
se muere mi esperanza de verte junto a mí
Y hoy lagrimas de amargura
empañan la dulzura de éste amor sutil
Coro
Mi corazón, sufriendo está.
Tu ausencia cruel,
Amor en su soledad
La brisa que pasa cantando suavemente
arrullando en ésta noche azul
Me trae un poco de consuelo
en mis huellas sin luz
Y al ver perdida mi esperanza
En mi alma la añoranza
se ahonda mucho más
Si ya no tengo vida mía,
de tu amor la alegría que es mi felicidad
Soy Una Raiz
Los Manseros Santiagueños
Yo quiero volver a ver tus esteros, dulce tierra
sentir al amanecer el milagro de tu sol,
te veo en cada lugar apagando mis tristezas
cuando me grita es crespín
que llevo en el corazón por donde voy.
Todo vuelve a vivir,
porque soy una raíz
que se queda en tu piel
como el suave aroma en la flor del piquillín,
del piquillín, del piquillín, del piquillín.
Leyenda del lamento del Crespín
El crespín es un ave pequeña de color pardo que abunda en el norte argentino, desde el Chaco hasta la cordillera, y cuyo nombre proviene de la onomatopeya que produce su canto.
Se cuenta que hace tiempo, vivía en un rancho de adobe un matrimonio que ganaba su pan trabajando la tierra, pero esto que apenas les alcanzaba para vivir. Él se llamaba Crespín y ella le decían “la Crespina”. Pese a su pobreza, se amaban mucho, pero ella tenía una gran afición por el baile, lo que en ya dura vida les trajo más de una discusión.
Un año especialmente duro, Crespín tuvo que trabajar la tierra día y noche, pero no resultaban suficientes sus esfuerzos. Tampoco dejaba que su mujer le ayudara en las tareas porque conservaba su orgullo de hombre. Tanto tuvo que trabajar Crespín que un día cayó enfermo. Tuvo fiebre y no hubo otra opción que conseguirle remedios. Para eso, “la Crespina” tuvo que ir hasta el pueblo. Y para allá marchó.
En el camino se encontró con que otros paisanos estaban festejando el fin de la cosecha con un gran baile, al que fue invitada la mujer. Dicen que dudo un instante, pero la tentación fue mucha para ella, y se adentró a la fiesta. Desde que llegó no paró de bailar y de tomar caña. Estaba feliz.
Al poco tiempo unos vecinos llegaron y le dijeron que su marido estaba cada vez más débil…
– Hay momentos pa’ preocuparse y momentos pa’ divertirse… ¡Este es tiempo pa’ bailar! -, contestó “la Crespina”.
La fiesta continuó y la mujer continuó bailando. Otros vecinos llegaron y le advirtieron que su marido estaba agonizando.
– Lo que ha de ser, ha de ser -, dijo, y continuó bailando.
Crespín murió esa noche. Sin más compañía que la soledad y la luz de las estrellas. Unos vecinos piadosos le dieron sepultura en las primeras horas del día.
La fiesta seguía y ya estaba amaneciendo cuando llegaron las noticias que Crespín había muerto.
– ¡Que siga la música, que pa’ llorar siempre hay tiempo! -.
La mujer volvió a su casa ya entrada la tarde. Recién cuando abrió la puerta se dio cuenta de que había dejado morir a su esposo por irse a bailar. Y una inmensa pena, mezcla de culpa y ausencia, le inundó el corazón.
Comenzó a llorar y a buscar a su marido, que sabía se había ido.
– Crespín… Crespííín -, murmuraba la mujer por el rancho. Y siguió caminando por el monte. “Crespín, Crespííín”. Su grito era un lamento que fue llenando de canto al aire y de locura a la mujer.
Desesperada le pidió a Dios ayuda para encontrar a su marido de nuevo. Y a causa de este deseo la transformó en un ave que grita y se lamenta buscando aquí y allá… “Crespín, Crespííín…”.
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