"Nunca olvides que sólo los peces muertos
nadan con la corriente."
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Malcolm Muggeridge
«El periodismo
católico no aporta razones
para nutrir a quienes necesitan razones»
Y cuando abrimos las páginas de «Nadando contra corriente» (Buenas
Letras), encontramos en el prólogo su confesión de que ese talante no
tiene sólo una razón doctrinaria, también temperamental.
-¿Se siente solo?
-A veces sí. No el ámbito más íntimo, donde estoy respaldado por mi familia
y por mis amigos. Tampoco en el sentido de experimentar momentos de desaliento o
la tentación de desistir, porque tienes una misión, una responsabilidad. ¡Aunque
hay ocasiones en las que una llamada de apoyo se habría agradecido!
-¿Por ejemplo?
-Hace muy pocas fechas, un programa de televisión de gran audiencia dedicó
más de diez minutos a insultarme salvajemente, en una auténtica incitación al
odio, que noto cada vez que piso la calle. No recibí una sola llamada de
solidaridad proveniente del ámbito periodístico y cultural. Eso sí impresiona
bastante. Ahí sí te sientes solo. Descubres que quienes se supone que te apoyan,
en realidad no te apoyan.
-¡No será el caso de los católicos de a pie! Están volcados con usted...
-Por supuesto, y sus ánimos me llegan constantemente. Aunque también la
hostilidad creciente de quienes odian lo católico, que se está azuzando en
progresión geométrica en los últimos meses.
-¿No tiene la sensación de que sus problemas con la cultura dominante comienzan cuando saca a colación la palabra «Verdad»?
-Es que el debate de las ideas se ha trasladado a un plano donde ya no se
acepta que propongas una alternativa desde las raíces, un mentís a la totalidad.
Es entonces cuando comienzas a convertirte en un apestado.
-Se insiste mucho en la libertad...
-Pero no es un problema de libertad. De libertad disfrutamos a tope, somos
libérrimos. Es un problema de «verdad», de reconstituir la naturaleza humana, de
transmitir lo que es bueno y lo que es malo.
- Y eso tiene un coste...
- Pero es el sentido de la presencia de la Iglesia en el mundo, que no se
entiende sin ese componente martirial.
-Al que dedica un capítulo de «Nadando contra corriente»...
-Sí, donde gloso la novela Alba triunfante, de Robert Hugh Benson. El
protagonista descubre, en medio de una restauración católica perfecta, que falta
algo. Y descubre que ese algo es consustancial a la fe: el sufrimiento.
-¡Un enfrentamiento implacable...!
-Cuando decides defender el pensamiento católico y encarnarlo en la
realidad de nuestro tiempo, sabes que vas a ser despreciado, escarnecido,
desprestigiado, calumniado. El modelo es Jesucristo. Y nuestra vida debe ser una
imitación de Cristo. No tanto cumplir una moral o unos preceptos, como imitar a
Jesús.
-Lo está experimentando Benedicto XVI en sus carnes...
-Sobrecoge esta campaña contra el Papa porque ves cómo el misterio de la
iniquidad anda suelto, y cómo las estrategias de difamación son minuciosamente
premeditadas. ¡Y quienes son más amorales son quienes promueven el
puritanismo!
-¿A qué se refiere?
-Obviamente, a la campaña por la pederastia. Los mismos que matan a los
niños en el vientre de sus madres, y, si nacen, los corrompen desde la infancia
y destruyen su inocencia, luego se disfrazan de puritanos. Primero crean el
caldo de cultivo de la corrupción más absoluta, y luego se rasgan las vestiduras
ante quien se ha contaminado de esa corrupción en grado mínimo. Es repugnante y
estremecedor.
-Y particularmente injusto con Benedicto XVI...
-Recordemos el último Via Crucis del papado de Juan Pablo II, cuando el
entonces cardenal Joseph Ratzinger lamentó en su prédica la suciedad que hay en
la Iglesia. Lo primero que anunció en cuanto fue elegido Papa, fueron nuevas
medidas de discernimiento de los sacerdotes y más cautelas en el escrutinio de
las vocaciones. ¡Y ahora se le presenta como protector y encubridor de la
pederastia!
-¿La Iglesia podría defenderse mejor de los ataques que sufre?
-Indudablemente. El gran drama de la Iglesia es que el pensamiento católico
y su capacidad para encarnarse brillan por su ausencia.
-¿A qué es debido?
-Es fruto del fracaso de la educación católica y a una indigencia
intelectual pavorosa. La universidad católica no cumple sus objetivos, el
periodismo católico debe replantearse a fondo... No se aportan razones para
nutrir a quienes necesitan razones, y cuya fe se debilita.
-Veo que comparte esa crítica con Vittorio Messori, quien pide más apologética y menos moralismo...
-Efectivamente. El problema del publicista católico es que ha aceptado
moverse entre unas premisas que no son las suyas. Y así es imposible actuar,
porque tienes que defenderte en un plano donde todo está establecido para que no
te puedas defender.
-¿No pasa algo así en la polémica sobre el laicismo?
-Sí. Cuando un periodista católico acepta la idea de que la religión es el
origen de la violencia entre los pueblos, y el Estado es el superador de la
violencia engendrada por la religión... entonces el Estado puede lanzarse a una
cruzada laicista y llegar hasta donde quiera, incluso a arrancar un crucifijo de
la pared de una escuela alegando que fomenta la violencia.
-¿Qué propone usted entonces?
-Hoy lo religioso se configura como un sector delimitado de la realidad que
no tiene que invadir el resto de esa realidad. Pero esto es falso, y hay que
denunciarlo así. La religión no es un reducto: invade, diría incluso que anega
nuestra percepción de la realidad.
-¿Qué traducciones prácticas tiene ese error?
-Si aceptamos que la religión es un mero reducto, entonces lo único que
podemos derramar sobre la realidad es moralismo... pero un moralismo vacuo. Y
entonces el católico se ve forzado a adherirse a ideologías: ahora a ideologías
de derechas, hace treinta años a ideologías de izquierdas...
-¿En qué afecta eso a los medios de comunicación católicos?
-En que nos limitamos a hacer una conexión con el Vaticano que dure un
minuto más que la haría un medio laico. Y, cuando surgen los problemas, como en
la campaña por la pederastia, todo se resuelve entrevistando a un obispo. Si me
permite la exageración, el buen periodismo católico no necesitaría entrevistar a
ningún obispo ni tener un corresponsal en el Vaticano.
-¿Tenemos que resignarnos al gueto en el que algunos quieren meternos... y en el que algunos quieren estar?
-A mí quienes me preocupan más son estos últimos. No hay por qué resignarse
a ser una minoría. Pero tampoco fingir que somos una mayoría, al mismo tiempo
que hacemos renuncias medulares en lo que somos. Yo sigo creyendo en la
fortaleza del poder civilizador del cristianismo. Un pensamiento católico
coherente y congruente no está llamado a ser cosa de minorías, en modo
alguno.
-Aunque el adversario se empeña en ello...
-Todo está diseñado para que la acción de la Fe se desarrolle en un ámbito
minoritario: los medios de comunicación, los paradigmas culturales, todo se
configura a partir del odio a lo que supone el orden cristiano. La Iglesia se
convierte entonces en el único enemigo a batir que queda. Porque la vocación del
cristianismo es de mayorías.
-¿Cómo reconquistarlas?
-El mayor error es seguir actuando como si el mundo fuese mayoritariamente
católico. A eso se llegará, pero no de forma inmediata, sino de forma mediata,
con la reconstrucción de nuestro propio tejido celular. Benedicto XVI lo tiene
claro, pero le ponen trabas por la inercia de querer llegar muy rápido y a todo
el mundo.
-¿Y eso no es posible, con las posibilidades tecnológicas actuales?
-Es imposible, porque el lenguaje católico ya no es inteligible para todo
el mundo. Hay que hablar menos para quien no puede o no quiere comprender, y más
para los propios. Y eso sí será efectivo. Porque en medio de esta descomposición
de la civilización occidental, lo que sigue destacando es la eterna novedad del
cristianismo.
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