EL Rincón de Yanka: octubre 2011

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lunes, 31 de octubre de 2011

EL SILENCIO (CANCIÓN) DEL ALMA




El silencio del Alma. 
Por Neale Donald Walsch, 

Recuerda, los silencios mantienen los secretos, 
por tanto, el sonido más dulce 
es el sonido del silencio.

Esa es la canción del alma, 
algunos escuchan el silencio en la oración, 
otros cantan la canción en su trabajo, 
algunos buscan los secretos 
en la contemplación tranquila.

Cuando se alcanza la maestría o se experimenta, 
los sonidos del mundo pueden apagarse, 
las distracciones aquietarse. 
Toda la vida se convierte en meditación.

Todo en la vida es una meditación, 
en la que contemplas lo Divino 
y experimentando de esta manera, 
todo en la vida está bendito. 
Ya no hay lucha ni dolor ni preocupación. 
Sólo hay experiencia.

Respira en cada flor, vuela con cada pájaro, 
encuentra belleza y sabiduría 
puesto que la sabiduría se encuentra 
en todos los sitios donde se forma la belleza. 
La belleza se forma en todas partes, 
no tienes que buscarla, sino que vendrá a ti.

Cuando actúas en este estado, 
conviertes todo lo que haces en una meditación 
y así, en un don, en un ofrecimiento de ti 
a tu alma y tu alma a El Todo.

Al lavar los platos, disfruta del calor del agua 
que acaricia tus manos, al preparar la cena, 
sientes el amor del universo que te trajo 
este alimento y como un regalo tuyo al preparar 
esta comida viertes todo el amor de tu ser.

Al respirar, respira largo y profundo, 
respira lenta y suavemente, 
respira la suave y dulce nadería de la vida, 
tan plena de energía, tan plena de amor. 
Es amor de Dios lo que estas respirando.

…Respira profundamente y podrás sentirlo. 
Respira muy, muy profundamente 
y el amor te hará llorar… de alegría. 
Porque conociste a tu Dios 
y tu Dios te presentó con tu alma.

Utiliza tu vida como una meditación 
y todos los eventos en ésta. 
Camina en la vigilia, no dormido.

Muévete con perfección, no sin ella 
y no te detengas en la duda ni el temor, 
tampoco en la culpa ni en la autorrecriminación, 
reside en el esplendor permanente 
con la seguridad de que eres muy amado.

Siempre eres Uno con Dios. 
Siempre eres bienvenido a casa. 
Porque tu hogar es Mi corazón y Mío es el tuyo.

Somos todo lo que es, todo lo que fue 
y todo lo que será
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sábado, 29 de octubre de 2011

UNA IGLESIA, UNA JERARQUÍA, UNA CONFERENCIA EPISCOPAL, UN APOSTOLADO, DIACONAL Y SERVIDORA



Evangelio según San Mateo 23,1-12.

"Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés;
ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen.
Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos;
les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas,
ser saludados en las plazas y oírse llamar 'mi maestro' por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar 'maestro', porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos.
A nadie en el mundo llamen 'padre', porque no tienen sino uno, el Padre celestial.
No se dejen llamar tampoco 'doctores', porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".


Una Iglesia diaconal

La Iglesia tiene una característica “diaconal”. Sabe que su misión es servir al pueblo de Dios y al mundo.
Esta misión no es exclusiva del Papa, de los obispos, sacerdotes, religiosos o seglares comprometidos, sino de todos los bautizados que, en razón de su Bautismo, comparten la misión de su Señor y Maestro.
Esto requiere aprender a servir, estar atentos a las necesidades de los demás, dar siempre el primer paso para ir a su encuentro, asumir compromisos generosos, ser apóstoles.
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Los cristianos están llamados a ayudar a los hombres a superar la desilusión y la apatía, a gozar de las realidades hermosas de la vida, a activar la capacidad de soñar un futuro a medida de hombre, a inventar nuevas relaciones entre personas y entre Estados, a respetar la naturaleza, a poner fin para siempre a la guerra.
Tal vez también entre los creyentes se viva el escepticismo de quien no cree que un mundo alternativo al actual sea posible.
La Iglesia no puede desilusionar las esperanzas y las aspiraciones legítimas, especialmente las más profundas, de las poblaciones acomodadas o empobrecidas, famélicas o saciadas, del Occidente o del Oriente, del Norte o del Sur.
Una Iglesia diaconal es solidaria con los más pobres, con los que no tienen ningún otro defensor que se preocupe de su causa, sino Dios.
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Cuando la esperanza anima la vida de quien es pobre, Dios y el hombre ya se han encontrado, porque sólo con la ayuda de Dios el pobre puede esperar donde no hay futuro.
La esperanza de los pobres es ya fe que está presente y viva.
De esto también los profetas de hoy son conscientes.
Su misión es reconocer la fe de los pobres y testimoniar el evangelio de la absoluta solidaridad de Dios con ellos.

"De los números 365 a 370 los Obispos nos insisten con fuerza en la necesidad en una Conversión Pastoral, pero como dice el N° 367, primero es urgente una renovación eclesial, y más que renovación, es urgente una verdadera Conversión Eclesial al Evangelio. Todos somos conscientes de que las relaciones en el seno de nuestras Comunidades no es evangélica, pero de eso no hablamos; hay que cambiar lo de fuera, lo de adentro vivimos tapándolo no nos animamos a enfrentarlo; no “agarramos al toro por las astas”, no le “ponemos el cascabel al gato”; no queremos problemas:
“Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (Aparecida 12)

LAS MODAS PASAN DE MODA; EL ESTILO, NUNCA...


YO SOY EL QUE SOY,  
Y NO SOY LO QUE TENGO O PRESUMO



LAS MODAS pasan de moda, El estilo, nunca...


Jacinto tenía un viejo teléfono móvil. Como el celular le daba el servicio necesario, no le preocupaba que estuviera pasado de moda. Sin embargo, sus colegas lo molestaban y se burlaban cuando extraía su "pisapapeles" del maletín. Llegó a sentirse tan avergonzado que hace poco lo cambió por un Iphone4.

Dice así el Dr. Alejandro Morton: la crisis en el mundo se debe, entre otras cosas, a la inseguridad que las personas tienen sobre ellas mismas; su continua necesidad de comprar jamás será satisfecha porque esperan que la satisfacción personal venga de lo comprado, y jamás será así.

A nivel social, no nos hemos dado cuenta de que ese impulso descontrolado por comprar es, en el fondo, la causa profunda de la crisis económica que ha cundido ya por todo el mundo, alimentada por un sistema financiero insaciable que facilitó recursos para que compraran quienes no tenían con qué".

Pocas cosas hay más estresantes que tratar de mantenerse a la moda en ropa, calzado, accesorios, tecnología, viajes, comidas, restaurantes, casas, muebles, autos y todo lo añadible. Quien tiene dinero en exceso puede comprar, usar y desechar, pero quienes vivimos sujetos a un presupuesto debemos cuidar qué compramos y entender por qué y para qué lo compramos.

En efecto, la presión social existe, pero debemos preguntarnos cuánto nos presiona y cuánto nos dejamos presionar.
¿Cuál es el problema de que se rían de nuestro viejo teléfono móvil? La risa es buena y si no les gusta el móvil, pueden bromear a costa de él y criticar el aparato, a su dueño o a ambos. El problema es de ellos, no del dueño del teléfono móvil, a menos que éste lo acepte.

Desafortunadamente, hoy día uno se refiere a las personas por sus posesiones: "Es el chico del descapotable rojo" o "La señora que usa ropa de marca y tiene una casa enorme" o "Es el director que siempre va a la moda". Es decir, su personalidad no emana de lo imprescindible, sino de lo prescindible. Lo primero no se compra en ningún lado; lo segundo en cualquiera, si se tiene los medios para hacerlo.

Un amigo muy cercano es multimillonario, pero nosotros lo averiguamos por accidente tras años de conocerlo. Es sencillo, generoso, adaptable a todo y disfruta lo disfrutable. Jamás presume y nunca hace alarde de nada porque tiene muy claro qué cosas son importantes en su vida. Las trampas de la presión social siempre han estado ahí. Caen en ellas quienes no se conocen a sí mismos y tienen una escala de valores centrada en lo social y en su desarrollo han tenido carencias afectivas.

El vacío personal no lo llena ni los armarios repletos, ni los automóviles lujosos, ni las joyas exclusivas, ni los accesorios de lujo.
La satisfacción de los consumidores insaciables no viene de poseer las cosas, sino de presumirlas ante los demás.

¿Tiene usted un teléfono móvil del que sus "amigos" se ríen cuando lo usa? Ríase con ellos y úselo hasta que guste. ¿Le duelen las burlas? Entonces cambie de amigos, no de teléfono móvil...

Desconozco autoría






VER: OBSOLESCENCIA, USAR Y TIRAR:

DECÁLOGO DE ÉTICA UNIVERSAL






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Decálogo de ética universal
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1. ÉTICA DE LA LIBERACIÓN
En un mundo dominado por múltiples opresiones, imperativo moral: ¡Libera al pobre, al oprimido!

2. ÉTICA DE LA JUSTICIA
En un mundo estructuralmente injusto, imperativo moral: ¡Actúa con justicia en las relaciones con tus semejantes y trabaja en la construcción de un orden internacional justo!

3. ÉTICA DE LA GRATUIDAD
En un mundo donde impera el cálculo, el interés, el beneficio, el negocio, imperativo moral:
¡Sé generoso! Gran parte de lo que tienes lo has recibido gratis. !No hagas negocio con lo
gratuito!

4. ÉTICA DE LA COMPASIÓN
En un mundo en el que impera el principio de la insensibilidad hacia el sufrimiento humano y medioambiental, imperativo moral: ¡Sé compasivo! ¡Ten entrañas de misericordia con los que sufren!
¡Colabora a aliviar su sufrimiento!

5. ÉTICA DE LA ALTERIDAD, DE LA ACOGIDA
En un mundo donde se es poco hospitalario con los extranjeros, los refugiados y los sin
papeles, imperativo moral: ¡Reconoce, respeta y acoge al otro como otro, como diferente! La diferencia te enriquece.

6. ÉTICA DE LA COSMÓPOLIS
En un mundo donde impera la endogamia, imperativo moral: ¡Sé ciudadano del mundo! ¡Trabaja por un mundo donde quepamos todos y todas!

7. ÉTICA DE LA FRATERNIDAD DE GÉNERO
En un mundo patriarcal, donde predomina el machismo, imperativo moral: ¡Colabora en la no discriminación de igualdades entre hombres y mujeres!

8. ÉTICA DE LA PAZ
En un mundo de violencia estructural causada por la injusticia del sistema, imperativo moral:
¡Si quieres la paz, trabaja por la paz y la justicia a través de la no-violencia activa!

9. ÉTICA DE LA VIDA
En un mundo donde la vida de los seres humanos, de los animales y de la naturaleza está amenazada constantemente debido al egoísmo degenerado de ciertas personas, imperativo moral:
¡Defiende la vida en general!. ¡Vive y ayuda a vivir!

10. ÉTICA DE LA SOLIDARIDAD
En un mundo donde se compagina fácilmente la adoración a la divinidad y al oro del becerro, imperativo moral: ¡Comparte los bienes! Tu acumulación genera el empobrecimiento de quienes viven a tu alrededor.

Hans Küng y Fej Delvahe


viernes, 28 de octubre de 2011

EL FORMALISMO CONDENADO POR JESÚS









EL FORMAMALISMO CONDENADO
POR JESUS
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En la época de Jesús los doctores de la Ley, los escribas, fariseos y sacerdotes vivían muy aferrados a los formalismos, de tal forma que estos, les impedían comprender las cosas de Dios.
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¿Puede pasarnos esto hoy?
El formalismo que no los dejó discernir
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En la época de Jesús los doctores de la Ley, los escribas, fariseos y sacerdotes vivían muy aferrados a los formalismos, de tal forma que estos, les impedían comprender las cosas de Dios. Muchos judíos no supieron entender los signos de los tiempos, no lo interpretaron al Señor, lo criticaron, lo persiguieron y al fin lo crucificaron.
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Características de estos personajes
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Los cuatro evangelios describen muy bien a estos personajes. Parece que les gustaba pasear vestidos elegantemente, figurar y ser saludados por todos, ocupar los primeros lugares en el templo y en los banquetes.
Ellos eran los dueños de la doctrina de Moisés, enseñaban la ley pero no la cumplían y todo lo hacían para aparentar ante los hombres. A los demás cerraban el paso al verdadero conocimiento de Dios, apareciendo como hombres religiosos pero, en su interior estaban llenos de hipocresía y de maldad. Mataban - o ninguneaban o menospreciaban- a los profetas, a los sabios y a los maestros y, por si esto fuera poco, juzgaban guiándose por las apariencias.
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Jesús hacia la voluntad del Padre
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Ellos eran los que se escandalizaban por las cosas que decía y hacia Jesús. Cuando sanaba los sábados; cuando perdonaba los pecados; cuando se reunía con los pecadores; cuando les permitía a sus discípulos que no se lavaran las maños, comiendo con las manos impuras; y era acusado de no respetar la tradición de los ancianos; era criticado cuando aseguraba que ninguna cosa externa hace impuro al hombre, afirmando que lo que mancha es lo que sale del corazón.
Jesús nada hizo por cuenta suya, cumplió a la perfección con el Plan de salvación del Padre. Todos sus actos y dichos y revelaciones se ajustaron al mismo. Como consecuencia, todo aquel que se le opuso, conciente o inconscientemente, se estaba oponiendo a la voluntad de Dios.
Es que Jesús vino para hacer conocer el Plan de salvación del padre y, por supuesto, ningún formalismo humano podía ser tenido en cuenta.
Como seria de informal su accionar que, pese a que todo estaba anunciado por los profetas, ni siquiera sus propios discípulos lo comprendieron, hasta después de Pentecostés, cuando el Espíritu, les hizo entender todo.
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El formalismo frustrante
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¿Cuántos de nosotros, convencidos de interpretar las cosas de Dios, de haber estudiado muchas cosas de El, de confiar en nuestros pobres razonamientos humanos, no nos estará sucediendo, lo mismo?
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Es que, si no hemos vivido una fuerte experiencia con Jesús resucitado; si sabemos de ÉL pero no lo conocemos; si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo. …. al no estar revestidos del “poder que viene de lo alto”, no somos testigos con poder, no logramos convertir a nadie, los templos se mantienen vació y los católicos siguen viviendo como paganos. Estos resultados además de frustrarnos, nos van endureciendo y nos hacen escépticos. Estos estados de ánimo, hacen que nos aferremos, más y más a los formalismos, como se aferra alguien que se está ahogando a todo lo que ve flotando, sin evaluar si eso es bueno o es lo que, al confiar por necesidad, nos conduce más rápidamente al fondo.
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Si nos analizamos, quizás, nos demos cuenta que, sin buscarlo, estamos cumpliendo el mismo papel, dentro de la Iglesia, que tuvieron estos típicos personajes descriptos tan bien por los evangelios.
¿Por qué muchas veces dudamos de las promesas hechas por el Señor y ni siquiera tomamos en cuenta los frutos, aunque sean evidentemente buenos? Estas indecisiones nos llevan, a actuar como los fariseos: no interpretamos lo que esta sucediendo y, entonces, criticamos y hasta llegamos a perseguir, incapaces de discernir, si lo que vemos es o no es de Dios. Sin darnos cuenta que estamos obrando igual que aquellos judíos y, lo que es peor sin ningún atenuante, pues ahora si se comunica el Espíritu, porque Jesús esta en su gloria.
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Lo más catastrófico, es que al no discernir si la obra es de los hombres, que de serlo tarde o temprano se destruirá sola, o es del Señor, que nos impide destruirla, puede ser que estemos sin desearlo, luchando contra Dios.

Lo más grave, porque no tiene solución, es negar una obra del Espíritu Santo. Esta negación es una blasfemia, una verdadera calumnia que según nos ha revelado Jesús, es el pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el otro.
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Hombres de fe sin formalismos
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…Debemos tener siempre presente, que hay que ser más perfectos que los maestros de la ley y los fariseos, sino no entraremos en el Reino de los Cielos (Mt 5, 20). Para no ser como ellos, el primer paso, es abrirnos al Espíritu para que la fe crezca y comenzar a creerle todo.
Toda celebración eclesiástica tiene que ser pensada para la evangelización con sensillez evangélica y diaconal -servicial-.  No puede ser pomposa ni medieval. (Las ceremonias deben ser de anuncio evangelizador. Es lo que tiene que ser destacable y proclamativo).
Jesús no nos quiere tibios ni superficiales ni frívolos. El quiere arrancar de nosotros las frustraciones y los privilegios honoríficos  y que dejemos de ser formalistas incrédulos y soberbios. El quiere transformarnos en hombres de fe sin envolturas complicadas.



Resumen. Fuente: Revista Resurrección – Mayo 1995


 

SÓLO REPITEN LO QUE HAN OÍDO O LEÍDO,
PERO NO TIENEN  EXPERIENCIA DE LA VIDA NUEVA:


jueves, 27 de octubre de 2011

25 FRASES DE LA "PORTA FIDEI" DE BENITO XVI ANUNCIANDO EL AÑO DE LA FE 2112-2013


Carta apostólica en forma de Motu proprio Porta fidei del Sumo Pontífice Benedicto XVI con la que se convoca el Año de la fe.

1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida

La necesidad de la fe ayer, hoy y siempre

2.- Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

3.- Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.

3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14).

4.- Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6, 51). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Vigencia y valor del Concilio Vaticano II

5- Las enseñanzas del Concilio Vaticano II, según las palabras del beato Juan Pablo II, * «no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

La renovación de la Iglesia es cuestión de fe

6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó.

7.- En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida.

La fe crece creyendo

8. «Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe.

9.- La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecundo: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afirma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo».

Profesar, celebrar y testimoniar la fe públicamente

10.- Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.

11.- El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree.

12.- No podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre.

La utilidad del Catecismo de la Iglesia Católica

13. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio precioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II.

14.- Precisamente en este horizonte, el Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

15.- En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

16. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural.

17.- Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropiada, ayudándoles a creer y evangelizar.

18.- La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.

Recorrer y reactualizar la historia de la fe

19. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.

20.- Durante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2): en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él, muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejemplos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de salvación.

No hay fe sin caridad, no hay caridad sin fe

21.-. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18).
22.- La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo.

Lo que el mundo necesita son testigos de la fe

23.- Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin.

24.- «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero.

25.- Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 P 1, 6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf.Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12, 10). Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomendamos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11, 20), y la Iglesia, comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.

Ecclesia Digital
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* El Papa pide a los laicos releer y vivir el Concilio
VATICANO 24 Nov. 02 (ACI).- Noticias 24-11-2002




 Al recibir el sábado pasado a los participantes de la vigésima Asamblea plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos, que preside el Cardenal James Francis Stafford, el Papa Juan Pablo II invitó a los laicos a “volver a tomar” el Concilio Vaticano II para ponerlo en práctica.

El Pontífice recordó que la Asamblea del dicasterio tenía lugar durante el 40º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, “el más grande evento eclesial de nuestro tiempo, que ha hecho confluir en la Iglesia una vasta corriente de promoción del laicado”; razón por la cual “he invitado a todos los bautizados hoy a releer y a vivir el Concilio, a volver a tomar los documentos del Concilio Vaticano II para redescubrir la riqueza de estímulos doctrinales y pastorales”.

El Santo Padre explicó que retornar al Concilio significa “colaborar con la continuación de su actuación según las orientaciones trazadas en la Exhortación apostólica Christifideles laici y en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte”.
“Existe hoy necesidad de los fieles laicos, conscientes de su propia vocación evangélica y de la responsabilidad que deriva del ser discípulos de Cristo”, agregó.
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“A juicio del Santo Padre Benedicto XVI, la aplicación del Concilio Vaticano II «exige un cambio de mentalidad que afecta particularmente a los laicos, pasando de ser considerados colaboradores del clero a reconocerles realmente como corresponsables del ser y el actuar de la Iglesia, favoreciendo la consolidación de un laicado maduro y comprometido»”.
Verdaderamente los laicos comprometidos en comunión eclesial pedimos desde hace mucho tiempo, un genuino y verdadero y  cambio de mentalidad al propio clero y al modelo eclesiológico todavía establecido y fomentado. Pedimos un cambio en la estructura y funcionamiento eclesial. No existe estructura eclesial sino ECLESIÁSTICA.

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RENOVACIÓN ECLESIAL ACTUALIZADA Y VERDADERA

Tienen que renovarse las estructuras eclesiales. Mejor dicho, tienen que dejar de ser estructuras eclesiásticas o clericales para irse transformando verdaderamente en estructuras eclesiales de comunión y de coparticipación eclesial.
Hay una gran falta de inter-conexión y de coordinación estructural eclesial. Me explico:

A pesar de que hay una gran y buena Estructura de organización Eclesiástica: parroquias (comunidad de comunidades), ARCIPRESTAZGOS, VICARÍAS, DIÓCESIS, PROVINCIA… ETC. Ahí está el problema sustancial, es un problema de sustantivos: Ya no puede ser únicamente una organización eclesiástica, sino, que debe ser auténticamente y genuinamente “ECLESIAL”, EN TODO EL SIGNIFCADO ACTUAL QUE TIENE EL NOMBRE “ECLESIAL”, DENTRO DE UNA ESPIRITUALIDAD Y FUNCIONALIDAD DE COMUNIÓN. AHÍ ESTÁN LOS DOCUMENTOS DEL CONCILIO VATICANO II Y LAS CARTAS PASTORALES EPISCOPALES.
Es la misma dis-función estructural y funcional eclesial la que delimita y desintoniza la comunicación diocesana y al mismo tiempo la transmisión del evangelio.

Además de la estructura eclesiástica de mayor responsabilidad y de mayor dirección para subordinar y coordinar las respectivas estructuras laicales o ministeriales dentro del consejo parroquial.

En cada parroquia, arciprestazgo, vicaría; tienen que haber una coordinación eclesiástica y una coordinación (o diaconía) laical o ministerial. Es decir un coordinador de laicos en general compuesto por un coordinador de catequistas, un coordinador del ministerio de música, así como lo hay de cáritas o de asociaciones o cofradías, etc… Todo tiene que ser desde la misma base o parroquia, pasando por los arciprestazgos, las vicarías y las diócesis en coordinación totalmente eclesial.

Es una cuestión de cambio de mentalidad, de cambio de sistema, de cambio de lenguaje. Cada vez más, los laicos notamos la gran irrealidad de concordancia eclesial que hay en nuestra Iglesia
Lo de la corresponsabilidad está muy claro a nivel doctrinal, pero a la hora de la verdad es difícil hacer un ejercicio práctico de ella.

Y porque lo que es nuevo pide novedad, que no es lo mismo que “novedosidad”.
Porque los problemas actuales necesitan soluciones actuales.
“El vino nuevo necesita odres nuevos”.
Para poder discernir los “nuevos” signos de los “nuevos” tiempos en el mundo y dentro de la misma Iglesia.

La “nueva” pastoral requiere per se un “nuevo o renovado” sistema estructural eclesial. Más bien,  un nuevo "pescadoral".

Nuevas estrategias, nuevos planteamientos, nuevos métodos…
Como dice La Palabra:

“Cuando se reúnen, cada un@ puede participar con un carisma. Pero que todo sirva para edificar”.
…para que todos aprendan y todos sean animados.
…no impidan que se hable…
Pero que todo se haga decente y ordenado”. 1Cor 14,1

Se nos habla de participación con sentido común. Para el bien común no para el propio…con sentido cooperativo, constructivo y edificativo. Tenemos que pensar, sentir y actuar diocesanamente, eclesialmente como pueblo de Dios. Como dice una moderna máxima “Piensa y actúa localmente y mundialmente”. Tenemos que ir cambiando de mentalidad e ir actualizándonos:
Necesitamos espacios no para los monólogos. Sino, para los diálogos compartidos y co-participativos de sugerencias y puntos de vista de la plena y total comunidad.

Como nos recuerda La Palabra:
“Así, pues Cristo es quien dio los ministerios para la construcción del Cuerpo de Cristo.
La meta es que todos juntos nos encontremos unidos en la misma fe y en el mismo conocimiento del Hijo de Dios”… Ef 4, 11-14

“Él (Cristo, la cabeza) da organización y cohesión al Cuerpo entero, por medio de una red de articulaciones, que son los miembros, cada uno con su actividad propia, para que el Cuerpo crezca y se construya a sí mismo en el amor”.  Ef 4, 15-16

“Tú que duermes, despiértate,…
No anden como tontos, sino como responsables. Sino que aprendan cuál es la voluntad del Señor. Más bien llénense del Espíritu Santo, y sométanse unos a otros por consideración a Cristo”. Ef 5, 14-15

Carta Apostólica Porta Fide... by enrique2510



El Sermon que todo Catolico tiene que oír de Monseñor Wilfredo Peña

VER+:


miércoles, 26 de octubre de 2011

TÚ ERES EL COPROTAGONISTA DE LA BIBLIA. ESTÁ ESCRITA PARA TI


"NO INTERPRETAMOS LA BIBLIA,
ES ELLA LA QUE NOS INTERPRETA.
SOMOS LOS PERSONAJES PRINCIPALES DE SU OBRA"

La Sagrada Escritura debe ser leída
y proclamada como fue escrita:
bajo la inspiración del Espíritu Santo





VER:







MUSEO VIAL RELIGIOSO DEL ESTADO YARACUY VENEZUELA


FOTO SACADA DESDE EL CARRO O COCHE


Mientras maneja disfrute
del Museo Vial Religioso

 

Los que han visitado últimamente Barquisimeto o Yaracuy (Venezuela)  y han tomado la autopista Rafael Caldera para realizar este viaje han disfrutado entonces del Museo Vial religioso instalado en esta pujante carretera. Catorce esculturas de seis metros cada una sobre un pedestal de dos metros se ubican en cada una de las entradas de los catorce municipios que conforman el hermoso y misterioso estado Yaracuy, ubicado en la región centro occidental del país.

Si aún no ha pasado por esta autopista porque usted es de los que prefieren irse a Barquisimeto por la carretera de Nirgua, entonces le explico como hacerlo.
Si sale de Maracay, tome la autopista hacia Valencia y en el último peaje Caracas-Valencia tome la vía Yagua-Puerto Cabello, al pasar el Palito por supuesto, donde debe comerse unas ricas empanadas (tomando mucha previsión debido al hampa reinante en el lugar) siga hacia Tucacas (Morón) y al pasar la Refinería El Palito tome la salida que dice Morón-San Felipe, al llegar a Morón siga por la carretera vía San Felipe y al pasar el peaje de Yaracuy tome la autopista Rafael Caldera y disfrute del paseo hasta su lugar escogido que pueden ser muchos porque por esta largar vía se llega a varios lugares, los municipios del estado Yaracuy, que ni hablar de sus bellezas y hasta Barquisimeto otro lugar cargado de mucho turismo.
A lo largo del museo vial verá las esculturas de San Miguel Arcángel, La Santísima Trinidad, el Arcángel Rafael, La Virgen de Coromoto, La Virgen del Rosario, Nuestra señora de las Mercedes, San José, entre otros realizados por los artistas venezolanos Wilker Ríos, Mireya Camacho, Felipe Guevara, Luis Díaz, etc.

Según el encargado de haberle dado vida a este proyecto, Abelardo Oropeza la idea de este museo es “vincular la religiosidad y la cultura con el paisajismo”. Es el tercer intento que conozco de ejecutar un museo de esta naturaleza con todas las implicaciones que esto implica, sobre todo para el difícil mantenimiento de las obras que deben permanecer a la intemperie. El primer museo se instaló en el año 1982 en el sudeste de Venezuela en los 120 kilómetros de carretera del Tigre y Soledad a orillas del río Orinoco y el segundo se ubicó en la carretera binacional entre Cúcuta y San Antonio del Táchira llamado “Museo para la Paz” con obras (vallas) de artistas colombianos y venezolanos como una manera de estrechar lazos con ese hermano país a través del arte, pero también la desidia acabó con el trabajo creativo.

Es decir que también juega un papel importante nuestra responsabilidad y amor por las cosas, que importante es colaborar con estos proyectos no dañando de ninguna manera estas esculturas, son para nuestro disfrute y el de muchos que recorren a diario nuestras autopistas.
En Yaracuy existen importantes expresiones históricas y folklóricas para nuestro enriquecimiento como los ritos a María Lionza en el Sorte, por donde iremos también en una próxima oportunidad. Pero si va a Yaracuy visite igualmente el Museo Arqueológico, el parque museo San Felipe, el Cerro María Lionza, la cascada el Playón, el parque Yurubí, todos, motivos inigualables de orgullo para decir que ¡Venezuela es lo mejor!. Hasta el próximo domingo.






LA IGLESIA QUE QUISO EL CONCILIO VATICANO II / Vivir el Concilio de cara al Tercer Milenio / MENSAJE DEL CONCILIO A TODA LA HUMANIDAD



Del libro "LA IGLESIA QUE QUISO EL CONCILIO"
de Jose María Castillo, sj
Doctor en teología por la U. Gregoriana de Roma





Acabo de leer el libro "La Iglesia que quiso el Concilio Vaticano" del teólogo José Mª Castillo y no me he podido resistir a la tentación de escanear algunos trozos que me han resultado interesantes para releerlos y tratar de asimilarlos mejor. Los pongo a tu consideración por si también a ti te resultan de interés. Son citas sacadas del contexto, por lo que algunas quizás no reflejen todo lo que ha querido decir el autor del libro. Me temo que no sean quizás las más significativas. De todas formas lo mejor es que compres el libro y lo leas. No tiene desperdicio. Está publicado en PPC.

Una realidad

El Concilio Vaticano II,. se sigue citando en documentos eclesiásticos, en libros de teología, en determinadas charlas o conferencias, en alguna que otra homilía... pero el que se cite un texto del Concilio o se haga alguna alusión a él no significa que el Concilio esté presente y actuante hoy en la Iglesia como tendría que estar. Aquella explosión de entusiasmo, de libertad, de esperanza e ilusiones que desencadenó este acontecimiento, el más importante desde el punto de vista eclesiástico que ha acontecido en todo el siglo XX, en buena medida ha quedado para unos desconocido, para otros incomprendido y, para una mayoría, algo que pertenece al recuerdo, porque la Iglesia sigue siendo sustancialmente lo que era antes del Concilio. Han cambiado algunas cosas ... pero hay cuestiones muy vitales en las que tenemos no la sospecha sino la convicción de que estamos peor que antes del Concilio

Sobre el poder

Cualquier persona que, por una parte lee desapasionadamente los evangelios y por otra, ve como está organizada y la forma como se ejerce el poder en la Iglesia, enseguida advierte una distancia y, en determinadas cosas, una contradicción que resulta alarmante.

La institución eclesiástica, tal como de hecho está organizada y tal como se comporta , es uno de los impedimentos más serios con que tropieza la gente (sobre todo la mayor de los jóvenes) cuando se trata de buscar y encontrar sentido último de la vida y, en definitiva, al Dios de vida

El Concilio introdujo cambios profundos en cuestiones muy determinantes de la teología de la Iglesia, pero dejo prácticamente intacta la organización eclesiástica y la forma cómo ésta puede ejercer el poder que tiene. Y, nos guste o no, la Iglesia a partir del Concilio ha estado y sigue estando obsesionada con el problema de su propio poder y de su propio prestigio. Y es, en como se visualiza ese poder y ese prestigio, donde pone la clave del éxito o fracaso del Evangelio en el mundo. Más que místicos y profetas lo que le interesa es organizar acontecimientos donde se haga ver su grandeza y su prestigio y sobre todo tener teólogos, obispos, sacerdotes y cristianos sumisos .

La razón de ser del papado en la Iglesia es mantener la unidad en la fe y en la comunión. Unidad y comunión de toda la multitud de creyentes. Pero esa unidad y comunión no se puede conseguir dando decretos, imponiendo normas, prohibiendo cosas y fijando sus poderes para obligar a sus súbditos a someterse a la fe y a la comunión. Por este camino se podrá conseguir un alto nivel de sometimiento externo e incluso de notable uniformidad en ciertos comportamientos más o menos externos, pero no se podrá conseguir una unión en la fe y menos todavía la comunión de vida, porque eso es algo que no brota de lo jurídico sino que son acontecimientos y experiencias de carácter estrictamente teológico. Si algo está claro en el gran relato de los evangelios es que Jesús "puso el comienzo de la Iglesia" predicando la Buena Noticia, es decir el Reino de Dios, pero no dando decretos ni imponiendo normas y prohibiciones

Un hombre que se constituye en punto de encuentro y de coincidencia de gentes, mentalidades y tradiciones tan diversas y, a veces contrapuestas, como se dan en el mundo entero, que se propone ir por la vida con la pretensión de ser el centro en el que coincidan todos, de manera que, quienes no coincidan, deben considerarse así mismos malas personas, es pretender algo imposible en nuestra cultura de la postmodernidad. Tal figura producirá necesariamente la atracción de unos, el rechazo de otros y la indiferencia de los más.

Precisamente cuando en nuestros días observamos como la figura del Papa ha alcanzado el culmen de la popularidad, de la estima en grandes sectores de la opinión pública y, sobre todo, cuando el control que ejerce el Papa sobre la Iglesia, a través de la Curia Romana, es más fuerte que en los pontificados anteriores, cuando se ha conseguido la mayor uniformidad de todos los cristianos... es cuando la fe se ve más cuestionada que nunca, la Iglesia pierde credibilidad, el pensamiento teológico es cada vez más marginal en la cultura dominante, la unión de los cristianos no se consigue, y las crisis en el interior de la misma Iglesia se acentúan, como es el caso de las vocaciones sacerdotales y religiosas, el abandono creciente de católicos que dejan la iglesia, la impopularidad de la institución entre las generaciones jóvenes, la pérdida de los valores éticos en la sociedad y un largo etcétera de cosas demasiado tristes que están sucediendo, sin que se advierta una preocupación sería por buscar remedios eficaces a tal situación.

Cuando el Código de Derecho Canónico vigente afirma que el Papa (y en su nombre la Curia Romana) tiene una potestad "plena, (legislativa, judicial y punitiva) inmediata y universal" que además "puede ejercer siempre libremente" ante la que "no cabe apelación ni recurso alguno" cuyas decisiones "no pueden ser juzgadas por nadie", sin que "haya autoridad alguna a la que tenga que someterse, ni ante la cual tenga que dar cuenta" y ante la cual si "alguien recurre debe ser castigado con una sensura o un entredícho o una suspensión a divinis"... hace que en la Iglesia todos sin excepción tengan que ir por donde va el Papa y que nadie tenga en ella derechos adquiridos, derechos que pueda defender eficazmente... Es demencial el que la Iglesia se haya organizado de tal forma que la Buena Noticia de Jesús esté totalmente condicionada para todos los cristianos del mundo por la mentalidad, las preferencias y hasta la salud de un solo hombre. Es una situación insostenible y que mina de raíz cualquier intento de renovación

Una Iglesia de iguales

El Concilio al poner el capítulo del «pueblo de Dios» antes que los capítulos dedicados a la jerarquía, a los religiosos y a los laicos, quiso afirmar con fuerza que lo más básico en la Iglesia es la igualdad radical de todos los bautizados. Los tres sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía, tienen tanta densidad teológica y llevan consigo tales exigencias, que todo lo demás en la Iglesia se queda en un plano enteramente secundario. Mientras esto no esté totalmente asimilado por todos los cristianos, la Iglesia andará desdibujada y su ser mismo se verá dañado en algo que es esencial.

El Concilio quiso una Iglesia que se entiende, antes que ninguna otra cosa, a partir de la igualdad fundamental de todos los cristianos y no desde la consideración de superioridad de quienes ostentan el poder.

El Concilio quiso una Iglesia en la que todos nos sintamos Iglesia, nos sintamos iguales, nos sintamos responsables de lo que pasa en la Iglesia y todos nos sintamos con la obligación de hacer lo que esté de nuestra parte para mejorar esa Iglesia, porque todos podemos participar y de hecho participamos en lo que se piensa , se dice y se decide. El Concilio quiso una Iglesia que todos por igual sienten y viven como propio, como algo que les concierne vivamente y en lo que se sienten comprometidos.

Lo primero en la Iglesia es el Pueblo, las comunidades de creyente, y dentro de esas comunidades de creyentes , hay que replantearse el papel y los poderes que tiene la jerarquía. Una Iglesia en la que el clero acapara y monopoliza el poder de pensar, de decir y de decidir es la Iglesia que expresamente rechazó el Concilio.

Esta eclesiología, fundada no en la comunión de personas sino el sometimiento a unas leyes y consecuentemente a las personas que ostenta el poder de forma plena y absoluta, que expresamente rechazó el Concilio, y que ha sido la que posteriormente se ha impuesto, son los dos hechos que han hecho abortar de raíz el Concilio.

Son muchos los que tienen el convencimiento de que la salvación depende del sometimiento y de la obediencia debida al poder espiritual de la jerarquía y a lo por ella establecido No es eso lo que quiso el Concilio porque Jesús no asoció en ningún momento la salvación al sometimiento a nadie, ni al cumplimiento de ritos y preceptos. La asoció al amor, a la misericordia, al perdón, a la bondad, a la solidaridad con los que sufren, pero nunca al cumplimiento de unas normas, a la práctica de unos ritos y mucho menos al sometimiento de unas personas sobre otras.

Hoy no es raro encontrar jóvenes clérigos que les gusta volver a la dignidad, distinción y rango que es propio de hombres sagrados y consagrados. Que les gusta vestirse de manera distinta a como se viste el común de los mortales (Mc 12,38) a ser venerados en público (Lc 20,46) a ponerse en los primero puestos (Mc 12.39) a ser tratados como personas respetable (Mt 23-7) a dejarse llevar de interese económicos (lc.16.14) a cargar con faldos pesados las espaldas de lo demás ( Mt.23-4)

La Iglesia un pueblo de creyentes

Según el Concilio la Iglesia es un Pueblo formado por creyentes que se caracterizan por tres cosas: ser libres, querer a los demás y tener como fin en la vida el trabajo por el Reino de Dios. Son las características diferenciales de la autenticidad de la Iglesia. Hay Iglesia en la comunidad en que se dan hombre y mujeres con estas características.

La Estructura eclesiástica es necesaria, pero en tanto en cuanto sirve para la organización y buena marcha de este Pueblo y de estas comunidades de creyentes. Nunca la podemos entender como lo primero, lo más determinante de la Iglesia. Lo más determinantes es la presencia de comunidades de creyentes.

No se puede decir que la Iglesia va bien porque en ella haya un Papa ejemplar y clarividente que arrastra con su ejemplo, su poder de convocatoria, la excelencia de su doctrina o el vigor con que impone sus decisiones. Ni tampoco es más bella porque los Obispos que se nombran sean hombres de gran calidad espiritual, teológico y humana. Y menos depende de la bondad de sus sacerdotes y religiosos. Todos ellos son necesarios para que ese comunidad de creyentes marche. Pero la Iglesia estará e irá bien en la medida en que haya más y mejores cristianos - clérigos, religiosos y laicos - creyentes: hombres libres, que se aman y tienen como el gran proyecto de sus vidas trabajar por hacer presente el Reino.

No hemos entendido lo más nuclear del Concilio cuando aceptamos sin más, que los que entienden y saben de Dios y los que tienen capacidad de tomar decisiones en cuestiones de Iglesia son los Obispos y los sacerdotes, y que los laicos lo que tienen que hacer es aprender, aceptar, obedecer y cumplir.

Y estamos favoreciendo el clericalismo cuando nos obsesionamos con el tema clerical. Cuando nos preocupa el denunciar al Papa, a los obispos, al párroco. Cuando ridiculizamos todo lo que se mueve con hábitos, sotanas o indumentarias clericales, porque con ello lo que conseguimos es hacerlos el centro, lo más importante en la Iglesia, les damos una importancia que el Concilio no quiso que tuvieran en el Pueblo de Dios. Cuando nos quejamos de los males de la Iglesia, y le echamos la culpa al papa, a los obispos o al clero en general, estamos favoreciendo un modelo de Iglesia clerical que rechazó expresamente el Concilio.

Favorecemos igualmente una Iglesia clerical cuando luchamos porque las mujeres sean sacerdotes o los curas casados vuelvan al rol y al puesto que dejaron. El sacerdocio que Dios acepta como verdadero no es el del funcionario que ofrece ritos y ceremonias, sino el del creyente que ofrece su propia existencia. Jesús no ofreció a Dios unas ceremonias sagradas, sino una vida entera al servicio de quienes más sufren en la vida.

Hombres libres.

Según el Concilio se trata de "la libertad de los hijos de Dios", es decir, de la libertad "que rechaza todas las esclavitudes y respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión" Es una libertad que se enfrenta a las incontables esclavitudes que oprimen a las personas en " la Iglesia y en el mundo contemporáneo" No es una libertad que se nos da, sino más bien una libertad que conquistarnos, que brota desde dentro de uno mismo, de la propia conciencia. No es una libertad para "hacer lo que nos da la gana sino para "luchar contra todas las formas de esclavitud que oprimen a los seres de este mundo" Libertad que brota de la "dignidad de la conciencia y de su decisión libre.

En la Iglesia habrá más libertad, no en la medida no que los la dirigen y gobierne nos la vayan concediendo en asuntos concretos, sino en cuanto los cristianos seamos capaces de vivir en la libertad de los hijos de Dios y obrar en consecuencia

En la Iglesia todo poder que pretenda utilizarse para cosas que vayan en contra del Evangelio, que no sirven para asegurar el respeto a las personas, los derechos humanos de las personas , la dignidad de cualquier persona, no puede ser un poder que viene de Dios y no podemos sentimos obligados a aceptar sus exigencias. Si observamos en la Iglesia cosas que no nos gustan porque no pueden venir de Dios y nos dejamos llevar, no estamos actuando con la libertad de los hijos de Dios. Y si optamos por exigir o pedir a otros que cambien, estamos fomentando un clericalismo puro y duro, porque aceptamos que son ellos, los clérigos, los realmente importantes y determinantes en la Iglesia. No hay otro camino que el de actuar con la libertad de los hijos de Dios tratando de cambiar nosotros y actuar consecuentemente.

No podemos sentirnos más comprometidos con el Evangelio porque a todas horas arremetemos contra el clero. Comprometerse con el Evangelio, no es luchar contra los que dirigen la Iglesia, exigir a nuestros pastores cambios de mentalidad y actitudes. Comprometerse con el Evangelio es asumir apasionadamente la triple tarea que plantea el Concilio: vivir la fe desde la libertad, el amor y la causa del Reino. Ser libres ante las personas e instituciones que nos causan más esclavitud, querer a quienes con frecuencia no comprendemos e incluso nos resultan extraños, indiferentes y hasta odiosos, y andar por la vida curando todo achaque y todo sufrimiento, eso es lo que hace que un cristiano sea de verdad cristiano

Hombres que aman.

En la Iglesia tiene que haber necesariamente leyes, normas, directrices. Pero según el concilio lo que debe inspirar nuestras vidas y organizar el funcionamiento de la Iglesia es el amor. "La ley fundamental de la perfección humana y, por tanto, de la transformación del mundo, es el amor" Un amor que "se expresa en la vida ordinaria" "en circunstancias concretas y, con frecuencia, insignificantes y pequeñas de cada día". Amor que es una precepto y es una necesidad. El querer y sentirse querido en las cosas pequeñas de cada día es una necesidad tan apremiante para la vida como el aire que respiramos, el agua que bebemos o el alimento que tomamos. Así como quien no oxigena su sangre mediante la respiración, termina envenenado y muere, así también el que no quiere a nadie, ni e siente querido por nadie termina envenenado y, aunque siga viviendo físicamente, en realidad su vida es una muerte.

Somos muchos los creyentes que dan más importancia a la observación de la leyes, a la fidelidad a unos superiores, a lo que dice el cura, el obispo... que a la fidelidad a la propia conciencia y al cariño entre las personas y crean así a su alrededor ambientes, no de vida, sino de muerte.

El proyecto del Reino

¿Para qué somos libres? ¿Cómo gastar la fuerza inmensa del amor? El Concilio habla de creyentes, hombre libres que aman y que se marcan un fin en la vida: la tarea, el trabajo y la lucha por hacer cada día más presente el Reino de Dios en este mundo.

Una persona que se siente libre, liberado de esclavitudes, y que quizás ha renunciado a todo para mejor amar, si su amor no está inspirado por el proyecto del Reino, ese amor no pasará de ser una autocomplacencia y no pocas veces podrá degenerar en autosuficiencia. Persona que canalizan así su entusiasmo, su generosidad y su heroísmo está a punto de convertirse en un "peligro público". Porque su vida puede terminar siendo una fuente de indecibles de sufrimientos para quienes tienen la desgracia de convivir con semejante "persona espiritual"

Sobre lo religiosos/as

Resulta llamativo que el capítulo sexto de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, dedicado todo él a la vida religiosa, no cita ni un solo texto del Nuevo Testamento. En ese capítulo, se habla de los «consejos evangélicos», -pobreza, obediencia y castidad- pero no aduce ni un pasaje evangélico en el que se basen tales consejos, porque en realidad no los hay. Por supuesto, en los evangelios hay palabras de Jesús que se pueden aplicar a sí mismos los religiosos. Pero también se las pueden y se las deben aplicar los cristianos en general. En este sentido, es claro que la teología de la vida religiosa se ha justificado, con frecuencia, de una manera insuficiente y, no raras veces, manipulando textos evangélicos que poco o nada tienen que ver con lo que se pretendía demostrar

Ninguna propuesta que busque definir la vida religiosa mediante un tipo de nota que, directa o indirectamente, implique superioridad o excelencia sobre los demás modos de vida cristiana, por disimuladas que éstas puedan resultar, no va por buen camino».

Se puede decir que los tres consejos citados constituyen la esencia de la vida religiosa. Y con esta convicción ha existido esta forma de vida en la iglesia durante más de quince siglos Ahora bien, el grave problema que hoy tiene que afrontar la vida religiosa está en que la castidad, la pobreza y la obediencia abarcan la vida entera de una persona, porque prometen de manera radical el amor (relación con lo demás), el dinero (relación con las cosas) y la libertad (relación consigo mismo). Pero, al mismo tiempo, se trata de compromisos que responden a valores que hoy no son apreciados por los más amplios sectores de la población, sobre todo entre los jóvenes. La experiencia de todos los días nos demuestra que especialmente las nuevas generaciones piensan y sienten así.

Porque la sexualidad no es vista como un peligro o como algo negativo, de lo que haya que privarse, sino como algo indispensable para que una persona se sienta como un ser normal y le vea sentido a su vida.

Porque la pobreza, como tal., no significa nada o, si acaso, lo que significa es desgracia y miseria. De ahí que ya nadie valora el amor a la pobreza, sino la solidaridad con los pobres, que es una cosa muy distinta y que, en cualquier caso, puede ser practicada hasta el heroísmo sin hacer voto alguno de pobreza. Lo que hoy se valora no es que tú seas pobres, sino que luches porque haya menos pobres, porque se organice la sociedad de forma que los pobres dejen de ser pobres.

Y, finalmente, porque la obediencia y el consiguiente sometimiento, no ya sólo a Dios, sino además a un ser humano al que hay que aceptar como «voz de Dios", mande lo que mande (con tal de que lo que manda pecado), es lo más opuesto al sentido de la libertad y responsabilidad inalienable que hoy tiene el común de los mortales. Si a esto añadimos que los tres citado consejos evangélicos se sustentan sobre una base bíblica insuficiente y, en no pocos puntos, discutible, no nos debería sorprender que nuestras campanas vocacionales terminen siendo voces en el desierto, por más que intentemos "maquillar" la propuesta con expresiones o imágenes más o menos atractivas.

Jesús no se segregó ni se separó de nadie. Jesús no exigió a sus discípulo obedienia a ningún superior humano, ni les obligó a separarse de las mujeres con las que compartían la vida, ni les pidió amor a la pobreza, sino que se solidarizó con los enfermos, los pobres y los pecadores hasta el extremo de escandalizar a los hombres más religioso de su tiempo.

No vale la fácil escapatoria de atribuir las crisis de la vida religiosa a la falta de fe de los jóvenes, al materialismo imperante, a la perversión del mundo moderno o cosas por el estilo. En la actualidad, como ha pasado toda la vida, sigue habiendo jóvenes con una fe muy profunda y con generosidad a toda prueba. El problema está en que la vida religiosa nació en un contexto cultural que ya no es el nuestro. Y nosotros nos empeñamos en que los valores que le daban sentido a la vida de los creyentes en el siglo IV, sigan teniendo la misma fuerza y la misma significación ahora, cuando vivimos en una cultura y en una sociedad que no se parece casi en nada a aquella en la que hombres como Antonio Abad, Pacomio o Benito se fueron a los desiertos o a las cuevas solitarias para entregar sus vidas a Dios.

Lo decisivo hoy es que, efectivamente, haya personas en la Iglesia que vivan de tal manera que, por su misma forma de vivir, representen una interpelación, una llamada y un estímulo para el común de la gente. Ése fue el papel que cumplieron los mártires y las vírgenes en la Iglesia primitiva. A partir del siglo IV, fueron los monjes del desierto y más tarde las grandes órdenes religiosas en sus diversas formas y según el carisma de cada grupo. En este sentido, se puede y se debe decir que la vida religiosa es ahora más necesaria que nunca.

Cuando los grandes ideales, las grandes palabras, los grandes relatos y las utopías se hunden, arrasados por el huracán de la globalización y por la postmodernidad, se hace más apremiante que nunca la presencia, en la sociedad y en la Iglesia, de personas que digan algo distinto, radicalmente distinto, de las consignas que nos dicta a todas horas el «pensamiento único», esa forma de ver la vida que lo ha reducido todo a mercancía, bienestar y satisfacción plena, sin otro horizonte que la garantía de estar siempre como estamos. o mejor de lo que estamos, con tal de no salirse de lo establecido, resignadamente acomodados al sistema que se nos ha impuesto. Desde este punto de vista, la vida religiosa, con los tres votos de castidad, pobreza y obediencia y o sin ellos, tendrían que constituirse por grupos de personas libres, con la libertad de los hijos de Dios, que se quieren y quieren de verdad, y que hacen de su vida un grito de protesta - en la Iglesia y en la sociedad -, contra las incontables formas de agresión contra la vida y la esperanza que se cometen a diario por todas partes.
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Vivir el Concilio de cara al Tercer Milenio


Para nadie es novedad que después del Concilio sobrevino una enorme crisis cuyos ecos intensos aún se mantienen vivos, afectando a la vida y a la misión de la Iglesia. Precisamente por ello se ha hecho necesaria la convocatoria a una ardorosa y Nueva Evangelización.

Al poner de relieve la bendición que constituye el Concilio Vaticano II y el valor fundamental de sus documentos --como en este caso la Lumen gentium--, no nos situamos en una perspectiva ingenua. Nada de eso. Precisamente, es un tópico común afirmar que la "crisis" surgió con el Vaticano II, no a causa de éste. Y es verdad. No es el Concilio el que genera la "crisis", ella estaba ya latente lista para explotar. Más bien el Concilio se adelanta con su respuesta de "renovación en continuidad" para dar un horizonte y brindar salidas a la crisis. El problema es previo al Concilio, y lamentablemente avanza a pesar del Concilio, nunca a causa de él, como es obvio.

Ver así el Concilio, permite comprenderlo mejor, y descubrir sus ricas virtualidades, muchas aún esperando implementarse, y también permite conocer cómo es que se le achaca una culpa que jamás tuvo. La crisis antecedente se expresa en la reacción de aquellos que por apegarse a los rasgos accidentales del recorrido histórico de la Iglesia se muestran reacios a aceptar el Concilio, y ella va pareja con otra expresión, la de aquellos que carecen igualmente de una óptica realista, y se mueven en lo superficial, confundiendo lo accidental con lo fundamental, y quieren arrasar con todo lo que les parece no conforme a sus imágenes subjetivas de la Iglesia, ignorando la realidad ónticamente fundante del misterio de la Iglesia. Los cambios y reformas no pueden aplicarse «ni a la concepción esencial, ni a las estructuras fundamentales de la Iglesia católica» (77), enseñaba en su momento el Papa Pablo VI.

Por lo dicho se ve que la "crisis" que ya estaba presente se expresa con ocasión de la recepción e interpretación del Concilio (78), precisamente porque él es portador de una recta visión que busca responder a los problemas de los creyentes y en general de la humanidad en horizonte de presente y futuro. El mostrar con claridad las inconsecuencias existentes en muchos, es fruto de la luz que arroja sobre la marcha de la comunidad. La guía es clara. La respuesta está librada a la libertad de cada cual.

El hoy Cardenal Ratzinger, hace veinticinco años se preguntaba: «¿Cómo se ha podido llegar a una tan extraña situación de confusión en el momento en que se esperaba un nuevo pentecostés? ¿Cómo ha sido posible que precisamente cuando el concilio parecía recoger los frutos maduros de los últimos decenios, esta plenitud haya dado paso de repente a un vacío desconcertante? ¿Qué ha sucedido para que del gran impulso hacia la unidad haya surgido la disgregación?» (79). Años después, Hans Urs von Balthasar ofrecía una respuesta con la que convengo plenamente: «Es lástima que los años posconciliares no parecen haber entendido toda la magnitud del programa (del Concilio), que, desde luego, sólo puede percibirse desde la óptica de su unidad» (80).
Hoy se hace indispensable recuperar la visión unitaria y comprender al Concilio en su integridad y en su sentido auténtico. Para ello la Lumen gentium, desde su perspectiva central de columna vertebral, permite apuntar algunas líneas de acción para acometer con mayor ardor y eficacia las tareas de la Nueva Evangelización. ¿Cómo, pues, no valorar y agradecer la realización del Concilio y de sus documentos?

1. La primera es tomar viva conciencia de la propia identidad, de lo que significa ser miembro de la Iglesia, ser hijo de la Iglesia. De aquella que es vista por la Constitución en una perspectiva que ofrece desde la profundidad dogmática un claro marco pastoral para aproximarse al ser humano de hoy, en el dinamismo de una Iglesia que se sabe convocada para la misión, para anunciar la Buena Nueva del Señor Jesús, y que está llamada a ser signo e instrumento de unidad, fermento de comunión y reconciliación para todos los seres humanos, viviéndolos en sí misma.
2. La segunda, a partir de la conciencia del horizonte del designio divino y de la distancia que de él nos separa, buscar efectivamente, poniendo los medios proporcionales y adecuados, acercarnos a ese ideal en la concreta existencia temporal (81), buscando erradicar cuanto constituye obstáculo para la realización del Plan divino y la libre cooperación a él.

Así, pues, se trata de asumir un programa de renovación personal y colectiva tomando realmente en serio la vocación universal a la santidad, y la gran responsabilidad de las exigencias de sacramentalidad en la propia vida y en la vida de la comunidad eclesial.

En esto último, resulta fundamental recordar la comunión en torno a la verdad, a la fe de la Iglesia, aspirando a dar ante el mundo el testimonio de unidad al que nos invita el Señor Jesús.

3. Tercera. Inserción en el mundo, pero desde la propia identidad eclesial. Presencia, sí, pero sin confusión. Una vez más, el tema fue extensa y orientadoramente tratado por Pablo VI en su encíclica programática Ecclesiam suam, a la que se debe recurrir como uno de los instrumentos fundamentales para comprender bien el Concilio.

El dinamismo del mundo moderno nos lleva a prestar excesiva atención al momento que vivimos. Y nos olvidamos que ese momento es parte de una secuencia, que tiene antecedentes, en los cuales se funda y se basa, y que tiene proyecciones, hacia las cuales se dirige. No podemos jamás --para poder ser nosotros mismos, para poder ser personas conscientes, para poder ser consecuentes hijos de la Iglesia-- olvidar las propias raíces. Tenemos que partir de ellas. Y a la luz de ellas y en su dinamismo vivir el momento presente y proyectarnos hacia el futuro. Lo demás no tiene sentido. Es un absurdo. Precisamente, debemos recuperar la dimensión de historia en nuestras propias realidades personales y en nuestra realidad eclesial. Por allí está el camino para vivir la propia identidad, y ser coherentes con ella.

4. Cuarta. Asumir en serio la misión evangelizadora. La convocatoria incesante del Papa Juan Pablo II y de los Pastores latinoamericanos para una Nueva Evangelización brota del dinamismo de la reconciliación obrada en el Señor Jesús y que invita a la efusión gozosa de esa experiencia de encuentro con Dios y al anuncio de que sólo hay un salvador y portador de vida: el Señor Jesús.
Si no se parte de estas convicciones y del esfuerzo por cooperar con la gracia para responder, desde el núcleo de nuestro ser, a ese testimonio de vida cristiana y a ese anuncio, la Nueva Evangelización no será. Cada uno de nosotros tiene una tarea que cumplir, tiene una misión que debe asumir con coherencia, a pesar de las propias debilidades, confiando en la gracia de Dios, cooperando siempre con esa gracia de Dios, para cumplir con su Plan, para responder al horizonte que en cada tiempo aparece y que hoy tenemos ante nosotros con el nombre de Nueva Evangelización. 


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Notas

77. #77 S.S. Pablo VI, Ecclesiam suam, 17.

78. #78 El Papa Pablo VI, en un discurso al Colegio de Cardenales sobre la renovación postconciliar, el 24 de junio de 1967, apunta a estas distorsiones diciendo: «Y, a fin de no faltar a Nuestro deber doctrinal y pastoral, muchas veces hemos tenido que rectificar --mediante Nuestros discursos-- las tendencias enderezadas a interpretaciones inexactas y arbitrarias de las enseñanzas conciliares, y estimular el sentido de una pura ortodoxia hacia la auténtica doctrina de la Iglesia, recomendando, por esta misma razón, la imprescindible necesidad de un continuado cotejo y de una leal adhesión al magisterio eclesiástico, en el que debe reconocerse el carisma de una perenne y activa asistencia del Espíritu que anima a la Iglesia y que es Maestro de cada verdad revelada» (n. 8).

79. #79 Joseph Ratzinger, ¿Por qué permanezco en la Iglesia?, en Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, ¿Por qué soy todavía cristiano? ¿Por qué permanezco en la Iglesia?, Sígueme, Salamanca 1974, p. 59. La versión original en alemán es de 1971.

80. #80 Hans Urs von Balthasar, Puntos centrales de la fe, ob. cit., p. 101.

81. #81 Ver S.S. Pablo VI, Ecclesiam suam, 14.
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MENSAJE DEL CONCILIO A TODA LA HUMANIDAD


7 de Diciembre de 1965
Venerables hermanos:


La hora de la partida y de la dispersión ha sonado. Ahora debéis abandonar la asamblea conciliar para ir al encuentro de la humanidad a difundir la buena nueva del Evangelio de Cristo y de la renovación de su Iglesia, por la que nosotros hemos trabajado juntos desde hacía cuatro años.

Momento único éste, de una significación y de una riqueza incomparables. En esta asamblea universal, en este momento privilegiado en el tiempo y en el espacio, convergen a la vez el pasado, el presente y el porvenir. El pasado, porque está aquí reunida la Iglesia de Cristo, con su tradición, su historia, sus concilios, sus doctores, sus santos. El presente, porque abandonamos Roma para ir al mundo de hoy, con sus miserias, sus dolores, sus pecados, pero también con los prodigios conseguidos, sus valores, sus virtudes. El porvenir está allí, en fin, en el llamamiento imperioso de los pueblos para una mayor justicia, en su voluntad de paz, en sus sed, consciente o inconsciente, de una vida más elevada; esto es precisamente lo que la Iglesia de Cristo puede y debe dar a los pueblos.

Nos parece escuchar por todo el mundo un inmenso y confuso clamor, la pregunta de todos los que miran al Concilio y nos preguntan con ansiedad: "¿No tenéis una palabra que decirnos... a nosotros los gobernantes, a nosotros los intelectuales, los trabajadores, los artistas; a nosotras las mujeres, a nosotros los jóvenes, a nosotros los enfermos y los pobres?".

Estas voces implorantes no quedarán sin respuesta. para todas las categorías humanas ha trabajado el Concilio durante estos cuatro años. para todas ellas ha elaborado esta constitución de la Iglesia en el mundo de hoy que Nos hemos promulgado ayer en medio de los entusiastas aplausos de la asamblea.

De nuestra larga meditación sobre Cristo y su Iglesia debe brotar en este instante una primera palabra anunciadora de paz y de salvación para las multitudes que esperan. El Concilio, antes de terminarse, debe llevar a cabo una función profética y traducir en breves mensajes y en un idioma más fácilmente accesible a todos la "buena nueva" que ha elaborado para el mundo y que algunos de sus más autorizados intérpretes van a dirigir de ahora en adelante, en vuestro nombre, a la humanidad entera.

1. A LOS GOBERNANTES

En este instante solemne, nosotros, los Padres del XXI Concilio Ecuménico de la Iglesia católica, a punto ya de dispersarnos después de cuatro años de plegarias y trabajos, con plena conciencia de nuestra misión hacia la humanidad, nos dirigimos, con deferencia y confianza, a aquellos que tienen en sus manos los destinos de los hombres sobre esta tierra, a todos los depositarios del poder temporal.

Lo proclamamos en alto: honramos vuestra autoridad y vuestra soberanía, respetamos vuestras funciones, reconocemos vuestras leyes justas, estimamos los que las hacen y a los que las aplican. Pero tenemos una palabra sacrosanta y deciros: sólo Dios es grande. Sólo Dios es el principio y el fin. Sólo Dios es la fuente de vuestra autoridad y el fundamento de vuestras leyes.

A vosotros corresponde ser sobre la tierra los promotores del orden y de la paz entre los hombres. Pero no lo olvidéis: es Dios, el Dios vivo y verdadero, el que es Padre de los hombres, y es Cristo, su Hijo eterno, quien ha venido a decírnoslo y a enseñarnos que todos somos hermanos. El es el gran artesano del orden y la paz sobre la tierra, porque es El quien conduce la historia humana y el único que puede inclinar los corazones a renunciar a las malas pasiones que engendran la guerra y la desgracia.

Es El quien bendice el pan de la humanidad, el que santifica su trabajo y su sufrimiento, el que le da gozos que vosotros no le podéis dar, y la reconforta en sus dolores, que vosotros no podéis consolar.

En vuestra ciudad terrestre y temporal construye su cuidado espiritual y eterna: su Iglesia. ¿Y qué pide ella de vosotros, esa Iglesia, después de casi dos mil años de vicisitudes de todas clases en sus relaciones con vosotros, las potencias de la tierra, qué os pide hoy? Os lo dice en uno de los textos de mayor importancia de su Concilio; no os pide más que la libertad. La libertad de creer y de predicar su fe. La libertad de amar a su Dios y servirlo. La libertad de vivir y de llevar a los hombres su mensaje de vida. No le temáis: es la imagen de su Maestro, cuya acción misteriosa no usurpa vuestras prerrogativas, pero que salva todo lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura, lo llena de esperanza, de verdad, de belleza.

Dejad que Cristo ejerza esa acción purificante sobre la sociedad. No lo crucifiquéis de nuevo; esto sería sacrilegio, porque es Hijo de Dios; sería un suicidio, porque es Hijo del hombre. Y a nosotros, sus humildes ministros, dejadnos extender por todas partes sin trabas la buena nueva del Evangelio de la paz, que hemos editado en este Concilio. Vuestros pueblos serán los primeros beneficiados porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso.

En este día solemne en que clausura su XXI Concilio Ecuménico, la Iglesia os ofrece por nuestra voz su amistad, sus servicios, sus energías espirituales y morales. Os dirige a vosotros, todos, un mensaje de saludo y de bendición. Acogedlo como ella os lo ofrece, con un corazón alegre y sincero, y transmitirlo a todos vuestros pueblos.

2. A LOS INTELECTUALES Y A LOS HOMBRE DE CIENCIA

Un saludo especial para vosotros, los buscadores de la verdad, a vosotros los hombres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia; a todos vosotros, los peregrinos en marcha hacia la luz, y a todos aquellos que se han parado en el camino, fatigados y decepcionados por una vana búsqueda.

¿Por qué un saludo especial para vosotros? Porque todos nosotros aquí, Obispos, Padres conciliares, nosotros estamos a la escucha de la verdad. Nuestros esfuerzo durante estos cuatro años, ¿qué ha sido sino una búsqueda más atenta y una profundización del mensaje de verdad confiado a la Iglesia y un esfuerzo de docilidad más perfecto al espíritu de verdad?

No podíamos, por tanto, dejar de encontraros. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca extraños a los nuestros. Nosotros somos los amigos de vuestra vocación de investigadores, los aliados de vuestras fatigas, los admiradores de vuestras conquistas y, si es necesario, lo consoladores de vuestros descorazonamientos y fracasos.

También para vosotros tenemos un mensaje, y es éste: continuad, continuad buscando sin desesperar jamás de la verdad. Recordad la palabra de uno de vuestros grandes amigos, san Agustín: "Buscamos con el afán de encontrar y encontramos con el deseo de buscar aún más". Felices los que poseyendo la verdad la buscan aún, con el fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás. Felices los que no habiéndola encontrado caminan hacia ella con un corazón sincero; ellos buscan la luz de mañana con la luz de hoy, hasta la plenitud de la luz.

Pero no olvidéis: si pensar es una gran cosa, pensar, ante todo, es un deber; desdichado aquel que cierra voluntariamente los ojos a la luz. pensar es también una responsabilidad: ¡Ay de aquellos que obscurecen el espíritu por miles de artificios que lo deprimen, lo enorgullecen, lo engañan , lo deforman! ¿Cuál es el principio básico para los hombres de ciencia sino esforzarse en pensar rectamente?

Por esto, sin turbar vuestros pasos, sin ofuscar vuestras miradas, queremos la luz de nuestra lámpara misteriosa: la fe. El que nos la confió es el Maestro soberano del pensamiento, del cual nosotros somos los humildes discípulos; el único que dijo y puedo decir: "Yo soy la luz del mundo, yo soy el Camino y la Verdad y la Vida."

Esta palabra os toca a vosotros. Nunca, quizá, gracias a Dios, ha parecido tan clara como hoy la posibilidad de un profundo acuerdo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, sirvientes una y otra de la única verdad. No impidáis este preciado encuentro. Tened confianza en la fe, esa gran amiga de la inteligencia. Alumbraos en su luz para descubrir la verdad, toda la verdad. Tal es el saludo, el ánimo, la esperanza que os expresan, antes de separarse, los Padres del mundo entero, reunidos en Roma en Concilio.

3. A LOS ARTISTAS

A vosotros todos, artistas, que estáis prendados de la belleza y que trabajáis por ella; poetas y gentes de letras, pintores, escultores, arquitectos, músicos, hombres de teatro y cineastas... A todos vosotros, la Iglesia del Concilio dice, por medio de nuestras voz: Si sois los amigos del arte verdadero, vosotros sois nuestros amigos.

La Iglesia está aliada desde hace tiempo con vosotros. Vosotros habéis construido y decorado sus templos, celebrado sus dogmas, enriquecido su liturgia. Vosotros habéis ayudado a traducir su divino mensaje en la lengua de las formas y las figuras, convirtiendo en visible el mundo invisible.

Hoy, como ayer, la Iglesia os necesita y se vuelve hacia vosotros. Ella os dice, por medio de nuestra voz: No permitáis que se rompa una alianza fecunda entre todos. No rehuséis el poner vuestro talento al servicio de la verdad divina. No cerréis vuestro espíritu al soplo del Espíritu Santo.

Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza par ano caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración. Y todo ello está en vuestras manos.

Que estas manos sean puras y desinteresadas. Recordad que sois los guardianes de la belleza en el mundo, que esto baste para libraros de placeres efímeros y sin verdadero valor, así como de la búsqueda de expresiones extrañas o desagradables.

Sed siempre y en todo lugar dignos de vuestro ideal y seréis dignos de la Iglesia, que por nuestra voz os dirige en este día su mensaje de amistad, de salvación, de gracia y de bendición.

4. A LAS MUJERES

Y ahora es a vosotras a las que nos dirigimos, mujeres de todas las condiciones, hijas, esposas, madres y viudas; a vosotras también, vírgenes consagradas y mujeres solteras. Sois la mitad de la inmensa familia humana.

La Iglesia está orgullosa, vosotras lo sabéis de haber elevado y liberado a la mujer, de haber hecho resplandecer, en el curso de los siglos, en la diversidad de sus caracteres, su innata igualdad con el hombre.

Pero llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer llega a su plenitud, la hora en que la mujer ha adquirido en el mundo una influencia un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora.

Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar.

Vosotras, las mujeres, tenéis siempre como misión la guardia del hogar, el amor a las fuentes de la vida, el sentido de la cuna. Estáis presentes en el misterio de la vida que comienza. Consoláis en la partida de la muerte. Nuestra técnica lleva el riesgo de convertirse en inhumana. Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un momento de locura intentara destruir la civilización humana.

Esposas, madres de familia, primeras educadores del género humano en el secreto de los hogares, transmitid a vuestros hijos y a vuestras hijas las tradiciones de vuestros padres, al mismo tiempo que los preparáis para el porvenir insondable. Acordaos siempre de que una madre pertenece, por sus hijos, a ese porvenir que ella no verá probablemente.

Y vosotras también, mujeres solteras, sabed que podéis cumplir toda vuestra vocación de devoción. La sociedad os llama por todas partes. Y las mismas familias no pueden vivir sin la ayuda de aquellas que no tienen familia.

Vosotras, sobre todo, vírgenes consagradas, en un mundo donde el egoísmo y la búsqueda de placeres quisieran hacer la ley, sed guardianas de la pureza, del desinterés, de la piedad.

Jesús, que dio al amor conyugal toda su plenitud, exaltó también el renunciamiento a ese amor humano cuando se hace por el amor infinito y por el servicio a todos.

Mujeres que sufrís, en fin, que os mantenéis firmes bajo la cruz a imagen de María; vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadlos una vez más a guardar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el sentido de los comienzos humildes.

Mujeres, vosotras que sabéis hacer la verdad dulce, tierna, accesible, dedicaos a hacer penetrar el espíritu de este Concilio en las instituciones, escuelas, hogares y en la vida de cada día.

Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a vosotras, que os está confiada la vida, en este momento tan grave de la historia, vosotras debéis salvar la paz del mundo.

5. A LOS TRABAJADORES

A lo largo del Concilio, nosotros los Obispos católicos de los cinco continentes, hemos reflexionado conjuntamente, entre muchos temas, respecto de las graves cuestiones que plantean a la conciencia de la humanidad las condiciones económicas y sociales del mundo contemporáneo, la coexistencia de las naciones, el problema de los armamentos, de la guerra y de la paz. Y somos plenamente conscientes de la repercusión que la solución dad a estos problemas puede tener sobre la vida concreta de los trabajadores y de las trabajadoras del mundo entero. Así, Nos deseamos, al término de nuestras deliberaciones, dirigirles a todos ellos un mensaje de confianza, de paz y de amistad.

Hijos muy queridos: estad seguros, desde luego, de que la Iglesia conoce vuestros sufrimientos, vuestras luchas, vuestras esperanzas; de que aprecia altamente las virtudes que ennoblecen vuestras almas: el valor, la dedicación, la conciencia profesional, el amor de la justicia; que reconoce plenamente los inmensos servicios que cada uno en su puesto, y en los puestos frecuentemente más oscuros y menos apreciados, hacéis al conjunto de la sociedad. La Iglesia se siente muy contenta por ello, y por nuestra voz os lo agradece.

En estos últimos años, la Iglesia,no ha dejado de tener presentes en su espíritu los problemas, de complejidad creciente sin cesar, del mundo y del trabajo. Y el eco que han encontrado en vuestras filas las recientes encíclicas pontificias ha demostrado cómo el alma del trabajador de nuestro tiempo marcha de acuerdo con la que sus más altos jefes espirituales.

El que enriqueció el patrimonio de la Iglesia con esos mensajes incomparables, el Papa Juan XXIII, supo encontrar el camino hacia vuestro corazón. Mostró claramente en su persona todo el amor de la Iglesia por los trabajadores, así como también por la justicia, la libertad, la caridad, sobre las que se funda la paz en el mundo.

De este amor de la Iglesia hacia vosotros, los trabajadores,queremos, también por nuestra parte, ser testigos cerca de vosotros y os decimos con toda la convicción de nuestras almas: la Iglesia es amiga vuestra. Tened confianza en ella. Tristes equívocos en el pasado mantuvieron durante largo tiempo la desconfianza y la incomprensión entre Iglesia y la clase obrera, y sufrieron la una y la otra. Hoy ha sonado la hora de la reconciliación, y la Iglesia del Concilio os invita a celebrarla sin reservas mentales.

La Iglesia busca siempre el modo de comprenderos mejor. pero vosotros debéis tratar de comprender lo que es la Iglesia para vosotros, los trabajadores, que sois los principales artífices de las prodigiosas transformaciones que el mundo conoce hoy, pues bien, sabéis que si no les anima un potente soplo espiritual harán la desgracia de la humanidad en lugar de hacer su felicidad. No es el odio lo que salva al mundo, no es sólo el pan de la tierra lo que puede saciar el hambre del hombre.

Así, pues, recibid el mensaje de la Iglesia. Recibid la fe que os ofrece para iluminar vuestro camino; es la fe del sucesor de Pedro y de los dos mil Obispos reunidos en Concilio, es la fe de todo el pueblo cristiano. Que ella os ilumine. Que ella os guíe. Que ella os haga conocer a Jesucristo, vuestro compañero de trabajo, el Señor, el Salvador de toda la humanidad.

6. A LOS POBRES, ENFERMOS Y A TODOS LOS QUE SUFREN

Para todos vosotros, hermanos que sufrís, visitados por el dolor en sus diferentes modos, el Concilio tiene un mensaje muy especial. Siente vuestros ojos fijos sobre él, brillantes por la fiebre o abatidos por la fatiga; miradas interrogantes que buscan en vano el porqué del sufrimiento humano y que se preguntan ansiosamente cuándo y de dónde vendrá el consuelo.

Hermanos muy queridos: nosotros sentimos profundamente en nuestros corazones de padres y pastores vuestros gemidos y lamentos. Y nuestra pena aumenta al pensar que no está en nuestro poder el concederos la salud corporal, ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos, que médicos, enfermeros y todos los que se consagran a los enfermos se esfuerzan en aliviar.

Pero tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación. Cristo no suprimió el sufrimiento y, al mismo tiempo, ni quiso desvelarnos enteramente el misterio, El lo tomó sobre sí y eso es bastante para que nosotros comprendamos todo su valor.

¡Oh vosotros, que sentís más el peso de la cruz! Vosotros, que sois pobres y desamparados, los que lloráis, los perseguidos por la justicia; vosotros, los pacientes desconocidos, tened ánimo; vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo paciente y con El, si queréis, salváis al mundo.

He aquí la ciencia cristiana del dolor, la única que da la paz. Sabed que vosotros no estáis solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles; vosotros sois los llamados de Cristo, su viviente y transparente imagen. En su nombre,el Concilio os saluda con amor, os da las gracias, os asegura la amistad y la asistencia de la Iglesia y os bendice.

7. A LOS JOVENES

Finalmente, es a vosotros, jóvenes del mundo entero, a quienes el Concilio va a dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que tenéis que recibir la antorcha de las manos de vuestros mayores y viviréis en el mundo en el momento de las mayores transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y maestros, vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.

La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su Fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante "revisión de vida" se vuelve a vosotros; es para vosotros, los jóvenes, sobre todo para vosotros, que acaba de alumbrar en su COncilio una luz, una luz que alumbrará el porvenir, vuestro porvenir.

La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras.

Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandir sus tesoros antiguos y siempre nuevos, la fe, y que vuestras almas se puedan sumergir libremente en su bienhechoras claridades. Tiene confianza en que encontraréis tal fuerza y tal gozo que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayores, a ceder a las filosofías del egoísmo o del placer, o a aquellas otras de la desesperanza y de la negación, y que frente al ateísmo, fenómeno de laxitud y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da un sentido a la vida; la certidumbre de la existencia de un Dios justo y bueno.

En nombre de este Dios y de su Hijo Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio vuestras energías. Jóvenes, luchad contra todo egoísmo, negaos a dar libre curso a vuestros instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros y edificad con entusiasmo un mundo mejor que el de vuestros mayores.

La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la verdadera juventud del mundo. Posee lo que es la fuerza y el encanto de la juventud; la facultad de reunirse a lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes. Es en hombre de Cristo que os saludamos, que os exhortamos y os bendecimos.


BREVE PONTIFICIO
''IN SPIRITU SANCTO''
PARA CLAUSURAR EL CONCILIO VATICANO II
PABLO VI
PARA PERPETUA MEMORIA
8 DE DICIEMBRE DE 1965














El Concilio Vaticano II, reunido en el Espíritu Santo y bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, que hemos declarado Madre de la Iglesia, y de San José, su ínclito esposo, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, debe, sin duda, considerarse como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia. En efecto, fue el más grande por el número de padres del globo, incluso de aquellas donde la jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno, porque, teniendo presente las necesidades de la época actual, se enfrentó, sobre todo, con las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a os cristianos todavía separados de la comunidad de la sede apostólica, sino también a toda la familia humana.

Así, pues, finalmente ha concluido hoy, con la ayuda de Dios, todo cuanto se refiere al Sacrosanto Concilio ecuménico. Y con nuestra apostólica autoridad decidimos concluir a todos los efectos las constituciones, decretos, declaraciones y acuerdos, aprobados con deliberación sinodal y promulgados por Nos, así como el mismo Concilio ecuménico, convocado por nuestro predecesor, Juan XXIII, el 25 de diciembre de 1961, iniciado el día 11 de octubre de 1962 y continuado por Nos después de su muerte, mandamos y también ordenamos que todo cuanto ha sido establecido sinodalmente sea religiosamente observado por todos los fieles para gloria de Dios, para el decoro de la Iglesia y para tranquilidad y paz de todos los hombres. Hemos sancionado y establecido estas cosas, decretando que las presentes letras sean permanentes y continúen firmes, válidas y eficaces, que se cumplan y obtengan plenos, íntegros efectos y que sean plenamente convalidadas por aquellos a quienes compete o podrá competer en el futuro. Así se debe juzgar y definir. Y debe considerarse nulo y sin valor desde este momento todo cuanto se haga contra estos acuerdos por cualquier individuo o cualquier autoridad, conscientemente o por ignorancia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, el año 1965, tercero de nuestra pontificado.




PABLO, PAPA VI


VER +:
Yo soy cristiano comprometido como millones de personas, gracias al VATICANO II.



Al contrario, hay que poner de relieve la bendicion que constituye el Concilio Vaticano II y el valor fundamental de sus documentos --como en este caso la Lumen gentium--, no nos situamos en una perspectiva ingenua. Nada de eso. Precisamente, es un topico comun afirmar que la crisis surgio con el Vaticano II, no a causa de este. Y es verdad. No es el Concilio el que genera la crisis, ella estaba ya latente lista para explotar. Mas bien el Concilio se adelanta con su respuesta de renovacion en continuidad para dar un horizonte y brindar salidas a la crisis.


El problema es previo al Concilio, y lamentablemente avanza a pesar del Concilio, nunca a causa de el, como es obvio. La crisis antecedente se expresa en la reaccion de aquellos que por apegarse a los rasgos accidentales del recorrido historico de la Iglesia se muestran reacios a aceptar el Concilio, y ella va pareja con otra expresion, la de aquellos que carecen igualmente de una optica realista, y se mueven en lo superficial, confundiendo lo accidental con lo fundamental, y quieren arrasar con todo lo que les parece no conforme a sus imagenes subjetivas de la Iglesia, ignorando la realidad onticamente fundante del misterio de la Iglesia. Los cambios y reformas no pueden aplicarse ni a la concepcion esencial, ni a las estructuras fundamentales de la Iglesia catolica, enseñaba en su momento el Papa Pablo VI.