EL Rincón de Yanka: julio 2016

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domingo, 31 de julio de 2016

EL NIHILISMO EUROPEO ES ANTICRISTIANO, DESHUMANIZANTE Y TÓXICO



El nihilismo Europeo 

SI ERES PASOTA, INDIFERENTE, PASIVO, NIHILISTA: 
NO ERES CRISTIANO
La crisis europea procede del abandono de lo que han venido siendo los pilares fundamentales de Europa: la sabiduría de la filosofía griega, el sentido del derecho de los romanos y la verdad de la fe cristiana. Ninguno de los tres es de origen europeo. Europa es, por voluntad propia, heredera y depositaria de ellos. Con ellos forjó su historia, y si los abandona dejará de ser ella misma. 
En una conferencia sobre la responsabilidad del estudiante con la cultura, pronunciada en Múnich el 3 de mayo de 1954, se refería Romano Guardini al «nihilismo europeo». Eso es precisamente lo que estamos viviendo, nuestra enfermedad. Falta determinar si se trata de un trastorno transitorio o de una enfermedad letal. 

La salida del Reino Unido de la Unión Europea es grave, pero mucho más como síntoma que como hecho en sí. Hay que distinguir siempre entre apariencia y realidad, y entre profundidad y superficie. La política, pese a su rotunda presencia en nuestras vidas, pertenece al orden de lo aparente y superficial. Las grandes crisis históricas no son nunca políticas. Lo grave no es esta dimisión europeísta de los británicos, sino los males profundos que revela. Nadie parece tener razón del todo. Ni la Unión Europea va bien ni la salida es la solución para los británicos. Pero, en cualquier caso, sería preferible la reforma desde dentro que la segregación. Si la Unión se ha equivocado, el Reino Unido lo ha hecho mucho más. 

El referéndum, salvo casos excepcionales, es un elemento más propio del populismo y de la democracia directa que de la democracia representativa. Los sectores más ilustrados y los jóvenes se han decantado por la permanencia en la Unión. Una exigua mayoría se ha inclinado por una secesión que compromete a las generaciones futuras. El error acaso haya sido comenzar por la economía. Decía Robert Schuman, al final de su vida, que si hubiera tenido que volver a empezar habría comenzado por la cultura. Es preferible poner los cimientos en lo más profundo y sólido. 

Hoy seguimos necesitando la forja de los Estados Unidos de Europa. Pero de una Europa fiel a sus raíces y a los principios que la constituyen, y que hoy se encuentra amenazada por una doble barbarie, una exterior (aunque, en buena medida, ya está dentro) y otra interior. La primera es visible y brutal; la segunda, apenas perceptible y aparentemente benigna, y, por ello, más peligrosa. Una mata los cuerpos; la otra aspira a apoderarse de las almas. La primera se combate con las armas de la fuerza (aunque no sólo con ellas); la segunda, con las de la inteligencia. Una es el terrorismo islamista; la otra, la barbarie intelectual y moral. Las dos habitan dentro de los límites de nuestras fronteras, aunque la primera proceda del exterior. 

Todos hablamos de crisis, pero pocos se percatan de su profundidad. Nuestra crisis es, sin duda, económica y política. Pero esto pertenece al ámbito de lo más ruidoso y superficial. La crisis es, en su profundidad, cultural, moral y religiosa. Aquí se desarrolla la verdadera batalla. Por lo demás, la crisis económica y política, como es natural, posee raíces intelectuales y morales.
La crisis europea procede del abandono de lo que han venido siendo los pilares fundamentales de Europa: la sabiduría de la filosofía griega, el sentido del derecho de los romanos y la verdad de la fe cristiana. Ninguno de los tres es de origen europeo. Europa es, por voluntad propia, heredera y depositaria de ellos. Con ellos forjó su historia, y si los abandona dejará de ser ella misma. A estos tres cabría añadir la ciencia moderna, la democracia liberal y la Universidad, que es la institución de la inteligencia en busca de la verdad. 
Frente al materialismo histórico hay que reivindicar la verdad de la espiritualidad histórica. La base de toda sociedad, el suelo del que se nutre y vive, es moral y, en definitiva, religiosa. Y es esta base la que desde hace décadas (y tal vez siglos) se agrieta y desmorona. El sentido del derecho, la genuina filosofía y la fe cristiana se tambalean por obra del nihilismo. Este es la verdadera amenaza para Europa: el nihilismo emergente y, de momento, triunfante. Como siempre sucede, ha sido profetizado por las más claras inteligencias. La mayoría cree que vivimos inmersos en una gran civilización, pero asistimos a su crepúsculo. Pero, como Ortega y Gasset afirmó, el crepúsculo puede ser matutino o vespertino. 

El nihilismo consiste en la negación del sentido de la realidad. Y como la cualidad del ser es la posesión de sentido (todo rebosa sentido), el nihilismo, en definitiva, niega el ser y, con él, la filosofía. Posiblemente, con precedentes griegos, surgió en Europa en el siglo XVIII. Más tarde, Nietzsche fue, quizá más que responsable, su genial profeta. La última acometida del nihilismo ha tenido lugar en los años sesenta con variadas manifestaciones, pero con una raíz filosófica o, mejor, cabría decir anti-filosófica: la teoría de la deconstrucción del posestructuralismo francés. 

Nietzsche describió a la cristiandad como una religión nihilista porque evadía el desafío de encontrar sentido en la vida terrenal, y que en vez de eso crea una proyección espiritual donde la mortalidad y el sufrimiento son suprimidos en vez de transcendidos. Nietzsche creía que el Nihilismo es un resultado de la muerte de Dios, negamos a Dios, negamos la responsabilidad de Dios; solamente así liberaremos al mundo e insistió en que debía ser superado, dándole de nuevo significado a una realidad monista. Uno de los argumentos fundamentales de Nietzsche era que los valores tradicionales (representados en esencia por el cristianismo) habían perdido su poder en las vidas de las personas, lo que llamaba nihilismo pasivo. Lo expresó en su tajante proclamación "Dios ha muerto".

"Vivimos en un mundo donde todo el mundo 
está consciente de todo pero no hacen nada, 
se solidarizan con todo y ni siquiera se mueven". 
Jean Baudrillard

En contra de lo que suele pensarse, fenómenos como el totalitarismo, aunque se vistan con el ropaje de ideologías o creencias fuertes, viven, en el fondo, del nihilismo. Ambos se nutren de la negación de la condición personal del hombre, y esta es una de las primeras y principales consecuencias del nihilismo. Cuando se niega la verdad del sentido, sólo queda barbarie y violencia. Por eso, nada sería más torpe que culpar de la crisis a las religiones y, especialmente, al cristianismo. Por el contrario, siempre que Europa renuncia al cristianismo, se abandona a la barbarie. Tampoco es casual que los padres fundadores de la unidad europea fueran, en su inmensa mayoría, cristianos. 

El panorama es sombrío y sobrecogedor. La violencia criminal está cada día más presente entre nosotros. Pero la historia nos enseña que Europa siempre ha renacido después de asomarse a la sima o, incluso, arrojarse a ella. Así sucedió con las amenazas de los totalitarismos. Europa los creó y Europa tuvo que derrotarlos. Este hecho permite albergar alguna esperanza de que el crepúsculo pueda ser matutino, y el triunfo del nihilismo, precario y transitorio. En cualquier caso, el nihilismo no puede ser el destino de Europa. Sería, si acaso, su defunción. Pero, como sugiere Rèmy Brague, en su libro «La vía romana», Europa podría renacer en otras latitudes porque Europa no es una realidad física o geográfica, sino espiritual. Europa vivirá siempre allí donde habiten la luz del sentido jurídico romano, la filosofía verdadera, la religión cristiana, la ciencia, la democracia liberal y la comunidad universitaria. 

Ante la tempestad y la catástrofe, más que lamentos, lo que necesitamos es acertar con el diagnóstico. Y esa es la misión de la inteligencia. Puede parecer un recurso gremial, pero estoy convencido de que la barbarie europea es interior y sólo puede combatirse filosóficamente. Los bárbaros no proceden sólo del exterior, sino que llevan mucho tiempo entre nosotros, como afirmó Mac-Intyre, incluso gobernándonos. La barbarie europea es endógena; el remedio sólo puede ser endógeno. Y no es otro que la superación del nihilismo. 

ES RECTOR DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE VALENCIA 
SAN VICENTE MÁRTIR 
ABC – 31/07/16

¿Nietzsche ha hecho más daño 
que Marx?

Nietzsche ha hecho más daño al hombre que Marx. Le ha quitado la posibilidad de poder pensar que la verdad se puede alcanzar y que ésta puede ser objetiva. Esto hace mucho más daño a la humanidad, porque tiene como consecuencia la fragmentación de la verdad y del sentido. Así llegamos al pensamiento débil que teorizan hoy algunos filósofos y a la muerte de la metafísica, que había sido prevista por algunos. El marxismo, por su parte, ya ha fracasado porque el sistema que había creado, que era básicamente económico, no ha aguantado frente al desafío de la economía liberal. Tampoco ha aguantado frente a la fe de los pueblos, que, pese a la voluntad de poder ateo, se ha mantenido con el sufrimiento.

Sin embargo, el nihilismo ha entrado en el comportamiento de cada persona, lo que ha llevado a una forma de relativismo en la que se encuentra hoy Occidente. Así, se desconfía de la razón para alcanzar la verdad y se produce un cierre en uno mismo con un individualismo profundo.

VER+:



Tóxico -y Patógeno-

El sentimentalismo en la esfera política es la expresión de emociones sin el contrapeso del juicio crítico.

Si tuviese que aconsejar un libro para entender la actualidad política en España y en Europa recomendaría Sentimentalismo tóxico (Alianza), de Theodore Dalrymple (seudónimo de Anthony Daniels, médico y psiquiatra que ha trabajado en una prisión y conoce varios países africanos y los problemas de la ayuda al desarrollo). Como soy muy sentimental conozco los peligros de esta dolencia a escala personal pero el libro no trata de ellos. Critica en cambio la intrusión del exhibicionismo sentimental en la argumentación sobre asuntos públicos, en detrimento de la lógica y la motivación racional.

El sentimentalismo en la esfera política es la expresión de emociones sin el contrapeso del juicio crítico. Permite o exige a las autoridades adoptar medidas halagadoras de los buenos sentimientos según sus estereotipos, evitando soluciones más impopulares pero basadas en el análisis de los hechos: la demagogia es sentimental. “El intento de llenar las mentes que carecen de cualquier otra información ha llevado al adoctrinamiento a base de sentimentalismo”, dice Dalrymple. La expresión pública del sentimentalismo es coercitiva e intimidatoria: ¡ay de quien no se una prontamente a ella o se atreva a criticarla! Si uno aspira a la popularidad, debe llevar el ramo más grande de flores al túmulo de las víctimas…

La obra repasa ejemplos centrados en la educación, la atención a los desfavorecidos y marginados, o la propia moral, donde la proclamación del amor al bien sustituye en ocasiones al sentido de la responsabilidad. Trata de refilón un campo especialmente sensible en nuestro país, el de la violencia de género. Y no menciona otros donde la toxicidad sentimental es particularmente agresiva, como el nacionalismo o nuestra relación con los animales y sus supuestos “derechos”. Quizá habría que pedir un apéndice para uso de españoles…


TESTAMENTO DEL PÁJARO SOLITARIO: MORIR ES DARLE UN BESO A LA VIDA

TESTAMENTO DEL PÁJARO SOLITARIO 
José Luis Martín Descalzo 


Cántico en el que el pájaro 
se pregunta por su existencia

Cuando, al fin, entendí que sólo era 
un manojo de plumas, 
una canción que, 
porque nace, muere, 
o tal vez la memoria de un beso en un espejo, 
¿cómo creer que has sido, que has amado? 

Por pura gracia 
alguien pasó sus dedos por mis plumas 
y me dio la verdad de la existencia. 
¡Haber sido querido por Ti,
 por Ti, que haces que un pájaro 
hasta pueda llegar a creerse que ha vivido! 

Al cabo de los años 
¡mira el tesoro de todos tus vacíos! 
Aquí y allá fuiste dejando algo parecido a una huella; 
decían tu nombre, lo escribían incluso, 
contaban que algún día cantaste 
en una rama 
iluminándola, 
pero tú bien sabías 
que eras sólo una torre de nadas, viento, viento. 

En el antiguo álbum, 
los retratos 
reproducían todos el mismo rostro: 
un óvalo vacío, alguien dormido, 
alguien que se sospecha que, 
con algún esfuerzo, hasta pudo llegar a vivir, 
mas no lo hizo. 
Un mirlo 
que cantó una vez en una rama, 
sin que la rama, ni el pájaro, 
ni el canto hayan existido jamás. 

Y, sin embargo, sí, había un árbol, 
un árbol de la vida, frondoso, 
con millones de ramas preparadas. 
Sí, Tú estabas allí, 
un árbol verde, 
sin otoños 
porque el amor no amarillea nunca. 

Pero ¿qué sabes, qué sabes, hombre, tú de amor? 
Si te hubieras posado en esa rama 
que estuvo preparada para ti, 
¿habrías entendido? 
Ah, el mendigo cruzó con su escudilla miserable 
y si alguien le hubiera arrojado la moneda de oro 
¿la habría distinguido de una hoja de otoño 
volada por el viento?
 Yo recogí mendrugos 
que apenas si sabía masticar 
con mis pobres dientes de papel. 
Llegué, lo más, a chupetear el gozo: 
recuerdo aquellos senos blancos 
y la gran confusión del amor con un desagüe. 
Nos reíamos mucho. 
Los relojes del whisky bajaban tambaleándose 
las escaleras de la noche mientras 
las estrellas miraban asombradas desde el cielo. 

Y Tú, Amor, ¿dónde estabas? 
Te veo en todas las encrucijadas 
de las horas perdidas, gritando: 
“Necesito repartir transfusiones de vida”, 
mientras ante tus pies desfilaba el entierro 
de todas las palomas asesinadas aquella misma noche. 
¿Y yo? ¿Y mi pájaro? 
No sé si por temor al mundo 
o por amor a Ti yo revoloteaba sobre tus hombros. 
Me posaba, incluso, sobre ellos. 
Y no decía que sí. Y no decía que no. 
Y ni siquiera “tal vez”. 
O decía: “Me gustaría cantar”, 
pero nunca quería acabarme 
de enterar 
de que cantar no es hilvanar sonidos, 
sino sangrar. 

Mi pájaro tenía siempre demasiadas razones 
para seguir jugando a dos barajas. 
A veces hasta llegaba a pronunciar tu nombre, 
pero no era de Ti de quien hablaba, 
sino de tus suburbios, y así, mientras Tú, 
ciervo perseguido, cruzabas la pradera 
incandescente en la que yo me carbonizaría 
si llegara a pisarla siguiéndote, 
mi pájaro hacía encaje de bolillos teológicos 
y estaba cerca de Ti, pero jamás en Ti, contigo. 

Y, si alguna vez mi cántico 
y el tuyo parecían juntarse, 
el ayer tentador, se me volvía celoso, 
asegurando que elegirte a Ti 
era como quedarse sin casco ni velamen: 
“Dios sólo tiene noche”, me decía. 
Y yo, cobarde pero lúcido, 
sabía que eso era cierto y gritaba: 
“Flores, cubridme; adormecedme, músicas; 
y tú, Beatriz, distiende la miel de tu melena, 
y lograd, entre todos, que este celoso Dios se aleje 
o que pase de largo, persiguiendo piezas mejores. 
¡Ah, bien quisiera apostar por los dos! 
Mas, si es inevitable elegir, 
¡dame, oh Mundo, tu lecho!” 
Pero un día, todo cambió. 

No fue que yo despertase, 
ni es que cayeran rodando por los suelos 
mi indecisión y mi ceguera, es que Él, 
el Halcón, se derrumbó en picado sobre mí, 
escudriñó mi corazón y mis riñones, 
y, con sus dulces garras, me atenazó diciéndome: 
“Tú serás mío, porque eres mío”; 
me engendró, me poseyó 
como un hombre a una mujer 
o como una espada el cuerpo que atraviesa. 
Y yo no tuve nada que decir ni explicar: 
Existía. Existía ya casi tanto como Tú. 
Iba volviéndome amor. 
Ibas limpiando mi sangre de su escoria, 
poniendo verdadera alegría donde 
sólo hubo fuegos de artificio, 
dándome el misterioso “vino adobado” 
de tus besos, dejándome amar ya todo 
sin hacer distinciones, sin saber siquiera muy bien 
si “Amor” se escribe con mayúscula o no. 
Y ya los dos picoteábamos del mismo Pan 
y mamábamos del seno misterioso de tu Madre 
y “mi caballería a vista de las aguas calladas descendía”. 

Ya no conté mis años: 
esperarte y amarte era lo mismo, 
juntos pastábamos la soledad del mutuo amor herido, 
bebíamos “el mosto de granadas”, 
y el silencio de estar solos
 y acompañados en la feria del mundo. 
Y, si ahora me voy, será igual que si me quedo. 
Y, si canto, mi voz será de otro. 
Y, si late eso que llaman corazón, 
no sabré dónde late, ni de quién es. ¡
Oh, Halcón! ¡Oh, pájaro! ¡
Oh, Amor sin apellidos ni riberas!

Y entonces vio la luz

La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;

tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura.


Yo, minúsculo ser de plumas y de llanto 
a los sesenta años de mi edad, 
y en pleno uso de mis facultades mentales, 
como suele decirse, 
ante el Dios que invisible me escucha, 
ante la primavera que vendrá 
dentro de seis meses y no sé si veré 
(pero que está viniendo, 
sí, y cuyos pasos escucho 
ya si aplico mis oídos al suelo), 
ante la luz que canta y afirma en mi ventana, 
ante todos los dolores que 
–incluidos los míos incendian el planeta, 
quiero confesar mi certeza 
de que he sido amado, 
de que lo soy, 
de que todos los días que tengo 
acaban construyendo cada día 
un gozo diminuto y suficiente. 

Quiero confesar que he sido y soy feliz, 
aunque en la balanza de mi vida 
sean más los desencantos y fracasos, 
porque, aunque todos se multiplicasen, 
aún no borrarían la huella de tus besos. 
¿De tus besos o de tus uñas, Halcón? 
No lo sé. Es lo mismo. 
Y en esta última (o penúltima) curva de mi vida 
dispongo testamentariamente
de las muy pocas cosas que he tenido. 

Ante todo, devuelvo 
(como Jorge Manrique nos enseña) 
el alma a Quien me la dio. 
Usada está. Incompleta. 
Se me fueron quedando girones 
en las zarzas de la vida, 
y a veces regalé sus mejores retazos 
a cambio de un beso o un elogio. 
Mas nunca, Tú lo sabes, la di entera. 
Tú la habías marcado con tu hierro 
como los lomos de un animal esclavo, 
y siempre sentí tu quemadura 
como un dolor bendito. 
Ahí la tienes de nuevo. 
Sólo sirve porque aún le queda 
un poco del olor a tus manos. 

Doy mi cuerpo a la tierra, 
que es su dueña. 
Se lo doy con dolor y desgarrándome, 
porque lo he amado mucho, 
y porque me ha servido como un cachorro fiel. 
Doy mis manos, éstas que ahora escriben, 
éstas que tantas veces fueron 
como un guante de mi alma, 
éstas que amasaron millones de palabras 
que iban luego rodando a otros corazones 
y me hacían vivir a la vez en muchas almas. 
Doy mis ojos también y cuanto almacenaron 
durante sesenta años: 
soles y nieves, melenas y sonrisas, 
llantos y angustias, pájaros y nubes. 
Fueron a veces pañuelos de otros ojos 
o tiburones de lascivia, o bálsamo en la herida, 
o mensajeros de mi soledad. 
Dicen que, hasta cuando sonrío, 
brota de su último fondo un hilo de tristeza, 
pero dicen también que se abrían fácilmente 
al amor y a la amistad. 
No sé. Que lo averigüen un día los gusanos. 

Devuelvo mi pobre corazón con todas sus heridas. 
¡Ah, si pudiera yo prestárselo a otro pecho 
para que, llagado y todo, siguiera caminando, 
incluso con su par de muletas! 
Pero, ¿a quién le cabría dentro este hotel, 
esta plaza de toros que desborda mi tórax, 
este ring de boxeo en el que tantas veces 
luché conmigo mismo? 
¡Ah, corazón, dulce, querido, 
monótono corazón mío! 
No dejes que te curen si un día resucitas. 
Tú eres así. 
Me gustas, incluso con tu cardiomegalia, 
La misma que un día hizo dormirse 
para siempre el de mi madre. 
Y en este testamento 
he de dejar aún mi única riqueza: 
mi esperanza. 

Tengo metros y metros para hacer 
con ella millones de banderas, 
ahora que tantos la buscan sin hallarla, 
cuando está delante de los ojos,
porque Tú, Halcón, bajaste de los cielos 
sólo para sembrarla. 
No, Mundo, sábelo: 
no me resignaré jamás a tu amargura, 
no dejaré que el llanto tenga sal, 
ni que al dolor le dejen la última palabra, 
no aceptaré que la muerte sea muerte 
o que un testamento sea un punto final. 
Si me muero (que aún está por ver) 
envolvedme en su bandera verde 
y estad seguros de que mi corazón 
sigue latiendo, aunque esté más parado 
que una piedra, estad seguros de que, 
aunque mi sangre esté ya fría, yo seguiré amando. 
Porque no sé otra cosa. 
Sólo por eso: 
porque no sé otra cosa.