Si sigue usted la actualidad jurídica y política española, ¿sabe que el número de muertos por Covid-19 en España, en noviembre, ya superó las 60.000 personas? ¿Sabe qué contenían las maletas de Delcy cuando pasaron la frontera de Barajas y qué pasó con ellas y su contenido? ¿Sabe usted que el Producto Interior Bruto ya ha caído más del 12% en los nueve primeros meses del año, que hay 1,5 millones más de parados en nueve meses, que han cerrado o a punto de cerrar más de 300.000 empresas, que empieza a haber colas de subsistencia y que, a pesar de ello, los ministros se han subido el sueldo? ¿Sabe usted que la lengua española, la segunda más hablada del mundo, ya no es obligatoria en parte del territorio español, por decisión de la mayoría gubernamental y contrariamente no solo a los preceptos constitucionales sino también a las tendencias geopolíticas del momento, pues China acaba de eliminar el inglés como segunda lengua, para substituirlo por la enseñanza del español? Una gran parte del electorado no es consciente de todo lo que sucede, porque al confinarnos, nos tienen separados de los centros de debate social, como son los bares, restaurantes, clubes, asociaciones… , y porque, además, existe una censura velada en los medios de comunicación. Y yo me pregunto ¿qué ha pasado en España?, ¿quiénes son los piratas que nos están gobernando y robando nuestras libertades, cómo han llegado ahí y qué objetivo tienen?
Las respuestas son complejas, pero necesarias para tomar las buenas decisiones estratégicas que nos liberen de la presión ambiental y jurídica que nosotros mismos hemos ido creando con nuestra inacción:
Los piratas del poder
Ahora bien, para que los piratas del poder puedan tener éxito en sus estrategias de infiltración, es necesario que dispongan de los códigos culturales, así como de las aspiraciones utópicas de la nación como, por ejemplo, el ideal de igualdad, que se ha convertido en el estandarte legítimo de toda nación moderna. Con dichos códigos, los piratas actúan desviando el ideal igualitario de su función y transformándolo en el vehículo que los conduce al control del pensamiento popular (véase la campaña organizada en torno a la ‘paguita’) como paso previo a la implantación de un totalitarismo de casta, legitimada, ésta última, por su autodefinición como defensora de las aspiraciones populares de igualdad, frente a las antiguas élites, las cuales son estigmatizadas por su presuntamente arcaica y perversa obsesión por salvaguardar las injustas diferencias de clase del viejo régimen. ¿Cuál es la opción visible, en España, al margen de la oposición progre-facha? Es muy importante, por lo tanto, y más aún en el momento presente en que España está siendo infiltrada, que comprendamos que nadie está al abrigo de una implosión democrática de consecuencias catastróficas, provocada por la infiltración subrepticia, en nuestro sistema institucional, jurídico, financiero y político, de lo que yo denomino: los piratas del poder.
¿Quiénes son los piratas del poder y cómo reconocerlos?
Si observamos fríamente nuestro entorno socio profesional e institucional, podemos constatar la enorme capacidad de ciertos individuos y grupos para infiltrar las estructuras de las instituciones, aprovechando las brechas creadas en nuestras defensas por nuestro cándido idealismo o simplemente por nuestra ignorancia o por nuestra atonía conformista y falta de fuerza vital, tal y como lo haría un auténtico virus, sabiendo que estos últimos son harto eficaces cuando el cuerpo colonizado ya está enfermo o débil de defensas. El Covid-19 nos lo ha demostrado con su trágico legado, pero nuestra clase política no se queda a la zaga. ¿Qué medidas fueron tomadas por el Gobierno entre la primera ola y la segunda ola de la pandemia? Por lo tanto, es necesario averiguar si nuestro "corpus" social y sus fundamentos mantienen su salud y su vigor para elaborar las estrategias adecuadas de supervivencia. En este sentido, España no es diferente a los otros países europeos.
¿Qué lugar ocupa Europa en este escenario?
Para empezar, debemos preguntarnos si el proyecto europeo, tal y como fue definido al finalizar la II Guerra Mundial, ha sobrevivido a su propia criatura: la Unión Europea, y si ésta ha sabido hacer frente al fenómeno creciente de globalización multicultural con sus claroscuros, así como si ha sabido enfrentarse a la rápida interconexión financiera y a la fría constatación de la inaccesibilidad de los centros de poder que, por otro lado, son cada vez más difusos y opacos. Teniendo en cuenta estas circunstancias, que transforman el marco jurídico-económico europeo, si algo quedase de aquel proyecto, al menos en las formas, sería legítimo preguntarse qué fue de las bases estructurales del humanismo cristiano configurado a través de la Escuela de Salamanca, y que le dio la vida.
Globalismo multicultural y Europa.
Asimismo, como hemos anunciado anteriormente, estando inmersos en el globalismo multicultural y financiero que marca con fuerza las dos primeras décadas del siglo XXI, nos enfrentamos al hecho de que el verdadero Gobierno del territorio europeo ya no tiene un rostro identificable salvo si al algoritmo financiero que controla las transacciones de bolsa, le podemos asociar una imagen, un icono, como pudiera ser la famosa manzana mordida, símbolo de nuestra expulsión del Paraíso y del acceso al conocimiento, por el cual aún pagamos con sangre, sudor y lágrimas. Constatamos pues que el multiculturalismo de este principio del siglo XXI afecta al poder de las instituciones, las cuales se debilitan día a día, paralelamente al avance de las tecnologías y de un consumo desenfrenado que conduce al menosprecio de la moral y de la espiritualidad, reduciendo el comportamiento humano a simples estímulos ‘paulovianos’ y, por último, a la difusa, manipulada o amalgamada identificación de valores comunes entre los europeos. Como consecuencia de lo cual, cabe preguntarse sobre el tipo de influencia que tanto Europa como sus naciones se ejercen entre sí y si podemos salvar aquel proyecto europeo nacido después dela Segunda Guerra Mundial, de los nuevos piratas, de los "piratas del poder", es decir, de aquellos que invaden nuestras instituciones, nacionales y europeas, y minan sus fundamentos basados en la tradición, en el humanismo cristiano y en la separación de estamentos y poderes, creando confusión y haciendo irreconocible la verdad y la mentira.
"Por lo tanto, salvar el proyecto europeo, el proyecto de una civilización que, como la romana o la hispánica, será inmortalizada en la historia de la humanidad, y salvar, por lo tanto, nuestras instituciones, nuestros principios y nuestras democracias, de los piratas del poder, implica, también, salvaguardar las identidades nacionales de los Estados miembros que componen y dan cohesión a dicha unión, sin las cuales, el nuevo ente pierde su esencia, su fuerza de adhesión, y es fácilmente corroído desde el interior". Para dar respuesta a nuestras dudas, adoptamos una perspectiva histórica. 2019:
La última oportunidad
“El año 2019 no será recordado como uno de los grandes momentos de la construcción del proyecto europeo, y menos aún de la consolidación de la unidad de España, ni de la estabilidad hispanoamericana”. En lo que concierne a la Unión Europea, ésta tuvo la oportunidad de rescatar su proyecto integrador comunicando sus principios o valores identitarios, al tiempo que explicase los logros alcanzados para el conjunto de los europeos, desde su creación en abril de 1957 hasta el momento presente, y de esta manera, hacer de las elecciones al Parlamento Europeo de 26 de mayo de 2019, el momento culmen del año y el de un nuevo empuje al proyecto, que se hubiera podido conseguir gracias a la adhesión de la juventud europea. Sin embargo, la atonía de sus instituciones, en parte carcomidas por corruptelas internas y, sobre todo, por el nepotismo que allí predomina, no consiguió despertar entre los jóvenes el sueño europeo, lo que se tradujo por una reducida tasa de participación en las elecciones y, por si fuera poco—pues los males nunca vienen solos—, se hizo patente la mala gestión de los movimientos migratorios, originarios fundamentalmente de África y concentrados en territorios de acogida extremadamente reducidos, lo que ha hecho renacer los conflictos interculturales, que algunos quieren transformar en étnicos, provocando, en ciertos países, la eclosión de nacionalismos excluyentes y el cierre indiscriminado de fronteras.
Esta situación, mal tratada por la prensa sensacionalista, con escasa o nula empatía institucional, fue aderezada por la larga e incomprensible negociación del ‘Brexit’ británico y por el conflicto separatista catalán, mientras la Unión Europea, con una sorprendente dosis de autismo, se deslizaba hacia una completa polarización de sus territorios y de sus ciudadanos, destruyendo sus cimientos y haciéndoles olvidar la esencia de sus culturas, identidades y tradiciones, así como los motivos de su largo, fecundo y hasta ahora satisfactorio, proceso de unión en libertad. 2020: ¿La caída del imperio de occidente? Al año 2019, le ha seguido la pandemia de 2020 que, al provocar el confinamiento de la población y la paralización de la actividad económica, generó el advenimiento de una crisis económica sin precedentes, la cual se está convirtiendo en una crisis social y política generalizada, que no es capaz de dar opciones de salida a unas poblaciones que, habiendo sido desposeídas de sus fundamentos espirituales, lo último que pueden aceptar es la ruptura de la cadena de consumo. Llegados a este punto, en el que vemos como se deteriora nuestro aparente principal patrimonio, sin reaccionar, ¿podemos imaginar y dar crédito a una política correctora de las presentes derivas, que emane de las instituciones en plaza, y que tenga probabilidades de éxito?
Responder a esta pregunta, implica definir previamente la complejidad del contexto en el que se encuentra inmersa Europa.
Para empezar, observamos que ciertos países y segmentos de la población europea, han acusado a la UE de ceder a la mundialización de los mercados. Los ejemplos son múltiples, como, por ejemplo, la concentración de las actividades de Bolsa en la City de Londres, la modificación de la normativa bancaria y de sus ratios prudenciales, haciendo desaparecer las Cajas de Ahorro y reduciéndose el crédito disponible para las pymes, así como la modificación de la normativa laboral, incentivando la movilidad del factor trabajo y creando masas de trabajadores aculturadas -con una identidad difusa- e intercambiables, completamente desposeídas de la transcendencia de su aportación al bien social por el trabajo. Además, esta cesión a la mundialización de los mercados también implica la disolución en un globalismo amorfo y sin rostro que desmoviliza a una parte importante de la juventud europea, provocando desconfianza y, en algunos, la amenaza manifiesta de una huida de la Unión. En este contexto, no habiendo sabido llevar la batalla cultural, con un trasfondo espiritual y épico, la ausencia de referencias culturales, sociopolíticas y espirituales, que puedan compensar la exclusividad del «soma consumo» ofrecido a los jóvenes, unida a la poca legitimidad adquirida por las instituciones europeas, sus sistemas de autoreproducción y sus procesos de funcionamiento, han producido un gran cansancio psicológico entre los europeos de larga tradición, volviéndolos apáticos. Además, tampoco se ha conseguido la adhesión al proyecto Europa de los nuevos europeos, completamente desconocedores del acervo generado por la Unión Europea en su larga historia y, sobre todo, constatamos que se ha provocado el progresivo abandono del proyecto por el cual lucharon enconadamente los fundadores de la Unión Europea en la complicada postguerra iniciada en 1945.
“La conjunción de todos estos factores y la falta de visión estratégica de nuestros dirigentes, perfectas emanaciones del cortoplacismo impuesto por el modus operandi del capital financiero, ha generado un riesgo suplementario, el riesgo de debilitamiento y muerte de nuestras democracias”
El dominio de la finanza amenaza las democracias
A esta situación se llega por el descrédito y la deslegitimación de nuestras instituciones, concomitante con el creciente anonimato del capital financiero—ya plenamente instalado en los Consejos de Administración de las principales empresas de nuestras economías — y la imposibilidad de ejercer un control territorial real sobre él. Así pues, si queremos seguir viviendo en democracia, tenemos la obligación moral de hacer todo lo posible para transmitir a la juventud europea la importancia de defender y reforzar—tanto desde el interior como desde el exterior— la legitimidad, la legalidad, la buena gobernanza y el peso decisorio de las instituciones creadas para dar vida al proyecto europeo, proyecto que además tiene el mérito de habernos dado el más largo período de paz y de prosperidad de nuestra historia, garantizando una constante mejora en nuestras condiciones de vida, tanto materiales como espirituales, por lo menos, en sus primeros años de recorrido, hasta que entramos en la dorada jaula del euro. Después, todo cambió. Está claro que, para vencer en esta lucha, debemos estar informados y desarrollar un espíritu crítico que nos permita sedimentar ideas propias, con las que convencer o persuadir, sin herir, pero ¿cómo?
La independencia económica y territorial de los pueblos de Europa
En primer lugar, hay que tener en cuenta que, para mantener la fortaleza y vigor de nuestras instituciones, debemos garantizar la independencia económica y territorial de nuestros pueblos y asegurarnos de su perennidad, vinculando dicha independencia económica y territorial a la forja de una identidad nacional fuerte, porque solo así puede ésta, ser solidaria y por lo tanto, convertirse en el pilar de la unidad comunitaria. Lo contrario es ir a la disolución y al desastre de un nuevo totalitarismo sin rostro, extremadamente orwelliano.
¿Son dichas condiciones, necesarias?
“En la sociedad actual, dominada por el factor capital, un espíritu de consumo y un despotismo financiero, la única arma de negociación válida en los conflictos de poder es la independencia económica unida a la posibilidad del uso legítimo de la fuerza, para de esta manera, garantizar el equilibrio de fuerzas en la búsqueda del bien común de una determinada comunidad nacional que además pueda generar emulación entre los pueblos; y para ello es estrictamente necesario tener instituciones legítimas y fuertes, plebiscitadas por las poblaciones que representan, y garantes de su identidad nacional, en un marco estricto de separación de poderes”.
Cuando estos requisitos se cumplen las instituciones pueden defenderse contra los “piratas del poder”, entre otras cosas porque una identidad fuerte siempre está asociada a tradiciones y valores arraigados que vertebran toda institución, por eso, "cuando la cultura, los valores y el bienestar económico de una sociedad, se debilitan, el respeto de la ley, el sentido de la justicia y la solidaridad, también se debilitan, permitiendo que los ‘piratas del poder’ se infiltren en las Instituciones del Estado". El resultado de su acción manipuladora ha conseguido que, por ejemplo, en España, se le pida a la población que acepte encerrarse 100 días en sus casas, como jamás ha ocurrido en la historia de España, y lo han aceptado y cumplido rigurosamente. También se le ha pedido el porte de una mascarilla, comprada con su dinero, 20 veces más cara que en Portugal, por ejemplo, con el IVA máximo frente al reducido de los otros países europeos y todo esto aceptado sin rechistar, como cuando los ERTES esperados no acaban de llegar. ¿Cómo es posible que, frente a tanto desastre, la población baje la cabeza y calle, en un acto de sumisión incomprensible? ¿Cómo actúan estos piratas del poder?
Como es lógico, una vez franqueadas las barreras, los piratas se instalan en las instituciones y comienzan a reproducirse para disponer de una red de apoyo clientelar que les permita no solo mantenerse, sino también alcanzar el poder y perpetuarse en él. Además, y esto podemos constatarlo en el actual proceso de desintegración de valores de nuestra sociedad, la escalada al poder en las instituciones del Estado, pasa necesariamente por la destrucción de valores y tradiciones culturales, sumergiendo a sus poblaciones en un magma anómico de consumo transnacional, hedonista, fetichista y sin principios, y también pasa por el crecimiento de la división de clases y la desaparición de la solidaridad entre territorios y entre personas según su sexo, su orientación sexual, su religión o su origen étnico-cultural. ¿Acaso no lo estamos viendo en España?
Dicho de otra manera, estos piratas del poder corrompen la identidad cultural y moral que une a los ciudadanos y rompen la división de poderes y la solidaridad que hasta ahora les protegía de los aleas del destino gracias a la permanencia de un espíritu de justicia, avalado por las instituciones. Llevando esta idea al extremo, los piratas del poder, después de infiltrar las instituciones del Estado, comienzan un fuerte y profundo trabajo de corrosión de los fundamentos de la nación, además, infectan el lenguaje, y al hacerlo nos hacen dudar de los principios previamente definidos para regir la vida de nuestras instituciones y de la realidad de los procesos que dieron lugar a las mismas (la Transición española, por ejemplo, que en un momento fue considerada ejemplar, está siendo constantemente denostada por los piratas), consiguiendo que no seamos aptos para salvaguardar nuestra independencia, pues ya no somos capaces de definir su contorno y sus límites; haciéndonos perder nuestra identidad (atomización regional y separatismo destructor de la solidaridad en España), y con ella, nuestra capacidad para reconocer si nuestro sistema de Gobierno es aún democrático, y lo que es peor aún, dudando de nuestra potestad intelectual y legal para plantearnos dicha cuestión sin ser acusados de anti sistema y de fascistas.
Por último, y no menos importante, el control de la prensa multiplica el efecto de la manipulación del lenguaje. Un claro ejemplo de los efectos de este control lo ha dado el periódico El País, cuando al dar la noticia de los ERE y de la sentencia condenatoria al PSOE por corrupción y apropiación indebida de bienes en un importe superior a los 600 millones de euros, no solo no nombra al PSOE, sino que acaba relacionando la noticia con la corrupción del PP. Extracto del titular “El caso ERE supuso un fraude multimillonario muy superior al que condenó al PP en Madrid, pero a diferencia de la Gurtel, no hay blanqueo ni enriquecimiento …”. Se ve aquí un claro ejemplo del arte semiótico de la manipulación periodística del lenguaje, que a menudo vehicula unidad, patriotismo y nación con conceptos herederos del franquismo, fuente de todos los males, que nos ha dejado en herencia una Monarquía y una Constitución que impide, por el momento, que los piratas tomen completamente el poder. La tensión es fuerte pues se está intentando utilizar el lenguaje de la prensa controlada como la espada de Alejandro para romper el nudo gordiano de la Constitución del 78, con un intenso acoso a la Monarquía, representante de la unidad.
Por ello, antes de que este proceso sea irreversible y la metástasis se extienda a todos los estamentos del Estado, debemos tener claro el siguiente precepto: