EL Rincón de Yanka: agosto 2024

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sábado, 31 de agosto de 2024

LIBRO " EL ALMA EN LA PIEDRA" por JOSÉ VICENTE PASCUAL ⛬ 🐻


EL ALMA EN LA PIEDRA

Altamira, 13.000 a.C.
El clan Tiznado lucha por 
sobrevivir en un entorno hostil.

Altamira, 13000 a. C. El clan Tiznado se reúne en torno a la hoguera, frente a la gran cueva que los protege del mundo. Ibo Huesos de Liebre, hábil rastreador, también experto en representar imágenes en los techos y paredes del sagrado refugio, trae noticias sobre la próxima cacería: ha localizado el cubículo donde se guarecen una osa y sus dos oseznos. La joven Ojos Grises escucha encandilada el relato del cazador. Abajo, en el valle, tribus de ancestrales adversarios del clan Tiznado esperan la menor oportunidad para acabar con sus enemigos. El destino de lucha y supervivencia está marcado, aunque Ibo Huesos de Liebre intuye que para los suyos no hay futuro sin conocimiento, sin saber quiénes son y por qué habitan en este lado de la existencia, el territorio de los Aún Vivos. El drama de la vida, la esperanza y la muerte, aguardan como siempre a unos y otros.
«La gente entiende fácilmente que los “primitivos” 
cimenten su orden social mediante creencias 
en fantasmas y espíritus, y que se reúnan 
cada luna llena para bailar 
juntos alrededor de una hoguera. 
Lo que no conseguimos apreciar 
es que nuestras instituciones modernas 
funcionan exactamente sobre la misma base». 
Yuval Noah Harari, Sapiens

«Me gustaría saber qué es lo cierto. 
No me gusta no saber». 
Carl Sagan, Cosmos

Nota del autor

Todos los períodos históricos han tenido épocas de esplendor. El Paleolítico superior es una «edad dorada», previa a la escisión entre el ser humano y la naturaleza que supuso el inevitable avance neolítico. 

La Biblia, en el mito de Caín y Abel (por citar un texto clásico, de todos conocido), da buena cuenta de este paso traumático y decisivo en la evolución de nuestra especie. Existe un continuo cultural en la historia que pone de manifiesto la intervención de la conciencia como necesario agente de progreso y, al mismo tiempo, elemento de reflexión sobre sí misma. 

Al homo sapiens paleolítico le inquietaban las mismas preguntas trascendentes que a nosotros: el porqué del mundo, de los fenómenos y las cosas; y, sobre todo, el porqué de ellos mismos, su razón de ser y su motivo de estar: su causa y su propósito. 
Desde su origen como disciplinas científicas, hasta hace poco, la historiografía y la descriptiva estudiaban el arte prehistórico como expresión de inquietudes mágico-religiosas y, en todo caso, ornamentarias. Sin embargo, las últimas aportaciones de la arqueología y la antropología dirigen su atención hacia un aspecto inédito: el arte rupestre expresivo del interrogante humano, la mirada introspectiva y la posibilidad cognitiva; una representación de conocimientos avanzados por medio de las utilidades tecnológicas al alcance de la humanidad en aquel tiempo. 

Dichas propuestas de investigación trabajan sobre la hipótesis de que el arte parietal, así como algunas muestras de artesanía objetuaria, intentaron representar y reproducir el movimiento por medio de desarrollos gráficos combinados con efectos de luz y sonido. 

El arqueólogo y divulgador Marc Azéma, tras años de investigación sobre numerosos escenarios minuciosamente observados, ofrece una conjetura plausible al tiempo que novedosa acerca de esta cuestión: «Desde el principio, el hombre hizo su cine», escribe en su libro Origines paléolithiques de la narration graphique. Según esta teoría, desarrollada en varias publicaciones y documentales, muchos siglos antes de Edison y los hermanos Lumière, las paredes de las cuevas y los objetos decorados por artistas paleolíticos dieron testimonio de la creación de procesos gráficos, técnicas y narrativas que caracterizan una verdadera «prehistoria de la tecnología descriptiva». 

El trabajo de campo en «museos» prehistóricos como Altamira, la cueva del Castillo y los yacimientos del valle de Vézêre, entre otros lugares, e igualmente el examen minucioso del «figurativo analítico» rupestre con ayuda de potentes medios científicos, confirman la hipótesis de que en las paredes y techos de aquellos ancestrales refugios están ciertamente representadas (pintadas) las inquietudes cotidianas del homo sapiens en torno a la actividad cinegética y la supervivencia; pero también están escritos los primeros libros de filosofía y ciencia de la humanidad. 

El alma en la piedra es una obra de ficción que aborda desde esta exclusiva vertiente —la pura ficción— unos momentos trascendentales de la historia: cuando, florecida la conciencia en caudalosa curiosidad sobre su hábitat y sentido último, se empeña el ser humano, como siempre ha hecho, en comprender el mundo y entenderse a sí mismo. Por simple motivo de cercanía cultural, y porque la de Altamira es la única cueva donde se alberga arte prehistórico que he tenido oportunidad de visitar (hace de eso muchísimos años), he ambientado la acción de la novela en este entorno, o muy parecido. Si bien, los hechos narrados en El alma en la piedra podrían haberse desarrollado en cualquier lugar del sur de Europa y en cualquier momento entre 14000 y 10000 a. C. 

Sobre el uso del lenguaje en esta novela, tanto por la voz narradora como por los personajes integrados en el argumento, creo conveniente anticipar la siguiente explicación: He reflexionado mucho en el tono de la historia —lo que sin duda acrecienta mis posibilidades de equivocarme—: cómo debía expresarse el narrador y cómo debían hacerlo los personajes. Tal como señala Yuval Noah Harari en su estimulante ensayo Sapiens, el lenguaje es simultáneamente un elemento generador fundamental en la revolución cognitiva humana y el resultado más eficiente de esta, en razón de las necesidades y anhelos que aunaban la actividad común de nuestros primitivos antepasados. 

Señala Harari, creo que con acierto: «Nuestro lenguaje evolucionó como un medio de compartir información sobre el mundo. Pero la información más importante que era necesaria transmitir era acerca de los humanos, no acerca de los leones y los bisontes. Nuestro lenguaje evolucionó como una variante de chismorreo. El homo sapiens es ante todo un animal social. La cooperación social es nuestra clave para la supervivencia y la reproducción. No basta con que algunos hombres y mujeres sepan el paradero de los leones y los bisontes. Para ellos es mucho más importante saber quién de su tribu odia a quién, quién duerme con quién, quién es honesto y quién es un tramposo». 

Evidentemente, no sabemos ni por lo remoto cómo hablaban los seres humanos 15000-10000 años a. C, aunque tenemos sobrada constancia de que se comunicaban entre ellos por medio de signos complejos, tanto fónicos y gestuales como gráficos, además de recurrir a abundante objetuario simbólico. Si aceptamos el principio elemental de que cuanto más desarrollada tecnológicamente es una sociedad más sofisticado es el idioma en que sus miembros interactúan, no resulta difícil imaginar que los habitantes del Paleolítico superior disponían de un acervo lingüístico nada despreciable. 

Sabemos que desarrollaron técnicas ornamentales y fabriles avanzadas, que bastantes miembros del mismo grupo humano debían ponerse de acuerdo para organizar cacerías masivas, que sanaban heridas y trataban enfermedades con métodos rudimentarios aunque en ocasiones muy eficaces; y también sabemos que habían ingeniado todo un mundo de referencias sagradas, de carácter mágico-religioso, por medio del cual intentaban no solo conjurar los peligros e inconvenientes que pudieran surgirles en su entorno cotidiano, sino también dotar de sentido y trascendencia la vida de los individuos. 

La religión en ese período (única filosofía posible) era sin duda animista, y la representación del mundo que ejecutaban y que observamos en las pinturas y demás vestigios rupestres así lo confirma. Todo ello requería la utilización de un lenguaje hablado que favoreciera la operatividad de elementos abstractos y la exposición de conceptos no tangibles aunque con capacidad para aglutinar idearios colectivos, así como de coordinar a la perfección acciones llevadas a cabo por grupos significativos de individuos en pos de una meta colectiva. Todo ello confirma mi convicción de que el lenguaje paleolítico integraba niveles superiores de la percepción y el conocimiento humanos, necesarios a la gran revolución cognitiva que facilitaría el advenimiento de la era neolítica. Ahora bien, en lo que concierne a la vida cotidiana y afanes espirituales de los pobladores paleolíticos, sabemos muy poco. 

«Suponemos que eran animistas, pero este dato no es muy informativo. No sabemos a qué espíritus rezaban, qué festividades celebraban o qué tabúes observaban. Y, lo más importante, no sabemos qué relatos contaban. Esto constituye una de las mayores lagunas en nuestra comprensión de la historia humana». (Y. N. Harari). Cualquier conjetura descriptiva sobre los detalles de la espiritualidad arcaica es un ejercicio meramente especulativo, pues las muestras e indicios son muy escasos, y los pocos que tenemos —un número muy pequeño de objetos, ajuares funerarios y pinturas rupestres— pueden ser analizados y explicados de muchas y distintas maneras. Las teorías de los científicos y sabios en la materia que afirman conocer qué anhelaban y sentían los cazadores-recolectores nos hablan más de las ideas preconcebidas de estos estudiosos que sobre las religiones en la Edad de Piedra. 

En vez de construir numerosas teorías sobre hallazgos esporádicos de restos y tumbas, pinturas rupestres y estatuillas de hueso, es mejor ser honesto y sincero y admitir que solo alcanzamos a tener ideas muy vagas y escasa certeza sobre las religiones, ritos, costumbres y lenguaje de los antiguos cazadores del Paleolítico. Es por todo lo anterior que determiné «hacer hablar» a los personajes de El alma en la piedra con la soltura y espontánea naturalidad de seres racionales contemporáneos —no olvidemos que entre los orígenes de nuestra cabal contemporaneidad neolítica y aquella humanidad prehistórica median tres milenios, a lo sumo—; si bien, en aras de la verosimilitud ficcionaria, he intentado mantener un estilo expresivo sencillo, simplificado, abundante en aliteraciones que, espero, no caigan en la reiteración. 

También he evitado en lo posible la utilización de conceptos que solo han alcanzado sentido pleno en el transcurso de la modernidad. No estoy muy seguro, pero creo que ninguno de ellos se ha colado por alguna rendija de la novela. Aparte de la elegida, tenía dos opciones más para solventar esta cuestión. 

La primera, hacer que mis personajes se expresasen a la manera de los indios en las películas del Oeste, lo que me parecía en exceso ridículo porque las tribus aborígenes americanas poseían idiomas bastante más perfeccionados que ese rejuntado de infinitivos, del todo absurdo, por el que los productores de Hollywood se han empeñado en hacerles hablar desde que se inventó el cine sonoro. 

La segunda: sobredimensionar la descripción subjetiva en la narración e inventar un idioma para momentos especiales —diálogos— en el cual se expresarían los personajes excepcionalmente, lo cual quedó de inmediato fuera de toda consideración porque mi propósito al escribir "El alma en la piedra" no era formular una rigurosa reconstrucción antropológica de una época y una civilización, sino adentrarme justamente en los terrenos más privados de los individuos: 
el florecer la conciencia y la interpretación del mundo conforme a la capacidad sapiencial de cada uno de ellos. 

De tal forma, los personajes de El alma en la piedra hablarán entre sí y para el lector como los de cualquier otra novela, en la espera por mi parte de que su llaneza y claridad lexical no quiebre lo verosímil de su trazado; también acogiéndome, en última instancia, a la benevolencia del lector, ya prevenido de que se encuentra ante una obra de ficción histórica, no ante un compendio científico… Sobre el cual, por cierto, ya me gustaría estar en condiciones y tener conocimientos de escribir.

Vale.

jueves, 29 de agosto de 2024

"DIME QUIÉN TE PAGA Y TE DIRÉ QUE ESCRIBES" O CÓMO LOS "PEDODISTAS" HAN SACRIFICADO LA VERDAD por CARMEN GAYTÁN 📰📺📻

“Dime quién te paga y te diré que escribes”, 
o cómo los periodistas han sacrificado la verdad
El palangre o palangrismo es la forma de cobrar o aceptar dinero para favorecer una o varias personas u una o varias instituciones sin importar la verdad del hecho. En lenguaje periodístico, práctica de recibir palangre (pago ilícito).

En pleno siglo XXI (como dirían quienes afirman que entre más reciente y moderno es algo, más bueno es) y con acceso casi ilimitado a información a través de múltiples plataformas digitales, es uno de los momentos en los que la verdad se encuentra más indefensa. Nos enfrentamos a diario con organizaciones, movimientos e ideologías que se han olvidado de lo obvio, de lo lógico y lo razonable.

En pleno siglo XXI, dirían los “iluminados”, parece impensable tener que defender algo tan sagrado como la vida del ser humano, la familia como núcleo de la sociedad, la fe y hasta el patrimonio cultural, pero es lo que una sociedad consumida por el materialismo y lo efímero ha obligado a hacer.

Recuerdo al inicio de mis estudios como periodista que todos recalcaban la importancia de la defensa de la verdad. Escuché durante años que ser un buen periodista es ser la voz de quienes son oprimidos, de quienes no tienen una voz. Un buen periodista cuenta la historia de esa persona que no puede hacerlo para evidenciar la injusticia y la maldad y así, cambiar y salvar vidas. Era algo que en el contexto socieconómico en el que vive la mayoría del país era y sigue siendo necesario e imperativo.

Aunque muchos lo saben por su fe, llevar esa misión de enseñar la verdad a un campo profesional era para lo que mis compañeros de clase y yo nos preparábamos. Al salir al campo de batalla, un periodista se enfrenta con la dura realidad de que muchos colegas, grandes profesionales y personas de gran corazón, parecen haber olvidado su misión, el motor de su misma profesión: la defensa y protección de la verdad.

Atacar la verdad puede ser una cuestión personal, una convicción malvada o puede ser un compromiso que se hace a cambio de dinero, una especie de transacción en donde, por necesidad económica o ambición, el periodista está dispuesto a modificar la forma en que habla, a engañar a sus lectores y a promover todo menos la verdad.
Estos motivos, si no es que todos juntos, son los que han hecho que ahora muchos “medios de comunicación” alcen la bandera de la independencia de información, de la “defensa de la dignidad de los pueblos”, de la “defensa de los tergiversados Derechos Humanos”, de la “defensa de las minorías oprimidas y la intolerancia”, entre otras frases inventadas. Y hablo en comillas porque detrás de estas frases tan populares se esconde un objetivo macabro, utilitarista y hasta sangriento.

Sí, existe la desigualdad, la pobreza extrema, el hambre y la sed, existe la violencia. La mayoría de guatemaltecos no tiene acceso a servicios básicos de salud y educación, el desempleo crece cada vez más y existen realidades terribles como el abuso sexual, las redes de tráfico de personas y cosas que cuesta imaginarse. Negar esta realidad es un extremo tan peligroso como que un periodista utilice el sufrimiento ajeno para un fin perverso que responde a una agenda antiderechos que el financista de un medio de comunicación desea avanzar.

No, no existe la objetividad en el periodismo porque los periodistas son personas y tienen sus convicciones y visiones de una problemática. Y cada vez este sesgo, natural y saludable de la profesión, se convierte en un peligro cuando leemos quién está detrás de una nota periodística, quién financia estos falsos medios de comunicación (desinformación) “tan modernos y progresistas”. Aparecen los mismos nombres de siempre, esos que te hacen reír y decir: “¡Cómo crees esas conspiraciones!”: International Planned Parenthood Foundation (IPPF, la multinacional que ha asesinado a más de 25 millones de personas no nacidas en lo que va del 2020), organizaciones feministas de la Organización de las Naciones Unidas, embajadas europeas (sí, esas de países de “primer mundo”), Bill y Melinda Gates Foundation (que te da cátedras de población y vacunas, ¿no hacían computadoras?), entre otros.

Dime quién te paga y te diré que escribes, porque el que paga los mariachis pide las canciones. El que financia el medio en el que un periodista trabaja es quien le dice qué escribir, cómo hacerlo y con qué objetivo. Así de fácil, miles de periodistas en el mundo se han vendido como esclavos a un patrono que los amarra con jugosos salarios y falsas promesas de éxito en el campo periodístico.
Así de fácil, miles de periodistas en todo el mundo han sacrificado la verdad a cambio de unos billetes más o fama. Nada trascendental, porque “¿quién sigue creyendo en algo trascendente? ¡Eso es para los medievales!”, dirían.
Resulta decepcionante cómo quienes tienen esa gran misión de informar a quien no conoce y formar su opinión ahora hasta hayan decidido que una letra “o” oprime a cierto segmento de la población, que una persona en el vientre materno es un tumor que hay que extraer, que Dios es una idea venida de las cavernas. Han sacrificado el lenguaje, la vida y hasta la religión que les dio la dignidad humana y fundó la sociedad “patriarcal” en la que viven. ¿Qué más están dispuestos a sacrificar con un solo artículo, un solo video o columna de opinión?

“Una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad”, decía Joseph Göbbels, titular del Ministerio del Tercer Reich para la propaganda. Tal parece que los pseudo periodistas obedecen a este principio. Aterrador y lo es más cuando los vemos doblegarse totalmente ante sus líderes, nublando su vista y sin intención de plantarse en su contra.
Afortunadamente, este siglo “tan moderno y progresista” también ha levantado del silencio y del sueño a muchos periodistas que no están dispuestos a sacrificar la verdad ni sus ideales por unas monedas o por quedar bien con el discurso imperante de las mayorías. Ellos, a quienes Twitter y Facebook censura y quienes no aparecen en las principales páginas de los periódicos, son quienes merecen ser escuchados y leídos.

Hoy más que nunca, el lector y consumidor de información en redes sociales deben tener más abiertos los ojos y leer las letras pequeñas al borde del documento; preguntarse: ¿quién financia este medio? ¿Qué es lo que ese financista quiere que yo crea? Con estas dos preguntas podremos diferenciar la verdadera información de la propaganda, la verdad de la mentira.

«Llegará el día en que será preciso desenvainar una espada para afirmar que el pasto es verde”, decía el gran periodista inglés G. K. Chesterton. 
¡Qué sería del periodismo si más personas lo imitaran! Pues ese día llegó para todos, pero especialmente para el buen periodista, ese que por quien no puede hacerlo para evidenciar la injusticia y la maldad y así, cambiar su realidad. El día llegó para el comunicador que con el mundo entero en su contra, entre las balas de una cultura antivida, antifamilia y anticristiana, no tiene miedo a pararse firme y nadar contra la corriente en defensa y propagación de la verdad.
Aunque le tiemble la voz, aunque le tiemble la pluma, aunque le gane el sentimiento, ese deseo trascendental de ayudar al prójimo, de bondad y de belleza le hará el más grande de todos.


“El gran problema de la prensa española 
es la verdad”

“Los hechos se retuercen para que se adecúen a los prejuicios ideológicos de cada medio”, dice. 
“Así, los medios han contribuido a difundir la idea de que no hay hechos incontestables sino visiones parciales de la realidad. Como consecuencia ha acabado echando raíces la especie de que, al igual que los políticos, todos mienten, o todos cuentan una parte interesada de la verdad”. 
Un número creciente de españoles están sedientos de noticias políticas pero no confían en que los periodistas les informen de forma honesta. 
El periodismo es la segunda profesión menos respetada en España, justo detrás de la de los políticos y de los jueces. Y según el último informe de Reuters Digital News, los medios de comunicación españoles tienen la credibilidad más baja de Europa.
De hecho, los españoles desconfían de sus periodistas casi tanto como de sus políticos. 

A primera vista, el panorama de los medios de comunicación españoles es amplio y diverso. Los 47 millones de habitantes pueden elegir entre unos 85 periódicos. Dejando de lado los diarios deportivos, el mayor de los seis principales diarios nacionales es El País, con una tirada de 360.000 y unos 1,9 millones de lectores por día, seguido de cerca por el diario gratuito 20 Minutos (1,7 millones) y El Mundo (1.2 millones). El País, de izquierda y estrechamente ligado y subvencionado al Partido Socialista, fue considerado durante mucho tiempo el diario de referencia en España, pero ha sufrido una pérdida de lectores, recursos y reputación. 
El Mundo, la voz principal de la derecha liberal (en contraposición a la derecha tradicionalista y católica) también ha pasado por dificultades. 
La oferta televisiva es igualmente amplia. Una ancha franja de redes comerciales existe al lado de canales de financiación pública, tanto nacionales como regionales; aquéllos copan alrededor del 80% del mercado.

Pero esta aparente variedad de opciones es engañosa. La gran mayoría del mercado está en manos de unos diez conglomerados mediáticos. 
El grupo PRISA, que publica El País y sus ediciones globales en español, inglés y portugués, es propietario de un grupo de revistas, cadenas de televisión y radio, productoras y, hasta el año pasado, un brazo editorial masivo que llegaba hasta las Américas. 
El grupo Vocento posee 14 diarios, incluido el diario nacional ABC. El grupo Planeta, la mayor editorial en lengua española del mundo, tiene una participación importante en televisión y es dueño del periódico conservador La Razón. Aunque muchos de los conglomerados comenzaron como empresas familiares, ahora están controlados por empresas transnacionales o un puñado de poderosas instituciones financieras.
Durante la última década y media, el declive de los ingresos por publicidad ha puesto a estas corporaciones contra las cuerdas. La Gran Recesión hizo que se dispararan las deudas.
Durante la última década y media, el declive de los ingresos por publicidad ha puesto a estas corporaciones contra las cuerdas. La Gran Recesión hizo que se dispararan las deudas. Hubo despidos masivos para satisfacer el deseo de los accionistas de beneficios a corto plazo, sin que se tocaran los astronómicos paquetes de compensación de los ejecutivos. En 2013, El País despidió a 129 empleados y recortó los salarios de la plantilla en un 8 por ciento, mientras ese mismo año el ejecutivo de PRISA, Juan Luis Cebrián, se embolsó más de 2 millones de euros. Como ha señalado el periodista Gregorio Morán, la mayor parte de los dirigentes actuales de los medios proviene de la misma élite burguesa que medró bajo el régimen de Franco.

Lo que queda de las redacciones desmanteladas subsiste con un ejército de autónomos y becarios mal pagados. 

“La diferencia entre el que más cobra y el que menos en los periódicos tradicionales es escandalosa”, dice la joven periodista Berta del Río. En los principales periódicos digitales hoy, dice, los autónomos cobran entre 30 y 40 euros por reportaje, fotografía incluida. 
“Algunos no pagan nada. Y si pagan, es a 90 días” Por otra parte, dice, se espera que los periodistas produzcan seis o siete temas por semana, a la vez que se mantienen al día con las redes sociales. Esto deja poco tiempo para la investigación o la comprobación de la información.

La deuda de los conglomerados ha impactado de forma directa en la libertad de prensa, afirma Guillem Martínez, periodista veterano que escribe para El País en Cataluña. 
“Desde la crisis de 2008, los bancos han cambiado su deuda en los principales medios por acciones”, dice. 
“Son propietarios y ejercen esa propiedad como en el siglo XIX”. 
A veces esto lleva a la supresión de noticias. El 8 de enero de este año -recuerda Martínez- el Banco Santander suspendió la cotización en la bolsa americana. 
“Esa noticia no apareció en la prensa española”, afirma. 
Otras veces, los bancos han ejercido su poder en la misma sala de redacción. Martínez recuerda un caso en 2013, cuando un ejecutivo bancario llamó a un editor y le dijo que despidiera a un periodista que estaba tuiteando críticamente sobre el banco. 
“He trabajado en medios donde me han dicho que no dijera nada malo de una determinada empresa o sobre tal o cual político”, dice Mar Cabra, que ahora trabaja en Madrid para el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ). 
“Se consideraba normal. Algunas empresas o algunos partidos políticos eran tabú debido a la afinidad del medio con ellos o porque eran grandes anunciantes”.
Cuando los indignados tomaron las calles en mayo de 2011 denunciaban también la insuficiencia de los medios para responsabilizar a las élites políticas y económicas ante los intereses de los ciudadanos
Cuando los indignados tomaron las calles en mayo de 2011 no sólo denunciaban la falta de democracia en España, sino también la insuficiencia de los medios para responsabilizar a las élites políticas y económicas ante los intereses de los ciudadanos. 
“Los medios de comunicación en España se parecen al sistema en el que han medrado desde la muerte del dictador Franco: una democracia con resabios autoritarios, en la que la participación ciudadana se ha reducido a su mínima expresión”, dice la periodista Trinidad Deiros. 
“La política y el periodismo en España han sido dos torres elitistas e inexpugnables, comunicadas entre ellas, en las que el español de a pie ha sido un convidado de piedra.”

En ninguna parte queda más clara esta conexión que en los medios públicos. Al contrario que en otros países europeos, muchos ciudadanos españoles ven la televisión pública, la radio y los servicios de noticias como meros portavoces de los gobiernos nacionales y autonómicos. Y la interferencia política no se limita a los canales públicos; también los medios privados reciben fondos de los gobiernos. 
“Existen motivos claros para sospechar favoritismo en el uso que dan los distintos gobiernos –tanto el nacional como los autonómicos– a la publicidad institucional, o a la concesión de licencias y subvenciones”, afirma David Cabo, de CIVIO, una organización sin ánimo de lucro que lucha por la transparencia y el libre acceso a los datos públicos por parte de los ciudadanos.

Esfuerzos como el de CIVIO se enfrentan a una clase política que no está dispuesta a ceder el control. En un intento de cortarles las alas de los medios, el gobierno del PP se ha valido de su mayoría absoluta en las Cortes para aprobar la polémica nueva Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como la ley mordaza. 
La ley, que entró en vigor el 1 de julio, no sólo limita el derecho de los ciudadanos a protestar en persona o por escrito, en forma impresa o digital, sino que también frena la capacidad de los medios de comunicación para cubrir esas protestas. 

Miguel Mora, ex periodista de El País, escribió en la revista italiana Internazionale que la ley “contiene 44 artículos que conceden al Gobierno la potestad de multar a los ciudadanos con sanciones económicas que oscilan entre los 100 euros y los 600.000 por faltas administrativas agrupadas en tres categorías.” 
El propósito de la ley, añadió, es eludir el sistema judicial. 
“En efecto nos devuelve a los tiempos de la dictadura franquista y nos mete de lleno en un estado policial”. 
La ley mordaza ha provocado protestas por parte de entidades tan diversas como las Naciones Unidas, el Instituto Internacional de Prensa, y The New York Times.

A diferencia de Estados Unidos o Gran Bretaña, los políticos españoles nunca aceptarían “que un periodista le haga cuarenta veces la misma pregunta si considera que no ha respondido”. 
“Esta actitud también es responsabilidad nuestra, de los periodistas españoles, siempre demasiado dóciles”. “Lo que en parte se explica por nuestras pésimas condiciones laborales que, obviamente, no incitan a rebelarse”.

miércoles, 28 de agosto de 2024

"LA REVOLUCIÓN DE LOS IDIOTAS": 😵 EL CULTO A LA IGNORANCIA por MIKEL RAZKIN FRAILE

La  Revolución  
de  los  Idiotas


Rançoise Pignon era el protagonista de la película "La cena de los idiotas (1998)". Su idiotez era que construía con cerillas maquetas a escala de construcciones emblemáticas. El caso es que tan sólo han transcurrido algo más de veinte años desde la presentación de aquella producción francesa, que también fue un éxito teatral. De aquel entonces a estas fechas el nivel de lo que hoy en día podemos calificar como imbecilidad ha rebasado muy de largo cualquier tipo de límite mínimamente atisbable. No sería justo tildar de idiota a Françoise Pignon por modelar pequeños edificios con cerillas. Lo podemos contemplar como una afición muy técnica de carácter reposado. Y es que con los parámetros que corren en estos momentos, actitudes y disfrutes como éste pasarían completamente desapercibidos. Unos pocos ejemplos actuales: ¿De qué forma se les podría calificar a quienes se tatúan el globo ocular (eyeball tatoo), a los que se suben a hacerse una foto haciendo el pino a la punta de un rascacielos (roofing o skywalking), a los que repiten la hazaña de bajarse de un coche en marcha para bailar junto a la puerta abierta (In my feelings challenge), a los que aseguran que se puede vivir sin comer (respiracionismo o airivorismo), a quienes se queman tomando el sol para provocarse marcas en la piel (sunburn art), a los que se separan los dientes para que parezcan más naturales (diastema) o a quienes le da por beber agua de mar (terapia marina)? 
El nombre que adoptan todas estas criaturas no es el de idiotas, no... se denominan a sí mismos influencers, creadores de tendencias o contenidos, youtubers, tiktokers, podcasters e instagramers. Y los que no lo son, hacen méritos para algún día serlo.

Debe quedar claro que tanta nomenclatura no deja de ser literatura para denominar a los idiotas del siglo XXI. Así, sin filtros y en una frase con menos de 280 caracteres. Si antes Françoise Pignon era un rarito por construir una torre Eiffel en miniatura con palitos, ¿qué deberíamos decir de todos estos nuevos especímenes que han superado su legado por goleada? El nivel de la idiotez humana a nivel global ha subido, es obvio. ¿Por qué? Porque las redes sociales han contribuido a acercar y relacionar entre sí a los imbéciles. Pero no nos llevemos a engaño, porque a lo largo de la historia siempre ha habido tontos. Lo que pasa es que Internet los ha reunido y les ha dado el escaparate idóneo para hacer públicas sus tonterías.

Andy Warhol en 1968 señaló: “En el futuro todos serán famosos mundialmente por 15 minutos”. Hoy esa previsión se ha cumplido y se llama viralización. Lo que ocurre es que en pocos casos esa repercusión se da por algún tema relevante o positivo. Resulta más sencillo alcanzar la fama por un vídeo estúpido grabado por idiotas que se regodean en su propia estulticia para que el resto de seguidores (followers) lo consuman. Y aunque la mayoría de nosotros haya hecho el imbécil más de una vez, esa circunstancia no le convierte a uno en idiota per se. 

Ser imbécil hoy en día es ya una actitud ante la vida y son legión los que cumplen con esa filosofía. Asumámoslo: estamos ante un movimiento imparable. El futbolista Leonardo Bonucci recordó hace un tiempo un proverbio italiano que asegura que “la madre de los idiotas está siempre embarazada” (la madre degli idioti è sempre incinta). Lo vemos cada día; cómo va a más. La idiotez va ganando enteros pasando del ocio y su abuso en los móviles/tabletas/ordenadores a la forma de entender lo que tenemos a nuestro alrededor. Esto no va a parar. Estamos inmersos en una profunda revolución que está cambiando nuestro mundo y nos aboca a una cada vez más profunda estupidez generalizada. Si no se le pone coto a esto a través de la educación y la cultura, lo que nos viene encima va a resultar cualquier cosa menos chistosa. Produce sonrojo escuchar en los medios de comunicación a personajes y personajillos hablar de su verdad, confundiendo los conceptos de realidad y opinión. Se empieza por eso y se acaba siendo un antivacunas, un negacionista o un terraplanista, por ejemplo. 

* Isaac Asimov ya lo advirtió, allá por 1980, al indicar que “existe un culto a la ignorancia que ha ido abriéndose paso a través de nuestra vida política y cultural alimentado la falsa noción de que democracia significa que mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento”. Ahí reside el peligro de la Revolución de los Idiotas. No en las chorradas y tonterías que estas personas realizan e imitan, sino en el empuje de una filosofía y un pensamiento tan simples como el mecanismo de un chupete. 

El peligro de que los tontos del pueblo tomen el poder es cada vez más real. Y es que los imbéciles se reproducen, porque reproducen sus contenidos, reproducen sus eslóganes y discursos simplistas mejor y más rápido que los demás... y ya tienen hasta su propio partido. Si hoy se proyectara una nueva versión de La cena de los idiotas, lo más probable es que Françoise Pignon fuera uno de los lectores de este artículo... el rarito que es capaz de leer un texto como éste, de más de 280 caracteres.


EL CULTO A LA IGNORANCIA
* ISAAC ASIMOV

Resulta difícil rebatir esa antigua justificación de la prensa libre: “El derecho de Estados Unidos a saber”. Parece casi cruel preguntar, con ingenuidad: “¿El derecho de Estados Unidos a saber qué, por favor? ¿Ciencia? ¿Matemáticas? ¿Economía? ¿Idiomas extranjeros?”.
Ninguna de esas cosas, por supuesto. De hecho, uno bien podría suponer que el sentimiento popular es que los estadounidenses están mucho mejor sin ninguna de esas tonterías.

En Estados Unidos existe, y siempre ha existido, un culto a la ignorancia. La corriente antiintelectualista ha sido un hilo conductor constante en nuestra vida política y cultural, alimentada por la falsa idea de que la democracia significa que "mi ignorancia vale tanto como tu conocimiento".
Los políticos se han esforzado sistemáticamente por hablar el idioma de Shakespeare y Milton de la forma más agramatical posible para evitar ofender a su público dando la impresión de que habían ido a la escuela. Así, Adlai Stevenson, que imprudentemente permitió que la inteligencia, el conocimiento y el ingenio se filtraran en sus discursos, se encontró con que el pueblo estadounidense se volcaba en torno a un candidato presidencial que inventó una versión del idioma inglés que era completamente suya y que ha sido la desesperación de los satíricos desde entonces.

George Wallace, en sus discursos, tenía como uno de sus principales objetivos al "profesor de cabeza puntiaguda", y con qué rugido de aprobación esa frase era siempre recibida por su audiencia de cabeza puntiaguda.
Palabras de moda: Ahora tenemos un nuevo eslogan por parte de los oscurantistas: "¡No confíes en los expertos!" Hace diez años, era "No confíes en nadie mayor de 30 años". Pero los vociferadores de ese eslogan creen que la inevitable alquimia del calendario los convirtió en personas poco fiables de más de 30 años y, al parecer, decidieron no volver a cometer ese error. 
"¡No confíes en los expertos!" es absolutamente seguro. Nada, ni el paso del tiempo ni la exposición a la información, convertirá a esos vociferadores en expertos en cualquier tema que pueda ser concebiblemente útil.
También tenemos una nueva palabra de moda para cualquiera que admire la competencia, el conocimiento, el saber y la habilidad, y que desee difundirlos. A esa gente se la llama "elitistas". Es la palabra de moda más divertida que se haya inventado jamás, porque la gente que no pertenece a la élite intelectual no sabe qué es un "elitista" ni cómo se pronuncia la palabra. En cuanto alguien grita "elitista", queda claro que es un elitista encubierto que se siente culpable por haber ido a la escuela.

Está bien, entonces, olvidémonos de mi ingenua pregunta. El derecho de Estados Unidos a saber no incluye el conocimiento de temas elitistas. El derecho de Estados Unidos a saber implica algo que podríamos expresar vagamente como "qué está pasando". 
Estados Unidos tiene derecho a saber "qué está pasando" en los tribunales, en la Casa Blanca, en los consejos industriales, en las agencias reguladoras, en los sindicatos, en las sedes de los poderosos, en general.

Muy bien, yo también estoy a favor. Pero ¿cómo vas a hacer que la gente sepa todo eso?
"Concédannos una prensa libre y un cuerpo de periodistas de investigación independientes y valientes", es el grito, y podemos estar seguros de que el pueblo lo sabrá.

¡Sí, siempre que sepan leer!

De hecho, la lectura es uno de esos temas elitistas de los que he estado hablando, y el público estadounidense, en general, en su desconfianza hacia los expertos y en su desprecio hacia los profesores obtusos, no sabe leer y no lee.
Es cierto que el norteamericano medio puede firmar con más o menos legibilidad y puede leer los titulares deportivos, pero ¿cuántos norteamericanos no elitistas pueden, sin excesiva dificultad, leer hasta mil palabras consecutivas de letra pequeña, algunas de las cuales pueden ser trisílabas?
Además, la situación se está agravando. Los resultados de lectura en las escuelas están disminuyendo constantemente. Las señales de tráfico, que solían representar lecciones de lectura erróneas en la escuela primaria ("Go Slo", "Xroad") están siendo reemplazadas por pequeñas imágenes para hacerlas legibles a nivel internacional y, de paso, para ayudar a quienes saben conducir un automóvil pero, al no ser profesores de mente aguda, no saben leer.

En los anuncios de televisión, los mensajes impresos son frecuentes. Si los sigue de cerca, descubrirá que ningún anunciante cree que alguien que no sea un elitista ocasional pueda leer esos mensajes. Para garantizar que más personas que esta minoría mandarina entiendan el mensaje, el locutor dice en voz alta cada palabra.
Esfuerzo honesto: Si es así, ¿cómo han obtenido los estadounidenses el derecho a saber? Concedamos que existen ciertas publicaciones que hacen un esfuerzo honesto por decirle al público lo que debería saber, pero pregúntense cuántos las leen realmente.

Hay 200 millones de norteamericanos que han estado en las aulas de una escuela en algún momento de su vida y que admitirán que saben leer (siempre que se les prometa no utilizar sus nombres ni avergonzarlos delante de sus vecinos), pero la mayoría de las publicaciones periódicas decentes creen que lo están haciendo sorprendentemente bien si tienen una tirada de medio millón de ejemplares. Puede ser que sólo el 1 por ciento -o menos- de los norteamericanos intente ejercer su derecho a saber. Y si intentan hacer algo sobre esa base es muy probable que se les acuse de elitistas.
Sostengo que el lema "El derecho de Estados Unidos a saber" no tiene sentido cuando tenemos una población ignorante, y que la función de una prensa libre es prácticamente nula cuando casi nadie sabe leer.

¿Qué haremos al respecto?

Podríamos empezar por preguntarnos si la ignorancia es tan maravillosa después de todo y si tiene sentido denunciar el “elitismo”.
Creo que todo ser humano con un cerebro físicamente normal puede aprender muchísimo y puede ser sorprendentemente intelectual. Creo que lo que necesitamos urgentemente es la aprobación social del aprendizaje y las recompensas sociales por el aprendizaje.
Todos podemos ser miembros de la élite intelectual y entonces, y sólo entonces, una frase como "el derecho de Estados Unidos a saber" y, de hecho, cualquier concepto verdadero de democracia, tendrán algún significado.

Asimov, profesor de bioquímica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, es autor de 212 libros, la mayoría de ellos sobre diversos temas científicos para el público general.

Asimov: El culto a la ignorancia

martes, 27 de agosto de 2024

EL GRAN MAL SOCIAL ACTUAL: LA DISONANCIA CONGNITIVA (COGNOSCITIVA) Y SU IMPACTO EN LA MANIPULACIÓN POLÍTICA 👉👆👈👇🔄


Vieron "Los Juegos del Hambre" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "La guerra de las galaxias" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "Terminator" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "Matrix" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "Divergente" y aclamaron a la resistencia.
Vieron "V de Vendetta" y aclamaron a la resistencia.

Cuando se trata de cine y ficción, aclaman a la resistencia.
Cuando se trata de la realidad, todos son COBARDES, 
ESTÚPIDOS y esclavos de los amos.
Y se ríen de los que se resisten.
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El gran mal social actual: 
la disonancia cognitiva (cognoscitiva) 
y su impacto en la manipulación política
     El Desafío de la razón en la era de la polarización: 
la disonancia cognitiva, un concepto acuñado por el psicólogo social Leon Festinger en 1950, nos permite adentrarnos en el terreno de lo inexplicable en cuanto a nuestros comportamientos. En el ámbito político, esta disonancia se convierte en un fenómeno intrigante: las personas que sienten una fuerte conexión emocional con un partido político, líder, ideología o creencia tienden a dejar que esa lealtad piense por ellas, e incluso llegan al extremo de ignorar o distorsionar cualquier evidencia real que desafíe o cuestione esas lealtades arraigadas.
“Así como hoy te digo una cosa, mañana te digo otra…”; “sí, pensaba eso pero cambié de parecer…”; “es que no había interpretado bien el texto y encontré un texto escondido, hay que saber leer entre líneas…”; “en realidad me están interpretando mal, yo no quería decir eso, hay mucho amarillismo y mala prensa…”; “el contexto ha cambiado y hay que acomodarse a las nuevas realidades…”; “ahora sí, todo será diferente…”.
Seguro que muchos hemos escuchado este tipo de frases o hemos sido testigos de este tipo de contradicciones en los discursos de la clase política, pero más que fallas semánticas o cambios de pareceres como mecanismo de autodefensa es posible que estemos frente a casos de “disonancia cognitiva”.

La caracterización de este fenómeno fue descrita en 1957 por el psicólogo estadounidense Leon Festinger, en su obra: “A Theory of Cognitive Dissonance” (TEORÍA DE LA DISONANCIA COGNOSCITIVA). 
El planteamiento de Festinger establece que, al producirse esa incongruencia o disonancia de manera muy apreciable, la persona se ve automáticamente motivada para esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, constituyendo una cierta coherencia interna, nos permite comprender lo inexplicable de algunos de nuestros comportamientos. Por ejemplo, en política, cuando las personas sienten una fuerte conexión emocional con un partido político, líder, ideología o creencia es más probable que dejen que esa lealtad piense por ellas. Hasta el extremo de que pueda ignorar o distorsionar cualquier evidencia real que desafíe o cuestione esas lealtades. Es decir, justificamos nuestras decisiones —que se convierten en prejuicios— aunque existan datos que confirmen el error de nuestras convicciones.

La disonancia cognitiva impide razonar sobre la realidad, evaluar nuestras ideas y corregir, consecuentemente, nuestros comportamientos. La teoría de Festinger explica cómo las personas se esfuerzan por dar sentido a ideas contradictorias y llevar vidas coherentes en sus mentes, aunque la realidad demuestre que están equivocadas.
Tal como señala Jonathan García-Allen: La relación entre la mentira y la disonancia cognitiva es uno de los temas que más ha llamado la atención de los investigadores. El propio Leon Festinger, junto a su colega James Merrill Carlsmith, realizaron un estudio que demostró que la mente de quienes se autoengañan resuelve la disonancia cognitiva “aceptando la mentira como una verdad”.

La disonancia cognitiva, además de ser una trampa psicológica para justificar nuestros errores, es el primer escalón de una peligrosa escalera descendiente hacia el odio. Se empieza con el prejuicio que lleva a la polarización, para seguir descendiendo por el sectarismo que deviene fanatismo, instalándose virulentamente en el odio. Esta deriva, en un contexto digital, adquiere tintes de linchamiento, por parte de turbas digitales capaces de justificarse agrediendo al distinto por su pensamiento autónomo o disidente.
El experimento de Festinger y Carlsmith sobre motivaciones extrínsecas y disonancia cognitiva (Stanford, 1954) comprobó que cuando los individuos son persuadidos a mentir sin darles suficiente justificación, llevarán a cabo la tarea de convencerse a sí mismos de la falsedad, en lugar de decir una mentira. Además, cada individuo tiene su propia manera de evaluarse a sí mismo. Generalmente, esto se hace mediante la comparación de uno mismo con los demás.

En síntesis, la disonancia cognitiva implica cierta falta de coherencia entre actitud y acción, y es una experiencia muy común. Cada vez que decimos cosas que realmente no creemos o que tomamos una decisión difícil equivocada experimentamos disonancia. En todas estas situaciones, hay un salto entre nuestras acciones y nuestra forma de pensar que tiende a hacernos sentir bastante incómodos. Teniendo presente que nuestra actitud característica está constituida tanto por componentes afectivos como cognitivos, puede decirse que la falta de coherencia que experimentamos en la disonancia se debe a la falta de coincidencia entre nuestro querer y nuestro pensar.
Inclusive podemos experimentar una clásica lucha interna entre razón y emoción; los antiguos dirían entre carne (sarx) y espíritu (pneuma); sé que no debo hacer esto, pero lo hago. Quizá está a la base este principio perplejo: «El comportamiento humano consiste en escapar del dolor e ir tras el placer…» (Richard Sackler, Painkiller Netflix 2023).

Varios manifiestos recientes han alertado del deterioro de nuestra convivencia democrática por el incremento de la intolerancia prejuiciosa, que convierte al adversario en enemigo, al discrepante en un peligro, al disidente en un traidor. Hay una atmósfera polarizada peligrosa y perversa que debemos, entre todos los y las demócratas, desactivar urgentemente con dosis incrementales de mayor respeto al otro y dudas cautelares sobre nuestras convicciones.
La política es una de las áreas en las que la evidencia parece tener poco efecto en la opinión y las creencias de las personas. A pesar de la abundancia de información disponible sobre los problemas políticos y sociales, la mayoría de la gente tiende a aferrarse a sus puntos de vista preexistentes. Este fenómeno puede atribuirse a la teoría de la disonancia cognitiva, la cual sostiene que las personas tienen una tendencia natural a proteger sus creencias y valores, incluso cuando se enfrentan a información que las contradice incluyendo la evidencia.

Desde una visión política, la disonancia cognitiva puede ser utilizada como una herramienta por el Estado para reforzar su poder y control sobre la ciudadanía. En su libro «1984», Orwell describe un mundo en el que el Estado utiliza la disonancia cognitiva para controlar las percepciones de la ciudadanía y mantener su poder. En este mundo, el Estado domina todos los medios de comunicación y produce discursos oficiales que son coherentes con su visión del mundo. Cualquier información que desafíe esta visión del mundo se elimina o se presenta de una manera que justifique la perspectiva del Estado. De esta manera, el Estado puede generar disonancia cognitiva en la ciudadanía que puede llevar a la sumisión y la aceptación acrítica de su autoridad.

Desde una aproximación sociológica, la disonancia cognitiva puede ser vista como un proceso de negociación de la identidad social. La identidad social se refiere a la parte de la identidad de una persona que está basada en su pertenencia a un grupo social. En situaciones donde las creencias o posturas políticas de una persona entran en conflicto con las normas y valores de su grupo social, la disonancia cognitiva puede ser especialmente intensa. En este caso, la persona puede sentir que su pertenencia al grupo está en riesgo, lo que puede generar una fuerte resistencia a cambiar sus creencias o posturas políticas.

La disonancia cognitiva, un fenómeno psicológico bien documentado, tiene un impacto significativo en la política de América. A medida que los líderes políticos y estrategas buscan influir en la opinión pública y en las decisiones de voto, comprenden y explotan esta tendencia humana para promover sus agendas. Esto se cruza con la manipulación política en el contexto americano de varias maneras, desde sesgos de confirmación en las redes sociales hasta la polarización y la identificación partidaria.

Otros factores que hacen que pese la evidencia no cambiamos de posición política

Además de la disonancia cognitiva, hay otros factores que explican por qué la evidencia no cambia lo que pensamos en política. Uno de ellos es la polarización política, que ha alcanzado las últimas décadas en muchos países y no estamos exento a ello como país latinoamericano. La polarización política hace que las personas se adhieran más robustamente a sus posiciones y se identifiquen con su grupo político, lo que hace más difícil cambiar de opinión y aceptar información que contradice sus ideas.
Otro factor es la selección de información, que es la tendencia a buscar y aceptar información que confirma nuestras creencias preexistentes y rechazar información que las contradice. Esto puede ser especialmente problemático en la era de las redes sociales, donde las personas pueden personalizar sus fuentes de noticias y consumir información que está en línea acorde a su posición política. Cabe destacar que varias redes sociales presentan algoritmos para presentarnos información similar a la que hemos dedicado más tiempo, esta repetición continua y espaciada robustece en nuestra memoria las ideas a fines, radicalizando más las posturas.

La evidencia puede tener poco efecto en lo que pensamos en política debido a la disonancia cognitiva, la polarización y la selección de información.
Aunque es importante buscar información objetiva y tener un enfoque basado en la evidencia al abordar los problemas políticos y sociales, también es importante reconocer que nuestras creencias y puntos de vista pueden ser resistentes al cambio. Es necesario abrir nuestra mente y encontrar las mejores soluciones basadas en las evidencias y no en nuestras creencias.
Anatole France, en su novela Los dioses tienen sed nos advertía de la pendiente acelerada de la intolerancia. Cada vez más rápida, cada vez más descendiente: «Profeso el culto de la razón sin dejarme fanatizar por ella. La razón guía y alumbra, pero si la divinizáis, acaso ciegue y sea instigadora de crímenes…». 
La disonancia cognitiva no puede justificar ni la ignorancia ni la intolerancia. Comprender cómo funciona nuestra mente no nos exime de nuestros errores.
La única forma de evolucionar es desarrollar el pensamiento crítico y poder revisar nuestros propios sesgos emocionales. Entender que muchos miedos sociales son impulsados por la manipulación. Solo la constante revisión individual y social del poder y de la administración del estado pueden contribuir a una sociedad más justa, libre, próspera, con paz y orden.

 

TEORÍA DE LA DISONANCIA COG... by Yanka



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