“Parte de la élite global sueña
con convertirse en ‘Homo Deus’”
¿El transhumanismo es ciencia o ciencia ficción?
Es el nuevo paradigma tecnológico que persigue aplicar las biotecnologías para crear un nuevo ser humano posthumano.
¿En qué se traduce?
En superar la condición humana biológica. Los transhumanistas profetizan que el posthumano será al humano lo que el humano ha sido para todos los demás seres vivos de la Tierra.
Es mucho pretender.
Esta ideología nace en el ámbito anglosajón, optimista y neoliberal cuyo epicentro es la Universidad de la Singularidad en Silicon Valley. Sus objetivos son la superlongevidad, la superinteligencia y el superbienestar.
¿Jugar a ser dioses?
Sí, una parte de la élite global sueña con convertirse en Homo Deus, para ello es necesario procesar cantidades inmensas de datos mucho más allá de la capacidad del cerebro humano hibridándonos con la inteligencia artificial.
¿Pero qué hay de realidad?
Es un objetivo. La superlongevidad, por ejemplo, una de las apuestas de Life Company fundada por Google (2013), plantea retos sociales inmensos. Tendremos que controlar que no todo acabe al servicio de la economía. Debemos tomar muchas decisiones éticas.
¿Cuál cree que son las más esenciales?
El diseño biotecnológico de los niños que han de nacer. Podremos decidir si eliminamos la depresión, el dolor, potenciamos la creatividad, la belleza e incluso las experiencias místicas.
La respuesta parece obvia.
Soy partidario del humanismo avanzado y prefiero hablar del mejoramiento de toda la humanidad que de castas tecnológicas.
¿Dejaremos de parir?
Ya se ha logrado hacer crecer embriones humanos dentro de una placa de Petri durante dos semanas. El experimento se interrumpió por una determinación ética de la comunidad científica. Un desarrollo fetal totalmente artificial cambiaría nuestra condición de mamíferos.
La tecnología es imparable.
Y ambivalente. En China están estudiando cuáles son los factores que definen a los superdotados para, como con las semillas transgénicas, crear mentes superdotadas. Se trata de un rendimiento productivista muy lejos de una visión integral del ser humano.
¿Biología sintética?
Sí, y algunos van en busca de la conciencia artificial. Ya hay robots que toman decisiones como el coche no tripulado, y en algún momento los robots humanoides tomarán decisiones éticas de calado y el tema irá evolucionando.
Me suena a ciencia ficción.
Se está desarrollando la comunicación entre robots, y no podemos garantizar que en un momento dado esos robots autónomos e inteligentes no cambien el código. ¿Lo harán por simple eficiencia, porque tomarán conciencia de que lo pueden hacer, porque se saben distintos...?
El miedo a los robots es un clásico.
Lo decía Stephen Hawking, y Nick Bostrom, filósofo de Ofxord que en sus inicios defendió el transhumanismo, pero en sus últimos trabajos sobre la emergencia de la superinteligencia repensó el tema. Ambos han valorado los riesgos existenciales; y el tema también está en la ONU.
La capacidad de crear y de transformarnos a nosotros mismos es humana.
Pero nos puede llevar a la deshumanización. En el proyecto Avatar 2045, impulsado por el magnate ruso Dmitry Itsko, plantean la conciencia como algoritmos que pueden encarnarse en soportes holográficos o de silicio.
¿Que el cuerpo muera pero que la mente siga viviendo en otro soporte?
Sí, es como una nueva visión de la reencarnación, de hecho el Dalai Lama ha dado su soporte a este proyecto.
¿Dónde poner el límite?
No hay una respuesta clara. La cosmovisión de las diferentes sociedades humanas (agnóstica, cristiana, islámica, budista…) tienen que llegar a un consenso sobre los límites morales y éticos respecto a aspectos que nos van a interpelar.
¿Cuál es su ángulo?
Hay que tener en cuenta la dimensión espiritual de la persona, porque hasta ahora la visión científica ha sido muy racional y emotiva.
¿Emotiva?
Crean robots que imitan los afectos, pero está claro que el ansia de trascendencia no podrán imitarla. Tendremos que poner sobre la mesa cuál es nuestra visión espiritual y no sólo material del ser humano. Cuando hibridemos seres humanos y máquinas tendremos que establecer qué es un ser humano y qué no lo es.
No sé si lo sabremos; Sócrates sigue siendo más sabio que nosotros.
Cierto, las humanidades no están a la altura de las preguntas, pero vamos a tener que planteárnoslas, porque si no lo resolverán el poder económico, militar y políticas no democráticas.
Tiene razón.
Los transhumanistas consideran que la eficiencia debe ser nuestro norte, pero los humanos no somos más humanos por ser más eficientes. Hay que conectar el cerebro con el corazón, es decir, con la interioridad.
¿Nos prendaremos de un robot?
Abyss Creations, del empresario Matt McMullen, vende muñecos tremendamente realistas de mujeres y hombres con total disposición a satisfacer sexualmente a cualquier humano. La robotización de la intimidad ya ha comenzado.
(Giulia Bovassi, investigadora y experta en bioética, en Il Timone)-Actualmente la IA es presentada como una ayuda y un apoyo útil. Pero, impulsada por los intereses económicos y la robótica, la opción transhumanista -por la que algunos abogan- corre el riesgo de sustituir algún día a los humanos. El reto ya está lanzado
La inteligencia artificial (IA) determina y da forma a la realidad. Aunque esta tecnología ofrece grandes ventajas y simplificaciones, también conlleva enormes riesgos debido al poder que se le confía. No todos los usos de la IA son “transhumanistas» y el transhumanismo no es únicamente lo que determina las herramientas de la IA. Pero, al igual que otras tecnologías, también puede conducir al hombre nuevo, híbrido y empoderado (cy-borg), a la transición hacia lo posthumano y a un futuro marcado por la singularidad tecnológica, ese punto de no retorno de la innovación que escapa al control y la predicción. Existen innumerables usos posibles de la IA, con problemas éticos similares y al mismo tiempo, muy diferentes. Como siempre en el eterno problema hombre-tecnología, esta última sigue siendo el único actor responsable, teniendo en cuenta que si la inteligencia humana (IH) ha sido comparada con la inteligencia artificial, es lógico suponer que se desarrollará en analogía con ella, y no al revés. De hecho, el discernimiento ético sobre el beneficio o el riesgo/perjuicio se ve obligado, por la propia naturaleza del instrumento a entrar en las cuestiones centrales; ¿quién es “el humano” hoy en día? ¿Debemos razonar sobre otras formas de subjetividad futuras que sean identificadas como «personas»? ¿Qué relación habrá entre condición artificial, autonomía y responsabilidad? ¿Podemos seguir hablando de libre albedrío y conciencia? ¿Cómo podemos formar a la IA en los valores correctos si no existe una ética compartida?
Negación del alma
Debemos reflexionar sobre este cambio crucial: el hecho de razonar sobre la posibilidad de “construir” una máquina consciente, una nueva especie dotada de conciencia, no se debe al tecnoutopismo, sino a una visión del hombre que tiende a negar su alma, toda metafísica y a reducir la conciencia a una función orgánica del individuo o del cerebro, a menudo llamada por muchos transhumanistas como “saco de carne”.
Las aspiraciones vertidas sobre la condición artificial de la IA responden a una visión precisa del hombre como “máquina” y como tal, replicable. La IH, la comprensión total del ser humano, incluso desde el reduccionismo impropio de su verdad a solo el funcionamiento cerebral y los procesos cognitivos, es la fuerza atractiva para los desarrolladores de la IA, ya que esta no es más que el proyecto declarado de simular y reproducir la inteligencia humana desvinculada de la experiencia emocional, sensorial y corporal. El efecto paradójico de la introducción de estas tecnologías es que nacen con la intención de imitar la inteligencia humana y acaban convirtiéndose en la mayor provocación actual para que la humanidad se conozca a sí misma. La progresiva sofisticación, sin embargo, ha hecho que la IA sea capaz de realizar funciones y razonamientos normalmente exclusivos de la IH hasta el punto de poder hablar de autonomía, poniendo en cuestión la libertad de decisión y el sentido de la moral. Esta es la razón por la que el debate en los foros institucionales, académicos y políticos se centra en el concepto de Artificial moral agent: el intento de instalar una moralidad informatizada y con ella, funciones emocionales como la compasión y la empatía, o funciones relacionales como la socialidad, el cuidado, la afectividad y la escucha.
La abolición de la vulnerabilidad
Un futuro simbiótico de coexistencia entre humanos y “máquinas morales”, tal y como autorizó Hiroshi Ishiguro, uno de los pioneros más influyentes de la IA humanoide en la Universidad de Osaka (autor de los Geminold, androides a su semejanza), con el proyecto Inorganic intelligent life (vida inteligente inorgánica): una humanidad hibridada con máquinas e inmortal gracias a la sustitución de carne y órganos humanos por material inorgánico mediante la transferencia de cerebros a dispositivos no biológicos (mind uploading). Ishiguro afirma tener como objetivo la comprensión de lo humano, que para él es opaco y similar a una compleja máquina por explorar, desgraciadamente frágil. El principal enemigo transhumanista es la caducidad: “La humanidad”, leemos en el Manifiesto transhumanista, “será transformada radicalmente por la tecnología del futuro. Prevemos la posibilidad de rediseñar la condición humana para evitar la inevitabilidad del proceso de envejecimiento, las limitaciones del intelecto humano (y artificial) […] y el sufrimiento en general”. El hombre sintético no sufre, no envejece, no muere y puede autodirigir su propia evolución potenciando indefinidamente sus capacidades.
Abolir la vulnerabilidad por un principio de bienestar y autorrealización, en la visión radical del transhumanismo, es un imperativo moral global.
El abandono del cuerpo
Günther Anders anticipó proféticamente el advenimiento de esta nueva fase de la humanidad cuando habló de la “vergüenza prometeica”, ese sentimiento que experimentaría la humanidad al enfrentarse al potencial, a la perfección y a la reproducibilidad de sus productos. La incomodidad del hombre posmoderno por estar sometido a la precariedad (la muerte involuntaria, la enfermedad, el déficit, la vejez, la discapacidad, etc.) y la singularidad (la “aleatoriedad” de sus propios orígenes no planificados), a las que tiene que responder y dar un sentido metafísico, espiritual, existencial. Viceversa, sus artefactos gozan de un estatus incorruptible y constantemente mejorable. Si reducimos al hombre a un conjunto de genes, conexiones neuronales, datos, órganos y funcionalidades, a algo determinado sin alma, ¿qué impide que sea reproducido, programado, mejorado (enhancement) o quede obsoleto? El objetivo es abandonar el cuerpo, el origen de todo lo que obstaculiza la evolución autodirigida, sustituyéndola por una envoltura biomecánica inmune a los límites humanos, manipulada y organizada según criterios de perfección para alcanzar la inmortalidad cibernética (digitalización de la mente, separada del cuerpo biológico) que deberá atravesar necesariamente una fase problemática de discriminación social entre humanos y post o trans-humanos, ¿Tendremos que pasar por una serie de nuevas “batallas civilizadoras” para el reconocimiento del estatus transhumano? La respuesta es sí. Definido como “la idea más peligrosa del mundo” (Francis Fukuyama) el transhumanismo, entrando en el dominio de la religión y el humanismo, lanza a la humanidad a un desafío antropológico sin precedentes.
Publicado por Giulia Bovassi, investigadora y experta en bioética, en Il Timone
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
EL FIN DEL SER HUMANO ESTÁ CERCA: NUEVA (SUB)NORMALIDAD AGENDA 2023 - 2030
TRANSHUMANISMO CONTROL DICTADURA ALIENACIÓN GLOBALISMO GENOCIDIO HUMANICIDIO
Quién es y de dónde procede el criminal psicótico Klaus Schwab,
fundador del Foro económico mundial.
VER+:
NO ESTÁS SOLO PORQUE ESTÁS DESPIERTO