MARÍA EUGENIA,
LA SIN HOGAR DE LA PLACITA.
¿LOCA YO?
¡Hola a todos! Mi nombre es Gumersindo Pedroza, venezolano de este domicilio con número de cédula tal, tal, y cual, caraqueño asimilado, en este momento marzo de 2021, por circunstancias que yo no he pedido debido a la pandemia que azota a la humanidad, estoy viviendo en la Av. Miguel Ángel de Bello Monte, en Caracas. Soy una persona entradita en años, y como muchos de nuestros habitantes de este sector, tengo la costumbre de caminar por el vecindario, para asolearme un poco, y estirar las piernas; esto es un decir de manera coloquial, porque mis piernas flacas siguen todavía del mismo tamaño.
Esta mañana estaba cumpliendo con mi rutina diaria; siempre hago una parada en la plaza Oberón, llamada popularmente "Los Chorritos". Estaba muy acomodado en una de sus bancas de concreto observando la circulación de los vehículos, el color fresco y verdoso que emanaba de los
árboles, su frondosidad corpulenta. Contemplaba a las personas que iban y venían, sabiendo que yo también era observado por ellas. A pesar del bullicio que genera una calle transitada como esta, el día era tranquilo y muy bonito.
árboles, su frondosidad corpulenta. Contemplaba a las personas que iban y venían, sabiendo que yo también era observado por ellas. A pesar del bullicio que genera una calle transitada como esta, el día era tranquilo y muy bonito.
No me di cuenta cuando una señora, sorpresivamente ocupaba la banca vecina; ella me miró de frente y me obserquió una sonrisa tierna e inocente, volteó a mirar a otro lado con disimulo, quizás para no propiciar conversación conmigo. De repente, la miré y pude vislumbrar parte de su humanidad, sin duda, que era una señora realenga de la calle, su apariencia la delataba. Me llamó poderosamente la atención de que en su mano derecha, cargaba un pequeño libro amarillento y deteriorado, tenía un dedo metido dentro de sus páginas, haciendo como de marcador, para no perderse la página que estaba leyendo.
La curiosidad se avivó en mi mente inquisitiva por ese hecho en particular. Traté de abordarla con mucho tacto y delicadeza, tomando en cuenta el personaje que tenía frente a mí. Ella levantó la vista perdida hacia la nada, y yo aproveché el momento que me dio esa oportunidad, libre de juicios, le pregunté respetuosamente con con decisión, ¿Señora, disculpe, ¿qué está leyendo? Ella levantó la vista con desenfado, pero al instante reaccionó sin sacar el dedo de dentro del libro y me contestó: ¡Ah, sí! es un librito que me encontré en aquel basurero que está allá, en aquella esquina, -y volteándose lentamente para señalarmelo con su mano desocupada-.
- ¿Y de qué se trata, señora?, y discúlpeme la indiscresión. - Me entusiasmé apreguntarle sin reservas y con mucho interés.
- No se preocupe señor, me dijo ella, su pregunta no me incomoda, lo que sí me incomoda.... es que nadie me pregunte nada. - Y usted, ¿cómo se llama? interrogó ella con plena libertad. Yo le contesté muy tranquilo y con seguridad, ¡me llamo Gurmersindo!
- ¡Ah, qué bien! continuó ella, ¡mucho gusto! y agregó: - Este es un librito de historia de Venezuela, -lo levantó y me lo enseñó, y pude ver su portada en colores amarillentos-.
- Pero apenas he leído algunas líneas, aclaró, pero ud. sabe... se trata de aquellos sucesos que ocurrieron en 1830, cuando se disolvió la Gran Colombia, un sueño del Libertad no cumplido. - Cruzó las piernas con delicadeza femenina, como una dama de la alta sociedad, arrimó su mochila deshilachada con sumo cuidado y mucho celo hacia su cuerpo, como protegiéndola, tomó aire, oxigenó sus pulmones, y continuó diciendo: bueno, las locuras históricas de Santander y Páez. - Se sonrió una vez más con ganas enseñando su escasa denturadura, pero, que con su sonriza franca y sincera, hacían olvidar su carencia dental.
Yo no podía dar crédito, a lo que estaba escuchando sobre esos sucesos de nuestra historia, como los conocemos a través de los libros escritos por insignes conocedores de esos episodios de nuestra patria, y ella los relataba de una manera pulcra y con conocimiento didáctico. Las palabras, su verbo fluído, su léxico, su elocuencia, la manera encendida de discernimiento y por supuesto, digo yo... ella no pudo haber leído todo lo que me dijo en aquellas escasas líneas de ese viejo libro que cargaba en sus manos, en tan poco tiempo.
Mi asombro era tal, que yo trataba de escudriñas a través de sus harapos, y en su cara que se dejaba ver, y me preguntaba con asombro, ¿quién será esta señora?, - ¿y cómo es su nombre, señora? me atreví a preguntarle, ella se hizo la desentendida, miró a los lados como buscando una respuesta pronta y la soltó:
- ¡Yo me llamo María Eugenia!, respondió con vigor y seguridad. Una sonrisa inocente se escapó de sus labios, me miró fíjamente mientras se recogía el cabello color ceniza y se peinaba con sus dedos, las greñas que se le escapaban de su cabellera para unirlos y fijarlos finalmente con una peineta metálica verdosa brillante con forma de mariposa.
Después de una larga pausa, le pregunté más animado:
- ¿Dónde vive usted, mi señora? Ella me respondió sin reservas:
- cerca de Parque Central.
- ¿Parque Central? le pregunté sin miramientos, pero, eso está muy lejos de aquí, le comenté.
- Sí, estoy por aquí porque vine a ver una hija mía que está muy enferma, - me contestó con un dejo de tristeza. Ella tiene cuarenta y dos años, y supe que está muy mal, pero esa gente no me permite verla, porque dicen que yo estoy loca, ¿loca yo? - y se toca repetidamente con la mano abierta su pecho, y exclamaba con énfasis, ¡y qué loca!
Bueno, esa "gente" como ella decía, tendrá sus razones, para calificarla así, yo no conozco esa historia, pero en las condiciones que ella se muestra ante la gente común y corriente, no son las mejores, y por eso levanta dudas de un comportamiento someramente de lucidez mental. Hubo un ínterin de silencio mezclado en el ambiente, que propició una apertura elocuente, tomando hacia la nada dijo con un largo suspiro:
- Yo trabajé por muchos años en la administración pública como correctora, estudié letras hasta el cuarto semestre en la UCV (Universidad Central de Venezuela), - me contó entre otras cosas, temas variados de educación superior, que yo no dudé de su certidumbre, ya que todo lo que me contaba, lo decía con una base intelectual convincente, sin lugar a dudas.
Muchas veces tuve la tentación de preguntarle el por qué había caído en esa situación de abandono, pero no lo hice por no herir susceptibilidades.
Hubo una ligera pausa que ella aprovechó para decirme que, en la cafetería de enfrente, más temprano, tres jóvenes le brindaron una empanadilla y un jugo, cosa que tampoco puse en duda, porque después de que alguien escuche la manera tan locuaz y culta de expresarse, ¿quién le puede negar algo para comer?
- Yo voy por la vida en mi Señor, Dios, continuó, y por eso, a mi, ¡todo me sale bien! - ¿Bien?, me pregunté a mi mismo, ¿Cuántas personas como ella, anda vagando por el mundo, como seres amorfos, transparentes, cargados con sus propios sueños, como el sueño de María Eugenia de que estaba muy bien...
Una garúa sorpresiva se presentó en el ambiente saludando con su frescura, pero rápidamente se convirtió en una lluvia pertinaz, la gente se iba protegiendo de la lluvia en los locales comerciales. Volteé a todos lados y María Eugenia había desaparecido, ya no estaba, se disolvió en la nada. ¡Se hizo invisible!
Escrito en Caracas en el mes de marzo de 2021
Miguel Ángel Abreu (Apolo)
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