EL Rincón de Yanka

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miércoles, 17 de septiembre de 2025

LA GUERRA COGNITIVA ESTÁ AQUÍ: ¿ESTÁS PREPARADO? 👥😵

 
LA  GUERRA  COGNITIVA:  
OPCIÓN   ESTRATÉGICA   EMERGENTE  
EN  LA  ZONA  GRIS   DE   LA  
COMPETICIÓN   GEOPOLÍTICA


1 INTRODUCCIÓN

La guerra cognitiva se define como un conjunto de actividades destinadas a influir, modificar o controlar percepciones, emociones, actitudes, comportamientos y procesos de toma de decisiones con el objetivo de alterar las capacidades cognitivas de individuos y grupos para alcanzar una posición de ventaja estratégica sobre los adversarios sin necesidad de recurrir al uso directo de la fuerza. Se fundamenta en el uso de las ciencias neurocognitivas y otros avances científicos y tecnológicos, como la nanotecnología, la biotecnología o la robótica, para manipular y perturbar la cognición humana, un componente fundamental en el actual entorno de seguridad internacional. 

Este artículo presenta la guerra cognitiva como una opción estratégica al servicio de los intereses de poder y seguridad de diferentes competidores globales en un escenario internacional definido por la transformación y la creciente rivalidad geopolítica

La naturaleza, siempre cambiante, que caracteriza la evolución de los diversos entornos de seguridad internacional, nos sitúa, ya entrada la segunda década del siglo XXI, en un momento de extrema complejidad, inestabilidad, conflictividad, incertidumbre e impredecibilidad. Vivimos en un acelerado y dinámico proceso de transformación global condicionado por la tensión y superposición de dos dinámicas contrapuestas: la globalización y la progresiva fragmentación del mundo global. Una dialéctica que alimenta este proceso de globalización fragmentada, donde las nuevas dinámicas de ruptura, cuestionamiento y relativización de estructuras y poderes hegemónicos por parte de actores estatales y no estatales con intereses enfrentados interactúan con las inercias de un orden global que todavía persiste, conformando un entorno de multipolaridad compleja e inestable, donde ningún polo de poder, con su bloque de actores asociado, dispone de las capacidades e instrumentos necesarios para imponerse de forma inapelable en la configuración y consolidación de las reglas del nuevo gran juego de competición geopolítica, en la intersección de dos procesos antagónicos. 

De un lado, la globalización, definida por la hiperconectividad, el desarrollo tecnológico y la interdependencia; pero también por las dinámicas transnacionales; los flujos masivos comerciales; la relevancia de las cadenas de suministro; la deslocalización empresarial; la libertad de movimientos de mercancías, trabajadores, capital y servicios; definida, en definitiva, por la configuración de una conciencia colectiva global. Un fenómeno multidimensional, generador de una conectografía2 fundamentada en una progresión tecnológica sin precedentes que, sin embargo, ha gestado su propia dinámica de desglobalización, caracterizada por la fragmentación política, la prevalencia de intereses nacionales excluyentes, el proteccionismo económico, la desinformación y otros desórdenes informativos, la polarización ideológica, así como la configuración de bloques multilaterales antagónicos, pero muy flexibles, que orbitan en torno a un determinado polo de poder, aunque sin renunciar al pragmatismo político que exige la ansiada búsqueda de la autonomía estratégica en defensa de intereses propios (y al servicio de ajenos) en un mundo en transición, altamente volátil, inestable y conflictivo. 

En definitiva, una tensión dicotómica estimulada por el paradigma del cambio3, que representa una acelerada revolución tecnológica en términos de impacto, alcance, versatilidad y velocidad, puesta al servicio de sofisticadas estrategias de manipulación e ingeniería social de las poblaciones, audiencias nacionales e internacionales, individuos y grupos, combatientes y no combatientes, con el objetivo de confundir, alterar, fragmentar, limitar, dirigir, en definitiva, influir en la capacidad de entendimiento del ser humano en un contexto en transformación y permanente competición global. 

Un objetivo estratégico recurrente, pero con inquietantes perspectivas en términos de impacto como consecuencia de la convergencia entre un acelerado proceso de digitalización, derivado de los avances sin precedentes en las tecnologías de la información y comunicación (TIC), y la progresión científico-tecnológica en los campos de las ciencias básicas y aplicadas. En el primer caso, para generar, sobre todo como consecuencia de la expansión de las redes sociales, un nuevo entorno de oportunidades en los flujos de información y comunicación, potenciando desórdenes informativos de alcance global como la desinformación4

Un fenómeno ya habitual, donde subyacen estrategias de subversión político-informativas; acciones FIMI (Foreign Information Manipulation Interference) o de interferencia extranjeras; operaciones de inteligencia encubiertas y orquestadas por los Estados con la colaboración de actores no estatales maliciosos; usos de trolls y chatbots, entre otras iniciativas, que operan como instrumentos de influencia y control en manos de actores estatales y no estatales en la consecución de objetivos político-militares orientados a debilitar, desestabilizar y, en último término, derrotar al adversario sin necesidad de combatir una guerra convencional en el espacio físico. 

De forma simultánea, los destacados avances tecnológicos en diversos campos científicos como la neurociencia, la psicología, la farmacología, la biología o la ingeniería han permitido profundizar en el conocimiento del cerebro humano y, por lo tanto, en los procesos vinculados con la percepción, la recepción, la selección y el procesamiento de la información. De hecho, las sinergias entre las ciencias cognitivas, las biológicas y las tecnológicas han impulsado el desarrollo de nuevas, sofisticadas y eficaces formas en el diseño y diseminación de narrativas que, junto con otros avances tecnológicos, han facilitado una mayor comprensión de las funciones cognitivas humanas, abriendo un horizonte de posibilidades en su interactuación con máquinas y algoritmos. 

Avances tecnológicos exponenciales que están modificando la forma en la que los actores internacionales, Estados y actores no estatales, ejercen su poder, proyectan su influencia y, en último término, conducen sus relaciones internacionales en entornos de seguridad cambiantes, inestables y hostiles. Escenarios, donde los límites entre la guerra y la paz, entre lo político y militar, entre lo táctico y lo estratégico, entre lo cinético y lo no cinético, entre lo interno y lo internacional, entre lo estatal y no estatal se tornan cada vez más difusos, desdibujados en la confusa y expansiva zona gris que ocupa los entornos de seguridad del siglo XXI. 

Y, es que, la morfología de los conflictos contemporáneos se sustenta sobre la base de un complejo paradigma de hibridación, donde las tácticas de subversión no cinéticas se combinan con acciones cinéticas de coerción-disuasión y proyección de fuerza desplegadas en los dominios tradicionales. 
Alternativas híbridas que permiten combatir al adversario con criterios de eficiencia y eficacia, simplemente controlando, no sólo lo que piensa en términos de suministro de contenidos y construcción de significados y narrativas; sino, y lo más importante, cómo piensa y actúa, lo que afecta a las funciones cognitivas de los individuos. 

2. Tecnologías emergentes, disruptivas y convergentes en la era de la información: la cognición humana como objetivo 
Así, la guerra cognitiva como concepto emergente surge en la era de la información, vinculada a la enorme progresión de las TIC. En una era de no paz/no guerra, definida por la confluencia de múltiples y complejos factores como la irrupción de las denominadas tecnologías disruptivas emergentes5 (EDT); la proliferación de amenazas y conflictos híbridos; o la participación de múltiples actores de naturaleza asimétrica con intereses cambiantes, dispuestos a confrontar en el escenario no cinético que brinda la mente humana, donde se encuentran las percepciones, las emociones o la memoria. Configurando, así, nuevos horizontes de competición gracias a las posibilidades que ofrecen los desarrollos vinculados con la inteligencia artificial, la biotecnología o la computación cuántica 6, tecnologías disruptivas con el potencial de transformar/revolucionar la conducción de los asuntos militares en los escenarios de un futuro cercano. 

Un planteamiento que sería abordado en un extenso informe, Converging Technologies for Human Performance7, impulsado por la National Science Foundation (NSF) de Estados Unidos, publicado en 2002 con el visto bueno del Departamento de Defensa (DoD), con el objetivo de promover un ambicioso proyecto de innovación científico-tecnológica de carácter multidisciplinar, conformado bajo el acrónimo NBIC 8 , y diseñado para aglutinar las aportaciones y avances tecnológicos experimentados en cuatro campos científicos diferenciados, pero convergentes: la Nanotecnología (nanorobot, nanosensores y otras nanoestructuras); Biotecnología (biogenoma, bioingeniería, neurofarmacología); las tecnologías de la Información (computación, microelectrónica); además de las tecnologías Cognitivas (ciencia cognitiva y neurotecnología, psicología). 

Partiendo de una perspectiva neurotecnológica9, las investigaciones y avances de las tecnologías convergentes NBIC, proyecto replicado posteriormente por distintos países y organizaciones intergubernamentales10, se centran en la experimentación y creación de técnicas y procedimientos altamente efectivos, como el perfeccionamiento de complejos sistemas híbridos humano-máquina, orientados a transformar y mejorar las capacidades sensoriales y cognitivas del ser humano, no solo en los campos de la medicina o la educación, sino en los ámbitos de la seguridad y la defensa de los Estados. 

Nos encontramos, pues, ante unas tecnologías altamente disruptivas en términos de alcance, versatilidad, aplicabilidad y potencial innovador, especialmente, en los escenarios de conflicto no cinéticos de carácter asimétrico, no plausibles y focalizados en estrategias de subversión. Una disrupción tecnológica que está impactando en la configuración de los entornos de seguridad y defensa, brindando a los competidores geopolíticos múltiples posibilidades de acción, algunas aún por explorar, en el ámbito de lo que se ya se ha comenzado a configurar como el sexto dominio11: la mente humana.
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1 Soledad Segoviano Monterrubio es Profesora de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid e investigadora en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI). E-mail: DOI
2 Blázquez Navarro, Irene: “Tecnología y geopolítica: sobre una teoría del cambio en las Relaciones Internacionales”, Economía y Geopolítica en un mundo en conflicto, Revista ICE, nº 935, (abril, mayo, junio2024), p. 136
3 Ibid., p. 135 
4 Aunque no existe un consenso generalizado en torno al concepto de desinformación, la Comisión Europea lo plantea como un tipo de información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población y que puede causar un perjuicio público […] que comprende amenazas contra los procesos democráticos políticos y de elaboración de políticas, así como contra la protección de la salud, el medio ambiente o la seguridad de los ciudadanos de la UE, citado en: “Informe C: Desinformación en la era digital”, Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados (Oficina C) 2023, p.1. De acuerdo con este Informe, una de las clasificaciones más extendidas para abordar los denominados desórdenes informativos gira en torno a tres conceptos diferenciados: información errónea, definida como falsa, pero sin intención de provocar un perjuicio; información dañina, puede ser real o falsa, no siempre verificable, elaborada y compartida con la intención de causar un daño explícito; y, por último, desinformación, definida como información verificablemente falsa con la intención de provocar daño, en Ibid., p.3 
5 Una tecnología disruptiva es aquella que convierte en obsoleta una tecnología existente, alterando, desde la forma de operar hasta el propio tejido industrial, López Vicente, Patricia: “Tecnologías Disruptivas: Mirando el futuro Tecnológico”, Boletín de Observación Tecnológica en Defensa, nº 25 (2009), pp. 172-176; por su parte, las tecnologías emergentes se refieren al efecto de emerger con un escaso nivel de desarrollo, pero con importantes expectativas de futuro. Tienen potencial disruptivo si tienen la capacidad de promover cambios revolucionarios y desplazar tecnologías existentes, en: Riola Rodríguez, José María: “La dimensión tecnológica de la innovación disruptiva en el ámbito de defensa”, p. 22, en CESEDEN: Tecnologías disruptivas y sus efectos sobre la seguridad, mayo 2015  
6 La Agencia Europea de Defensa (AED) identifica seis tecnologías especialmente disruptivas: tecnologías basadas en la computación cuántica; inteligencia artificial (IA); robótica y sistemas de armas autónomos; análisis y procesamiento big data; sistemas de armas hipersónicas y tecnologías espaciales; junto con nuevos materiales avanzados. Por su parte, Estados Unidos incorpora las armas de energía dirigida y la biotecnología, veáse: “Emerging disruptive technologies in defense”, European Parliament 2022  
8 Claverie, Bernand and Du Cluzel, François: “Cognitive warfare: the advent of cognitics in the field of warfare”, Capítulo 2, p. 6, en Claverie, Bernad et, al. (2022): Cognitive warfare: the future of cognitive dominance, NATO Collaboration Support Office
9 Ibid.
10 Unos años más tarde, en 2006, salía a la luz un segundo informe Managing Nano-Bio-Info-Cogno Innovations: Converging Technologies in Society, donde se insistía en los importantes avances para la condición humana, derivados de la fusión de estas tecnologías convergentes. Ambos informes tendrían gran impacto, no solo en Estados Unidos y en la UE, sino en Japón, China, Canadá o España, donde se impulsarían importantes proyectos vinculados con las NBIC con enormes implicaciones sociales, económicas y empresariales.
11 En la actualidad, existe un importante debate entre los aliados de la OTAN sobre la conveniencia de considerar el cerebro humano y, por tanto, sus capacidades cognitivas y sensoriales, como un sexto dominio operativo en términos estratégicos-militares. La idea es generar debate para valorar si es preciso recomendar la identificación de la Mente Humana como el sexto dominio, en la medida que la cognición es crucial en el proceso de toma de decisiones políticas y clave en el comportamiento de individuos, grupos y organizaciones. Véase: Le Guyader, Hervé (2022): “Cognitive Domain: A Sixth Domain of Operations”, Capítulo 3, p.2, en Bernad et, al., op., cit.

Control y Dominio



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martes, 16 de septiembre de 2025

"LA DECADENCIA DE OCCIDENTE": LOS ESTADOS ENEMIGOS DE LA NACIÓN por FERNANDO DEL PINO CALVO-SOTELO y "ABSOLUTISMO DEMOCRÁTICO" OLIGÁRQUICO


La decadencia de Occidente


En las últimas décadas los países occidentales han tendido hacia un menor crecimiento económico, un mayor endeudamiento y una creciente desintegración familiar y social, como muestran una variedad de indicadores. Por lo tanto, la apreciación subjetiva de que vivimos una época de cierta decadencia está refrendada por la evidencia.
La pérdida de valores es patente tanto en la esfera privada como en la pública, como lo es el aumento de familias destruidas y la correspondiente disminución de felicidad individual. Asimismo, se constata una falta de cohesión social que promueve los conflictos internos, una irritación creciente ante la percepción de que el sistema no funciona y un empobrecimiento encubierto bajo las irreales estadísticas oficiales.
Por último, el Estado y su maquinaria burocrática gozan de un poder desorbitado que ha crecido de forma paralela a la tremenda disminución de la libertad personal de los ciudadanos, hoy claramente inferior a la que disfrutábamos hace cuarenta o cincuenta años (también en España).
A lo largo de una serie de cuatro artículos, que amplían el texto de una conferencia que pronuncié este verano, intentaré dar luz sobre este asunto, que suele pasarse por alto en el debate público.

Los Cinco Experimentos

¿Estamos mejor o peor que hace cincuenta años? ¿Qué está ocurriendo en Occidente? ¿Qué ha cambiado? Fundamentalmente, lo que ha cambiado es que las sociedades occidentales están llevando a cabo cinco experimentos, idea que concebí por primera vez en una charla que di en Inglaterra hace una década, pero que nunca había sido corregida ni publicada en español.
Un experimento significa probar las virtudes y propiedades de algo para ver si funciona bien o mal. El problema es que estamos llevando a cabo dichos experimentos sin ser conscientes de que se trata solamente de eso: experimentos. No estamos juzgando si funcionan bien o mal, sino que los consideramos avances axiomáticos de la civilización, es decir, “progreso”, esa palabra fetiche. Sin embargo, como dijo Churchill, «por muy hermosa que sea la estrategia, de vez en cuando habrá que observar sus resultados». Eso es lo que pretendo hacer.

El primer experimento: el Estado Leviatán

El primer experimento es el Estado Gigante o Estado Leviatán, en acertada expresión del profesor Dalmacio Negro. Poca gente es consciente de hasta qué punto el tamaño del Estado que hoy tomamos como normal es una anomalía histórica.

Midamos el tamaño del Estado por las cifras de gasto público. Hasta principios del s. XIX, el gasto público en los países occidentales oscilaba entre el 5 % y el 7% del PIB, y la mitad era gasto militar; a principios del s. XX el gasto público seguía siendo inferior al 10 % del PIB, incluyendo los países nórdicos, hoy conocidos como paradigmas del Estado de Bienestar. Pues bien, hoy el gasto público en Europa se acerca al 50% del PIB, lo que significa que se ha multiplicado por diez en dos siglos.

Los impuestos elevadísimos: otra novedad histórica

Este gasto público se ha financiado, en primer lugar, con impuestos, arma coercitiva-extractiva del Estado cuyo componente principal son los impuestos permanentes sobre la renta. Este es también otro invento reciente que ha acompañado a la creación del Estado Leviatán. De hecho, el primer impuesto permanente no se introdujo hasta 1842 en Gran Bretaña, mientras que EEUU, Francia, Alemania y otros no lo introdujeron hasta 1913 y 1925. España no tuvo impuesto de la renta permanente hasta 1932, y Suiza no ha tenido un impuesto federal sobre la renta permanente hasta 1983. En términos históricos esto es el equivalente a ayer mismo.

Cabe destacar que, al principio, los tipos impositivos sobre la renta oscilaban entre el 1 % y el 7 % de los ingresos anuales (como fue el caso de España en 1932). Hoy en día no es raro encontrar tipos impositivos marginales sobre la renta del 50%, que se toman como “normales” (debe mencionarse que los países anglosajones tuvieron tipos marginales aún más elevados en algunos años de la segunda mitad del s. XX).

El expolio fiscal no se limita al impuesto sobre la renta, sino que se completa con una miríada de impuestos directos e indirectos a los que se aplican retenciones y fechas de pago distintas para que el nivel abusivo de fiscalidad pase desapercibido. Sumando todos ellos, a cada trabajador español los impuestos le quitan de media un 65% de lo que gana: dos de cada tres euros son robados por el Estado ante la extraña pasividad de la población (robar: «quitar o tomar para sí con violencia o fuerza lo ajeno»).

La vocación totalitaria del Estado de Bienestar

La excusa creada para justificar este expolio es el llamado Estado de Bienestar, que Peter Sloterdijk denomina «Estado Impositivo», y Gustave Thibon, de forma aún más acertada, “Estado Vampiro”. Naturalmente, cualquier sociedad que aspire a llamarse civilizada tiene el deber moral de cuidar de los más débiles, de aquellos que no pueden valerse por sí mismos, ya sea de forma temporal o permanente. Sin embargo, los más débiles, por definición, son una minoría, y las minorías interesan poco al Estado de Bienestar, que es un concepto político.

El Estado de Bienestar o Estado Vampiro no persigue acabar con la pobreza, sino dar más poder a la clase política utilizando como coartada fines supuestamente benéficos. Conceptualmente, se basa en un fraude, pues promete una seguridad ficticia a cambio de algo muy real: 
nuestra libertad, que siempre cuenta —pobrecilla— con menos defensores de lo que parece. En efecto, libertad conlleva responsabilidad, esfuerzo, tomar decisiones, equivocarse y asumir las consecuencias, y puede llegar a dar miedo, lo que es hábilmente explotado por la clase política.

Esta naturaleza ambivalente de la libertad (atracción/rechazo) no es nueva, precisamente. El libro del Éxodo ―escrito hace 3.500 años― narra cómo el pueblo judío murmuró contra Moisés a pesar de que éste acababa de liberarles de la esclavitud: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de una olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!» (Ex. 16, 3). Éste era el valor de la libertad: una olla de carne y pan abundante. La naturaleza humana no ha cambiado, y los ciudadanos de los modernos Estados de Bienestar hacen exactamente el mismo trueque.

«Tú trabaja, que yo reparto», nos dicen los políticos. En efecto, el expolio se maquilla con el engañoso concepto de redistribución de la riqueza, destructor soterrado de la propiedad privada —y, por tanto, de la libertad— y que constituye otra falacia más: como dice Jouvenel, la redistribución de riqueza es en realidad una redistribución de poder, del individuo al Estado, esto es, a la clase política que lo controla. Esto explica que la vampírica clase política defienda la redistribución de la riqueza con tanto ahínco.

Decía el pensador colombiano Nicolás Gómez-Dávila que «la política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y de debilitar el Estado». Pues bien: hemos hecho exactamente lo contrario: la política necia de debilitar a la sociedad y vigorizar al Estado.

El segundo experimento: una deuda gigantesca

Cuando los impuestos son insuficientes para alimentar la voracidad insaciable del Estado Leviatán, los políticos nos endeudan, en nuestro nombre, pero sin nuestro consentimiento. Por tanto, el segundo experimento es un endeudamiento gigantesco.
La deuda constituye un espejismo; implica consumir en el presente la riqueza del futuro; es pan para hoy y hambre para mañana, y, como nos permite vivir por encima de nuestras posibilidades, implica también una huida de la realidad.
La deuda también es injusta: la generación presente vive a costa de las generaciones futuras. Finalmente, es una adicción que sólo puede curarse a través del dolor de la abstinencia. Sin embargo, en nuestras sociedades democráticas en las que los políticos se dedican a adular a las masas, ¿quién va a votar a quien prometa dolor?

Resulta revelador, una vez más, realizar una comparación histórica. A principios del siglo XX el equilibrio presupuestario era la norma salvo en tiempos de guerra y la deuda pública oscilaba entre el 7%-10 % del PIB. Hoy en varios países occidentales la deuda pública supera el 100% del PIB. Del mismo modo, hace un siglo el empleo público como porcentaje de la población activa era minúsculo, entre el 3 % y el 5 %. Hoy, en los países de la OCDE esta cifra es el 19%.
España es un ejemplo perfecto: en 1974 la deuda pública se situaba en torno al 7 % del PIB y hoy supera el 103%, la presión fiscal era la mitad de lo que es hoy y había 800.000 funcionarios, mientras que hoy constituyen una marabunta de más de 3 millones de los que una parte son parásitos sólo se dedican a sancionar y poner trabas a la población que trabaja y produce.

El tercer experimento: la inflación real

Tras el Estado Leviatán y la deuda gigantesca, el tercer experimento es el sistema de moneda fiduciaria, por el que la moneda de cada país no tiene otro respaldo que el de la confianza en el poder político, que no me atrevería a calificar precisamente de AAA.
Bajo este sistema, instaurado en 1971 tras el final de Bretton Woods, el poder político —a través de los bancos centrales, que no son sino otra rama del poder— puede aumentar a voluntad la base monetaria e influir decisivamente en la oferta monetaria. Salvo en la China del s. XI, prácticamente no se encuentran precedentes históricos de este sistema. En efecto, en 1971 el gobierno de EEUU cortó toda ligazón del dólar con el oro concediéndose a sí mismo la potestad de imprimir billetes a voluntad para hacer frente a un gasto público descontrolado. Lo hizo, por cierto, de forma «temporal», según afirmó sin ruborizarse el secretario del Tesoro Connally para tranquilizar a los mercados, pues los políticos siempre tildan inicialmente de temporal todo impuesto o medida disparatada permanente.

Pues bien, 1971 marca el momento en que, tras hacer promesas, subir los impuestos y endeudarse hasta las cejas, y cuando ningún prestamista en su sano juicio les prestaría un solo céntimo más, los políticos occidentales decidieron que era más fácil imprimir billetes, y no han vuelto la vista atrás. Desde entonces, la vida es para ellos mucho más sencilla, y su acción mucho más perturbadora para las sociedades que lideran.

Este sistema parece inofensivo durante un tiempo, pero acaba siempre sucumbiendo a esa fuerza destructiva llamada inflación, la cual conduce a la erosión lenta pero inmisericorde de las economías domésticas causando el empobrecimiento paulatino de la población, que ve cómo sus gastos (que aumentan al ritmo de la inflación real) crecen más rápidamente que sus ingresos (que, en el mejor de los casos, aumentan al ritmo de un IPC cocinado y, por tanto, irreal)[1].

Conclusión

Como hemos visto, los tres primeros experimentos que está llevando a cabo Occidente son el aumento desorbitado del tamaño del Estado (y de sus impuestos), un endeudamiento gigantesco y una inflación real (no publicada), provocada por el sistema monetario vigente, que carcome sigilosamente la riqueza de los ciudadanos y ante la cual estos se encuentran completamente inermes.
Estos tres experimentos son corolarios lógicos del cuarto experimento, que supone la mayor vaca sagrada de nuestros tiempos y que merece por ello un artículo propio.
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[1] A efectos simplificadores he sacrificado el rigor conceptual de que el aumento de precios es la consecuencia de la inflación monetaria.


Absolutismo 
democrático


Pero lo ocurrido allá por los siglos dieciocho y diecinueve es algo que puede repetirse perfectamente en la actualidad. En el momento presente, por supuesto, hay varios estados totalitarios, fundamentalmente en los inspirados por la ideología comunista, como Cuba o Corea del Norte, entre otros. No esperemos encontrar en ellos la deseada división de poderes. Se trata de auténticas dictaduras, pero que son perfectamente compatibles con estados teóricamente democráticos, en los que cada cierto tiempo se convoca a los ciudadanos a las urnas. Es lo que nos hemos atrevido a describir con dos palabras contradictorias: absolutismo democrático. ¿Cómo es posible esto?
Basta con que llegue a gobernar alguien cuya obsesión sea la propia supervivencia en la poltrona y que necesite el apoyo de un apóstol del más rancio comunismo. Dado que no les queda más remedio que convocar elecciones, necesitan tener totalmente controlado el poder judicial para que cualquier tropelía, irregularidad o pucherazo quede totalmente impune.
Si a esto añadimos el control y manipulación de los medios de comunicación o la obsesión por aprovechar la educación para imponer sus ideologías, veremos que la democracia puede convertirse en una palabra vacía de contenido, pues en definitiva el ciudadano tiene que conformarse con depositar su voto en una urna, consciente o no de que su voto no impedirá que sigan gobernando los de siempre. Como en Venezuela, Cuba, Nicaragua y ESPAÑA SANCHISTA y partidocrática.

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lunes, 15 de septiembre de 2025

HISPANIDAD O 'HISPANCHIDAD' ('HISPANCHISMO') por JUAN MANUEL DE PRADA y por HUGHES

 


HISPANIDAD O ‘HISPANCHIDAD’


Entre las generaciones más jóvenes aflora un malestar que se desagua de las formas más variopintas, desde la flojera y pesadumbre de vivir hasta la rabia más feroz; expresiones todas ellas propias de pueblos sin futuro. Y entre estas expresiones se cuenta un rechazo creciente a los «panchitos», que es como ahora llaman a las gentes procedentes de la América hispánica. En ese rechazo se entremezclan en zurriburri todos los detritos del pensamiento antiespañol y anticatólico, desde el «supremacismo» racial más abyecto hasta el europeísmo más servil; y, para denigrar el concepto de Hispanidad, se ha acuñado el parónimo burlesco de «Hispanchidad». Curiosamente, este rechazo a los «panchitos» está aflorando sobre todo en ámbitos derechoides, donde en apariencia más se promueve la idea de Hispanidad. ¿O será que en realidad se promueven sucedáneos?

Hace algún tiempo un líder de la derecha autóctona, invitado por un lobi gringo, remató su lamentable discurso con un grotesco «God bless America and Hispanicity». Donde por «America» no se refería al continente americano, sino a los Estados Unidos, según la abusiva sinécdoque que los yanquis han convertido en lema de su imperialismo rapaz. Pero pedir a Dios que bendiga de una tacada a Estados Unidos y a la Hispanidad es tan delirante (y maligno) como pedir que bendiga a la vez la gonorrea y el amor conyugal. Esta misma confusión se ha naturalizado en Madrid, donde se engalanan las calles y se disponen recursos públicos para que diversas comunidades hispanoamericanas celebren ignominiosamente las «independencias» de sus respectivos países. Permitir que se celebren esas festividades antiespañolas (sufragándolas, para más inri, a costa del erario) nada tiene que ver con la Hispanidad; como tampoco tiene nada que ver con la Hispanidad contratar por cifras millonarias a cantantes «latinas» más viejas que la Tana que han probado su servilismo a los Estados Unidos. Desde la derecha se está promoviendo desnortadamente una «Hispanchidad» que acabará convirtiendo nuestras capitales en imitaciones casposas de la muy casposa Miami, donde las sectas protestantes hacen su agosto entre los hispanoamericanos más pobres, mientras los más ricos acaparan los pisos de los barrios pijos, inflando el mercado inmobiliario, y nos advierten de los peligros de las dictaduras bolivarianas fumándose un puro. La derecha española, en fin, está promoviendo una «Hispanchidad» colonizada mentalmente por los Estados Unidos que es la antítesis de la Hispanidad. Frente a la unidad civilizadora y orgánica de la Hispanidad, bajo el fundente de una fe común, se promueve la unidad de hormiguero que interesa al mundialismo, con pueblos hispánicos convertidos en masa colectánea degradada por los subproductos culturales gringos.

Y esa «Hispanchidad», en una sociedad desnortada, está engendrando rechazo hacia los pueblos de la América hispánica, que es la mayor vileza en la que un español puede incurrir.


HISPANCHISMO

Ahora resulta que la culpa de que en Madrid en verano sólo haya ancianos solitarios e hispanoamericanos currando y que al poner un café alguien diga «preciosura» no es de la política inmigratoria del PSOE o del peperismo «de todos los acentos» o de la natalidad por los suelos; la culpa es de la Hispanidad.
O como dicen algunos: de la hispanchidad o del hispanchismo, jugando con lo de «panchos» (Internet está dando un Losantos Colectivo igual de desorientador).

Ya sabíamos que muchos españoles no entendían «la idea de España»; no debe extrañarnos que a muchos, algún amigo entre ellos, no les entre fácilmente la «idea de Hispanidad».
Algunos la rechazan porque se quedan en la raza. Son etnonacionalistas, o algo así, que ignoran la importancia de la lengua española y cuyo etnicismo, al final del día, no distingue entre un marroquí y uno de Caracas.
Son «basados». Bros que miran la ventana de Overton como Bin Laden las Torres Gemelas. Pero ¿por qué se quedan ahí, en lo de «panchitos»? Yo extendería la exigencia al producto nacional y pediría certificados de limpieza de sangre, acreditación de hidalguía (basta con ver el semblante) y un CI superior a 120. Los que no, a nadar al mar, ¡que están sobrando!

Estas personas han amenizado el verano ignorando o queriendo ignorar que lo que llaman hispanchidad lo pensaron Zacarías de Vizcarra, el párroco vasco que escribiera Vasconia españolísima, Ramiro de Maeztu, mártir del nacionalismo español, Francisco Franco o Blas Piñar, que ahora serían unos boomers, unos masonazos, disidencia controlada o incluso juguetes del sionismo.
Entre los moderados de la prensa tradicional y los inmoderados del Interné la verdad es que estamos apañaos…
Esto de arremeter contra la hispanidad se parece un poco a aquello de «que se vayan los catalanes» y tras el error se adivina también un comprensible hartazgo y algunas razones.

Porque no se puede disculpar el impacto en el precio de la vivienda, por poner un ejemplo, con el camelo cateto de convertirnos en Miami; la Hispanidad tampoco deja de tener un aire elitista e intelectual que nada consuela al que ve empeorar sus condiciones de vida (en servicios, salario, vivienda o seguridad, que hay donde elegir) y no pocas veces se presenta como una forma de escapismo persiguiendo los molinos de la Leyenda Negra; adopta ahora la hispanidad, para colmo, una forma nueva e izquierdista que pretende «derrotar al anglo» con una geopolítica como de película de Tony Leblanc.

La hispanidad tiene, por su misma definición y catolicidad, un ecumenismo, un universalismo que a veces puede ignorar la estricta y amenazada españolidad. Pero decía Morente que España sin hispanidad sería el hueco, la tumba de España, y es verdad que la hispanidad parece la idealidad o sustancia de lo español, lo superespañol o lo que siendo español ya no sólo le pertenece a España; su herencia y proyección.

Esto del hispanchismo, mezclar las churras de la hispanidad con las merinas de la inmigración, lleva una clara intención política, aunque guiado por la buena fe (que no es el caso) podría conducir a una discusión sobre los límites, impactos y maneras de la inmigración legal. Asunto que algunos países ya juzgan con la pesarosa sensación de haber llegado tarde. Un debate pertinente que exige realismo y pluralidad de enfoques y que se hará mejor (suicida sería lo contrario) con la óptica de la hispanidad que sin ella.