EL Rincón de Yanka: ESTATISMO

inicio














Mostrando entradas con la etiqueta ESTATISMO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ESTATISMO. Mostrar todas las entradas

martes, 16 de septiembre de 2025

"LA DECADENCIA DE OCCIDENTE": LOS ESTADOS ENEMIGOS DE LA NACIÓN por FERNANDO DEL PINO CALVO-SOTELO y "ABSOLUTISMO DEMOCRÁTICO" OLIGÁRQUICO


La decadencia de Occidente


En las últimas décadas los países occidentales han tendido hacia un menor crecimiento económico, un mayor endeudamiento y una creciente desintegración familiar y social, como muestran una variedad de indicadores. Por lo tanto, la apreciación subjetiva de que vivimos una época de cierta decadencia está refrendada por la evidencia.
La pérdida de valores es patente tanto en la esfera privada como en la pública, como lo es el aumento de familias destruidas y la correspondiente disminución de felicidad individual. Asimismo, se constata una falta de cohesión social que promueve los conflictos internos, una irritación creciente ante la percepción de que el sistema no funciona y un empobrecimiento encubierto bajo las irreales estadísticas oficiales.
Por último, el Estado y su maquinaria burocrática gozan de un poder desorbitado que ha crecido de forma paralela a la tremenda disminución de la libertad personal de los ciudadanos, hoy claramente inferior a la que disfrutábamos hace cuarenta o cincuenta años (también en España).
A lo largo de una serie de cuatro artículos, que amplían el texto de una conferencia que pronuncié este verano, intentaré dar luz sobre este asunto, que suele pasarse por alto en el debate público.

Los Cinco Experimentos

¿Estamos mejor o peor que hace cincuenta años? ¿Qué está ocurriendo en Occidente? ¿Qué ha cambiado? Fundamentalmente, lo que ha cambiado es que las sociedades occidentales están llevando a cabo cinco experimentos, idea que concebí por primera vez en una charla que di en Inglaterra hace una década, pero que nunca había sido corregida ni publicada en español.
Un experimento significa probar las virtudes y propiedades de algo para ver si funciona bien o mal. El problema es que estamos llevando a cabo dichos experimentos sin ser conscientes de que se trata solamente de eso: experimentos. No estamos juzgando si funcionan bien o mal, sino que los consideramos avances axiomáticos de la civilización, es decir, “progreso”, esa palabra fetiche. Sin embargo, como dijo Churchill, «por muy hermosa que sea la estrategia, de vez en cuando habrá que observar sus resultados». Eso es lo que pretendo hacer.

El primer experimento: el Estado Leviatán

El primer experimento es el Estado Gigante o Estado Leviatán, en acertada expresión del profesor Dalmacio Negro. Poca gente es consciente de hasta qué punto el tamaño del Estado que hoy tomamos como normal es una anomalía histórica.

Midamos el tamaño del Estado por las cifras de gasto público. Hasta principios del s. XIX, el gasto público en los países occidentales oscilaba entre el 5 % y el 7% del PIB, y la mitad era gasto militar; a principios del s. XX el gasto público seguía siendo inferior al 10 % del PIB, incluyendo los países nórdicos, hoy conocidos como paradigmas del Estado de Bienestar. Pues bien, hoy el gasto público en Europa se acerca al 50% del PIB, lo que significa que se ha multiplicado por diez en dos siglos.

Los impuestos elevadísimos: otra novedad histórica

Este gasto público se ha financiado, en primer lugar, con impuestos, arma coercitiva-extractiva del Estado cuyo componente principal son los impuestos permanentes sobre la renta. Este es también otro invento reciente que ha acompañado a la creación del Estado Leviatán. De hecho, el primer impuesto permanente no se introdujo hasta 1842 en Gran Bretaña, mientras que EEUU, Francia, Alemania y otros no lo introdujeron hasta 1913 y 1925. España no tuvo impuesto de la renta permanente hasta 1932, y Suiza no ha tenido un impuesto federal sobre la renta permanente hasta 1983. En términos históricos esto es el equivalente a ayer mismo.

Cabe destacar que, al principio, los tipos impositivos sobre la renta oscilaban entre el 1 % y el 7 % de los ingresos anuales (como fue el caso de España en 1932). Hoy en día no es raro encontrar tipos impositivos marginales sobre la renta del 50%, que se toman como “normales” (debe mencionarse que los países anglosajones tuvieron tipos marginales aún más elevados en algunos años de la segunda mitad del s. XX).

El expolio fiscal no se limita al impuesto sobre la renta, sino que se completa con una miríada de impuestos directos e indirectos a los que se aplican retenciones y fechas de pago distintas para que el nivel abusivo de fiscalidad pase desapercibido. Sumando todos ellos, a cada trabajador español los impuestos le quitan de media un 65% de lo que gana: dos de cada tres euros son robados por el Estado ante la extraña pasividad de la población (robar: «quitar o tomar para sí con violencia o fuerza lo ajeno»).

La vocación totalitaria del Estado de Bienestar

La excusa creada para justificar este expolio es el llamado Estado de Bienestar, que Peter Sloterdijk denomina «Estado Impositivo», y Gustave Thibon, de forma aún más acertada, “Estado Vampiro”. Naturalmente, cualquier sociedad que aspire a llamarse civilizada tiene el deber moral de cuidar de los más débiles, de aquellos que no pueden valerse por sí mismos, ya sea de forma temporal o permanente. Sin embargo, los más débiles, por definición, son una minoría, y las minorías interesan poco al Estado de Bienestar, que es un concepto político.

El Estado de Bienestar o Estado Vampiro no persigue acabar con la pobreza, sino dar más poder a la clase política utilizando como coartada fines supuestamente benéficos. Conceptualmente, se basa en un fraude, pues promete una seguridad ficticia a cambio de algo muy real: 
nuestra libertad, que siempre cuenta —pobrecilla— con menos defensores de lo que parece. En efecto, libertad conlleva responsabilidad, esfuerzo, tomar decisiones, equivocarse y asumir las consecuencias, y puede llegar a dar miedo, lo que es hábilmente explotado por la clase política.

Esta naturaleza ambivalente de la libertad (atracción/rechazo) no es nueva, precisamente. El libro del Éxodo ―escrito hace 3.500 años― narra cómo el pueblo judío murmuró contra Moisés a pesar de que éste acababa de liberarles de la esclavitud: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de una olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos!» (Ex. 16, 3). Éste era el valor de la libertad: una olla de carne y pan abundante. La naturaleza humana no ha cambiado, y los ciudadanos de los modernos Estados de Bienestar hacen exactamente el mismo trueque.

«Tú trabaja, que yo reparto», nos dicen los políticos. En efecto, el expolio se maquilla con el engañoso concepto de redistribución de la riqueza, destructor soterrado de la propiedad privada —y, por tanto, de la libertad— y que constituye otra falacia más: como dice Jouvenel, la redistribución de riqueza es en realidad una redistribución de poder, del individuo al Estado, esto es, a la clase política que lo controla. Esto explica que la vampírica clase política defienda la redistribución de la riqueza con tanto ahínco.

Decía el pensador colombiano Nicolás Gómez-Dávila que «la política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y de debilitar el Estado». Pues bien: hemos hecho exactamente lo contrario: la política necia de debilitar a la sociedad y vigorizar al Estado.

El segundo experimento: una deuda gigantesca

Cuando los impuestos son insuficientes para alimentar la voracidad insaciable del Estado Leviatán, los políticos nos endeudan, en nuestro nombre, pero sin nuestro consentimiento. Por tanto, el segundo experimento es un endeudamiento gigantesco.
La deuda constituye un espejismo; implica consumir en el presente la riqueza del futuro; es pan para hoy y hambre para mañana, y, como nos permite vivir por encima de nuestras posibilidades, implica también una huida de la realidad.
La deuda también es injusta: la generación presente vive a costa de las generaciones futuras. Finalmente, es una adicción que sólo puede curarse a través del dolor de la abstinencia. Sin embargo, en nuestras sociedades democráticas en las que los políticos se dedican a adular a las masas, ¿quién va a votar a quien prometa dolor?

Resulta revelador, una vez más, realizar una comparación histórica. A principios del siglo XX el equilibrio presupuestario era la norma salvo en tiempos de guerra y la deuda pública oscilaba entre el 7%-10 % del PIB. Hoy en varios países occidentales la deuda pública supera el 100% del PIB. Del mismo modo, hace un siglo el empleo público como porcentaje de la población activa era minúsculo, entre el 3 % y el 5 %. Hoy, en los países de la OCDE esta cifra es el 19%.
España es un ejemplo perfecto: en 1974 la deuda pública se situaba en torno al 7 % del PIB y hoy supera el 103%, la presión fiscal era la mitad de lo que es hoy y había 800.000 funcionarios, mientras que hoy constituyen una marabunta de más de 3 millones de los que una parte son parásitos sólo se dedican a sancionar y poner trabas a la población que trabaja y produce.

El tercer experimento: la inflación real

Tras el Estado Leviatán y la deuda gigantesca, el tercer experimento es el sistema de moneda fiduciaria, por el que la moneda de cada país no tiene otro respaldo que el de la confianza en el poder político, que no me atrevería a calificar precisamente de AAA.
Bajo este sistema, instaurado en 1971 tras el final de Bretton Woods, el poder político —a través de los bancos centrales, que no son sino otra rama del poder— puede aumentar a voluntad la base monetaria e influir decisivamente en la oferta monetaria. Salvo en la China del s. XI, prácticamente no se encuentran precedentes históricos de este sistema. En efecto, en 1971 el gobierno de EEUU cortó toda ligazón del dólar con el oro concediéndose a sí mismo la potestad de imprimir billetes a voluntad para hacer frente a un gasto público descontrolado. Lo hizo, por cierto, de forma «temporal», según afirmó sin ruborizarse el secretario del Tesoro Connally para tranquilizar a los mercados, pues los políticos siempre tildan inicialmente de temporal todo impuesto o medida disparatada permanente.

Pues bien, 1971 marca el momento en que, tras hacer promesas, subir los impuestos y endeudarse hasta las cejas, y cuando ningún prestamista en su sano juicio les prestaría un solo céntimo más, los políticos occidentales decidieron que era más fácil imprimir billetes, y no han vuelto la vista atrás. Desde entonces, la vida es para ellos mucho más sencilla, y su acción mucho más perturbadora para las sociedades que lideran.

Este sistema parece inofensivo durante un tiempo, pero acaba siempre sucumbiendo a esa fuerza destructiva llamada inflación, la cual conduce a la erosión lenta pero inmisericorde de las economías domésticas causando el empobrecimiento paulatino de la población, que ve cómo sus gastos (que aumentan al ritmo de la inflación real) crecen más rápidamente que sus ingresos (que, en el mejor de los casos, aumentan al ritmo de un IPC cocinado y, por tanto, irreal)[1].

Conclusión

Como hemos visto, los tres primeros experimentos que está llevando a cabo Occidente son el aumento desorbitado del tamaño del Estado (y de sus impuestos), un endeudamiento gigantesco y una inflación real (no publicada), provocada por el sistema monetario vigente, que carcome sigilosamente la riqueza de los ciudadanos y ante la cual estos se encuentran completamente inermes.
Estos tres experimentos son corolarios lógicos del cuarto experimento, que supone la mayor vaca sagrada de nuestros tiempos y que merece por ello un artículo propio.
____________________________

[1] A efectos simplificadores he sacrificado el rigor conceptual de que el aumento de precios es la consecuencia de la inflación monetaria.


Absolutismo 
democrático


Pero lo ocurrido allá por los siglos dieciocho y diecinueve es algo que puede repetirse perfectamente en la actualidad. En el momento presente, por supuesto, hay varios estados totalitarios, fundamentalmente en los inspirados por la ideología comunista, como Cuba o Corea del Norte, entre otros. No esperemos encontrar en ellos la deseada división de poderes. Se trata de auténticas dictaduras, pero que son perfectamente compatibles con estados teóricamente democráticos, en los que cada cierto tiempo se convoca a los ciudadanos a las urnas. Es lo que nos hemos atrevido a describir con dos palabras contradictorias: absolutismo democrático. ¿Cómo es posible esto?
Basta con que llegue a gobernar alguien cuya obsesión sea la propia supervivencia en la poltrona y que necesite el apoyo de un apóstol del más rancio comunismo. Dado que no les queda más remedio que convocar elecciones, necesitan tener totalmente controlado el poder judicial para que cualquier tropelía, irregularidad o pucherazo quede totalmente impune.
Si a esto añadimos el control y manipulación de los medios de comunicación o la obsesión por aprovechar la educación para imponer sus ideologías, veremos que la democracia puede convertirse en una palabra vacía de contenido, pues en definitiva el ciudadano tiene que conformarse con depositar su voto en una urna, consciente o no de que su voto no impedirá que sigan gobernando los de siempre. Como en Venezuela, Cuba, Nicaragua y ESPAÑA SANCHISTA y partidocrática.

VER+:





martes, 9 de septiembre de 2025

LIBRO "LA LEY" por FRÉDÉRIC BASTIAT

 LA  LEY

FRÉDÉRIC BASTIAT


"Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley. Dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir". F.B.
"Yo, lo confieso, soy de los que piensan que la capacidad de elección y el impulso deben venir de abajo, no de arriba, y de los ciudadanos, no del legislador. La doctrina contraria me parece que conduce al aniquilamiento de la libertad y de la dignidad humanas". F.B.
Frédéric Bastiat (1801 - 1850) nació en Bayonne, en el sur de Francia. Tal vez no ha existido un escritor más hábil para articular el pensamiento económico y para exponer los mitos que plagan el debate político que Bastiat. Durante su corta vida, escribió ensayos clásicos como "La ley" y "Lo que se ve y lo que no se ve". Poseía una notable capacidad de desarmar los sofismas del proteccionismo, el socialismo y otras ideologías propias del Estado interventor y solía hacerlo con una impresionante claridad e ingenio.
El ensayo famoso de Bastiat “La ley” muestra sus talentos como un activista a favor del libre mercado. Allí explica que la ley, lejos de ser el instrumento que permitió al Estado proteger los derechos y la propiedad de los individuos, se había convertido en el medio para lo que denominó “expoliación” o “saqueo”. De su ensayo “El Estado”, en el cual Bastiat argumenta en contra del socialismo, viene tal vez su cita más conocida: “El Estado es la gran ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás”.

¡La ley pervertida! ¡La ley —y con ella todas las fuerzas colectivas de la nación—, la ley, digo, no sólo desviada de su fin, sino aplicada a perseguir un fin directamente contrario al que le es propio! ¡La ley convertida en instrumento de todas las codicias en lugar de ser su freno! ¡La ley que perpetra por sí misma la iniquidad que tenía por misión castigar! Si realmente es así, se trata sin duda de un hecho grave, sobre el cual se me permitirá que llame la atención de mis conciudadanos.

Hemos recibido de Dios el don que los encierra a todos, la vida: la vida física, intelectual y moral. Pero la vida no se sostiene por sí misma. Quien nos la dio nos dejó el cuidado de mantenerla, desarrollarla y perfeccionarla.
Para ello nos ha dotado de un conjunto de facultades maravillosas; nos ha sumergido en un medio de elementos diversos. Mediante la aplicación de nuestras facultades a estos elementos se realiza el fenómeno de la asimilación, de la apropiación, por el que la vida recorre el círculo que le ha sido asignado.
Existencia, facultades, asimilación —en otros términos, personalidad, libertad, propiedad—, tal es el hombre. De estas tres cosas puede decirse, al margen de toda sutileza demagógica, que son anteriores y superiores a toda legislación humana. La personalidad, la libertad y la propiedad no existen porque los hombres hayan proclamado las leyes, sino que, por el contrario, los hombres promulgan leyes porque la personalidad, la libertad y la propiedad existen.

¿Qué es, pues, la ley? Como he dicho en otra parte, la ley es la organización colectiva del derecho individual de legítima defensa.
Cada uno de nosotros recibe ciertamente de la naturaleza, de Dios, el derecho a defender su personalidad, su libertad y su propiedad, puesto que estos son los tres elementos que constituyen y conservan la vida, elementos que se complementan entre sí y que no pueden comprenderse aisladamente. Pues ¿qué son nuestras facultades sino una prolongación de nuestra personalidad, y qué es la propiedad sino una prolongación de nuestras facultades?
Si cada hombre tiene derecho a defender, incluso por la fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, varios hombres tienen derecho a ponerse de acuerdo, a entenderse, a organizar una fuerza común para atender eficazmente a esta defensa.

El derecho colectivo tiene, pues, en principio, su razón de ser, su legitimidad, en el derecho individual, y la fuerza común no puede tener racionalmente otro fin, otra misión, que las fuerzas aisladas a las que sustituye.
Así como la fuerza de un individuo no puede atentar legítimamente contra la persona, la libertad y la propiedad de otro individuo, así también la fuerza común no puede aplicarse legítimamente a destruir la persona, la libertad y la propiedad de los individuos o de las clases.

Esta perversión de la fuerza, tanto en un caso como en otro, estaría en contradicción con nuestras premisas. ¿Quién osará decir que la fuerza se nos ha dado, no para defender nuestros derechos, sino para aniquilar los derechos iguales de nuestros hermanos? Y si esto no puede decirse de cada fuerza individual, que actúa aisladamente, ¿cómo podría afirmarse de la fuerza colectiva, que no es sino la unión organizada de las fuerzas aisladas?
Así pues, si hay algo evidente es esto: la ley es la organización del derecho natural de legítima defensa; es la sustitución de las fuerzas individuales por la fuerza colectiva, para actuar en el ámbito en que aquéllas tienen derecho a actuar, para hacer lo que las fuerzas individuales tienen derecho a hacer, para garantizar las personas, las libertades y las propiedades, para mantener a cada uno en su derecho, para hacer reinar entre todos la justicia.

Si existiera un pueblo constituido sobre esta base, creo que en él prevalecería el orden tanto en los hechos como en las ideas. Creo que este pueblo tendría el gobierno más simple, más económico, menos pesado, menos sentido, menos responsable, el más justo, y por consiguiente el más sólido que pueda imaginarse, sea cual fuere su forma política.
Porque, bajo un tal régimen, cada uno comprendería que tiene toda la plenitud, así como toda la responsabilidad, de su propia existencia. Dado que la persona sería respetada, que el trabajo sería libre y los frutos del trabajo estarían garantizados contra todo atentado injusto, nada habría que arreglar con el Estado. En caso de ser felices, en modo alguno tendríamos que agradecerle nuestra suerte; pero en caso de que fuéramos desgraciados, tampoco tendríamos que echarle la culpa de nuestras desgracias, del mismo modo que los campesinos no le hacen responsable del granizo o de las heladas. Sólo le conoceríamos por la inestimable ventaja de la seguridad.

Puede afirmarse también que, gracias a la inhibición del Estado en lo que respecta a los asuntos privados, las necesidades y las satisfacciones se desarrollarían en el orden natural. No se vería a las familias pobres buscar la instrucción literaria antes de tener pan. No se vería que las ciudades se pueblan a costa del campo o el campo a costa de las ciudades. No se producirían esos grandes desplazamientos de capitales, del trabajo, de la población, provocados por medidas legislativas y que hacen tan inciertas y tan precarias las fuentes mismas de la existencia y que agravan, por lo tanto, en tan gran medida, la responsabilidad de los gobiernos.

Por desgracia, la ley no se ha limitado a cumplir la función que le corresponde, y cuando se ha apartado de esta función, no lo ha hecho en asuntos neutros y discutibles. Hizo algo peor: obró contra su propio fin, destruyó su propio fin; se dedicó a aniquilar la justicia que habría debido hacer reinar, a borrar entre los derechos el límite que debería haber hecho respetar; puso la fuerza colectiva al servicio de quienes quieren explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona, la libertad y la propiedad ajenas; convirtió el despojo en derecho para protegerlo y la legítima defensa en crimen para castigarlo.

¿Cómo se ha perpetrado esta perversión de la ley? ¿Cuáles han sido sus consecuencias?
La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas muy distintas: el egoísmo obtuso y la falsa filantropía.

Hablemos de la primera.

Conservarse, desarrollarse, es la aspiración común a todos los hombres, de tal forma que si cada uno gozara de la libre disposición de sus productos, el proceso social sería incesante, ininterrumpido e infalible.
Pero hay otra disposición que también les es común: vivir y desarrollarse, cuando pueden, a costa unos de otros. No es una imputación aventurada, lanzada por un espíritu malhumorado y pesimista. La historia nos ofrece abundantes pruebas en las guerras incesantes, las migraciones de los pueblos, las opresiones sacerdotales, la universalidad de la esclavitud, los fraudes industriales y los monopolios de los que los anales están llenos.
Esta funesta disposición brota de la constitución misma del hombre, de ese sentimiento primitivo, universal, invencible, que le impele hacia el bienestar y hace que evite el dolor.

El hombre no puede vivir y disfrutar sino por una asimilación, una apropiación continua; es decir, por una continua aplicación de sus facultades sobre las cosas, o por el trabajo. De ahí la propiedad.
Pero, de hecho, puede vivir y disfrutar asimilando, apropiándose del producto de las facultades de sus semejantes. De ahí la expoliación.
Ahora bien, como el trabajo es por sí mismo una carga y el hombre tiende naturalmente a evitar el dolor, se sigue —como lo demuestra la historia— que allí donde la expoliación es menos onerosa que el trabajo, prevalece la expoliación; y prevalece sin que ni la religión ni la moral puedan hacer nada, en este caso, para impedirlo.

¿Cuándo se detiene la expoliación? Cuando resulta más peligrosa que el trabajo.
Es evidente que la ley debería tener como objetivo oponer el poderoso obstáculo de la fuerza colectiva a esta funesta tendencia; que debería tomar partido a favor de la propiedad contra la expoliación.
Pero lo normal es que la ley sea obra de un hombre o de una clase de hombres. Y como la ley no existe sin sanción, sin el apoyo de una fuerza preponderante, es lógico que, en definitiva, ponga esta fuerza en manos de los legisladores.
Este fenómeno inevitable, combinado con la funesta tendencia que hemos descubierto en el corazón del hombre, explica la perversión casi universal de la ley. Se comprende que, en lugar de ser un freno a la injusticia, se convierta a menudo en el instrumento más invencible de injusticia. Se comprende que, según el poder del legislador, destruya —en beneficio propio, y en grados diversos, en el de los demás hombres— la personalidad por la esclavitud, la libertad por la opresión, la propiedad por la expoliación.

Está en la naturaleza de los hombres reaccionar contra la iniquidad de que son víctimas. Así pues, cuando la expoliación está organizada por la ley, en beneficio de las clases que la hacen, todas las clases expoliadas tienden, por vías pacíficas o por vías revolucionarias, a participar de algún modo en la confección de las leyes. Estas clases, según el grado de ilustración a que han llegado, pueden proponerse dos fines muy distintos cuando persiguen por esta vía la conquista de sus derechos políticos: o bien quieren hacer que cese la expoliación legal, o bien aspiran a tomar parte de la misma.

¡Desdichadas, tres veces desdichadas las naciones en las que esta última actitud domina entre las masas, cuando se apoderan a su vez del poder legislativo!

Hasta ahora la expoliación la ejercía un pequeño número de individuos sobre la gran mayoría de ellos, como podemos observar en los pueblos en que el derecho a legislar se halla concentrado en unas pocas manos. Pero ahora se ha hecho universal y se busca el equilibrio en la expoliación universal. En lugar de extirpar lo que la sociedad contiene de injusticia, ésta se generaliza. Tan pronto como las clases desheredadas recuperan sus derechos políticos, lo primero que se les ocurre no es liberarse de la expoliación (lo cual supondría una inteligencia que no poseen), sino organizar un sistema de represalias contra las demás clases y en su propio perjuicio, como si fuera preciso, antes de que llegue el reino de la justicia, que una cruel retribución viniera a golpear a todas las clases, a unas a causa de su iniquidad, a otras a causa de su ignorancia.
No podría someterse a la sociedad a un cambio mayor y a una mayor desgracia que convertir la ley en instrumento de expoliación.

¿Cuáles son las consecuencias de semejante perturbación? Se necesitarían varios volúmenes para exponerlas todas. Contentémonos con destacar las más notables.
La primera es que borra de las conciencias la noción de lo justo y lo injusto.
Ninguna sociedad puede existir si en ella no reinan las leyes en alguna medida; pero lo más seguro para que las leyes sean respetadas es que sean respetables. Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley. Dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir.

Pertenece de tal modo a la naturaleza de la ley hacer reinar la justicia, que ley y justicia son la misma cosa en la conciencia popular. Todos tenemos una fuerte disposición a considerar todo lo que es legal como legítimo, hasta el punto de que son muchos los que, falsamente, hacen derivar toda justicia de la ley. Basta que la ley ordene y consagre la expoliación para que ésta parezca justa y sagrada a muchas conciencias. La esclavitud, el proteccionismo y el monopolio tienen sus defensores no sólo entre quienes se benefician de ellos, sino también entre quienes los padecen. Intentad avanzar ciertas dudas sobre la moralidad de estas instituciones, y se os dirá que sois un innovador peligroso, un utópico, un teórico, un denigrador de las leyes que quebranta el basamento en que se sustenta la sociedad. Si usted sigue un curso de moral o de economía política, se encontrará con multitud de cuerpos oficiales para transmitir al gobierno este ruego: Que, a partir de ahora, la ciencia se enseñe, no ya sólo desde el punto de vista del libre cambio (de la libertad, la propiedad y la justicia), como ha sucedido hasta ahora, sino también y sobre todo desde el punto de vista de los hechos y de la legislación (contraria a la libertad, la propiedad y la justicia) que rige la industria francesa. Que en las cátedras públicas, financiadas por el Tesoro, el profesor se abstenga rigurosamente de atentar lo más mínimo contra el respeto debido a las leyes vigentes, etc.

De modo que si existe una ley que sanciona la esclavitud o el monopolio, la opresión o la expoliación bajo cualquier forma, no se podrá siquiera hablar de ello, porque ¿cómo hablar sin quebrantar el respeto que la ley inspira? Más aún, habrá que enseñar la moral y la economía política desde el punto de vista de esta ley, es decir, desde el supuesto de que esa ley es justa por el simple hecho de que es ley.
Otro efecto de esta deplorable perversión es que da a las pasiones y a las luchas políticas, y en general a la política propiamente dicha, una preponderancia exagerada. Podría probar esta proposición de mil maneras. Me limitaré, a modo de ejemplo, a relacionarla con el tema que recientemente ha ocupado a todos los espíritus: el sufragio universal.

Al margen de lo que de él piensen los seguidores de la escuela de Rousseau, que se considera muy avanzada (aunque yo entiendo que lleva veinte años de retraso), el sufragio universal (tomado el término en su acepción rigurosa) no es en absoluto uno de esos dogmas sagrados respecto a los cuales el examen y la duda misma constituyen un crimen.

Contra él pueden formularse graves objeciones.

Ante todo, la palabra «universal» oculta un burdo sofisma. Hay en Francia treinta y seis millones de habitantes. Para que el sufragio fuera realmente universal, habría que reconocer ese derecho a treinta y seis millones de electores. Ahora bien, en el sistema más generoso, sólo se les reconoce a nueve millones. Así pues, tres de cada cuatro personas quedan excluidas, y lo más grave es que es la otra cuarta parte la que les niega ese derecho. 
¿En qué principio se basa esta exclusión? En el principio de la incapacidad. Sufragio universal quiere decir: sufragio universal de los capaces. Pero cabe preguntarse: 
¿Quiénes son los capaces? La edad, el sexo, las condenas judiciales, ¿son los únicos signos que nos permiten reconocer la incapacidad?
Si se mira con atención, se observa enseguida el motivo por el que el derecho de voto descansa en la presunción de capacidad, y que a este respecto el sistema más generoso sólo difiere del más restringido por la apreciación de los signos que denotan esta capacidad, lo cual no constituye una diferencia de principio sino de grado.

Este motivo es que el elector no decide para sí mismo sino para todos. Si, como pretenden los republicanos de tendencia griega o romana, el derecho de voto se otorga con la vida, sería inicuo que los adultos impidieran votar a las mujeres y a los niños. ¿Por qué impedírselo? Porque se presume que son incapaces. ¿Y por qué la incapacidad es un motivo de exclusión? Porque el elector no vota sólo para él, porque cada voto compromete y afecta a toda la comunidad; porque la comunidad tiene derecho a exigir ciertas garantías en cuanto a los actos de los que depende su bienestar y su existencia.
Intuyo la respuesta. Sé qué es lo que se puede replicar. No es éste el lugar para tratar a fondo esta controversia. Lo que quiero poner de relieve es que esta controversia (al igual que la mayoría de las cuestiones políticas), que agita, apasiona y conturba a los pueblos, perdería todo su mordiente y su importancia si la ley fuera lo que siempre debería haber sido.

En efecto, si la ley se limitara a hacer que sean respetadas todas las personas, todas las libertades y todas las propiedades; si sólo fuera la organización del derecho individual de legítima defensa, el obstáculo, el freno, el castigo de todas las opresiones, de todas las expoliaciones, ¿sería concebible una discusión apasionada entre los ciudadanos a propósito del sufragio más o menos universal? ¿Cabe pensar que se cuestionaría el mayor de los bienes, la paz pública? ¿Que las clases excluidas estarían impacientes por que les llegara su turno, y que las clases admitidas defenderían con uñas y dientes su privilegio? ¿No es evidente que, al ser idéntico y común el interés, los unos obrarían, sin mayor inconveniente, por los otros?

Pero si se introduce este funesto principio; si, so pretexto de organización, de reglamentación, de protección, de estímulo, la ley puede quitar a unos para dar a otros, tomar de toda la riqueza creada por todas las clases para aumentar sólo la de una de ellas, ya sea la de los agricultores, la de los industriales, la de los comerciantes, la de los armadores, la de los artistas, la de los comediantes, entonces ciertamente no hay clase que no pretenda, con razón, meter también la mano en la ley, que no reivindique con ardor su derecho a elegir y a ser elegido, que no ponga la sociedad patas arriba con tal de conseguirlo. Los propios mendigos y vagabundos os demostrarán que también ellos poseen títulos incontestables. Os dirán: «Nosotros jamás compramos vino, tabaco o sal sin pagar impuestos, y una parte de estos impuestos se concede legislativamente en primas, subvenciones y ayudas a gente menos menesterosa que nosotros. Otros son los que hacen que la ley sirva para elevar artificialmente el precio del pan, de la carne, del hierro, de la tela. Puesto que todos explotan la ley en beneficio propio, también nosotros queremos explotarla. Queremos que se reconozca el derecho a la asistencia, que es la parte de expoliación del pobre. Para ello es preciso que seamos electores y legisladores, a fin de poder organizar en grande la limosna para nuestra clase, como vosotros habéis organizado por todo lo alto la protección para la vuestra. No digáis que vosotros lo haréis por nosotros, que nos destinaréis, según la propuesta del señor Mimerel, 600.000 francos para taparnos la boca y como un hueso que roer. Nosotros tenemos otras pretensiones y, en todo caso, queremos estipular para nosotros mismos como las demás clases han estipulado para ellas».

¿Qué se puede responder a este argumento? Mientras se admita en principio que la ley puede ser apartada de su verdadera función, que puede violar la propiedad en lugar de protegerla, cada clase querrá hacer la ley, ya sea para defenderse de la expoliación, ya sea también para beneficiarse de ella. La cuestión política será siempre previa, dominante, absorbente; en una palabra, se luchará a las puertas del Palacio legislativo. La lucha no será menos encarnizada en el interior. Para convencerse de ello, apenas es necesario contemplar lo que sucede en las Cámaras francesa o inglesa; basta saber cómo se plantea la cuestión.


La Ley Frederic Bastian by Alison Salazar


jueves, 14 de agosto de 2025

ESPAÑA HA MUERTO: EL HIPERESTADO DEVORA LA NACIÓN por DIEGO J. ROMERO

España ha muerto: 
el hiperestado devora la nación. 

«Buena falta hace que el pueblo español despierte y exija responsabilidades a nuestros políticos de la situación a la que hemos llegado»

Estimados amigos y lectores de “La Paseata”:

Me ha costado mucho titular este nuevo artículo que comparto con todos vosotros, ya que quería escribir algo original que sirviera de espejo donde la mayoría de la ciudadanía española pueda reflejarse y darse cuenta de dónde venimos, en qué situación nos encontramos y a dónde vamos. Es más, el término “Hiperestado” ni siquiera existe en el derecho internacional, pero la bondad de la lengua española nos autoriza a crear términos nuevos, mediante la utilización de técnicas lingüísticas, a diferencia de la lengua inglesa.

El “híper-Estado” desde mi punto de vista sería la metamorfosis del “Estado” como tradicionalmente lo conocemos en una entidad unitaria que marcaría un nuevo modelo de gobierno mundial, bajo las directrices de entidades supervisoras que, a modo de “relatores”, vigilarían del cumplimiento de sus normas por los sub-gobiernos de cada “Estado tutelado”, lo que acabo de adjetivar “tutelado”. Estimados lectores podría aburriros con conceptos de derecho internacional público, pero no pretendo dar una lección técnico-legal, ya que aquí escribo para vosotros, para el público en general.

Cierto que el Estado tal y como lo conocemos tradicionalmente es una entidad política con autoridad suprema e independiente sobre su territorio y población, capaz de tomar decisiones sin interferencia externa. Esta soberanía implica la capacidad de establecer leyes, mantener un gobierno, y relacionarse con otros estados. Un estado soberano no está sujeto ni subordinado a ninguna otra entidad política; pero, no menos cierto, que en la actualidad el proceso continuo de transformación o evolución del propio Estado nacional, bajo la influencia de las nuevas tecnologías y la interconexión global, cediendo su política monetaria y su economía a lo que he denominado “Híper-Estado” desemboca en una desintegración del Estado-Nación, relegando la autonomía de los gobiernos nacionales a meros gestores de los dictados internacionales.

Igualmente, y al hilo, el “Híper-Estado” absorbe la soberanía de sus “sub-mini-Estados”, dictando la política monetaria y fiscal, así como creando un único ejército; ejército profesional muy distinto de los valores inspiradores de la milicia cuya función estribaba en la defensa de la patria común que conformaba la nación. Además, esos grandes “híper-ejércitos” jugaran -y ya lo están haciendo- funciones estratégicas primando los intereses geopolíticos y comerciales: Guerra de Ucrania. Al respecto de la nueva estructura de defensa de los “Híper-Estados” recomiendo leer algunos artículos al respecto del blog de mi admirado General de División y escritor, D. Rafael Dávila Álvarez, quien escribió un artículo reciente sobre la amenaza que Marruecos supone para España, del que resalto:
“Debería preocupar Marruecos y aún más cuando vemos su firme alianza con EEUU e Israel. España en estos momentos está sin aliados en lo militar. Estados Unidos ha roto con nosotros y ordenado a la Directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, revisar urgentemente los acuerdos de intercambio de Inteligencia con España, base de cualquier Defensa, a la vez que los presidentes de las comisiones de inteligencia del Congreso y de la Cámara de Representantes piden a la Administración Trump que revise los acuerdos de intercambio de información. A Europa nada le preocupan Ceuta, Melilla, Peñones, y el Estrecho está en manos de Reino Unido, Marruecos y Estados Unidos. No somos fiables. Hay datos fehacientes que en caso de la más mínima escalada de inseguridad en el Estrecho todo el control pasará a manos del Reino Unido sin contar para nada con España”.
Que conste, que hasta aquí todo ha sido fruto de mi imaginación, trasladando ordenadamente mi pensamiento al lector y dotándolo de razón lógica, sin tintes de ningún color político. Y es que estoy convencido del aburrimiento que en la ciudadanía produce el leer o ver todos los días las mismas noticias, sin aportar nada nuevo. Además, pronto caemos en el olvido. ¿Quién recuerda que ya hace cinco años del confinamiento a consecuencia de la Pandemia del Covid-19, sino fuera por el “escándalo de las mascarillas”? [siento risa, pero es triste] ¿Os acordáis de las víctimas de la DANA en Valencia, o cómo estamos en verano, sólo pensamos en tomar el sol en la playa y disfrutar de las vacaciones en las playas del Levante español? ¿Y del día del apagón universal, corriendo todos por un “kit de supervivencia»?

Estimados lectores, estamos en el verano de 2025 y sólo quedan “5 añitos” para culminar la “Agenda 2030”, la cual se encuentra en un punto de no retorno -similar al punto de no retorno en el despegue de una aeronave-, por más que nos pese a muchos de los que no compartimos las políticas que nos marca el “Hiper-Estado”, que en el caso de España, se corresponde con aquellas que dicta Bruselas, en cuyo seno los dos partidos mayoritarios -PP y PSOE- votan juntos de la mano -cómo si pasearán por el jardín -“sólo pienso en ti”, José Luis Perales-.

Y mientras tanto, aquí en España, seguimos estando a la cola de Europa en empleo, con una presión fiscal contraria al dictado del art. 31.1 de la Constitución Española, el cual prohíbe taxativamente un sistema fiscal confiscatorio. Además, desde que cedimos nuestra soberanía económica y monetaria a Bruselas, vemos cómo se instalan “huertos solares”, expropiando los campos de cultivo a nuestros agricultores, o como se desincentiva las explotaciones ganaderas y, en general, se destruye el sector primario español. Vemos como nos meten “gato” por “liebre”: las anchoas que comí el otro día no eran de Cantabria, ni de la Isla de Perejil, sino de Marruecos. Sé que mi amigo Santi defiende junto al grupo de Patriotas en la UE la “Europa de las Naciones”, pero, también vemos, como desde Bruselas se presiona a aquellos socios divergentes a las propósitos de una oligarquía política y financiera, Úrsula von der Leyen y Christine Lagarde, a frenar aquellos movimientos patrióticos que demandan una Europa distinta a la actual; una Europa que regrese a aquella Europa Grande que imaginaron sus fundadores, como el católico Robert Schumann, basada en los valores y principios del humanismo cristiano.

Y, hace unos días, muchos vimos a Macron -líder de la derecha francesa- hacer públicas medidas de austeridad que afectaría al pueblo francés, interpelando a medidas como congelación de las pensiones y trabajar los festivos.
También, la propia Úrsula Von der Leyen nos emplazó a prepararnos frente a un posible ataque nuclear por parte de Rusia, recomendándonos adquirir un “kit de supervivencia”.

En España, leemos en los titulares de la “prensa libre” cómo a diario echan el cerrojo diez pymes, o cómo más de 5.000.000 (5 millones) de españoles este verano no podrán disfrutar de vacaciones, o cómo leí el otro de Ramón Rallo: “la inflación ha devorado el salario de los españoles”, encontrándose las familias que en el Siglo XX constituyeron las clases medias, en situación de estancamiento y a “viviendo a modo supervivencia”, desde que España entró en el euro. Hemos vivido episodios de quiebras de bancos, como la quiebra técnica del Banco Popular orquestada desde arriba, con Luis de Guindos de ministro, quien afirmó en su ampliación de capital que el Popular gozaba de buena salud financiera: miles de pequeños accionistas arruinados. O cómo el Sr. Montoro nos subió el IVA al 21 %, y cómo la Sra. Montero dice que la economía española “va cómo un cohete”: será para la clase política y financiera.

¿Pero dónde está el dinero que han recaudado todos estos años? ¿Dónde?

Y además, lo último por vivir: la colonización de las instituciones del Estado por Sánchez, y las nuevas leyes para politizar a los jueces a su antojo. Quien desee puede leer mis artículos al respecto del poder judicial y la reforma de Bolaños en “La Paseata”.
Pues estimados lectores, me gustaría que vosotros escribierais los siguientes párrafos, pues ya estoy cansado. Buena falta hace que el pueblo español despierte y exija responsabilidades a nuestros políticos de la situación a la que hemos llegado.

Así que meditad y pensad, pero el futuro viene muy negro.

VER+:






jueves, 24 de julio de 2025

EL ESTADO ES NUESTRO ENEMIGO, ES LA REPRESENTACIÓN DEL DIABLO 👿👥 por JAVIER MILEI

 

“Es en el Evangelio de San Lucas, voy a leer la cita, digamos, capítulo 4, del versículo 5 al ocho, cuando el Señor Jesucristo está frente a las tres tentaciones que le propone el maligno y en la peor de todas, el maligno le propone que se arrodille frente a él porque le muestra todos los reinos del mundo, es decir, los Estados, el Estado, y le dice que si se arrodilla frente a él, le dará el poder sobre todos los Estados del mundo porque ese poder le fue dado, es decir, está la compasión propia del maligno que el Estado es la representación del demonio. Por eso cada vez que avanza el Estado, digamos, hay más pobreza, hay más calamidades, hay miseria, por eso es que les digo, despertemos a la fe, despertemos a la fe, porque eso es lo que nos traerá no solo el cielo, sino la prosperidad aquí también en la tierra”. @javiermilei


VER+:

viernes, 20 de junio de 2025

"ATRAPADOS EN LOS ESTABLOS DE AUGIAS" por JUAN MANUEL DE PRADA

Atrapados en los 
establos de Augias

Es natural que el partido de Estado, timonel del Régimen del 78, esté gangrenado por la corrupción, pues ha sido durante décadas el encargado de desmantelar la economía nacional y de satisfacer los intereses plutocráticos, garantizando a la vez la paz social
Es una bendición del cielo que el doctor Sánchez, en su afán por blindarse legalmente y blindar a su chusma adlátere, se niegue a convocar elecciones; también que toda la patulea que lo sostiene en el poder persevere en su apoyo, para poder dedicarse descaradamente al expolio del erario público, aprovechando su debilidad creciente. Y decimos que es una bendición del cielo porque, entretanto, crece la desafección hacía el Régimen del 78, sobre todo entre la juventud más despierta.

Es natural que el partido de Estado, timonel del Régimen del 78, esté gangrenado por la corrupción, pues ha sido durante décadas el encargado de desmantelar la economía nacional y de satisfacer los intereses plutocráticos, garantizando a la vez la paz social; y una misión tan abyecta y traidora de los obreros tiene que ser remunerada muy rumbosamente. Lo que ahora está ocurriendo ante nuestros ojos es la metástasis de esa cleptocracia abominable, dedicada durante décadas a la almoneda de la riqueza nacional. Esto ha sido siempre, desde su refundación por la CIA en Suresnes, el partido de Estado; no existe un 'PSOE bueno' frente a un 'PSOE malo', como pretenden los bobalicones y loritos sistémicos.

Cuando se comenta la metástasis de corrupción que gangrena al partido de Estado se parte siempre de una visión errónea, sacralizadora del Régimen del 78, que carga las tintas en una supuesta naturaleza humana podrida, en la línea de lo que predicaba el nefasto Bentham: «No ha existido, ni puede existir un hombre que, pudiendo sacrificar el interés público al suyo personal, no lo haga. Lo más que puede hacer el hombre más celoso del interés púbico, lo que es igual que decir el más virtuoso, es intentar que el interés púbico coincida con la mayor frecuencia posible con sus intereses». Se trata de una visión típicamente protestante, que considera erróneamente que el pecado original ha corrompido por completo la naturaleza humana. De este modo, la política se tiene que rodear de trabas legales que preserven la res publica frente al acoso de los egoísmos personales. Así se niega la vocación comunitaria del ser humano, su condición de «animal político» que anhela la consecución del bien común.

En la oposición conceptual entre lo privado y lo público que plantea Bentham se halla la razón última de la sacralización del Estado: puesto que la esfera privada está regida por el egoísmo, conviene crear una esfera incontaminada para lo público. Dicha sacralización del Estado se inició con la invención de la soberanía, fruto de la necesidad de erigir ídolos propia de las sociedades donde declina la fe religiosa. La corrupción, según esta visión errónea, se convierte en una suerte de profanación de ese ente sacralizado que es el Estado; y sólo puede ser producto de la malignidad de los políticos, de su avaricia o su ambición (o, en las versiones más chuscas y grimosas de corrupción, incluso de su lujuria, como ocurre ahora en el partido de Estado, donde quien no es putero es rufián o usufructuario de prostíbulos). De este modo, la chusma comandada por el doctor Sánchez se convierte en culpable de la profanación; y el sacralizado Régimen del 78 queda salvado.

Pero la realidad es muy diversa. Existe otra explicación mucho más plausible del fenómeno de la corrupción, que es la que nos ofrece Polibio en el libro VI de sus 'Historias', donde nos presenta su concepto de 'anaciclosis', que explica la evolución y degeneración de los regímenes políticos. Polibio considera que las diversas formas de gobierno no son estáticas, sino que tienden a transformarse y corromperse debido a diversos factores internos, desde el abuso de poder o la decadencia moral. Y esto, que ocurre con las formas de gobierno virtuosas, ocurre mucho más virulentamente con las formas de gobierno viciadas de origen. Frente a la oclocracia de Cartago, que considera la forma de gobierno más viciada, Polibio opone la forma mixta característica de Roma, que combina elementos de la monarquía (los cónsules con poderes ejecutivos), la aristocracia (el senado, que controla las finanzas y la política exterior) y la democracia (los comicios populares que eligen a los magistrados). Así, mediante esta forma mixta de gobierno, se crea a juicio de Polibio un equilibrio de pesos y contrapesos que retrasa y cohíbe la corrupción.

Pero si hasta las formas mixtas de gobierno acaban corrompiéndose, como le ocurrió a la propia república romana, ¿qué podemos decir de formas de gobierno viciadas 'ab initio', como la instaurada por el Régimen del 78? Dicha forma de gobierno presenta una fachada falsamente mixta, con una monarquía convertida en dontancredo inane y decorativo, con una falsa aristocracia formada por la chusma oligárquica de los partidos políticos (donde no faltan los puteros y los rufianes) y una democracia de pacotilla, sin representación política alguna. El Régimen del 78 instauró, en fin, una partitocracia, acaso la forma más degenerada de oclocracia, porque a la vez que saquea el erario público y coloniza y pervierte todas las instituciones sociales, fomenta un 'ethos' social corruptor, favoreciendo por un lado la demogresca que encizaña a los españoles y los incapacita para las empresas comunes y azuzando los más bajos instintos mediante leyes aberrantes que convierten los crímenes más abominables en derechos de bragueta.

La partitocracia instaurada por el Régimen del 78 es una fábrica de hombres depravados que garantiza el carácter sistémico de la corrupción, así como su impunidad. Dejémonos, pues, de glosar con vuelo gallináceo los episodios chuscos de la corrupción del partido de Estado; y centremos nuestro ardor censorio en los establos de Augias que la cobija y la eligió como timonel.

Juan Manuel de Prada


VER+: