EL Rincón de Yanka: junio 2022

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jueves, 30 de junio de 2022

LOS INICIOS DE LA MASONERÍA III por CURRO JIMÉNEZ 👥👿💀


LOS INICIOS DE LA MASONERÍA III

En la última entrada hemos abordado la cuestión de la masonería en América del Sur. Hemos tratado el papel decisivo que tuvo la masonería en la independencia de los virreinatos americanos (a pesar de la oposición del pueblo llano), y, por otro lado, el nivel de responsabilidad que se les puede asignar en el estallido de la Guerra Cristera (que es básicamente del cien por cien), paradigma moral de guerra justa. No podemos terminar esta serie americana sin tratar el asesinato de Gabriel García Moreno (Presidente de Ecuador), víctima del odio masónico y primer mandatario que consagró un país al Sagrado Corazón de Jesús. Asunto éste (de las consagraciones) que trataremos en primer lugar.

Un episodio de la historia de Francia hace que nos tengamos que plantear la influencia que tiene el Cielo en la tierra cuando nos alineamos con la voluntad de Dios: las revelaciones de Santa Margarita María de Alacoque, una monja visitandina (es una orden religiosa católica fundada por san Francisco de Sales y santa Juana Francisca Frémyot de Chantal), que vivió en el convento de Paray-le-Monial durante la época del Rey Sol, y que recibió gracias místicas singulares, en particular con respecto al Sagrado Corazón de Jesús.

El asunto de las consagraciones siempre ha sido una empresa arriesgada. Esto quiere decir que todo gobernante que ha tomado la determinación de consagrar su país al Sagrado Corazón ha sido observado muy detenidamente por la masonería. Cosa curiosa, porque si ellos no creen en estas cosas, no se entiende la razón de su odio visceral a este tipo de prácticas (es ironía, sabemos que practican el satanismo). El movimiento de la devoción al Corazón de Cristo lo inició el Papa Inocencio XIII a raíz de las apariciones a la religiosa francesa Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), que había contemplado el Divino Corazón: “En un trono de llamas, más brillante que el sol, y transparente como el cristal, con la llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior”.

En 1689 Jesús encargó (a través de una revelación particular) a Santa Margarita que pidiera a Luis XIV la consagración de Francia a su Corazón, y, aunque ella fue personalmente a la Corte el rey hizo caso omiso (algunos historiadores observan que, justo a los cien años, se inició la sangrienta Revolución Francesa).

Los sucesivos reyes de la Casa de Borbón tampoco la llevan a cabo, y Luis XVI, ya prisionero en plena Revolución Francesa en el Temple (una fortaleza medieval de París, situada entre los actuales distritos parisinos III y IV, célebre por haber servido como prisión a Jacques de Molay, último Gran Maestre de los Templarios), formula el voto de consagrar el reino, si vuelve a recuperar la libertad. Esto no llego a ocurrir, porque como todos sabemos, murió guillotinado. No se entiende muy bien porqué reyes tan piadosos (algunos) no realizaron este acto, aunque, por otro lado, sí es comprensible, por lo que este tipo de ceremonias pueden llevar aparejados para dichos mandatarios. Un exponente claro del peligro que encierran las consagraciones es el caso de Gabriel García Moreno (Guayaquil, 24 de diciembre de 1821 - Quito, 6 de agosto de 1875, estadista, abogado, político, periodista, escritor, militar y poeta que ejerció como Presidente de la República del Ecuador). García Moreno es el primer presidente que realizó este acto en la historia de las consagraciones. La llevó a cabo en 1873, y dos años después lo asesinan justo delante de la Catedral de Quito (asesinato por encargo de la masonería). Lo llevaron a morir bajo el altar de Nuestra Señora de los Dolores, y lo último que dijo a sus asesinos fue: “Dios no muere”, porque sabía muy bien a qué se debía su asesinato. Lo asesinaron a golpes de machete y de balazos (catorce machetazos y seis balazos), con mucha saña.

Aparte de la consagración, este presidente había mantenido un trato de protección a la Iglesia durante todo su mandato (dos mandatos). Había firmado un concordato con la Santa Sede, y en pocas palabras, se había involucrado con la defensa de la Fe. La guinda para “ganarse esa muerte” fue la consagración, algo que ya no le perdonó la masonería, que lo tenía “enfilado” hacía tiempo. Fue perfectamente consciente del peligro que corría y supo de antemano, que querían asesinarlo. Prueba de ello son dos cartas que escribe, una a un amigo y la otra al Papa Pío IX, donde a los dos les dice que las logias masónicas están planeando su asesinato.

Después de ser elegido para un tercer mandato, García Moreno escribió inmediatamente al Papa Pío IX para pedirle su bendición antes de su investidura el 30 de agosto (hubiese sido la tercera investidura): “Deseo obtener su bendición antes de ese día, para tener la fuerza y la luz que tanto necesito para ser, hasta el fin, un hijo fiel de nuestro Redentor y un sirviente leal y obediente de Su infalible vicario. Ahora que las logias masónicas de los países vecinos, instigadas por Alemania, vomitan contra mí todo tipo de insultos atroces y calumnias horribles, ahora que las logias están organizando en secreto mi asesinato, tengo más necesidad que nunca de la protección divina para que pueda vivir y morir en defensa de nuestra santa religión y de la amada república que una vez más estoy llamado a gobernar”.

Curiosamente, apunta a Alemania como centro masónico donde se ha tomado la decisión de asesinarlo, y concretamente habla del “Gran Maestre Bismarck” (Otto von Bismarck de Alemania, masón de grado 33, con quien contó Albert Pike para unir a todos los grupos masones en la antigua orden del Consejo Soberano de la Sabiduría), y comenta textualmente en la carta: “Las logias están empeñadas en hacer caer el gobierno de esta pequeña república”.

Posteriormente mataron también al Arzobispo de Quito, José Ignacio Checa y Barba (en la mañana del 30 de marzo de 1877), mientras celebraba la misa del Viernes Santo en la Catedral de Quito: cayó violentamente fulminado al beber el vino del Cáliz Sagrado, que había sido envenenado con estricnina). Tras su muerte, se generó una reacción anticatólica fuerte, pero para eso había que quitar de en medio al Presidente primero, porque no lo hubiese consentido. Beatriz Margarita Conte de Fornés, en un estudio titulado “GABRIEL GARCÍA MORENO: LA HISTORIA Y LA HISTORIOGRAFÍA”, dice lo siguiente: 

“Sin duda no lo mataron solamente por su obra católica. Hubo algo de venganza personal en Rayo (Faustino Lemus Rayo, el asesino que le asesto los machetazos) y mucho de romántico amor a la libertad en Montalvo (Juan Montalvo, escritor que escribió incitando a su muerte), autor moral del asesinato. Pero tampoco hay duda de la participación de la masonería en el crimen. Todo el Ecuador, el de ese tiempo como el de ahora, tiene la certeza de que García Moreno murió por su Fe. Y así lo han creído Pío IX y León XIII, y ya sabemos que no existen en el mundo entero hombres mejor informados que los Papas”.

El Diccionario de la Real Academia Española define al mártir como a la “persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones”. Bajo esta compresión del término no cabe la menor duda del martirio de Gabriel García Moreno. El presidente ecuatoriano fue asesinado por sus creencias y por cómo ellas habían impregnado la gobernanza del país, en beneficio de la moral y en menoscabo de la corrupción, en todas sus manifestaciones. Todo su gobierno estaba impregnado esa moral cristiana que tanto enfurecía a la masonería.

También consagró el Rey D. Alfonso XIII España al Sagrado Corazón. Fue un acto heroico el que llevo a cabo el rey, ya que lo hace en tiempos muy convulsos; la masonería le ofreció conservar el trono a cambio de ciertas condiciones, cosa a la que el rey se negó. Gobernaba por aquel entonces José Canalejas, que estaba considerado como un representante del ala moderada del Partido Liberal (y quien, sin embargo, se vio obligado a llevar a cabo una política laicista y antirreligiosa para compensar el haber cortado sus alianzas con los revolucionarios). Una de las cuestiones por las que más se recuerda a Canalejas como presidente del Gobierno fue la famosa “Ley del Candado”, por la cual se impedía el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en España y se limitaba la capacidad de las existentes para la enseñanza. Por lo tanto, se ponían las bases para una enseñanza estatal laica y no religiosa.

Además, permitió por primera vez que los protestantes pudieran llevar a cabo su culto público en España. Todo esto provocó una gran respuesta cívica y social por parte de los sectores religiosos y conservadores, que estaban apoyados por el Papa San Pío X y la jerarquía episcopal española, que entonces se mantenía muy fiel a la Doctrina. Las relaciones entre España y el Vaticano quedaron rotas. Esta historia la abordaremos con más detalle en un próximo artículo.

Como vamos viendo a través de esta serie (y todos los datos son comprobables), la masonería lleva siglos intentando cambiar la moral cristiana por una moral diabólica (aunque muchos de sus miembros no lo sepan). No entienden de derechas ni de izquierdas, su objetivo es hacerse con todo y con todos. El sacerdote Manuel Guerra Gómez, en uno de sus trabajos, nos cuenta el desmesurado poder de esta organización secreta. Ante la pregunta: ¿Es correcta la identificación de masonería e izquierda política en España? Contesta lo siguiente: “Los presidentes de la Segunda República eran masones, y muchos de los ministros también. Casi todos los líderes históricos de la Esquerra Republicana de Catalunya lo son y el anterior presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, también. Tradicionalmente en la derecha española no ha habido masones, pero en el Partido Popular de ahora sí los hay. Están infiltrados en la cúpula directiva del partido, y en concreto en Galicia, Canarias y también en el PP vasco desde que Iturgaiz, Mayor Oreja y San Gil dejaron de liderarlo”. Quizás esto explique por qué en ocasiones PP y PSOE van tan de la mano y apoyan a “El País”.

Tras describir de manera somera en los  últimos capítulos la influencia de la masonería en Hispanoamérica, es hora ya de abordar el papel que tuvo la secta en los acontecimientos aciagos de la historia de España. Puede parecer exagerado decir que son muy pocos los sucesos fatídicos acaecidos en nuestro país en los que no hayan tenido nada que ver “los hijos de la viuda” (así se les llama también a los masones), desde que José I Bonaparte los introdujese en España; pero no es así. Es más difícil encontrar un acontecimiento perjudicial en el que no hayan participado que hallarlos tras cualquiera de ellos. Siempre con el traje de ilustrados y filántropos pero, en realidad, vestidos de los harapos de la desgracia. Algo que nos recuerda el refrán que dice: “debajo de la mata florida, está la culebra escondida”.

La grandeza que España llego a tener se la debemos a monarcas de gran talla como los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II. Reyes que, con sus virtudes y sus defectos, tenían algo en común: su adhesión a la Fe. Reyes que escogieron ponerse al servicio del Rey de Reyes. León XIII habló muy claramente en su encíclica Humanum Genus, citando a San Agustín, de los dos ejércitos que existen en este mundo: “El género humano, después de apartarse miserablemente de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, por envidia del demonio, quedó dividido en dos campos contrarios, de los cuales el uno combate sin descanso por la verdad y la virtud, y el otro lucha por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad. El primer campo es el reino de Dios en la tierra, es decir, la Iglesia verdadera de Jesucristo. Los que quieren adherirse a ésta de corazón como conviene para su salvación, necesitan entregarse al servicio de Dios y de su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad. El otro campo es el reino de Satanás. Bajo su jurisdicción y poder se encuentran todos lo que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, se niegan a obedecer a la ley divina y eterna y emprenden multitud de obras prescindiendo de Dios o combatiendo. En nuestros días, todos los que favorecen el campo peor parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia bajo la guía y con el auxilio de la masonería, sociedad extensamente dilatada y firmemente constituida por todas partes”.

Gracias a los Reyes que se entregaron al bando de Dios, como los anteriormente citados, España prosperó. Y por causa de Reyes que se dejaron influir por la masonería, España empezó a sucumbir. Otro brazo espiritual e intelectual del ejercito de Dios que contribuyó poderosamente a esta prosperidad fue la “Compañía de Jesús”. A día de hoy no son ni una sombra de lo que fueron, pero se les debe mucho por la tremenda labor que les fue encomendada y que realizaron con tanta eficacia. Debido a esto se convirtieron en uno de los primeros objetivos a destruir de la secta masónica.

La masonería se extendió por toda Europa a lo largo del siglo XVIII, pero España se les resistía gracias a la catolicidad de los reyes españoles que tuvieron en cuenta la multitud de condenas papales a la secta, como “In Eminenti”, “Providas” etcétera. Más de doscientas condenas hasta nuestros días. Uno de los frutos masónicos importantísimos de ese siglo fue la Revolución Francesa (como ya hemos comentado en un artículo anterior). Pero ya en el siglo XIX se introduce en España de la mano de José I Bonaparte la masonería. En Madrid se implantan logias como “La estrella de Napoleón”, “Emperatriz Josefina” y “Filadelfos”. Ni que decir que el anticlericalismo se manifestó inmediatamente bajo su reinado (prueba indeleble cada vez que la masonería entra en escena). Prohibieron de momento las ordenaciones sacerdotales, suprimieron las órdenes masculinas, y los religiosos fueron exclaustrados miles de ellos, y puso en marcha una nueva desamortización de los bienes eclesiásticos. Para eso, José Bonaparte contaba con el apoyo de Napoleón y de la masonería. Se sirvió de los masones, como en Francia hicieran los Bonaparte, para controlar las instituciones, principalmente el ejército, la policía y la judicatura.

No consigue arraigarse la secta en España debido al carácter de guerra total en la que estaba envuelta y que luchaba por su independencia. La aportación de los guerrilleros fue decisiva; en algunas zonas llegaron a organizarse estructuras muy sólidas: el pueblo reaccionó defendiéndose del invasor, y se puede decir, que existía el espíritu de estar protagonizando una «cruzada». José Bonaparte llegó a decir a su hermano Napoleón: “no controlo más que el suelo que piso”. Pero tras acabar la guerra en 1814, ya se empezó a dibujar el boceto de las “dos Españas”, algo que se irá consolidando poco a poco hasta nuestros días. Dos Españas, que en el fondo son dos posturas ante la vida. Una, religiosa (o, como mínimo, impregnada de cultura cristiana) y la otra, manejada por la masonería (y cuyo objetivo es destruir a la primera).

Napoleón propició la creación de logias masónicas en todo su imperio, utilizándolas como un instrumento político favorable a sus propios intereses. Aunque nunca perteneció a la Orden, todos los miembros de su familia se iniciaron en la masonería y llegaron a alcanzar puestos preeminentes. Una vez expulsados los franceses de España, se restableció el reinado de Fernando VII y se desarrolló un intenso combate contra la “incipiente” masonería española.

Con el pronunciamiento de Riego de nuevo recobró vigencia la masonería española. Durante el Trienio Liberal, funcionaron en España cuatro logias: una en Madrid (“Los Amigos Reunidos de la Virtud”, dependiente del “Grande Oriente de Francia”), otra en Rubí y dos en Cádiz (una de estas, “La Esperanza”, bajo los auspicios de “La Gran Logia Unida de Inglaterra”). El 1 de enero de 1820 el teniente Rafael del Riego se pronunció en Las Cabezas de San Juan a favor de la Constitución. Contaba con varios batallones del Ejército acantonado en Andalucía para marchar hacia América con la intención de sofocar el proceso independentista, pero en lugar de hacerlo, decidió rebelarse contra la monarquía y dar un golpe contra Fernando VII.

España había enviado anteriormente una expedición a las provincias americanas para frenar el proceso independentista, liderado por el general Morillo, que tuvo bastante éxito, pero que no llegó a sofocar la rebelión por completo. Éxito relativo pero contundente, porque hasta los “libertadores” se estaban planteando desistir de su intento. Para rematar el asunto, Fernando VII se dispuso a enviar otro contingente para cerrar la cuestión y sofocar definitivamente el levantamiento. Esta era la misión del Teniente Riego, pero éste, en lugar de cumplir con lo encomendado, se le ocurrió (en lugar de embarcar para el Nuevo Mundo) dar un golpe militar a la Corona en vez de ayudar al primer contingente que definitivamente hubiese puesto fin al levantamiento.

Sin la menor de las dudas podemos decir que este desacato perpetrado por Riego vuelve a ser una traición masónica. Los principales organizadores del levantamiento llevado a cabo en Las Cabezas de San Juan –Riego y Quiroga– eran masones. A Riego, por llevar a cabo esta acción, lo ascendieron a Gran Maestre de la Logia Nacional. Tras estos dos militares (Riego y Quiroga) se encontraba también Don Juan Álvarez Méndez (más conocido como Mendizábal), un hombre entregado a los intereses británicos toda su vida y masón perteneciente al supremo consejo del grado 33. Don Alberto Barcena, en su libro “La Pérdida de España”, apunta lo siguiente sobre este personaje: “Entre los principales propagandistas del motín, aparte de Alcalá Galiano, estaba otro masón, entregado a los intereses de Inglaterra; amigo de Nathan Rothschild desde su exilio londinense; gaditano y tan judío, por su madre, como los que, desde Gibraltar, les financiaban”.

Ni qué decir que el trienio liberal que vino tras estos episodios se caracterizó, como no podía ser de otra forma, por la desamortización de los bienes eclesiásticos (que no fueron a parar a manos de los campesinos sino de la burguesía), y por una atroz persecución religiosa, sello indeleble de la masonería en todas sus revoluciones. El gobierno rompió relaciones con la Santa Sede y expulsó al nuncio en 1823. También fueron desterrados ocho obispos, otros cinco huyeron y uno, el de Vich, fue asesinado. No lo asesinaron delincuentes comunes, fue fusilado por las tropas de Espoz y Mina, recién nombrado capitán general de Cataluña. El ataque a la Iglesia no se producía solamente a golpe de leyes; en la prensa y en el parlamento se la difamaba a diario. Anteriormente, se había decretado la expulsión de los jesuitas; ya la segunda, y no sería la última. Comenta Bárcena en su libro: “Se cerraron 1701 conventos, que eran la mitad de los que había en España; y los frailes fueron exclaustrados, como en el reinado de Bonaparte, o en la Francia revolucionaria; el programa era el mismo: primeramente, los bienes del clero regular, luego se expulsaba a dicho clero, dejándolo en la indigencia. Porque el Estado se apropiaba, sin indemnización de ninguna clase, de todas sus propiedades, siguiendo las directrices de las Cortes de Cádiz. Además, quedaban prohibidas nuevas fundaciones: así, la total desaparición de frailes, monjes, y monjas era solo cuestión de tiempo”.

Durante todo el Trienio Liberal hay dos conceptos que van totalmente unidos: masonería y liberalismo. El Partido Liberal funcionaba a las órdenes de las logias. Todas las variantes que se dieron dentro del liberalismo español (progresistas, demócratas y republicanos) fueron variantes que anteriormente se habían dado dentro de la misma masonería. Por lo tanto, el golpe de Riego sin duda ninguna fue fruto de una conspiración masónica, llevada a cabo por masones. Tras el golpe de Riego, se desencadena una guerra civil. De nuevo se crea una situación parecida a la de la Guerra de la Independencia. Partidas de guerrilleros se echan al monte a defender el antiguo régimen.

Entre estos guerrilleros cabe destacar la figura del “cura Merino” (Jerónimo Merino Cob (Villoviado, Burgos, 30 de septiembre de 1769–Alenzón, 12 de noviembre de 1844, sacerdote y líder guerrillero español durante la Guerra de la Independencia Española), que habiéndose rebelado contra los franceses, también lo hizo contra los golpistas del masón Riego. Fernando VII se encontraba cautivo en Cádiz (había sido llevado allí por los liberales). Es entonces cuando entran en España “Los Cien Mil Hijos de San Luis”. La caída de Napoleón supuso un movimiento de recuperación del absolutismo en toda Europa. Francia no estaba dispuesta a que cayese el Antiguo Régimen, y puso todo su empeño en restaurar la monarquía borbónica en España. Luis XVIII declaró: “Cien mil franceses están dispuestos a marchar invocando al Dios de San Luis para conservar en el trono de España a un nieto de Enrique IV”. El monarca francés –que se había sumado a la Santa Alianza con Prusia, Rusia y Austria– estaba decidido a acabar con el liberalismo del General Riego, que había restaurado la Constitución de Cádiz de 1812.

Los primeros movimientos para acabar con el gobierno liberal surgieron en Navarra y Cataluña, pero el ejército realista fue derrotado por las fuerzas del gobierno. En enero de 1823, Francia retiró a su embajador y comenzaron a planificar la acción militar que llevarían a cabo en España unos meses después. El mariscal Bon Adrien Jeannot de Moncey lideró las tropas que tenían como misión llevar a Fernando VII de nuevo al trono. En total, los franceses eran poco más de 90.000 soldados, a los que se sumaron los realistas españoles que habían perdido en su primer enfrenamiento. El ejército oficial sumaba 120.000 combatientes, mal preparados y desmoralizados, que solo ofrecieron resistencia en algunas ciudades de Andalucía y fueron incapaces de hacer frente a los Cien Mil Hijos de San Luis. La última plaza en rendirse fue Cádiz, que acabó haciéndolo en el mes de octubre.

La monarquía quedó restablecida, pero la masonería quedó más operativa que nunca. Tras la muerte de Fernando VII y durante el reinado de Isabel II la masonería vuelve a la carga, pero esto lo explicaremos en el próximo número, ya que es un deber para nosotros no solo decir la verdad, sino mostrar la causa de la falsedad.

Como ya dijimos anteriormente, la masonería entra en España de manera oficial con el reinado de José I Bonaparte. Pero esto no quiere decir que algunos masones chanchulleros y muy bien situados no anduviesen enredando desde tiempo atrás a favor de la secta y en contra del orden y del bien. En virtud de la aplicación de la Pragmática Sanción de Carlos III de 1767, la expulsión de la Compañía de Jesús de España y de sus dominios (1767-1814) afectó a más de 5.000 jesuitas (2.740 en España, y 2.606 en Hispanoamérica), casi una cuarta parte del total de miembros de la Compañía de Jesús. En la obsesión constante de la masonería por acabar con la Iglesia Católica, los jesuitas fueron un objetivo primordial.

La campaña contra la Compañía de Jesús comenzó en 1754, con la caída del marqués de la Ensenada, todopoderoso ministro de Fernando VI, que dio como resultado el ascenso al poder del llamado segundo equipo ministerial de Fernando VI, significativamente anti-jesuítico y masónico.

Hasta los Reyes Católicos, España luchó por la unidad. Luego, durante los dos siglos de la Casa de Austria, combatió por mantener su grandeza. Con el reinado de los Borbones pasó a protegerse a sí misma con mucha debilidad. Los reyes de la Casa de Austria, terminaron por ser totalmente españoles, pero Felipe V (primer rey Borbón), trae consigo “otras maneras”. España va a sufrir, por lo menos, en las llamadas “clases altas”, una larga temporada de influencia francesa. La masonería, a partir de ese momento, irá tomando posiciones en la corte e influenciando, poco a poco, a los reyes Borbones.

La primera alarma que se dio en España vino de un jesuita: el padre Rábago, confesor de Fernando VI, a quien venía aconsejando desde hacía tiempo, que prohibiera la secta en sus dominios. Expuso sus temores, además, en un memorial dirigido al rey: “Este negocio de los francmasones –decía– no es cosa de burla o bagatela, sino de gravísima importancia […] Casi todas las herejías han comenzado por juntas y conventículos secretos”.

Los Papas muy pronto dieron muestras del conocimiento que tenían de la secta. A la altura del reinado de Fernando VI, ya habían sido publicadas dos encíclicas condenándola: In Eminenti Apostolatus Specula (de Clemente XII en 1738) y Providas Romanorum (de Benedicto XIV en 1751). Las consecuencias de estas dos encíclicas no se hicieron esperar, la masonería ya había puesto a causa de ellas el punto de mira en la Iglesia Católica, y mucho más en la Compañía de Jesús; el máximo baluarte del catolicismo. Alberto Bárcena comenta lo siguiente en su libro “Iglesia y Masonería”: “Al igual que en su día los rosacruz, la Masonería, desde su nacimiento, contemplaba a los jesuitas como el primer escollo que debían sortear para conseguir sus fines; la Compañía seguía siendo entonces el gran baluarte del Papado a nivel universal; entre otras razones por su nivel científico que convertía sus centros de enseñanza en ejemplos de excelencia y modernidad. Solo ella podía dar la batalla a la Ilustración anticristiana con sus mismas armas: ilustración. Además, su obediencia al cuarto voto era tan firme como en los tiempos de su fundación; los jesuitas seguían siendo el «Ejército del Papa». La cuestión se complicaba por la extensión de su presencia en América, el continente en el que Inglaterra buscaba expandirse, utilizando en ocasiones las posesiones portuguesas como base de operaciones”.

La destrucción de los jesuitas fue preparada por los gobiernos de tres naciones católicas: Portugal, Francia y la propia España. Y fue el gran éxito de tres ministros ilustrados: Pombal, Choiseul y Manuel de Roda. Tres ministros masones, que habían sabido manipular y embaucar a los reyes de sus respectivos países y conseguir, de manera magistral, con mil argucias y artimañas, convencerlos de expulsar a los jesuitas de sus dominios. El primero logró su expulsión del imperio portugués en 1759, acusándoles del atentado sufrido por José I de Portugal, “el Reformador”, con el supuesto fin de crear en América un “imperio jesuítico”; Choiseul hizo prácticamente lo mismo: otro atentado, en este caso contra Luis XV de Francia, fue el pretexto para expulsarles de Francia en 1764. En el caso de España, también había que culparlos de algo. A falta de atentado real se decidió culparles del “Motín de Esquilache”. Francisco Franco, gran experto en masonería, como veremos en los capítulos siguientes, dice lo siguiente sobre este particular: “Hay, sin embargo, en nuestra Patria quienes, obedeciendo a una consigna masónica, intentan presentarnos a la masonería como una asociación filantrópica o cultural, inofensiva, ajena a las actividades políticas, la masonería en España, constituida por una exigua minoría de varios miles de afiliados, fue, siempre eminentemente política y nació entre la nobleza y elementos políticos aristocráticos para bajar luego, a través de la burguesía, a algún que otro elemento de alpargata. Un rey, dos infantes y varios duques, marqueses y otros nobles ejercieron altas jerarquías y hasta el cargo de gran comendador al correr del siglo XIX; rodean el Trono en el reinado de Carlos III bajo la sombra del todopoderoso conde de Aranda, de triste recordación. Un duque de Alba, contemporáneo de aquel Monarca, fragua el motín de Esquilache, que luego achaca, hipócritamente, a los padres jesuitas. A su muerte se retracta de sus yerros con el obispo de Salamanca, ante quien se declara autor del motín, que había organizado por odio que confesó tenía a la Compañía de Jesús. Participaron con atrevimiento en la maniobra el masón francés duque de Choiseul, el conde de Aranda, el de Campomanes, Azara y el entonces ministro de Estado don Ricardo Wall. En el expediente secreto contra los jesuitas intervinieron igualmente masones tan sólo, bajo la dirección y estrecha relación de Alba, como fueron don Miguel María de Nava, don Pedro Rodríguez Campomanes, don Luis del Valle Salazar y don Pedro Rico Egea, miembros todos destacadísimos de la gran logia española”.

La expulsión de los jesuitas fue la operación represiva de mayor escala y más compleja que jamás se había practicado hasta entonces en todo el mundo occidental. Viendo los ministros que aconsejaban al rey, no es de extrañar que, con más culpa suya o menos, sucediese lo que pasó con la orden de San Ignacio. Recogemos parte del texto de la Pragmática Sanción del rey Carlos III de 2 de abril de 1767: “SABED, que habiéndome conformado con el parecer de los de mi Consejo Real (estos son, todos los masones anteriormente citados, y es muy significativo, que diga que se había conformado con ellos, que acabaron convenciéndolo de la supuesta maldad de los jesuitas), he venido en mandar extrañar (en este contexto, significa «expulsar», no solo prohibir la orden, echar de sus dominios a los jesuitas), de todos mis dominios de España, e Islas Filipinas, y demás adyacentes a los Regulares de la Compañía. Así, sacerdotes, como coadjutores o legos que hayan hecho la primera profesión, y a los novicios que quisieren seguirles; y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis dominios; y para su ejecución uniforme en todos ellos, he dado plena y privativa comisión y autoridad, por otro mi Real Decreto, de veinte y siete de febrero, al Conde de Aranda, Presidente de mi Consejo, con facultad de proceder desde luego a tomar las providencias correspondientes”.


En la película La Misión se puede ver un reflejo de la dramática expulsión de los jesuitas en Paraguay. En los virreinatos americanos, la debacle causada por dicha expulsión fue tremenda, ya que los jesuitas regentaban la práctica totalidad de escuelas, dispensarios, hospitales, universidades y muchos pueblos fundados por la orden que quedaron sin su valiosa orientación. A pesar de la orden del rey de que no hubiese muertos, José Gálvez, cuando entró en Valladolid (México), en pocos días ahorcó a 13 jesuitas. En la campaña, que duró cuatro meses, concurrieron 5000 hombres armados para defender a los religiosos y se condenaron a prisión a más de 600 personas, ejemplo claro de la popularidad que gozaban los religiosos en todo el Nuevo Mundo. Esta fue la tónica en todos los virreinatos. Entre los criollos, el dolor y la indignación fue generalizado, ya que veían marchar al destierro a sus benefactores (médicos, enfermeros, maestros y científicos) sin ningún motivo justificado.


La expulsión de los jesuitas no era misión encomendada por el gobierno a José de Gálvez (masón), pero, buscando Carlos Francisco de Croix quien le ayudase a ello, no encontró persona más de su confianza que el visitador y sus colaboradores. De Croix, publicó un bando donde decía de los jesuitas: “Pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.

El odio y el temor de la masonería a la Compañía de Jesús, era muy grande. Temor no porque fueran beligerantes en el sentido de la guerra, sino más bien por sus grandes capacidades para transmitir al pueblo conocimientos de todo tipo. Un pueblo bien educado jamás caería en las redes de la mafia masónica, y eso no podían permitirlo.En el siglo XVI México ya tenía la Real y Pontificia Universidad, a la altura de la Sorbona de París o la Universidad de Salamanca. Gozaba de escritores como Sor Juana Inés de la Cruz o Francisco Javier Alegre. Con todo eso había que acabar.

En España procedieron de manera parecida aunque no fue tan sangriento como en los virreinatos, pero el trato a la compañía fue brutal. Todos los masones involucrados en esta trama se congratulaban tras la épica victoria obtenida. Comenta Bárcena: “El secretario de Gracia y Justicia, Manuel de Roda, de cuya impiedad baste decir que, consumada la destrucción de la Compañía, se retrató escribiendo a su cómplice, el ministro Choiseul: “La operación nada ha dejado que desear: hemos muerto al hijo, ya no nos queda más que hacer otro tanto con la madre, nuestra Santa Iglesia Romana”.

No existe constancia de que Carlos III fuese masón, pero verdaderamente estaba totalmente rodeado de ellos y tampoco parecía importarle mucho. Con la masonería hay que estar atento y no se le puede ceder ningún terreno. Franco comenta lo siguiente: “La influencia que los masones llegaron a tener en la Corte española de Carlos III fue igualmente decisiva. Poco importaba que el rey no hubiera llegado a ser masón si consentía que sus ministros y consejeros obedecieran a las inspiraciones y los dictados de las logias. La prueba de su influencia sobre la persona real nos la da el hecho de que el rey hubiera nombrado ayo (persona que en una casa acomodada se encargaba del cuidado y educación de los niños) de su hijo, el príncipe Fernando, al príncipe de San Nicandro, francmasón reconocido que, naturalmente, había de enseñarle poco y pervertirle mucho. Si fecundos, pudieran considerarse en el orden material y constructivo los dilatados años del reinado de Carlos III, en cuyo periodo la Administración pública se distinguió por activa y eficaz, como lo pregonan las obras públicas nacionales acometidas en aquella época, sin embargo, en el orden espiritual para nuestro destino histórico no pudieron ser más dañinos”.

El mundo no ha tenido peor enemigo en toda la historia que la secta masónica. Tratan de blanquearse constantemente con la piel de oveja de la filantropía, no descansan en su lucha contra todo lo que es bueno, aunque cierto es que mantienen una red de beneficencia para pasar desapercibidos. Por desgracia, a día de hoy, siguen más operativos que nunca, y no dude el lector que la mayoría de las desgracias que acontecen a nivel mundial tienen la firma masónica. Cierto es que, como decía Don Ricardo de la Cierva, “no todos los masones son satánicos, aunque todos los satánicos son masones”. Disponen de una red amplia de asociaciones “pantalla”, y muchos se inician en pequeños seminarios o clubes como el Rotary Club y Los Leones.

Bien es verdad, que la mayoría de miembros de estos grupos acuden a ellos para promocionar profesionalmente y aprovechar esa especie de “directorio de empresa”, donde se pueden encontrar todo tipo de profesionales (que llegado el momento pueden sacar de un apuro). Juegan con la ambición y la buena voluntad de la gente porque muchos se acercan con buenas intenciones y atraídos por las buenas obras que también hacen. No hay que dejarse engañar, son lobos con piel de oveja. Aunque la gran mayoría no sean conscientes de donde se meten… No les quepa la menor duda, de que los que dirigen el “cotarro” no son gente de bien. Son adoradores de Lucifer, y esto, aunque no se entienda a la altura de esta serie, se comprenderá perfectamente cuando acabemos de exponer todo lo que pretendemos que se exponga. La masonería es la iglesia del diablo. Por eso no es de extrañar que le moleste tanto lo sagrado. Terminamos este artículo con una frase del refranero que ilustra bien lo que habría que contestar a todo aquel que nos invite a participar en algún grupo masónico o en alguna de las sociedades que controlan: “QUIEN NO TE CONOZCA, QUE TE COMPRE”.

Hemos tratado el tema de la expulsión de los jesuitas de las naciones de Portugal, Francia, España y todos sus territorios de ultramar, mérito y obra de los conspiradores masónicos (operación llevada a cabo con total maestría por la secta) que consiguieron no solo la expulsión en dichos territorios sino que, además, se anotaron el tanto de haber forzado la disolución de la Compañía de Jesús. El Papa Clemente XIII salió en defensa de los jesuitas perseguidos y resistió hasta su muerte las mayores presiones, incluyendo la ocupación de los Estados Pontificios de Aviñón (por parte de Francia) y Benevento (por Nápoles). El nuevo Papa, Clemente XIV, tuvo que sufrir presiones aún mayores, llegando a las amenazas de muerte, hasta que, en agosto de 1773, le arrancaron el ansiado decreto de disolución: la bula Dominus ac Redemptor.


Muchos jesuitas marcharon a Rusia y Prusia, donde se les acogió muy bien. Allí realizaron una obra importante de divulgación. Pero la mayor parte se quedó en Italia. Pío VII había resuelto restaurar la Compañía durante su cautividad en Francia (secuestrado por Napoleón) y tras su vuelta a Roma lo hizo así, con poco retraso, el 7 de agosto de 1814, por la Bula Solicitudo omnium ecclesiarum.


Dejando atrás el tema jesuítico, daremos un repaso, a la serie de desamortizaciones padecidas por la Iglesia a lo largo del siglo XIX. Estas comenzaron en el siglo anterior (1767), y tras todas ellas se encontraban súbditos de la secta masónica:

– Reforma de Olavide (detrás de la cual estaban los también masones Aranda y Campomanes); ya antes el masón Roda, Ministro de Gracia y Justicia de Carlos III, la noche del 31-III al 1-IV-1767, expulsó a los jesuitas de España y Las Indias y se confiscaron sus tierras, coincidiendo con el aniversario del Edicto de los Reyes Católicos (expulsión de los judíos, de 31-III-1492, dato éste muy curioso y fácil de interpretar).

– En diciembre de 1808, el Emperador de los franceses e invasor de nuestra patria, Napoleón I, ordenó la supresión de algunas órdenes religiosas regulares, lo que las redujo en dos terceras partes, y la desamortización de sus bienes. José I Bonaparte, el primero de nuestros reyes masones, siguiendo la pauta de su hermano, en 1809 ordenó la extinción de las órdenes religiosas y confiscó los bienes eclesiales.

– Las Cortes de Cádiz en 1813 prohibieron la reconstrucción de los conventos destruidos durante la guerra y suprimieron aquellos en los que el número de religiosos no llegaban a 12; en resumen, decretaron la supresión de dos terceras partes de los monasterios y conventos.

– La Regenta María Cristina (1833-1840), ante la necesidad que sentía del apoyo de los liberales, conservadores y progresistas (masones, por supuesto), frente a los partidarios de Don Carlos, se entregó a ellos. En 1834, el Ministro Martínez de la Rosa (masón) ordenó el cierre de los conventos en los que algún fraile se hubiera pasado a los carlistas, o hubieran colaborado de alguna forma con ellos. Prácticamente, las relaciones entre España y la Santa Sede se interrumpieron durante la Primera Guerra Carlista (1833-40).

– El masón Álvarez Mendizábal (cuyo nombre real era Juan Álvarez Méndez, de origen judío, de Niza) fue uno de los militares que encabezaron la masónica sublevación de Riego, que dio paso al Trienio Liberal e impidió la recuperación de los Virreinatos americanos. Fue nombrado nuevo Ministro de Estado y de Hacienda en septiembre de 1835. Un mes después suprimió bajo decreto todas las comunidades de órdenes monacales (colegios, congregaciones, casas de comunidades, las cuatro Órdenes Militares y la de San Juan de Jerusalén, a excepción de algunos monasterios especialmente significados histórica o culturalmente); al año siguiente se pusieron a la venta todos los bienes de los afectados, a la vez que se suprimían definitivamente todas las órdenes religiosas, confiscando todas las propiedades de monjes y frailes y parte de las del clero secular (conjunto de sacerdotes y diáconos de la Iglesia católica que ejercen un ministerio en una diócesis o en una parroquia sin pertenecer a una comunidad de religiosos, estando bajo las órdenes del obispo). Aunque algunos monumentos fueron teóricamente “protegidos”, las pérdidas del patrimonio cultural fueron demoledoras, y mucho más lo fueron para el de la Iglesia. Muchos de los bienes fueron malvendidos a la naciente burguesía, siguiendo igual de improductivos, o más, que antes y no sirviendo lo recaudado para apenas nada. La Ley de 29 de Julio de 1837 añadió la prohibición de ostentar en público el hábito y suprimió su fuero. El Arzobispo Monseñor León Meurin, Obispo de Port-Louis, en su obra Filosofía de la Masonería, dice: “El judío Mendizábal había prometido, como Ministro, restaurar las precarias finanzas de España, pero, en corto espacio de tiempo, el resultado de sus manipulaciones fue el terrible aumento de la deuda nacional, y una gran disminución de la renta. Mientras tanto, él y sus amigos, amasaban inmensas fortunas. La venta de más de 900 instituciones cristianas, religiosas y de caridad, que las Cortes habían declarado propiedad nacional a instigación de los judíos, les proporcionó magnífica ocasión para el fabuloso aumento de sus fortunas personales. Del mismo modo fueron tratados los bienes eclesiásticos. La burla imprudente de los sentimientos religiosos y nacionales llegó hasta el punto de que la querida de Mendizábal se atrevió a lucir en público un magnífico collar que hasta poco tiempo antes había servido de adorno a una imagen de la Santa Virgen María en una iglesia de Madrid”.

– Durante el periodo de la Regencia del progresista General Espartero (1840-1843), se aplicó la desamortización al clero secular, en 1841. En este año se acabó también el diezmo y la dotación de culto y clero. En el palacete de Espartero apareció una lúcida pintada: “Aquí vive el que manda en España, Espartero, el regente, y el que manda en él, vive en la casa de enfrente” (refiriéndose a la embajada inglesa, cuyo edificio se encontraba al otro lado de la calle).

– Durante el bienio progresista (al frente del que estuvo nuevamente Espartero, junto a O’Donnell) el ministro de Hacienda, Pascual Madoz, realizó una nueva desamortización (en 1855) que fue ejecutada con mayor control que la de Mendizábal. Se declaraban en venta todas las propiedades, principalmente comunales del ayuntamiento, del Estado, del clero, de las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava, Montesa y San Juan de Jerusalén), cofradías, obras pías, santuarios, del ex infante Don Carlos, de los propios y comunes de los pueblos, de la beneficencia y de la instrucción pública. Fue ésta la desamortización que alcanzó un mayor volumen de ventas y tuvo una importancia superior a todas las anteriores.

Hecho este pequeño repaso por las desamortizaciones llevadas a cabo en el siglo XIX, veremos a continuación algunos episodios que ocurrieron tras la muerte de Fernando VII (episodios que nos darán una visión muy clara de cómo, tras la apariencia de “ilustrados” y de políticos serios que no se dejan llevar por “supersticiones religiosas”, estos masones, hijos de la “Ilustración”, en realidad esconden lo que son: adoradores del diablo, aunque como hemos repetido más de una vez a lo largo de esta serie y hemos copiado de Don Ricardo de la Cierva: “todos los masones no son satánicos, aunque todos los satánicos son masones”).

Con la muerte de Fernando VII se abre el periodo de las Guerras Carlistas. La guerra la planteó Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, por la cuestión sucesoria, ya que había sido el heredero al trono durante el reinado de su hermano Fernando VII, debido a que éste, tras tres matrimonios, carecía de descendencia. Sin embargo, el nuevo matrimonio del rey y el embarazo de la reina abren una nueva posibilidad de sucesión. En marzo de 1830, seis meses antes del nacimiento de la futura Reina Isabel II, el rey publica la Pragmática Sanción de Carlos IV, aprobada por las Cortes de 1789, que dejaba sin efecto el Reglamento de 10 de mayo de 1713 que excluía la sucesión femenina al trono hasta agotar la descendencia masculina. Se restablecía así el derecho sucesorio tradicional castellano recogido en “Las Partidas” (es un cuerpo normativo redactado en Castilla durante el reinado de Alfonso X (1252-1284), con el objetivo de dar uniformidad jurídica al Reino), según el cual podían acceder al trono las hijas del rey difunto en caso de morir el monarca sin hijos varones. No obstante, Carlos María Isidro no reconoció a Isabel como Princesa de Asturias, y cuando Fernando murió el 29 de septiembre de 1833, Isabel fue proclamada reina bajo la regencia de su madre, María Cristina de Borbón Dos-Sicilias. Carlos, en el Manifiesto de Abrantes, mantuvo la exigencia de sus derechos dinásticos, llevando al país a la Primera Guerra Carlista.

Pero… ¿Por qué Don Carlos tuvo tantos partidarios? ¿Les importaba tanto a los españoles que reinase Carlos o reinase Isabel? No, no les importaba NADA. El problema de fondo estaba muy claro: Carlos representaba la Tradición y la Fe, e Isabel representaba el liberalismo masónico que se vendía a poderes extranjeros (y que todo el mundo sabía que su principal interés era la abolición de la Iglesia). Era la defensa de dos conceptos antagónicos. Isabel no tenía en aquel momento edad para gobernar, y su madre, María Cristina, trataba de agarrarse al trono de su hija con uñas y dientes frente a Don Carlos. La única baza que le quedaba para defender el reinado de su hija era echarse, literalmente, en brazos de los liberales, de la masonería. La estructura del estado y del ejército estaba ya plagada de masones. Prueba de esto es que, tan solo transcurrido un año desde la muerte de Fernando VII, se desata una sangrienta persecución religiosa. Javier Paredes (catedrático de historia contemporánea), citando a Manuel Revuelta González (jesuita español e historiador que ejerció de catedrático de Historia contemporánea de España en la Universidad Pontificia de Comillas), en su libro “La Exclaustración” dice lo siguiente: “Madrid y 17 de julio de 1834, a golpe de blasfemia, las turbas asaltan el convento de Santo Tomás y el Colegio Imperial de los jesuitas. Se dividen en dos bandas, una se dirige al convento del Carmen y la otra al de san Francisco. Es de noche y buscan con antorchas a los indefensos franciscanos. Los enfermos y los enfermeros son degollados en la enfermería. Algunos son asesinados en el coro y otros que se esconden no van a correr mejor suerte: al ser descubiertos, tras los insultos y las blasfemias, la voz del jefe se hace escuchar: No hay necesidad de gastar pólvora con esta canalla; a estos los tenemos seguros; cuchillada, bayonetazo, sablazo y ¡firme con ellos! En la noche del 17 al 18 de julio fueron asesinados en Madrid ochenta religiosos. Cualquiera que conozca un poco el plano de Madrid, me dará la razón si digo que a paso ligero los militares del palacio real se hubieran podido presentar en lugar de los acontecimientos en menos de diez minutos. Pero el régimen dejó hacer y las turbas de asesinos, cuando iban de un convento a otro en busca de más sangre, le agradecieron su pasividad con esta copla blasfema: “Muera Carlos, Viva Isabel. Muera Cristo, Viva Luzbel”.

Las matanzas de Madrid, según cuenta Manuel Revuelta, sirvieron de modelo de ejecución en Reus y Barcelona, donde uno de los periódicos liberales, El Catalán, de Pascual Madoz, invitaba al festín asesino con ripios jubilosos unos días antes: “Cortemos el cuello a cercén al fraile mostén” (al que acabaron cortándole el cuello).

Las matanzas de Madrid, perfectamente dirigidas, fueron favorecidas por una sospechosa pasividad de las autoridades liberales y se adornaron de los peores rasgos de inhumanidad. 1834 fue el principio de la persecución religiosa en España, un continuado esfuerzo al que más tarde se unirían los socialistas y los comunistas para eliminar a la Iglesia en España, en un empeño que dura hasta el día de hoy, jalonado por fechas sangrientas: 1909, 1931, 1936. Afirma Revuelta que los liberales al sembrar el terror en los conventos hicieron preferible la exclaustración a una vida regular sin garantías.

Don Alberto Bárcena en su libro “La Perdida de España”, narra lo siguiente: “Martínez de la Rosa (Presidente del Consejo de Ministros), declaró solemnemente, antes de morir, que la matanza de frailes fue preparada y organizada por las logias masónicas. Lo dijo en un apunte autógrafo, entregado por él a don Pedro J. Pidal. Y Martínez de la Rosa sabía lo que estaba hablando, pertenecía al Supremo Consejo del Grado 33, figurando entre los principales masones del moderantismo”.

¿Por qué estos rebeldes ilustrados vitoreaban a Luzbel mientras asesinaban frailes? Está claro: porque lo hacían en nombre de su patrón. Para hacernos una idea del profundo odio que movía a estos asesinos de frailes, citaremos de nuevo a Bárcena, que nos relata un episodio llevado a cabo por uno de estos asesinos: “El padre Ignacio María Lerdo de Tejada y Matute, refiere cómo quedó muerto en la calle el padre José Fernández, “y su cabeza tan desbaratada que, abierto todo el cráneo, dejaba ver casi desprendidos también los sesos; dícese que una vil mujer de las que acompañaban estas barbaries tuvo la villanía de acercarse, en efecto, extraer los sesos de su lugar y, tomándolos con ambas manos gritar allí muy ufana: Ahora sí que voy a hervir sesos de fraile”.

Para terminar, daremos un dato muy importante. Javier Paredes contó los religiosos que había a principios del siglo XIX y volvió a contarlos a partir de los años 60 de ese mismo siglo, el resultado fue que habían desaparecido 80.000 vocaciones. Buena exterminación de religiosos la llevada a cabo por la masonería en tan pocos años. Y, como todos sabemos, la cosa no se quedó ahí. Desde entonces hasta nuestros días han seguido con la misma obsesión: Erradicar a la Iglesia Católica; desde fuera y desde dentro.

Mucho se ha censurado a Fernando VII por el rigor y la contundencia que empleó contra los liberales (masones por lo general todos). Hay que tener en cuenta que en su reinado comenzaba la guerra a muerte (que había de durar un siglo) entre la tradición y la revolución (carlistas y cristinos). Los liberales revolucionarios conspiraban continuamente en logias y cuarteles contra la España católica. Fernando VII, cuando les ganaba la partida, se defendía contra ellos a sangre y fuego; como ellos, cuando dominaban, se defendían asesinando curas, obispos y demás. Esa fue la esencia de la “Guerra Carlista”, esencia que pervive hasta nuestra historia reciente. No en vano la reflejaron las palabras de Gil Robles el 15 de abril de 1936 ante las Cortes, con uno de sus discursos parlamentarios de mayor calidad y más alta fuerza moral, cuando pronunció la célebre frase: “Desengañaos, señores diputados, una masa considerable de la opinión pública española que es, por lo menos, la mitad de la nación, no se resigna implacablemente a morir”.

Fernando VII se casa por cuarta vez, con María Cristina de Borbón. El rey, enfermo y castigado por las vicisitudes de un reinado lleno de altercados propios y ajenos, en sus últimos días padece de aturdimiento y cansancio mental. La nueva reina, sin conocimiento previo de la idiosincrasia del pueblo español y apoderándose del ánimo del rey, impone una nueva política de perdón y convence al rey para firmar una amnistía, consecuencia de la cual vuelven a España los liberales desterrados (masones), algo que no trajo la paz, sino la guerra.

Para el que escribe, definir lo que significa ser “buena persona” pasa por destacar uno de los ingredientes principales que contribuyen a que una buena persona lo sea. Este ingrediente es: la búsqueda de la verdad. Cuando se busca la verdad, por muy equivocado que se esté, es cuestión de tiempo acabar dentro del redil de la moral y de la justicia, ya que la verdad no es relativa, es absoluta. La masonería no busca la verdad, busca someterla (recordemos la célebre frase de Zapatero en contradicción total con la de Jesucristo, “La libertad nos hará verdaderos” en lugar de “La verdad os hará libres”). Por eso, cuando en una nación los masones toman el control, siempre, siempre, siempre, la guerra y la destrucción no tardan en aparecer.

José María Pemán, en su libro “La historia de España contada con sencillez”, dice lo siguiente: “Vuelven los liberales desterrados y perseguidos. Ya tienen aquí los acusadores del rigor de Fernando VII, la política que tanto querían. ¿Se ha resuelto por ello el problema de España?… No: el problema de España era más profundo que la inconstancia y el carácter del rey. Ya no es el rey el intransigente; ahora es una gran parte del pueblo español la que, tomando el nombre de “apostólicos”, se alarma de aquella tolerancia de la nueva reina y se agarra a la defensa íntegra de la tradición. El rey no tiene sucesión masculina, y los “apostólicos” levantan la bandera del infante Don Carlos, hermano del rey. Don Carlos, en efecto, parece totalmente inclinado a la defensa de la tradición sin concesión alguna a las ideas revolucionarias. Frente a ellos, los liberales, se agrupan en torno a la reina Cristina y defienden como sucesora en el trono, a la hija de esta, casi recién nacida, la princesa Isabel”.

María Cristina no comprende la hondura de la lucha política que desgarra a España. Cree que se puede curar con pomada la enfermedad que se ha establecido dentro de las entrañas de la nación. Su primer ministro publicó un manifiesto que, por querer contentar a todos, no contentó a nadie. A los liberales (masones) les ofreció algunas reformas políticas. Y a los “carlistas” intento asegurarles que no se atentaría contra la práctica católica. Fue inútil: los revolucionarios masones vueltos del destierro exigían mucho más de la reina, hasta el punto de tener que darle el control del gobierno a uno de ellos. Eligió uno de los que le pareció más moderado: Martínez de la Rosa. Pemán comenta lo siguiente sobre este personaje: “Martínez de la Rosa, pretende hacer una política de equilibrio, de transigencia. Y el pueblo, con certero instinto, le bautiza con el mote de “Rosita la pastelera”. Pero con “pasteles” (se vio entonces y lo hemos visto después), no se puede parar una revolución. La masonería, aprovechando una terrible epidemia de cólera que hay en Madrid, lanza la calumnia de que las fuentes públicas han sido envenenadas por los frailes. Unos cuantos infelices lo creen de buena fe; otros, pagados por los masones, se unen a ellos: y pronto se reúne una mediana turba que, por primera vez en España, asalta los conventos y degüella a los frailes. Las escenas son idénticas a las que se presenciaron en la Segunda Republica española”.

Y para que quede constancia de su peculiaridad luciferina, los asaltantes, a la vez que degollaban frailes, gritaban: “Muera Carlos viva Isabel. Muera Cristo viva Luzbel”.

A esto nos referimos cuando decimos que la masonería no busca la verdad. La mentira para ellos siempre ha sido una herramienta para conseguir sus fines sin ningún tipo de límites. La expulsión de los jesuitas se fundamentó en una serie de bulos ideados por la secta. En este caso hemos visto que acusaron a los frailes de envenenar las fuentes, y durante la Segunda Republica, los días previos a que se desatara la barbarie, se hizo correr el bulo de que las monjas y los frailes, ayudados por las mujeres de Acción Católica, repartían caramelos envenenados a los hijos de los obreros para “acabar con la simiente marxista”. Esta secta miente sin ningún tipo de remordimiento, y educa a sus participantes en el odio al católico. No olvidemos tampoco, como ya dijimos en el artículo anterior, que Martínez de la Rosa (Presidente del Consejo de Ministros) declaró solemnemente, antes de morir, que la matanza de frailes fue preparada y organizada por las logias masónicas. Lo dijo en un apunte autógrafo, entregado por él a don Pedro J. Pidal. Martínez de la Rosa sabía lo que estaba hablando, pertenecía al Supremo Consejo del Grado 33, figurando entre los principales masones del moderantismo.

No nos cansaremos de reiterar que muchos masones de los grados inferiores no son conscientes del grado de maldad profunda que habita dentro de la secta masónica, y podemos citar en ese sentido el testimonio de Serge Abad Gallardo, que después de 25 años en la logia francesa Derecho Humano, abandonó la masonería y se convirtió al catolicismo. Recomendamos la lectura de su libro “Porqué dejé de ser masón”. Esto no es óbice para condenar a esos “sumos sacerdotes” que sí son conocedores de lo que se fragua dentro de las logias y que han desarrollado una pedagogía magnífica para atraer a muchos e ir dirigiéndolos poco a poco de manera magistral hacia su perversa doctrina. Ejemplo de esto también es el ritual de grado 29 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado que cita Alberto Bárcena: “De modo que en este momento de su recorrido iniciático el masón se encuentra cara a cara con esta representación del «Portador de la Luz», para continuar el ritual: es ahora cuando debe escoger entre la cruz cristiana, «símbolo de muerte y destrucción» y la de «la Luz y la Vida», en forma de X, asociada a Baphomet, dios de la Luz. «La elección se manifiesta “pisando la cruz [cristiana] con el pie izquierdo y con el derecho en este orden”. […] A continuación, el candidato recita la fórmula del juramento “con los brazos en forma de X sobre el pecho, el derecho sobre el izquierdo” ». ¿Serán conscientes todos los que pasan a este grado de que se están consagrando al demonio? Puede que no.

El ritual sigue exponiendo la ceremonia. «Baje las manos… Coja la cruz, tírela al suelo delante del altar, cruce los brazos (el derecho sobre el izquierdo) en el pecho en forma de X con el mallete (mazo) en la mano derecha y exclame: ¡Que esta cruz, como símbolo de la muerte y de la destrucción, desaparezca del mundo! ¡Que la luz de Baphomet (Lucifer) la suplante! ¡Gloria a ti, Dios verdadero, Baphomet, el dios de la luz y de la iniciación…!”.

Hay pruebas directas de que este ritual se lleva a cabo de la manera expresada anteriormente en la actualidad. A don Alberto Bárcena le ocurrió una anécdota que, según nos cuenta, fue determinante para disipar cualquier duda sobre la práctica de este ritual de castigo a Cristo y su Cruz, ya que albergaba alguna duda de que fuesen ceremonias de tiempos pasados y superadas al día de hoy. Transcribimos parte de una entrevista realizada a Bárcena por InfoCatólica: “Un día tuve una conversación con el nieto de un masón de grado 33 que quería iniciarle. Le hablé de los rituales y me respondió: ‘Esta parte ya me la sé, Lucifer es quien trae la sabiduría al hombre en el paraíso y Dios es quien expulsa a los dos’. Para ellos Lucifer es el aliado del hombre. Le cuento otra anécdota. Durante una conferencia en la que participé con un antiguo gran maestre de la Gran Logia de España, Tom Sarobe, leí el ritual masónico con pelos y señales (se refiere al ritual en el que se pisa el crucifijo) porque me lo pidió una señora del público. Y al acabar, Sarobe, que se había presentado como masón, no dijo ni una palabra. Ahí supe que aquello que leí era verdad. Él había ido en representación de la masonería y si no dijo nada tras oírme suponemos que lo da por bueno”.


Los 35 años del reinado de Isabel II fue la época “dorada” de los pronunciamientos y sublevaciones militares, aparte de motines y algaradas varias, protagonizados casi siempre por generales masones o instigados desde las “sociedades secretas”, como las llama Alcalá Galiano. Los grandes espadones de aquel tiempo (Espartero, Narváez, O’Donell, Serrano, Prim, etcétera), todos masones menos Narváez, se disputaban el poder. Isabel II, como su madre, se vio obligada en muchas ocasiones a ponerse en manos de la venerable fraternidad, porque los carlistas no cejaban en su empeño de encender la hoguera de la guerra civil para entronizar a su pretendiente, arrastrando consigo a buena parte del clero y a no pocos feligreses de a pie, entre otras razones, porque aquellos gobernantes con mandil no perdían ocasión de atacar a la Iglesia. Álvarez Méndez, que se hizo llamar Mendizábal, radical, conspicuo masón, dispuso (1837-1841) la extinción de las órdenes religiosas y la incautación, sin compensación alguna, de sus bienes por el Estado, que vendió a muy bajo precio para favorecer o crear una “burguesía” que le fuera agradecida y adicta.

El modelo no ha dejado de repetirse hasta nuestros días. El énfasis que el PSOE ha puesto de un tiempo a esta parte en derribar cruces y denostar a la Iglesia Católica no es algo casual ni de nuevo cuño. A nadie se le escapa que, desde la entrada en el gobierno de España de José Luis Rodríguez Zapatero, el tufo masónico que se viene arrastrando solo es inadvertido por los que no conocen el proceder de la secta. Zapatero es masón, y el gobierno de Pedro Sánchez, obedece a la masonería. No en vano Antonio Hernández Espinal (socialista de Sevilla que se ha instalado en el palacio de La Moncloa) es el jefe de estrategia de Pedro Sánchez. Hernández Espinal ha declarado públicamente que es masón.

En el llamado “expediente Royuela” queda claro y clarificado cómo nuestros máximos representantes a nivel gubernamental siguen las consignas de la Logia de Miami. Se podrá cuestionar la autenticidad de dicho expediente, pero para cualquier sabueso que sepa detectar el olor pútrido de la masonería no cabe ninguna duda que el Expediente Royuela encaja perfectamente con la trayectoria de la secta desde que José I la introdujese en España. El olor a “bicho muerto” es inevitable percibirlo, y el olor de la secta masónica cuando opera dentro de una nación, es aún más fuerte. El proceso de la descomposición en su conjunto, más allá de sus etapas visuales, destaca por ser rico en sustancias de olor pestilente. Muchos no perciben este pútrido olor porque el “Ministerio de Perfumería” realiza un trabajo magnifico, y ha conseguido gobernar de manera magistral a todos los medios de comunicación. Medios estos que se dedican día y noche a “perfumar” a la sociedad con ingentes cantidades de mentiras que contrarrestan el nauseabundo olor de la realidad.

miércoles, 29 de junio de 2022

LOS INICIOS DE LA MASONERÍA II por CURRO JIMÉNEZ 👥👿💀


LOS INICIOS DE LA MASONERÍA (II)

En la entrada anterior vimos cómo la secta illuminati contribuyó (más bien planificó) con la puesta en escena de la Revolución Francesa. También promocionaron la Revolución Rusa, y desde su creación, no existe casi ninguna revuelta en la que no hayan estado involucrados hasta el día de hoy. La Ilustración, como corriente de pensamiento basada en la razón y en las ideas ilustradas, se manifestó en los procesos revolucionarios de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Una Ilustración que imponía su razón eliminando la Fe, por la vía del asesinato y el extermino de religiosos (marca o sello inconfundible de la influencia illuminati en todos estos procesos).

Dejamos atrás la Revolución Francesa, aunque nos anticipamos en la cronología de esta historia (en capítulos anteriores) con la Revolución Rusa. La información sobre los detalles de la implicación illuminati-Rothschild en la revuelta francesa, se encuentra en un libro titulado “Pruebas de una Conspiración contra todas las Religiones y Gobiernos de Europa, llevada a cabo en las Reuniones Secretas de Masones, illuminati y Sociedades de Lectura”, cuyo autor es John Robison (4 de febrero de 1739-30 de enero de 1805), físico e inventor escocés, profesor de filosofía en la Universidad de Edimburgo.

Según Robison, la estructura de la masonería se infiltró por los Iluminados de Baviera y se utilizó para promover intenciones subversivas contra los gobiernos y la religión en Europa, en particular durante la Revolución Francesa. Robison había sido masón de alto grado del Rito escocés. Fue invitado por Adam Weishaupt a Europa, donde se le habría hecho entrega de una copia de la conspiración de Weishaupt. Al parecer, Robison no estuvo a favor de dicha conspiración y terminó denunciándola a través de su libro. Walter Scott (Edimburgo, 15 de agosto de 1771 –Abbotsford House, 21 de septiembre de 1832, prolífico escritor británico del Romanticismo, especializado en novelas históricas, género del que puede considerarse inventor) en el volumen II de “La vida de Napoleón”, afirma que la Revolución Francesa fue planeada por los illuminati y fue financiada por los cambistas de Europa.


En el mismo año de la publicación del libro de Robison (1798), Papen David (Presidente de la Universidad de Harvard) hablaba a sus alumnos que el Iluminismo tenía influencia en la política estadounidense y en la religión. A estas alturas, la familia Rothschild estaba repartida gestionando bancos por toda Europa y Estados Unidos. La Revolución Francesa era el sueño de estos banqueros, porque establecía una nueva constitución, bajo la que se aprobaron leyes que les favorecían. Aquí haremos un pequeño paréntesis para explicar cómo la familia estableció unas reglas muy precisas, para mantener el poder y proyectar su plan futuro:

“1- Todas las posiciones claves en los negocios Rothschild, solo deberían estar a cargo de miembros de la familia.
2– Solo los miembros varones de la familia, podrían participar en el negocio familiar.
3– En la familia deberían casarse entre los primos primeros y segundos para preservar la fortuna de la familia.
4– Ningún inventario de sus bienes debían de ser publicados.
5– El hijo mayor del hijo mayor, se convertiría en el jefe de la familia”.

En 1810 mueren Sir Francis Baring y Abraham Goldsmit. Esto deja a Nathan Mayer Rothschild como el banquero restante más importante de Inglaterra. Salomon Mayer Rothschild va a Viena y establece un nuevo banco, el M. von und Shone Rothschild. Vamos viendo cómo poco a poco van posicionándose al frente de la banca mundial. Anteriormente se habían hecho con el control del dinero de los Estados Unidos, a través del primer banco central que surgió de la unión monetaria de las trece colonias americanas (cada una emitía su propia moneda), que se llevó a cabo en 1791. Un año antes, Mayer Amschel Rothschild dijo una frase profética: “Permítanme emitir y contralar el dinero de una nación, y no tendré porqué preocuparme de quien emite las leyes”.

Los Rothschild se habían hecho con la concesión del First Bank of the United States en 1791 a través de Alexander Hamilton, su agente en el gabinete de George Washington, por un periodo de 20 años. Dicha licencia prescribió en 1811, y es entonces cuando vuelve a tener lugar un episodio donde la mano Rothschild-illuminati vuelve a desencadenar otro episodio de guerra. El Congreso Americano votó en contra de renovar la concesión otorgada en 1791, cosa que no agradó mucho a Nathan Rothschild, por lo que declaró lo siguiente: “O bien la solicitud de renovación de la carta se concede, o los Estados Unidos se encontrarán envueltos en una guerra desastrosa”.

El gobierno estadounidense se mantuvo firme en su postura de no renovar la concesión, provocando la ira de Nathan Rotchil que pronuncio otra declaración: “Enséñele, a esos imprudentes estadounidenses, una lección. Que vuelvan nuevamente a su estatus de colonia”.

En 1812, respaldada por el dinero de los Rothschild, Inglaterra declara la guerra a los Estados Unidos. El plan era muy sencillo: consistía en endeudar a los Estados Unidos con la guerra, de modo que tuviesen que recurrir a los illuminati, sucumbiendo así a la renovación de la concesión. Los Rothschild amaban las guerras, porque son grandes generadoras de préstamos. Avanzamos un poco más en la historia, y ya en el año 1815 nos encontramos con los Rothschild, por un lado, financiando al ejército inglés a través de Nathan Rothschild, y al bando de Napoleón a través de Jacob Rothschild en Francia. La misma familia estaba sufragando a ambos contendientes. Llegados a este punto, relataremos una historia rocambolesca, que nos muestra perfectamente cómo trabajan estas elites.

Los Rothschild tenían un mensajero en la batalla de Waterloo, John Roworth. Tras vencer el ejército inglés en dicha batalla, Roworth salió a toda prisa hacia Inglaterra, llegando antes que el mensajero de Wellington. Existían, en ese momento, unos bonos en Inglaterra (llamados “Cónsules”), que eran negociables en la Bolsa inglesa de valores. Los Rothschild dieron orden a todos sus trabajadores bursátiles de que empezaran a vender, dando la apariencia de que Inglaterra había perdido la batalla (la gente sabía que ellos estaban bien informados), consiguiendo que todo el mundo comenzara a vender a la desesperada. El valor de los “Cónsules” cayó en picado, con lo que pasaron a comprar de manera rápida. Cuando la noticia de la victoria inglesa sobre Napoleón llegó a la Bolsa, estos bonos subieron increíblemente de precio, en una proporción de 20 a 1. En ese mismo año (1815) Nathan Meyer Rothschild hizo las siguientes declaraciones: “No importa qué marioneta se corone sobre el trono de Inglaterra, el hombre que controle el suministro de dinero en Gran Bretaña, controla el Imperio Británico, y yo controlo el suministro de la moneda inglesa”.

Esta operación dio a la familia Rothschild el control total de la economía británica, ahora el centro financiero del mundo después de la derrota de Napoleón, y obligó a Inglaterra a establecer un nuevo “Banco de Inglaterra”, que Nathan Mayer Rothschild controlaba. A finales del siglo XIX se estimaba que la familia Rothschild controlaba la mitad de la riqueza del mundo. Napoleón siempre decía que para ganar una guerra necesitaba dinero, dinero y dinero. En el Congreso de Viena, los Rothschild hicieron saber su contribución a la victoria, ya que habían financiado a Inglaterra durante los más de 20 años de guerras napoleónicas. Lo que no dijeron fue que también habían financiado a Napoleón. Tras la guerra, se celebra el Congreso de Viena, el primer ensayo de «asamblea de naciones». Para estas fechas, los Rothschild ya contaban con cinco bancos operando en Europa.

Pero algo no les fue muy bien en ese Congreso a los Rothschild que, aprovechando el control financiero que poseían en varios estados europeos, intentaron imponer una forma de gobierno mundial. Muchos gobiernos estaban en deuda con ellos, por lo que intentaron utilizarlo como una herramienta de negociación. Sin embargo, el Zar Alejandro I, que no tenía ninguna deuda, no estuvo de acuerdo con el plan, con lo que fracasó este primer intento de gobierno mundial. Enfurecido por este revés, Nathan Mayer Rothschild juró que, algún día, él o sus descendientes destruirían a toda la familia del Zar. Más de cien años más tarde patrocinaron el movimiento bolchevique, dándole cumplimiento a esta amenaza. Podemos intuir también que algo tuvo que ver en el desenlace de esta venganza el apoyo que Alejandro II prestara a otro enemigo de los Rothschild, a Abraham Lincoln. Pero eso lo contaremos en otro artículo.

Hemos visto cómo desde la fundación de esta secta illuminati han tenido que ver con muchos conflictos bélicos. Lástima que no empleasen ese potencial para evitarlos en lugar de propiciarlos. En siguientes capítulos seguiremos viendo cómo desde su fundación siguen el mismo patrón hasta nuestros días.

Desde el comienzo de esta serie de entregas hemos visto, con gran variedad de detalles y con datos totalmente comprobables, cómo la masonería arrancó católica y terminó infiltrada por la secta illuminati. Desde ese momento hasta nuestros días, han tenido que ver con multitud de desgracias que han acontecido al mundo. Vimos cómo se fueron haciendo con el control de la banca mundial, y cómo han financiado a vencedores y vencidos.

En el capítulo anterior nos quedamos en que tras el Congreso de Viena (el primer ensayo de «Asamblea de Naciones»), los Rothschild, aprovechando el control financiero que poseían en varios estados europeos, intentaron imponer una forma de gobierno mundial. Muchos gobiernos estaban en deuda con ellos, por lo que intentaron utilizarlo como una herramienta de negociación. Sin embargo, el Zar Alejandro I, que no tenía ninguna deuda, no estuvo de acuerdo con el plan, con lo que fracasó este primer intento de gobierno mundial.

En este artículo nos ocuparemos de ese Congreso y de cómo afecto a los zares, y también tocaremos la problemática que aconteció a la famosa familia Rothschild con Abraham Lincoln por el eterno tema del control de la moneda.

Firmada la Paz de París y alejado Napoleón del escenario de sus acciones bélicas, su suegro, el emperador de Austria Francisco I, convocó un congreso internacional en la capital de su imperio. Esta cita diplomática tenía como finalidad la reorganización política e ideológica de Europa, alterada durante muchos años por la Revolución Francesa y las campañas de Napoleón. Pero para los Rothschild representaba una oportunidad única para establecer una forma de gobierno mundial. El Congreso comenzó en septiembre de 1814 y concluyó en junio de 1815. Como citamos anteriormente, muchos de los gobiernos europeos, estaban en deuda con ellos, así que imaginaron que podrían utilizar eso como una herramienta disuasoria. En este caso, la piedra de tropiezo la encontraron en el Zar Alejandro I, que al no deberles nada, fue el obstáculo principal para que no lograran su proyecto mundialista.

Enfurecido por eso, Nathan Mayer Rothschild juro que algún día él o sus descendientes destruirían a la familia del Zar. Por desgracia, fueron fieles a su palabra y, 102 años después, los Rothschild apoyaron el movimiento bolchevique para cumplir su promesa (véase capítulo sobre comunismo). Curiosamente, el masón Henry Alfred Kissinger hizo su tesis doctoral sobre este Congreso. A él le debemos la uniformización del aborto en todo el mundo a través de su famoso “Informe 200” (implicaciones del Crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad de EE.UU. y sus intereses de ultramar). En dicho informe aconseja que se empleen eufemismos como «salud reproductiva» para extender el aborto por todo el mundo. Esto lo contaremos en otro artículo.

Otro evento que influyó en este odio hacia la monarquía rusa fue uno que aconteció en los Estados Unidos en 1863. Pero comentaremos algunos episodios anteriores relacionados con el gobierno americano.

En el año 1832, el presidente Andrew Jackson dirige la campaña para su segundo mandato bajo el lema “Jackson y ningún banco”. Esto hacía referencia a retomar el control de la moneda americana nuevamente, en detrimento de las de las élites Rothschild. En 1833, Jackson comenzó la eliminación de los depósitos del Gobierno en el segundo banco de los Estados Unidos, ingresando estas cantidades en bancos independientes. A los Rothschild no les hizo ninguna gracia y contraatacaron reprimiendo la oferta económica para provocar una depresión financiera, tras lo cual Jackson declaró: “Ustedes son una cueva de víboras y ladrones, y tengo la intención de derrotarlos completamente y, por el Dios eterno, los voy a expulsar”.

En 1835, un asesino dispara dos veces al presidente Jackson, fallando milagrosamente. Jackson declararía más tarde saber que los Rothschild eran responsables del intento de asesinato. El mismo asesino, Richard Lawrence, que fue declarado “no culpable” (non guilty) por razón de locura, se vanagloriaba más tarde de haber sido contratado por “los grandes de Europa” con la promesa de ser protegido en caso de ser detenido. En 1836, Jackson consigue expulsar a los Rothschild del Banco Central al no renovarles de nuevo la concesión, algo que se mantuvo hasta 1913.

En 1861, Lincoln andaba buscando financiación para costear la Guerra Civil Americana, pero los bancos Rothschild, en rebeldía por no haberles renovado la concesión del Banco Central, aprovecharon la oportunidad para imponer a esos préstamos unos intereses abusivos. Lincoln no se arredró y decidió emitir su propia moneda. Así que para abril de 1862 ya había emitido y distribuido títulos de deuda con valor de moneda de libre circulación por valor de quinientos millones de dólares. El presidente llegó a decir tras esta gesta: “Le dimos a la gente de esta república la mayor bendición que ha tenido, su propio papel moneda para pagar sus propias deudas”.

Ese mismo año, el periódico The Times, de Londres, publicó la siguiente declaración:

“Si esa astuta política financiera, que tiene su origen en la República de Norte América, se llega a consolidar, entonces ese gobierno podría proporcionarse su propio dinero sin costo alguno y, por lo tanto, podrá pagar su deuda sin endeudarse” (obsérvese aquí cómo, a día de hoy, la mayoría de los países están endeudados sin ningún motivo real).

En 1863, el Zar de Rusia Alejandro II tiene problemas con los Rothschild, ya que se negaba a los continuos intentos por parte de estos para crear el Banco Central de Rusia. Viendo el Zar que Lincoln tenía un problema parecido al suyo, le ofreció su ayuda, asegurándole que si Francia o Inglaterra llegasen a brindar su apoyo al ejército del Sur, lo tomaría como una declaración de guerra y se pondría del lado de Lincoln. El Zar, como medida disuasoria, envió parte de su flota del Pacífico a San Francisco y la otra a Nueva York. Lo que unió a estos dos grandes personajes históricos fue que enfrentaban un problema común: luchaban por el control de la moneda en sus respectivos países, control que se veía amenazado por la presión de la familia Rothschild.

Muchos creerán que el detonante de la Guerra de Secesión americana fue la liberación de los esclavos. Algo tuvo que ver eso, pero la razón de fondo fue que el gobierno americano quería proteger la economía y poner trabas al libre mercado de las materias primas del sur, implantando un proteccionismo económico, cosa que nunca le ha gustado a las élites. Las intenciones de Lincoln no fueron altruistas, fueron más bien comerciales. Si los estados del sur hubiesen aceptado el proteccionismo económico que proponía Lincoln, el asunto de los esclavos no se hubiese resuelto (Dios escribe derecho con renglones torcidos). De todas formas, esto no tiene nada que ver con la historia que estamos contando (dejamos enlace al final a un vídeo que trata ese asunto); lo que intentamos narrar aquí es cómo los Rothschild sufrieron una derrota: en esta ocasión, gracias a que se unieron dos potencias mundiales (Rusia y Estados Unidos) para defender su privilegio de ostentar el control de su propia moneda. Pero estas élites tienen mucha paciencia y, como todos sabemos, tiempo después, tomaron venganza sobre ambos países. En el caso americano, volviendo a controlar el Banco Central en 1913, y en el caso ruso, destruyendo la monarquía rusa, apadrinando a los bolcheviques. Lincoln acabó asesinado y la familia real rusa también.

Todos conocemos a esas personas que tienen opiniones a las que se aferran, por muchos argumentos que les demos en sentido contrario. Si al principio han pensado que algo era de una forma, ya podemos esforzarnos en hacerles que vean la realidad, que no vamos a conseguir que cambien de parecer. El propio Carl Sagan (conocido mundialmente por la serie “Cosmos”) relató en “El mundo y sus demonios” una anécdota reveladora: cuenta que una vez en Nueva York tomó un taxi y el conductor lo reconoció emocionado. Su primera pregunta fue si creía en los OVNIS, a lo que Sagan respondió que no. El taxista se ofuscó y terminó cortando la conversación abruptamente. Con su actitud, básicamente, demostraba que le daba mayor crédito a lo que había leído o escuchado sobre los extraterrestres que a lo que pudiera afirmar uno de los astrofísicos más notables del mundo.

Con el tema de la masonería ocurre algo parecido. Desde hace más de tres siglos se han ocultado las interferencias que la masonería ha tenido en casi todas las guerras importantes. La historia que mucha gente conoce está “descafeinada” de «sustancia masónica», y es realmente difícil conseguir que muchas de esas personas se acostumbren ahora a tomar ese “café histórico” en su pureza real (es decir, con la «cafeína masónica» que en realidad contiene). Pero como dice el Evangelio en Juan 4-37, “unos son los que siembran y otros los que recogen”, seguiremos sembrando esta realidad, al margen de los resultados visibles o no que podamos conseguir.

En este artículo continuaremos tratando el tema de la masonería en los Estados Unidos. El 4 de marzo de 1913 es elegido el presidente n° 28 de los Estados Unidosel señor Woodrow Wilson. Este presidente fue profesor de la Universidad de Princeton y, mientras estuvo en dicha Universidad, tuvo una relación con la esposa de un profesor becario. Poco después de acceder a la Casa Blanca recibió la visita de Samuel Utermyer (abogado, líder civil y millonario judío-americano, cuyo padre fue teniente en el Ejército Confederado y murió poco después del final de la Guerra de Secesión), que venía en nombre de un importante bufete de abogados, en relación con un chantaje por la suma de 40.000 dólares por silenciar la antes mencionada relación que mantuvo el presidente en Princeton.

El presidente Wilson no tenía esa suma para pagar el silencio de la mujer con la que tuvo la aventura, pero Utermyer se ofreció a pagarla de su bolsillo si a cambio el presidente, en la primera vacante que surgiera para la Corte Suprema, se comprometía a nombrar un candidato recomendado por él. A partir de este momento el presidente Wilson quedó en manos de la élite, y algunas de las cosas que haría posteriormente no fueron en beneficio del pueblo estadounidense, como fue entrar en 1917 en la Primera Guerra Mundial y poner en manos de las élites sionistas el control de la Reserva Federal (cosa esta última que lamentó el propio Wilson de manera pública antes de su muerte).

En torno a la Reserva Federal, existen dos fraudes de extrema gravedad que hay que resaltar en este artículo. El primero tiene que ver con la manera en que se produjo su creación en 1913. Y el segundo, cuando quedó el dólar sin ningún respaldo en oro.

El 22 de diciembre de 1913 un pequeño grupo de banqueros sionistas le quitaron al Congreso estadounidense la facultad de emitir la moneda y se la adjudicaron a ellos mismos, creando la Reserva Federal. Esta transición se produjo de manera totalmente fraudulenta y aprovechando la debilidad de Wilson, al que tenían totalmente en sus manos. Esperaron a la Navidad, cuando el Congreso había suspendido sus sesiones, y aprovechando que los congresistas que se oponían a la creación de la Reserva Federal se habían marchado de vacaciones, quedaron solo los que estaban a favor. En un solo día la aprobaron en la Cámara Baja, pasándola al Senado esa misma noche, que también la aprobó. Cuando se la presentaron a Wilson para firmarla, argumentó que no se podía hacer eso estando el Congreso en receso y se negó. Pero entonces, los banqueros sionistas que financiaron la campaña del presidente, le apretaron las tuercas y firmó.

Ante tan inaudito hecho, el congresista Charles Lindbergh (el famoso aviador), afirmó: “La ley establece el más gigantesco acto de confianza en la tierra. Cuando el Presidente firme ese proyecto de ley, el gobierno invisible del poder monetario será legalizado… El crimen más grande de todos los tiempos es perpetrado por el presente proyecto de ley de banca y moneda”.

Desde ese momento y hasta nuestros días, por muy inverosímil que parezca, no es el gobierno de los Estados Unidos el que emite su propia moneda. Es un pequeño grupo privado que tiene la facultad de emitir alegremente el dinero y además pedirle intereses al gobierno por el dinero que le suministra. Al principio ese dinero estaba respaldado por oro, pero a partir del año 1971 dejó de estarlo. No fue este el único servicio que prestó el presidente Wilson a la masonería, como veremos a continuación.

En 1897 los Rothschild organizaron el Primer Congreso Sionista (movimiento político nacionalista que propuso desde sus inicios el establecimiento de un estado para el pueblo judío). Este primer congreso se tendría que haber celebrado en Múnich, pero debido a la oposición de los judíos locales (que estaban bien establecidos y no quisieron que se les relacionara con esta organización), tuvo que ser trasladado a Basilea (Suiza). Dicha reunión fue presidida por un personaje llamado Theodor Herzl, judío asimilado (aquellos que, aun siendo judíos, según las leyes religiosas, han abandonado todas sus señas de identidad: ni religión, ni idioma, ni cultura, ni empatía grupal), quien afirmaría en uno de sus diarios: “Es esencial que los sufrimientos de los judíos empeoren, esto ayudará a la realización de nuestros planes. Tengo una excelente idea: voy a inducir a los antisemitas a liquidar la riqueza judía. Los antisemitas nos ayudarán, y con el propósito de apropiarse de sus riquezas reforzarán la persecución y la opresión de los judíos. Los antisemitas serán nuestros mejores amigos”.

Dicho proyecto consistía en fundar el Estado de Israel, pero en vista de que los judíos estaban asentados en sus respectivos países y no colaboraban con la idea de dejarlo todo y mudarse a Palestina, se le ocurrió que, si eran perseguidos, no les parecería tan mal. Herzl fue elegido presidente de la Organización Sionista, adoptando dicha organización, como símbolo, el hexagrama (símbolo de la casa Rothschild), que años más tarde terminaría formando parte de la bandera de Israel.

Los judíos que se habían instalado en Palestina empezaron a darse cuenta de que no había ningún altruismo patriótico ni religioso tras la intención de los Rothschild de crear un Estado judío, y es en 1901 cuando los colonos judíos que ya estaban establecidos envían una delegación para solicitarle a Edmond James de Rothschild lo siguiente: “Si quiere que se mantenga el Yishub (judíos que comenzaron a asentarse en el territorio desde 1882 hasta el establecimiento del Estado de Israel en 1948), en primer lugar, saque sus manos de allí y permita a los colonos corregir por sí mismos lo que sea necesario corregir”.

A lo que Edmond James de Rothschild contestó: “Yo creé el Yishub, solo yo. Por lo tanto, ningún hombre, ni colonos, ni las organizaciones, tienen derecho a interferir en mis planes”.

Tras la Primera Guerra Mundial, Mosul, Palestina y Transjordania, pasaron a manos británicas, algo que podemos conectar con un episodio bastante curioso que ocurrió en 1916. En ese año, Alemania estaba ganando la guerra y ofreció el armisticio (acuerdo que firman dos o más países en guerra cuando deciden dejar de combatir durante cierto tiempo con el fin de discutir una posible paz) a Gran Bretaña sin exigir reparaciones de guerra, cosa que los británicos estaban considerando; pero entonces, los Rothschild entraron en acción y, a través de un agente suyo, Louis Brandeis (miembro activo del movimiento sionista), enviaron una delegación sionista desde Estados Unidos a Inglaterra con la promesa de involucrar a los americanos en la guerra en apoyo de los británicos, si estos se comprometían a darles la tierra de Palestina a los Rothschild.

Si unimos este detalle al hecho de que Edmond James de Rothschild empezó en 1882 comprando tierras en esa zona y posteriormente al comentario de Theodor Herzl en su diario, y sumamos el ofrecimiento de paz de los alemanes a los ingleses… podríamos plantearnos como hipótesis que, sin la interferencia de los Rothschild, la Primera Guerra Mundial podía haberse evitado.

Los Rothschild abortaron la propuesta de paz que Alemania ofreció a Inglaterra, prometiendo a ésta que involucrarían a Estados Unidos del lado de la Triple Entente (una alianza entre diversos países en el año 1907 y enmarcada en el conflicto de la I Guerra Mundial, que integró a Francia, Gran Bretaña y Rusia, a los que progresivamente se unieron otras naciones a lo largo del conflicto), si Inglaterra prometía cederles Palestina. Cosa curiosa y que demuestra el poder que tenía y sigue teniendo esta familia, porque la prensa americana, que hasta ese momento era pro-Alemania, comenzó una campaña publicitaria en su contra con el fin de manipular al pueblo americano y ponerlo en contra de los alemanes. Aún sorprende mucho más que los Rothschild consiguieran meter a Estados Unidos en la guerra, puesto que se da el caso de que en 1916 el presidente Woodrow Wilson realizó una campaña por su reelección con el eslogan: “Él nos mantendrá fuera de la guerra”. Al parecer, la presión que ejercieron los Rothschild sobre el Presidente pesó más que su promesa electoral de no involucrarse en la Guerra.

Una de las perversiones más surrealistas del mal o del diablo o de sus seguidores, es la táctica de culpar a los demás de acciones que ellos mismos han cometido. Es como lavar la propia imagen ensuciando la ajena, o arrojar al inocente la culpa propia. Esto es un paradigma clásico de los inventores de la «Leyenda Negra». Esto requiere un alto grado de maldad o perversión (no avergonzarse del mal causado y encima culpar al inocente de eso mismo), pero es tan real como la vida misma. Negar el mal cometido es un acto corriente, pero acusar a otros de los delitos propios (y, de camino, ocultarlos) requiere una dosis mayor de maldad.

En este artículo analizaremos las causas de la pérdida de los virreinatos americanos que pertenecieron a España, y cómo su independencia no fue una petición de los habitantes de esas provincias, no surgió de la inquietud del pueblo, sino que (como era de esperar) fue por arte y obra de la masonería. La presencia española en América fue muy prolongada. Empieza con el Descubrimiento de América en 1492 y concluye con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898 (que supuso el fin de las posesiones de España en ultramar). España no colonizó aquellas tierras (la palabra «colonia» significa “territorio establecido por gente que no es de ahí”), podríamos decir que las “adopto” y se fusionó con ellas. El Virreinato sería una institución típica de la monarquía hispánica. Marcelo Gullo refiere lo siguiente en su libro “Madre Patria”: “En 2008, el primer ministro de Australia, Kevin Rudd, pidió perdón a los aborígenes públicamente, por vez primera en la historia del país, por el dolor y el daño causados en el pasado. Sus palabras asombraron al mundo, porque la mayoría de los habitantes del planeta desconocían tanto el hecho de que Australia estuviese poblada en el momento de la llegada de los ingleses, como el de que Inglaterra hubiera llevado a cabo una política de exterminio sistemático de la población originaria de Australia”.

No hace falta decir que la misma táctica se llevó a cabo en América del Norte con los indios. ESPAÑA CONSTRUYÓ UN IMPERIO, INGLATERRA UN IMPERIALISMO. Es una gran paradoja que los máximos responsables de la creación de la Leyenda Negra Española sean los que en realidad se comportaron de la manera que nos imputan con los territorios que ellos conquistaron. Dice Gullo lo siguiente: “No vamos a discutir ahora si Inglaterra cometió un genocidio en Australia, como todo hace suponer. Nos basta con remarcar que en Australia no hubo ni un Martín Cortés, ni un Garcilaso de la Vega, ni una Leonor Cortés; que no hay ninguna mujer indígena en la historia de Australia que se asemeje a Isabel Moctezuma, Leonor Yupanqui o Elvira de Talagante, y que Gran Bretaña no envió profesores a Australia, sino presos. En el caso español, no hay relación metrópoli-colonia –no hay imperialismo, sino imperio– cuando hay mestizaje y educación de altísima calidad, de excelencia, que permite a los mestizos llegar a ser destacados, reconocidos y admirados poetas, novelistas, historiadores, filósofos y militares. Por el contrario, las obras realizadas por Inglaterra en todos los territorios en donde pudo poner su mano demuestran que debemos hablar con propiedad de «imperialismo inglés» y no de «Imperio inglés»”.

España dio el estatus de provincias a los territorios americanos, y ya desde el principio los Reyes Católicos promovieron el mestizaje entre españoles e indígenas. España contribuyó a la civilización y evangelización de los indígenas americanos, mezclándose con ellos y aboliendo los asesinatos sacrificiales que se contaban por miles todos los años. Esta gesta llevada a cabo por España nunca fue perdonada por la masonería. España unió (en lugar de someter) a un continente, al contrario de la práctica masónica, que es desunir para vencer. En el nuevo proceso masónico de recuperar todo lo precolombino, no estaría mal preguntarse si también querrán recuperar los sacrificios humanos.

El lugar más destacado dentro del proceso “libertador” de los virreinatos lo tiene el criollo (nacido en el continente americano, pero de origen español) Sebastián Francisco Miranda, que desde Venezuela se traslada a la península para iniciar su carrera militar, estableciendo así un vínculo con la Corona de España y llevando a cabo exitosas campañas militares y obteniendo gran reconocimiento por su labor. Su conversión a la masonería se empieza a fraguar tras participar en la batalla de Pensacola, episodio clave para la independencia de Estados Unidos de Inglaterra y en el que España tuvo una gran relevancia.

Tras este episodio, Miranda conoce al Marqués de Lafayette, y será éste quien lo apadrine en su ingreso en la masonería en 1783, donde desarrolla una carrera importante dentro de la secta. A partir de ese momento, Miranda deja de ser un fiel oficial español para convertirse en un conspirador contra la Corona. Creó organizaciones masónicas, que son fundamentales para entender la independencia americana, y llegó a participar en la Revolución Francesa. Poco a poco se va granjeando amistades de altos masones ingleses, y en esa misma medida va desarrollando un odio visceral a España.

Estableció una logia llamada La Gran Reunión Americana, que dependía de la Gran Logia de Inglaterra, donde iban de la mano los intereses ingleses con los de la masonería española, fundamentalmente compuesta por criollos como Bernardo O’Higgins Riquelme, hijo de un virrey del Perú. La astucia de esta secta es, como poco, admirable, pues siempre han ejercido la táctica de captar miembros destacables del organismo que quieren destruir.


La logia Gran Reunión fue captando a todo criollo que se involucraba con el sentimiento independentista (aunque también lo que atraía era la ambición de poder), y todo se dirigía desde Inglaterra (hecho nada casual). En 1806, Miranda intenta un primer desembarco en las costas de Venezuela con intenciones golpistas y con una flotilla de ingleses y americanos que se ponen a su disposición. Contaban, para llevar a cabo el golpe, con el apoyo popular, el cual no tuvo ningún éxito, razón por la cual se tuvo que retirar refugiándose en Jamaica que, obviamente, era territorio inglés. Por aquella época (y gracias a la intervención de Miranda y O’Higgins) empiezan a surgir una serie de logias con el mismo nombre: las logias Lautaro. Pequeñas logias de cinco grados, creada la primera de ellas en Cádiz, y que llegan a tener representación en toda América del Sur con el apoyo manifiesto de las logias de América del Norte y de Inglaterra.

A todo esto, el pueblo permanecía al margen de todo el proceso. Simón Bolívar se inició en la masonería en 1805, y ya en 1825, cuando está en el poder, la prohibió. Es decir, que se sirvió de ella para poner en marcha el proceso independentista, pero conocedor de la peligrosidad de ésta, cuando alcanza el poder, la prohíbe, y lo hace utilizando las siguientes palabras: “Porque es una sociedad secreta que sirve especialmente para preparar los trastornos políticos, turbando la tranquilidad pública que oculta todas sus actividades con el velo del misterio”.

Por un lado, la masonería conspiraba en las colonias, pero por otro, también los masones de la península ibérica pusieron su granito de arena para lograr que se llevase a cabo la independencia de éstas. El 1 de enero de 1820 el teniente Rafael del Riego se pronunció en Las Cabezas de San Juan a favor de la Constitución. Contaba con varios batallones del ejército acantonado en Andalucía para marchar hacia América con la intención de sofocar el proceso independentista, pero en lugar de hacerlo, decidió rebelarse contra la monarquía y dar un golpe contra Fernando VII.

España había enviado anteriormente una expedición a las provincias americanas para frenar el proceso independentista liderada por el general Morillo, que tuvo bastante éxito, pero que no llegó a sofocar la rebelión por completo. Éxito relativo pero contundente, porque hasta los “libertadores” se estaban planteando desistir de su intento. Para rematar el asunto, Fernando VII se dispuso a enviar otro contingente para cerrar la cuestión y sofocar definitivamente el levantamiento. Esta era la misión del Teniente Riego, pero éste, en lugar de cumplir con lo encomendado, se le ocurrió (en lugar de embarcar para el Nuevo Mundo), dar un golpe militar a la Corona en vez de ayudar al primer contingente que definitivamente hubiese puesto fin al levantamiento.

Sin la menor de las dudas podemos decir que este desacato perpetrado por Riego vuelve a ser una traición masónica. Los principales organizadores del levantamiento llevado a cabo en Las Cabezas de San Juan –Riego y Quiroga– eran masones. A Riego, por llevar a cabo esta acción, lo ascendieron a Gran Maestre de la Logia Nacional. Tras estos dos militares (Riego y Quiroga) se encontraba también Don Juan Álvarez Méndez (más conocido como Mendizábal), un hombre entregado a los intereses británicos toda su vida y masón perteneciente al supremo consejo del grado 33. Ni qué decir que el trienio liberal que vino tras estos episodios se caracterizó, como no podía ser de otra forma, por la desamortización de los bienes eclesiásticos (que no fueron a parar a manos de los campesinos sino de la burguesía), y por una atroz persecución religiosa, sello indeleble de la masonería en todas sus revoluciones.

Se podría contar mucho más sobre este proceso de “liberación masónica” de los virreinatos americanos, pero no queremos convertir el artículo en un libro. Metidos ya en el tema de la influencia de la masonería en Hispano América, en el próximo artículo trataremos el asunto de cómo la masonería fue responsable directa o provocadora de la guerra “Cristera” mexicana.

Anteriormente vimos el destacado papel que jugó la masonería en las revueltas americanas. Más que «destacado», pensamos que fue directamente «determinante» para el proceso de independencia que se llevó a cabo. Los principales próceres de la secesión de América fueron conspicuos miembros de logias masónicas. En 1810 la inmensa mayoría de los americanos querían seguir siendo españoles, pero los independentistas contaron con el apoyo de Inglaterra para conseguir sus fines. El escritor José Antonio Ullate, autor de “Españoles que no pudieron serlo. La verdadera historia de la Independencia de América”, dice lo siguiente: “La estrategia de los independentistas no fue abiertamente anticlerical: No debemos llamarnos a engaño. La inmensa mayoría de la población era católica. San Martín y Bolívar, por ejemplo, implantaron normas que prohibían la blasfemia en sus ejércitos y hasta imponían la religión católica como oficial en algunas constituciones. Sin embargo, las políticas que instauraron fueron de secularización, particularmente en la enseñanza y el derecho civil. Se trataba de ahogar a favor de la corriente. El catolicismo que propugnaron los independentistas y que se afianzó desde entonces era fundamentalmente una intensa piedad privada, sin relevancia política. El poder revolucionario, adquirido con apoyo de la parafernalia y el culto católico, se convirtió en totalmente secularista y masónico en América”.

Fueron ahogando la práctica religiosa poco a poco, pero llegado el momento, la táctica cambió, y lo que empezó siendo una artimaña silenciosa y paulatina, dio paso a una estrategia directa y sin subterfugios; esto fue lo que aconteció en México. En ese país se pasó al ataque directo contra la religión, a prohibirla en sus más simples manifestaciones públicas. Toda esta represión sufrida por el pueblo mexicano fue la que derivó en lo que se ha dado en llamar “La Guerra Cristera”. Javier Olivera Ravasi en su libro “La Contrarrevolución Cristera” dice así: “El grito habitual de aquellos héroes: «¡Viva Cristo Rey!», les mereció el nombre sarcástico de “cristeros”, dado por sus enemigos; llegó a ser no solo una simple consigna o fórmula de reconocimiento, sino toda una definición. Cuando San Agustín trató de “Las Dos Ciudades”, no dejó de señalar que cada una de ellas tenían su propio rey: el de la ciudad de Dios era Cristo y el de la ciudad del mundo era Satanás. Nada, pues, de extraño que los dos ejércitos contendientes vivaran a sus respectivos «Capitanes». A la pregunta de los «federales», es decir, de los soldados del Gobierno perseguidor: “¿Quién vive?”, los cristeros siempre contestaban: “¡Viva Cristo Rey!”. Los adversarios, por su parte, no vacilaban en gritar: “¡Viva Satán!”. Tratóse, realmente, de una guerra religiosa”.

Comparte esta guerra dos características muy visibles con la Guerra de La Vendée (genocidio de católicos, perpetrado dentro del marco de la Revolución Francesa), y son: que se ha borrado de la memoria histórica, por un lado. Y por otro, que se llevó a cabo un genocidio de católicos con la idea clara de eliminar la fe que profesaba el pueblo.

La cultura mexicana tenía arraigada la Fe de manera muy profunda. Hernán Cortes, tras conquistar las tierras aztecas, vio la necesidad imperiosa de traer misioneros. Los trajo del mismo lugar de donde él había salido, que era Cuba. Pidió que vinieran los misioneros más santos que encontrasen y le mandaron a 12 franciscanos (se les conoce, como los “Doce Apóstoles” en la historia de México). Cuando llegaron, para hacerles ver a los indios la importancia de estos religiosos, Cortes se bajó del caballo y arrodillándose ante ellos, le besó la túnica al más cercano. Con ese gesto, Cortes les transmitió a los indios que los misioneros eran más importantes que él. Desde entonces, en lo que más tarde sería «México», quedó grabado en lo más profundo del pueblo un hondo respeto por los sacerdotes.

El asunto de la “guerra cristera” se empezó a gestar ya en el año 1856, con la “Ley Lerdo”, ley de desamortización de las fincas rusticas y urbanas de las corporaciones civiles y religiosas, expedida el 25 de junio de 1856 por el presidente Ignacio de Comonfort (masón del Supremo Consejo de Rito Escocés), y se llamó “Ley Lerdo”, por el papel relevante que tuvo Sebastián Lerdo de Tejada (masón también) en su formulación y ejecución. Esta ley tuvo como consecuencia que muchas de las fincas quedaran en manos de extranjeros y dieran origen a los latifundios o grandes extensiones de tierra en años posteriores.

Expropiar los bienes de la Iglesia viene siendo el primer paso en toda revolución de corte masónico, junto con expulsar a las órdenes religiosas y eliminar la religión de los centros escolares. Tenemos el caso de las de Godoy, Mendizábal y Madoz en España (masones, por supuesto): nunca solucionaron nada con ellas, sino que crearon mayor pobreza. Jamás acabaron estos bienes en manos humildes. En el caso de Madoz, él mismo compró muchas de esas tierras que mando expropiar.

Nos centraremos ya en el tema mexicano. La masonería aparece en México hacia el año 1806. José María Mateos, fundador del Rito Nacional Mexicano, en su libro titulado “Historia de la masonería en México desde 1806 hasta 1884”, publicado con la autorización del Supremo Gran Oriente del mismo rito, comenta lo siguiente: “¿Desde cuándo fue introducida (la masonería) entre nosotros? (…). Desde el año 1806. Desde esa época sola data la masonería en México, pues no hay constancia alguna de que antes de ella se hubiera establecido ninguna logia. La vigilancia que se establecía por el gobierno y la absoluta prohibición de toda reunión que pudiera infundir sospecha tenía a los mexicanos en un completo aletargamiento”.

En 1858 llega al poder el indio Benito Juárez, que pertenecía a la secta masónica. Juárez es el presidente que iniciará una campaña para acabar con la religión católica. Su mandato duró unos catorce años, y le sucedió Porfirio Díaz, que, aunque masón también, frenó un poco dicha persecución pensando, con buen criterio, que perseguir a la Iglesia en México, donde el cien por cien del pueblo era católico, era perseguir al pueblo. Durante los treinta años que duro su mandato la Iglesia disfrutó de cierta paz, ya que contuvo a los grupos más anticlericales. En 1917 subió al poder Venustiano Carranza (masón, cómo no), partidario de la importancia de reformar la Constitución de 1857 para formalizar y estructurar un gobierno liberal que retomase principios masónicos de organización en el gobierno. En ese año se modificó la Constitución, y la nueva pasó a conocerse como “Constitución de Querétaro”. La anterior era ya bastante anticatólica, pero esta nueva la superó.

Con la Constitución de 1917, la famosa “Constitución de Querétaro”, el ala liberal y más radical comenzará un movimiento ascendente hacia el socialismo que culminará con una persecución hacia la Iglesia Católica como nunca antes se había visto en Hispanoamérica. Citemos algunos párrafos extraídos del libro de Ravasi para comprender mejor el «espíritu» de la famosa Constitución de Querétaro; en una de las intervenciones, cierto político dijo: “Señores diputados: Si cuerdas faltan para ahorcar tiranos, tripas de fraile tejerán mis manos. Así empezaba yo mi discurso de debut en la tribuna de Méjico hace algunos años, y he citado esto para que la asamblea se dé cuenta de mi criterio absolutamente liberal… Yo aplaudiré desde mi curul (silla que ocupa un diputado) a todo el que injurie aquí a los curas… Todos sentimos odio contra el clero… Sí, en este punto, todos estamos conformes, liberales y radicales; sí, todos, si pudiéramos, nos comeríamos a los curas”.

Esta Constitución se plasmó en leyes muy concretas, como por ejemplo en el Estado de Tabasco: para ser sacerdote, se debía ser tabasqueño, mayor de 40 años, con estudios en la escuela oficial, ser casado y de “buena moralidad”. Estaban en contra de toda práctica religiosa, incluso de la confesión. Decían lo siguiente: “Cada mujer que se confiesa es una adúltera y cada marido que lo permite es un alcahuete y consentidor de tales prácticas inmorales”.

La confesión no sería el único símbolo del catolicismo en atacarse. México, que se declaraba 99% católico y 100% guadalupano, sufriría enormemente si algo le sucediera a la tilma dejada por la aparición milagrosa del Tepeyac: la imagen de la Virgen de Guadalupe, como sucedió. El 14 de noviembre de 1921, Juan M. Esponda, funcionario de la secretaría particular de la presidencia de la República, se acercó hasta el Santuario de la Virgen de Guadalupe, en el Distrito Federal, y depositó en medio de un ramillete de flores un cartucho de dinamita, al pie de la venerada imagen. Luego de la explosión, el desdichado Esponda intentó huir y, si salvó la vida, fue gracias a un grupo de soldados que evitó su linchamiento. Según las fotos de la época, los daños fueron considerables, sin embargo, por un fenómeno inexplicable, el vidrio que cubría la imagen no se había roto, mientras que el crucifijo de bronce que se encontraba sobre el altar de la Virgen quedó arqueado como si hubiese defendido a Su Madre de la explosión.

Ante este estrepitoso atentado, los socios de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, junto con demás organizaciones, planearon una serie de actos de desagravio, tales como marchas y protestas en sitios públicos; la mayor de ellas se llevó a cabo el 18 de noviembre, en el espacio del centro histórico de la Ciudad de México, en el cual se encontraron con los bomberos de la ciudad, quienes fueron bloqueados por los mismos manifestantes. Ponemos este ejemplo, porque después intentaremos demostrar que los mexicanos cumplieron perfectamente con todos los pasos requeridos moralmente para organizar la defensa armada.

En este ambiente de represión, en 1924 llega al poder Plutarco Elías Calles. Era masón grado 33 y, en premio a su implacable campaña de persecución nacional contra el catolicismo, le fue impuesta el 28 de mayo de 1926, de manos del supremo gran comendador del Rito Escocés, Luis Manuel Rojas, la medalla del Mérito Masónico. Calles nacionalizó la Iglesia, y buscó un sacerdote díscolo (“El Padre Pérez”) y lo puso al frente de su «iglesia», dándole el título de «Patriarca de México». Sea como fuese, todo el odio religioso que se mostraba de parte del gobierno no hacía sino aumentar la devoción y el enojo de las masas. Cometieron todo tipo de sacrilegios en las Iglesias. Jean Meyer (historiador francés naturalizado mexicano en 1979, distinguido por sus investigaciones y obras acerca de la Guerra Cristera), que no es justamente un hombre «de Iglesia», relataba en su juventud no sin cierto asombro: “Los sacerdotes reconocían al diablo en aquellos militares que oficiaban poniéndose los ornamentos al revés, que leían al revés libros puestos al revés, con gafas opacas, y en aquellos soldados que se entregaban a comilonas y bailoteos en las iglesias, organizando aquelarres, bailando con las vírgenes, desnudando a las santas, fusilando a los Cristos, haciendo el amor, orinando y defecando sobre los altares”.

El gobernador Ambrosio Puente decretó en Morelos: “Toda persona que pida algún sacramento a los sacerdotes será pasada por las armas”. Y el general R. González, en Michoacán: “Toda persona que facilite alimentos, dinero a los rebeldes, así como presentar hijos a que se los bauticen o presentarse a verificar matrimonios o escuchar sus prédicas, serán pasados irremisiblemente por las armas”.

Todos estos desmanes llevaron al pueblo a levantarse en armas. Una guerra que cumplió con los principios morales para llevarse a cabo. El Padre Ravasi comenta lo siguiente en su libro: “Es en San Agustín donde la reflexión de los Padres encuentra su expresión más madura. En ella, la guerra aparece como una lamentable realidad que, para ser lícita, necesita cumplir una serie de características, algunas de las cuales han pasado hasta nuestros días como condiciones indispensables para que se pueda justificar una reacción armada ante una grave injusticia. Extraídas de fragmentos recogidos en obras diversas, estas condiciones establecidas por el obispo de Hipona son cinco: a) una causa justa; b) que tenga como finalidad la paz; c) rectitud de intención al pelear; d) agotar antes el recurso del diálogo y e) que sea una autoridad legítima quien la declare”.

Podemos resumir el concepto de la “Guerra Justa” en tres pasos fundamentales: Resistencia pacífica legal (recopilación de firmas, manifestaciones, etcétera); resistencia pacífica ilegal (paros, boicots, etcétera), y resistencia armada (defenderse). Estos pasos se dieron perfectamente en la Guerra Cristera. Este asunto daría para mucho más, pero habiendo excedido ya los límites de un artículo, en un futuro haremos una serie. Siempre se repite el mismo formato en los disturbios creados por la masonería: el odio a la Iglesia y su devoción diabólica. Esta última se manifiesta de manera recurrente en todas las revoluciones masónicas contra la Iglesia. En este caso recordemos que el grito habitual de los “Cristeros” era: “¡Viva Cristo Rey!”. Y Los adversarios, por su parte, no vacilaban en gritar: “¡Viva Satán!”. Tampoco hay que olvidar que en las primeras persecuciones religiosas de España tras la muerte de Fernando VII, los que mataban a los sacerdotes coreaban unos versos que decían lo siguiente: “Muera Carlos, viva Isabel. Muera Cristo, viva Luzbel”. Y no olvidemos nunca que siempre tras este tipo de soflamas…, siempre, está la masonería. Habrá que preguntarse: ¿por qué?