EL Rincón de Yanka: LOS INICIOS DE LA MASONERÍA II por CURRO JIMÉNEZ 👥👿💀

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miércoles, 29 de junio de 2022

LOS INICIOS DE LA MASONERÍA II por CURRO JIMÉNEZ 👥👿💀


LOS INICIOS DE LA MASONERÍA (II)

En la entrada anterior vimos cómo la secta illuminati contribuyó (más bien planificó) con la puesta en escena de la Revolución Francesa. También promocionaron la Revolución Rusa, y desde su creación, no existe casi ninguna revuelta en la que no hayan estado involucrados hasta el día de hoy. La Ilustración, como corriente de pensamiento basada en la razón y en las ideas ilustradas, se manifestó en los procesos revolucionarios de fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Una Ilustración que imponía su razón eliminando la Fe, por la vía del asesinato y el extermino de religiosos (marca o sello inconfundible de la influencia illuminati en todos estos procesos).

Dejamos atrás la Revolución Francesa, aunque nos anticipamos en la cronología de esta historia (en capítulos anteriores) con la Revolución Rusa. La información sobre los detalles de la implicación illuminati-Rothschild en la revuelta francesa, se encuentra en un libro titulado “Pruebas de una Conspiración contra todas las Religiones y Gobiernos de Europa, llevada a cabo en las Reuniones Secretas de Masones, illuminati y Sociedades de Lectura”, cuyo autor es John Robison (4 de febrero de 1739-30 de enero de 1805), físico e inventor escocés, profesor de filosofía en la Universidad de Edimburgo.

Según Robison, la estructura de la masonería se infiltró por los Iluminados de Baviera y se utilizó para promover intenciones subversivas contra los gobiernos y la religión en Europa, en particular durante la Revolución Francesa. Robison había sido masón de alto grado del Rito escocés. Fue invitado por Adam Weishaupt a Europa, donde se le habría hecho entrega de una copia de la conspiración de Weishaupt. Al parecer, Robison no estuvo a favor de dicha conspiración y terminó denunciándola a través de su libro. Walter Scott (Edimburgo, 15 de agosto de 1771 –Abbotsford House, 21 de septiembre de 1832, prolífico escritor británico del Romanticismo, especializado en novelas históricas, género del que puede considerarse inventor) en el volumen II de “La vida de Napoleón”, afirma que la Revolución Francesa fue planeada por los illuminati y fue financiada por los cambistas de Europa.


En el mismo año de la publicación del libro de Robison (1798), Papen David (Presidente de la Universidad de Harvard) hablaba a sus alumnos que el Iluminismo tenía influencia en la política estadounidense y en la religión. A estas alturas, la familia Rothschild estaba repartida gestionando bancos por toda Europa y Estados Unidos. La Revolución Francesa era el sueño de estos banqueros, porque establecía una nueva constitución, bajo la que se aprobaron leyes que les favorecían. Aquí haremos un pequeño paréntesis para explicar cómo la familia estableció unas reglas muy precisas, para mantener el poder y proyectar su plan futuro:

“1- Todas las posiciones claves en los negocios Rothschild, solo deberían estar a cargo de miembros de la familia.
2– Solo los miembros varones de la familia, podrían participar en el negocio familiar.
3– En la familia deberían casarse entre los primos primeros y segundos para preservar la fortuna de la familia.
4– Ningún inventario de sus bienes debían de ser publicados.
5– El hijo mayor del hijo mayor, se convertiría en el jefe de la familia”.

En 1810 mueren Sir Francis Baring y Abraham Goldsmit. Esto deja a Nathan Mayer Rothschild como el banquero restante más importante de Inglaterra. Salomon Mayer Rothschild va a Viena y establece un nuevo banco, el M. von und Shone Rothschild. Vamos viendo cómo poco a poco van posicionándose al frente de la banca mundial. Anteriormente se habían hecho con el control del dinero de los Estados Unidos, a través del primer banco central que surgió de la unión monetaria de las trece colonias americanas (cada una emitía su propia moneda), que se llevó a cabo en 1791. Un año antes, Mayer Amschel Rothschild dijo una frase profética: “Permítanme emitir y contralar el dinero de una nación, y no tendré porqué preocuparme de quien emite las leyes”.

Los Rothschild se habían hecho con la concesión del First Bank of the United States en 1791 a través de Alexander Hamilton, su agente en el gabinete de George Washington, por un periodo de 20 años. Dicha licencia prescribió en 1811, y es entonces cuando vuelve a tener lugar un episodio donde la mano Rothschild-illuminati vuelve a desencadenar otro episodio de guerra. El Congreso Americano votó en contra de renovar la concesión otorgada en 1791, cosa que no agradó mucho a Nathan Rothschild, por lo que declaró lo siguiente: “O bien la solicitud de renovación de la carta se concede, o los Estados Unidos se encontrarán envueltos en una guerra desastrosa”.

El gobierno estadounidense se mantuvo firme en su postura de no renovar la concesión, provocando la ira de Nathan Rotchil que pronuncio otra declaración: “Enséñele, a esos imprudentes estadounidenses, una lección. Que vuelvan nuevamente a su estatus de colonia”.

En 1812, respaldada por el dinero de los Rothschild, Inglaterra declara la guerra a los Estados Unidos. El plan era muy sencillo: consistía en endeudar a los Estados Unidos con la guerra, de modo que tuviesen que recurrir a los illuminati, sucumbiendo así a la renovación de la concesión. Los Rothschild amaban las guerras, porque son grandes generadoras de préstamos. Avanzamos un poco más en la historia, y ya en el año 1815 nos encontramos con los Rothschild, por un lado, financiando al ejército inglés a través de Nathan Rothschild, y al bando de Napoleón a través de Jacob Rothschild en Francia. La misma familia estaba sufragando a ambos contendientes. Llegados a este punto, relataremos una historia rocambolesca, que nos muestra perfectamente cómo trabajan estas elites.

Los Rothschild tenían un mensajero en la batalla de Waterloo, John Roworth. Tras vencer el ejército inglés en dicha batalla, Roworth salió a toda prisa hacia Inglaterra, llegando antes que el mensajero de Wellington. Existían, en ese momento, unos bonos en Inglaterra (llamados “Cónsules”), que eran negociables en la Bolsa inglesa de valores. Los Rothschild dieron orden a todos sus trabajadores bursátiles de que empezaran a vender, dando la apariencia de que Inglaterra había perdido la batalla (la gente sabía que ellos estaban bien informados), consiguiendo que todo el mundo comenzara a vender a la desesperada. El valor de los “Cónsules” cayó en picado, con lo que pasaron a comprar de manera rápida. Cuando la noticia de la victoria inglesa sobre Napoleón llegó a la Bolsa, estos bonos subieron increíblemente de precio, en una proporción de 20 a 1. En ese mismo año (1815) Nathan Meyer Rothschild hizo las siguientes declaraciones: “No importa qué marioneta se corone sobre el trono de Inglaterra, el hombre que controle el suministro de dinero en Gran Bretaña, controla el Imperio Británico, y yo controlo el suministro de la moneda inglesa”.

Esta operación dio a la familia Rothschild el control total de la economía británica, ahora el centro financiero del mundo después de la derrota de Napoleón, y obligó a Inglaterra a establecer un nuevo “Banco de Inglaterra”, que Nathan Mayer Rothschild controlaba. A finales del siglo XIX se estimaba que la familia Rothschild controlaba la mitad de la riqueza del mundo. Napoleón siempre decía que para ganar una guerra necesitaba dinero, dinero y dinero. En el Congreso de Viena, los Rothschild hicieron saber su contribución a la victoria, ya que habían financiado a Inglaterra durante los más de 20 años de guerras napoleónicas. Lo que no dijeron fue que también habían financiado a Napoleón. Tras la guerra, se celebra el Congreso de Viena, el primer ensayo de «asamblea de naciones». Para estas fechas, los Rothschild ya contaban con cinco bancos operando en Europa.

Pero algo no les fue muy bien en ese Congreso a los Rothschild que, aprovechando el control financiero que poseían en varios estados europeos, intentaron imponer una forma de gobierno mundial. Muchos gobiernos estaban en deuda con ellos, por lo que intentaron utilizarlo como una herramienta de negociación. Sin embargo, el Zar Alejandro I, que no tenía ninguna deuda, no estuvo de acuerdo con el plan, con lo que fracasó este primer intento de gobierno mundial. Enfurecido por este revés, Nathan Mayer Rothschild juró que, algún día, él o sus descendientes destruirían a toda la familia del Zar. Más de cien años más tarde patrocinaron el movimiento bolchevique, dándole cumplimiento a esta amenaza. Podemos intuir también que algo tuvo que ver en el desenlace de esta venganza el apoyo que Alejandro II prestara a otro enemigo de los Rothschild, a Abraham Lincoln. Pero eso lo contaremos en otro artículo.

Hemos visto cómo desde la fundación de esta secta illuminati han tenido que ver con muchos conflictos bélicos. Lástima que no empleasen ese potencial para evitarlos en lugar de propiciarlos. En siguientes capítulos seguiremos viendo cómo desde su fundación siguen el mismo patrón hasta nuestros días.

Desde el comienzo de esta serie de entregas hemos visto, con gran variedad de detalles y con datos totalmente comprobables, cómo la masonería arrancó católica y terminó infiltrada por la secta illuminati. Desde ese momento hasta nuestros días, han tenido que ver con multitud de desgracias que han acontecido al mundo. Vimos cómo se fueron haciendo con el control de la banca mundial, y cómo han financiado a vencedores y vencidos.

En el capítulo anterior nos quedamos en que tras el Congreso de Viena (el primer ensayo de «Asamblea de Naciones»), los Rothschild, aprovechando el control financiero que poseían en varios estados europeos, intentaron imponer una forma de gobierno mundial. Muchos gobiernos estaban en deuda con ellos, por lo que intentaron utilizarlo como una herramienta de negociación. Sin embargo, el Zar Alejandro I, que no tenía ninguna deuda, no estuvo de acuerdo con el plan, con lo que fracasó este primer intento de gobierno mundial.

En este artículo nos ocuparemos de ese Congreso y de cómo afecto a los zares, y también tocaremos la problemática que aconteció a la famosa familia Rothschild con Abraham Lincoln por el eterno tema del control de la moneda.

Firmada la Paz de París y alejado Napoleón del escenario de sus acciones bélicas, su suegro, el emperador de Austria Francisco I, convocó un congreso internacional en la capital de su imperio. Esta cita diplomática tenía como finalidad la reorganización política e ideológica de Europa, alterada durante muchos años por la Revolución Francesa y las campañas de Napoleón. Pero para los Rothschild representaba una oportunidad única para establecer una forma de gobierno mundial. El Congreso comenzó en septiembre de 1814 y concluyó en junio de 1815. Como citamos anteriormente, muchos de los gobiernos europeos, estaban en deuda con ellos, así que imaginaron que podrían utilizar eso como una herramienta disuasoria. En este caso, la piedra de tropiezo la encontraron en el Zar Alejandro I, que al no deberles nada, fue el obstáculo principal para que no lograran su proyecto mundialista.

Enfurecido por eso, Nathan Mayer Rothschild juro que algún día él o sus descendientes destruirían a la familia del Zar. Por desgracia, fueron fieles a su palabra y, 102 años después, los Rothschild apoyaron el movimiento bolchevique para cumplir su promesa (véase capítulo sobre comunismo). Curiosamente, el masón Henry Alfred Kissinger hizo su tesis doctoral sobre este Congreso. A él le debemos la uniformización del aborto en todo el mundo a través de su famoso “Informe 200” (implicaciones del Crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad de EE.UU. y sus intereses de ultramar). En dicho informe aconseja que se empleen eufemismos como «salud reproductiva» para extender el aborto por todo el mundo. Esto lo contaremos en otro artículo.

Otro evento que influyó en este odio hacia la monarquía rusa fue uno que aconteció en los Estados Unidos en 1863. Pero comentaremos algunos episodios anteriores relacionados con el gobierno americano.

En el año 1832, el presidente Andrew Jackson dirige la campaña para su segundo mandato bajo el lema “Jackson y ningún banco”. Esto hacía referencia a retomar el control de la moneda americana nuevamente, en detrimento de las de las élites Rothschild. En 1833, Jackson comenzó la eliminación de los depósitos del Gobierno en el segundo banco de los Estados Unidos, ingresando estas cantidades en bancos independientes. A los Rothschild no les hizo ninguna gracia y contraatacaron reprimiendo la oferta económica para provocar una depresión financiera, tras lo cual Jackson declaró: “Ustedes son una cueva de víboras y ladrones, y tengo la intención de derrotarlos completamente y, por el Dios eterno, los voy a expulsar”.

En 1835, un asesino dispara dos veces al presidente Jackson, fallando milagrosamente. Jackson declararía más tarde saber que los Rothschild eran responsables del intento de asesinato. El mismo asesino, Richard Lawrence, que fue declarado “no culpable” (non guilty) por razón de locura, se vanagloriaba más tarde de haber sido contratado por “los grandes de Europa” con la promesa de ser protegido en caso de ser detenido. En 1836, Jackson consigue expulsar a los Rothschild del Banco Central al no renovarles de nuevo la concesión, algo que se mantuvo hasta 1913.

En 1861, Lincoln andaba buscando financiación para costear la Guerra Civil Americana, pero los bancos Rothschild, en rebeldía por no haberles renovado la concesión del Banco Central, aprovecharon la oportunidad para imponer a esos préstamos unos intereses abusivos. Lincoln no se arredró y decidió emitir su propia moneda. Así que para abril de 1862 ya había emitido y distribuido títulos de deuda con valor de moneda de libre circulación por valor de quinientos millones de dólares. El presidente llegó a decir tras esta gesta: “Le dimos a la gente de esta república la mayor bendición que ha tenido, su propio papel moneda para pagar sus propias deudas”.

Ese mismo año, el periódico The Times, de Londres, publicó la siguiente declaración:

“Si esa astuta política financiera, que tiene su origen en la República de Norte América, se llega a consolidar, entonces ese gobierno podría proporcionarse su propio dinero sin costo alguno y, por lo tanto, podrá pagar su deuda sin endeudarse” (obsérvese aquí cómo, a día de hoy, la mayoría de los países están endeudados sin ningún motivo real).

En 1863, el Zar de Rusia Alejandro II tiene problemas con los Rothschild, ya que se negaba a los continuos intentos por parte de estos para crear el Banco Central de Rusia. Viendo el Zar que Lincoln tenía un problema parecido al suyo, le ofreció su ayuda, asegurándole que si Francia o Inglaterra llegasen a brindar su apoyo al ejército del Sur, lo tomaría como una declaración de guerra y se pondría del lado de Lincoln. El Zar, como medida disuasoria, envió parte de su flota del Pacífico a San Francisco y la otra a Nueva York. Lo que unió a estos dos grandes personajes históricos fue que enfrentaban un problema común: luchaban por el control de la moneda en sus respectivos países, control que se veía amenazado por la presión de la familia Rothschild.

Muchos creerán que el detonante de la Guerra de Secesión americana fue la liberación de los esclavos. Algo tuvo que ver eso, pero la razón de fondo fue que el gobierno americano quería proteger la economía y poner trabas al libre mercado de las materias primas del sur, implantando un proteccionismo económico, cosa que nunca le ha gustado a las élites. Las intenciones de Lincoln no fueron altruistas, fueron más bien comerciales. Si los estados del sur hubiesen aceptado el proteccionismo económico que proponía Lincoln, el asunto de los esclavos no se hubiese resuelto (Dios escribe derecho con renglones torcidos). De todas formas, esto no tiene nada que ver con la historia que estamos contando (dejamos enlace al final a un vídeo que trata ese asunto); lo que intentamos narrar aquí es cómo los Rothschild sufrieron una derrota: en esta ocasión, gracias a que se unieron dos potencias mundiales (Rusia y Estados Unidos) para defender su privilegio de ostentar el control de su propia moneda. Pero estas élites tienen mucha paciencia y, como todos sabemos, tiempo después, tomaron venganza sobre ambos países. En el caso americano, volviendo a controlar el Banco Central en 1913, y en el caso ruso, destruyendo la monarquía rusa, apadrinando a los bolcheviques. Lincoln acabó asesinado y la familia real rusa también.

Todos conocemos a esas personas que tienen opiniones a las que se aferran, por muchos argumentos que les demos en sentido contrario. Si al principio han pensado que algo era de una forma, ya podemos esforzarnos en hacerles que vean la realidad, que no vamos a conseguir que cambien de parecer. El propio Carl Sagan (conocido mundialmente por la serie “Cosmos”) relató en “El mundo y sus demonios” una anécdota reveladora: cuenta que una vez en Nueva York tomó un taxi y el conductor lo reconoció emocionado. Su primera pregunta fue si creía en los OVNIS, a lo que Sagan respondió que no. El taxista se ofuscó y terminó cortando la conversación abruptamente. Con su actitud, básicamente, demostraba que le daba mayor crédito a lo que había leído o escuchado sobre los extraterrestres que a lo que pudiera afirmar uno de los astrofísicos más notables del mundo.

Con el tema de la masonería ocurre algo parecido. Desde hace más de tres siglos se han ocultado las interferencias que la masonería ha tenido en casi todas las guerras importantes. La historia que mucha gente conoce está “descafeinada” de «sustancia masónica», y es realmente difícil conseguir que muchas de esas personas se acostumbren ahora a tomar ese “café histórico” en su pureza real (es decir, con la «cafeína masónica» que en realidad contiene). Pero como dice el Evangelio en Juan 4-37, “unos son los que siembran y otros los que recogen”, seguiremos sembrando esta realidad, al margen de los resultados visibles o no que podamos conseguir.

En este artículo continuaremos tratando el tema de la masonería en los Estados Unidos. El 4 de marzo de 1913 es elegido el presidente n° 28 de los Estados Unidosel señor Woodrow Wilson. Este presidente fue profesor de la Universidad de Princeton y, mientras estuvo en dicha Universidad, tuvo una relación con la esposa de un profesor becario. Poco después de acceder a la Casa Blanca recibió la visita de Samuel Utermyer (abogado, líder civil y millonario judío-americano, cuyo padre fue teniente en el Ejército Confederado y murió poco después del final de la Guerra de Secesión), que venía en nombre de un importante bufete de abogados, en relación con un chantaje por la suma de 40.000 dólares por silenciar la antes mencionada relación que mantuvo el presidente en Princeton.

El presidente Wilson no tenía esa suma para pagar el silencio de la mujer con la que tuvo la aventura, pero Utermyer se ofreció a pagarla de su bolsillo si a cambio el presidente, en la primera vacante que surgiera para la Corte Suprema, se comprometía a nombrar un candidato recomendado por él. A partir de este momento el presidente Wilson quedó en manos de la élite, y algunas de las cosas que haría posteriormente no fueron en beneficio del pueblo estadounidense, como fue entrar en 1917 en la Primera Guerra Mundial y poner en manos de las élites sionistas el control de la Reserva Federal (cosa esta última que lamentó el propio Wilson de manera pública antes de su muerte).

En torno a la Reserva Federal, existen dos fraudes de extrema gravedad que hay que resaltar en este artículo. El primero tiene que ver con la manera en que se produjo su creación en 1913. Y el segundo, cuando quedó el dólar sin ningún respaldo en oro.

El 22 de diciembre de 1913 un pequeño grupo de banqueros sionistas le quitaron al Congreso estadounidense la facultad de emitir la moneda y se la adjudicaron a ellos mismos, creando la Reserva Federal. Esta transición se produjo de manera totalmente fraudulenta y aprovechando la debilidad de Wilson, al que tenían totalmente en sus manos. Esperaron a la Navidad, cuando el Congreso había suspendido sus sesiones, y aprovechando que los congresistas que se oponían a la creación de la Reserva Federal se habían marchado de vacaciones, quedaron solo los que estaban a favor. En un solo día la aprobaron en la Cámara Baja, pasándola al Senado esa misma noche, que también la aprobó. Cuando se la presentaron a Wilson para firmarla, argumentó que no se podía hacer eso estando el Congreso en receso y se negó. Pero entonces, los banqueros sionistas que financiaron la campaña del presidente, le apretaron las tuercas y firmó.

Ante tan inaudito hecho, el congresista Charles Lindbergh (el famoso aviador), afirmó: “La ley establece el más gigantesco acto de confianza en la tierra. Cuando el Presidente firme ese proyecto de ley, el gobierno invisible del poder monetario será legalizado… El crimen más grande de todos los tiempos es perpetrado por el presente proyecto de ley de banca y moneda”.

Desde ese momento y hasta nuestros días, por muy inverosímil que parezca, no es el gobierno de los Estados Unidos el que emite su propia moneda. Es un pequeño grupo privado que tiene la facultad de emitir alegremente el dinero y además pedirle intereses al gobierno por el dinero que le suministra. Al principio ese dinero estaba respaldado por oro, pero a partir del año 1971 dejó de estarlo. No fue este el único servicio que prestó el presidente Wilson a la masonería, como veremos a continuación.

En 1897 los Rothschild organizaron el Primer Congreso Sionista (movimiento político nacionalista que propuso desde sus inicios el establecimiento de un estado para el pueblo judío). Este primer congreso se tendría que haber celebrado en Múnich, pero debido a la oposición de los judíos locales (que estaban bien establecidos y no quisieron que se les relacionara con esta organización), tuvo que ser trasladado a Basilea (Suiza). Dicha reunión fue presidida por un personaje llamado Theodor Herzl, judío asimilado (aquellos que, aun siendo judíos, según las leyes religiosas, han abandonado todas sus señas de identidad: ni religión, ni idioma, ni cultura, ni empatía grupal), quien afirmaría en uno de sus diarios: “Es esencial que los sufrimientos de los judíos empeoren, esto ayudará a la realización de nuestros planes. Tengo una excelente idea: voy a inducir a los antisemitas a liquidar la riqueza judía. Los antisemitas nos ayudarán, y con el propósito de apropiarse de sus riquezas reforzarán la persecución y la opresión de los judíos. Los antisemitas serán nuestros mejores amigos”.

Dicho proyecto consistía en fundar el Estado de Israel, pero en vista de que los judíos estaban asentados en sus respectivos países y no colaboraban con la idea de dejarlo todo y mudarse a Palestina, se le ocurrió que, si eran perseguidos, no les parecería tan mal. Herzl fue elegido presidente de la Organización Sionista, adoptando dicha organización, como símbolo, el hexagrama (símbolo de la casa Rothschild), que años más tarde terminaría formando parte de la bandera de Israel.

Los judíos que se habían instalado en Palestina empezaron a darse cuenta de que no había ningún altruismo patriótico ni religioso tras la intención de los Rothschild de crear un Estado judío, y es en 1901 cuando los colonos judíos que ya estaban establecidos envían una delegación para solicitarle a Edmond James de Rothschild lo siguiente: “Si quiere que se mantenga el Yishub (judíos que comenzaron a asentarse en el territorio desde 1882 hasta el establecimiento del Estado de Israel en 1948), en primer lugar, saque sus manos de allí y permita a los colonos corregir por sí mismos lo que sea necesario corregir”.

A lo que Edmond James de Rothschild contestó: “Yo creé el Yishub, solo yo. Por lo tanto, ningún hombre, ni colonos, ni las organizaciones, tienen derecho a interferir en mis planes”.

Tras la Primera Guerra Mundial, Mosul, Palestina y Transjordania, pasaron a manos británicas, algo que podemos conectar con un episodio bastante curioso que ocurrió en 1916. En ese año, Alemania estaba ganando la guerra y ofreció el armisticio (acuerdo que firman dos o más países en guerra cuando deciden dejar de combatir durante cierto tiempo con el fin de discutir una posible paz) a Gran Bretaña sin exigir reparaciones de guerra, cosa que los británicos estaban considerando; pero entonces, los Rothschild entraron en acción y, a través de un agente suyo, Louis Brandeis (miembro activo del movimiento sionista), enviaron una delegación sionista desde Estados Unidos a Inglaterra con la promesa de involucrar a los americanos en la guerra en apoyo de los británicos, si estos se comprometían a darles la tierra de Palestina a los Rothschild.

Si unimos este detalle al hecho de que Edmond James de Rothschild empezó en 1882 comprando tierras en esa zona y posteriormente al comentario de Theodor Herzl en su diario, y sumamos el ofrecimiento de paz de los alemanes a los ingleses… podríamos plantearnos como hipótesis que, sin la interferencia de los Rothschild, la Primera Guerra Mundial podía haberse evitado.

Los Rothschild abortaron la propuesta de paz que Alemania ofreció a Inglaterra, prometiendo a ésta que involucrarían a Estados Unidos del lado de la Triple Entente (una alianza entre diversos países en el año 1907 y enmarcada en el conflicto de la I Guerra Mundial, que integró a Francia, Gran Bretaña y Rusia, a los que progresivamente se unieron otras naciones a lo largo del conflicto), si Inglaterra prometía cederles Palestina. Cosa curiosa y que demuestra el poder que tenía y sigue teniendo esta familia, porque la prensa americana, que hasta ese momento era pro-Alemania, comenzó una campaña publicitaria en su contra con el fin de manipular al pueblo americano y ponerlo en contra de los alemanes. Aún sorprende mucho más que los Rothschild consiguieran meter a Estados Unidos en la guerra, puesto que se da el caso de que en 1916 el presidente Woodrow Wilson realizó una campaña por su reelección con el eslogan: “Él nos mantendrá fuera de la guerra”. Al parecer, la presión que ejercieron los Rothschild sobre el Presidente pesó más que su promesa electoral de no involucrarse en la Guerra.

Una de las perversiones más surrealistas del mal o del diablo o de sus seguidores, es la táctica de culpar a los demás de acciones que ellos mismos han cometido. Es como lavar la propia imagen ensuciando la ajena, o arrojar al inocente la culpa propia. Esto es un paradigma clásico de los inventores de la «Leyenda Negra». Esto requiere un alto grado de maldad o perversión (no avergonzarse del mal causado y encima culpar al inocente de eso mismo), pero es tan real como la vida misma. Negar el mal cometido es un acto corriente, pero acusar a otros de los delitos propios (y, de camino, ocultarlos) requiere una dosis mayor de maldad.

En este artículo analizaremos las causas de la pérdida de los virreinatos americanos que pertenecieron a España, y cómo su independencia no fue una petición de los habitantes de esas provincias, no surgió de la inquietud del pueblo, sino que (como era de esperar) fue por arte y obra de la masonería. La presencia española en América fue muy prolongada. Empieza con el Descubrimiento de América en 1492 y concluye con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898 (que supuso el fin de las posesiones de España en ultramar). España no colonizó aquellas tierras (la palabra «colonia» significa “territorio establecido por gente que no es de ahí”), podríamos decir que las “adopto” y se fusionó con ellas. El Virreinato sería una institución típica de la monarquía hispánica. Marcelo Gullo refiere lo siguiente en su libro “Madre Patria”: “En 2008, el primer ministro de Australia, Kevin Rudd, pidió perdón a los aborígenes públicamente, por vez primera en la historia del país, por el dolor y el daño causados en el pasado. Sus palabras asombraron al mundo, porque la mayoría de los habitantes del planeta desconocían tanto el hecho de que Australia estuviese poblada en el momento de la llegada de los ingleses, como el de que Inglaterra hubiera llevado a cabo una política de exterminio sistemático de la población originaria de Australia”.

No hace falta decir que la misma táctica se llevó a cabo en América del Norte con los indios. ESPAÑA CONSTRUYÓ UN IMPERIO, INGLATERRA UN IMPERIALISMO. Es una gran paradoja que los máximos responsables de la creación de la Leyenda Negra Española sean los que en realidad se comportaron de la manera que nos imputan con los territorios que ellos conquistaron. Dice Gullo lo siguiente: “No vamos a discutir ahora si Inglaterra cometió un genocidio en Australia, como todo hace suponer. Nos basta con remarcar que en Australia no hubo ni un Martín Cortés, ni un Garcilaso de la Vega, ni una Leonor Cortés; que no hay ninguna mujer indígena en la historia de Australia que se asemeje a Isabel Moctezuma, Leonor Yupanqui o Elvira de Talagante, y que Gran Bretaña no envió profesores a Australia, sino presos. En el caso español, no hay relación metrópoli-colonia –no hay imperialismo, sino imperio– cuando hay mestizaje y educación de altísima calidad, de excelencia, que permite a los mestizos llegar a ser destacados, reconocidos y admirados poetas, novelistas, historiadores, filósofos y militares. Por el contrario, las obras realizadas por Inglaterra en todos los territorios en donde pudo poner su mano demuestran que debemos hablar con propiedad de «imperialismo inglés» y no de «Imperio inglés»”.

España dio el estatus de provincias a los territorios americanos, y ya desde el principio los Reyes Católicos promovieron el mestizaje entre españoles e indígenas. España contribuyó a la civilización y evangelización de los indígenas americanos, mezclándose con ellos y aboliendo los asesinatos sacrificiales que se contaban por miles todos los años. Esta gesta llevada a cabo por España nunca fue perdonada por la masonería. España unió (en lugar de someter) a un continente, al contrario de la práctica masónica, que es desunir para vencer. En el nuevo proceso masónico de recuperar todo lo precolombino, no estaría mal preguntarse si también querrán recuperar los sacrificios humanos.

El lugar más destacado dentro del proceso “libertador” de los virreinatos lo tiene el criollo (nacido en el continente americano, pero de origen español) Sebastián Francisco Miranda, que desde Venezuela se traslada a la península para iniciar su carrera militar, estableciendo así un vínculo con la Corona de España y llevando a cabo exitosas campañas militares y obteniendo gran reconocimiento por su labor. Su conversión a la masonería se empieza a fraguar tras participar en la batalla de Pensacola, episodio clave para la independencia de Estados Unidos de Inglaterra y en el que España tuvo una gran relevancia.

Tras este episodio, Miranda conoce al Marqués de Lafayette, y será éste quien lo apadrine en su ingreso en la masonería en 1783, donde desarrolla una carrera importante dentro de la secta. A partir de ese momento, Miranda deja de ser un fiel oficial español para convertirse en un conspirador contra la Corona. Creó organizaciones masónicas, que son fundamentales para entender la independencia americana, y llegó a participar en la Revolución Francesa. Poco a poco se va granjeando amistades de altos masones ingleses, y en esa misma medida va desarrollando un odio visceral a España.

Estableció una logia llamada La Gran Reunión Americana, que dependía de la Gran Logia de Inglaterra, donde iban de la mano los intereses ingleses con los de la masonería española, fundamentalmente compuesta por criollos como Bernardo O’Higgins Riquelme, hijo de un virrey del Perú. La astucia de esta secta es, como poco, admirable, pues siempre han ejercido la táctica de captar miembros destacables del organismo que quieren destruir.


La logia Gran Reunión fue captando a todo criollo que se involucraba con el sentimiento independentista (aunque también lo que atraía era la ambición de poder), y todo se dirigía desde Inglaterra (hecho nada casual). En 1806, Miranda intenta un primer desembarco en las costas de Venezuela con intenciones golpistas y con una flotilla de ingleses y americanos que se ponen a su disposición. Contaban, para llevar a cabo el golpe, con el apoyo popular, el cual no tuvo ningún éxito, razón por la cual se tuvo que retirar refugiándose en Jamaica que, obviamente, era territorio inglés. Por aquella época (y gracias a la intervención de Miranda y O’Higgins) empiezan a surgir una serie de logias con el mismo nombre: las logias Lautaro. Pequeñas logias de cinco grados, creada la primera de ellas en Cádiz, y que llegan a tener representación en toda América del Sur con el apoyo manifiesto de las logias de América del Norte y de Inglaterra.

A todo esto, el pueblo permanecía al margen de todo el proceso. Simón Bolívar se inició en la masonería en 1805, y ya en 1825, cuando está en el poder, la prohibió. Es decir, que se sirvió de ella para poner en marcha el proceso independentista, pero conocedor de la peligrosidad de ésta, cuando alcanza el poder, la prohíbe, y lo hace utilizando las siguientes palabras: “Porque es una sociedad secreta que sirve especialmente para preparar los trastornos políticos, turbando la tranquilidad pública que oculta todas sus actividades con el velo del misterio”.

Por un lado, la masonería conspiraba en las colonias, pero por otro, también los masones de la península ibérica pusieron su granito de arena para lograr que se llevase a cabo la independencia de éstas. El 1 de enero de 1820 el teniente Rafael del Riego se pronunció en Las Cabezas de San Juan a favor de la Constitución. Contaba con varios batallones del ejército acantonado en Andalucía para marchar hacia América con la intención de sofocar el proceso independentista, pero en lugar de hacerlo, decidió rebelarse contra la monarquía y dar un golpe contra Fernando VII.

España había enviado anteriormente una expedición a las provincias americanas para frenar el proceso independentista liderada por el general Morillo, que tuvo bastante éxito, pero que no llegó a sofocar la rebelión por completo. Éxito relativo pero contundente, porque hasta los “libertadores” se estaban planteando desistir de su intento. Para rematar el asunto, Fernando VII se dispuso a enviar otro contingente para cerrar la cuestión y sofocar definitivamente el levantamiento. Esta era la misión del Teniente Riego, pero éste, en lugar de cumplir con lo encomendado, se le ocurrió (en lugar de embarcar para el Nuevo Mundo), dar un golpe militar a la Corona en vez de ayudar al primer contingente que definitivamente hubiese puesto fin al levantamiento.

Sin la menor de las dudas podemos decir que este desacato perpetrado por Riego vuelve a ser una traición masónica. Los principales organizadores del levantamiento llevado a cabo en Las Cabezas de San Juan –Riego y Quiroga– eran masones. A Riego, por llevar a cabo esta acción, lo ascendieron a Gran Maestre de la Logia Nacional. Tras estos dos militares (Riego y Quiroga) se encontraba también Don Juan Álvarez Méndez (más conocido como Mendizábal), un hombre entregado a los intereses británicos toda su vida y masón perteneciente al supremo consejo del grado 33. Ni qué decir que el trienio liberal que vino tras estos episodios se caracterizó, como no podía ser de otra forma, por la desamortización de los bienes eclesiásticos (que no fueron a parar a manos de los campesinos sino de la burguesía), y por una atroz persecución religiosa, sello indeleble de la masonería en todas sus revoluciones.

Se podría contar mucho más sobre este proceso de “liberación masónica” de los virreinatos americanos, pero no queremos convertir el artículo en un libro. Metidos ya en el tema de la influencia de la masonería en Hispano América, en el próximo artículo trataremos el asunto de cómo la masonería fue responsable directa o provocadora de la guerra “Cristera” mexicana.

Anteriormente vimos el destacado papel que jugó la masonería en las revueltas americanas. Más que «destacado», pensamos que fue directamente «determinante» para el proceso de independencia que se llevó a cabo. Los principales próceres de la secesión de América fueron conspicuos miembros de logias masónicas. En 1810 la inmensa mayoría de los americanos querían seguir siendo españoles, pero los independentistas contaron con el apoyo de Inglaterra para conseguir sus fines. El escritor José Antonio Ullate, autor de “Españoles que no pudieron serlo. La verdadera historia de la Independencia de América”, dice lo siguiente: “La estrategia de los independentistas no fue abiertamente anticlerical: No debemos llamarnos a engaño. La inmensa mayoría de la población era católica. San Martín y Bolívar, por ejemplo, implantaron normas que prohibían la blasfemia en sus ejércitos y hasta imponían la religión católica como oficial en algunas constituciones. Sin embargo, las políticas que instauraron fueron de secularización, particularmente en la enseñanza y el derecho civil. Se trataba de ahogar a favor de la corriente. El catolicismo que propugnaron los independentistas y que se afianzó desde entonces era fundamentalmente una intensa piedad privada, sin relevancia política. El poder revolucionario, adquirido con apoyo de la parafernalia y el culto católico, se convirtió en totalmente secularista y masónico en América”.

Fueron ahogando la práctica religiosa poco a poco, pero llegado el momento, la táctica cambió, y lo que empezó siendo una artimaña silenciosa y paulatina, dio paso a una estrategia directa y sin subterfugios; esto fue lo que aconteció en México. En ese país se pasó al ataque directo contra la religión, a prohibirla en sus más simples manifestaciones públicas. Toda esta represión sufrida por el pueblo mexicano fue la que derivó en lo que se ha dado en llamar “La Guerra Cristera”. Javier Olivera Ravasi en su libro “La Contrarrevolución Cristera” dice así: “El grito habitual de aquellos héroes: «¡Viva Cristo Rey!», les mereció el nombre sarcástico de “cristeros”, dado por sus enemigos; llegó a ser no solo una simple consigna o fórmula de reconocimiento, sino toda una definición. Cuando San Agustín trató de “Las Dos Ciudades”, no dejó de señalar que cada una de ellas tenían su propio rey: el de la ciudad de Dios era Cristo y el de la ciudad del mundo era Satanás. Nada, pues, de extraño que los dos ejércitos contendientes vivaran a sus respectivos «Capitanes». A la pregunta de los «federales», es decir, de los soldados del Gobierno perseguidor: “¿Quién vive?”, los cristeros siempre contestaban: “¡Viva Cristo Rey!”. Los adversarios, por su parte, no vacilaban en gritar: “¡Viva Satán!”. Tratóse, realmente, de una guerra religiosa”.

Comparte esta guerra dos características muy visibles con la Guerra de La Vendée (genocidio de católicos, perpetrado dentro del marco de la Revolución Francesa), y son: que se ha borrado de la memoria histórica, por un lado. Y por otro, que se llevó a cabo un genocidio de católicos con la idea clara de eliminar la fe que profesaba el pueblo.

La cultura mexicana tenía arraigada la Fe de manera muy profunda. Hernán Cortes, tras conquistar las tierras aztecas, vio la necesidad imperiosa de traer misioneros. Los trajo del mismo lugar de donde él había salido, que era Cuba. Pidió que vinieran los misioneros más santos que encontrasen y le mandaron a 12 franciscanos (se les conoce, como los “Doce Apóstoles” en la historia de México). Cuando llegaron, para hacerles ver a los indios la importancia de estos religiosos, Cortes se bajó del caballo y arrodillándose ante ellos, le besó la túnica al más cercano. Con ese gesto, Cortes les transmitió a los indios que los misioneros eran más importantes que él. Desde entonces, en lo que más tarde sería «México», quedó grabado en lo más profundo del pueblo un hondo respeto por los sacerdotes.

El asunto de la “guerra cristera” se empezó a gestar ya en el año 1856, con la “Ley Lerdo”, ley de desamortización de las fincas rusticas y urbanas de las corporaciones civiles y religiosas, expedida el 25 de junio de 1856 por el presidente Ignacio de Comonfort (masón del Supremo Consejo de Rito Escocés), y se llamó “Ley Lerdo”, por el papel relevante que tuvo Sebastián Lerdo de Tejada (masón también) en su formulación y ejecución. Esta ley tuvo como consecuencia que muchas de las fincas quedaran en manos de extranjeros y dieran origen a los latifundios o grandes extensiones de tierra en años posteriores.

Expropiar los bienes de la Iglesia viene siendo el primer paso en toda revolución de corte masónico, junto con expulsar a las órdenes religiosas y eliminar la religión de los centros escolares. Tenemos el caso de las de Godoy, Mendizábal y Madoz en España (masones, por supuesto): nunca solucionaron nada con ellas, sino que crearon mayor pobreza. Jamás acabaron estos bienes en manos humildes. En el caso de Madoz, él mismo compró muchas de esas tierras que mando expropiar.

Nos centraremos ya en el tema mexicano. La masonería aparece en México hacia el año 1806. José María Mateos, fundador del Rito Nacional Mexicano, en su libro titulado “Historia de la masonería en México desde 1806 hasta 1884”, publicado con la autorización del Supremo Gran Oriente del mismo rito, comenta lo siguiente: “¿Desde cuándo fue introducida (la masonería) entre nosotros? (…). Desde el año 1806. Desde esa época sola data la masonería en México, pues no hay constancia alguna de que antes de ella se hubiera establecido ninguna logia. La vigilancia que se establecía por el gobierno y la absoluta prohibición de toda reunión que pudiera infundir sospecha tenía a los mexicanos en un completo aletargamiento”.

En 1858 llega al poder el indio Benito Juárez, que pertenecía a la secta masónica. Juárez es el presidente que iniciará una campaña para acabar con la religión católica. Su mandato duró unos catorce años, y le sucedió Porfirio Díaz, que, aunque masón también, frenó un poco dicha persecución pensando, con buen criterio, que perseguir a la Iglesia en México, donde el cien por cien del pueblo era católico, era perseguir al pueblo. Durante los treinta años que duro su mandato la Iglesia disfrutó de cierta paz, ya que contuvo a los grupos más anticlericales. En 1917 subió al poder Venustiano Carranza (masón, cómo no), partidario de la importancia de reformar la Constitución de 1857 para formalizar y estructurar un gobierno liberal que retomase principios masónicos de organización en el gobierno. En ese año se modificó la Constitución, y la nueva pasó a conocerse como “Constitución de Querétaro”. La anterior era ya bastante anticatólica, pero esta nueva la superó.

Con la Constitución de 1917, la famosa “Constitución de Querétaro”, el ala liberal y más radical comenzará un movimiento ascendente hacia el socialismo que culminará con una persecución hacia la Iglesia Católica como nunca antes se había visto en Hispanoamérica. Citemos algunos párrafos extraídos del libro de Ravasi para comprender mejor el «espíritu» de la famosa Constitución de Querétaro; en una de las intervenciones, cierto político dijo: “Señores diputados: Si cuerdas faltan para ahorcar tiranos, tripas de fraile tejerán mis manos. Así empezaba yo mi discurso de debut en la tribuna de Méjico hace algunos años, y he citado esto para que la asamblea se dé cuenta de mi criterio absolutamente liberal… Yo aplaudiré desde mi curul (silla que ocupa un diputado) a todo el que injurie aquí a los curas… Todos sentimos odio contra el clero… Sí, en este punto, todos estamos conformes, liberales y radicales; sí, todos, si pudiéramos, nos comeríamos a los curas”.

Esta Constitución se plasmó en leyes muy concretas, como por ejemplo en el Estado de Tabasco: para ser sacerdote, se debía ser tabasqueño, mayor de 40 años, con estudios en la escuela oficial, ser casado y de “buena moralidad”. Estaban en contra de toda práctica religiosa, incluso de la confesión. Decían lo siguiente: “Cada mujer que se confiesa es una adúltera y cada marido que lo permite es un alcahuete y consentidor de tales prácticas inmorales”.

La confesión no sería el único símbolo del catolicismo en atacarse. México, que se declaraba 99% católico y 100% guadalupano, sufriría enormemente si algo le sucediera a la tilma dejada por la aparición milagrosa del Tepeyac: la imagen de la Virgen de Guadalupe, como sucedió. El 14 de noviembre de 1921, Juan M. Esponda, funcionario de la secretaría particular de la presidencia de la República, se acercó hasta el Santuario de la Virgen de Guadalupe, en el Distrito Federal, y depositó en medio de un ramillete de flores un cartucho de dinamita, al pie de la venerada imagen. Luego de la explosión, el desdichado Esponda intentó huir y, si salvó la vida, fue gracias a un grupo de soldados que evitó su linchamiento. Según las fotos de la época, los daños fueron considerables, sin embargo, por un fenómeno inexplicable, el vidrio que cubría la imagen no se había roto, mientras que el crucifijo de bronce que se encontraba sobre el altar de la Virgen quedó arqueado como si hubiese defendido a Su Madre de la explosión.

Ante este estrepitoso atentado, los socios de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, junto con demás organizaciones, planearon una serie de actos de desagravio, tales como marchas y protestas en sitios públicos; la mayor de ellas se llevó a cabo el 18 de noviembre, en el espacio del centro histórico de la Ciudad de México, en el cual se encontraron con los bomberos de la ciudad, quienes fueron bloqueados por los mismos manifestantes. Ponemos este ejemplo, porque después intentaremos demostrar que los mexicanos cumplieron perfectamente con todos los pasos requeridos moralmente para organizar la defensa armada.

En este ambiente de represión, en 1924 llega al poder Plutarco Elías Calles. Era masón grado 33 y, en premio a su implacable campaña de persecución nacional contra el catolicismo, le fue impuesta el 28 de mayo de 1926, de manos del supremo gran comendador del Rito Escocés, Luis Manuel Rojas, la medalla del Mérito Masónico. Calles nacionalizó la Iglesia, y buscó un sacerdote díscolo (“El Padre Pérez”) y lo puso al frente de su «iglesia», dándole el título de «Patriarca de México». Sea como fuese, todo el odio religioso que se mostraba de parte del gobierno no hacía sino aumentar la devoción y el enojo de las masas. Cometieron todo tipo de sacrilegios en las Iglesias. Jean Meyer (historiador francés naturalizado mexicano en 1979, distinguido por sus investigaciones y obras acerca de la Guerra Cristera), que no es justamente un hombre «de Iglesia», relataba en su juventud no sin cierto asombro: “Los sacerdotes reconocían al diablo en aquellos militares que oficiaban poniéndose los ornamentos al revés, que leían al revés libros puestos al revés, con gafas opacas, y en aquellos soldados que se entregaban a comilonas y bailoteos en las iglesias, organizando aquelarres, bailando con las vírgenes, desnudando a las santas, fusilando a los Cristos, haciendo el amor, orinando y defecando sobre los altares”.

El gobernador Ambrosio Puente decretó en Morelos: “Toda persona que pida algún sacramento a los sacerdotes será pasada por las armas”. Y el general R. González, en Michoacán: “Toda persona que facilite alimentos, dinero a los rebeldes, así como presentar hijos a que se los bauticen o presentarse a verificar matrimonios o escuchar sus prédicas, serán pasados irremisiblemente por las armas”.

Todos estos desmanes llevaron al pueblo a levantarse en armas. Una guerra que cumplió con los principios morales para llevarse a cabo. El Padre Ravasi comenta lo siguiente en su libro: “Es en San Agustín donde la reflexión de los Padres encuentra su expresión más madura. En ella, la guerra aparece como una lamentable realidad que, para ser lícita, necesita cumplir una serie de características, algunas de las cuales han pasado hasta nuestros días como condiciones indispensables para que se pueda justificar una reacción armada ante una grave injusticia. Extraídas de fragmentos recogidos en obras diversas, estas condiciones establecidas por el obispo de Hipona son cinco: a) una causa justa; b) que tenga como finalidad la paz; c) rectitud de intención al pelear; d) agotar antes el recurso del diálogo y e) que sea una autoridad legítima quien la declare”.

Podemos resumir el concepto de la “Guerra Justa” en tres pasos fundamentales: Resistencia pacífica legal (recopilación de firmas, manifestaciones, etcétera); resistencia pacífica ilegal (paros, boicots, etcétera), y resistencia armada (defenderse). Estos pasos se dieron perfectamente en la Guerra Cristera. Este asunto daría para mucho más, pero habiendo excedido ya los límites de un artículo, en un futuro haremos una serie. Siempre se repite el mismo formato en los disturbios creados por la masonería: el odio a la Iglesia y su devoción diabólica. Esta última se manifiesta de manera recurrente en todas las revoluciones masónicas contra la Iglesia. En este caso recordemos que el grito habitual de los “Cristeros” era: “¡Viva Cristo Rey!”. Y Los adversarios, por su parte, no vacilaban en gritar: “¡Viva Satán!”. Tampoco hay que olvidar que en las primeras persecuciones religiosas de España tras la muerte de Fernando VII, los que mataban a los sacerdotes coreaban unos versos que decían lo siguiente: “Muera Carlos, viva Isabel. Muera Cristo, viva Luzbel”. Y no olvidemos nunca que siempre tras este tipo de soflamas…, siempre, está la masonería. Habrá que preguntarse: ¿por qué?