Historia de la teoría política
«Iustum et tenacem propositi virum /
non civium ardor prava iubentium, /
non vultus instantis tyranni / mente quatit solida..»
(‘Del varón justo y de tenaz carácter /
ni el ardor de las gentes malhechoras /
ni la amenaza del tirano / conmueve el alma fuerte')
George Holland Sabine estudia la evolución de las ideas políticas a través de los tiempos, desde la ciudad-Estado hasta las concepciones hoy vigentes, revisando con sumo cuidado las últimas investigaciones, con el fin de dar una perspectiva contemporánea al liberalismo, al comunismo, al fascismo y al nacional-socialismo.
PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN EN INGLÉS
No es necesario decir que es de alguna manera inquietante presentar la revisión de un libro que no sólo ha sido texto tradicional durante más de tres décadas, sino también un clásico ampliamente reconocido en su campo. Interpreto mi deber como el de completar la gran obra del profesor Sabine, continuarla, desarrollarla, más que alterar sustancialmente su intención o su intención su contenido.
Quizá la mayor fuente de dificultad potencial que presenta la reapertura de la obra de otro autor es la compatibilidad de la perspectiva actual.
El profesor Sabine señala en el prefacio original de 1937 que su visión era sustancialmente similar a la de David Huma, particularmente con respecto a la crítica lógica de los fundamentos de las leyes naturales de Hume. Mi obra The logic of Democracy (Holt, Rinehart and Wiston, Nueva York, 1962) presenta una óptica de la filosofía política que en gran parte sigue la tradición de Hume. Por eso, me parece justo decir que comprendo y considero la fuerza de la postura del pensador escocés, con su escepticismo y su empirismo.
Sin embargo, como Hume, y por supuesto al igual que Sabine, estoy convencido de la importancia fundamental de la tradición cultural y de la historia intelectual en la política y el entendimiento político. Mi libro Biopolitics (Holt, Rinehart and Wiston, Nueva York, 1962) crea las condiciones para una teoría de la evolución de la cultura como extensión de la evolución biológica, la cual, ya que se encuentra en gran parte dentro de la esencia de la perspectiva histórica mencionada, causaría, creo yo, un poco de incomodidad tanto a Hume como a Sabine.
Dado que se ha llevado a cabo durante las últimas décadas en varios campos sobre el origen y la naturaleza del animal humano ha hecho posible la comprensión del hombre y la naturaleza, contra lo cual, la lógica animadversión de Hume no es en modo alguno tan devastadora. A lo que deseo llegar es a que me inclino más que el profesor Sabine a favorecer la tradición de las leyes naturales y la perspectiva evolucionista de Hegel y Marx, y esta inclinación ha condicionado mi trabajo en este libro.
Se ha agregado un nuevo capítulo, que procura integrar la historia de la teoría política en el contexto tanto de la evolución del hombre como del pensamiento pregriego, prefilosfico. Por ahora, he limitado lo que podría haber sido una extensa discusión sobre la penetración del mundo no occidental por la teoría política de Occidente a la adición de China y Mao Tse-tung dentro del capítulo relativo al comunismo. Varios juicios dispersos a través de la discusión han sido simplificados, generalmente con la omisión de palabras o frases, especialmente en el capítulo sobre Hegel, donde se han omitido varias páginas.
Para la tercera edición (1961) Sabine reescribió y redujo considerablemente su análisis sobre el fascismo y nacionalismo. Dado que el interés en esta materia ha resurgido en varios sectores y por varios motivos durante los últimos doce años, se ha restituido el análisis original.
La bibliografía ha sido actualizada en su totalidad y en sus diversas partes se han agregado nuevas notas a pie de página o nuevas referencias en las notas ya existentes. Finalmente, y quizá lo más importante, la edición ha sido completamente rediseñada y reordenada de tal manera que, se espera, facilitar a el acceso al gran aprendizaje y a la gran sabiduría de George Sabine.
T.L.T.
La Porte, Inidana
Enero de 1973
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN EN INGLÉS
Esta historia de la teoría política se escribe sobre el supuesto de que las teorías de la política constituyen una parte de la política misma. En otras palabras, no se refieren a una realidad externa, sino que se producen como parte normal del medio social en el que la propia política tiene su ser.
La reflexión acerca de los fines de la acción política, de los medios de conseguirlos de las posibilidades de las situaciones políticas y de las obligaciones impuestas por los propósitos políticos, constituye un elemento intrínseco de todo el proceso político. Tal pensamiento evoluciona, junto con las instituciones, los órganos del gobierno, las tensiones morales y físicas a las que se refiere y a las que- al menos queremos creerlo así-, en cierto grado, controla. Así concebida, la teoría de la política no alcanza un fin en mayor medida que la política misma, y su historia no tiene capítulo final. Si existe una meta divina y remota hacia la que se mueve la historia humana, el autor de este libro no tiene la pretensión de saber cuál sea. Tomada en conjunto, es difícil poder decir que una teoría política sea verdadera.
Contiene entre sus elementos ciertos juicios empíricos o cálculos de probabilidad que acaso el tiempo demuestre que son objetivamente acertados o erróneos. Implica también ciertos problemas de compatibilidad lógica, entre los elementos que trata de combinar. Pero incluye invariablemente valoraciones y predilecciones, personales o colectivas, que estorban la percepción de los hechos, el cálculo de la probabilidad y la apreciación de las compatibilidades. Lo más que puede hacer la critica es mantener estos tres factores todo lo separados que sea posible: impedir que las preferencias reclamen para sí la inevitabilidad de la lógica o la certidumbre de los hechos.
No cabe suponer que ninguna filosofía política del momento actual pueda separarse, en mayor medida que las del pasado, de las relaciones en que se encuentra con los problemas, las valoraciones, los hábitos o incluso los prejuicios de su época. Por lo menos un historiador ha de evitar el egoísmo que hace que toda generación se crea heredada de todas las épocas. Por otra parte, no puede hacer profesión de imparcialidad más allá de la confesión de preferencias conscientes que debe esperarse de todo hombre honrado.
En cualquier otro sentido la afirmación de imparcialidad es superficial o hipócrita. Un lector tiene derecho, si ello le interesa, a que el historiador confiese sus preferencias filosóficas. Las del autor concuerdan, en términos generales, con los resultados de la crítica del derecho natural hecho por Hume, que se exponen en la primera parte del capítulo XXIX. Hasta donde se le alcanza, es imposible excogitar mediante una operación lógica la verdad de cualquier alegación de hecho, y ni la lógica ni el hecho implican un valor. En consecuencia, creen que el intento de fundir estas tres operaciones, ya sea en el idealismo hegeliano o en su variante marxista, no se hace sino perpetuar una confusión intelectual inherente al sistema del derecho natural.
La sustitución de la creencia en que la razón presenta un conocimiento evidente por sí mismo, por la que existe un orden de evolución o progreso histórico, reemplazó una idea imposible de comprobar por otra más difícil de demostrar. En la medida en que exista cosa semejante a la "necesidad" histórica, parece pertenecer al cálculo de probabilidades, y este cálculo, en su aplicación a la práctica, es por lo general imposible y siempre muy incierto. Por lo que hace a los valores, el autor estima que son siempre la reacción de la preferencia humana a algún estado de cosas sociales y físicos; en concreto son demasiado complicados para que se les pueda describir incluso con una palabra, tan vaga como una utilidad. Sin embargo, la idea de la causación económica fue probablemente la sugestión más fecundada añadida a los estudios sociales en el siglo XIX.
Escribir toda la historia de la teoría política occidental desde el punto de vista de esta forma de relativismo social, es probablemente una tarea de mayor envergadura de lo que debe intentar un erudito cuidadoso. Implica un ámbito de conocimientos tan amplio, que el autor sabe -lamentándolo que no lo posee. Pero, por un lado, la teoría política ha sido siempre parte de la filosofía y de la ciencia-una aplicación a la política del aparato intelectual y crítico relevante de que se ha dispuesto en cada momento-. Y, por otra, es una reflexión sobre la moral, la economía, el gobierno, la religión y el derecho -cualesquiera que puedan ser en la situación histórica e institucional que plantee la necesidad de resolver un problema-.
Es esencial al punto de vista aquí adoptado no dejar de tomar en consideración ningún factor. El aparato intelectual sólo es importante, al menos para la teoría política, en la medida en que se aplica realmente a algún estado de las cosas y las relaciones institucionales solo lo son en la medida en que suscitan y controlan la reflexión. Idealmente, el historiador debe concebir y presentar ambos con igual claridad; la teoría política en acción debe recibir igual trato que la teoría política de los libros.
Esta exigencia impuesta a la erudición del historiador es de una pesadumbre imposible de sobrellevar. Al tratar de la gran masa bibliográfica que constituye la fuente de una historia de la teoría política, el autor ha tratado de evitar en lo posible la mera mención de hombres y libros que, por falta de espacio, no podía describir adecuadamente, presentándolos en relación con su medio. En la concepción aquí sostenida, el hecho de que haya existido un hombre o de que haya escrito un libro, no constituye, por si solo, parte de la historia de la teoría política. En muchos casos ha sido necesario decidirse a escoger un tipo que represente a un grupo considerable, omitiendo a otros autores, que hubieran podido representar la misma posición.
Después de hecha una selección, las mayores dificultades surgen de la necesidad de mantener una proporción adecuada entre los diversos temas tratados. Especialmente al aproximarse a la época actual, el problema de saber que incluir y qué omitir y el decidir sobre la importancia relativa de los temas escogidos para la inclusión, llega a ser casi insoluble en vista del espacio de que se dispone. Para ser más concreto: el autor tiene graves dudas de si en los capítulos que siguen al dedicado a Hegel no ha omitido mucho que debería haber incluido para mantener una proporción constante con la observada en los capítulos anteriores. Si tuviese que excusarme en ello, su disculpa sería la de que un amigo, el profesor Francois W. Coker, ha realizado recientemente esta tarea mucho mejor de lo que él hubiera podido hacerlo.
El autor debe muchísimo al gran número de eruditos e investigadores que se han ocupado, de modo más adecuado de lo que él ha podido hacer, de aspectos específicos o partes limitadas del tema.
G.H.S
Ithaca, Nueva York
10 de abril de 1937
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