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Esta obra es un verdadero manual de estrategia espiritual para intentar alcanzar la perfección cristiana a la que todas las personas son llamadas por Jesucristo. Utilizando la imagen de la batalla, Lorenzo Scupoli propone un camino de ascesis, mostrando los pasos que hay que dar para vencer en la lucha contra las tentaciones y el pecado, los medios para adquirir las virtudes propias del alma y las armas más eficaces que tiene el cristiano para lograr la victoria: la oración, la eucaristía, la intercesión de la Virgen María, los ángeles y los santos, el examen de conciencia y la imitación de las virtudes de Cristo.
🕂PRÓLOGO🕂
A principios del siglo XVII apareció el libro de san Francisco de Sales titulado "Introducción a la vida devota". El éxito fue prodigioso. La intención del autor fue la de llevar la piedad a todo el mundo y aplicarla a la vida corriente, con una amabilidad y una delicadeza admirables. Pero su ascetismo exige sacrificio; conduce a la mortificación y a la abnegación. El santo obispo de Ginebra, cuando cursó sus estudios de derecho en Padua, conoció un libro que influyó en su vida de una manera definitiva. Se llamaba "Combate espiritual"; su autor, Lorenzo Scupoli.
En 1585 el Padre Lorenzo fue acusado y calumniado de violar las Reglas de su comunidad. Por lo que fue sometido a un proceso interno, arrestado por un año y suspendido a divinis, sentencia que lo privaba del ejercicio de su sacerdocio, lo obligaba a vestir a la manera de los hermanos legos y a realizar servicios domésticos.
Por su parte, durante el periodo de la condena, el Padre Scupoli se entregó a la oración y al estudio; jamás se quejó con nadie de los hechos que estaba padeciendo, al contrario, soportaba las acusaciones injustas y los castigos con humildad y mansedumbre, ofreciendo los sufrimientos a Dios con diversas intenciones.
La rehabilitación en el sacerdocio ministerial
Finalmente, fue absuelto de toda pena por un Capítulo general, pero tuvo que esperar veinticinco años, casi hasta el final de su vida para serlo, pues, de hecho, el reconocimiento de su inocencia llegó el 29 de abril de 1610, pocos meses antes de su muerte.
El título del libro lo dice todo: es un verdadero manual de estrategia espiritual. Algo necesario, porque la perfección cristiana debe ser conquistada y quien quiera salir vencedor en la lid, ha de luchar contra «todas las malas afecciones» del corazón, por pequeñas que sean. Aquel libro, lleno de sabiduría, fue objeto de lectura constante para san Francisco de Sales:
él, que hizo amable la piedad, pero sin quitarle nada de austeridad. Fue decisiva la influencia del humanismo en el siglo XVI. La cultura sufrió un cambio enorme, bajo el impulso del Renacimiento y del protestantismo. Durante la Edad media, Europa se había desarrollado bajo una concepción teocrática, trascendente y teológica, que abarcaba todos los aspectos de la vida. La sucedió una perspectiva humanística, antropocéntrica, inmanentista y materialista. Este hecho dio lugar a una nueva espiritualidad, que optó por una vida espiritual cristiana, más dinámica y más profunda, con un sentido de lucha y combatividad. El método se fundaba en una intensa vida de oración, convertida esta en un ejercicio personal, privado y concebido de una forma sistemática y metódica.
San Ignacio de Loyola fue el gran autor de esta reforma, que hay que calificar de verdadera revolución, puesta de manifiesto en su libro de los Ejercicios espirituales. Lorenzo Scupoli conoció este libro del jesuita español y, como él, concibió su libro como un manual para la lucha espiritual, en la cual deben tomar parte la inteligencia, la voluntad y los sentidos. El autor, un humilde religioso teatino, se esforzó en ser sumamente sencillo y práctico y se manifestó como un gran conocedor de la ascética cristiana y un experto maestro de almas. Lo importante para él era que el alma que quiere llegar a la perfección, consiga reformar su interior y realizar un esfuerzo constante en la intimidad de su alma. Es la única manera de conseguir la perfección.
El libro de Scupoli es una de las obras cumbre de la espiritualidad cristiana, una síntesis maravillosa de la ascética católica. Por esto obtuvo en su época una difusión extraordinaria, que llegó hasta nuestro siglo; aunque no se puede negar que hoy está muy olvidado. Como acontece a tantas otras obras esenciales de la doctrina espiritual de la Iglesia. Hay que agradecer al teatino P. Bartolomé Mas, que haya cuidado la traducción al castellano de la obra del P. Scupoli, enriqueciéndola con un estudio indiscutiblemente magistral, tanto sobre la persona del autor como sobre el contenido y la influencia de la obra: la más importante de la escuela italiana del siglo XVI. Es posible que algún lector se haga estas preguntas:
¿Es verdaderamente actual la obra de Scupoli? ¿Está llamada a ocupar un lugar de prestigio en la vida cristiana de nuestro tiempo? Su espiritualidad ¿es un camino válido para los creyentes que hoy desean alcanzar la santidad? Por otra parte, ahí está el llamamiento apremiante de Jesucristo: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Hay que recordar también el cap. 5º de la constitución sobre la Iglesia del concilio Vaticano II, que hace un solemne llamamiento universal a la santidad, la cual consiste en «la perfección de la caridad». En realidad es «una misma» la santidad que cultivan quienes, obedientes a la voz del Padre, son guiados por el Espíritu Santo; pero su expresión es «multiforme» en cada uno de ellos. Su camino les ayuda a conseguir la conversión, el alejamiento del mal y la superación de la concupiscencia; pero positivamente les conduce a un movimiento amoroso hacia Dios y hacia el prójimo.
Esto explica que en el seno de la Iglesia existan las llamadas «escuelas de espiritualidad» — por ejemplo, la benedictina, la franciscana, la carmelita, etc—. Las cuales poseen sus peculiaridades típicas, que no excluyen, sino que suponen el sólido fundamento de los irrenunciables valores evangélicos. Manifiestan el único y multiforme camino hacia la santidad. La historia de tales escuelas revela la existencia de la llamada «inculturación de la espiritualidad». Aspecto este primordial para los tiempos que estamos viviendo. Así lo advirtió con claridad el P. Rahner, cuando afirmó que se nos había acabado el tiempo de «vivir la espiritualidad de Filotea, alejados de este mundo del trabajo y de la humanización del mundo». Con palabras quizá más precisas dijo lo mismo Paul Ricoeur:
«Podrán sobrevivir únicamente las espiritualidades que tienen en cuenta la responsabilidad del hombre…». En sentido general pienso que las formas de espiritualidad, incapaces de tener en cuenta la dimensión histórica del hombre, habrán de sucumbir bajo la presión de la civilización técnica. De hecho las varias escuelas de espiritualidad han ido apareciendo en distintas épocas de la historia, a tenor de los diversos cambios culturales. La espiritualidad debe insertarse en la historia y expresarse según las mediaciones culturales de los diferentes lugares y tiempos, con el fin de que sea palabra de Dios para el hombre histórico. Santa Teresa de Jesús, contemporánea de Lorenzo Scupoli, se apartó del planteamiento cosmológico de la Edad media y propuso un itinerario de interiorización espiritual hasta el centro del alma, donde se encuentra Dios.
La estrategia de Scupoli tiene idéntica orientación, aunque se mueve primordialmente en el campo de la ascética. La escuela italiana tuvo en cuenta la cultura del humanismo: por esto se preocupó de «la alegría del hombre espiritual», que debe reformarse profundamente a sí mismo antes de reformar a los demás. La introducción de una nueva espiritualidad no se realiza sin tanteos y tensiones. Es algo que forma parte del patrimonio de la riqueza espiritual de la Iglesia a través de los tiempos. Pero siempre aparece este problema crucial:
¿Puede una nueva espiritualidad ser esclava de la cultura de su tiempo? ¿Debe dejarse instrumentalizar por los valores culturales que asume? Cualquier respuesta que quiera darse a estos interrogantes no puede prescindir de la necesaria e imprescindible fidelidad a la doctrina del evangelio, porque la santidad es unión íntima con Jesucristo, es su seguimiento, es su imitación. Hoy muchos cristianos y religiosos desean encontrar un auténtico camino para llegar a la perfección; pero esta ansia viene acompañada de un anhelo de «aggiornamento», de puesta al día. Es muy dura la confrontación con el mundo moderno. Pero, ¿hasta qué punto, si quiere mantenerse en el seno de la Iglesia católica, le es lícito a una espiritualidad actualizada, realizar una apertura a la modernidad, incorporando algunos de sus valores? No me resisto a hacer caso omiso de estas palabras del teólogo Kasper:
«La palabra de Dios se ha convertido para muchos en un término vacío, ni tiene sitio en un contexto existencial». Por esto, «en este mundo que se va haciendo históricamente, no encontramos tanto la huella de Dios como las nuestras». La hora que estamos viviendo es verdaderamente «atormentada», según la calificó Pablo VI. Es imprescindible no equivocarse en el camino. Ciertamente hay que tener en cuenta los auténticos valores de la cultura moderna (sentido de la comunidad, exigencias de la solidaridad, respeto a los derechos humanos, cultivo de la paz…). Porque todos los órdenes de la existencia y todas las cualidades humanas deben integrarse en el seguimiento de la gracia de Dios hacia la santidad. Por esto en toda verdadera espiritualidad cristiana ha de estar presente una cierta antropología, ya que aquella debe abarcar al hombre en sus diferentes dimensiones:
espíritu, alma, cuerpo, individuo, comunidad humana, situación en el mundo, etc. Al mismo tiempo, es urgente profundizar en lo que nos dice la palabra de Dios en la Escritura y la tradición y también indagar la experiencia cristiana a lo largo de la historia para captar su esencial mensaje espiritual. Se impone realizar una síntesis superior, que abarque la encarnación y la trascendencia, la continuidad y la ruptura, la aceptación y la superación, la presencia y la fuga. Para ello el más delicado discernimiento es insustituible. Para el cristiano de hoy, la síntesis personal de su camino hacia la santidad, no puede prescindir de un sincero esfuerzo ascético; porque el seguimiento de Jesucristo es exigencia de penitencia, de expiación y de testimonio, todo en una sola pieza. Es esto lo que arranca de cuajo los muros que cierran el paso al camino que conduce al ímpetu torrencial del amor.
En la ruta hacia la perfección no faltan obstáculos: son las tentaciones y el pecado. El Vaticano II advirtió que «toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas». De aquí que la ascética cristiana, en su acepción más profunda, requiere esfuerzo, lucha, renuncia. A ello puede añadirse que toda espiritualidad cristiana, al ser esencialmente cristocéntrica, no puede prescindir del significado de la cruz, que es renuncia y sacrificio. Eso se ve claro, cuando la oración —ese momento de «plenitud espiritual»—jalona la vida de cada día. Ninguna escuela de espiritualidad católica, por lo tanto, puede excluir la necesidad del esfuerzo ascético de la lucha para caminar hacia la santidad. Aunque se trate de asimilar algunos de los valores auténticos de la modernidad. Precisamente es aquí donde hay que colocar la actualidad del libro de Lorenzo Scupoli.
Bajo el título Combate espiritual él nos enseña, como maestro, y nos acompaña, como amigo, en los pasos que hay que dar, para salir victoriosos en la batalla contra los enemigos del alma. Las advertencias y avisos son acertadísimos, por la sabiduría y la experiencia del autor. De aquí que su escuela sea perenne. ¡Ojalá sean muchos los discípulos e innumerables los cristianos que lleven a la práctica sus enseñanzas! «La Iglesia está llamada a dar un alma a la sociedad moderna», ha dicho Juan Pablo II. Esto sólo podrán hacerlo los santos.
Cardenal Narcís Jubany
Barcelona, 30 de diciembre de 1995
El autor nos da consejos muy sencillos, claros y prácticos para ejercernos en el combate espiritual propio de todo cristiano. Sus consejos pueden resumirse en:
- Desconfiar de uno mismo. La humildad sincera y profunda de considerar que lo propio nuestro es el pecado y la debilidad. Sin que las «obras buenas» que podamos hacer sean motivo de vanagloria.
- Confiar en Dios. Teniendo en cuenta siempre que Él todo lo puede y siempre quiere nuestro bien, y atribuyéndole a Él todo lo bueno que hay en nosotros pues de Él procede.
- Ejercitar la mente ante la ignorancia. Es decir, aprender a discernir lo agradable a Dios evaluando todas las cosas según su criterio; y aprender a rechazar la curiosidad por las cosas vanas.
- Ejercitar la voluntad. Hacer las cosas que agradan a Dios movidos sólo por amor a Él. No hay que cansarse nunca del combate espiritual en el que o combatimos o nos hacemos esclavos del maligno.
- Virtudes. Emplear las virtudes, sobre todo la humildad, de forma correcta para combatir cada uno de las diferentes tentaciones de los vicios que nos llevan al pecado. El autor las detalla explicando como vencerlas.
- Orar. Rezar a Dios continuamente y mantenerlo siempre en la memoria para poder ajustarnos siempre a su Voluntad. El fin de la oración nunca es intentar forzar sobre Dios nuestra voluntad, sino aceptar la suya.
1 DURMIENDO CON EL ENEMIGO
De entrada, el título de este libro sugiere que nos van a hablar de lucha, exigencia, coraje, batallas sin tregua…
Pero ¿dónde es el combate? ¿Contra quién? Es en nuestro interior y contra nuestro peor enemigo: nosotros mismos.
Dice el padre Scupoli que muchas personas creen que la vida espiritual consiste solamente en muchas misas, penitencias, oraciones y devocionales. Gran error.
Opina que todo eso es muy útil y necesario, pero que la esencia de la vida espiritual consiste en “reformar pensamientos, sentimientos y actitudes, no dejar que las malas inclinaciones se desborden libremente» (pág. 5).
Queda claro que el combate es contra nuestra natural inclinación al mal: imperfecciones y defectos agravados por el excesivo cariño que nos tenemos; esa tendencia comodona a darnos gusto en todo, incluso escogiendo hasta “las prácticas piadosas que nos agradan y rechazando las que nos parecen molestas”.
Este libro nos ayuda a reconocer que estamos muy lejos de hacer la voluntad de Dios, y a lanzarnos de cabeza por la santidad.
Y nos recuerda que “todo lo que vale, cuesta” y que el premio que recibiremos es muy grande: la corona de la santidad que Dios tiene preparada cada uno.
2 CORAZÓN VALIENTE
De entrada, dice el padre Scupoli que este es un libro para gente con aspiraciones. Entonces nos anima a ser valientes y tomarnos muy en serio las palabras de Jesucristo:
“Si alguno quiere venir en pos de Mí, que se niegue a sí mismo” Mt. 16,24
Además, nos dice que la victoria está garantizada. Como el Señor combate con nosotros, y Él lo hace casi todo, quien persevere en esta batalla, lo logrará.
Porque lo que se premiará es el esfuerzo por permanecer fieles a la voluntad de Dios, no la perfección.
No importa cuántos combates perdamos; mientras batallemos contra nuestro pecado, al final, el Señor nos premiará.
Por si alguno todavía cree que no tiene nada que corregir en su interior, el texto nos facilita una serie de “señales”, para evaluar qué tal vamos en nuestro camino espiritual. Aquí las transcribo a manera de test:
- ¿Desea que lo prefieran sobre los otros?
- ¿Es caprichoso y rebelde, obstinado en su propio parecer?
- ¿Está pendiente de las faltas y miserias ajenas?
- ¿Si alguien lo critica, estalla indignado?
- ¿Se enoja cuando le dicen que lo importante no es estar rezando, sino su amor a Dios y al prójimo?
- Cuando el Señor, “para llevarle a mayor perfección”, permite que le lleguen pruebas (enfermedades, contrariedades), ¿estalla en quejas y protestas?
Entre mayor sea el número de respuestas afirmativas a estas preguntas, más bajo estamos en la escalera de la santificación.
¿Qué sigue? Identificar cuáles son nuestras debilidades y escoger nuestro defecto dominante para combatirlo como dice otra famosa película: Sin Piedad.
Aquí aplica aquello de “divide y reinarás”; dice el manual que debemos atacar nuestras imperfecciones de una en una, y jamás olvidar que solos, fracasaremos, pero con la ayuda de Dios, triunfaremos.
En el texto encontramos muchos ejemplos claros y concretos, sobre cómo podemos atacar los defectos que nos alejan de la santidad, haciendo cada día algo a favor de la virtud que estamos tratando de conseguir, y en contra del vicio que queremos evitar.
3 RETROCEDER NUNCA, RENDIRSE JAMÁS
Este combate es muy largo. Debemos batallar los 365 días del año y no dejar de luchar, sino hasta cuando el Señor nos llame “a calificar servicios”.
Tendremos momentos difíciles; seguramente perderemos muchas batallas, pero al final, lo lograremos. La clave está en nunca confiar en nuestras propias fuerzas.
Además, este manual detalla todas las armas que tenemos: la ayuda de la santísima Virgen, san Miguel Arcángel, la oración, la eucaristía, la mortificación, las jaculatorias y lo más importante, la humildad.
La indicación es clara: no rendirnos nunca. Por más desesperada que sea nuestra situación, “aunque parezca que nos sangra el corazón y el alma agoniza de sufrimiento”, hay que perseverar.
4 LA VIDA ES BELLA
El padre Scupoli nos invita a escoger la puerta estrecha, que es la que conduce a la santidad.
Es un camino exigente, pero también muy gozoso porque vemos que cada defecto que se encomienda al Señor, enseguida mejora.
Siempre que nos llevamos la contraria, por amor al Señor, es decir, con la única intención de agradarle, estamos cumpliendo el primer mandamiento; entonces vivimos en estrecha amistad con Dios, y la vida es muy bella así.
Una estrategia infalible para alcanzar la santidad
Este es un libro muy provechoso, y se encuentra en la web. Contiene una estrategia sencilla para alcanzar la santidad: combatir cada día por agradar a Dios y con la ayuda de Dios. Infalible.
Un último mensaje esperanzador: así tengamos 99 años, podemos santificarnos. No olvidemos la “Parábola de los obreros de la viña” (Mt. 20 1, 16).
Allí dice que el Señor pagó a todos por igual, a los que llegaron temprano y a los que llegaron de último. El Señor es inmensamente generoso y quiere que todos seamos santos.
Sigamos el sabio consejo de san Francisco de Sales, consultemos este valioso manual y vamos, ¡a por esa corona!
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«Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla;
sé nuestro amparo contra la perversidad
y asechanzas del demonio.
Reprímalo Dios, pedimos suplicantes;
y tú, Príncipe de la milicia celestial,
lanza al infierno con el divino poder a Satanás
y a los otros espíritus malignos,
que discurren por el mundo para la perdición de las almas».
(Oración a San Miguel Arcángel)
«El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2729).
«Tú, que eres mi hijo, fortalécete con la gracia de Cristo Jesús. Comparte mis fatigas, como buen soldado de Jesucristo» (2 Tm 2, 1. 3)
«He combatido bien mi batalla, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe» (2 Tm 4, 7)
«Sed diligentes sin flojedad; fervorosos de espíritu, como quien sirve al Señor» (Rm 12, 11),
«Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado» (1 Tm 6, 12)
«La noche va ya muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz» (Rom 13, 12).
«Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas» (Ef 6, 12).
«Ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Ef 6, 14-17)
«El cristiano no es flojo y cobarde, sino fuerte y fiel»
(San Pablo VI, Encíclica Ecclesiam Suam, n. 20, 6-8-1964)
Durante siglos, los aprendices de Jesús han hablado de los “tres enemigos del alma”: el mundo, la carne y el diablo. Como fuentes de tentación, se les considera una especie de “trinidad impía” en oposición a la Trinidad.
Se reflejan en la Tentación de Cristo en el desierto:
1) el mundo: tentar a Dios arrojándose del pináculo;
2) la carne: convertir las piedras en pan;
y 3) el diablo: adorar a Satanás.
Son las mismas tres tentaciones a las que se renuncia en el bautismo.
Las raíces de esta tríada se encuentran posiblemente en la parábola del Sembrador de Jesús: las tres escenas de tierra improductiva representan a “Satanás” (los pájaros que se comen la semilla), a los creyentes superficiales y poco receptivos (que corresponden a la “carne” débil), y a “los afanes del mundo y la atracción de las riquezas” (Marcos 4:15-17).
Pero los tres han desaparecido de la conversación en la iglesia occidental moderna. A menudo nos cuesta experimentar la vida que Dios tiene para nosotros y nuestro mundo. Tomar mayor conciencia de esta triple batalla tiene el potencial de abrir nuevos caminos hacia la victoria, mayor libertad y crecimiento en nuestras vidas.
Enemigos de la salvación
Estos son igualmente los enemigos de Dios, pues leemos en 1 Juan 2.15: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. Así vemos cómo el mundo se opone al Padre. Luego, en Gálatas 5.17, leemos sobre la carne:
“Porque la carne desea contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne; y éstos se oponen entre sí”.
Luego, en relación con el diablo, el Señor Jesús dice:
“En adelante no hablaré mucho con vosotros, porque el príncipe de este mundo viene y no tiene nada en mí” (Jn 14,30).
Así vemos que el mundo, la carne y el diablo son adversarios de Dios. Además, respecto al diablo, está escrito en 2 Corintios 4.3-4 “Pero si nuestro evangelio está oculto, está oculto para los que se pierden; en los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los que no creen, para que no les brille la luz del glorioso evangelio de Cristo, que es la imagen de Dios”.
En este contexto, hay tres hombres en la Biblia que perdieron la vista y que caracterizan los tres elementos mencionados. Estos tres hombres son Sedequías (2 Reyes 25.7), Sansón (Jueces 16.21) y Elimas (Hechos 13.11).
La Biblia enseña que cada uno de nosotros tiene un número de enemigos que guerrearán contra nosotros mientras vivamos. La vida aquí en la tierra es un campo de batalla. El cristiano debe ser un buen soldado. El compositor del himno dice: “Claro, debo luchar si quiero reinar; aumenta mi valor, Señor. Soportaré el trabajo, aguantaré el dolor, apoyado en Tu Palabra”.
Muchos de los que se acercan a Cristo son víctimas de la noción errónea de que la salvación marca el fin de las tentaciones serias. La realidad es que la conversión sólo marca el comienzo de un gran conflicto espiritual. Antes de la conversión, el diablo tenía pleno dominio en nuestras vidas. Satanás tenía las cosas a su favor y no tenía que presentar batalla. Pero cuando nos pusimos del lado del Señor, el conflicto se convirtió en un asunto importante. Así leemos en 1 Timoteo 6:12: “Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la que has sido llamado”.
La vida cristiana es realmente una guerra. Pablo dice en Efesios 6:12 que “luchamos” contra los poderes de las tinieblas. Es una trágica distorsión de la verdad cuando a veces los líderes de la iglesia y los evangelistas dan a entender que convertirse en cristiano lleva a una vida fácil, y que es simple y tranquila. Implican que salir del lado del Señor lo cura todo: una dosis y no hay más problemas. Y luego hay ciertas marcas de predicadores que dicen que seguir luchando y peleando es una señal de que uno nunca ha tenido una verdadera experiencia con el Señor. Pero fíjate que en Efesios 6 la batalla es una guerra que tú y yo tenemos que librar. La construcción gramatical de Efesios 6:10 dice: “Sed fuertes”, y en Efesios 6:11:
“Poneos toda la armadura de Dios para que podáis resistir”. La enseñanza que dice que si has estado tratando de pelear la batalla, debes dejar de hacerlo; entrégala al Señor y todo estará bien; ese tipo de enseñanza no se encuentra en Efesios 6, ni se encuentra en ninguna parte de la Biblia. ¡Debes luchar! ¡Debes seguir luchando!
Ef 6,10-18
Por lo demás, reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder, revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires. Por eso, poneos la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcáis firmes. Así pues, estad firmes, ceñidos en la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos para proclamar el Evangelio de la paz; tomando en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno. Recibid también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, mediante oraciones y súplicas, orando en todo tiempo movidos por el Espíritu, vigilando además con toda constancia y súplica por todos los santos.
Un tema que no pierde actualidad, porque el combate espiritual durará hasta el final, sea hasta que el Señor nos llame a la Patria celestial o hasta que Él retorne en Su gloria… Evadir este combate sería perder de antemano. Por tanto, es muy importante que lo aceptemos conscientemente. Esto no significa, de ninguna manera, que debamos ocuparnos constantemente del diablo. Basta con saber que existe y conocer sus intenciones, y prestar mucha atención a lo que nos dice el Apóstol sobre cómo ofrecer resistencia a sus astutos ataques, para ponerlo en práctica.
Ciertamente este combate es también una carga, porque ¿quién no quisiera vivir en paz con Dios y con el prójimo? Pero, al mismo tiempo, nos conduce cada vez más a Dios, puesto que con nuestras propias fuerzas no podríamos resistir contra este enemigo, y en todo momento necesitamos la ayuda del Señor. Así, este enfrentamiento nos lleva a Dios y puede hacer que nuestra oración sea realmente suplicante.
Si nos revestimos con la armadura descrita en el texto, Dios nos llevará, por una parte, a una mayor vigilancia; y, por otra parte, nos introducirá más profundamente en la fe. Aprenderemos cómo afrontar estos ataques, sacando provecho espiritual de ellos.
“Ceñirnos con la verdad” significa vivir de acuerdo a la Voluntad de Dios, seguir a Su Hijo y también ser sinceros con nosotros mismos y con los demás. Vivir en verdadera justicia es una “coraza” que difícilmente permitirá que nos hieran los dardos del Maligno.
Asimismo, el diablo perderá terreno cuando luchemos por el Evangelio; cuando otras personas hallen la fe a través de nuestro testimonio. Emplear el “escudo de la fe” significa aferrarnos a Dios y a todo aquello que Él nos ha concedido como verdad. Este “escudo” nos ayuda también contra los malos pensamientos, que vienen como flechas envenenadas (podrían ser, por ejemplo, pensamientos contra la fe, fuertes dudas, etc.) Si empuñamos la “espada de la Palabra de Dios”, que separa la verdad de la mentira y es luz en nuestros senderos oscuros (cf. Sal 119,105), tendrán que retroceder las tinieblas del ángel caído. Vemos, entonces, que Dios se vale de la enemistad del Maligno para bien de Sus fieles. Ellos están llamados a resistir y a consolidarse así en la fe. Y, más aún:
A través de los Suyos, el Señor vence los poderes del Mal en la Tierra, pues el Reino de Dios ha de expandirse y son el diablo y sus secuaces quienes lo combaten. ¡Así que tenemos el honor de luchar en el ejército de Dios como “guerreros de la luz”! De nuestra parte están los Ángeles fieles, los santos del cielo e incluso el ejército de las benditas almas del purgatorio. ¡Ellos intercederán por nosotros! Vivamos conscientemente nuestra fe y crezcamos cada día en el amor; llevemos a cabo las obras que Dios nos encomienda, unamos nuestros sufrimientos a los de Cristo, levantémonos una y otra vez después de las derrotas y confiemos en la Misericordia de Dios. Así podremos resistir en este combate, con la gracia de Dios.
Él está a toda hora junto a nosotros y siempre se apresura a socorrernos. Pero desea que también nosotros hagamos la parte que nos corresponde, para así demostrarle nuestro amor y lealtad. Antes de terminar, quisiera hacer referencia a la “oración de Jesús” u “oración del corazón”, que recomiendo encarecidamente para aquellos que quieran profundizar su vida de oración y poner en práctica las palabras de San Pablo, que nos exhortan a “orar en todo tiempo”. Al igual que el Santo Rosario, la “oración del corazón” es una oración maravillosa y muy eficaz contra los poderes de la oscuridad (Para profundizar en este tema, se recomienda leer las páginas 32-40 de este escrito del Hno. Elías.
Escuchemos a este respecto las palabras de un “staretz”, un maestro espiritual del mundo ortodoxo:
“Hijos míos, por el amor de Dios os suplico que ni por un solo instante dejéis de rezar la oración de nuestro Cristo. Vuestros labios han de invocar incesantemente el Nombre de Jesús, que destruye al diablo y a todas sus maquinaciones. Invocad sin cesar a nuestro Cristo, y Él se apresurará de todo corazón a ayudarnos. Así como uno no puede tocar y ni siquiera acercarse al hierro cuando está al rojo vivo, sucede también con el alma de aquel que pronuncia la oración con fervor. Los demonios no se le acercan… Pues, ¿cómo podrían?, siendo así que, al acercarse a él, son quemados por el fuego divino que está contenido en el Nombre de Jesús. El que ora queda iluminado; el que no ora, oscurecido. La oración nos concede la luz divina. Por eso, todo el que ora bien se convierte en luz y el Espíritu de Dios mora en él”.
Hay que confrontar a los 3 principales enemigos del alma: el demonio, el mundo y la carne. Te mostramos cómo vencerlos con la ayuda de Dios.
El Demonio, el Mudo y la Carne, son 3 enemigos del alma a los que hay que tenerles mucho cuidado. Debemos prepararnos para combatir y vencerlos con la ayuda de Dios.
Los soldados y los atletas exitosos saben que el conocimiento de su enemigo u oponente es una clave para la victoria en la batalla y el éxito en la cancha. Un pitcher de béisbol estudia al bateador como un peine fino, detectando las debilidades del bateador. Si el bateador puede golpear una bola rápida, el pitcher buscará dentro de su arsenal para lanzarle una bola curva o un cambio de ritmo, cualquier tiro que sea capaz de generar el ponche. El mismo principio puede ser aplicado al ejército en una guerra. Donde hay una apertura y debilidad, van por la victoria.
Deberíamos aplicar esto en nuestra vida espiritual
La teología clásica espiritual define tres enemigos básicos del alma en nuestra vida espiritual: ¡el mundo, el demonio y la carne!
Pelear duro la batalla del alma.
Ser un cristiano es ser un soldado, y estar listo para la batalla. De hecho, el cristiano está en un constante estado de guerra.
El sacramento de la confirmación nos comisiona a pelear la buena batalla, a correr la buena carrera, y a esparcir y defender la fe, algunas veces aún a costa de nuestra propia vida, como es el caso de los mártires.
3 enemigos del alma: Mundo, Demonio y Carne.
Debemos de confrontar a estos tres principales enemigos: el demonio, la carne y el mundo, y con la ayuda de Dios y su gracia santificante alcanzaremos la victoria.
1. El demonio.
Satanás, Lucifer, el príncipe de este mundo, el mentiroso, el asesino desde el principio, todos estos títulos han sido dados al demonio en la Biblia. San Ignacio llama al demonio el enemigo de la naturaleza humana; Santo Tomás de Aquino le llama el tentador; San Agustín lo define como a un perro bravo encadenado y listo para atacar; San Patricio lo ve como un león rugiente que busca a quién devorar. Todos estos nombres y títulos señalan la maldad de la persona del demonio.
¡Su estrategia! Para vencer al demonio, debemos estar correctamente consciente de su estrategia, aquí algunos consejos:
Primero: el demonio nunca descansa o se va de vacaciones. ¡Él trabaja 24/7! Su trabajo termina una vez que somos derrotados por la muerte.
Segundo: cuando nos encontramos en un estado de desolación (de acuerdo a San Ignacio de Loyola) entonces es cuando el demonio lanza sus feroces flechas y dispara a matar. El Estado desolación significa, cuando no sentimos con poca fe, con poca esperanza o caridad, perezosos tímidos, deprimidos y desalentados, ¡listos para tirar la toalla y simplemente darnos por vencido! ¡Ese es la hora prima del demonio!
Tercero: El demonio conoce tu kriptonita. Superman era intrépido, omnipotente y victorioso siempre, excepto cuando era expuesto a la kriptonita, ese era su fin y su derrota. Todos tenemos nuestra propia debilidad.
El demonio sabe cuál es nuestra kriptonita, porque ha estudiado cada paso que damos y es un excelente psicólogo. Y aparte, él puede anticipar y predecir nuestras futuras caídas y pone trampas en el tiempo. Ruega al Espíritu Santo que te revele cuál es tu propia Kriptonita; pregúntale a tu confesor o a tu guía espiritual.
2. La carne
El demonio nos ataca desde afuera; la carne se revela desde adentro. Como resultado del pecado original todos tenemos una naturaleza humana, a la que Santo Tomás Aquino llama concupiscencia.
San Pablo menudo nos recuerda de su batalla interna que se libra dentro de nosotros entre la carne y el espíritu.
El gran apóstol mismo expresa la batalla que él libraba, diciendo que bien que lo que él deseaba hacer terminaba siendo totalmente lo opuesto. En el jardín de Getsemaní Jesús advirtió a los apóstoles:
"Estén despiertos y oren para que no sean puestos a prueba; porque el espíritu se afana pero la carne es débil".
La carne puede ser resumida a los siete pecados capitales, estas tendencias desordenadas, proclives o inclinaciones que nos llevan al pecado. Ellas son: la glotonería, la avaricia, la pereza, la lujuria, la ira, la envidia y el orgullo.
Si no logramos vencer estas tendencias a través de la gracia de Dios seremos esclavos realmente, como Jesús lo dijo el pecado es la esclavitud; aun así, si logramos vencerlas, experimentaremos la paz y la libertad de los hijos de Dios.
3. El Mundo
De los tres enemigos el mundo es el más insidioso, laborioso y extremamente peligroso. El mundo en el que vivimos, en el cual nos encontramos rodeados, se inclina a engañarnos, hacernos creer que la verdadera y eterna felicidad puede ser encontrada y realizada aquí en la tierra. En otras palabras la tierra es nuestra utopía.
Jesús nos promete lo opuesto. En esta vida ustedes tendrán luchas y batallas, y Jesús aún nos dijo que seremos odiados y perseguidos y probablemente muramos incluso en manos de nuestras propias familias. Incluso Jesús fue tentado por el demonio que le ofreció a Él el mundo. (Mateo 4).
Nuestra Señora de Lourdes le dijo a su vidente Santa Bernardette que la verdadera felicidad no podía ser encontrada en este mundo. El cielo es nuestra verdadera y permanente casa; mientras tanto somos peregrinos que de ambulan por el mundo enrumbándonos hacia nuestro destino final.
El mundo todo lo que nos ofrece es extremadamente engañoso y mentiroso, se aferra a nosotros, casi puede penetrarnos como por ósmosis. Como cuando caminamos por un camino polvoso, el polvo desciende sobre nosotros sin darnos cuenta. Ese es el mundo.
Estas son algunas de las cosas que el mundo nos dice típicamente y que están diametralmente opuestas es a los valores del Evangelio:
"Sólo se vive una vez"
"Comete al mundo"
"¿A quién le importa lo que yo haga?"
"Vive y deja vivir"
"Dale un poco de su propia medicina"
"Solo hazlo"
"Porque yo lo valgo"
"Como y bebe sin limites".
Examen diario de San Ignacio.
Es por esa razón que el examen diario de conciencia de San Ignacio de Loyola es monumental si en realidad queremos desenmascarar la mundanidad de nuestros días y optar por escoger perseguir los valores del Evangelio y caminar en las huellas de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
A través del examen de nuestras acciones, motivaciones e intenciones a la luz del Evangelio podemos mantenernos en el camino recto y estrecho
¡Sean Valientes! Mis amigos en Cristo. Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá estar contra nosotros? El señor es mi pastor; nada me faltará. Jesús nos da estas palabras en las que nos promete la victoria:
"Tengan valor, Yo he vencido al mundo; yo estaré siempre con ustedes hasta el final de los tiempos".
Debemos de luchar mano a mano con Jesús, María y San José en la victoria sobre el demonio, la carne y el mundo, que será nuestra.
"Y no me digas que no quieres combatir; porque en el instante mismo en que me lo dices, estás combatiendo; ni que ignoras a qué lado inclinarte, porque en el momento mismo en que eso dices, ya te inclinaste a un lado; ni me afirmes que quieres ser neutral, porque cuando piensas serlo, ya no lo eres; ni me asegures que permanecerás indiferente, porque me burlaré de ti, como quiera que al pronunciar esa palabra ya tomaste tu partido. No te canses en buscar asilo seguro contra los azotes de la guerra, porque te cansas vanamente; esa guerra se dilata tanto como el espacio, y se prolonga tanto como el tiempo. Sólo en la eternidad, patria de los justos, puedes encontrar descanso; porque sólo allí no hay combate; no presumas, empero, que se abran para ti las puertas de la Eternidad si no muestras antes las cicatrices que llevas; aquellas puertas no se abren sino para los que combatieron aquí los combates del Señor gloriosamente, y para los que van como el Señor, crucificados". José Donoso Cortés
El cristiano debe ser soldado de tiempo completo. No hay tiempo para la remembranza de batallas pasadas, como hacen los generales retirados. La lucha no termina sino hasta que alcancemos la bienaventuranza eterna. No hay tiempo para descansos ni para armisticios con el error y el pecado. Ni niño, ni joven, ni adulto, ni viejo, ni enfermo, puede detenerse. Su lucha puede adecuarse a su momento y circunstancia, pero nunca termina.
«La guerra se dilata tanto como el espacio, y se prolonga tanto como el tiempo. Sólo en la eternidad, patria de los justos, puedes encontrar descanso; porque sólo allí no hay combate; no presumas, empero, que se abran para ti las puertas de la eternidad si no muestras antes las cicatrices que llevas; aquellas puertas no se abren sino para los que combatieron aquí los combates del Señor gloriosamente, y para los que van, como el Señor, crucificados». Donoso Cortés.
Guerreros de Cristo
LOS MALOS SOLDADOS
"Debo decir algo sobre los malos soldados del Rey Cristo, es decir, los cristianos cobardes. Nada aborrece tanto a un Rey como la cobardía de sus soldados; si sus soldados son cobardes, el Rey está listo. No hacen honor al Rey Cristo los cristianos que tienen una especie de complejo de inferioridad de ser cristianos. [...]
Para que Cristo sea realmente Rey, por lo menos en nosotros, hemos de vencer el miedo, la cobardía, la pusilanimidad; no ser ‘hombres para poco’, como decía Santa Teresa, y ¡pobre de aquel a quien ella se lo aplicaba! ¿Y cómo podemos vencer al miedo? ¡El miedo es un gigante! ‘¿Os olvidasteis que Yo estaba con vosotros?’." Padre Leonardo Castellani
"EL CRISTIANO HA NACIDO PARA LUCHAR"
PAPA LEÓN XIII
“Retirarse ante el enemigo o callar cuando por todas partes se levanta un incesante clamoreo para oprimir la verdad, es actitud propia o de hombres cobardes o de hombres inseguros de la verdad que profesan.
"La cobardía y la duda son contrarias a la salvación del individuo y a la seguridad del Bien Común, y provechosas únicamente para los enemigos del cristianismo, porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos. El cristiano ha nacido para la lucha”.
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