EL Rincón de Yanka: 🕂 EL EVANGELIO, PIEDRA ANGULAR DE EUROPA Y LA TRADICIÓN DE LA LIBERTAD 🕂

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martes, 19 de abril de 2022

🕂 EL EVANGELIO, PIEDRA ANGULAR DE EUROPA Y LA TRADICIÓN DE LA LIBERTAD 🕂

El cristianismo es mucho más que Europa, pero no existiría Europa sin el cristianismo. El Occidente que sobrevivió al naufragio de la antigüedad grecorromana –el norte de África se perdió para siempre– evitó convertirse en el finis terrae de Asia gracias al Evangelio. De las cenizas del Imperio, urgida por la amenaza del Islam, surgió una nueva civilización, fundamentada en el ideal del reconocimiento de la dignidad de toda persona, creada a imagen de Dios. Hubo más aportaciones, con el cristianismo siempre como argamasa: la auténtica fe no niega nada de lo que hay de bueno, bello y verdadero en cualquier cultura. Una Europa empeñada en borrar todo rastro de sus raíces cristianas, en cambio, sólo puede encaminarse hacia su disolución, mientras se convierte en implacable depredadora para el resto del mundo.
Hay vida fuera de Europa, pero nadie puede disputar al Viejo Continente su condición de primado. Europa ha sido «fermento de civilización», dijo el Papa hace un año, en el 50 aniversario de la Comunidad Económica Europea. Pueblos y naciones de todo el mundo han tenido que revestirse de europeísmo para poder situarse en las corrientes del progreso; es lo que Luis Díaz del Corral llamó el rapto de Europa. 

La pasión de los japoneses por Beethoven, más que una anécdota, es reflejo de este fenómeno, explica el historiador don Luis Suárez. «Incluso el marxismo, que ha transformado Asia, no es otra cosa que un producto europeo», inexplicable fuera de una civilización cristiana, aunque intente pervertir esta herencia. 
El profesor Suárez acaba de publicar, en la editorial Ariel, La Europa de las cinco naciones, y ha participado en la elaboración de La identidad de Europa. Tradición clásica y modernidad, editada por Dalmacio Negro Pavón y Pablo Sánchez Garrido para CEU Ediciones. Se trata de una colección de ensayos a partir de diversos seminarios celebrados entre 2005 y 2007 en el Instituto CEU de Humanidades "Ángel Ayala", que analiza la crisis espiritual del continente, «una situación muy extraña –en palabras del profesor Negro–, en la que parece prevalecer el auto-odio de los europeos, que desprecian sus tradiciones y su cultura», lo que ha generado una alarmante «falta de vitalidad», patente incluso en la incapacidad de los europeos en edad fértil de garantizar el reemplazo generacional, mientras se dispara la promiscuidad, como sucedió ya durante la decadencia del mundo grecorromano. 

Llama la atención que el nihilismo en la raíz del problema «lo promueven e impulsan las clases dirigentes y los Gobiernos», quizá porque «el poder siempre ha encontrado un vigoroso límite gracias a la cultura cristiana» en Europa. 

¿Qué es Europa? ¿Pero qué caracteriza a Europa? La lista de factores sería interminable. El profesor de Ética Manuel Oriol, de la Universidad CEU San Pablo, aborda algunos en su Aproximación filosófica al êthos europeo, incluido en La identidad de Europa. Entre otras cosas, «la concepción en muchas civilizaciones del hombre como subordinada a la naturaleza es superada en la visión europea, debido a su raíz judeocristiana… La naturaleza queda desanimada, desprovista de alma propia. Y gracias a ello se puede dominar, se puede estudiar». Además, el cristianismo introduce una concepción lineal de la Historia, frente a la anterior, de tipo cíclico. Ahora, «la Historia tiene un sentido, camina hacia algún punto...» Puede nacer la idea de progreso, «tan característica de nuestra civilización». 

Por otra parte, «el valor de cada persona alcanza con el cristianismo su cenit», y la razón humana, compatible con la fe, descubre un vastísimo horizonte. De todo ello se deriva una peculiar forma de comprender el poder, desconocida fuera del cristianismo y el judaísmo: «El hombre antiguo queda reducido a una pieza del engranaje político» (también en las democracias atenieuna pieza del engranaje natural. El hombre vale en la medida en que es parte de algo, no en sí mismo». Y este reconocimiento radicalmente cristiano de la dignidad y de la libertad humanas, junto a la confianza en la razón, permite «la distinción entre el ámbito de lo secular y de lo religioso, tan propia de las sociedad europeas, y condición de posibilidad tanto de la sana laicidad como del laicismo». 

La primera reflexión consciente sobre qué es Europa la encontramos en el año 580, en la conversación entre dos personas en el Palacio Imperial de Constantinopla, como relató don Luis Suárez en la presentación de "La identidad de Europa". «Una de ellas se llamaba Gregorio, pertenecía a una ilustre familia romana, y pocos años después iba a ser Papa, san Gregorio Magno. La otra persona se llamaba Leandro. También era de una gran familia latina, pero procedía de España, y había llegado allí con un tema difícil…: 

¿Qué se podía hacer con estos visigodos, que se habían hecho dueños del poder? Y en aquellas conversaciones de pasillo, ambos descubrieron la clave de Europa. Lo importante es sembrar en la gente la idea de que Dios es amor. Todo esto lo recogen en un libro, "La Regla Pastoral"... ¡El modo de hacer Europa es el modo de hacer el hombre!» Pasaron algunos años. 
«En un rincón de Inglaterra vivía san Beda el Venerable, que se vio sacudido por una terrible noticia: dos de las seis naciones o diócesis se han perdido. África, para siempre, y España. Y Beda se pregunta: ¿Qué nos queda? 
Hemos perdido el Mediterráneo, no sabemos qué va a ser de Italia… Nos queda algo nuevo, que ha conseguido mantener la herencia cristiana, pero no el esquema político, social, cultural… del Imperio. Y san Beda utiliza por primera vez el nombre de Europa». Poco después, desde la Córdoba musulmana, un monje mozárabe recibe una noticia que le llena de alegría: 

«Los musulmanes han sido derrotados en Poiters por Carlos Martel y sus europenses. Un nieto de Carlos Martel se llama Carlos también; se le conocerá como Carlomagno y se hablará del Emperador de Europa. Europa es, por tanto, el secreto profundo de una recuperación de algo que parecía perdido. Y tanto se salva que, en medio de tremendos trabajos, España consigue ser reconquistada, como si hubiese –lo dicen así los cronistas medievales– un extraño designio de Dios, que no permitió que se perdiera del todo…» 
No sólo iba a descubrir América y a darle la forma que hoy tiene. «¿Cuál es el primer texto legislativo que libera a los siervos? El Fuero de León. ¿Dónde se crean Asambleas Legislativas con título de Corte o Parlamento? En el mismo reino de León y en los demás reinos de España. ¿Y cuándo se establecen como ley fundamental los derechos naturales humanos? En el Testamento de Isabel la Católica».
La Europa de las cinco naciones Europa, como explica en "La Europa de las cinco naciones" don Luis Suárez, fue sinónimo de Christianitas, Universitas christiana o Respublica christiana hasta mediados del siglo XV. 
«Fue entonces cuando se descubrió que había otras cristiandades y la posibilidad de fundar algunas nuevas... Esto obliga, desde la época de Pío II, a volver al término primitivo, Europa». En el Concilio de Constanza (1414-1417), «se dijo que Europa era la suma de cinco naciones: Italia, Alemania, Francia, España e Inglaterra», herederas del Imperio y trasunto de las antiguas diócesis de Diocleciano. 

Cinco naciones y cinco votos, unidas por el fuerte vínculo del cristianismo y por todo lo que de él se deriva. «No hacía mucho que la Iglesia, por medio de un Papa, había tomado una decisión trascendente: definir la existencia de tres derechos inherentes a la naturaleza humana –vida, libertad y propiedad–, que tendrían que ser forzosamente reconocidos incluso en los aborígenes de las islas atlánticas que se estaban descubriendo». Pero se había iniciado ya el comienzo del fin de aquella unidad, que estallaría con el Cisma de Occidente. «Dos Europas, una predominantemente latina y otra sajona y germánica, se enfrentaron, llegando a guerras que se califican de religiosas. El conflicto no concluyó hasta que, en 1648, las potencias implicadas se reunieron en un Congreso de paz». 

En el nuevo sistema que nace de Westfalia, «la paz dejaba de depender de la obediencia a una autoridad moral común y se confiaba a un equilibrio entre los propios Estados, que pugnaron en adelante por imponer su hegemonía. Y así Europa entró en una sucesión de guerras, cada vez más costosas –guerras de Luis XIV, Sucesión española, Pragmática, Siete Años, Napoleónicas, Crimea, 70, 14, 39–, que parecían condenar a un desgaste. En 1947 tres políticos de tres naciones distintas –Francia, Alemania e Italia–, impulsados por la experiencia comunicada por Winston S. Churchill, lanzaron la propuesta de que era preciso detenerse en este camino y permitir a los europeos recobrar los signos de identidad. No es un azar que Schumann, Adenauer y De Gasperi fuesen católicos practicantes». 

Una vez más, el cristianismo es percibido como la tabla de salvación tras el desastre. No se trata ya de restaurar la Cristiandad, pero sí de reconstruir Europa sobre valores fundamentales que nacen del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia: derechos humanos, dignidad de la persona, solidaridad entre los pueblos y naciones, principio de subsidiariedad frente a estatalismo... ¿Y hoy? «¿Qué ha quedado del proyecto de integración europeo?», se preguntó don Luis Suárez en la presentación de "La identidad de Europa". «Una mera falsificación. Europa es hoy un mercado común, en donde lo único que verdaderamente importa son los intereses económicos». Pero de esta Europa desalmada no sólo son responsables los banqueros. «Los cristianos, y en especial los católicos, no hemos sabido defender el patrimonio que teníamos».

La Europa frustrada se revuelve contra el Padre 

El catedrático emérito de Filosofía del Derecho y Sociología, de la Universidad CEU San Pablo, don Enrique Martín López sintetiza en unos pocos puntos la historia de las ideas y creencias que han conformado el êthos de Europa. Éste es un fragmento de su introducción a la segunda parte del libro "La identidad de Europa", sobre Pensamiento: 

● El cristianismo fue implantado en el seno de una civilización corrompida (la grecorromana, ya en decadencia). Pero el proceso fue largo y penoso. A fin de cuentas, ¿cómo ha de ser el mundo cristiano? ¿Cómo han de construir el reino de este mundo los hombres cuyo reino no es de este mundo? 
● En el desarrollo de la sociedad cristiana medieval, se realiza la plena recepción del pensamiento filosófico grecorromano y la construcción sistemática de una cosmovisión en la que se armoniza la razón y la fe. Otros elementos fundamentales proceden del mundo bárbaro, incorporado más bien al cristianismo que a la romanidad, y proporcionan un componente de frescura y de noble primitivismo. Recuérdese el comentario de Clodoveo al escuchar la historia de la pasión de Cristo: «¡Ah, si yo hubiera estado allí con mis francos…!» 
● Al amparo de un deseo de depurar el cristianismo, comienza un proceso de ruptura, por obra de la Reforma. La fractura religiosa rompe la unidad ideológica de Europa y profundiza las distancias entre los pueblos. A la par que la razón y la fe se distancian, se sientan las bases para que el hombre y los pueblos europeos se distancien de Dios. 
● Los principios reformistas de la libre conciencia y de la soberanía popular, que servirán para demoler las estructuras de la cristiandad medieval, no servirán para construir un orden social nuevo. Lo repetirá Augusto Comte hasta la saciedad: «Lo que sirve para destruir no sirve para construir». La idea de la nueva cristiandad y de la paz perpetua son sólo pensamientos utópicos. Se desarrollará un nuevo êthos. No se trata ya de buscar el reino de Dios y su justicia. La trascendencia cede su lugar a un proceso de secularización, que concibe el mundo como un campo de fuerzas y poderes. Del desprecio a los débiles y a la religión, nace la ética voluntarista del superhombre. El resto de la sociedad europea, falta de contenido moral y abandonada a su suerte, es simple masa. 
● Llama la atención que se pretenda reelaborar el espíritu de Europa a partir de los principios que destruyeron la única Europa que hasta ahora ha existido. Frente al concepto de persona, la idea del individuo; frente a la idea del bien común comunitaria, el ralo concepto del interés general societario... Tal vez sea aplicable a Europa lo que ha teorizado René Girard: el paso del deseo mimético a la violencia justificada como un acto sagrado. Tal vez Europa, que durante siglos se propuso como ideal la imitación de Cristo, fracasada en el intento, vuelva su violencia contra Él, convirtiéndolo en chivo expiatorio, y proponiéndose la doble tarea de borrar y negar toda huella de Cristo. En tal coyuntura, la tarea del pensador cristiano viene exigida por su propia fe... Jaspers termina así su Ambiente espiritual de nuestro tiempo: «Hay que hacer lo que en conciencia se deba, aunque sea inminente el fin de todo»


DALMACIO NEGRO
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Prólogo de José M.ª de la Cuesta Rute

En primer lugar, el profesor Negro confiere a las históricas guerras entre el Papado y el Imperio un significado capital en el proceso histórico de secularización. La legitimación del poder político tras dichas guerras se decanta inequívocamente por la segunda Espada,1 la del Imperio. Pero el libro que el lector tiene en sus manos no se queda en la mera descripción de los hechos. El autor va más allá, poniendo de relieve (descubriendo)2 el sentido de la transformación de la tradición li beral en la acción política. El autor presta una atención desusada y plenamente original a subrayar la trascendencia de la religión cristiana en la configuración liberal de la conducta política. Huelga decir entonces que la crisis del cristianismo es causa igualmente de la crisis de la tradición liberal. No me resisto a subrayar la lúcida referencia del profesor Negro al gnosticismo y al pelagianismo como formas desviadas de la verdadera religión. Aludo a ellas en relación con la importancia que se les ha concedido en la última (por más reciente, aclaro) exhortación apostólica, Gaudete et exsultate.3 En segundo lugar, el autor enfoca magistralmente el robustecimiento del poder bajo la forma de Estado. Destaco muy especialmente este aspecto por la originalidad con que trata la vivencia de la fe cristiana como forma de instalarse y entender la vida y cómo ello lleva a las formas adoptadas por el poder político en la Modernidad. El autor censura sin tapujos tanto la soberanía como la democracia moderna. Las referencias al consabido «consenso» son de una limpidez y dureza poco habituales. Se agradecen. La superficialidad que en nuestros tiempos ha impuesto la —dicho sea con el sarcasmo que merece— corrección política obliga a significar que las críticas al «sistema» no convierten a quien las efectúa en alguien calificable de antisistema. Esa generalizada calificación se emplea al objeto de paralizar de facto 4 cualquier intento de proponer innovaciones inteligentes discrepantes del llamado «progresismo». Es perversamente lógico si consideramos que ser progresista implica de suyo permanecer refociladamente en cualquier error. Inmune a la idiocia políticamente correcta, el profesor Negro provoca la crítica al Estado al señalar algunos de sus caracteres, que des grana sin desmayo. En tercer lugar, quiero subrayar otro aspecto que presenta el libro: su expresa referencia al Derecho, que no me conmueve especialmente por razones subjetivas. Entiendo que la concepción acerca del Derecho y de su función repercute de modo muy considerable e influyente en la «tradición liberal». Que el profesor Negro se refiera a circunstancias del deber-ser propiamente jurídico —y no lo deje sumido y confundido en una difusa filosofía moral o política— resalta dos rasgos esenciales del libro: el acierto metodológico del autor en referencia a «la tradición liberal» y su respeto a la verdad de las cosas. Para no alargar indebidamente este prólogo me limitaré a señalar que no cabe hablar de verdadera acción política liberal si no se cuenta con la asistencia del Derecho. Por supuesto, hablo del Derecho concebido como ius commune y de ninguna manera como legislación que suministra reglas a cuya positividad hemos de ajustar coercitivamente nuestra conducta. El Derecho, entendido como un conjunto de obligaciones (deber ser) reducidas al positivismo normativista, no sirve más que como referencia al «estado de derecho», cláusula esta que en nuestros días encierra apenas un simple lugar común del que tendríamos mucho que hablar. Con estas líneas no he agotado la inmensa cantera que justifica el interés del libro del profesor Negro. En realidad, por mor de la brevedad obligada, tan solo he intentado reflejar alguno de los puntos susceptibles de despertar el deseo de su lectura. Si lo he conseguido habré cumplido mi objetivo, porque tanto el tema del libro y su tratamiento general como, en fin, su particular consideración de los muchos otros aspectos que este contiene, constituyen la base de las ideas fecundas sobre las que asentar la vida —personal y pública— de acuerdo con la antropología más rigurosa y lejos de las ideologías imperantes. Libros como La tradición de la libertad dejan en evidencia las insufribles ideologías rampantes de nuestros días: aunque solo fuera por eso, merecerían la mayor de las bienvenidas. Pero el libro alberga más riquezas, así que no necesito explicar mi vehemente felicitación a su autor. Termino añadiendo la satisfacción que me produce, en primer lugar, que el Centro Diego de Covarrubias, al que pertenezco, haya premiado una obra como la que el lector tiene en sus manos. En segundo lugar, agradezco que el Centro me haya encargado prologarlo.
San Lorenzo de El Escorial, mayo de 2018
JOSÉ M.ª DE LA CUESTA RUTE
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1 Nos referimos a la Teoría de las dos Espadas, predominante en la filosofía política medieval.
2 Etimológicamente, quitando el velo que cubre los mecanismos profundos de funcionamiento.
3 La exhortación apostólica Gaudete et exsultate del papa Francisco data del 19 de marzo de 2018 y versa sobre la llamada a la santidad en el mundo actual.
4 Y si se me permite abundar, ex ante


"El cristianismo en Europa ha sido sustituído por la socialdemocracia como religión y eso determina el país y determina todo. La socialdemocracia es la religión vigente hoy en Europa, en la cual, por cierto, ha entrado también la Iglesia". Dalmacio Negro


16.- ¿Qué significa el Estado que emergió de la contrarrevolución como deus mortalis?[1]

Teológicamente, significa la abolición de Dios Creador, o por lo menos su suplantación en lo que concierne a este mundo. La Creación bíblica implica la creación del orden universal; según una vieja distinción escolástica, de potentia ordinata, es decir, dotando al mundo de sus propias reglas, unas reveladas (las leyes divinas, los “mandamientos”), otras a descubrir por el hombre (las leyes naturales), de modo que in interiore homini habitat veritas (San Agustín).[2] El Estado sin ataduras, desligado del Dios inmortal, implica en su plenitud, la creación racional, como una suerte de torre de Babel, de un nuevo orden artificial desligado si no contrapuesto al orden natural por creación divina; o increado, según las religiones no bíblicas puramente naturalistas, pero ajeno a la voluntal humana en todo caso. Ahora se trata de un orden artificial cuyas reglas impone el poder político según el principio in exteriore homini habitat veritas. Todo Estado -incluido el Estado más totalitario imaginable-, es por eso Estado de Derecho.

Metafísicamente, significa la abolición del principio de trascendencia y la eclosión o triunfo del de inmanencia. El gurú socialdemócrata Jürgen Habermas habla de una trascendencia puramente secular, de este mundo, lo que implica la sustitución de las religiones por las ideologías moralizantes o religiones civiles según las conveniencias del orden estatal. Significa la libertas indiferentiae como principio, de manera que cada uno interpreta a su conveniencia el bien y el mal y, si tiene poder, reduce la voluntad de los demás a la libertad de ajustar su conducta a las motivaciones que aseguran su dominación.

Históricamente, significa que el Estado arrebata a la Iglesia la auctoritas, el derecho sin cortapisas de definir la verdad –«Jesús enseñaba con autoridad» (Mc. 1, 20)-, eliminando así la distinción capital entre los dos poderes, el de la Iglesia como institución (derivado de la auctoritas) y la potestas inherente al poder temporal; distinción cuya tensión ha hecho posible la historia de Occidente como historia de la libertad. La Verdad del orden es ahora la verdad estatal según la conocida regla de Hobbes auctoritas, non veritas legis habet rationem (vigorem en otra versión de esta frase: la autoridad, no la verdad, es la razón o causa de la ley;). Los gobiernos estatales imponen su voluntad sin ninguna cortapisa, aunque estuvieron autocontenidos mientras estuvo vigente el êthos cristiano, que se afanan ahora en liqudar sovietizando o bolchevizando la Legislación.

Políticamente, significa la marcha ininterrumpida de la estatalidad hacia el Estado Totalitario, la forma contemporánea del estatismo. Una forma más suave, legal -el Estado de Derecho, que es en realidad un Estado Legislativo-, en comparación con los Estados Totalitarios clásicos, que persiguen el mismo fin, la sociedad perfecta, utilizando directamente la violencia. El actual Estado Totalitario[3] se inspira en la búsqueda de la fraternidad igualitaria, la felicidad general, etc., controlando la vida “desde la cuna hasta la sepultura”. Como recomendaba a su gobierno el economista sueco Gunnar Myrdal, «hay que proteger a las personas de sí mismas». Su forma política es el Estado de Bienestar, un Estado Fiscal, y sus instrumentos principales la propaganda, la educación y la política económica. El arma principal de esta última es en efecto la política fiscal: impuestos como el de la renta, que necesitan de una policía administrativa mucho más controladora de la vida personal, hasta detalles íntimos (en la práctica los funcionarios suelen tener más sentido común que los políticos al aplicar la legislación), que la policía criminal. Esta última se limita a los delitos, que son excepciones a la vida normal; pues la corrupción actual es estructural a causa de la enorme expansión del Estado, que no es ya más que una enorme máquina depredadora. Un puro Estado Fiscal al servicio de las oligarquías, sin otro objeto que el de vegetar parasitariamente.

La gente normal que quiere emprender algo o prosperar legítimamente, o simplemente conservar lo suyo, tiene que contar casi inevitablemente con la intrincada legislación y acaso con complicidad de alguien situado en el aparato politico o burocrático (los burócratas suelen ser más escrupulosos), que le facilite las cosas. Otras exacciones especialmente lesivas son los impuestos sobre la herencia, sucesiones y donaciones, que eliminan la propiedad, garantía de la independencia, sobre todo la mediana y pequeña de las clases medias y destruyen la base económica de la familia (igual que el impuesto sobre la renta, que dificulta o impide ahorrar) y perturban las relaciones familiares. Todos ellos y algunos más constituyen una importante causa material (concurren también otras, que omito por razones obvias) de la gravísima -decir gravísima es quedarse corto- crisis demográfica, que asuela Europa y al mundo occidental en general. Apenas Rusia o Hungría se preocupan seriamente por animar la natalidad restringiendo o prohibiendo el aborto, anticonceptivos libres, matrimonio homosexual, ayudando a la familia, etc. Hay otras policías a medias administrativas y a nedias criminales: la del pensamiento, la de la salud, la ecologista, la feminista, etc. Ante esto, es el conformismo la actitud general y las mismas Iglesias parecen estar paralizadas o sumidas en la indiferencia.

17.- La Iglesia representaba precisamente, lo público antes de la Reforma, consistiendo la ciudadanía en la pertenencia a la Cristiandad. Moderaba la política con su auctoritas como un ejercicio de caridad en tanto miraba al bien común, aproximadamente según la regla de San Agustín in necesarius unitas, in dubiis libertas, in omnibus charitas. Al afirmarse las monarquías absolutas, cuyo fundamento es el derecho divino de los reyes (la única manera de justificar el principio hereditario, observó Bertrand de Jouvenel), la Iglesia renunció de facto a la auctoritas (que se refiere al saber) con la ingenua doctrina del cardenal Roberto Bellarmino de la potestas indirecta de la Iglesia sobre el Estado, reduciendo así la auctoritas a la potestas (que se refiere al poder, la fuerza), y quedando unidos simbólicamente la Iglesia y el Estado por la alianza del Trono y el Altar -el Trono en primer lugar-, en los países católicos, remedando la unión de la Iglesia y el poder político en los protestantes. De esta manera, mientras el mundo protestante evolucionaba de modo casi natural hacia la secularización y el secularismo (hacia la politización: los conceptos teológicos se revuelven contra su origen) en el sentido que les dio a estas palabras el teólogo luterano Gogarten, el mundo católico, al legitimar la Iglesia al Mortall God estatal con esa alianza entre el Trono y el Altar evolucionó hacia el anarquismo al margen de la Iglesia y el Estado, y hacia el laicismo radical, en la misma medida en que se impuso la estatalidad.

La contrarrevolución francesa, en principio una revolución política contra la Monarquía y la Iglesia, consagró la estatalidad al liberar el Estado de las monarquías despóticas, como un Estado-iglesia, siguiendo la tendencia protestante, al poner como titular de la soberanía a la Nación Política en representación de la voluntad popular: la voluntad del pueblo político del deus mortalis a diferencia de la voluntad del Pueblo de Dios depositario de poder (la Nación Histórica) conforme a la concepción fundada en la omnipotentia iuris en el orden por creación.[4] La ciudadanía dependía ahora de la pertenencia a un Estado y la ley estatal se convirtió en la expresión de la palabra del dios mortal, que determina como tiene que ser la conducta pública del hombre exterior,[5] bajo la amenaza permanente de las sanciones que impone la misma ley en el caso de desobediencia. El temor a la condenación eterna, un asunto individual o personal del hombre religioso, se transformó en el miedo colectivo del hombre exterior al poder del Estado. Miedo que se convierte para el disidente en el equivalente al miedo al infierno, cuando la estatalidad adopta abiertamente la forma del Estado Totalitariode cualquier signo.[6]

18.- Sin más limitaciones que las inherentes a su propio poder y a la existencia de otros poderes políticos, la Legislación, en muchos casos “bestial”, como denunciara Bertrand de Jouvenel en el caso de los antiguos Estados Totalitarios, florece hoy por todas partes. La Legislación detallista, profusa, difusa, confusa, obtusa, abusiva, inextricable, contradictoria, en definitiva técnica, habitúa a los juristas a la interpretación literal, positivista, del Derecho, fomenta la corrupción estructural y sanciona leyes inicuas (aborto, matrimonio homosexual, eugenesia,…). Pessima res publica plurimas leges (Es pésima la cosa pública regida por multitud de leyes), sentenciaba Tácito. “Multiplicad las leyes y multiplicaréis la corrupción”, observaba Lao-tsé. Ernst Jünger decía que como «el Derecho se ha convertido en un arma», la única solución es “emboscarse”. Pues, en situaciones semejantes, prosigue Jünger, «nadie sabe si mañana no le contarán en un grupo que se encuentra fuera de la ley». Emboscarse resulta hoy extremadamente difícil sino imposible. Pero lo cierto es que el orden se está trocando en desorden y caos, prospera la desintegración social y el miedo, que es uno de los rasgos psico-sociológicos de la situación presente, aumenta en la misma medida.

Todo el mundo es hoy sospechoso de algo, aunque no tenga conciencia de porqué ni de qué. Jünger veía hacía tiempo que la figura del sospechoso (Verdächtig) había sustituido o estaba en trance de sustituir a la del trabajador (Arbeiter), y Gabor Steingart ha presentado recientemente la figura del sospechoso como la categoría política y sociológica que ha sustituido de hecho a las del ciudadano y el súbdito.[7] El sospechoso es una figura intermedia entre estas dos últimas y las del siervo y el esclavo.

19.- Es indiscutible que la religión es la clave de la historia. Lord Acton, Christopher Dawson, etc.; Ranke, Burckhardt, Müller-Armack, etc. hablan del poder histórico de la fe;[8] los estatistas se sirven de artificiosas religiones civiles o ideologías. «Jamás ha existido un Estado, decía Ranke, sin una base espiritual y un contenido espiritual». Es indiferente, que se trate de las religiones bíblicas o no bíblicas, de ideologías, cientificismos o supersticiones que ofician como religiones seculares, civiles o de la política (dicho sea de paso, las ideologías, o son herejías secularizadas -es decir, politizadas- o son supersticiones).

La causa última de la situación actual, que es una consecuencia langfristig, a largo plazo, de la Contrarrevolución francesa, radica en que, como pensaba Jünger, las religiones bíblicas, que son creacionistas, “tienen fuerza” para la formación de leyendas pero no de mitos, lo que las diferencia radicalmente de todas las demás, sean naturalistas o artificialistas. Y por cierto, dicho sea de paso, de acuerdo con Alain Besançon, el islam no es una religión bíblica sino pagana; Allah no es un dios personal, sino la unicidad de lo divino: el musulmán cree en la unicidad.

El cristianismo es radicalmente desmitificador, desdivinizador, o desacralizador. Lo único divino es el Dios trinitario. Frente a esta Gran Revolución, la Contrarrevolución francesa suscitó nuevos mitos empezando por el del Estado-nación, una suerte de Estado-iglesia. Los nuevos mitos cientificistas -la ciencia funciona para mucha gente, creyente y no creyente, como una religión- pretenden integrar burdamente al hombre en el orden cósmico sustituyendo los mitos de las antiguas religiones naturalistas, fundamentalmente la griega y también la romana, debilitados o reducidos a caricaturas por el cristianismo, cuando no destruidos. El Estado-iglesia armado con esos mitos pseudorracionalistas, aumenta su fuerza al configurarlos como mitos jurídicos; por ejemplo, el Estado de Derecho, que incluye el de las Constituciones artificialistas, o es un mito o un oxímoron, pues, como se indica más arriba, todo Estado, aunque sean los Totalitarios de la Urrss o Corea del Norte, es Estado de Derecho; si no, no podría funcionar.

El objetivo, consciente o inconsciente, es luchar contra el Logos del evangelio de San Juan que, de uno u otro modo sigue configurando la cultura occidental. «El Logos del amor, escribe René Girard, deja hacer; se deja siempre expulsar por el logos de la violencia; pero su expulsión se revela cada vez mejor, al revelar con ella a este logos de la violencia [el logos naturalista, que llama Girard heracliteano, un logos polémico] como el [logos] que no existe más que expulsando el verdadero Logos y, en cierto modo, parasitándolo».[9] 

20.- Pío XI proclamó a Cristo como Rey del mundo -Cristo Rey- en la encíclica Quas primas (11.XII.1925), frente al deus mortalis encarnado entonces sin la menor duda en el Estado Totalitario Soviético, y quizá en el Fascista -que no fue en realidad más que una dictadura cuya retórica era ciertamente totalitaria (inventó incluso esta palabra)- pero con alcance más general frente a toda idolización del Estado o el poder político. Esta afirmación doctrinal procede según Augusto Adam de Duns Scoto, y M. J. Scheeben la explicitó o fundamentó en el siglo XIX. Según este teólogo, el fin último de Cristo no es la redención del mundo: «en último término, no es el mundo el fin supremo, sino que es Cristo el fin último del mundo». En el plan de Dios Creador, tendría precedencia la Encarnación sobre la Redención, según Scheeben. La Creación habría sido concebida para Cristo como Rey de todo el universo. Un reino «cuyo cuerpo había de ser el linaje humano», en el que la Redención -la reparación de los daños causados a la Creación- revelaría «del modo más grandioso su bondad y su gloria».[10] Por eso, «Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». (Juan 3,14-21). El Vaticano II amplió y concretó la proclamación de Cristo como Rey empleando la fórmula “Jesucristo Rey del universo”.

La religión socialdemócrata ha sustituido al cristianismo en Europa y se expande desde aquí por el resto del mundo como la religión universal del nihilismo. La situación actual se caracterizaría por la reanudación de la eterna guerra de las Investiduras. Pero no se trata ahora de discusiones jurisdiccionales, complicadas, conflictivas o incluso radicales entre el poder de la Iglesia derivado de su auctoritas y las potestades temporales que, con todo, no cuestionaban ni la religión ni la cultura ni la civilización. Trátese de un Kulturkampf (combate por la cultura) de dimensiones universales cuyo epicentro está en Europa. Ese combate existencial tendría lugar entre el deus mortalis y la Iglesia como una suerte de kat’echon, dique o barrera que retiene o contiene al Anticristo según San Pablo,[11] si es que la Iglesia puede ser directamente un kat’echon. Pues esta figura escatológica parece ser más bien un poder político.

En todo caso, la figura de “Jesucristo Rey del universo” debiera ser la alternativa al dios mortal, cada vez más orwelliano.[12] Clyde S. Lewis escribió The Abolition of Man (La abolición del hombre), Robert Musil Der Mann ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos),[13] y se pretende incluso crear un hombre nuevo.[14]

La Ecclesia docens, la Iglesia docente, diría seguramente Pierre Manent, tiene la palabra.
Conferencia en el Foro San Benito 
en el Valle de los Caídos (22. II. 2015).

[1] Cf. D. Negro, Il dio mortale. Il mito dello Stato tra crisi europea e crisi della politica. Piombino, Il Foglio 2014.
[2] La ciencia moderna presupone también la existencia de reglas que rigen la Naturaleza, las leyes “científicas”. Newton pensaba que la leyes naturales podían encontrase en la Biblia y es conocida la frase de Einstein «Dios no es un jugador de dados». Hobbes construyó el Estado como un artificio científico.
[3] Para las formas políticas estatales, D. Negro, Historia de las formas del Estado. Una introducción. Madrid, El buey mudo 2010.
[4] Está olvidada la teología de las naciones, partes del Pueblo de Dios, a la que apeló todavía Juan Pablo II.
[5] Los antiguos descubrieron la consciencia (lo que se conoce como el paso del mito al logos) y el cristianismo descubrió la conciencia (vid. Lord Acton, “La historia de la libertad en el Cristianismo”. En Ensayos sobre la libertad y el poder. Madrid, Unión Editorial 1999). El homo politicus es el hombre natural, consciente, exteriormente libre; en el cristianismo el hombre es fundamentalmente homo historicus en tanto hombre libre integralmente, y el hombre político, social, etc., se subordina, por decirlo así, al histórico. La conciencia histórica es otra singularidad del cristianismo. San Agustín estableció la distinción fundamental entre el homo exterior, el hombre consciente y el homo interior, el hombre consciente de tener conciencia, que dirige -o debe dirigir- al hombre exterior.
[6] Para las formas del Estado, D. Negro, Historia de las formas del Estado. Introducción. Madrid, El buey mudo 2010.
[7]Das Ende der Normalität. Nachruf auf unser Leben, wie es bisher war. Munich/Zurich, Piper 2011.
[8] Vid. de Ranke, Sobre la épocas de historia moderna. Madrid, CEPC 2015; de Burckhardt, Reflexiones sobre la historia uniuversal. México, Fondo de Cultura, 2ª de. 1961; A. Müller-Armack, “Über die Macht des Glaubens in der Geschichte”. En Religion und Wirtschaft. Geistsgeschichtliche Hintergründe unserer europäischen Lebensform. 2ª ed. Stuttgart, Kohlhammer 1981 (hay trad. de importantes escritos de este autor).
[9] Des choses cachées depuis la fondation du monde. París, Grasset 1978. II, IV y IV, II.
[10] Misterios del cristianismo. Barcelona, Herder 1964. & 64, p. 454.
[11] «La historia de la Edad Media es la historia de una lucha en torno a Roma, no la de una lu­cha contra Roma. Lo fundamental de este Imperio cristiano [el Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana] no es el hecho de que sea un Imperio eterno, sino que tenga en cuenta su propio fin y el fin del eón [camino, recorrido, tiempo nuevo] presente, y a pesar de ello sea capaz de poseer fuerza histórica. El concepto decisivo de su continuidad, de gran poder histórico, es el del Kat-echon. Imperio signifi­ca en este contexto la fuerza histórica que es capaz de detener la aparición del Anticristo y el fin del eón [entre los gnósticos significaba también una entidad divina emanada de la divinidad suprema] presente, una fuerza qui tenet, que retiene, según las palabras de San Pablo Apóstol en la 2ª carta a los tesalonicenses. El Imperio de la Edad Media cristiana perdura mientras permanece activa la idea del Kat-echon. No creo que sea posible, para una fe originalmente cristiana, piensa Schmitt, ninguna otra visión histórica que la del Kat-echon. La creencia en que una barrera retrasa el fin del mundo, constituye el único puente que conduce de la paralización escatológica de todo acontecer humano a una fuerza histórica tan extraordinaria como la del imperio cristiano de los reyes germa­nos. Únicamente el Imperio romano y su prolongación cristiana explican la persisten­cia del eón y su conservación frente al poder avasallador del mal. En comparación con la teoría del Kat-echon, las construcciones políticas o jurídicas de la continuación del Im­perio romano no son algo fundamental, sino que constituyen un signo tic la apostasía y la degeneración de la religiosidad en mito científico» Y, a propósito de la unidad me­dieval de Imperio y sacerdocio, precisa Schmitt que «no fue nunca una concentración de poder en manos de una persona: se fundaba desde, el principio, en la diferenciación entre potestas y auctoritas como dos líneas distintas de orden dentro de la misma amplia unidad». «Para la concepción cristiana del Imperio, tiene importancia a mi parecer, que el cargo de emperador no signifique, en la creencia de la Edad Media cris­tiana, una posición absoluta de poder que absorbe o anula todos los demás cargos. Es una función del Kat-echon, con tareas y misiones concretas, que se suma a un reino o una corona concreta, o sea, al dominio sobre un determinado país cristiano y su pue­blo». C. Schmitt El nomos de la tierra en el derecho de gentes del ius publicum europaeum. Granada, Comares 2003. I, 3 pp. 39-41
[12] Vid. 1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley. Hay diversas ediciones en español.
[13] Los libros de Lewis y Musil están traducidos al español.
[14] Vid. D. Negro, El mito del hombre nuevo. Madrid, Encuentro 2009.

Dalmacio Negro: "La Revolución Francesa sustituye a Dios por la razón"


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