EL Rincón de Yanka: MODERNO

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viernes, 5 de septiembre de 2025

IN MEMORIAM por ANTONIO PÉREZ ESTÉVEZ, FILÓSOFO Y CATEDRÁTICO GALAICO-VENEZOLANO


ANTONIO PÉREZ ESTÉVEZ 
(1933-2008)

El día 1 de junio de 2008 falleció el profesor
Antonio Pérez Estévez en su residencia de El Escorial (Madrid). La triste noticia de la pérdida de un pensador de la talla de Antonio se ve compensada por su legado fi­losófico y humano del que siempre podremos extraer conocimientos, argumentos y, sobre todo, la vitali­dad suficiente para no cejar en el empeño de seguir en nuestra tarea filosófica. Antonio, modelo de filó­sofo emprendedor, entusiasta y comprometido, supo descubrir vetas de sabiduría tanto en la filosofía medieval como en la contemporánea, tratando figuras y pensamientos tan diversos como los de Duns Scoto, Nietzsche o John Rawls.

Gallego de nacimiento y venezolano de adopción, su vida docente y de investigación estuvo asocia­ da durante cuarenta años a la Universidad del Zulia situada en la cálida ciudad de Maracaibo, en Vene­zuela. Egresó, como dicen por esas tierras, es decir, se licenció en Filosofía en dicha Universidad a la que regresó como profesor y doctor en Filosofía después de haber obtenido su doctorado en la Universidad de Lovaina.

Introdujo el Plan de Estudios para Egresados en la Escuela de Filosofía de la Universidad del Zulia de la que fue director durante el período 1975-1978. Dicho plan sigue aún vigente. Este plan ha permiti­do la entrada en la Escuela de alumnos procedentes de otras profesiones y trabajos lo que ha facilitado la creación de una comunidad universitaria plural, tanto desde el punto de vista de las ideas como de las di­versas experiencias vitales. Yo misma, como profesora invitada de la Escuela en tres ocasiones, pude com­ probar a la hora de impartir mis cursos, la riqueza humana y académica que supone el tener en las aulas a alumnos procedentes de otros ámbitos científicos, desde el Derecho hasta la Ingeniería.

El profesor Pérez Estévez ha propulsado la investigación filosófica a través del Centro de Estudios Filosóficos que lleva el nombre del fundador de la Escuela de Filosofía, el Dr. Adolfo García Díaz. Os­tentó además el cargo de Director de la prestigiosa «Revista de Filosofía» desde 1986 hasta 1993.

El rector de la Universidad Católica «Cecilia Acosta» de Maracaibo, Ángel Lombardi, afirmó que, tanto para la Universidad del Zulia como para la suya, Antonio fue un profesor emblemático por el im­pulso que le dio a la Escuela de Filosofía y al pensamiento intelectual universitario del estado Zulia.

Maestro de futuros profesores e investigadores de las dos universidades citadas, se le concedió, por parte de la Universidad Católica «Cecilia Acosta» el título de profesor Honorario, en reconocimiento de sus méritos, entre los que está la creación del postgrado en Filosofía, especialidad de Pensamiento Cris­tiano Medieval.

Los trabajos de investigación del profesor Pérez Estévez corren paralelos a sus intereses vitales y a sus inquietudes humanas, sociales, morales y políticas.

Abarcó un amplio campo de asuntos y autores filosóficos que impresionan a todos los que se acer­can a sus escritos. Su profundo conocimiento de diversas épocas de la Filosofía, le llevó a escribir sobre una variada temática que, sin embargo, se ceñía a unas cuantas e importantes cuestiones. Así el tema de la materia y el individuo produjo abundantes estudios entre los que podemos señalar los siguientes artí­culos: «La materia en Enrique de Gante», «La materia en Averroes», «La materia prima como fundamento de la naturaleza en la Edad Media». «Materia y generación en Tomás de Aquino», «El individuo en Duns Escoto» y su excelente libro: «La Materia. De Avicena a la Escuela Franciscana», publicado en 1998 por la Universidad del Zulia.

Los problemas relacionados con los derechos humanos, la moral, le ley y el diálogo intercultural, los encontramos en artículos como: «Posición original y derechos humanos en John Rawls», »El diálogo como lectura en Gadamer», «Diálogo y alteridad (presupuestos para un verdadero diálogo)» y «hermenéuti­ca, diálogo y alteridad».

Pero lo que verdaderamente apasionó a Antonio fue el intentar hacer de la Filosofía algo vivo y así sobrepasar la razón fría y dominadora que aísla al individuo y todo lo vital. Para él, sólo la vida y la razón aunadas podrán engendrar un hombre y una cultura nuevos.

El resultado de estas reflexiones se concretiza en escritos como: «Marcuse y el pensamiento negati­vo», «El concepto de materia al comienzo de la Escuela Franciscana de París», «La noción de Vida en Nietzsche», «Feminidad y Racionalidad en el Pensamiento griego y en el Pensamiento Racional Medie­val» y »El individuo y la feminidad».

Su pensamiento es reconocido internacionalmente junto con el nombre de Venezuela en países como Alemania, Estados Unidos, Brasil y en otros muchos. En su nativa España colaboró con la Revista Espa­ñola de Filosofía Medieval, editada por La Sociedad de Filosofía Medieval (SOFIME) de la que fue miembro. Entre sus últimas colaboraciones en esta Revista, podemos citar: «Libertad en Duns Escoto», «De Duns Escoto a Martín Heidegger» y »La materia primera de Enrique de Gante vista por Duns Escoto».

Antonio Pérez Estévez poseía una fuerte personalidad, llena a la vez de vitalidad y de entusiasmo por la labor filosófica que llevaba a cabo. Profesor de una gran honestidad intelectual, supo unir el rigor de la investigación filosófica con una gran afabilidad y hospitalidad.

Su piso de Maracaibo, cerca del Lago que lleva el mismo nombre, fue lugar de encuentros de inte­lectuales. Fui testigo e invitada de uno de ellos, al calor de la acogida y de la buena mesa que tan bien pro­veía su esposa. De este modo y al igual que en el Banquete platónico, las ideas y las palabras se sucedí­an con rapidez.

Aunque mi trato con el profesor Pérez Estévez fue esporádico, no dejó de ser intenso y tengo que agradecerle su sencillez y el respeto que siempre manifestó hacia mis investigaciones, a pesar de la dis­ tancia académica que nos separaba. Me ayudó con sus consejos y su presencia en Congresos Mundiales de Filosofía como el de Boston en 1998 y el de Estambul en 2003. Compartí con él una sesión de Co­municaciones sobre el tema de la libertad (en Duns Escoto y en san Agustín) en el Congreso que la Uni­ versidad de Córdoba y la Sociedad de Filosofía Medieval organizaron en diciembre de 2004. Fue para mí uno de los encuentros más fructíferos y dialogantes en los que he podido participar.

Su legado filosófico servirá como punto de partida para seguir pensando y buscando nuevas vías en cuestiones tan cruciales como las del hombre, la moral, la ley y el diálogo con el otro. Del mismo modo, estoy segura de ello, no faltarán investigadores que buceen en su pensamiento y en sus ideas.

La Universidad Católica de Maracaibo, «Cecilio Acosta», como homenaje póstumo, tiene proyecta­do un libro para el segundo aniversario de su muerte en el que se recogerán muchos de sus artículos.

Descanse en paz y se lleve el agradecimiento de todos los que nos hemos beneficiado de su temple y de su tarea filosófica.


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Con la finalidad de entender la posición del Profesor Pérez-Estévez con respecto a la alteridad, es necesario entender cuál es el diagnostico que hace a la práctica de la alteridad en la modernidad; y, la vía de transición histórica filosófica que ha engendrado esta praxis.

Afirma, que en la modernidad, el sujeto objetiva lo alternante, y desde esta objetivación funda su relación con el entorno. Debido a esto, la naturaleza queda reducida a cosa a “algo”, de lo cual no sólo se tiene el derecho sino el deber de aprovechar con la finalidad de extraer algún beneficio, así signifique esto un detrimento en el ecosistema natural.

Bajo el planteamiento de la modernidad, no sólo la naturaleza es cosificada y explotada; el otro ser humano, el alternante, sufre también el proceso de cosificación, es igualmente es explotable, aprovechable. Así, las relaciones sociales quedan reducidas a la alternancia de aprovechamientos; se valorizan todo lo intercambiables: materia prima, poder de consumo, bienes y servicios; hasta las virtudes y sentimientos sufren una suerte de valoración que entran en el mercado de la demanda y oferta. En tal sentido, la crisis de la modernidad se convierte en una crisis de los valores; indudablemente en una crisis ética.

Ahora bien, Pérez- Estévez afirma que la concepción de alteridad dentro de la modernidad se comprende tras el estudio de los planteamientos filosóficos que la originaron. Por tanto, inicia un análisis del planteamiento filosófico del mundo romano, específicamente de Platón.

El pensamiento platónico, sin lugar a dudas, ejerció y ejerce influencia sobre el pensamiento del mundo occidental. Influyó marcadamente en las doctrinas de la Iglesia Católica, al ser San Agustín de Hipona uno de los intérpretes más representativos de Platón en el siglo I. San Agustín define la búsqueda de la verdad como escape de lo múltiple, de la diferencia y del otro. Afirma en “Vera Religione” que la verdad se encuentra dentro de cada persona, en la capacidad de comunión íntima con Dios, y no en lo múltiple, en la diferencia, en el otro.

Esa verdad absoluta, inmutable, divinizada, capital de unos pocos; es una verdad alejada de la cotidianidad humana, que no tolera disidencia; y por tal, se hace violenta; violencia que genera la barbarie que tanto desprecia.

Bajo esta influencia platónica-agustiniana la verdad, la verdad occidental, europea, deja de ser característica del conocimiento humano y adquiere estatus ontológico divino. Bajo esta premisa, el Profesor Pérez-Estévez (2008:67) señala que la cultura occidental deja de tener el mismo valor, derechos y deberes de otras culturas, pasando a ser una cultura de verdades absolutas; por tanto, la cultura que según sus defensores es superior, y todo lo diferente a ella no sólo es extraña: es bárbara.

La concepción de la tradición filosófica, distingue entre el “hombre escogido” del hombre común, al afirmar que el “el hombre escogido” que respondiendo a su “sustancia divina” posee en sí un alma encarnada que fue capaz de percibir la verdad con mayor claridad que el hombre común; discrimina a la generalidad humana, sobrevalorando la opinión emitida por unos pocos. Esta evidente discriminación, hace de la verdad el capital de unos pocos y refleja la incapacidad de los muchos de poder acceder a ella. Esto, abre las puertas de la discriminación social; pues, al ser la verdad capital de algunos seres especiales, la generalidad no posee los mismos derechos que los dueños de la verdad. De esta forma, al estratificar al hombre, se limita el derecho que la mayoría poseen en el proceso del diálogo... Así, el otro, el extraño, el no poseedor de la verdad, es obstáculo que habita en el mundo sensible y este sólo es capaz de ver sombras y reflejos perecederos y corruptos. Desde este punto de vista, es lícita la imposición de la verdad de los pocos escogidos a los muchos.

De igual manera, el Profesor Pérez- Estévez destaca que el cristianismo es la religión paradigmática de occidente, la cual se diferencia de otras posturas filosófica religiosas como el Mahometismo, el Hinduismo y el Budismo, porque el Cristianismo supone contener la verdad mientras las otras basan sus principios en actos jurídicos que aconsejan las actitudes de comportamiento más idóneos para conducir la vida.

Siguiendo la tradición platónica-agustiniana en el periodo medieval las religiones se impusieron a través del empleo de la coacción, violencia que generó crisis de legitimidad de todas las instituciones que conforman los Estados; a su vez, estas crisis generaron transformaciones dando paso a la modernidad. Y, la modernidad, también ha estado caracterizada por el absolutismo de la verdad. No es de extrañar que el siglo XX haya sido uno de los siglos más violentos de la historia, un siglo caracterizado por las guerras, polaridad mundial, regímenes totalitarios, que en nombre de la verdad sangraron al hermano y al extraño.

Cuando la verdad se eleva al mundo inteligible, deja de ser capital humano, deja de pertenecer al ámbito de la existencia humana para convertirse en divinidad inalcanzable; a la cual el hombre no sólo le debe respeto y anhelo, sino también, veneración y sumisión. Sumisión que exige todos los sacrificios, morir y matar son lícitos con la finalidad de proteger a la verdad de las aspiraciones del otro, del extraño, del ajeno; a decir de los griegos: el bárbaro.

Según el análisis del Profesor Pérez-Estévez se suma; en la modernidad se deshumaniza la verdad, se diviniza, se hace inaccesible para el común; además que le resta al diálogo las características propias de un diálogo constructivo. Por tanto, proponen que es necesario un proceso dialéctico donde los involucrados estén conscientes de sus derechos y deberes sociales, del reconocimiento del otro como distinto pero con iguales derechos; así, poseer y poner en prácticas las suficientes virtudes que permitan la manifestación de las realidades de alter.

El diálogo necesario es un diálogo de encuentro que permita determinar el común camino a seguir. Esto se propone con la finalidad de contrarrestar las consecuencias sociales derivadas de un monólogo cerrado, sin alteridad, de los hombres elegidos para sí mismos, que produce verdades divinas… El diálogo del reconocimiento del otro, es el diálogo de uso para el bien común de los hombres sobre la tierra; diálogo abierto, cónsono con la dignidad humana. Diálogo intercultural, a decir de Pérez-Estévez.

Tal vez, por lo expuesto anteriormente, en la actualidad no pocos pensadores, como el Profesor Pérez-Estévez, se muestran altamente críticos a las concepciones occidentales sobre diálogo, alteridad y verdad. De esta forma, destacan la necesidad del reconocimiento del otro, de la virtud de la escucha, de la alteridad en el proceso dialógico; de la necesidad de la puesta en práctica de la humildad en el diálogo intercultural, para así determinar las realidades tras el encuentro de las diversas subjetividades.

El diálogo existencial, es para el Profesor Pérez-Estévez la alternativa cónsona con la dignidad humana al fenómeno de monólogos alternados evidenciado en la praxis social de la modernidad. El diálogo existencial parte del hecho de que los entes no son sustancias sino existencia; de que la fenomenología deriva del requisito único de la existencia. De esta forma, queda invalidada la postura que afirma una distinción humana por origen; así, el hombre se encuentra con el otro entre iguales y no entre escogidos y segregados. La concepción del diálogo existencia para el Profesor Pérez-Estévez se evidencia cuando afirma (Pérez-Estévez: 2008):

“El dialogante lógico socrático platónico se fundamentaba en el poder racional-discursivo predominantemente de un sujeto y tenía como finalidad u objetivo alcanzar o bien la naturaleza de las cosas por medio de la definición o bien la verdad absoluta encerrada en el mundo inteligible de las ideas. El diálogo existencial por el contrario, se fundamenta en el diálogo real y efectivo de dos o más sujetos y tiene como finalidad u objetivo la interrelación, la comprensión y la realización de los sujetos que dialogan”.

Para la dialéctica existencial, basada en el reconocimiento y validación del alter, el diálogo es el medio que permite el encuentro social, en el cual el instrumento de comunicación es el lenguaje hablado y corpóreo de los interlocutores; el cual se da en un tiempo y espacio determinado. En el diálogo, el proceso permite la expresión de los pensamientos y sentimientos de los diversos Yo involucrados. En la concepción de diálogo que se opone a la concepción de la praxis moderna, la multiplicidad de personas, de opiniones, son necesarias para que después del proceso de argumentación alterna se logre la verdad común. Esto, exige del reconocimiento del otro con los mismos derechos; diferentes en características pero con iguales derechos. El diálogo exige de la suficiente humildad para reconocer el derecho del otro Yo, permitir que el otro se exprese libremente y poderlo escuchar en la finalidad de construir una realidad común.

Así, el momento de la escucha en el diálogo se convierte en el momento de aceptación y validación del alter. El momento en el que se habla es el momento de afirmación del Yo, de lo que se piensa, siente y cree, la manifestación de propia subjetividad. En el momento en el cual se escucha se permite la afirmación del otro, del alter; se valida al Yo alternante. Mas, escuchar va más allá de callar cuando el alter habla, más allá de guardar silencio y prestar atención a la manifestación de la subjetividad alterna; porque en los monólogos entre cordatos o por capítulos también se guarda silencio, es permitir que la subjetividad alternante pueda influir en mi Yo, modificarlo, hasta permitir el encuentro, la determinación de una verdad común.


“…La disposición de escuchar que significa apertura al otro, se tiene, cuando uno posee la convicción de que no está en posesión de toda la verdad y de que el otro tiene algo de verdad que ofrecerme y de la que yo puedo aprender…”

Para el Profesor Pérez-Estévez el diálogo intercultural es la alternativa válida ante la crisis de la modernidad; crisis que ha generado contradicciones sociales importantes; momento que exige la apertura del Yo, el reconocimiento del alter, para la construcción de un nosotros real, auténtico, que permita tras la construcción común, solventar las vicisitudes generada por la implementación de monólogos en lugar de diálogos sociales.

Antonio Pérez Estévez: 
el filósofo de la escucha


Antonio Pérez Estévez en sus años de trabajo entregado y constante en nuestro país, al que dedicó la mayor parte de su vida, se convirtió en el pensador de la Escuela de Filosofía de la Universidad del Zulia, más conocido fuera de nuestras fronteras, en países tan disímiles como Alemania, Estados Unidos, Brasil, Bélgica, la India o su nativa España, entre otros. Si con una palabra hubiese que definirlo, esa palabra sería, en nuestra opinión, diálogo, y quien dice diálogo, en el sentido que él mismo le da a la palabra, dice apertura, escucha, intercambio y enriquecimiento mutuo en la construcción del mundo que habitamos. Por eso nos dice en su artículo “Diálogo intercultural”, publicado en 1999, lo siguiente: “Todo ser humano —unos con mayor facilidad que otros— en función de su libertad racional y a pesar de sus condicionamientos y prejuicios culturales, puede salir al encuentro de otros seres humanos y construir, con ellos, un verdadero diálogo, lo que entraña construir un nuevo mundo común a todos los dialogantes”.[1] 

No sabemos si desde el principio Pérez Estévez estuvo consciente de su intención en cuanto tal, pero es innegable, para quien recorre su obra, que este ha sido el camino sistemático y coherente del que nunca se apartó. Este objetivo se fue concretando de manera cada vez más clara y madura a lo largo de su obra. Además del diálogo interior con los grandes filósofos de cada época, además del diálogo con colegas, amistades y alumnado. Porque en cumplimiento de la importancia que asignó siempre al momento de la escucha, para que se diese un verdadero logos a dos, un dia-logos, supo no solo hablar, sino también guardar silencio expectante, abrirse al otro, escuchar.   

Para dialogar es preciso, según nuestro autor, ser capaz de movernos constantemente de la posición del que habla (que es la que más cómodamente asumimos) a la posición del que escucha, y estar en constante apertura a la individualidad del otro u otra, y a su cultura. A ello debe ayudarnos la conciencia de nuestra finitud y nuestra carencia. Desde esta perspectiva, Pérez Estévez hace una fuerte crítica a la Modernidad occidental y a la religión cristiana, que se han sentido siempre en posesión de la Verdad absoluta y se han investido con la misión de transmitir a los demás esa verdad o de “convertirlos” a ella. Sabemos con pertinencia hoy en día que esa falla de la cultura occidental se encuentra también en otras culturas y religiones, pero este no es aquí nuestro tema.   

Todas estas ideas las explicita luego con más detalle al exponer los momentos del diálogo, el hablar y el escuchar, y la finalidad del mundo, dándonos numerosos ejemplos tomados de la cultura occidental, entre ellos los que muestran la incapacidad de los conquistadores para comprender a los pueblos indígenas, lo cual, como sabemos, es aplicable a cualquier tipo de conquista. En sus conclusiones a este artículo, nuestro pensador hace todo un interesante recorrido por el pensamiento occidental, desde los griegos y su concepción de la verdad como aquello que se deja ver, que se muestra y se adquiere por la visión, hasta las distintas posiciones de los medievales y la modernidad empirista, pasando, finalmente, por el rasero al mismísimo Gadamer, el padre de la hermenéutica contemporánea, otro de los pensadores por él estudiados, e incluso a Habermas y Apel, quienes, tomando el diálogo como acción comunicativa, en realidad plantean un diálogo imposible, pues: 

Los sujetos y la acción comunicativa de que hablan Ha- bermas y Apel son sujetos trascendentales y abstractos dotados de razón pura, totalmente desligados del sujeto humano histórico y concreto, de carne y hueso, que se abre a un mundo cultural específico, en una época determinada y en el que verdaderamente se en- cuentra la alteridad, la casi total alteridad. Y si la autén- tica alteridad, el otro concreto e histórico, encarnado en un ser humano que expresa en palabras su mundo particular, no entra en el diálogo y comparte su construcción, no existe posibilidad alguna de diálogo.[2]

Como ya hemos señalado hace años en el Prólogo que escribimos para su libro Religión, Moral y Política, Pérez Estévez ha defendido siempre los valores del individuo frente a lo totalizante y universal, lo cual confirma uno de los estudiosos más preclaros de su pensamiento, Pompeyo Ramis, profesor de la ULA, que en su libro Veinte filósofos venezolanos señala que ya desde su juventud tenía trazadas las constantes de su pensamiento, lo cual corrobora al elegir como tema de su tesis doctoral en la Universidad de Lovaina, “uno de los temas que requieren de mayor potencia especulativa: el concepto de materia”.[3]   

En efecto, Pérez Estévez hizo su tesis doctoral sobre “El concepto de materia al comienzo de la Escuela franciscana de París”,[4] en la cual, pone de relieve la estima que de lo individual hace la Escuela franciscana, de la cual nuestro pensador estudia particularmente dos autores, San Buenaventura y Ricardo de Mediavilla. Como señala Pompeyo Ramis: 

Pérez Estévez llega, por principio, casi a desconfiar de la razón. Y no porque la razón sea por sí misma un estorbo de la naturaleza humana —mal puede pensar así un filósofo (…) sino porque durante largas épocas la razón se ha impuesto como reina y señora de la facultad volitiva que le debería ser concomitante.[5]
   
Años después de esta tesis doctoral, nuestro autor publica otro libro sobre el mismo tema, esta vez profundizando y extendiendo más el arco de su estudio: La Materia de Avicena a la Escuela franciscana,[6] donde muestra el enfrentamiento entre el tomismo de raíz aristotélica, emergente, y la filosofía de raigambre platónico-agustiniana, cultivada y defendida por la Escuela franciscana. Al respecto, su comentarista Jorge Ayala, de la Universidad de Zaragoza, señala: 

Pérez Estévez invierte los términos: [7]vista la Escuela Franciscana desde el horizonte de la contemporaneidad, nos parece que, especialmente en Metafísica, sostenía doctrinas que van a ser la columna vertebral de la Modernidad. Sus doctrinas sobre el poder u omnipotencia divina, sobre la voluntad y libertad divinas, y humanas en la que se incluye su concepción sobre la providencia y la predestinación, sobre el individuo y la Persona humana, sobre la materia como entidad sólida con ser propio y su doctrina sobre la contingencia radical de todo lo creado que entraña la posibilidad de cambio de todo lo existente, me parece que constituyen el marco de una nueva cosmovisión que abre las puertas a la Modernidad que comenzaba a alborear.[8]   

Ayala señala además la importancia de este libro, ratificada por las buenas críticas que iba recibiendo, y por su carácter no simplemente erudito, sino práctico, que nos “hace caer en la cuenta de las repercusiones histórico-culturales que ha tenido el predominio de uno u otro concepto de materia, haciéndonos llegar hasta el que manejan en la actualidad la mecánica cuántica, la física nuclear y la astrofísica”.[9]   

Así pues, Pérez Estévez ha sido uno de esos pensadores que, como Umberto Eco, ha devuelto al tema de la filosofía de la Edad Media su tono y su importancia para comprender nuestro tiempo, mostrando toda la riqueza y variedad del pensamiento medieval, particularmente el cristiano, tantas veces menospreciado por quienes por pereza o por falta de una buena orientación, y en otros casos por la dificultad para acceder a los textos, despachan este pensamiento en unas cuantas lecturas superficiales, con las cuales justifican su rechazo y en todo caso demuestran su ignorancia.   

Pero el pensamiento de Pérez Estévez, como ya mostramos al principio, dialoga constantemente con los autores más importantes del escenario filosófico y maneja sin cesar los temas que van apareciendo en el tapete de la reflexión filosófica, generalmente puestos en ella por la fuerza de las cosas. Por eso, en dos de sus libros más conocidos, El individuo y la feminidad[10] y Religión, Moral y Política,[11] aborda una multiplicidad de autores y cuestiones. El primero de ellos recoge cuatro trabajos que nuestro pensador desarrolló durante los años setenta, tratando temas tan diversos como “El lenguaje en Merleau Ponty”, donde ya despunta el tema de lo lingüístico, que llegará a ser tan importante en su pensamiento; el concepto de pensamiento negativo en la filosofía de Herbert Marcuse; la noción de vida en Nietzsche, y, finalmente, “Feminidad y racionalidad en el pensamiento griego y medieval”, texto con el cual discutimos duramente en muchas ocasiones y que muestra la capacidad de nuestro autor para vislumbrar los problemas acuciantes de nuestro tiempo y acercarse a ellos con generosidad y con respeto por la posición del que es considerado otro(a), haciendo siempre gala de su capacidad de apertura y diálogo. Al respecto escribimos el final del artículo que le dedicamos, y en referencia a este trabajo sobre lo femenino en especial: 

… hemos de señalar que, a pesar de nuestras diferencias con el autor, que creemos son más de forma que de fondo, este trabajo, al igual que los anteriores, nos parece un valiosísimo aporte al estudio del aspecto ideológico que incide tan fundamentalmente en la “condición femenina” de subordinación y de sumisión que durante siglos ha sido, y aún es, el lote que el patriarcado ha atribuido a las mujeres.(…) En este sentido recomendamos la lectura y el análisis crítico de este texto tan especial.[12] 

En cuanto al segundo de estos libros, Religión, Moral y Política, nos correspondió, como ya señalamos, el honor de escribir su Prólogo. Ya en aquella ocasión indicamos que nos parecía ser este un punto culminante en la producción de su autor, manteniéndose en él la misma preocupación por la defensa de los valores del individuo, de lo particular, frente a todo aquello, universal y abstracto que pretende negarlo y ahogarlo en el monólogo de una palabra única. Encontramos en este libro artículos como “La Acción educativa I, II y III”; “Materia e individuo en Roger Marston”; “Medicina y Moral”; “Religión y Política en la Constitución de los Estados Unidos de América”; “Moral y Política”; también dialoga aquí con autores como Kant, Hegel o Lukacs, y mantiene su interés por el tema de lo femenino al mostrar la perspectiva hegeliana sobre este. Decimos también allí que Pérez Estévez sería uno de los representantes del pensamiento negativo, a lo marcusiano, en Iberoamérica, y destacamos la variedad y actualidad de los asuntos tratados en el libro, que van desde la liberación femenina, o la descomposición de nuestro sistema político, hasta la relación individuo-divinidad en nuestro tiempo, la ética médica, la masificación y el consumismo destructivo, la caída de los regímenes del Este y un largo etcétera.   

Y aunque ya lo señalamos al comienzo, hemos de insistir aquí en la etapa en la que al final de sus días se movió preferentemente nuestro autor, lo que podríamos llamar su etapa de interés por la hermenéutica, la cual estudia con profundo espíritu crítico, sin dejarse llevar por las modas, sino sometiendo el tema a la lupa de su reflexión y su fuerza creadora. Así, en revistas nacionales e internacionales encontramos artículos como “Hermenéutica, diálogo y alteridad”; “El diálogo como lectura en Gadamer”; “La acción comunicativa de Habermas como diálogo racional”; así como el que mencionamos al principio: “Diálogo intercultural”. No es preciso repetir que el eje organizador del pensamiento de Pérez Estévez es aquí el concepto de diálogo. Todos esos artículos, y algunos otros, dieron origen a un libro póstumo que se publicó en Brasil. La voz de Pérez Estévez resuena en estos textos; los leo como si le escuchase hablar. 

Y si para mí, y quizás para much@s que lo conocimos de cerca, Pérez Estévez nos sigue hablando con mucha fuerza en esos textos, ello quizás se debe precisamente a que lo conocimos y tenemos profundos sentimientos de amistad, admiración y respeto hacia él y su obra, pero probablemente también al hecho de que sus escritos están despojados de ese academicismo que obliga a quien investiga a expresarse de una manera forzada y estereotipada. Aún respetando las normas que impone la investigación académica, la voz de Pérez Estévez se escucha a través de sus obras, porque él supo escribir de forma vívida, traer la vida a la filosofía. Y de ese modo seguramente será percibido dentro de muchos años, o incluso ahora por quienes no lo conocieron, porque este pensador vivía la filosofía y escribía sobre lo que creía, o dialogaba para “ajustar” a su pensamiento aquello con lo que no concordaba, o incluso para corregirlo y liberar de ello a quienes lo leyesen. 

Mucho podríamos aún decir, comentando la obra de Antonio Pérez Estévez, autor pródigo y profundo, pero el tiempo no lo permite. Y así, aunque físicamente ya no esté aquí, seguirá dialogando con nosotros e interpelándonos en la medida en que, en su pensamiento, encontramos siempre una orientación bien fundada para movernos en nuestro complicado tiempo. 
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[1] Pérez Estévez, Antonio: “Diálogo intercultural”, en Utopía y Praxis Latinoamericana, número 6, Enero-Abril de 1999. Pág. 42. 
[2] Ibíd. Pág. 52. 
[3] Ramis, Pompeyo: “Antonio Pérez Estévez: Proyecto de un neovoluntarismo”, en: Comesaña Santalices, Gloria; Pérez Estévez, Antonio; Márquez Fernández, Álvaro, Compiladores: Signos en Rotación. Pensadores Iberoamericanos. Universidad Católica Cecilio Acosta, Maracaibo, 2002, página 74. 
[4] Publicado por Ediluz en 1976. 
[5] Ramis, Pompeyo: “Antonio Pérez Estévez: Proyecto de un neovoluntarismo” en: Comesaña Santalices, Gloria; Pérez Estévez, Antonio; Márquez Fernández, Álvaro, Compiladores: Signos en Rotación. Pensadores Iberoamericanos. Opus Citat, pág. 74. 
[6] Pérez Estévez, Antonio: La Materia, de Avicena a la Escuela Franciscana. Ediluz, Maracaibo, 1998. 
[7] Con ello se refiere al hecho de que, en su tiempo, los tomistas parecían los innovadores, frente al supuesto carácter conservador de la tradición platónico-agustiniana representada por la escuela franciscana. 
[8] Ayala, Jorge: “Recensión a: La Materia, de Avicena a la Escuela franciscana” en: Comesaña Santalices, Gloria; Pérez Estévez, Antonio; Márquez Fernández, Álvaro, Compiladores: Signos en Rotación. Pensadores Iberoamericanos. Opus Citat, pág. 79. 
[9] Ibíd., pág. 80. 
[10] Pérez Estévez, Antonio: El individuo y la feminidad. Ediluz, Maracaibo, 1976. 
[11] Pérez Estévez, Antonio: Religión, Moral y Política. Ediluz, Maracaibo, 1991 . 
[12] Comesaña Santalices, Gloria: “El Individuo y la feminidad. Antonio Pérez Estévez”. En Revista de Filosofía. Vol.14. Centro de Estudios Filosóficos, LUZ, Maracaibo, 1992.


A partir de una evocación personal y biográfica de las raíces ibéricas de Antonio Pérez-Estévez, se expone, por una parte, la condición humana y moral del filósofo y, por la otra, el valor que éste le asigna a la libertad de pensar y expresar, como también a la de sentir, condiciones irrenunciables que Pérez Estévez defiende como las más auténticas de una vida con sagrada al saber y al diálogo.





martes, 6 de mayo de 2025

LIBRO "IOTA UNUM": ESTUDIO SOBRE LAS TRANSFORMACIONES DE LA IGLESIA CATÓLICA EN EL SIGLO ✋

IOTA UNUM

ESTUDIO SOBRE LAS TRANSFORMACIONES 
DE LA IGLESIA CATÓLICA EN EL SIGLO XX

ROMANO AMERIO
IOTA UNUM ha conocido ya numerosas ediciones en ocho idiomas. No es casualidad. Desde la coincidencia o la discrepancia, ha recibido la alabanza unánime de la crítica especializada como una de las obras fundamentales sobre la evolución de la Iglesia en las últimas décadas.
Se trata de un estudio serio, riguroso y exhaustivo, llevado a cabo con una serenidad asombrosa y un rigor lógico aplastante, fruto de la recia formación clásica del autor. Pasa revista a todas las tendencias culturales que configura el mundo moderno e invaden la Iglesia Católica, que parece hacer de esa convergencia el motivo fundamental de su transformación tras el Concilio Vaticano II.
Esto suspenso, y ante la serie de cambios en la Iglesia que han afectado a su doctrina, a sus ritos y al rostro con que se presenta ante el hombre contemporáneo, la pregunta surge espontáneamente: ¿ha experimentado la religión católica una mutación sustancial, pasando a ser algo distinto de lo que era y rompiendo así la continuidad histórica que la liga con su Divino Fundador?
En las páginas de IOTA UNUM, Romano Amerio investiga la respuesta. Vale le pena conocerla.
Este documento resume la crisis de la Iglesia católica desde el siglo XX. Describe las crisis previas como la Reforma Protestante y la Revolución Francesa, así como las crisis más recientes como el Modernismo y el Concilio Vaticano II. Explica cómo estas crisis han llevado a una pérdida de unidad, autoridad y doctrina dentro de la Iglesia en la era postconciliar.

Iota Unum es el título de un libro escrito por Romano Amerio. El libro explora el Concilio, sus consecuencias y los cambios que ha vivido la Iglesia desde entonces.
Iota es una letra del alfabeto griego que representa el sonido "i". Proviene del protosemítico yad-, que significa "mano".
Unum es una palabra latina que significa "uno".
Iota Unum fue publicado por Ediciones Estrella de Belén. En el epílogo, el autor sostiene que la consecuencia del Concilio fue la disolución de la religión católica, pero que la Iglesia no perecerá.

Estudio sobre las transformaciones 
en la Iglesia en el siglo XX 

Porque en verdad os digo: antes pasarán el cielo y la tierra 
que pase una sola iota (iota unum) 
o una tilde de la ley, sin que todo se verifique 
(Mateo 5,18) 

Advertencia al lector 

No existe una diversidad de claves (como se dice hoy) con las que pueda leerse este libro. El sentido que se le debe atribuir es el sentido que posee tomado unívocamente en su inmediato significado literal y filológico. Por tanto no existen en él intenciones, expectativas u opiniones distintas de las que el autor ha introducido, y tras de las cuales alguien pudiese estar buscando. La intención del autor del libro en nada difiere de la intención de su libro, salvo en aquellos lugares donde, como puede suceder, pudiese haber escrito mal: es decir, dicho lo que no quería decir. El autor no tiene ninguna nostalgia del pasado, porque tal nostalgia implicará un repliegue del devenir humano sobre sí mismo, y por consiguiente su perfección. Tal perfección terrenal es incompatible con la perspectiva sobrenatural que domina la obra. Tampoco las res antiquae a las que se refiere la frase de Ennio que abre el volumen son cosas anteriores (antiquus viene de ante) a nuestra época, sino anteriores a cualquier época: pertenecen a una esfera axiológica considerada indefectible. Si hay una referencia en este libro, es solamente a dicha esfera. No pretenda el lector buscar otra. Debo y manifiesto un vivo agradecimiento al Dr. Carlo Cederna y al Prof. Luciano Moroni-Stampa, que me han ayudado con los ojos y con la inteligencia en la revisión del borrador y en la composición tipográfica de este libro. Tabla de abreviaturas y algunos documentos utilizados Apostolicam Actuositatem (Concilio Vaticano II, decreto sobre el  apostolado de los seglares)

EPÍLOGO
Diagnóstico y pronóstico. 
2 conjeturas finales

Resulta difícil, o más bien imposible, concluir el análisis extendido a lo largo de este libro con una adivinación o pronóstico de lo que ocurrirá. La elevación de la conjetura al grado de ciencia (llamada, con mal formado vocablo, futurología) es cosa inconsistente, vulgar, teatral y vana. Ciertamente existe una ley general según la cual en el orden del mundo, causas iguales producen efectos iguales; pero esta ley expresa el comportamiento del mundo precisamente generale, y no consiente silogismos y conclusiones individuales; se pueden enunciar verosimilitudes, pero no verdades. 

Existe todavía el juego de la voluntad libre, el contingente defecto de las naturalezas finitas, o el carácter extraordinario de la intervención divina, tanto en el orden de la naturaleza como en el orden de la gracia. Es por tanto irrefragable la proposición: de futuris contingentibus non est determinata veritas. 

En la Fe católica hay en torno a los acontecimientos una sola certidumbre: la creación y el correr del mundo discurren bajo la divina Providencia y tienen por fin la gloria divina. Pero el sentido de la evolución del mundo no aparece manifiesto en las articulaciones singulares de la historia. Se capta solamente en la totalidad de su devenir, y de este modo, mientras el devenir esté en acto y no haya concluído escatológicamente, puede ser solamente vislumbrado. Pero arriesguémonos con las conjeturas. 

La primera conjetura es que el proceso de disolución de la religión católica en la sustancia mundana continúe, y el género humano camine hacia una igualación total de las formas políticas, de las creencias religiosas, de las estructuras económicas, de las instituciones jurídicas, y de los géneros culturales. Esto ocurriría bajo el imperio de la técnica al servicio del desarrollo del hombre en cuanto hombre y solamente mediante los elementos del mundo. La instauración del regnum hominis con la baconiana prolatio terminorum humani imperii ad omne possibile 1 constituiría esa novedad catastrófica anunciada tanto por la nueva teología como por la filosofía marxista. Las coloraciones religiosas con las cuales la teología de la liberación todavía se presenta están destinadas a desvanecerse y dejar desnuda la esencia humana de la teoría. Ver §§32.1 y 35.11. 

Esta primera conjetura supone la absoluta historicidad del Cristianismo, la caída de la Revelación divina a ser un momento del deviniente espíritu humano, y la eliminación de todo Absoluto de la razón y de la religión. Puede considerarse al comunismo ateo como principio activo de la desreligionización, pero también cooperan con él las doctrinas que lo han dado a luz históricamente. 

Algunos pensadores de los siglos XVIII y XIX, lúcidos por agudeza del ingenio o exaltación ideal, realizaron anticipaciones informes y confusas, pero sin embargo notables, de esta adivinación sobre la crisis del mundo. Juan Jacobo Rousseau, en el Contrato Social, lib. II, cap. 8, escribe: El imperio ruso querrá subyugar a Europa y sería él mismo subyugado. Los Tártaros, sus súbditos, se convertirán en sus amos y en los nuestros. 

Giacomo Leopardi, en Zibaldone, 867: 
No dudó en pronosticarlo. Europa, completamente civilizada, será presa de esos medio bárbaros que la amenazan desde el fondo del Septentrión; y cuando estos conquistadores se civilicen, el mundo volverá a equilibrarse. 

Aún más preciso es Jaime Balmes afirmando que quienes creen que Europa no podrá conocer ya conflictos similares a los de la invasión de los bárbaros y de los árabes no han reflexionado sobre lo que podría producir en el orden de la Revolución un Asia gobernada por Rusia 2

Tal mutación de civilización, que implica mutación de religión o negación de toda religión, está prefigurada también en las grandiosas páginas con que Vico concluye la Ciencia Nueva: 
Pero si los pueblos se pudren en esa última languidez civil, que no consiente ni un monarca nativo, ni que vengan naciones mejores a conquistarles y conservarles desde fuera, entonces la Providencia, ante este su extremo mal, adoptará este extremo remedio: que (...) hagan selvas de las ciudades, y de las selvas madrigueras para el hombre; y de tal suerte, dentro de muchos siglos de barbarie, se enmohezcan las sutilezas malnacidas del ingenio malicioso, que les había convertido en fieras más feroces con la barbarie de la reflexión 3 que con la barbarie del sentido. Esta primera conjetura profética es incompatible con la Fe católica. En realidad, como dijimos en §§5.7-5.8, no hay en el hombre otra raíz distinta de aquélla con la que fue creado y en la cual está injertado lo sobrenatural:
no es posible un cambio radical. No hay en el hombre otra novedad aparte de la que causa en él la gracia, y esta novedad continúa (sin pasar por un estado intermedio) en el estado escatológico. Este es el estatuto primero y último del hombre y no se dan cielos nuevos ni tierra nueva bajo este cielo y bajo esta tierra. 

La segunda conjetura acerca del futuro de la Iglesia es la expresada por Montini como obispo y confirmada después como Papa, y de la cual hemos tratado en §3.8. La Iglesia continuará abriéndose y conformándose al mundo (es decir, desnaturalizándose), pero su sustancia sobrenatural será preservada restringiéndose a un residuo mínimo, y su fin sobrenatural continuará siendo perseguido fielmente por una avanzadilla del mundo. 

A la engañosa expansión de una Iglesia diluida en el mundo corresponde una progresiva contracción y disminución en un pequeño número de hombres, una minoría en apariencia insignificante y moribunda pero que contiene la concentración de los elegidos, el testimonio indefectible de la Fe. La Iglesia será un puñado de vencidos, como preanunció Pablo VI en el discurso del 18 de febrero de 1976. Tal inanición y anulación de la Iglesia no invalida, más bien verifica, lo expresado por 1 Juan 5, 4: haec est victoria, quae vincit mundum, Fides nostra (y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe). 

Esta inanición de la Iglesia permanece inexplicable en línea histórica pura y tiene estrecha relación con el arcano de la predestinación. La fe no está acostumbrada al triunfo, y no hay jamás para la Iglesia victorias definitivas, sino victorias en curso de realizarse: es decir, combate perpetuo en el cual ella no sucumbe, pero jamás puede dejar de combatir. Y en el oscurecimiento de la fe, indicado en Luc. 18, 8, pueden tener lugar inversiones de la civilización que sin embargo no invierten la realidad de ese avance de la Iglesia: la ruina de Roma (tan recurrente en las profecías extracanónicas), la emigración de la Iglesia de levante a poniente (quizá a las Américas, quizá a África), traslaciones de imperios (según el esquema bíblico), o destrucción y reconstrucción de pueblos 4. La Iglesia, semimoribunda en la pobreza, en la persecución y en el desprecio por parte del mundo, tendrá el destino del Elegido de Thomas Mann: mientras el mundo se lanza a la barbarie, él se refugia con espíritu de penitencia y religión en la inhumana soledad de un inalcanzable escondite; allí se hace montaraz, diminuto, se nutre de hierba y de tierra, se convierte en una heredad orgánica donde habita el hombre, pero en la que el hombre resulta irreconocible.
Sin embargo, en un momento decisivo para la Cristiandad, la Providencia reencuentra al pequeño monstruo semihumano y los legados romanos lo traen a Roma, lo alzan a la cumbre pontifical, y lo consagran a la renovación de la Iglesia y a la salvación del género humano. 

De la inanición a la exaltación hay ciertamente un camino preconizado por la Fe. De la muralla de Is. 30, 14, derrumbada en fracciones de minutos y entre cuyos escombros no se encontrará ni siquiera un tiesto para transportar un tizón, se llega (en el orden de las cosas esperadas) a la edificación de la Jerusalén celeste, y no sólo de la terrenal. Este pasaje contradice las leyes de la historia humana, pero encuentra apoyo en las paradójicas resurrecciones históricas de la Iglesia: después de la crisis arriana, en la cual peligró la trascendencia, y después de la crisis luterana, en la cual igualmente corrió peligro. Y el volverse a levantar de la perdición sin que a oponerse basten los humanos (Inf VII, 81) responde a las leyes según las cuales opera la Providencia 5 en el gobierno del mundo. 

La acción divina transcurre de un extremo al otro, por lo que la criatura alcanza el fondo del mal y después se eleva a la cima del bien. Así, el combate moral empuja al universo hacia su fin: la realización de la cantidad predestinada de bien moral, o como se dice en teología, la consecución del número de los elegidos. Solamente este combate puede dar lugar al completo desenvolvimiento de la criatura en todos los grados posibles. No se trata de que el mal sea requerido por ese desenvolvimiento, sino de que también la victoria sobre el mal está incluída en el destino y en las virtualidades de la criatura intelectiva. La fe en la Providencia anuncia por consiguiente la posibilidad de una recuperación y sanación del mundo mediante una metanoia cuyo impulso inicial él no puede proporcionar, pero de la que es capaz cuando lo haya recibido. La exigencia de la Iglesia en esta situación ya no es leer los signos de los tiempos, porque non est vestrum nosse tempora vel momenta (no os corresponde conocer tiempos y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad) (Hech. 1, 7), sino leer los signos de la eterna voluntad, presentes en cualquier tiempo y patentes para todas las generaciones que fluyen a lo largo de los siglos. 

Pero lo cierto es que la trama de la historia es el arcano de la predestinación, y ante esto, como decía elevadamente Manzoni, al pensamiento humano le conviene torcer las alas y estrellarse contra la tierra.

El Oráculo contra Duma

Parecerá que nuestro discurso ha llegado a una conclusión que tiene el carácter del conocimiento negativo, hipotético, sombrío y vespertino, incluso nocturno. Así es. Sólo puede traspasarse el velo palpando y vislumbrando. Custos, quid de nocte? Custos, quid de nocte? Dixit Cutos: Venit mane et nox. Si quaeritis, quaerite, convertimini, venite (Centinela, ¿qué hay de la noche? Centinela, ¿qué hay de la noche? Responde el centinela: Viene la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, preguntad. Volved a venir) Is. 21, 11-12.
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1 Extender los límites del poder del hombre y desarrollar infinitamente todas sus posibilidades.
2 El protestantismo comparado con el catolicismo, O.C. tomo IV, B-A.C, Madrid 1949, cap. 13, págs. 125 y ss.
3 La barbarie de la reflexión es el desarrollo de la razón, cuando se separa de su principio trascendente y de su fin moral, como ocurre en el mundo de la técnica.
4 Me refiero sobre todo a las Revelaciones de Santa BRÍGIDA, así como a la síntesis del profetismo medieval hecha por CAMPANELLA en los Articuli prophetales, editados por G. ERNST, Florencia 1976.
5 Investigadas por Rosmini en el tercer libro de la Teodicea.

iota-unum by Alejandra Grassi


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