EL Rincón de Yanka: CAMBIO

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martes, 6 de mayo de 2025

LIBRO "IOTA UNUM": ESTUDIO SOBRE LAS TRANSFORMACIONES DE LA IGLESIA CATÓLICA EN EL SIGLO ✋

IOTA UNUM

ESTUDIO SOBRE LAS TRANSFORMACIONES 
DE LA IGLESIA CATÓLICA EN EL SIGLO XX

ROMANO AMERIO
IOTA UNUM ha conocido ya numerosas ediciones en ocho idiomas. No es casualidad. Desde la coincidencia o la discrepancia, ha recibido la alabanza unánime de la crítica especializada como una de las obras fundamentales sobre la evolución de la Iglesia en las últimas décadas.
Se trata de un estudio serio, riguroso y exhaustivo, llevado a cabo con una serenidad asombrosa y un rigor lógico aplastante, fruto de la recia formación clásica del autor. Pasa revista a todas las tendencias culturales que configura el mundo moderno e invaden la Iglesia Católica, que parece hacer de esa convergencia el motivo fundamental de su transformación tras el Concilio Vaticano II.
Esto suspenso, y ante la serie de cambios en la Iglesia que han afectado a su doctrina, a sus ritos y al rostro con que se presenta ante el hombre contemporáneo, la pregunta surge espontáneamente: ¿ha experimentado la religión católica una mutación sustancial, pasando a ser algo distinto de lo que era y rompiendo así la continuidad histórica que la liga con su Divino Fundador?
En las páginas de IOTA UNUM, Romano Amerio investiga la respuesta. Vale le pena conocerla.
Este documento resume la crisis de la Iglesia católica desde el siglo XX. Describe las crisis previas como la Reforma Protestante y la Revolución Francesa, así como las crisis más recientes como el Modernismo y el Concilio Vaticano II. Explica cómo estas crisis han llevado a una pérdida de unidad, autoridad y doctrina dentro de la Iglesia en la era postconciliar.

Iota Unum es el título de un libro escrito por Romano Amerio. El libro explora el Concilio, sus consecuencias y los cambios que ha vivido la Iglesia desde entonces.
Iota es una letra del alfabeto griego que representa el sonido "i". Proviene del protosemítico yad-, que significa "mano".
Unum es una palabra latina que significa "uno".
Iota Unum fue publicado por Ediciones Estrella de Belén. En el epílogo, el autor sostiene que la consecuencia del Concilio fue la disolución de la religión católica, pero que la Iglesia no perecerá.

Estudio sobre las transformaciones 
en la Iglesia en el siglo XX 

Porque en verdad os digo: antes pasarán el cielo y la tierra 
que pase una sola iota (iota unum) 
o una tilde de la ley, sin que todo se verifique 
(Mateo 5,18) 

Advertencia al lector 

No existe una diversidad de claves (como se dice hoy) con las que pueda leerse este libro. El sentido que se le debe atribuir es el sentido que posee tomado unívocamente en su inmediato significado literal y filológico. Por tanto no existen en él intenciones, expectativas u opiniones distintas de las que el autor ha introducido, y tras de las cuales alguien pudiese estar buscando. La intención del autor del libro en nada difiere de la intención de su libro, salvo en aquellos lugares donde, como puede suceder, pudiese haber escrito mal: es decir, dicho lo que no quería decir. El autor no tiene ninguna nostalgia del pasado, porque tal nostalgia implicará un repliegue del devenir humano sobre sí mismo, y por consiguiente su perfección. Tal perfección terrenal es incompatible con la perspectiva sobrenatural que domina la obra. Tampoco las res antiquae a las que se refiere la frase de Ennio que abre el volumen son cosas anteriores (antiquus viene de ante) a nuestra época, sino anteriores a cualquier época: pertenecen a una esfera axiológica considerada indefectible. Si hay una referencia en este libro, es solamente a dicha esfera. No pretenda el lector buscar otra. Debo y manifiesto un vivo agradecimiento al Dr. Carlo Cederna y al Prof. Luciano Moroni-Stampa, que me han ayudado con los ojos y con la inteligencia en la revisión del borrador y en la composición tipográfica de este libro. Tabla de abreviaturas y algunos documentos utilizados Apostolicam Actuositatem (Concilio Vaticano II, decreto sobre el  apostolado de los seglares)

EPÍLOGO
Diagnóstico y pronóstico. 
2 conjeturas finales

Resulta difícil, o más bien imposible, concluir el análisis extendido a lo largo de este libro con una adivinación o pronóstico de lo que ocurrirá. La elevación de la conjetura al grado de ciencia (llamada, con mal formado vocablo, futurología) es cosa inconsistente, vulgar, teatral y vana. Ciertamente existe una ley general según la cual en el orden del mundo, causas iguales producen efectos iguales; pero esta ley expresa el comportamiento del mundo precisamente generale, y no consiente silogismos y conclusiones individuales; se pueden enunciar verosimilitudes, pero no verdades. 

Existe todavía el juego de la voluntad libre, el contingente defecto de las naturalezas finitas, o el carácter extraordinario de la intervención divina, tanto en el orden de la naturaleza como en el orden de la gracia. Es por tanto irrefragable la proposición: de futuris contingentibus non est determinata veritas. 

En la Fe católica hay en torno a los acontecimientos una sola certidumbre: la creación y el correr del mundo discurren bajo la divina Providencia y tienen por fin la gloria divina. Pero el sentido de la evolución del mundo no aparece manifiesto en las articulaciones singulares de la historia. Se capta solamente en la totalidad de su devenir, y de este modo, mientras el devenir esté en acto y no haya concluído escatológicamente, puede ser solamente vislumbrado. Pero arriesguémonos con las conjeturas. 

La primera conjetura es que el proceso de disolución de la religión católica en la sustancia mundana continúe, y el género humano camine hacia una igualación total de las formas políticas, de las creencias religiosas, de las estructuras económicas, de las instituciones jurídicas, y de los géneros culturales. Esto ocurriría bajo el imperio de la técnica al servicio del desarrollo del hombre en cuanto hombre y solamente mediante los elementos del mundo. La instauración del regnum hominis con la baconiana prolatio terminorum humani imperii ad omne possibile 1 constituiría esa novedad catastrófica anunciada tanto por la nueva teología como por la filosofía marxista. Las coloraciones religiosas con las cuales la teología de la liberación todavía se presenta están destinadas a desvanecerse y dejar desnuda la esencia humana de la teoría. Ver §§32.1 y 35.11. 

Esta primera conjetura supone la absoluta historicidad del Cristianismo, la caída de la Revelación divina a ser un momento del deviniente espíritu humano, y la eliminación de todo Absoluto de la razón y de la religión. Puede considerarse al comunismo ateo como principio activo de la desreligionización, pero también cooperan con él las doctrinas que lo han dado a luz históricamente. 

Algunos pensadores de los siglos XVIII y XIX, lúcidos por agudeza del ingenio o exaltación ideal, realizaron anticipaciones informes y confusas, pero sin embargo notables, de esta adivinación sobre la crisis del mundo. Juan Jacobo Rousseau, en el Contrato Social, lib. II, cap. 8, escribe: El imperio ruso querrá subyugar a Europa y sería él mismo subyugado. Los Tártaros, sus súbditos, se convertirán en sus amos y en los nuestros. 

Giacomo Leopardi, en Zibaldone, 867: 
No dudó en pronosticarlo. Europa, completamente civilizada, será presa de esos medio bárbaros que la amenazan desde el fondo del Septentrión; y cuando estos conquistadores se civilicen, el mundo volverá a equilibrarse. 

Aún más preciso es Jaime Balmes afirmando que quienes creen que Europa no podrá conocer ya conflictos similares a los de la invasión de los bárbaros y de los árabes no han reflexionado sobre lo que podría producir en el orden de la Revolución un Asia gobernada por Rusia 2

Tal mutación de civilización, que implica mutación de religión o negación de toda religión, está prefigurada también en las grandiosas páginas con que Vico concluye la Ciencia Nueva: 
Pero si los pueblos se pudren en esa última languidez civil, que no consiente ni un monarca nativo, ni que vengan naciones mejores a conquistarles y conservarles desde fuera, entonces la Providencia, ante este su extremo mal, adoptará este extremo remedio: que (...) hagan selvas de las ciudades, y de las selvas madrigueras para el hombre; y de tal suerte, dentro de muchos siglos de barbarie, se enmohezcan las sutilezas malnacidas del ingenio malicioso, que les había convertido en fieras más feroces con la barbarie de la reflexión 3 que con la barbarie del sentido. Esta primera conjetura profética es incompatible con la Fe católica. En realidad, como dijimos en §§5.7-5.8, no hay en el hombre otra raíz distinta de aquélla con la que fue creado y en la cual está injertado lo sobrenatural:
no es posible un cambio radical. No hay en el hombre otra novedad aparte de la que causa en él la gracia, y esta novedad continúa (sin pasar por un estado intermedio) en el estado escatológico. Este es el estatuto primero y último del hombre y no se dan cielos nuevos ni tierra nueva bajo este cielo y bajo esta tierra. 

La segunda conjetura acerca del futuro de la Iglesia es la expresada por Montini como obispo y confirmada después como Papa, y de la cual hemos tratado en §3.8. La Iglesia continuará abriéndose y conformándose al mundo (es decir, desnaturalizándose), pero su sustancia sobrenatural será preservada restringiéndose a un residuo mínimo, y su fin sobrenatural continuará siendo perseguido fielmente por una avanzadilla del mundo. 

A la engañosa expansión de una Iglesia diluida en el mundo corresponde una progresiva contracción y disminución en un pequeño número de hombres, una minoría en apariencia insignificante y moribunda pero que contiene la concentración de los elegidos, el testimonio indefectible de la Fe. La Iglesia será un puñado de vencidos, como preanunció Pablo VI en el discurso del 18 de febrero de 1976. Tal inanición y anulación de la Iglesia no invalida, más bien verifica, lo expresado por 1 Juan 5, 4: haec est victoria, quae vincit mundum, Fides nostra (y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe). 

Esta inanición de la Iglesia permanece inexplicable en línea histórica pura y tiene estrecha relación con el arcano de la predestinación. La fe no está acostumbrada al triunfo, y no hay jamás para la Iglesia victorias definitivas, sino victorias en curso de realizarse: es decir, combate perpetuo en el cual ella no sucumbe, pero jamás puede dejar de combatir. Y en el oscurecimiento de la fe, indicado en Luc. 18, 8, pueden tener lugar inversiones de la civilización que sin embargo no invierten la realidad de ese avance de la Iglesia: la ruina de Roma (tan recurrente en las profecías extracanónicas), la emigración de la Iglesia de levante a poniente (quizá a las Américas, quizá a África), traslaciones de imperios (según el esquema bíblico), o destrucción y reconstrucción de pueblos 4. La Iglesia, semimoribunda en la pobreza, en la persecución y en el desprecio por parte del mundo, tendrá el destino del Elegido de Thomas Mann: mientras el mundo se lanza a la barbarie, él se refugia con espíritu de penitencia y religión en la inhumana soledad de un inalcanzable escondite; allí se hace montaraz, diminuto, se nutre de hierba y de tierra, se convierte en una heredad orgánica donde habita el hombre, pero en la que el hombre resulta irreconocible.
Sin embargo, en un momento decisivo para la Cristiandad, la Providencia reencuentra al pequeño monstruo semihumano y los legados romanos lo traen a Roma, lo alzan a la cumbre pontifical, y lo consagran a la renovación de la Iglesia y a la salvación del género humano. 

De la inanición a la exaltación hay ciertamente un camino preconizado por la Fe. De la muralla de Is. 30, 14, derrumbada en fracciones de minutos y entre cuyos escombros no se encontrará ni siquiera un tiesto para transportar un tizón, se llega (en el orden de las cosas esperadas) a la edificación de la Jerusalén celeste, y no sólo de la terrenal. Este pasaje contradice las leyes de la historia humana, pero encuentra apoyo en las paradójicas resurrecciones históricas de la Iglesia: después de la crisis arriana, en la cual peligró la trascendencia, y después de la crisis luterana, en la cual igualmente corrió peligro. Y el volverse a levantar de la perdición sin que a oponerse basten los humanos (Inf VII, 81) responde a las leyes según las cuales opera la Providencia 5 en el gobierno del mundo. 

La acción divina transcurre de un extremo al otro, por lo que la criatura alcanza el fondo del mal y después se eleva a la cima del bien. Así, el combate moral empuja al universo hacia su fin: la realización de la cantidad predestinada de bien moral, o como se dice en teología, la consecución del número de los elegidos. Solamente este combate puede dar lugar al completo desenvolvimiento de la criatura en todos los grados posibles. No se trata de que el mal sea requerido por ese desenvolvimiento, sino de que también la victoria sobre el mal está incluída en el destino y en las virtualidades de la criatura intelectiva. La fe en la Providencia anuncia por consiguiente la posibilidad de una recuperación y sanación del mundo mediante una metanoia cuyo impulso inicial él no puede proporcionar, pero de la que es capaz cuando lo haya recibido. La exigencia de la Iglesia en esta situación ya no es leer los signos de los tiempos, porque non est vestrum nosse tempora vel momenta (no os corresponde conocer tiempos y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad) (Hech. 1, 7), sino leer los signos de la eterna voluntad, presentes en cualquier tiempo y patentes para todas las generaciones que fluyen a lo largo de los siglos. 

Pero lo cierto es que la trama de la historia es el arcano de la predestinación, y ante esto, como decía elevadamente Manzoni, al pensamiento humano le conviene torcer las alas y estrellarse contra la tierra.

El Oráculo contra Duma

Parecerá que nuestro discurso ha llegado a una conclusión que tiene el carácter del conocimiento negativo, hipotético, sombrío y vespertino, incluso nocturno. Así es. Sólo puede traspasarse el velo palpando y vislumbrando. Custos, quid de nocte? Custos, quid de nocte? Dixit Cutos: Venit mane et nox. Si quaeritis, quaerite, convertimini, venite (Centinela, ¿qué hay de la noche? Centinela, ¿qué hay de la noche? Responde el centinela: Viene la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, preguntad. Volved a venir) Is. 21, 11-12.
________________________

1 Extender los límites del poder del hombre y desarrollar infinitamente todas sus posibilidades.
2 El protestantismo comparado con el catolicismo, O.C. tomo IV, B-A.C, Madrid 1949, cap. 13, págs. 125 y ss.
3 La barbarie de la reflexión es el desarrollo de la razón, cuando se separa de su principio trascendente y de su fin moral, como ocurre en el mundo de la técnica.
4 Me refiero sobre todo a las Revelaciones de Santa BRÍGIDA, así como a la síntesis del profetismo medieval hecha por CAMPANELLA en los Articuli prophetales, editados por G. ERNST, Florencia 1976.
5 Investigadas por Rosmini en el tercer libro de la Teodicea.

iota-unum by Alejandra Grassi


VER+:











viernes, 15 de marzo de 2024

LIBRO "LAS CLAVES OCULTAS DEL 11M": 20 AÑOS BUSCANDO LA VERDAD por LORENZO RAMÍREZ 👥💣💥💀

LAS CLAVES OCULTAS DEL 
11M": 
20 AÑOS BUSCANDO LA VERDAD 



Prólogo 

AL FIN, LA VERDAD 

«De manera que lo que dijisteis en la oscuridad 
será escuchado a plena luz 
y lo que hablasteis al oído en las habitaciones interiores 
de la casa será proclamado desde las terrazas». 
Evangelio de Lucas 12:3 

El 11M han sido considerado por muchos como el día que cambió la historia de España. Se puede estar o no de acuerdo con esa reflexión, pero no cabe duda de que aquellos atentados en Madrid, donde murieron dos centenares de personas, fueron el mayor zarpazo terrorista sufrido por una nación lacerada desde hacía décadas por ese tipo de dramas. No solo eso. A partir de entonces, como en otros momentos anteriores y posteriores de la historia de España, quedó de manifiesto que algo había cambiado y que algunas circunstancias no volverían a ser las mismas. Creo que no exagero si digo que, al igual que en Estados Unidos el asesinato de J. F. Kennedy marcó para buena parte de los ciudadanos la pérdida de fe en el sistema, el 11M para muchísimos españoles significó captar que casi nada era como le habían dicho. 

De entrada, tras unas horas en que todos vieron en ETA la responsable de la matanza, se produjo una división radical entre los que seguían manteniendo esa posición y los que, por el contrario, abogaban por una autoría islámica que conectaba directamente con la intervención de España en la guerra de Irak. Semejante disyuntiva fue —lo sabemos ahora— falsa y, para colmo, utilizada como instrumento para intentar ganar unas elecciones próximas, impedir emprender el camino de la verdad y enzarzar a unos españoles contra otros. Pero en aquel entonces solo los que sembraron la confusión lo sabían. 

A la división, en apariencia inexplicable de los medios, se sumó pronto el estupor al contemplar que el PSOE —que llegó al poder en unas elecciones celebradas a las pocas horas de los atentados— se apresuraba a dar carpetazo a la investigación aferrándose a una versión oficial que apuntaba a una autoría islámica, mientras que el PP decía lo mismo aunque de manera menos tajante. Al final, los dos grandes partidos —Gobierno y oposición, oposición y Gobierno— parecían estar más interesados en pasar página sobre lo acontecido que en conocer la verdad. Si José Luis Rodríguez Zapatero intentó inculcar a martillazos la versión oficial en las neuronas de los españoles, nada diferente hizo Mariano Rajoy al llegar al poder cuando, ya de manera definitiva, se acabaron las investigaciones sobre los atentados y se destruyeron los últimos restos materiales de los mismos. Mucho deseo parecía existir de cerrar la cuestión y muy poco, quizá ninguno, de hacer justicia a víctimas y familiares. Sin embargo, no se trató solo de los partidos políticos. 

Los mismos medios de comunicación no estuvieron tampoco a la altura de las circunstancias. La mayoría optó por no seguir investigando y aceptar un relato oficial que satisfacía a los amos de la publicidad institucional, y la minoría que discutió esa versión de los hechos —lo sabemos ahora— contribuyó también a desviar a los ciudadanos de la verdadera pista, aunque descubriera cómo lo que aceptaba la mayoría no se sostenía ni siquiera mínimamente. Unos impidieron investigar y otros nos llevaron tan lejos que no nos permitieron ver lo realmente sucedido. Pero no todo se redujo a un comportamiento que dejó bastante que desear por parte de políticos y de medios de comunicación. 

Con creciente estupor, los españoles que siguieron abordando la cuestión en un deseo de que se supiera la verdad —«¡Queremos saber!», habían gritado tantos tras los atentados para que luego se diera carpetazo deprisa y corriendo— fueron descubriendo que la actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado había distado mucho de ser ejemplar e incluso, en ocasiones, despedía un tufo a difusión —incluso creación— de pruebas falsas y a deseo de enfangar, en lugar de aclaración de lo sucedido. Mal estaba que no pudiéramos fiarnos de los partidos políticos, pero ¿tampoco de la Policía? ¿Tampoco de la administración de Justicia? A decir verdad, todo constituyó una sobrecogedora sucesión de «tampocos». 
Así, al cabo de cuarenta y ocho horas de perpetrados los hechos, los trenes objetivo de los atentados del 11M se convirtieron en chatarra impidiendo que se pudieran utilizar como material para determinar quién había cometido los atentados. 
Tampoco se adjuntaron al sumario todas las actas de las muestras recogidas en los trenes. Tampoco aparecieron los vestigios completos tomados en los vagones, parte de los cuales fueron llevados a la sede de la Unidad Central de Tedax. Tampoco se recuperó en los doce focos de explosión un solo fragmento de explosivo, ni de los detonadores, ni de los iniciadores ni de las bolsas. Tampoco se envió a la Policía Científica muestras para el análisis. 
Tampoco se mandó al juez un listado pormenorizado de los componentes químicos. 
Tampoco se aclaró nunca de dónde venía la bomba desconectada y con metralla que se pretendió hacer pasar por una de las pruebas de la causa. Tampoco supimos nunca qué tenían que ver los suicidados de Leganés con los atentados, como estableció el propio Tribunal Supremo. Tampoco se practicó la autopsia a los suicidados. 
Tampoco se ha aclarado nunca el papel representado por el octavo habitante del piso de Leganés, Abdelmajid Bouchar, que escapó a la carrera del piso atravesando el cordón policial y al que el tribunal exculpó de la acusación de haber colocado las bombas. Tampoco se ha aclarado qué hacía Jamal Zougam, sobre el que recayó la culpa de los atentados, en un gimnasio la noche anterior a los crímenes, mientras sus presuntos cómplices supuestamente fabricaban en una casa de Morata de Tajuña las bombas. 
Tampoco se ha determinado por qué las testigos que sirvieron para condenarlo cambiaron su versión varias veces: una de ellas no reconoció a Zougam hasta trece meses después de los atentados e incluso algunos familiares de la otra testigo fueron denunciados por el juez Del Olmo por intentar presentarse como víctimas del 11M cuando no lo eran. Tampoco se ha castigado a los funcionarios públicos que cometieron perjurio durante la causa, aunque varios altos cargos policiales fueron ascendidos y condecorados a pesar de los errores cometidos. Tampoco sabemos a día de hoy quién dio las órdenes o quién planeó y quién ejecutó la matanza. Tampoco… 

Poco puede sorprender que, con ese cúmulo de circunstancias a lo largo de la instrucción del sumario, se detuviera a un total de ciento dieciséis personas por su presunta relación con los hechos. Prácticamente todas las detenciones se produjeron mientras la Comisión 11M estuvo abierta en el Congreso, pero de esos ciento dieciséis detenidos, solo veintinueve personas (nueve de ellas españolas) llegaron a juicio. Los demás, un total de ochenta y siete detenidos, fueron exonerados de cualquier tipo de cargo. De los veintinueve imputados que llegaron a juicio, solo veintiocho lo terminaron, ya que tanto la Fiscalía como todas las acusaciones retiraron durante la vista en la Audiencia Nacional todos los cargos contra uno de los hermanos Moussaten, que quedó inmediatamente en libertad. De los veintiocho imputados que llegaron al final del juicio, siete fueron absueltos, con lo que solo hubo veintiún condenados en primera instancia. Cinco de esos veintiuno fueron puestos en libertad al acabar el juicio en la Audiencia Nacional, al haber cumplido ya la pena de prisión impuesta por el tribunal. Tras la revisión de la sentencia por parte del Tribunal Supremo, las veintiún condenas quedaron reducidas a dieciocho. Así pues, solo quedaron dieciocho condenados en segunda instancia, cuatro de ellos españoles. Pero el resultado final fue, en realidad, peor de lo que indican estas cifras, ya que solo serían condenadas tres personas por las muertes del 11M: Emilio Suárez Trashorras, Jamal Zougam y Otman el Gnaoui. Todos los demás, un total de quince, fueron condenados por diversos delitos —por ejemplo, falsificación, tráfico de explosivos…—, pero no por los hechos del 11M. De esos tres culpables oficiales solo uno fue condenado por colocar una bomba: Jamal Zougam. En resumen, los supuestos autores materiales de los terribles atentados del 11M fueron, supuestamente, dos españoles no islamistas y un musulmán confidente de la Policía. 

Resulta angustiosa esta exposición de hechos, pero a ella hay que añadir que, desde hace años, las entidades —como los Peones Negros— que, supuestamente, iban a averiguar lo sucedido, han quedado total y absolutamente desarticuladas sin que se hayan brindado explicaciones al respecto. 

Para remate, durante la presidencia de Mariano Rajoy se dio carpetazo definitivo a la posibilidad de continuar investigando judicialmente los atentados. De hecho, la juez Coro Cillán, que intentó reabrir la causa, acabó desplazada de la carrera y encerrada en una entidad psiquiátrica y, a día de hoy, cuando se escriben estas líneas, por desgracia y para vergüenza de toda una nación, apenas quedan unas semanas para que los atentados prescriban penalmente. 

Dos décadas después de los atentados del 11M, sabemos que la historia de España cambió radicalmente y no solo para las víctimas y sus familiares. El PP quedó noqueado y Rajoy, en lugar de convertirse en el presidente de Gobierno que continuara la labor de Aznar, llegó al poder dos mandatos después. La situación para entonces ya era muy distinta porque España estaba institucionalmente descoyuntada y económicamente en una bancarrota real. Seis años después, tras el pésimo gobierno de Rajoy, España sufría una deuda pública que superaba holgadamente el cien por cien del PIB. Por su parte, el PP, tras el gobierno desastroso de Rajoy —que no cumplió ni una sola de sus promesas electorales—, se había convertido en una sombra agónica de lo que fue el de Aznar, envuelto, además, en pruebas crecientes no solo de extraordinaria incompetencia, sino también de profunda corrupción. 

El PSOE entró en una senda de delirio marcada por el hecho de que cualquier incompetente podía llegar a ministro, de que el poder era accesible solo con rendirse a los dictados de los nacionalismos catalán y vasco, de que ninguna de las dos circunstancias anteriores era importante si se voceaban consignas demagógicas, aunque entre ellas se encontrara la de reabrir heridas como las de la guerra civil y de que la ideología de género se convirtiera en columna vertebral de sus acciones. 

A casi dos décadas de distancia, el PSOE no se ha repuesto de tomar aquel camino de delirio que capitaneó ZP, sino que ha seguido profundizando en él. Ya no es la vieja alternativa socialdemócrata de hace cuarenta años, sino una sentina de lo políticamente correcto entregada a la agenda globalista de George Soros. 

El nacionalismo catalán alcanzó su meta de liquidar totalmente los frenos constitucionales que pudiera haber frente a sus ambiciones de convertir al resto de España en una colonia, pero, de repente, en su éxito contempló que sus bases le exigían llevarlas a la tierra prometida de la independencia poniendo en peligro la posibilidad de seguir expoliando al resto de los españoles. Así, perpetró un golpe de Estado financiado por el gobierno de Rajoy con el dinero que Cristóbal Montoro sacaba de los bolsillos de todos los españoles. Los responsables del golpe siguen impunes a pesar de que quebrantaron la ley, provocaron la salida de más de tres mil empresas de Cataluña y mantienen sus propósitos de descuartizar España. 

Finalmente, el nacionalismo vasco —con ETA a la cabeza— supo que, a medio plazo, el terrorismo no sería castigado y que Navarra resultaría anexionada. A día de hoy, tras asentar las franquicias de ETA en las instituciones y contemplar cómo los terroristas van siendo destinados a las Vascongadas y excarcelados, estos terroristas se permiten anunciar un segundo frente contra España en colaboración con el nacionalismo catalán. Por añadidura, Hacienda les regaló miles de millones de euros para conseguir su apoyo en la aprobación de los presupuestos y con Pedro Sánchez se han convertido en sostén indispensable del gobierno. 

Por si todo lo anterior fuera poco, con el paso de los años la invasión descontrolada de España por el islam se ha hecho realidad anunciando un terrible futuro para antes de una generación. No deja de ser llamativo que después de culpar de los atentados del 11M a una al-Qaeda que nunca los reivindicó, España haya abierto sus puertas a una inmigración masiva procedente de países musulmanes. Solo Cataluña tiene ya en su territorio a más de un millón de esos inmigrantes que en no pocos casos son ilegales. 

Por último, la imposición de la ideología de género desde las alturas apunta la consumación del desplome demográfico y la desaparición de la nación española en un plazo escalofriantemente breve. 

En paralelo, España perdió ya en 2004 un papel internacional que no había tenido desde el siglo xviii y nada apunta a que volverá a recuperarlo. La economía se colapsó y sigue quebrada porque no hay presupuesto que pueda soportar la demagogia populista de ZP, las exigencias del nacionalismo catalán —más del 30 por ciento del déficit total de diecisiete comunidades autónomas—, las torpezas imperdonables de Rajoy, Luis de Guindos y Montoro, la pésima gestión de Pedro Sánchez y mucho menos la codicia desatada de unas castas privilegiadas. 

Soñábamos entonces —el presidente Aznar se lo dijo personalmente a quien ahora se dirige a ustedes— con entrar en el G-7 y, al final, con ZP acabaron prestando a España media silla en una conferencia mucho menos elitista, y con Rajoy y Sánchez ha continuado descendiendo de esa situación.

Sin embargo, abundantes circunstancias llevan a pensar que hubiera reaccionado como hubiese reaccionado la sociedad tras los atentados del 11M, el destino internacional de España estaba igualmente sellado. Si el pueblo español, indignado por la agresión, hubiera votado mayoritariamente a un PP bajo Rajoy, España no hubiese pasado de ser una nación sometida a la política agresiva de la OTAN y a los dictados de la Unión Europea con la justificación añadida del ataque del terrorismo islámico; si el pueblo español —amedrentado por los atentados— votaba por ZP, como sucedió, el resultado no sería distinto. De hecho, aunque el líder socialista no envió tropas a Irak, España siguió en la guerra otanista de Afganistán, donde se convertiría en el tercer país con más soldados muertos. Y, además, aceptó todos los proyectos expansionistas de Marruecos en contra de sus claros intereses nacionales. 

Desde la perspectiva de la política internacional, el 11M, produjera los resultados electorales que produjera, era un win/ win, o un cara ganamos nosotros y cruz, perdéis vosotros. El vosotros eran, por supuesto, los españoles. Como siempre. 

Los sueños se convirtieron en humo, como doscientas vidas aquella mañana trágica del 11 de marzo. Después, por mucho que algunos labraran fortunas, obtuvieran prebendas o multiplicaran privilegios que, en algunos casos, llevan disfrutando desde hace siglos, para la mayoría de los españoles nada fue igual. A decir verdad, los españoles nunca vivieron algo semejante después del 11M. 

Todo esto y muchísimo más lo analiza de manera documentada, sólida y sin concesiones Lorenzo Ramírez en este libro. Con un interés que se revela creciente, página a página, la obra de Ramírez no solo consigue ir mucho más allá de todos y cada uno de los libros escritos previamente sobre el 11M —alguno notable, bastantes de ellos malos y no pocos destinados a la intoxicación—, sino que aporta claves más que relevantes, hasta ahora no sondeadas y que, sin embargo, pueden encerrar en su seno la explicación final de la matanza. 

Es Lorenzo Ramírez quien, por primera vez, no solo ha deslizado la posibilidad de una trama internacional tras los atentados, sino que además ha sabido colocarla en el contexto más amplio y, a la vez, más convincente de la coyuntura internacional que se vivía a inicios del siglo xxi. 

Es Lorenzo Ramírez el primero también en poner de manifiesto que los atentados del 11M, lejos de ser excepcionales, muestran una marca de fábrica que durante décadas se pudo observar —aunque no era fácil verla— en Europa y también en el continente americano. 

Es Lorenzo Ramírez el que, también por primera vez, ha dado más que posiblemente con la explicación de la enigmática frase de Aznar sobre el lugar donde se hallaban los que planearon los atentados. 

Es Lorenzo Ramírez también el que arroja luz suficiente para que podamos entender por qué el presidente Aznar se negó a recibir la colaboración de la inteligencia de naciones como Estados Unidos e Israel, y lo hizo además como si se tratara de la peste. 

Es Lorenzo Ramírez al que le cabe el honor de haber ajustado todas las piezas —al menos, las que se encuentran ante nuestros ojos sin que hayamos acertado a verlas durante casi veinte años— para resolver lo que fueron los atentados del 11M, cómo se ocultó la simple realidad al pueblo español y cómo todo tipo de instancias optaron por arrojar tierra sobre el asunto e incluso cargar con los muertos a simples chivos expiatorios porque, según palabras del propio juez Gómez Bermúdez, el pueblo español no estaba preparado para conocer la verdad. 

Hace ya muchos años que conozco a Lorenzo Ramírez y siempre fue —y ahora sigue siendo en su magnífico programa televisivo El Gran Reseteo y en su sección «Despegamos» del programa radiofónico La Voz— un orgullo, una satisfacción y un privilegio trabajar con él. Cuando se conoce su trayectoria y se sabe los lugares de los que tuvo que marcharse por integridad profesional y de alguno del que lo echaron por descubrir cómo algún empresario español —que, por cierto, acabó en el banquillo— se lucraba perjudicando la economía española en favor de la de Marruecos, se comprende que pocos, muy pocos, quizá ningún otro podía haber escrito este libro que va más allá, mucho más allá de todo lo escrito hasta la fecha sobre los atentados del 11M. A decir verdad, no hay nada de valor que se encuentre en otros libros y no se halle aquí, pero hay muchísimo material de enorme relevancia que solo ha exhumado, expuesto y ahora publicado Lorenzo Ramírez. 

Por añadidura, lejos de ser, como otras obras que lo precedieron, un mamotreto pesado y confuso, este libro se lee con la misma pasión con que cualquiera disfrutaría de una novela policíaca o de un relato de espías. Así es porque Lorenzo Ramírez sabe escribir no solo documentada, sino también amenamente, y porque ha captado lo que de historia de policías y servicios de inteligencia tienen los atentados más sangrientos de la histo-ria de España. Creo no exagerar lo más mínimo al afirmar de manera contundente que a partir de hoy nadie podrá decir que entiende lo que fue el 11M ni tampoco atreverse a escribir la historia de aquellos días sin utilizar ampliamente este libro. El presente estudio sobre esos atentados no es un libro más, sino EL libro que llevamos esperando desde hace demasiados años los que siempre quisimos saber la verdad. 

Y no deseo distraer ya más al lector de un texto que reúne méritos más que sobrados para ser absorbido con interés, atención e incluso pasión. El análisis sólido, la documentación exhaustiva y las revelaciones sobrecogedoras acerca de lo que fueron aquellos atentados los esperan. Como señaló Jesús y recogió el evangelista Lucas, lo que se tramó en la oscuridad y se susurró a escondidas ahora sale a la luz gracias a la excelente labor de Lorenzo Ramírez y puede gritarse desde los tejados.
César Vidal
Introducción 

«La verdad se corrompe tanto con la mentira 
como con el silencio». 
Cicerón (106 - 43 a. C.) 

Vivimos en una sociedad en la que hacer preguntas se ha convertido en algo incómodo, mal visto e incluso perseguido, al ser un factor propio y característico de personas que no asumen con facilidad los discursos oficiales y que, por lo tanto, son consideradas peligrosas para un sistema cuyos principales elementos son el desconocimiento y la ignorancia generalizada. Los grandes acontecimientos son despachados a los ciudadanos como los menús de restaurantes de comida rápida, en forma de relatos prefabricados suministrados por centros de análisis, consultoras de comunicación y think tanks que elaboran concienzudamente mensajes empleando técnicas de ingeniería social y manipulación psicológica, alumbrando respuestas sencillas, preparadas para ser digeridas con rapidez y facilidad, en un intento de abortar interrogantes adicionales respecto a las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Así se constituyen y difunden las versiones oficiales que sustituyen y enmascaran a la siempre compleja realidad, con unos relatos cuya principal función es mantener el statu quo —el estado de las cosas—, porque si se hicieran las preguntas correctas las respuestas no serían soportables. Este es el argumento que subyace en la consideración que hizo en el año 2011 el juez Javier Gómez Bermúdez a la entonces presidenta del Foro de Ermua, Inmaculada Castilla de Cortázar, cuando le indicó, en tono confidencial, aquello de que «la verdad del 11M es tan terrible que España no está preparada para conocerla».

Esta infausta frase expresada por el presidente del tribunal que juzgó el atentado más grave de la historia de España ilustra a la perfección el complejo paternalista que sufren muchos políticos, magistrados, miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, personal de los servicios de inteligencia e incluso directivos de medios de comunicación que han participado en la ocultación de grandes interrogantes que, veinte años después, siguen sobre la mesa. El hecho de que los supuestos garantes de los derechos y libertades ciudadanas hayan sido los primeros interesados en dar carpetazo al asunto es, quizás, la prueba más inquietante de la desidia a la hora de esclarecer todo lo que rodea a este atentado y, por extensión, para aclarar otros hitos clave de la reciente historia de España que duermen en espacios tenebrosos. 

El tiempo ha pasado, pero hay importantes cuestiones sin resolver cuando están a punto de prescribir los delitos que cometieron tanto aquellos que participaron en la preparación y ejecución del atentado, como en las labores de encubrimiento mediante la ocultación de pruebas y la creación de pistas falsas. No se trata de una teoría de la conspiración, sino de una conspiración a secas en la que existen múltiples indicios que apuntan a la participación —por acción u omisión— de personas que ocupan puestos de responsabilidad en las más altas instancias del Estado, incluidas las de potencias extranjeras. Y ese melón no se ha querido abrir ni siquiera por el magistrado que prometió a las víctimas de las bombas y a sus familiares que quienes encubrieran a los responsables de alguna de estas tramas, faltando a la verdad en sede judicial, «irían caminito de Jerez».

La gran trampa que encierra la investigación del 11M es la creación de dos trincheras enfrentadas entre sí. Del mismo modo que la falsa dicotomía entre izquierda y derecha permite lubricar la sensación de que vivimos en una democracia en la que podemos elegir a nuestros gobernantes sin injerencias externas, las dos tesis principales sobre la autoría de este atentado sirven para cumplir la máxima del «divide y vencerás», alejando cualquier posibilidad de acercarse a la realidad de los hechos. Desde antes incluso de que se produjeran las diez explosiones en los cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid —que segaron la vida de doscientas personas y provocaron más de dos mil heridos—, la disyuntiva ETA-al-Qaeda estaba macerándose, a fuego lento, para ser expuesta en el momento adecuado. 

Eran los tiempos en los que el terrorismo islamista se utilizaba en los discursos de los supuestos líderes del mundo libre como una bandera para defender los intereses del imperio, promoviendo intervenciones militares en países con recursos energéticos y posiciones determinantes desde un punto de vista geoestratégico. Un proceso internacional en el que a España se le reservaba un papel relevante, aunque en clave interna la eterna amenaza procediera del separatismo vasco de ETA, cuyos movimientos estaban siendo vigilados de cerca gracias a la presencia de infiltrados policiales. Una quinta columna que sería posteriormente empleada para detener convenientemente a la cúpula de la banda terrorista después de las elecciones y justo antes de la explosión del piso de Leganés, operación de acoso y derribo con la que se cerró el expediente presentando en sociedad a los culpables oficiales de la masacre, que estaban estrechamente relacionados con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. 

Todo aquel que sigue defendiendo a capa y espada las distintas variantes de la versión oficial expuesta torpemente en la sentencia de la Audiencia Nacional (y parcialmente enmendada por el Tribunal Supremo) lo hace porque tiene poderosos incentivos o bien porque no ha investigado mínimamente todo lo que rodea a este atentado. Contaba Fernando Múgica —seguramente el periodista que más se acercó a la verdad del 11M— que muchos de sus compañeros le hacían preguntas sobre el caso sin ni siquiera haber leído su serie de artículos en la que, gracias al acceso a fuentes bien informadas, había derribado los cimientos de una versión oficial cogida con alfileres. Unos «agujeros negros» que, como este reportero de la vieja escuela confesó antes de morir, le llevaron por el camino de la amargura, hasta el punto de sufrir el menoscabo de sus compañeros de profesión, un oficio que se ha ganado a pulso el descrédito social por servir exclusivamente a los intereses del poder. El repentino fallecimiento de Múgica abortó un proyecto editorial en el que pretendía analizar tanto el trasfondo del atentado como su marco político y geoestratégico. Iba a ser una novela histórica que lamentablemente nunca pudo ver la luz y que podría habernos acercado a los verdaderos autores de este asesinato en masa que marcaría para siempre a la sociedad española.

El libro que tiene el lector en sus manos no pretende ser un manual exhaustivo de todo lo ocurrido en aquellos fatídicos días de marzo, sino un trabajo de investigación de carácter divulgativo que, mediante el método socrático, aspira a acercarse a realidades insondables, planteando incógnitas que siguen sin respuesta, aunque en muchas de ellas la solución al enigma pueda ser intuida con los datos que se exponen. Como señala Luis del Pino, «son tantas las dudas, los puntos oscuros y las contradicciones que una de las tareas más arduas de la investigación es, precisamente, diferenciar la realidad de lo que no es más que cortina de humo». Todo lo que rodea a este atentado está plagado de trampas, de cabos sueltos que no llevan a ninguna parte y que dificultan la comprensión de una serie de elementos que, paradójicamente, son relativamente sencillos. Los 100.000 folios del sumario son una muestra de ello, conformando un océano de documentos, declaraciones, informes y valoraciones cuyo destino era entorpecer la labor del juez instructor Juan del Olmo, mareándole en cuestiones accesorias mientras las más elementales quedaban en un segundo plano. 

Fabricando las pruebas 

Hay multitud de ejemplos de ello. El análisis de los focos de las explosiones no se pudo realizar porque los trenes comenzaron a desguazarse a las pocas horas de que se produjera el atentado —algunos vagones antes incluso de que se realizaran las autopsias a las víctimas— y todo el caso giró en torno a pruebas ajenas a los trenes diseñadas para crear posteriormente el relato oficial. La bolsa de Vallecas, la furgoneta de Alcalá, la casa de Morata de Tajuña y el piso de Leganés configuran un mundo propio que poco tiene que ver con los individuos que diseñaron el atentado, pero sí con la trama encubridora, al fabricarse un laberinto de contradicciones en el que muchos investigadores (entre los cuales me incluyo) hemos perdido un tiempo precioso, sin que los árboles nos dejaran ver el bosque. Y es que, en contra de lo que piensan otros autores que han investigado el 11M, los indicios apuntan a que la gran mayoría de incongruencias, pruebas falsas, extrañas casualidades y actuaciones negligentes no deberían atribuirse exclusivamente a la mala praxis de los encargados de encontrar a los culpables, sino que podrían ser la consecuencia natural de una calculada campaña de desinformación impulsada por determinados elementos de las cloacas del Estado. A este respecto, Ignacio López Bru cita en su enciclopédico libro una de las secuencias finales de la película Al límite, protagonizada por Mel Gibson, en la que un agente encubierto define muy bien cuál es este tipo de estrategia: «Quien quiera profundizar verá que ha habido algo más, pero no podrá saber qué, ese es su objetivo, que sea todo tan enrevesado que cualquiera pueda tener una teoría, pero que nadie sepa la verdad». Por eso el atentado más investigado de la historia de España continúa rodeado de tantas incógnitas, inmerso en una neblina que no desaparece. 

Hoy en día pocos españoles saben que la sentencia del tribunal presidido por el juez Gómez Bermúdez ni considera como hechos probados que los supuestos terroristas fueran fundamentalistas islámicos, ni tampoco atribuye a nadie concreto la autoría intelectual del 11M, o determina sin dejar espacio a la duda cuál fue el arma del crimen. En realidad, si nos atenemos a lo que dicen los jueces, no sabemos prácticamente nada de lo ocurrido en aquellos días de marzo. Y los intentos por reabrir el caso han resultado infructuosos —a pesar del compromiso de magistrados concretos, como María del Coro Cillán, quien pagó cara su osadía— por el nulo interés de la Fiscalía General del Estado que, con independencia del color político del inquilino del Palacio de La Moncloa, siempre ha evitado bucear en las aguas procelosas de un atentado que, aunque sea triste decirlo, tuvo muchos beneficiarios. Por eso, todas las teorías alternativas sobre la autoría tienen cierto sentido. Tanto la que apunta a la participación de elementos internos para provocar un cambio electoral que favoreciera la entrada de ETA en las instituciones, como las que fijan la mirada en el servicio secreto marroquí, las que hacen referencia a los intereses del eje París-Berlín o las que plantean la implicación de Washington a través de unos ejércitos secretos de la OTAN que, en contra de lo que se nos quiere hacer creer, no desaparecieron con la caída de la Unión Soviética. Las unidades stay behind mutaron para sustituir a la hoz y el martillo por la luna creciente, que provocó una ola de terror en países occidentales cuya existencia muchos se niegan a aceptar incluso hoy en día, obviando la gran cantidad de documentación que existe a este respecto. 

Los ascensos y condecoraciones a determinados policías, guardias civiles, jueces y fiscales que no fueron capaces de realizar su trabajo con la diligencia debida refuerzan la tesis de que, con independencia de quienes fueran los verdaderos autores, hubo órdenes superiores para no llegar al fondo del asunto. Y el hecho de que la práctica totalidad de los imputados tuvieran los teléfonos intervenidos desde un año antes del atentado —y trabajaran para los distintos servicios de información del Estado— tampoco ayuda a despejar la sombra de la duda sobre el papel de las autoridades a la hora de esclarecer el núcleo de la masacre terrorista. 

Gracias a la asociación Peones Negros existe un fondo documental que se puede consultar por Internet y que recoge el sumario, transcripciones de las declaraciones del juicio de Campamento, material desclasificado y los documentos de la comisión de investigación parlamentaria. Su revisión minuciosa aporta los suficientes elementos de juicio para plantear que el 11M fue un golpe de Estado poliédrico, que mediante el chantaje al Gobierno por sus pecados cometidos (algunos inconfesables) impulsó varias agendas tanto en clave nacional como internacional. Muy posiblemente a eso se refería José María Aznar cuando decía de forma enigmática que los que idearon el atentado no estaban «ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas». No en vano, nada más producirse las explosiones el entonces presidente del Gobierno apartó al Centro Nacional de Inteligencia (CNI) del grupo de gestión de crisis, rechazó la ayuda de su teórico «amigo» americano —motivando el enfado de la cúpula del FBI— y dio con la puerta en las narices a los forenses israelíes que tenían las maletas preparadas para colaborar en las autopsias. Aznar no se fiaba ni de los servicios de inteligencia españoles ni de los de aliados extranjeros con los que había impulsado la estrategia atlantista que marcó su agenda internacional, sobre todo en su segunda legislatura. Sintió que le habían traicionado.

La cita con las urnas 

La actuación del PSOE y de sus terminales mediáticas también genera un buen número de interrogantes sobre el papel que tuvo la oposición en el derribo de un Gobierno que estaba preparado para una victoria en las urnas tres días después del atentado. Lo que realmente permite la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al Palacio de La Moncloa no es el triunfo de la tesis islamista y el castigo electoral por la intervención en la guerra de Irak, sino su defensa a ultranza de la autoría etarra cuando no disponía de evidencias, más allá de unos precedentes convenientemente publicitados meses antes, con intentos de atentados utilizando mochilas bomba que pudieron ser señuelos para preparar la ceremonia de la confusión tras el 11M. Como apunta Fernando J. Muniesa,7 seguramente el error del entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, fue dar más información de la que debía haber facilitado en un primer momento, apremiado por la cercanía de las elecciones y presionado por la toma de las calles promovida por la oposición, con asaltos a las sedes incluidos. 

En otros casos similares, como en el atentado londinense del 7J ocurrido un año después, las autoridades no difundieron datos sobre la investigación hasta que pasaron semanas, e incluso meses, para no entorpecer la actuación policial ni exponer informaciones que luego se demostrasen erróneas. Y en el caso que nos ocupa, quienes tenían las claves de lo que posteriormente integraría la versión oficial fueron los tentáculos del PSOE en los servicios de información, los mismos que guiaron al equipo de Alfredo Pérez Rubalcaba para lanzar una campaña de acoso y derribo que tumbó al PP, partido que cuando volvió a llegar al Gobierno terminó de enterrar el caso, como hizo años antes con los archivos de la guerra sucia de los GAL. Un ejemplo claro de que no es el pueblo español quien no está preparado para conocer la verdad del 11M, sino que son los teóricos representantes del Estado quienes no pueden permitir que se exponga dicha verdad. 

Todos estos elementos plantean un sinfín de interrogantes que vamos a exponer en los siguientes capítulos con la intención de aportar claves fundamentales para que se profundice en los agujeros negros pendientes antes de que los delitos cometidos prescriban. A partir de marzo de 2024, si los tribunales no lo impiden, ya no será posible iniciar nuevas investigaciones judiciales. Soy consciente de que este objetivo puede resultar pretencioso, pero por responsabilidad personal —y profesional en mi caso—, todos estamos obligados a hacerlo. No solo por la memoria y dignidad de las víctimas, sino pensando en las generaciones futuras, que siguen expuestas a sufrir otro 11M si las élites que mueven los hilos del terrorismo lo consideran oportuno para lograr sus propios fines. Como decía Albert Einstein: «El secreto en la vida no es dar respuestas a viejas preguntas, sino hacernos nuevas preguntas para encontrar nuevos caminos». Y eso es lo que vamos a hacer en nuestro viaje literario, ¿me acompañan?

Sombras del 11M: las lagunas que nos harían entender el juego geopolítico en España. 
Lorenzo Ramírez

Coro Cillán: La juez que intentó saber la verdad del 11-M

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lunes, 26 de febrero de 2024

LIBRO "RETORNO AL ORDEN (RETURN TO ORDER)": DE UNA ECONOMÍA FRENÉTICA A UNA SOCIEDAD CRISTIANA ORGÁNICA por JOHN HORVAT II


RETORNO
AL   ORDEN

De  una economía frenética 
a una sociedad cristiana orgánica 

Dónde hemos estado, 
cómo llegados aquí 
y adónde debemos ir

Prólogo 
por Harry C. Veryser 

El argumento presentado en este libro es muy singular ya que mezcla, al mismo tiempo, lo antiguo y lo nuevo. Se remonta a los pensamientos de Platón y Aristóteles. En su libro La República, Platón argumenta que el estado de la mancomunidad es el estado de las almas individuales. Veía en las sociedades democráticas un peligro: el deseo de la gente hacia satisfacciones corporales podría rebasar los recursos del Estado y resultar, finalmente, en una tiranía. 
El profesor Harry C. Veryser fue el director del posgrado en Economía en la Universidad de Detroit Mercy, desde 2007 hasta 2012. Durante sus años de enseñanza, ha formado parte de las facultades de la Universidad de Northwood, St. Mary’s College-Orchard Lake, Hillsdale College, y Ave Maria College. Actualmente, está en el gabinete de asesores de The Mackinac Center for Public Policy y el Acton Institute for the Study of Religion and Liberty. Él es el autor de Nuestra crisis económica: fuentes y soluciones y No tuvo que ser de esta manera: por qué el auge y caída no es necesario y cómo rompe el ciclo la Escuela Austriaca de Economía (ISI Books, 2013). 
Aristóteles también estaba preocupado por los problemas de la sociedad democrática en la que las personas, al ser libres, permitirían que sus deseos se desordenaran y repercutieran en el bien común. Como solución, propuso un régimen mixto o constitucional. 
Este argumento fue retomado a mediados del siglo XX por el destacado escritor Russell Kirk. En un importante ensayo, titulado El problema de la justicia social, Kirk argumentó que el desorden del alma se reflejaba en el desorden de la República. 
En Retorno al orden, John Horvat II continua el argumento y lo adapta al siglo XXI. Aplicándolo a la crisis económica, financiera, social y, por último, moral, que afronta la civilización occidental, Horvat aboga por un retorno a las virtudes cardinales, en particular, a la templanza. Esta es una nueva manera de mirar a la economía y el orden social presentes. 

Mientras que Platón y Aristóteles se centraron en los factores políticos (aquellos de una sociedad democrática y los deseos desordenados de la población de utilizar medios políticos para lograr sus satisfacciones), Horvat considera como un factor mayor el enorme éxito tecnológico que se ha dado desde la Revolución Industrial hasta nuestros días. 
Con el aumento de la productividad, la gente pudo disfrutar de un nivel de vida hasta entonces soñado por las generaciones pasadas. Cuantos más deseos se satisfacían, más crecían las frenéticas explosiones de expectativas. Tan grande fue el deseo de satisfacer estos beneficios que la sociedad política empezó a romper las condiciones previas necesarias para una sociedad próspera. ¡La intemperancia reinó! 
Puesto que la intemperancia es una cuestión de hábito, las personas se acostumbraron a grandes expectativas y satisfacciones, hasta que, finalmente, en palabras de un economista, empezaron a consumir la semilla de maíz del capital moral. De este modo, el interés propio desapareció en la intemperancia. 

Fue como si un hombre joven, al que sus abuelos le han dejado un gran legado, lo echara todo a perder. Podríamos rescatar de las Escrituras la parábola del Hijo Pródigo, en la que el hombre joven, habiendo recibido una gran riqueza, la malgastó en deseos intemperantes. 
Horvat considera que Estados Unidos es ese tipo de sociedad. Sostiene que la incapacidad de muchos para controlar sus deseos les lleva a la “intemperancia frenética,” estableciendo las pautas de la sociedad. Y, ¿cuál fue la consecuencia? El despilfarro de una gran herencia. 
Horvat nos llama a regresar a la casa de nuestro Padre, no solo de forma individual sino colectiva. Si hacemos esto, no solo volveremos a hacer nuestras almas más virtuosas, sino que Estados Unidos será, una vez más, una nación grande y próspera. 

Introducción 

Retomando el Rumbo 

Si hay una imagen que corresponda al estado de la nación, sería la de un crucero en una travesía interminable. En cada una de sus cubiertas, encontramos todo tipo de comodidades y entretenimientos. Las bandas tocan, los teatros están llenos, los restaurantes abarrotados y las boutiques bien provistas. El ambiente destaca aparentemente por la diversión y la risa. Por todas partes hay espectáculos deslumbrantes, juegos divertidos y artefactos. Siempre hay un chiste o un baile más para que la fiesta no termine. El crucero da una impresión casi surrealista de fantasía, desenfreno y deleite. Normalmente, los cruceros son celebraciones para ocasiones especiales, pero este crucero es diferente. Durante décadas, muchos han llegado a ver el crucero no solo como unas vacaciones, sino como un derecho. Ya no es una ocasión excepcional, sino la norma. Más que abandonar el barco, muchos buscan, en cambio, prolongar la fiesta a bordo, sin preocuparse por un destino final o por quien vaya a pagar la cuenta. 

El colapso de un sistema 

Incluso los mejores cruceros alcanzan un punto de agotamiento. Incluso las mejores tienen una duración limitada. Detrás del barniz festivo, las cosas empiezan a desmoronarse. Se producen peleas y desacuerdos entre los pasajeros. Los miembros de la tripulación discuten y recortan en gastos. Los problemas económicos acortan las celebraciones. Pero aún nadie es lo suficientemente valiente como para sugerir que la fiesta no debe continuar. Este concepto es una forma de explicar la crisis actual. Como nación, estamos en el mismo dilema que aquellos en una fiesta de crucero interminable. Económicamente, hemos alcanzado un nivel de insostenibilidad, con déficits de billones de dólares, crisis económicas y cracks financieros. En lo político, hemos llegado a un punto de inmovilidad, ya que la polarización y la lucha dificultan la realización de tareas. Desde el punto de vista moral, hemos caído tan bajo con la ruptura de nuestros códigos morales, que nos preguntamos cómo sobrevivirá nuestra sociedad. El rumbo del crucero nos lleva a la ruina, pero las bandas siguen tocando. En lugar de afrontar estos problemas, muchos buscan formas de prolongar la fiesta. Nadie se atreve a dar la fiesta por terminada. 

No estamos preparados para afrontar la tormenta 

A los problemas internos de nuestro crucero se suman los externos. Nos enfrentamos a un inminente colapso económico que aparece en el horizonte como una amenaza de tormenta. Pocos quieren admitir que la tormenta se avecina. Es difícil determinar cuándo estallará, si en unos meses o incluso en años. Además, tampoco sabemos exactamente cómo se desencadenará, ni cuáles son los medios precisos para evitarla. Lo que sí sabemos es que la tormenta se avecina. No es solo una tempestad pasajera, pues ya sentimos sus fuertes vientos. Por su gran magnitud, intuimos que hay algo en esta crisis particular que afecta al mismo núcleo de nuestro orden estadounidense. Tendrá consecuencias políticas, sociales e incluso militares. Lo que la hace tan grave es que nuestro barco, tan mal equipado y con una tripulación tan dividida, se aproxima a esta tormenta cada vez más amenazante. En el pasado, teníamos una unidad y una proyección que nos ayudaban a mantener el rumbo correcto en tormentas como estas. Estábamos sólidamente unidos en torno a Dios, la familia y la bandera, pero ahora parecemos estar fragmentados y polarizados. Por nuestra gran riqueza y poder, en su día conservamos el respeto y el sobrecogimiento de naciones, pero ahora somos atacados por enemigos inesperados y abandonados por amigos y aliados. Actualmente, nuestras certezas tambalean; nuestra unidad está en duda. Hay ansiedad y oscuro pesimismo sobre nuestro futuro. 

Nuestro propósito 

The American Society for the Defense of Tradition, Family and Property (TFP) es un grupo de compatriotas católicos preocupados por el estado de la nación. Esta preocupación dio lugar a la formación de una comisión de estudios que profundizaría bastante en las causas de la presente crisis económica. Motivados por el amor a Dios y a la patria, entramos ahora en el debate con las conclusiones de esta comisión. Indicaremos en qué nos hemos equivocado como nación. Nuestro deseo es sumarnos a todos aquellos estadounidenses de mentalidad práctica que consideran inútil prolongar la fiesta. Ha llegado el momento de darla por terminada. Ahora toca cerrar las escotillas y trazar un rumbo de cara a la tempestad que se avecina. Aunque la tormenta sea traicionera, no necesitamos navegar en aguas inexploradas. Por eso, estas consideraciones parten de nuestras profundas convicciones católicas y se basan, en gran medida, en las enseñanzas sociales y económicas de la Iglesia, que dieron origen a la civilización cristiana. 

Creemos que estas enseñanzas pueden servirnos de faro; contienen ideas valiosas e iluminadoras que beneficiarán a todos los estadounidenses, ya que no solo se basan en cuestiones de fe, sino también en la razón y los principios del orden natural. Tener este faro es un asunto de vital urgencia porque navegamos en aguas peligrosas. No podemos seguir los derroteros socialistas hacia la anarquía y la revolución que han hecho naufragar a tantas naciones a lo largo de la historia. A menos que tengamos la valentía de basarnos en nuestra rica tradición cristiana y depositar nuestra confianza en la Providencia, no nos libraremos del desastre en la tormenta que se avecina ni llegaremos a buen puerto. Dado que la tormenta es principalmente de naturaleza económica, ese será nuestro foco principal. Sin embargo, no se trata de un tratado. Más bien, ofrecemos un análisis basado en observaciones de desarrollos económicos en la historia a partir del cual hemos construido una serie de tesis, que presentamos sucintamente, sin excesivas pruebas o ejemplos. 
Desarrollar plenamente cada tesis es una vasta tarea más allá del alcance de este trabajo. 
Nuestro propósito es ofrecer una plataforma para el debate; encontrar un remedio. Invitamos a aquellos que entren en este debate a aplicar los principios generales aquí expuestos a las circunstancias concretas. 

Un gran desequilibrio económico 

Nuestra tesis principal se centra en un gran desequilibro que ha entrado en nuestra economía. No creemos que haya sido causado por nuestro vibrante sistema de propiedad privada y libre empresa, como sostienen muchos socialistas. 
El problema es mucho más complejo, pero aún difícil de definir. Creemos que, desde una perspectiva que entenderemos más tarde, y sin negar otros factores, el principal problema subyace en un espíritu incansable de intemperancia que desequilibra nuestra economía. A esto se le suma un impulso frenético generado por una tendencia subterránea en la economía que busca estar libre de restricciones y gratificar las pasiones desordenadas. Llamamos al espíritu resultante “intemperancia frenética,” que está poniendo al país en medio de una crisis sin precedentes. En el curso de nuestras consideraciones, observaremos primero esta intemperancia frenética y veremos cómo se manifiesta en nuestra economía industrializada. Examinaremos el impulso desequilibrado por alcanzar proporciones gigantescas en la industria y la estandarización masiva de productos y mercados. Analizaremos su afán por destruir las instituciones y derribar barreras restrictivas que, normalmente, servirían para mantener el equilibrio económico. 

De esta forma, mostraremos cómo esta intemperancia frenética ha dado lugar a ciertos errores que se extienden más allá de la economía y condicionan nuestra forma de vivir. Para ilustrarlo, hablaremos sobre las frustraciones causadas por una confianza exagerada en nuestra sociedad tecnológica, el aislamiento terrorífico de nuestro individualismo y la gran carga de nuestro materialismo. Resaltaremos el laicismo anodino que admite que pocos elementos heroicos, sublimes o sagrados den significado a nuestras vidas. Más allá de promover un mercado libre, la intemperancia frenética lo socava y desequilibra, preparando incluso el camino al socialismo. Lo trágico de todo esto es que parece que hemos olvidado ese elemento humano tan esencial para la economía. La economía moderna se ha convertido en algo frío e impersonal, rápido y frenético, mecánico e inflexible. 

El elemento humano que falta 

En su entusiasmo por la máxima eficiencia y producción, muchos se han desvinculado de la influencia natural restrictiva de instituciones humanas como las costumbres, la moral, la familia o la comunidad. Han roto su vínculo con la tradición en la que las costumbres, los hábitos y las formas de ser pasan de generación en generación. Han perdido las anclas de las virtudes cardinales que deben ser el anclaje de cualquier economía verdadera. El resultado es una sociedad en la que el dinero manda. Se han dejado de lado los valores morales, sociales y culturales, adoptando otros que dan importancia a la cantidad por encima de la calidad, a la utilidad por encima de la belleza y a la materia por encima del espíritu. Libres de restricciones tradicionales, aquellos que se encuentran bajo esta norma favorecen los negocios frenéticos, la especulación y los riesgos exagerados por los que han llevado nuestra economía a la crisis. 

La búsqueda del remedio 

Si la intemperancia frenética es la causa principal de este desequilibrio económico, una de las soluciones que debemos tener en cuenta es la represión de este incansable espíritu. Para ello, hemos de reconectar con ese elemento humano que modera los mercados y los mantiene libres. El modelo que presentaremos es el orden socioeconómico orgánico que se desarrolló en la cristiandad. Dentro de este marco orgánico, encontramos principios atemporales de un orden económico, maravillosamente adaptados a nuestra economía humana. Esto da lugar a mercados llenos de gran vitalidad y espontaneidad. Así mismo, también existe una influencia tranquilizadora de esas instituciones naturales “de frenado” (la costumbre, la familia, el Estado cristiano y la familia) que son el alma y corazón de una economía equilibrada. La economía está anclada a las virtudes, especialmente, a las virtudes cardinales. Dentro de este orden, la regla del dinero se sustituye por otra que favorece el honor, la belleza y la calidad. 
La crisis económica actual: definición 
Cuando nos referimos a la crisis económica actual, no nos referimos a cualquier burbuja especulativa específica o crash financiero. Generalmente, hablamos de la acumulación de deuda masiva, el gasto público desenfrenado, la inestabilidad económica y otros factores que ya están amenazando con incorporarse a una crisis global única que probablemente cause un colapso económico mayor. 
Sin embargo, hay que dejar claro que este es un orden cristiano ajustado a la realidad de nuestra naturaleza caída. Está bien adaptado tanto a los sufrimientos como a las alegrías que proporciona este valle de lágrimas. De hecho, se nos recuerda que nació bajo la constante sombra de la Cruz con Cristo como modelo divino. Estudiando los principios de este orden, podremos llegar a tener una noción sobre cuál debería ser nuestro ideal y cómo podría obtenerse. Con la tormenta amenazando en el horizonte, el escenario está preparado para un gran debate sobre dónde estamos y a dónde necesitamos ir. En este punto, nuestra principal preocupación será entender tanto la naturaleza de la tormenta que afrontamos como el puerto que buscamos. Solo así podemos trazar un rumbo para el futuro.

Retorno al orden

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