“Es tan homicida el ojo que mira hacia otro lado
como el que apunta con la mirilla del fusil;
es tan culpable la mano que echa la persiana
para no enterarse de lo que ocurre afuera
como la que aprieta el gatillo”.
W. Szpilman
"Lo mas atroz de las cosas malas
y la gente mala es el silencio de la gente buena"
Gandhi
“Quien acepta pasivamente el mal
es tan responsable como el que lo comete.
Quien ve el mal y no protesta,
ayuda a hacer el mal”
Martin Luther King
El infierno vasco da cancha a los que tuvieron que soportar que les tiraran las nueces a la cara. Nueces como balas y nueces como escupitajos. A través de una veintena de testimonios, el hilo conductor que engarza las declaraciones de gentes de la derecha, el centro, la izquierda y apolítica es que el proyecto colectivista de los nacionalistas ha creado un cordón sanitario alrededor del proyecto individualista, liberal y democrático de los perseguidos. La conexión íntima del nacionalismo con la violencia queda así de manifiesto, a veces de una forma rudimentaria y salvaje, el tiro en la nuca, y mayoritariamente a través de la insidia en el patio de vecinos, el acoso callejero, la mirada en el supermercado o el método de la luz de gas en los departamentos universitarios. Como dijo Étienne de la Boétie, la servidumbre voluntaria es el estado más usual, por cobardía o indiferencia. Pero Arteta nos provoca la admiración hacia los que eligen la libertad como esencia de la naturaleza humana, como rebeldía.
En Trece entre mil, su anterior documental, convocaba a las víctimas de los asesinos de extrema izquierda, de ETA. Con humildad y sin resabios autorales, Arteta seguía las iciones de los grandes realistas del cine, de John Ford o de Howard Hawks, situando la cámara a la altura de los ojos. Nos obligaba Arteta, como antes había hecho Lanzmann en Shoah,sobre las víctimas del holocausto nazi, a aguantar las miradas de aquellos que sufrían el dolor de la pérdida y la tragedia de la injusticia de verse abandonados como apestados, como si ellos hubiesen tenido alguna culpa de su desgracia. No era fácil.
Había advertido Arteta que pensaba hacer un nuevo documental sobre otros vascos humillados y ofendidos: los que habían huido de la Arcadia nacionalista, que para ellos resultaba un infierno precisamente por ser nacionalista. Por fin se ha estrenado, aunque en pocas salas, llamado acertadamente El infierno vasco. Ha resultado muy cómodo para la clase política española establecer una demarcación entre los nacionalistas buenos, que sólo defenderían unos objetivos independentistas mediante procedimientos democráticos, y los nacionalistas malos, los que ponen las bombas y los muertos. Esa falacia es desmontada por Arteta al ilustrar aquel acongojante lema de Arzallus sobre los que agitan el árbol (los nacionalistas malos) y los que recogen las nueces (los nacionalistas buenos).
El infierno vasco da cancha a los que tuvieron que soportar que les tiraran las nueces a la cara. Nueces como balas y nueces como escupitajos. A través de una veintena de testimonios, el hilo conductor que engarza las declaraciones de gentes de la derecha, el centro, la izquierda y apolítica es que el proyecto colectivista de los nacionalistas ha creado un cordón sanitario alrededor del proyecto individualista, liberal y democrático de los perseguidos. La conexión íntima del nacionalismo con la violencia queda así de manifiesto, a veces de una forma rudimentaria y salvaje, el tiro en la nuca, y mayoritariamente a través de la insidia en el patio de vecinos, el acoso callejero, la mirada en el supermercado o el método de la luz de gas en los departamentos universitarios. Como dijo Étienne de la Boétie, la servidumbre voluntaria es el estado más usual, por cobardía o indiferencia. Pero Arteta nos provoca la admiración hacia los que eligen la libertad como esencia de la naturaleza humana, como rebeldía.
Durante mucho tiempo, el cine se ha limitado a interpretar la realidad. En gran parte, de forma torticera. Pero últimamente está volviendo una dimensión de denuncia de la injusticia que parecía perdida tras las invocaciones al entretenimiento banal y la confusión entre ficción y realidad. En el documental de Arteta no hay lugar para los espectros ni la leyenda, sino para las personas de carne y hueso. Y la memoria de los que se resisten a ser pasto del olvido y los enjuagues políticos. También es una hermosa lección de ciudadanía. Porque, como dijo Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, el gran monumento literario a las víctimas de la represión comunista en la Unión Soviética, sólo se puede experimentar la alegría de la libertad cuando encontramos en los demás lo que hemos encontrado en nosotros mismos.
En este caso, encontramos en los exiliados vascos pasión y esperanza por un futuro sin el terrorismo, material y espiritual, nacionalista.
“LA IGLESIA TIENE QUE TOMAR PARTIDO,
LA ÉTICA ELEMENTAL
NOS PROHÍBE PERMANECER NEUTRALES,
CRUZARNOS DE BRAZOS”
CRUZARNOS DE BRAZOS”
antiguo párroco de Maruri (Vizcaya)
El Padre Larrínaga nos recuerda que su lucha contra ETA comenzó en el año 1999. “Fui un cobarde más. Para entonces ETA había hecho muchas “barbaridades”, había asesinado a mucha gente, todos inocentes”. Tres sacerdotes y una consagrada, con el apoyo de algunos laicos, presentaron un manifiesto, a nombre de El Foro El Salvador en el que se denunció la gran hegemonía que tenía el nacionalismo en la Iglesia de las tres diócesis vascas, se condenaban los asesinatos de ETA y se les pedía que dejasen de matar. “Nos dolía que los católicos no se manifestasen ante tanta extorsión y asesinato. Nos animamos a luchar contra ETA y su base social: el nacionalismo. Me tocó a mí presidir el Foro El Salvador”, afirma.
Sobre el abandono de las armas por parte de ETA, lo considera “una medida astuta y muy inteligente, pues no necesita matar más. Ya ha conseguido su objetivo: imponer una dictadura de terror en todo el territorio vasco para conseguir sus objetivos: hacerse con el poder y con una política totalitaria declarar la independencia de Euskadi”.
Preguntado por el papel de la Iglesia en el País Vasco, el sacerdote subraya que “la intoxicación nacionalista en los últimos años ha sido tan fuerte, que ha dejado a la Iglesia muy afónica para proclamar el Evangelio de Cristo. La Iglesia tiene que tomar partido. La Ética elemental nos prohíbe permanecer neutrales, nos prohíbe cruzarnos de brazos”.
“Los creyentes debemos ser la voz de las víctimas. Ante los actos terroristas tenemos que tomar partido, pues la posición neutral ayuda siempre al opresor, nunca a la víctima”, recalca.
“Actualmente se recoge lo que se ha sembrado y se ha sembrado nacionalismo con todo lo que ello conlleva: miedo a expresarse libremente a los que no son nacionalistas, odio a todo lo español y a considerar a los terroristas públicamente como libertadores”, asegura.
El antiguo párroco de Maruri se declara feliz tras dejar Vascongadas. “Siempre dispuesto a ayudar donde haga falta. Y hay tantas necesidades... En estos últimos cinco años he ido a trabajar a una Misión en la Gran Sabana de Venezuela en donde no tenían sacerdote. El último año en Vizcaya, año 2002, tuve que vivir con escolta por amenazas de ETA. Y como “persona non grata” para los nacionalistas. Ante esa situación, por indicaciones del Obispo, salí de mi parroquia y de mi tierra. ¿Cuándo volveré? No lo sé, pues el asunto está muy feo. Este verano del 2012, al encontrarme con el Vicario General de la Diócesis y al ir a saludarle en un acto litúrgico, me negó el saludo”, reflexiona.
Pero Jaime Larrínaga no pierde la esperanza. “Se ven brotes verdes. Aparece cada vez más gente comprometida con la construcción del Reino de Dios, un Reino de verdad, de libertad, de justicia y de amor hacia todos los hombres”, concluye.
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El sacerdote es consciente de que su valentía le ha hurtado el anonimato, que en su tierra es una garantía de seguridad, mientras circula con su vehículo en dirección a Bilbao. Pero Jaime, como varias decenas de comprometidos religiosos vascos, hace tiempo que abandonó la comodidad del silencio, que elevó la voz para exigir justicia, que arriesgó su trayectoria profesional y quizá su vida para reivindicar una sociedad plural alejada de los «dogmatismos» y del «absolutismo» nacionalista.
Beristain, como el propio Larrinaga, pagó caro su compromiso intelectual. El 25 de julio de 1985 el obispo de la Diócesis de San Sebastián, José María Setién, le prohibió celebrar misas. Unos días antes, Beristain había escrito un artículo de opinión publicado en un diario local en el que se rebatían las ideas del antecesor de Juan María Uriarte. «Setién respondió a quienes intercedieron por mí que su prohibición no se apoyaba en ningún motivo e incluso me negó una comunicación por escrito de aquella orden. Aseguró que su decisión no necesitaba ser motivada», recuerda Beristain 17 años después. Reconoce que los jesuitas que reclaman a la Iglesia que pida perdón por su tibieza ante las víctimas constituyen «una minoría mal vista».
«Aquí se ha echado del País Vasco al que piensa y escribe; Baroja, Zubiri, Caro Baroja, Unamuno y Savater. Como decía el escritor nacionalista José Artetxe, somos un pueblo primitivo, con todo lo negativo y positivo del primitivismo», explica Beristain.
Frente a ese «primitivismo» también reacciona Jaime Larrinaga: «El nacionalismo no ha contado con un liderazgo de intelectuales sino que el control de esta ideología se ha situado en los batzokis, lugares donde se come bien pero con poca aportación ideológica que vaya más allá de apoyar con vehemencia las ocurrencias de Arzalluz».
Trece entre mil es un documental español dirigido por Iñaki Arteta. En él, se narran sus testimonios de 13 familias víctimas de la banda terrorista ETA. Se eligieron los casos entre los colectivos que más han sufrido el terrorismo, o por su especial circunstancia dramática, sobre todo en los años ochenta. La intención es recordar la memoria de las personas que sufrieron tan terribles hechos.