EL Rincón de Yanka: COHERENCIA

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domingo, 6 de julio de 2025

JÉRÔME LEJEUNE, UN CIENTÍFICO FUERA DE LO COMÚN, CATÓLICO PRACTICANTE, QUE TENÍA MUY CLARO QUE LA MEDICINA DEBE ESTAR SIEMPRE AL SERVICIO DE LA VIDA Y DE LA DIGNIDAD HUMANA

Jérôme Lejeune:
luchar, amar, curar


Esta es la historia de un héroe del conocimiento científico y de la libertad de conciencia. Jérôme Lejeune (1926-1994), pionero de la Genética moderna, descubridor del origen genético del síndrome de Down, quiso emplear su hallazgo para curar y el mundo prefirió emplearlo para matar. A partir de ese momento, Lejeune emprendió una apasionante lucha personal para curar a sus enfermos y preservar su derecho a la vida. Conoció a los grandes del mundo (Kennedy, Breznev, la reina Isabel II) y ante todos defendió sus principios. Amigo y colaborador del Papa Juan Pablo II, hoy la Iglesia estudia su beatificación. Es la apasionante historia de un hombre que prefirió perder el premio Nobel antes que renunciar a sus convicciones.

Jérôme Lejeune (1926-1994) es conocido por su trabajo pionero en genética, su dedicación al servicio de los pacientes con discapacidad mental y la valentía con que los defendió. Pero muchos desconocen sus motivaciones más profundas. 
¿Cómo se convirtió un joven estudiante de medicina en un referente para sus amigos judíos y musulmanes? ¿Por qué constituye para muchos médicos jóvenes un modelo a seguir?
Este libro nos permite conocer más íntimamente al maestro, al esposo y al padre. Muestra cómo la dinámica de las virtudes lo llevó a la plena realización de sí mismo. A través de estas páginas descubrimos que la santidad no es un sueño espiritual abstracto sino una invitación a la excelencia profesional y un camino de progresión integral, que llevó al papa Francisco en 2021 a declarar venerable a este científico francés. Aude Dugast es filósofa y postuladora de la causa de canonización de Jérôme Lejeune. Este libro es el resultado de su estudio e investigación durante más de diez años.

31 años sin el genetista y «venerable» 

El genetista fue una importante figura de la ciencia y la investigación médica, y un ejemplo de católico defensor de la vida, que puede llegar a ser declarado beato y santo en un futuro. Todo el mundo se enriquece al conocerlo mejor.

El 3 de abril de 1994, justo ahora treinta años, murió en París Jérôme Lejeune (1926-1994), el hombre que revolucionó el estudio de las enfermedades hereditarias y se opuso con todas sus fuerzas a la eugenesia.
"Se sigue hablando mucho de él. A pesar de estos treinta años, sigue muy presente", comenta en una reciente entrevista, que recoge el portal Avvenire, Anouk Meyer, la mayor de los cinco hijos que tuvo el profesor Jérôme Lejeune.
Perseguido por defender la vida
"Recuerdo su calidez humana y su forma de ser, tranquila y tranquilizadora. A su alrededor reinaba siempre la paz. Estábamos felices de hablar con él, nos sentíamos escuchados", confiesa su hija Anouk Meyer.
Una fama, la del profesor Lejeune - fallecido en París con sólo 67 años - que sigue estando muy presente: "Me alegra y me emociona que tantos permanezcan fieles a su memoria y que nuevas personas se interesen sin haberlo conocido. Muchos se reúnen junto a su tumba y le piden ayuda. Una nueva generación ve en él un ejemplo a seguir".

Pero, ciertos recuerdos guardan un dejo de amargura: "A pesar de que había recibido numerosos premios, yo comprendí su exposición pública después de cumplir 18 años, cuando descubrí que también había gente que lo odiaba. Mientras muchos le hacían elogios, otras personas me daban la espalda. Fue en la lucha por el aborto cuando comencé a preocuparme por él", comenta.
"Un día, en la universidad, me encontré con un escrito que pedía su muerte. Al llegar a casa lo hablé con él, quien simplemente me dijo: 'Coge la moto y hazle una foto'. También recibíamos llamadas amenazantes a casa", confiesa su hija.
Sin embargo, sus familiares también saborearon el privilegio de ser testigos de una profunda vida interior: "Nos transmitió la fe con el ejemplo y explicándonos las verdades sagradas sin limitaciones. Sabíamos lo que quería, pero no teníamos presión. Por la noche rezamos en familia y sentíamos una presencia interior muy fuerte", dice Meyer.

"En la fe no era un conformista. Los fines de semana íbamos al campo y solía salir a caminar durante una hora para rezar el Rosario. Sólo comprendí su devoción mariana después de su muerte. Todo esto lo vivía con mucha delicadeza, sin dar grandes lecciones", añade.
Una forma de ser creyente que su hija sigue defendiendo hasta hoy: "Lo esencial es seguir siendo testigo del amor a la vida y a quienes tienen algún tipo de discapacidad. Que mi padre siga influyendo en las personas en su amor por la vida. El resto importa menos".

Aude Dugast conoció al profesor de una manera diferente. Fue postulador de la causa que llevó a la proclamación de Lejeune como venerable por la Iglesia en enero de 2021. El filósofo reunió "casi 200 mil páginas" escritas por el genetista y encontró nuevos testigos: pacientes, familias, médicos, investigadores, sacerdotes, cardenales... "Casi un pueblo entero", asegura.
"La brújula de su vida fue la verdad. Y gracias a la fe, la verdad fue también el camino del amor. Todo en él estaba muy conectado. Pero su inteligencia quedó magnetizada por la verdad. Nunca cuestionó la fe que recibió en la infancia", dice su postulador.
"Su modo de ejercitar las tres virtudes teologales fue ejemplar. Como gran científico, siempre demostró que la ciencia y la fe pueden ir juntas. Su amor incondicional por sus pacientes lo impulsó a entregarse por completo a ellos, primero para comprender las razones científicas de su condición, pero también para intentar curarlos y hasta defenderlos", añade.

Esta heroica defensa demostró la profundidad de su amor. En el apogeo de su carrera tenía mucho que perder. Otros, en cambio, guardaban silencio sobre la irrupción de la eugenesia en el mundo médico. Ante la amenaza que sufrían los niños, comprendió que su deber era hablar. Sabía bien que no le perdonarían y que perdería el Nobel. Pero entre los niños y los honores, no dudó.
En 1969 se produjo un punto de inflexión en su vida, con el discurso de San Francisco. Cuando invitó a los mejores genetistas presentes a reflexionar sobre su verdadera misión: no suprimir a los enfermos sino permanecer fieles al juramento hipocrático. A partir de entonces experimentó cierto aislamiento pero también una especie de despegue con invitaciones en todo el mundo, incluso de parlamentos y tribunales.

"La brújula de su vida fue la verdad. Y gracias a la fe, la verdad fue el camino del amor".
El gran genetista católico Jérôme Lejeune fue una importante figura de la ciencia y la investigación médica, y un ejemplo de católico defensor de la vida, que puede llegar a ser declarado beato y santo en un futuro. Todo el mundo se enriquecerá al conocerlo mejor.
Hay al menos 7 razones por las que es una gran figura de los últimos cien años.

1. Fue el descubridor del origen genético del síndrome de Down
Desde sus inicios como investigador, allá por los años cincuenta, Lejeune se interesó por el síndrome de Down, un trastorno cuyo origen era entonces un auténtico misterio. Algunos lo asociaban a la sífilis; otros culpaban a las madres. Con todo, a Lejeune no le asustaba el reto. Guiado por su director de tesis, Raymond Turpin, descubrió que los dermatoglifos, las configuraciones de los surcos de la piel en las manos, eran diferentes en las personas con síndrome de Down si se los comparaban con el resto de la población. Estimulado por este hallazgo, le confesó a su mujer: "en uno o dos años habré comprendido el mecanismo". Y así ocurrió.
Turpin y Lejeune ficharon para su equipo a Marte Gautier, que había aprendido en Estados Unidos técnicas avanzadas de cultivo celular y microscopía. Tras un gran trabajo colaborativo entre los tres, Jerôme por fin consiguió contar un cromosoma de más en el cariotipo de un individuo con síndrome de Down. Este hallazgo coronaba su carrera.
Con solo treinta y un años había descubierto que una mala distribución del patrimonio hereditario genera como consecuencia un trastorno en el individuo. Los resultados se publicaron el 16 de marzo de 1959. Se analizaron células de cinco niños y cuatro niñas con síndrome de Down. En todas las muestras de buena calidad se contaron 47 cromosomas.

2. Algunos lo consideran el padre de la genética moderna
El descubrimiento del origen genético del síndrome de Down no fue un hecho aislado. En 1963 demostró una vez más su gran habilidad al averiguar que también existían personas con un cromosoma de menos: en concreto halló la monosomía del cromosoma 5. Por humildad, al contrario que la práctica habitual, el genetista galo no quiso poner su apellido a este trastorno y lo llamó síndrome del maullido de gato, aunque no pudo evitar que a menudo se le cite como enfermedad de Lejeune.
El genetista francés también colaboró en el conocimiento del síndrome 18q, una monosomía que reportó el francés Jean de Grouchy en 1964 y cuyo síndrome clínico asociado describió Lejeune en 1966.
Asimismo, Lejeune descubrió en 1968 el síndrome en el que un cromosoma con forma de anillo sustituye al cromosoma 13, en 1969 identificó la trisomía 8, mientras que con la ayuda de la doctora Marie Odile Rethoré, fiel colaboradora suya, hizo lo propio con la trisomía 9 en 1970.
En 1963 halló la monosomía del cromosoma 5.

3. Recibió infinidad de premios pero no el Nobel... quizá por ser provida
Los premios no tardaron en llegar: en Estados Unidos el Pellman y el de la Fundación Kennedy, en Francia la medalla de plata del CNRS y el Jean Toy de la Academia de Ciencias, en España el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Navarra.
Con motivo de otro galardón, el William Allan Memorial Award, Lejeune se había dado cuenta de que la mayoría de los médicos que participaban en la ceremonia le admiraban porque gracias a su descubrimiento podían practicar la amniocentesis, es decir, la extracción de tejido del feto para determinar si una persona presentaba trisomía y poder abortarlo. En algunos países hoy no se deja nacer a ningún bebé con síndrome de Down.
Lejeune se revolvió contra esta barbarie y pronunció un discurso políticamente incorrecto: "La naturaleza del ser humano está contenida tras la concepción en el mensaje cromosómico, lo que le diferencia de un mono o de un pato. Ya no se añade nada. El aborto mata al feto o embrión, y ese feto o embrión, se diga lo que se diga, es humano".
Poco después se expresó de una manera similar ante la ONU. Y continuó liderando la lucha por la defensa de la vida en todo el mundo, lo que no le produjo ningún beneficio en cuanto a su popularidad. Se convirtió en un apestado para muchísimos sectores de la sociedad, hasta el punto de que algunos historiadores opinan que no recibió el Premio Nobel por este motivo.

4. Sufrió agresiones personales y respondió con paciencia y coraje
Abanderar la lucha por la defensa de la vida le produjo problemas incluso en el terreno personal. Durante una conferencia que impartió el 5 de marzo de 1971 en la Mutualité, un centro parisino destinado a charlas, congresos y meetings políticos, unos asaltantes entraron con barras de hierro y pegaron a bastantes personas, entre las que se hallaban disminuidos psíquicos y ancianos. Jerôme y su mujer, que le acompañaba aquella vez, se libraron de los golpes, pero no de una serie de tomatazos que recibieron. Hasta un trozo de carne de buey impactó en la cara del padre de la genética moderna. Los manifestantes también arrojaron menudillos al mismo tiempo que gritaban que los fetos no eran más que trozos de carne. Solo se detuvieron al intervenir la Policía.
En otras ocasiones, la agresión consistía en el insulto y la descalificación. Pero Lejeune no perdía la compostura. Desarmaba a sus rivales con su tranquilidad, su paciencia y su valentía a la hora de exponer sus ideas. Además no se lo tomaba como algo personal: "no combato contra las personas sino contra las falsas ideas". Tampoco faltaron pintadas en las calles: "Lejeune es un asesino", "Muerte a Lejeune y a sus pequeños monstruos".
Desarmaba a sus rivales con tranquilidad, paciencia y valentía a la hora de exponer sus ideas.

5. Colaboró con San Juan Pablo II por la ciencia y la vida
La valentía y el buen hacer del brillante científico francés no dejó indiferente a Juan Pablo II, que se convirtió en un gran amigo suyo. Lejeune, que perteneció a la Academia Pontificia de Ciencias durante 20 años, fue designado por el Papa como el primer presidente de la Academia Pontificia para la Vida, cuyos objetivos son estudiar, informar y formar sobre los principales problemas de biomedicina y derecho, relativos a la promoción y a la defensa de la vida.
También cabe destacar que el mismo día en que se produjo el atentado contra Juan Pablo II, Lejeune comenzó a sufrir unos dolores tan agudos que le trasladaron a un hospital. El impacto que supuso para Lejeune la desagradable noticia del atentado provocó una acumulación de piedras en su vesícula. Lo realmente sorprendente es que le operaron a la misma hora en que intervenían a Juan Pablo II. Sus hijos sostienen que fue una comunión de santos, como si Jérôme cargara con parte del dolor del Papa.

6. Mediador entre EEUU y la URSS en plena la Guerra Fría
Lejeune alcanzó un puesto en la ONU como experto sobre los efectos de la radiación atómica en genética humana. Allí desempeñó un papel notable como mediador entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría. No era agresivo, ni altivo, ni grosero como los demás. Poseía un estilo que hacía gracia a quienes asistían a esas reuniones. Este carácter conciliador le llevó a jugar un papel decisivo durante la peligrosa crisis nuclear de los euromisiles de 1981 que llevó a ambas potencias a una escalada de tensiones.
El Vaticano, muy preocupado por el asunto, envió mediadores a cinco países clave: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, China y, el más complicado, la Unión Soviética. Para este último, confiaron en Lejeune y otros dos investigadores.
Durante la cena que se sirvió en los aposentos de líder soviético, Brézhnev, Lejeune narró una bella historia: 
"Hace mucho tiempo, tres sabios partidos de Oriente visitaron a un poderoso príncipe. Habían observado signos en el cielo, anunciando, pensaban ellos, una buena noticia: la paz sobre la tierra a los hombres de buena voluntad. Aproximadamente dos mil años más tarde, científicos venidos de Occidente se pasan por la casa de un hombre muy poderoso. Ahora la historia es diferente. Pues nosotros sabemos que si por desgracia aparecen en el cielo signos desencadenados por los hombres, no será ya el anuncio de una buena noticia sino el de una masacre de inocentes".
A pesar del ateísmo oficial del régimen, los anfitriones entendieron enseguida a qué se refería, y el discurso les gustó. Los tres sabios de occidente —se da la circunstancia de que eran genetistas— le presentaron a Brézhnev un cúmulo de datos sobre los efectos que podría acarrear una guerra nuclear en la población y lograron pacificar la situación internacional.

7. Muy posiblemente será beatificado
Uno de los aspectos más destacados del genetista galo fue su gran humanidad. Como médico atendió a más de ocho mil personas con síndrome de Down, a los que trataba como a sus hijos. Se sabía el nombre de todos y a muchos de sus padres les hacía recuperar la dignidad perdida. Su hijo no era un monstruo, era un regalo, un hijo amado de Dios como lo somos todos los demás. Les atendía por teléfono a veces también de noche. Una de sus hijas también destaca de su padre que era un catecismo viviente, es decir, que predicaba con el ejemplo. Y una de las muchas pruebas de la humildad del genio francés fue que su hija se tuvo que enterar de que su padre era famoso a través de una profesora de su colegio.
Tampoco se puede ocultar el impresionante gesto que Lejeune tuvo la noche de su fallecimiento. Llevaba meses con un cáncer de pulmón y, como buen médico que era, sabía que se iba a morir. Así que no dijo nada y pidió a sus familiares que le dejaran dormir solo.

Les quería evitar lo que vivió con su padre, que murió ante sus propios ojos también de cáncer de pulmón. Durante la madrugada sufrió la agonía. Uno de sus colegas le acompañó y, cuando vio que se encontraba muy mal, le informó de que iba a llamar a su mujer. Pero Lejeune le suplicó que no lo hiciera. Unas horas más tarde, el padre de la genética le confesó: “Ve, he hecho bien”. Y expiró.
Jérôme Lejeune nos dejó como legado la Maison Tom Pouce (la Casa de Pulgarcito), que asiste a mujeres embarazadas o madres con un bebé de pocos meses, y la Fondation Lejeune, centrada en investigación genética y en atención de personas afectadas por el síndrome de Down o por una enfermedad genética de la inteligencia. Tal vez algún día sea su patrono, pues la causa para su beatificación avanza lenta pero satisfactoriamente.

Un científico fuera de lo común, católico practicante, que tenía muy claro que la Medicina debe estar siempre al servicio de la vida y de la dignidad humana.
Algo que –por desgracia– muchos médicos mercantilistas parecen haber olvidado.
Ahora bien, dejemos ya el caso de médicos que traicionan los ideales de su vocación y hagámonos las siguientes preguntas:
* ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a renunciar a una cómoda posición social y económica por causa de nuestras convicciones?
* ¿Seríamos capaces de sacrificar amistades prestigio e incluso una prometedora carrera política?
* ¿Somos capaces de comprender que cualquier profesión debe estar siempre al servicio de la vida y de la dignidad humana?

Jérôme Lejeune, una vida por la defensa de las personas con Síndrome de Down

sábado, 8 de marzo de 2025

JUAN MANUEL DE PRADA, UN DEJAVU DE FALACIAS por JAIME GURPEGUI 👺👾

Juan Manuel de Prada, 
un dejavu de falacias
Juan Manuel de Prada ha vuelto a hacerlo. En su último artículo para ABC, ha desplegado su retórica ampulosa para afirmar que las “derechitas valientes” y las “izquierdas caniches” no son fuerzas opuestas, sino parte de una misma farsa liberal que engaña a las masas.
Su objetivo esta vez es Javier Milei, a quien acusa de ser, en el fondo, una pieza más del engranaje globalista, pese a que es el primer presidente argentino en décadas en calificar el aborto como «crimen agravado por el vínculo».
Prada, en su afán de presentar a Milei y Trump como agentes del liberalismo corrosivo, omite descaradamente los hechos que contradicen su tesis. Se agarra a su teoría prefabricada y se niega a soltarla, aunque la realidad le grite lo contrario. Pero si algo ha quedado claro en los últimos años es que Milei y Trump han sido los únicos líderes en el mundo occidental que han desafiado abiertamente al progresismo hegemónico, razón por la cual han sido atacados sin piedad por los medios y el establishment globalista.

David de Maistre y el problema del «tradicionalismo pompier»

David de Maistre lo ha señalado con claridad en su artículo Contra Prada: manifiesto por la destrucción del tradicionalismo pompier. Prada es un escritor talentoso, sí, pero se ha convertido en un gurú de sí mismo, atrapado en un discurso que repite sin variaciones desde hace décadas. No aporta ideas nuevas, no construye estrategias políticas viables y, lo más grave de todo, desprecia a quienes realmente están dando la batalla contra la agenda globalista.
De Maistre desmonta con acierto el doble rasero de Prada cuando critica a las redes sociales como una “trampa del sistema para detectar y reprimir la disidencia”. ¿Y los medios donde escribe él? ¿O acaso ABC y la SER no forman parte del “sistema” que denuncia? Si Prada escribe en un periódico «mainstream» está combatiendo al poder, pero si otros lo hacen en redes están siendo manipulados por él? Es un discurso incoherente y, en el fondo, profundamente cínico.

Un enfant terrible muy bien tratado por el sistema

Porque si hay algo que define a Prada es su capacidad para ser el eterno «enfant terrible tolerado», el heterodoxo de salón, el disidente controlado. Prada critica a la plutocracia mientras cobra de ABC, un periódico descaradamente liberal, globalista y, en lo moral, abiertamente woke. Prada se queja de que el sistema encierra a los disidentes en un gueto para neutralizarlos, pero ¿qué mayor gueto que ser el bufón provocador en un periódico que representa exactamente aquello contra lo que dice luchar?

Prada puede jugar a ser un azote de la modernidad, pero su rebeldía tiene un techo muy cómodo. No se le ve sufriendo la cancelación, ni siendo expulsado de los medios como tantos otros que han defendido de verdad posiciones políticamente incorrectas. Mientras Trump y Milei se juegan el todo por el todo en la arena política, Prada recibe los mimos de figuras como Julia Otero, que lo trata con ese paternalismo condescendiente que los progres reservan para sus «disidentes favoritos». Puede sentarse con ella, reírle las gracias a Pablo Iglesias y seguir con su vida como si nada.
Porque esa es otra: Prada no tiene problema en confraternizar con la izquierda mediática, pero es implacable con aquellos que se baten el cobre contra ella. Con Iglesias todo son sonrisas y halagos mutuos, pero a los que están en la arena política real les dedica su tono más farisaico. Nunca verá con buenos ojos a alguien como Trump o Milei, porque él es incapaz de aceptar que el combate contra el progresismo se da en frentes que no pasan por la literatura ni la teoría pura.

Prada necesita presentar a Milei y Trump como marionetas del liberalismo porque su visión del mundo exige que todo sea parte de un gran engaño. Pero lo cierto es que ambos han demostrado con hechos que son las mayores amenazas al orden globalista en sus respectivos países.
Milei no solo ha sido el presidente argentino más radicalmente antiabortista, sino que ha dejado claro su desprecio por la ingeniería social de la izquierda. Su liberalismo económico no es el libertinaje progresista que Prada pretende hacer creer, sino una defensa de la propiedad y la libertad frente a un Estado que ha sido el principal instrumento de la izquierda para imponer su agenda.

Con Trump ocurre lo mismo. Prada lo incluye en su ataque generalizado contra el liberalismo, pero ignora que Trump ha sido el único presidente de EE.UU. en décadas que realmente desafió al establishment. Fue el primer presidente en participar en la March for Life, nombró jueces que terminaron tumbando Roe v. Wade y desmanteló políticas de género en la administración pública. ¿Cómo puede Prada hablar de él como si fuera un cómplice del «sistema» cuando fue el único presidente en décadas que el sistema se propuso destruir a toda costa?
No olvidemos que Trump no solo enfrentó a la maquinaria del Partido Demócrata, sino también a los burócratas del Estado profundo, los grandes medios, Silicon Valley y el sistema financiero globalista. Su veto a la financiación pública de clínicas abortistas, su oposición a la ideología de género en las escuelas y su enfrentamiento con el lobby globalista de Davos prueban que su batalla fue real, no un teatro para engañar a las masas.

El problema de Prada es el mismo que De Maistre ha señalado en su crítica al “tradicionalismo pompier”: un desprecio absoluto por la política real y un repliegue en la comodidad del derrotismo. Su discurso no es una estrategia para recuperar la civilización cristiana, sino una excusa para no hacer nada. Si Milei y Trump son tan terribles como el progresismo, ¿qué alternativa nos ofrece Prada?
Su idea de que la política es una farsa y que solo importa la “comunidad espiritual” es una invitación a la irrelevancia. Prada no quiere restaurar nada; quiere ser un predicador de la derrota, el profeta que anuncia el desastre sin hacer nada para evitarlo. No quiere una batalla cultural, porque le parece “ridícula”; no quiere redes sociales, porque están controladas por el sistema; no quiere nada que implique luchar en el mundo real, porque en el fondo le aterra perder su púlpito de crítico omnisciente.

Prada quiere ser el pensador incómodo, el gran «disidente» del sistema, pero vive muy bien dentro de él. Es el enfant terrible que el sistema tolera porque sabe que no representa una amenaza real. Mientras Milei y Trump se juegan el todo por el todo en la arena política, él sigue cobrando del ABC, recibiendo los aplausos de la progresía domesticada y asegurándose de que nunca se le confunda con esos «vulgares políticos» que sí están dando la batalla.
Lo peor no es su hipocresía, sino su agotadora previsibilidad. Leer un artículo de Prada produce cada vez más una somnolienta sensación de Día de la Marmota. Siempre la misma matraca, la misma diatriba, el mismo lamento fatalista. Prada no busca cambiar nada, solo reafirmarse en su discurso inmutable. Pero la historia no la hacen los que se quejan sin descanso, sino los que se atreven a actuar.

jueves, 13 de febrero de 2025

LIBRO "YO NO": EL RECHAZO DEL NAZISMO COMO ACTITUD MORAL por JOACHIM FEST 🙋

YO NO
El rechazo del nazismo 
como actitud moral


Una de las autobiografías morales más importantes de la historia alemana del siglo XX, y entre los mejores libros que se han escrito sobre el nazismo.

Nadie se ha esforzado tanto como Joachim Fest por comprender los rasgos y mecanismos del nazismo. Su ponderado análisis del Tercer Reich, sus biografías de Adolf Hitler y de Albert Speer, así como la magistral descripción de los últimos días vividos en el búnker de Hitler que hace en El hundimiento, cuentan con millones de lectores en todo el mundo. Pero ¿cómo vivió él mismo, nacido en 1926, el nazismo, la guerra y la derrota de Alemania?

Para Joachim Fest -que falleció poco después de terminar este libro-, la profunda tragedia alemana fue la incapacidad de las élites culturales de hacer frente al nazismo. Atípico y conmovedor, este libro recoge la resistencia al régimen nazi de una familia católica alemana desde la profunda convicción moral de su padre, que asumió la pérdida de privilegios y la precariedad por resistirse a las presiones de unirse al partido nazi y a las estructuras del régimen.

En estas memorias de sus años de infancia y juventud, Joachim Fest nos ofrece por primera vez una visión íntima de sus vivencias más directas durante esos años oscuros. La temprana prohibición de ejercer la enseñanza que sufrió su padre, su propia expulsión del colegio, su iniciación en el mundo de la ópera berlinesa, sus lecturas durante el servicio militar, o su intento de fuga de un campo de prisioneros americano, son algunos de los episodios protagonizados y narrados en primera persona por un observador nato. Pero sobre todo Fest revela cómo, a pesar de las dificultades, era posible enfrentarse al agobiante acoso ideológico del régimen desde la humildad, la firmeza de principios, la cohesión familiar y la dignidad.
Para Joachim Fest –que falleció poco después de terminar este libro–, la profunda tragedia alemana fue la incapacidad de las élites culturales de hacer frente al nazismo. Atípico y conmovedor, este libro recoge la resistencia al Tercer Reich de una familia católica alemana desde la profunda convicción moral de su padre.

Una de las anécdotas que cuenta y que da título al libro, es como, después de ser represaliado por el Poder con la pérdida de su puesto de trabajo, reunió a sus dos hijos y les pidió que se grabaran a fuego en su memoria una sola frase. Se trataba de un lema, recuerda Fest, que les dijo que «le había servido de ayuda en varias ocasiones y le había evitado tomar alguna que otra decisión errónea. Y casi nunca se había equivocado cuando había seguido exclusivamente su juicio».

Nunca sobrará el enaltecimiento de virtudes como el coraje civil, la voluntad de resistencia y la defensa de la autonomía individual, tanto más ejemplares cuanto más crítica la época en que se los ejerce. Digna de elogio puede ser también la práctica de una resistencia pasiva de discreta resonancia pública, incluso unas modestas o impremeditadas manifestaciones de decencia, cuando lo que prevalece es una atmósfera de complicidad, de claudicación generalizada o de aquiescencia renuente; o cuando prevalece el miedo, sencillamente, en medio de un contexto anómalo. 


El historiador y sociólogo polaco Jan Gross, por ejemplo, refiere en su obra Vecinos el caso de una familia polaca –los Wyrzykowski- que ocultó a siete judíos el día en que los habitantes católicos de la aldea de Jedwabne atormentaron y asesinaron a sus vecinos de confesión hebrea, en julio de 1941. (La comunidad judía de Jedwabne constituía la mitad de la población aldeana, y su cohabitación plurisecular con la mitad católica había sido por lo general armoniosa.) 


Los Wyrzykowski eran campesinos sin mayor ilustración ni conciencia política que los implicados en la matanza, sin embargo rehusaron sumarse a los criminales. El suyo fue un gesto tan espontáneo como excepcional de decencia que salvó la vida de siete judíos, y por el que los victimarios de aquel día nefasto –sus amigos y conocidos de toda la vida- en lo sucesivo les hicieron la vida imposible. Nunca se hará suficiente justicia al valor de la familia Wyrzykowski. Ahora bien, también merecen ser recordados aquellos que de una u otra manera, en el transcurso de un siglo como el anterior, se negaron a dejarse llevar por la marea ascendente de las opiniones; casos cuyo valor y dramatismo se percibe mejor considerados con perspectiva histórica y que resaltan como modelos de integridad en tiempos de desquicio colectivo. Uno de éstos es el de Johannes Fest, padre del famoso periodista e historiador alemán Joachim Fest. 


Es el propio Joachim Fest quien se encarga de exaltar el recuerdo de su padre, y lo hace en sus memorias, publicadas bajo el título de Yo no. Fest hijo (1926-2006) es célebre sobre todo por su magnífica biografía de Hitler (1973) y por El hundimiento (2002), libro sobre los últimas días del dictador nazi (con una notable adaptación cinematográfica). Poco antes de fallecer publicó Yo no (2005), libro que por su índole memorialística lo tiene a él como protagonista pero en que la figura del padre destaca por sobre todas las cosas. 


El grueso de su extensión comprende los años mozos del autor, y por su enfoque y contenido remite claramente a la tradición alemana de la “novela de formación” (Bildungsroman). Son, en esencia, los años de aprendizaje y formación de Joachim Fest lo que exponen las páginas del libro, y su interés radica preferentemente en el contexto en que se concretó ese aprendizaje: 

nacido en 1926, la infancia y adolescencia del autor tuvo como telón de fondo el Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial. Pero decir telón de fondo no es más que hacer uso de una socorrida metáfora, y no del todo precisa. Porque un contexto como el aludido es de los más extremos que quepa recordar, un contexto sobremanera violento y desgarrador. 


Años de dictadura, de guerra y de genocidios: apenas pueden imaginarse unas circunstancias más desafiantes de la indiferencia social, más invasivas de la privacidad, más determinantes de los destinos individuales, que las del régimen hitleriano. En lo que concierne a los supervivientes, salir bien parado –con la dignidad en alto- de una prueba como la que supuso la marea totalitaria era una tarea en verdad ímproba. El ejercicio de la resistencia pasiva, la opción de Johannes Fest, es a todas luces insuficiente ante una amenaza como la que representa dicha marea, mas no por ello resulta censurable en sí.


La frase del epígrafe es una fiel síntesis de la actitud moral representada por el padre del historiador. Alude al valor de ir a razonadamente a contracorriente de la opinión de la calle a pesar del muro de silencio y desaprobación que el entorno pudiera levantar. Es una lección que Johannes Fest impartió a sus hijos a partir de una cita bíblica –en latín: Etiam si omnes, ergo non”. “Aunque todos participen, o lo consientan, yo no”. En un régimen de Estado policial y control ideológico como el nazi, semejante lección suponía una exigencia de virtud cívica muy poco común y que apenas podía manifestarse en público, a riesgo de la propia vida. La contracara de una divisa tan admirable era, por supuesto, la prudencia, otra forma de decir desconfianza. Uno de los efectos perversos de los regímenes despóticos es justamente el que la desconfianza se vuelva una virtud. Apunta Fest: 

«Sólo con los años fui consciente del horror de aquella situación, en la que estar en alerta permanente era una especie de ley tanto para los padres como para los hijos, la desconfianza una norma de supervivencia, y el aislamiento una necesidad, donde una simple torpeza infantil podía conducir a la muerte o a la ruina».

Johannes Fest era hombre de sólidas convicciones republicanas y un católico observante. Militó en el Zentrum, el Partido Católico del Centro, y propugnaba el activismo político responsable. Docente de profesión, en la época de la toma del poder por los nazis ejercía como director de un colegio. En el Ministerio de Educación eran conocidas sus opiniones democráticas y contrarias al nazismo, de las que nunca abjuró. Las consecuencias no tardaron en llegar: de resultas de la promulgación del Decreto para la Restauración del Funcionariado de Carrera (abril de 1933), Fest padre fue no solo despedido del Ministerio sino que, además, se le prohibió impartir clases particulares. 


La pobreza fue en adelante el sino de la familia, pero también la segregación. En torno suyo se levantó el temido muro de silencio. Cuando cundieron rumores e indicios sobre las atrocidades perpetradas por los alemanes en el este, durante la guerra, Johannes Fest hizo averiguaciones que lo convencieron de la veracidad de los mismos. La impotencia subsecuente acabó por sumirlo en el desespero de sus compatriotas.


La obra testimonial de Joachim Fest lo es también en el plano social. La historia de la degradación social de su familia es a la vez la historia del desmoronamiento espiritual de una nación, en cuyo seno medraron la delación y el matonaje, la obsecuencia y la complicidad. Los valores se invirtieron al punto que la envidia y la vileza pudieron campar por sus fueros. La ruindad y la estupidez, alineadas con los imperativos ideológicos de la hora, no tuvieron reparo alguno en exhibirse con total desparpajo. Hay en Yo no una escena tan reveladora como repugnante. Narra Fest el caso de una mujer parlotera con la que comparte viaje en un tren: 


«Después de tomar aire durante unos segundos dijo que hacía poco que, en la Pariser Strasse de Berlín, le había llamado la atención un transeúnte que llevaba los tacones torcidos. Se había acordado entonces de la observación que le había hecho su padre de que una de las características de los judíos es que llevan los tacones torcidos. 

Al llegar a la calle Güntzel se había acercado al hombre para comprobar que no llevaba la estrella de judío. «Pero lo era», prosiguió. Le había seguido otras dos calles hasta la casa en la que él se metió y había comunicado la dirección en el puesto de policía más cercano, por desgracia sin el nombre, pero ella tenía un «buen olfato» para todo lo judío. Tras echar una mirada escrutadora al departamento, añadió en un tono algo más bajo: “Se dice que los judíos ocultan dinero y joyas en los tacones; el que esté atento puede hacerse muy rico”».


Joachim Fest era en aquel entonces demasiado joven como para hacer otra cosa que admirar el ejemplo de su padre. Como tal joven, secundar ese ejemplo –en toda su magnitud- estaba fuera de su alcance. En 1944 fue llamado a filas, y se le destinó al frente occidental. Su experiencia de combate fue escasa y llegó a su fin en las proximidades de Remagen, cuando la famosa captura del puente sobre el Rin por los estadounidenses. Fue internado en un campo francés de prisioneros de guerra, del que solo fue liberado en 1946. 


Por su parte, su padre fue a parar como inverosímil soldado en Königsberg, cuya capitulación le reportó varios meses de severo cautiverio en manos de los soviéticos. Tras su regreso a Alemania en 1946, demacrado y convertido en un hombre sombrío –muy distinto del que había sido-, se reintegró a la educación y tomó parte en la reconstitución política de su ciudad, Berlín. Ahora que, curiosamente, el país se llenaba de gente “que siempre había estado en contra”, a Johannes Fest le repugnaba la idea de alardear de su condición de antiguo y tenaz opositor. Sabía muy bien que su coraje «no había dado para mucho», menos cuando debía velar por el bienestar de su mujer y sus cinco hijos. 


«A excepción de alguna ayuda mínima –afirmaba el padre-, él no había podido emprender trabajo alguno, lo más importante para él había sido mantener apartados de la infección totalitaria a su familia y a algún que otro amigo. Ocurre como con determinadas enfermedades, continuó, que primero tienes que infectarte para terminar muriendo. Con los nazis había bastado la idea de entreguismo, y ya estaba uno perdido.»

– Joachim Fest, Yo no. El rechazo del nazismo como actitud moral. Taurus, Madrid, 2007. 320 pp.




Solo unos pocos padres se atrevieron a cuestionar la educación que recibían sus hijos. Entre ellos estaba Johannes Fest. A finales de 1936, llamó a sus hijos Joachim y Wolfgang a su estudio. Joachim, que entonces tenía diez años, lo recordó más tarde: 


Quería hablarnos de un tema, empezó diciendo, que le traía de cabeza desde hacía algunos meses. Había sido provocado por una o dos diferencias de opinión con nuestra madre, que estaba terriblemente preocupada y ya casi no podía dormir... Sabía cuáles eran sus responsabilidades. Pero también tenía principios, que no iba a permitir que nadie pusiera en tela de juicio. Y mucho menos la “banda de criminales” en el poder. Repitió las palabras “banda de criminales”, y si hubiéramos sido un poco mayores sin duda nos habríamos dado cuenta de lo desgarrado que estaba. 


Había discutido lo que iba a decir con mi madre y con cierto esfuerzo habían llegado a un acuerdo. A partir de ahora habría una doble cena: una temprana para los tres niños más pequeños y otra en cuanto los pequeños estuvieran en la cama. Nosotros pertenecíamos a la sesión más tardía. La razón de esta división era muy simple: tenía que tener un lugar en el mundo donde poder hablar abiertamente y desahogarse. De lo contrario, la vida no valdría nada. Al menos no para él. Con los pequeños tendría que mantenerse a raya, como hacía desde hacía dos años cada vez que entraba en una tienda, delante del empleado de mostrador más humilde, y —por fuerza de ley— cada vez que recogía a sus hijos de la escuela. 

Era incapaz de hacerlo, dijo, y concluyó con las palabras, más o menos: 

“Un Estado que convierte todo en mentira no cruzará también nuestro umbral. No me someteré a la mendacidad [mentiras] reinante, al menos dentro del círculo familiar”. 


Eso, por supuesto, sonó un poco grandilocuente, dijo. Así las cosas, solo quería mantener a raya la hipocresía impuesta Respiró hondo, como si se hubiera quitado un peso de encima, y caminó de un lado a otro entre la ventana y la mesa de fumar unas cuantas veces. Al hacer esto, comenzó de nuevo, nos estaba convirtiendo en adultos, por así decirlo. Con ello venía el deber de ser extremadamente precavidos. Los labios apretados eran el símbolo de este estado: 


“¡Recuérdenlo siempre!” Nada de lo político que discutíamos era para que lo oyeran los demás. Cualquiera con quien intercambiáramos unas palabras podía ser un nazi, un traidor o simplemente un desconsiderado. En una dictadura, la descofianza no solo era un mandamiento, sino una virtud. Y era igual de importante, continuó, no sufrir nunca el aislamiento que inevitablemente acompañaba a la oposición a la opinión de la calle. Para ello nos daba una máxima en latín que nunca debíamos olvidar; lo mejor era escribirla, marcarla luego en la memoria y tirar la nota... Puso un trozo de papel delante de cada uno de nosotros y nos lo dictó: 


Etiam si omnes—ego non! [Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!] “Es del Evangelio según San Mateo”, nos explicó, “la escena del Monte de los Olivos”. Se rio cuando vio lo que había en mi trozo de papel. Si no recuerdo mal, había escrito algo así como Essi omniss, ergo no. Mi padre me acarició la cabeza y me dijo, consolador: “¡No te preocupes! Hay tiempo suficiente para que lo aprendas”. 


Mi hermano, que ya estaba en el Gymnasium [escuela secundaria], había escrito la frase correctamente. Así, más o menos, fue como transcurrió la hora en el estudio. . . . Cuando volvimos a nuestra habitación, Wolfgang repitió, con toda la superioridad de un hermano mayor, que ya éramos adultos. Esperaba que yo supiera lo que eso significaba. Asentí solemnemente, aunque no tenía ni idea. Luego añadió que todos juntos formábamos ahora un grupo de conspiradores. Empujó con orgullo contra mi pecho: 


“¡Nosotros contra el mundo!” Asentí una vez más sin tener la menor idea de lo que significaba estar contra el mundo. Simplemente me sentía favorecido de algún modo indefinible por mi padre, con quien en el pasado reciente me había enzarzado cada vez más en discusiones a causa de alguna que otra desfachatez. La forma en que a veces me reconocía a partir de entonces con una inclinación de cabeza pasajera, también la interpreté como aprobación. 


Aquella noche, tras el paternal “Buenas noches”, mi madre entró de nuevo en nuestra habitación, se sentó unos minutos en la cama de Wolfgang y, más tarde, en la mía. “Solo digo cosas alegres... o prefiero no decir nada”, había declarado una vez. . . . Ahora se atenía a eso. Pero parecía deprimida. Fue una aventura, como a menudo, en las semanas que siguieron, me persuadí felizmente antes de dormirme. ¿Quién había tenido la oportunidad de emprender semejante empresa con su padre? Estaba decidido a no decepcionarlo...


Solo cuando fui mayor comprendí el horror de la situación, en la que la vigilancia constante se exigía como una especie de ley tanto para los padres como para los hijos, la desconfianza era una norma de supervivencia y el aislamiento una necesidad, donde la mera torpeza de un niño podía conducirle literalmente a la muerte y a la ruina. 


Quince años más tarde, cuando le pregunté a mi padre por el lado oscuro de su charla vespertina, su expresión volvió a revelar de inmediato lo preocupado que había estado entonces. Se recompuso y respondió que en aquel momento había sido muy consciente del riesgo al que se exponía a sí mismo y a su familia. Quizás había ido demasiado lejos. Pero había esperado en Dios que todo saliera bien. Y, efectivamente, la apuesta le había salido bien. 


En cualquier caso, ni nosotros ni Winfried [un hermano menor], a quien se le había permitido unirse más tarde a la segunda sesión de la cena, le habíamos causado ninguna vergüenza. 


Winfried decía que su padre les había «inculcado en nuestros años jóvenes una especie de orgullo por la discrepancia, algo que ninguno de estos “don nadies engrandecidos” vislumbraba, y que tampoco ninguno de ellos había llegado a conocer. Cada vez que alguien me preguntaba por los principios que me guiaban, yo decía que tenía que referirme a mi criterio escéptico y a mi aversión contra el espíritu de la época y sus simpatizantes. Nunca me había parecido cuestionable el “Ego non!” de aquel día inolvidable en que mi padre instituyó los dos turnos para cenar».
Así que, dice Fest, es cierto que «me educaron según los principios de un orden caduco. Ese orden me ha legado sus reglas y sus tradiciones y hasta su canon de poesía. Y todo eso me ha hecho apartarme un poco de mi tiempo, pero, a la vez, este orden me ha proporcionado una parcela de tierra firme que, en los años siguientes, me aportó cierta fuerza moral».

Y, tal como él había deseado, ninguno de nosotros había olvidado nunca la máxima que, recordaba, nos había legado. En efecto, la bella máxima latina “Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!” pertenecía a toda vida verdaderamente libre.  

________________________


1 Joachim Fest, Not I: Memoirs of a German Childhood, traducido al inglés por Martin Chalmers (Nueva York: Other Press, 2012), 71–75. Reimpreso con autorización de Other Press, LLC., y Atlantic Books, Reino Unido.



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miércoles, 8 de enero de 2025

LIBRO "BURLANDO AL DIABLO" (OUTWITTING THE DEVIL) MÁS ASTUTO QUE EL DIABLO por NAPOLEON HILL 😉👿

 BURLANDO AL DIABLO 
"Outwitting the Devil"

(MÁS ASTUTO QUE EL DIABLO)

NAPOLEON HILL

El texto original sin editar, incluyendo contenido nunca antes publicado del manuscrito original de Napoleon Hill.
Tras el éxito de su libro de mayor venta de 1937, "Piense y hágase rico", Napoleon Hill escribió "Más astuto que el diablo" (Burlar al Diablo), una obra que expone los métodos que el diablo utiliza para atrapar y controlar las mentes de los seres humanos. Al profundizarse en la sicología de la motivación para comprender por qué tantas personas, incluyéndose a sí mismo, no pueden encontrar la iniciativa y el valor que necesitan para implementar constantemente la filosofía del éxito individual, Hill llegó a entrevistar al diablo mismo. La confesión resultante del diablo hizo que este libro fuera tan controversial que permaneció inédito por más de 70 años. Ahora es tu oportunidad de romper el código del diablo y liberarte de los métodos ocultos de control que conducen a la ruina.
Este libro representa como burlar al diablo y eliminarlo de nuestras vidas. Es un libro que requiere valor y tenacidad para aplicarlo.
La fe es el comienzo de todo éxito.
Usar todos los sentidos y ceder a un poder superior de sabiduría ilimitada, se logra a través de eso llamado sexto sentido.
Éste es un libro que te ayuda a entender por qué por ejemplo muchos países están gravemente afectados por distintos factores, incluyendo crisis económicas y pobreza, entre otros.
Qué genera las guerras, lo que hacen los miedos en nuestros vidas, y por supuesto el poder del pensamiento.
Estas últimas anotaciones fueron trascendentales porque te hacen reflexionar.

Afirmaciones del diablo en la entrevista:
  • No pido que crean en mi, prefiero que me teman.
  • La oposición se encarga de que crean en mi.
  • Una de mis peores tareas es engendrar la semilla del miedo que provoca hasta guerras.
  • Los que dudan y pierden la fe fácilmente, siempre serán blancos perfectos para mi.
  • Solo el que piensa por si mismo, no entra en mi blanco.
  • Los que viven en amor, compasión, bondad, generosidad, jamás serán blancos.
El doctor Napoleon Hill es probablemente el más famoso escritor, pensador y vendedor de libros de autoayuda de todos los tiempos. En 1938, después de treinta años de persistente acechanzas, tuvo un encuentro con el Diablo, al que le arrancó una sorprendente confesión para descubrir de dónde y por qué existe, cómo es que controla la mente de las personas y cómo cualquiera puede burlarlo. Entonces, escribió este libro, que su familia ocultó durante más de setenta y dos años, temiendo la respuesta que podría causar en la sociedad, una que quizá en ese entonces no estaba preparada para leerlo. No obstante, es probable que en realidad haya sido "pensado" para publicarse hoy. 
"Burlar al Diablo" es un amplio curso de psicología, que explica claramente el funcionamiento de la mente humana. Su objetivo es comunicar con claridad una ideología y práctica del éxito personal que estimule la felicidad duradera. Conforme el lector vaya descubriendo los asombrosos y mágicos hallazgos de Napoleon Hill, sabrá y confiará en que puede burlar a sus demonios para recuperarse y lograr el éxito hoy. Y, definitivamente, al concluir con la historia acerca de Diablo, habrá conocido mejor a Dios.
En esta reproducción del texto completo del manuscrito original de Hill, se detalla la naturaleza exacta del poder por el cual el diablo desarma a los seres humanos con temor, procrastinación, ira y celos para que no alcancen todo su potencial. Este es el mismo poder que paralizó a millones de personas con temor y desaliento durante la Gran Depresión y sigue impidiendo que alcancen sus sueños. La complacencia y la mediocridad no son las raíces del problema; son síntomas de males más profundos que la sociedad nos ha condicionado a aceptar. Pero es imperativo que abras tu mente para adquirir conocimiento y considerar hechos que posiblemente no armonicen con tus creencias personales a fin de acceder a una verdad mayor que, como Hill dijo en su prefacio original, "traerá armonía del caos en esta edad de frustración y temor".
Si has sido víctima del valor perdido, entusiasmo debilitado, y pérdida de autodisciplina -- si estás desmoralizado y te persigue el temor, la ansiedad, el agobio o la apatía; los siete principios a la libertad detallados en este libro anuncian tu redención. Por fin te independizarás de las causas del fracaso y la miseria, romperás los lazos de los hábitos destructivos, y descubrirás el secreto de una ley natural tan significativa como la ley de la gravedad para que llegues a ser más astuto que el diablo y lo derrotes en sus tramas de una vez por todas.

Nota para el lector
XXX

Burlar al Diablo es el libro más intenso que jamás haya leído. Ante todo, me sentí muy honrada cuando Don Green, presidente de la Fundación Napoleón Hill confió lo suficientemente en mí como para pedirme que me involucrara en este proyecto. Y entonces leí el manuscrito! No pude conciliar el sueño durante una semana. Escrito en 1938 con una máquina de escribir mecánica por el propio Napoleón Hill, este manuscrito había estado guardado por la familia del maestro durante más de setenta y dos años. ¿Por qué? Porque temían a la respuesta que podría provocar. El valor de Hill para revelar la obra del Diablo alrededor de todos nosotros cada día, en nuestras iglesias, escuelas y nuestro sistema político, amenazaba al núcleo de la sociedad tal y como era conocida en ese entonces Y entonces me conmovió una poderosa deducción: que este libro aunque había sido escrito en 1938, en realidad había sido pensado para publicarse hoy… ¡Había sido pensado para sacudir a nuestra sociedad de hoy! Había sido concebido para ofrecer respuestas durante estos tiempos económicos tan inciertos. 

Este libro ofrece las claves para que cada uno de nosotros burlemos al Diablo en nuestras propias vidas. Nos enseña trazar un plan de acción para lograrlo y para agregarle valor al mundo que nos rodea durante el proceso. ¡Tal y como Piense y será rico nos ayudó a recuperarnos y a salir adelante después de la Gran Depresión, Burlar al Diablo fue escrito para ayudarnos a recuperarnos y a lograr el éxito hoy! Son las propias palabras de Hill. Si bien el manuscrito original era muy extenso, lo edité con cuidadosa precisión para preservar el profundo impacto de este mensaje. En un esfuerzo por destacar ciertos temas, dilucidar sus palabras y demostrar cómo sus predicciones se han convertido en realidad, he añadido mis reflexiones como “Notas de Sharon” a lo largo del manuscrito, en un tipo de letra distinto. Esto te permitirá elegir entre leer el libro con mis comentarios o sin ellos.

Por favor, disfruta este poderoso libro y compártelo con tus amigos y familiares. El poder en las palabras de Hill puede y cambiará tu vida para siempre.

Gracias 
Sharon Lechter 
Crítica literaria

Prólogo
XXX

El doctor Napoleón Hill es probablemente el más famoso escritor, pensador, evocador y vendedor de libros de autoayuda de todos los tiempos. Te pedimos que pases a la real entrevista con el Diablo. Recibirás así el impacto en tu vida sobre quién es él realmente y qué es lo que hace al 98% de las criaturas. Como un estimulador del pensamiento, Hill inicia de inmediato el recorrido por el libro llevándonos biográficamente a través de su vida y de lo que fue significativo y transformador para él. Hill conoció los principios más grandes, más útiles y favorables sobre el planeta para alcanzar el éxito, pero no sabía cómo utilizarlos y aplicarlos con facilidad. Podemos decir que a muchos les sucede lo mismo hoy en dia. Es fácil mencionar las palabras y a veces incluso pensar. Se requiere de una profunda y duradera decisión vivir los principios practicar lo que se predica de muchas maneras. Sharon Lechter nos ilumina con respecto a todo lo que significa al transportarnos a la economía, el pensamiento y el entendimiento de hoy. El objetivo del doctor Hill era comunicar con claridad una ideología y práctica del éxito personal que estimularía la felicidad duradera. Su guardián interno lo condujo para encontrar su propio arcoíris.

Piensa que estás siendo puesto a prueba ahora, en uno de los momentos más difíciles que puedas imaginar, al igual que Hill lo estaba durante la Gran Depresión, momento que lo llevó a sentir y actuar con ánimo bajo, situación que fue fatal para su existencia y bienestar, al igual que lo es para ti. Leer este libro tan inspirador puede ayudarte a salir del letargo, la negatividad y guiarte hacia un camino nuevo y más glorioso, hacia un futuro brillante, mejor y gratificante. Al igual que Hill, estás aquí para dominar tus temores y no permitir que ellos te dominen a ti, ser apasionado por elección y decidir lo que deseas ser, hacer, tener y llevarlo a cabo. Conforme redescubras los asombrosos y mágicos hallazgos del doctor Hill, sabrás y confiarás en que podrás igualarlos y superarlos si así lo deseas, porque no tienes restricciones. Hill dice muy acertadamente: 

"Tus únicas limitaciones las has impuesto tú”. Este libro te ayudará a ser consciente de que puedes ser el autor de tus propias fallas y tus avances haciendo uso de todo lo que él aprendió al entrevistar a los 500 personajes más exitosos. Descubrirás si el Diablo que él entrevista es real o imaginario, al igual que el Diablo o los Demonios que personalmente estarás enfrentando en tu vida y vivencias. 

Mark Víctor Hansen 

Coautor de la exitosa serie y número 1 de New York Times, Chicken Soup for the Soul y coautor de Cracking the Millionaire Code, The One Minute y Cash in a Flash.

Burlar al Diablo por Napoleon Hill - Resumen Animado | LibrosAnimados

Más Astuto Que El Diablo by Francisco Mendoza