EL Rincón de Yanka: PRINCIPIO

inicio














Mostrando entradas con la etiqueta PRINCIPIO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta PRINCIPIO. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de abril de 2025

REVISTA "LA CASA DE NUESTROS PADRES": UN PASEO NOSTÁLGICO POR LO QUE NOS LEGARON NUESTROS MAYORES 👪👦👧👨👩👴👵


LA CASA DE NUESTROS PADRES
Un paseo nostálgico por los valores, 
los principios, las normas y tradiciones 
del mundo que nos legaron nuestros mayores

Revista Naves en Llamas Nº 8: 
Crónicas y análisis desde el fin de Occidente

 Raúl González Zorrilla

La Revista Naves en Llamas, que se ha convertido en uno de los grandes referentes informativos del pensamiento conservador en castellano, alcanza su octavo número. En este número especial de Navidad, que se abre con una magnífica ilustración que el inolvidable dibujante y pintor norteamericano Norman Rockwell realizó en 1950, la publicación, de la mano de algunos de los ensayistas españoles más destacados del momento, recorre lo que define como "la casa de nuestros padres". O, lo que es lo mismo: un espacio nostálgico donde se aglutinan los valores, los principios, las normas y las tradiciones que construyeron el mundo que nos legaron nuestros mayores, y que hoy parecen licuarse ante nuestros ojos a velocidad de vértigo.
La revolución del Varón Dandy

Mis recuerdos de la infancia huelen a café recién hecho, a biz­cochos dorándose en el horno y a vapores de eucalipto en una cocina que era el corazón de todos y de todo. Mis recuerdos de la infancia tienen de fondo la voz de mi madre charlando con las vecinas, la sintonía del con­sultorio de Elena Francis que permanentemente sonaba en la radio del aparador, las canciones de Nino Bravo que se repetían una  y otra vez en el radiocasette del coche familiar y los discos de Fórmula V que buscaba en los mercadillos de las fiestas de los pueblos. Mis recuerdos de la infancia tienen el sabor del cocido madrileño que en los inviernos oscuros y siempre húmedos del norte preparaba nuestra yaya, de la merluza a la parrilla que cocinaba mi padre en una auténtica ceremonia cotidiana en la que él era rey y vasallo a la vez y de los polvorones que siempre llegaban por Navidad. Mis recuerdos de la infancia son imágenes cada vez más borrosas de mis padres vestidos de domingo para salir a tomar el vermut, de mi tío Julio, perfumado a rebosar de Varón Dandy, ataviado con su eterna gabardina marrón, su inmenso maletín negro y un Farias inagota­ble colgando de la boca, llegando a casa siempre protestando porque lo que veía en la calle ya casi nada tenía que ver con lo que él había cono­cido en su amada tierra castellana...

Ahora, muchos años después de aquellos tiempos idos ya para siempre, cuanto más me esfuerzo en rememorar cómo era el hogar donde viví los primeros años de mi vida, más claramente comprendo que el universo de aromas, sabores, sonidos y visiones que conformó nuestra infancia y nuestra primera juventud estaba también repleto de una larga ristra de valores, saberes, costumbres, tradiciones, principios y normas que pa­cientemente, y en ocasiones también involuntariamente, nos transmitían nuestros mayores y que son los que, en tiempos muy difíciles, hablan conseguido convertir el mundo, en general, y nuestro mundo, en particu­lar, en un lugar infinitamente mejor que el que ellos habían recibido de sus antecesores.

De este modo, junto a los vahos de Brummel y del Agua de Colonia Concentrada Álvarez Gómez viajaba nuestro primer contacto con la hon­radez, la decencia y la dignidad y, sobre todo, aquellos aromas alumbra­ban una realidad en la que nuestros padres y abuelos, con mucha menos riqueza que nosotros a su alrededor, distinguían claramente a las víctimas de sus verdugos, valoraban como un tesoro el acceso a la educación que ellos apenas habían disfrutado, reconocían a un bribón en cuanto lo te­nían delante, sabían el significado de un apretón de manos y conocían la justa medida, la importancia exacta y los límites claros de palabras como democracia, libertad, tolerancia, justicia o progreso. Todavía no había caído el Muro de Berlín y, por ello, aún no había comenzado la venta generalizada de compromisos, el toma y daca de principios e ideas y la quiebra de las grandes ideologías referenciales del pasado siglo XX, cu­yo estrepitoso hundimiento abriría el camino al mundo distópico que hoy arde impenitentemente ante nuestros ojos.

Occidente ha crecido, se ha desarrollado y se ha convertido durante cen­turias en el faro del mundo levantándose sobre la fuerza del individuo, de los derechos y deberes de cada persona, pero también haciéndose fuerte en una inquebrantable estructura familiar que, siguiendo poderosas estir­pes, engarza con nuestros más remotos antecesores y que, a lo largo de los siglos, se ha visto reforzada por la solidez y consistencia que la filo­sofía griega, el conocimiento romano y la espiritualidad cristiana han proporcionado a esta institución troncal para el desarrollo colectivo. Hoy, cuando todo lo que un día levantó nuestra civilización parece encontrarse en liquidación por derribo, bajo múltiples fuegos cruzados o en el más completo abandono, vemos cómo la familia, en su papel de piedra angu­lar de nuestras sociedades, es la principal pieza a abatir por todos aque­llos que desde visiones, intereses y puntos de vista muy diferentes, con­vergen y coinciden en un objetivo común: acabar lo más rápidamente posible con eso que la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha definido como "estilo de vida europeo", aunque poste­riormente haya tenido que pedir perdón por semejante "atrevimiento".

En este sentido, las elites empresariales y económicas, abrazadas en el "capitalismo woke" o en el "capitalismo políticamente correcto" que po­ne el planeta en manos de personajes de sainete como Greta Thunberg con el fin de poder continuar haciendo lo que les resulte más interesante para sus cuentas de resultados; los nuevos bárbaros neocomunistas que tratan de conquistar Hispanoamérica y Europa impulsados por el marxismo cultural difundido desde el Foro de Sao Paulo; el islam políti­co y económico que arrasa Occidente devorando nuestros valores y prin­cipios más sólidos con la fuerza de un tsunami alimentado incansable­mente con millones de petrodólares; y, en fin, el totalitarismo socialdemócrata que quiere convertir nuestras sociedades en un gigantesco proyecto de ingeniería política y cultural, saben, todos ellos, que las familias tradicionales, como si fueran las neuronas más activas del cuerpo social, son las que almacenan la memoria de nuestro pasado, nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestras creencias y, en fin, todo el acervo ético, ideológico, intelectual y emocional que forma parte de nuestra geografía moral colectiva, desde Lisboa a Estocolmo y de Lon­dres a Moscú. 

Y, por ello, quieren acabar con esas mismas familias sub­vencionando sin concesiones el aborto extremo, promocionando la ideo­logía de género hasta la extenuación, impulsando los matrimonios del mismo sexo, eliminando la figura del padre de la ecuación procreadora, ridiculizando el instinto maternal, alentando el invierno demográfico, pennitiendo la difusión de la poligamia que llega de la mano de un ince­sante y bien engrasado flujo migratorio que tiene su origen en múltiples países musulmanes y, sobre todo, bailando el concepto de 'familia natu­ral' de una pátina de radicalismo, extremismo, intolerancia y "ultradere­chismo" que actúa como un disolvente perfecto para licuar esa trinidad que ya casi no se puede nombrar padre-madre-hijos.

Pero, sobre rodo, al dinamitar la familia tradicional, buscan acabar con el legado de nuestros antecesores para que los mandarines del nuevo orden mundial, ya saben, los turbocapitalistas tradicionales, los tecnócratas so­cialdemócratas, los funcionarios contados a miríadas, Jos matones de extrema-izquierda que hacen el trabajo sucio a todos los anteriores y los ejércitos islamistas bien subvencionados también por todos los anterior­mente citados, puedan a comenzar a recrear una realidad virginal mol­deada a su medida, sin pasado, sin tradición, sin nostalgia y sin anales ni legados a los que atender y rendir respeto. El sociólogo canadiense Ma­thieu Bock-Côté, lo explicaba perfectamente en el número anterior de Naves en Llamas: 
"La tentación totalitaria que se está desplegando hoy en día significa alejamos de la antigua civilización occidental y obligar­nos a una utopía diversitaria que dará a luz al nuevo hombre, sin raíces ni sexo, sin naturaleza ni cultura, sin padres o hijos, y perfectamente ma­leable de acuerdo con los métodos de la ingeniería de la identidad".
Efectivamente, eslc es el porvenir que están tratando de conformar para nuestros vástagos, un mañana volteado y alienante donde las ideas con­servadoras serán castigadas con la cárcel, donde el sentido común más elemental, como heredero privilegiado de una larga cadena de conoci­mientos transmitidos de padres a hijos, será arrumbado a los manicomios estatales y en el que día tras día todo será impenitentemente nuevo, reno­vado, reciente, actual y moderno. Vayan preparándose para entrar en ac­ción, porque cuando la quimera tiránica que tantos de entre nosotros están empeñados en poner en marcha se convierta en una realidad inelu­dible habrá de nacer una nueva Resistencia que reconocerá a los suyos en pequeños detalles que serán como linternas identificativas entre la llovizna totalitaria que nos calará hasta los huesos: una mano de mujer que tenuemente roza la mano de un hombre, un árbol de Navidad apenas vis­to en un jardín, un niño que juega con un viejo fuerte Comansi de vaque­ros e indios mientras su hermana peina a una estilizada muñeca Nancy, el humo poderoso de un asado de carne trabajado en la intimidad de una cocina recóndita, una pequeña cruz disimulada en el pecho, un flyer con la imagen de una modelo en bikini o, simplemente, la contraseña XXv­ XYp ('Las niñas tienen vulva y los niños, pene), que correrá solamente entre los canales más codificados, secretos y privados. Cosas como estas serán las que llamen a la acción. Que no les quepa duda: la siguiente Re­conquista, que también será conocida como la Revolución del Varón Dandy, comenzará un no muy lejano mes de diciembre, cuando unas po­cas familias, que luego serán muchas, levantarán un nacimiento sexista mientras cantan un villancico discriminador en un mercadillo navideño que, por supuesto, será ilegal.

Felíz Navidad.

 
Dégénération - DEGENERACIÓN (Mes aïeux) (Subtitulada)


Degeneration
Mes Aïeux

Degeneración

Tu tatarabuelo limpió la tierra
Ton arrière-arrière grand-père il a défriché la terre
Tu bisabuelo aró la tierra
Ton arrière-grand-père il a labouré la terre
Y entonces tu abuelo hizo la tierra rentable
Et puis ton grand-père a rentabilizé la terre

Y entonces tu padre vendió para convertirse en funcionario
Et puis ton ton père il a vendu pour devenir fonctionaire
Y entonces tu pequeño no sabes lo que vas a hacer
Et puis toi mon petit gars tu sait plus se que tu vas faire
En su pequeño tres y medio demasiado caro, 
frète en invierno
Dans ton petit trois et demi bien trop chère, frète en hiver
Se trata de usted del deseo de convertirse en un propietario
Il te vient des envie de devenir propriètaire
Y sueñas en la noche con tener tu pequeño pedazo de tierra
Et tu rêve la nuit d'avoir ton petit lopin de terre

Tu tatarabuela tuvo catorce hijos
Ton arrière-arrière-grand-mère elle a eu quatorze enfants
Tu bisabuela tenía casi tantos
Ton arrière-grand-mère en a eu quasiment autant
Y luego tu abuela tenía tres, eso fue suficiente
Et puis ta grand-mère en a eu trois c'tait suffisant
Entonces tu madre no lo quería, fuiste un accidente
Puis ta mère en voulait pas; toi t'étais un acciden
Y luego tú, mi niña, cambias de pareja todo el tiempo
Et puis toi ma p'tite fille tu change de partenaire tout le temp
Cuando haces basura, te salías con un aborto
Quand tu fait des conneries tu t'en sors en avortant
Pero hace la mañana te despertaste llorando
Mais ya des matin tu te reveille en pleurant
Cuando sueñas en la noche de una gran mesa rodeada de niños
Quand tu rêve la nuit d'une grande table entouré d'enfants

Tu tatarabuelo ha vivido la gran miseria
Ton arrière-arrière-grand-père a vécu la grosse misère
Tu bisabuelo recogió los Black Cennes
Ton arrière-grand-père il ramassait les cennes noir
Y entonces tu abuelo, milagro, se convirtió en millonario allí
Et puis ton grand-père, miracle, y est devenu millionaire
Tu padre lo heredó y lo puso todo en su RRSP
Ton père en a hérité et l'a toute mis dans ses REER
Y entonces, joven, le debes el trasero al ministerio
Et puis toi p'tite jeunesse tu dois ton cul au ministère
No hay forma de tener un préstamo en una institución bancaria
Pas moyen d'avoir un prêt dans une institution bancaire
Para calmar tus antojos de atracar al cajero
Pour calmer tes envies de hold-uper la caissière
Usted lee libros que hablan de simplicidad voluntaria
Tu lis des livres qui parlent de simplicité volontaire

Tus tatarabuelo sabían cómo celebrar
Tes arrière-arrière-grand-parents il savaient comment fêtez
Tus bisabuelos se arremolinaron fuerte en la estela
Tes arrière-grand-parents ça swignait fort dans les veillées
Entonces tus abuelos conocían la era del yé-yé
Puis tes grand-parents on connu l'époque yé-yé
Tus padres eran disco. Ahí es donde se conocieron
Tes parents c'etait les disco c'est là qu'ils se sont rencontrés
Y luego, amigo mío, ¿qué haces con tu noche?
Et puis mon ami qu'est-ce tu fais de ta soiré
Apaga el televisor. No te quedes atascado
Éteint donc ta TV, faut pas rester encabanné
Cada hora que en la vida hay cosas que se niegan a cambiar
Heuresement que dans la vie y a des choses qui refusent de changer
Ponte tu mejor ropa porque vamos a bailar esta noche
Enfile tes plus beaux habits car nous allons ce soir danser

VER+:



viernes, 21 de febrero de 2025

LIBRO DE MEMORIAS: "THE BOYS (LOS CHICOS) RON HOWARD y CLINT HOWARD: ¡UNA BELLA FAMILIA! 👪👦


Una memoria de Hollywood y la familia Howard 
Por Ron Howard y Clint Howard

ÉXITO DE VENTAS INSTANTÁNEO 
DEL NEW YORK TIMES

“Este extraordinario libro no es solo una crónica de las primeras carreras de Ron y Clint y sus alocadas aventuras, sino también una introducción a muchos temas: cómo se prepara un actor, cómo sobrevivir siendo un niño trabajando en Hollywood y cómo ser los mejores padres del mundo. The Boys sorprenderá a todos los lectores con su humanidad”. — Tom Hanks

"He leído docenas de memorias de Hollywood, pero "The Boys" es una de ellas. Una historia encantadora, cálida y fascinante sobre una buena vida en el mundo del espectáculo". — Malcolm Gladwell

Happy Days, The Andy Griffith Show, Gentle Ben... estos programas cautivaron a millones de televidentes en los años 60 y 70. Únase al galardonado cineasta Ron Howard y al actor favorito del público Clint Howard mientras comparten con franqueza y cariño su inusual historia familiar de cómo sobrevivieron a la vida como actores infantiles hermanos.

“¿Cómo fue crecer en la televisión?” A Ron Howard le han hecho esta pregunta a lo largo de su vida adulta. En "The Boys" , él y su hermano menor, Clint, examinan su infancia en detalle por primera vez. Para Ron, interpretar a Opie en The Andy Griffith Show y a Richie Cunningham en Happy Days le ofreció fama, alegría y oportunidades, pero también le generó estrés y acoso. Para Clint, un comienzo rápido en programas como Gentle Ben y Star Trek se desvaneció en la adolescencia, con algunas consecuencias y lecciones duras.

Con la perspectiva del tiempo y el éxito (Ron como cineasta, productor y estrella de Hollywood, Clint como un actor de personajes muy ocupado), los hermanos Howard se adentran en una educación que les parecía normal, pero que no lo era en absoluto. Sus padres, Rance y Jean, del Medio Oeste, se mudaron a California para perseguir sus propios sueños en el mundo del espectáculo, pero fueron sus hijos pequeños quienes encontraron un empleo estable como actores. Rance dejó de lado su ego y su ambición para convertirse en el maestro, sabio y brújula moral de Ron y Clint. Jean se convirtió en su afectuosa protectora (a veces sobreprotectora ) de las trampas de Hollywood.

A ratos confesional, nostálgico, conmovedor y desgarrador, "THE BOYS" es una narración dual que revela la vida íntima de los hermanos Howard. Es el viaje de una unidad familiar de cuatro personas que se mantuvo firme en un negocio implacable y de dos hermanos que sobrevivieron al "síndrome del actor infantil" para convertirse en adultos realizados.




PREFACIO

Siempre me ha desconcertado la forma en que la cultura popular estadounidense retrata a los padres como idiotas torpes y desconectados de la realidad, porque mi única experiencia como padre masculino es la de un padre increíblemente comprometido.
Mi abuelo, Rance Howard, provenía de una generación de hombres que tradicionalmente no participaban de manera significativa en la vida de sus hijos.
Eso no le impidió acompañar a sus hijos en el set, no sólo como su guardián-gerente sino como su siempre presente brújula moral y ética.
Fue un padre moderno, progresista y dedicado, y esa intencionalidad y legado, junto con la inteligencia y el liderazgo de mi abuela Jean Howard, sentaron una base multigeneracional para mi familia.

Todas las familias tienen historias extraordinarias. Como dice mi padre en estas páginas, el éxito que nuestra familia ha alcanzado es algo que ninguno de nosotros da por sentado. No estaba destinado y podríamos haber acabado siendo granjeros de Oklahoma o creadores de Hollywood. Como suele suceder, con unos cuantos cambios de dirección, lo que podría parecer el destino se habría desarrollado a lo largo de un camino ahora irreconocible. En lo que nuestra familia se diferencia es en que nuestros giros y vueltas se han manifestado más públicamente de lo habitual.

Si bien la relación entre mi padre y mi tío Clint marca un vínculo inquebrantable entre dos personas muy diferentes (algo que me maravilla), es una historia de hermanos con la que muchos de nosotros podemos identificarnos. Mi padre y mi tío están unidos por el amor de sus padres. A través de todos los altibajos, han permanecido unidos, mucho más allá de las llamadas telefónicas obligatorias de cumpleaños y vacaciones. Pasan el rato juntos, hablan de béisbol y películas, miran partidos, juegan al baloncesto, al golf, caminan y se ríen mucho. Nadie hace reír más a mi padre que mi tío Clint. La clásica relación entre hermano mayor y hermano menor. Sí, sangre y genética.

Nos conectan, pero como vemos tan a menudo, esa conexión no está garantizada. Hace falta un compromiso para nutrir las relaciones familiares durante años y décadas: trabajo y una fuerza que nos mantenga a flote. Mis abuelos eran esa fuerza.

El abuelo y la abuela Jean establecieron una cultura familiar muy específica en los Howard: calidez, aliento y gratitud. Ser decentes con nuestros semejantes siempre ha sido nuestro principio rector. Nos enseñaron a responsabilizarnos de nuestras acciones y a apoyarnos mutuamente de manera incondicional, incluso cuando no estamos de acuerdo, no con sermones, sino con ejemplos. Nos recordaron constantemente que somos una familia de iguales, un colectivo en el que las apariencias están mal vistas. Nos enseñaron que la fama nunca sustituye a la familia.

En nuestra familia, la narración de historias es un arte que se toma muy en serio y que nos inculcaron una ética de trabajo comprometida. Como dice mi tío Clint, somos “trabajadores duros y duros”. Hollywood es tan brutal como glamoroso y la única forma de sobrevivir es mediante la disciplina y la unión. Eso es algo que mi abuela y modelo a seguir por excelencia nos inculcó a todos. La visión y la creencia de mi abuela en lo que era posible para nuestra familia, así como su alegría de vivir, son lo que lo hizo todo posible. Nunca la oí quejarse, a pesar de haber soportado muchas dolencias y desafíos reales que habrían justificado algo más que un poco de queja por su parte. Su relación con mi abuelo era la imagen de la colaboración y el trabajo en equipo, y un ejemplo del tipo de relación simbiótica que yo quería para mi propia vida.

Al igual que mi padre, mi tío y mis abuelos, yo también soy un narrador de historias, un privilegio que nunca doy por sentado. Y aunque gran parte de mi familia está vinculada a Hollywood, nos fortalecen los valores y hábitos de vida zen del medio oeste, arraigados y realistas, que mis abuelos nos inculcaron.

Mientras leía las páginas de este libro, esperaba encontrarme con historias conocidas, pero al poco tiempo me encontré en una aventura sorprendente. Escuchar la historia de mis abuelos a través de las palabras de sus dos hijos y echar un vistazo a su espectacular y única infancia, navegando por las zonas salvajes de la industria del cine y la televisión en los años 50, 60 y 70, me transportó. Estas páginas capturan un punto de inflexión en la industria del entretenimiento, contado a través de la lente personal de una familia.

Si tuviera que contar la historia de mi vida, no empezaría conmigo. Mi historia y mi identidad son la culminación de varias generaciones, empezando por mis abuelos. Ellos siguen inspirándome y marcando mi propio camino.

Mis hermanos y yo queremos ser mejores personas, no para corregir el legado, sino para estar a la altura. El listón es alto y no queremos quedarnos cortos.

Cuando tenía seis años, vivíamos en Inglaterra mientras mi joven padre se preparaba para dispararle a Willow y mi madre se preparaba para dar a luz a mi hermano, Reed.
Tenemos un video casero que muestra a mi padre expresando su preocupación por el hecho de que estos dos acontecimientos trascendentales estuvieran sucediendo simultáneamente: "¡Películas! ¡Bebés!

¡PELÍCULAS! ¡BEBÉS!” Luego me pidió que predijera el día en que nacería Reed (lo cual hice, con una precisión espeluznante). Esta dinámica de un padre preocupado e involucrado que incluía a sus hijos en estas discusiones familiares era similar a la forma en que sus padres trajeron a sus hijos al redil. El abuelo y la abuela Jean le mostraron que era posible crecer en un set de filmación y tener una infancia. Incluso pusieron a mi papá en una cuna mientras representaban el cuento de verano, atendiéndolo entre escenas.

¿Poco convencional? Claro, pero inclusivo y centrado en la familia. Al igual que sus padres, mi padre nos protegió de la locura y, al mismo tiempo, nos permitió ver de primera mano el circo.

En mi debut como director de largometraje documental, Dads, yo también me sentí atraído por el tema de la familia. Esperaba entrevistar a un futuro padre y, por pura casualidad, mi hermano y su esposa estaban a punto de tener su primer bebé. Recordé que papá me había dicho varias veces a lo largo de los años que su mayor temor era no estar a la altura de su propio padre como padre. Compartí este recuerdo con Reed durante el rodaje y, sorprendido, respondió: 
"¿Dijo eso? Esa es mi mayor preocupación: no estar a la altura de papá". Y así, la tradición continúa...

Clint Howard Interview: (Talks Ron Howard, Star Trek, 
NEW Ice Cream Man, The Boys Book, Star Wars)

VER+:

                                      LA TIERRA DE NADIE
                                     THE WILD COUNTRY 1970


LOS CHICOS (THE BOYS) Una m... by Yanka


TIERRA DE NADIE (LITTLE BRI... by Yanka


jueves, 13 de febrero de 2025

LIBRO "YO NO": EL RECHAZO DEL NAZISMO COMO ACTITUD MORAL por JOACHIM FEST 🙋

YO NO
El rechazo del nazismo 
como actitud moral


Una de las autobiografías morales más importantes de la historia alemana del siglo XX, y entre los mejores libros que se han escrito sobre el nazismo.

Nadie se ha esforzado tanto como Joachim Fest por comprender los rasgos y mecanismos del nazismo. Su ponderado análisis del Tercer Reich, sus biografías de Adolf Hitler y de Albert Speer, así como la magistral descripción de los últimos días vividos en el búnker de Hitler que hace en El hundimiento, cuentan con millones de lectores en todo el mundo. Pero ¿cómo vivió él mismo, nacido en 1926, el nazismo, la guerra y la derrota de Alemania?

Para Joachim Fest -que falleció poco después de terminar este libro-, la profunda tragedia alemana fue la incapacidad de las élites culturales de hacer frente al nazismo. Atípico y conmovedor, este libro recoge la resistencia al régimen nazi de una familia católica alemana desde la profunda convicción moral de su padre, que asumió la pérdida de privilegios y la precariedad por resistirse a las presiones de unirse al partido nazi y a las estructuras del régimen.

En estas memorias de sus años de infancia y juventud, Joachim Fest nos ofrece por primera vez una visión íntima de sus vivencias más directas durante esos años oscuros. La temprana prohibición de ejercer la enseñanza que sufrió su padre, su propia expulsión del colegio, su iniciación en el mundo de la ópera berlinesa, sus lecturas durante el servicio militar, o su intento de fuga de un campo de prisioneros americano, son algunos de los episodios protagonizados y narrados en primera persona por un observador nato. Pero sobre todo Fest revela cómo, a pesar de las dificultades, era posible enfrentarse al agobiante acoso ideológico del régimen desde la humildad, la firmeza de principios, la cohesión familiar y la dignidad.
Para Joachim Fest –que falleció poco después de terminar este libro–, la profunda tragedia alemana fue la incapacidad de las élites culturales de hacer frente al nazismo. Atípico y conmovedor, este libro recoge la resistencia al Tercer Reich de una familia católica alemana desde la profunda convicción moral de su padre.

Una de las anécdotas que cuenta y que da título al libro, es como, después de ser represaliado por el Poder con la pérdida de su puesto de trabajo, reunió a sus dos hijos y les pidió que se grabaran a fuego en su memoria una sola frase. Se trataba de un lema, recuerda Fest, que les dijo que «le había servido de ayuda en varias ocasiones y le había evitado tomar alguna que otra decisión errónea. Y casi nunca se había equivocado cuando había seguido exclusivamente su juicio».

Nunca sobrará el enaltecimiento de virtudes como el coraje civil, la voluntad de resistencia y la defensa de la autonomía individual, tanto más ejemplares cuanto más crítica la época en que se los ejerce. Digna de elogio puede ser también la práctica de una resistencia pasiva de discreta resonancia pública, incluso unas modestas o impremeditadas manifestaciones de decencia, cuando lo que prevalece es una atmósfera de complicidad, de claudicación generalizada o de aquiescencia renuente; o cuando prevalece el miedo, sencillamente, en medio de un contexto anómalo. 


El historiador y sociólogo polaco Jan Gross, por ejemplo, refiere en su obra Vecinos el caso de una familia polaca –los Wyrzykowski- que ocultó a siete judíos el día en que los habitantes católicos de la aldea de Jedwabne atormentaron y asesinaron a sus vecinos de confesión hebrea, en julio de 1941. (La comunidad judía de Jedwabne constituía la mitad de la población aldeana, y su cohabitación plurisecular con la mitad católica había sido por lo general armoniosa.) 


Los Wyrzykowski eran campesinos sin mayor ilustración ni conciencia política que los implicados en la matanza, sin embargo rehusaron sumarse a los criminales. El suyo fue un gesto tan espontáneo como excepcional de decencia que salvó la vida de siete judíos, y por el que los victimarios de aquel día nefasto –sus amigos y conocidos de toda la vida- en lo sucesivo les hicieron la vida imposible. Nunca se hará suficiente justicia al valor de la familia Wyrzykowski. Ahora bien, también merecen ser recordados aquellos que de una u otra manera, en el transcurso de un siglo como el anterior, se negaron a dejarse llevar por la marea ascendente de las opiniones; casos cuyo valor y dramatismo se percibe mejor considerados con perspectiva histórica y que resaltan como modelos de integridad en tiempos de desquicio colectivo. Uno de éstos es el de Johannes Fest, padre del famoso periodista e historiador alemán Joachim Fest. 


Es el propio Joachim Fest quien se encarga de exaltar el recuerdo de su padre, y lo hace en sus memorias, publicadas bajo el título de Yo no. Fest hijo (1926-2006) es célebre sobre todo por su magnífica biografía de Hitler (1973) y por El hundimiento (2002), libro sobre los últimas días del dictador nazi (con una notable adaptación cinematográfica). Poco antes de fallecer publicó Yo no (2005), libro que por su índole memorialística lo tiene a él como protagonista pero en que la figura del padre destaca por sobre todas las cosas. 


El grueso de su extensión comprende los años mozos del autor, y por su enfoque y contenido remite claramente a la tradición alemana de la “novela de formación” (Bildungsroman). Son, en esencia, los años de aprendizaje y formación de Joachim Fest lo que exponen las páginas del libro, y su interés radica preferentemente en el contexto en que se concretó ese aprendizaje: 

nacido en 1926, la infancia y adolescencia del autor tuvo como telón de fondo el Tercer Reich y la Segunda Guerra Mundial. Pero decir telón de fondo no es más que hacer uso de una socorrida metáfora, y no del todo precisa. Porque un contexto como el aludido es de los más extremos que quepa recordar, un contexto sobremanera violento y desgarrador. 


Años de dictadura, de guerra y de genocidios: apenas pueden imaginarse unas circunstancias más desafiantes de la indiferencia social, más invasivas de la privacidad, más determinantes de los destinos individuales, que las del régimen hitleriano. En lo que concierne a los supervivientes, salir bien parado –con la dignidad en alto- de una prueba como la que supuso la marea totalitaria era una tarea en verdad ímproba. El ejercicio de la resistencia pasiva, la opción de Johannes Fest, es a todas luces insuficiente ante una amenaza como la que representa dicha marea, mas no por ello resulta censurable en sí.


La frase del epígrafe es una fiel síntesis de la actitud moral representada por el padre del historiador. Alude al valor de ir a razonadamente a contracorriente de la opinión de la calle a pesar del muro de silencio y desaprobación que el entorno pudiera levantar. Es una lección que Johannes Fest impartió a sus hijos a partir de una cita bíblica –en latín: Etiam si omnes, ergo non”. “Aunque todos participen, o lo consientan, yo no”. En un régimen de Estado policial y control ideológico como el nazi, semejante lección suponía una exigencia de virtud cívica muy poco común y que apenas podía manifestarse en público, a riesgo de la propia vida. La contracara de una divisa tan admirable era, por supuesto, la prudencia, otra forma de decir desconfianza. Uno de los efectos perversos de los regímenes despóticos es justamente el que la desconfianza se vuelva una virtud. Apunta Fest: 

«Sólo con los años fui consciente del horror de aquella situación, en la que estar en alerta permanente era una especie de ley tanto para los padres como para los hijos, la desconfianza una norma de supervivencia, y el aislamiento una necesidad, donde una simple torpeza infantil podía conducir a la muerte o a la ruina».

Johannes Fest era hombre de sólidas convicciones republicanas y un católico observante. Militó en el Zentrum, el Partido Católico del Centro, y propugnaba el activismo político responsable. Docente de profesión, en la época de la toma del poder por los nazis ejercía como director de un colegio. En el Ministerio de Educación eran conocidas sus opiniones democráticas y contrarias al nazismo, de las que nunca abjuró. Las consecuencias no tardaron en llegar: de resultas de la promulgación del Decreto para la Restauración del Funcionariado de Carrera (abril de 1933), Fest padre fue no solo despedido del Ministerio sino que, además, se le prohibió impartir clases particulares. 


La pobreza fue en adelante el sino de la familia, pero también la segregación. En torno suyo se levantó el temido muro de silencio. Cuando cundieron rumores e indicios sobre las atrocidades perpetradas por los alemanes en el este, durante la guerra, Johannes Fest hizo averiguaciones que lo convencieron de la veracidad de los mismos. La impotencia subsecuente acabó por sumirlo en el desespero de sus compatriotas.


La obra testimonial de Joachim Fest lo es también en el plano social. La historia de la degradación social de su familia es a la vez la historia del desmoronamiento espiritual de una nación, en cuyo seno medraron la delación y el matonaje, la obsecuencia y la complicidad. Los valores se invirtieron al punto que la envidia y la vileza pudieron campar por sus fueros. La ruindad y la estupidez, alineadas con los imperativos ideológicos de la hora, no tuvieron reparo alguno en exhibirse con total desparpajo. Hay en Yo no una escena tan reveladora como repugnante. Narra Fest el caso de una mujer parlotera con la que comparte viaje en un tren: 


«Después de tomar aire durante unos segundos dijo que hacía poco que, en la Pariser Strasse de Berlín, le había llamado la atención un transeúnte que llevaba los tacones torcidos. Se había acordado entonces de la observación que le había hecho su padre de que una de las características de los judíos es que llevan los tacones torcidos. 

Al llegar a la calle Güntzel se había acercado al hombre para comprobar que no llevaba la estrella de judío. «Pero lo era», prosiguió. Le había seguido otras dos calles hasta la casa en la que él se metió y había comunicado la dirección en el puesto de policía más cercano, por desgracia sin el nombre, pero ella tenía un «buen olfato» para todo lo judío. Tras echar una mirada escrutadora al departamento, añadió en un tono algo más bajo: “Se dice que los judíos ocultan dinero y joyas en los tacones; el que esté atento puede hacerse muy rico”».


Joachim Fest era en aquel entonces demasiado joven como para hacer otra cosa que admirar el ejemplo de su padre. Como tal joven, secundar ese ejemplo –en toda su magnitud- estaba fuera de su alcance. En 1944 fue llamado a filas, y se le destinó al frente occidental. Su experiencia de combate fue escasa y llegó a su fin en las proximidades de Remagen, cuando la famosa captura del puente sobre el Rin por los estadounidenses. Fue internado en un campo francés de prisioneros de guerra, del que solo fue liberado en 1946. 


Por su parte, su padre fue a parar como inverosímil soldado en Königsberg, cuya capitulación le reportó varios meses de severo cautiverio en manos de los soviéticos. Tras su regreso a Alemania en 1946, demacrado y convertido en un hombre sombrío –muy distinto del que había sido-, se reintegró a la educación y tomó parte en la reconstitución política de su ciudad, Berlín. Ahora que, curiosamente, el país se llenaba de gente “que siempre había estado en contra”, a Johannes Fest le repugnaba la idea de alardear de su condición de antiguo y tenaz opositor. Sabía muy bien que su coraje «no había dado para mucho», menos cuando debía velar por el bienestar de su mujer y sus cinco hijos. 


«A excepción de alguna ayuda mínima –afirmaba el padre-, él no había podido emprender trabajo alguno, lo más importante para él había sido mantener apartados de la infección totalitaria a su familia y a algún que otro amigo. Ocurre como con determinadas enfermedades, continuó, que primero tienes que infectarte para terminar muriendo. Con los nazis había bastado la idea de entreguismo, y ya estaba uno perdido.»

– Joachim Fest, Yo no. El rechazo del nazismo como actitud moral. Taurus, Madrid, 2007. 320 pp.




Solo unos pocos padres se atrevieron a cuestionar la educación que recibían sus hijos. Entre ellos estaba Johannes Fest. A finales de 1936, llamó a sus hijos Joachim y Wolfgang a su estudio. Joachim, que entonces tenía diez años, lo recordó más tarde: 


Quería hablarnos de un tema, empezó diciendo, que le traía de cabeza desde hacía algunos meses. Había sido provocado por una o dos diferencias de opinión con nuestra madre, que estaba terriblemente preocupada y ya casi no podía dormir... Sabía cuáles eran sus responsabilidades. Pero también tenía principios, que no iba a permitir que nadie pusiera en tela de juicio. Y mucho menos la “banda de criminales” en el poder. Repitió las palabras “banda de criminales”, y si hubiéramos sido un poco mayores sin duda nos habríamos dado cuenta de lo desgarrado que estaba. 


Había discutido lo que iba a decir con mi madre y con cierto esfuerzo habían llegado a un acuerdo. A partir de ahora habría una doble cena: una temprana para los tres niños más pequeños y otra en cuanto los pequeños estuvieran en la cama. Nosotros pertenecíamos a la sesión más tardía. La razón de esta división era muy simple: tenía que tener un lugar en el mundo donde poder hablar abiertamente y desahogarse. De lo contrario, la vida no valdría nada. Al menos no para él. Con los pequeños tendría que mantenerse a raya, como hacía desde hacía dos años cada vez que entraba en una tienda, delante del empleado de mostrador más humilde, y —por fuerza de ley— cada vez que recogía a sus hijos de la escuela. 

Era incapaz de hacerlo, dijo, y concluyó con las palabras, más o menos: 

“Un Estado que convierte todo en mentira no cruzará también nuestro umbral. No me someteré a la mendacidad [mentiras] reinante, al menos dentro del círculo familiar”. 


Eso, por supuesto, sonó un poco grandilocuente, dijo. Así las cosas, solo quería mantener a raya la hipocresía impuesta Respiró hondo, como si se hubiera quitado un peso de encima, y caminó de un lado a otro entre la ventana y la mesa de fumar unas cuantas veces. Al hacer esto, comenzó de nuevo, nos estaba convirtiendo en adultos, por así decirlo. Con ello venía el deber de ser extremadamente precavidos. Los labios apretados eran el símbolo de este estado: 


“¡Recuérdenlo siempre!” Nada de lo político que discutíamos era para que lo oyeran los demás. Cualquiera con quien intercambiáramos unas palabras podía ser un nazi, un traidor o simplemente un desconsiderado. En una dictadura, la descofianza no solo era un mandamiento, sino una virtud. Y era igual de importante, continuó, no sufrir nunca el aislamiento que inevitablemente acompañaba a la oposición a la opinión de la calle. Para ello nos daba una máxima en latín que nunca debíamos olvidar; lo mejor era escribirla, marcarla luego en la memoria y tirar la nota... Puso un trozo de papel delante de cada uno de nosotros y nos lo dictó: 


Etiam si omnes—ego non! [Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!] “Es del Evangelio según San Mateo”, nos explicó, “la escena del Monte de los Olivos”. Se rio cuando vio lo que había en mi trozo de papel. Si no recuerdo mal, había escrito algo así como Essi omniss, ergo no. Mi padre me acarició la cabeza y me dijo, consolador: “¡No te preocupes! Hay tiempo suficiente para que lo aprendas”. 


Mi hermano, que ya estaba en el Gymnasium [escuela secundaria], había escrito la frase correctamente. Así, más o menos, fue como transcurrió la hora en el estudio. . . . Cuando volvimos a nuestra habitación, Wolfgang repitió, con toda la superioridad de un hermano mayor, que ya éramos adultos. Esperaba que yo supiera lo que eso significaba. Asentí solemnemente, aunque no tenía ni idea. Luego añadió que todos juntos formábamos ahora un grupo de conspiradores. Empujó con orgullo contra mi pecho: 


“¡Nosotros contra el mundo!” Asentí una vez más sin tener la menor idea de lo que significaba estar contra el mundo. Simplemente me sentía favorecido de algún modo indefinible por mi padre, con quien en el pasado reciente me había enzarzado cada vez más en discusiones a causa de alguna que otra desfachatez. La forma en que a veces me reconocía a partir de entonces con una inclinación de cabeza pasajera, también la interpreté como aprobación. 


Aquella noche, tras el paternal “Buenas noches”, mi madre entró de nuevo en nuestra habitación, se sentó unos minutos en la cama de Wolfgang y, más tarde, en la mía. “Solo digo cosas alegres... o prefiero no decir nada”, había declarado una vez. . . . Ahora se atenía a eso. Pero parecía deprimida. Fue una aventura, como a menudo, en las semanas que siguieron, me persuadí felizmente antes de dormirme. ¿Quién había tenido la oportunidad de emprender semejante empresa con su padre? Estaba decidido a no decepcionarlo...


Solo cuando fui mayor comprendí el horror de la situación, en la que la vigilancia constante se exigía como una especie de ley tanto para los padres como para los hijos, la desconfianza era una norma de supervivencia y el aislamiento una necesidad, donde la mera torpeza de un niño podía conducirle literalmente a la muerte y a la ruina. 


Quince años más tarde, cuando le pregunté a mi padre por el lado oscuro de su charla vespertina, su expresión volvió a revelar de inmediato lo preocupado que había estado entonces. Se recompuso y respondió que en aquel momento había sido muy consciente del riesgo al que se exponía a sí mismo y a su familia. Quizás había ido demasiado lejos. Pero había esperado en Dios que todo saliera bien. Y, efectivamente, la apuesta le había salido bien. 


En cualquier caso, ni nosotros ni Winfried [un hermano menor], a quien se le había permitido unirse más tarde a la segunda sesión de la cena, le habíamos causado ninguna vergüenza. 


Winfried decía que su padre les había «inculcado en nuestros años jóvenes una especie de orgullo por la discrepancia, algo que ninguno de estos “don nadies engrandecidos” vislumbraba, y que tampoco ninguno de ellos había llegado a conocer. Cada vez que alguien me preguntaba por los principios que me guiaban, yo decía que tenía que referirme a mi criterio escéptico y a mi aversión contra el espíritu de la época y sus simpatizantes. Nunca me había parecido cuestionable el “Ego non!” de aquel día inolvidable en que mi padre instituyó los dos turnos para cenar».
Así que, dice Fest, es cierto que «me educaron según los principios de un orden caduco. Ese orden me ha legado sus reglas y sus tradiciones y hasta su canon de poesía. Y todo eso me ha hecho apartarme un poco de mi tiempo, pero, a la vez, este orden me ha proporcionado una parcela de tierra firme que, en los años siguientes, me aportó cierta fuerza moral».

Y, tal como él había deseado, ninguno de nosotros había olvidado nunca la máxima que, recordaba, nos había legado. En efecto, la bella máxima latina “Aunque todos los demás lo hagan, ¡yo no!” pertenecía a toda vida verdaderamente libre.  

________________________


1 Joachim Fest, Not I: Memoirs of a German Childhood, traducido al inglés por Martin Chalmers (Nueva York: Other Press, 2012), 71–75. Reimpreso con autorización de Other Press, LLC., y Atlantic Books, Reino Unido.



VER+:




jueves, 6 de febrero de 2025

"NO SEAS OBEDIENTE NI SUMISO": 😌 VIVIMOS EN UN MUNDO EN EL QUE PREMIA LA OBEDIENCIA, NO LA REBELDÍA por IVÁN MAZO MEJÍA

NO SEAS OBEDIENTE NI SUMISO:
Vivimos en un mundo 
en el que se premia la obediencia, no la rebeldía.
La obediencia es peligrosa 
y las personas obedientes 
son todavía mucho más peligrosas


Vivimos en un mundo en el que se premia la obediencia, no la rebeldía. Y a esta sociedad superficial, veleidosa y servil, no le interesan los rebeldes sino los sumisos.
Los obedientes son acogidos y apreciados, queridos y muy valorados. Los rebeldes, en cambio, son señalados, excluídos, criticados y hasta despreciados. 
Vivimos en un medio social que confunde la obediencia con la sumisión. 
Trate de encontrar en la Historia de la Humanidad que obra grande de este mundo se le debe a los sumisos. Piense en esto: todo, todo lo que ha cambiado el mundo es producto de las mentes rebeldes, de las vidas que se salieron de los moldes, de esos que no siguieron libreto de nadie y, que se la jugaron rompiendo con el sistema. Esos caducos y obsoletos sistemas que quisieron someterlos y enjaularlos. 
Las mentes rebeldes les estorban a esta sociedad uniformada que aplasta sin compasión a todo aquel que busca brillar con su propia luz. 

La obediencia es peligrosa y, las personas obedientes son todavía más peligrosas. 
Obedecer sin cuestionar, sin criterio es uno de los actos más irresponsables en que incurrir una persona. 
Nunca se debería obedecer sin filtrar previamente frente a la ética, los principios y los valores. Nadie que se respete a sí mismo obedece ciegamente -y por miedo- lo que se le pide. 
Ese dicho que "donde hay capitán no manda marinero" es la disculpa de los cobardes que no hacen nada cuando su propia dignidad personal se está viendo atropellada. 


No seas huevón