EL Rincón de Yanka: JUAN MANUEL DE PRADA, UN DEJAVU DE FALACIAS por JAIME GURPEGUI 👺👾

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sábado, 8 de marzo de 2025

JUAN MANUEL DE PRADA, UN DEJAVU DE FALACIAS por JAIME GURPEGUI 👺👾

Juan Manuel de Prada, 
un dejavu de falacias
Juan Manuel de Prada ha vuelto a hacerlo. En su último artículo para ABC, ha desplegado su retórica ampulosa para afirmar que las “derechitas valientes” y las “izquierdas caniches” no son fuerzas opuestas, sino parte de una misma farsa liberal que engaña a las masas.
Su objetivo esta vez es Javier Milei, a quien acusa de ser, en el fondo, una pieza más del engranaje globalista, pese a que es el primer presidente argentino en décadas en calificar el aborto como «crimen agravado por el vínculo».
Prada, en su afán de presentar a Milei y Trump como agentes del liberalismo corrosivo, omite descaradamente los hechos que contradicen su tesis. Se agarra a su teoría prefabricada y se niega a soltarla, aunque la realidad le grite lo contrario. Pero si algo ha quedado claro en los últimos años es que Milei y Trump han sido los únicos líderes en el mundo occidental que han desafiado abiertamente al progresismo hegemónico, razón por la cual han sido atacados sin piedad por los medios y el establishment globalista.

David de Maistre y el problema del «tradicionalismo pompier»

David de Maistre lo ha señalado con claridad en su artículo Contra Prada: manifiesto por la destrucción del tradicionalismo pompier. Prada es un escritor talentoso, sí, pero se ha convertido en un gurú de sí mismo, atrapado en un discurso que repite sin variaciones desde hace décadas. No aporta ideas nuevas, no construye estrategias políticas viables y, lo más grave de todo, desprecia a quienes realmente están dando la batalla contra la agenda globalista.
De Maistre desmonta con acierto el doble rasero de Prada cuando critica a las redes sociales como una “trampa del sistema para detectar y reprimir la disidencia”. ¿Y los medios donde escribe él? ¿O acaso ABC y la SER no forman parte del “sistema” que denuncia? Si Prada escribe en un periódico «mainstream» está combatiendo al poder, pero si otros lo hacen en redes están siendo manipulados por él? Es un discurso incoherente y, en el fondo, profundamente cínico.

Un enfant terrible muy bien tratado por el sistema

Porque si hay algo que define a Prada es su capacidad para ser el eterno «enfant terrible tolerado», el heterodoxo de salón, el disidente controlado. Prada critica a la plutocracia mientras cobra de ABC, un periódico descaradamente liberal, globalista y, en lo moral, abiertamente woke. Prada se queja de que el sistema encierra a los disidentes en un gueto para neutralizarlos, pero ¿qué mayor gueto que ser el bufón provocador en un periódico que representa exactamente aquello contra lo que dice luchar?

Prada puede jugar a ser un azote de la modernidad, pero su rebeldía tiene un techo muy cómodo. No se le ve sufriendo la cancelación, ni siendo expulsado de los medios como tantos otros que han defendido de verdad posiciones políticamente incorrectas. Mientras Trump y Milei se juegan el todo por el todo en la arena política, Prada recibe los mimos de figuras como Julia Otero, que lo trata con ese paternalismo condescendiente que los progres reservan para sus «disidentes favoritos». Puede sentarse con ella, reírle las gracias a Pablo Iglesias y seguir con su vida como si nada.
Porque esa es otra: Prada no tiene problema en confraternizar con la izquierda mediática, pero es implacable con aquellos que se baten el cobre contra ella. Con Iglesias todo son sonrisas y halagos mutuos, pero a los que están en la arena política real les dedica su tono más farisaico. Nunca verá con buenos ojos a alguien como Trump o Milei, porque él es incapaz de aceptar que el combate contra el progresismo se da en frentes que no pasan por la literatura ni la teoría pura.

Prada necesita presentar a Milei y Trump como marionetas del liberalismo porque su visión del mundo exige que todo sea parte de un gran engaño. Pero lo cierto es que ambos han demostrado con hechos que son las mayores amenazas al orden globalista en sus respectivos países.
Milei no solo ha sido el presidente argentino más radicalmente antiabortista, sino que ha dejado claro su desprecio por la ingeniería social de la izquierda. Su liberalismo económico no es el libertinaje progresista que Prada pretende hacer creer, sino una defensa de la propiedad y la libertad frente a un Estado que ha sido el principal instrumento de la izquierda para imponer su agenda.

Con Trump ocurre lo mismo. Prada lo incluye en su ataque generalizado contra el liberalismo, pero ignora que Trump ha sido el único presidente de EE.UU. en décadas que realmente desafió al establishment. Fue el primer presidente en participar en la March for Life, nombró jueces que terminaron tumbando Roe v. Wade y desmanteló políticas de género en la administración pública. ¿Cómo puede Prada hablar de él como si fuera un cómplice del «sistema» cuando fue el único presidente en décadas que el sistema se propuso destruir a toda costa?
No olvidemos que Trump no solo enfrentó a la maquinaria del Partido Demócrata, sino también a los burócratas del Estado profundo, los grandes medios, Silicon Valley y el sistema financiero globalista. Su veto a la financiación pública de clínicas abortistas, su oposición a la ideología de género en las escuelas y su enfrentamiento con el lobby globalista de Davos prueban que su batalla fue real, no un teatro para engañar a las masas.

El problema de Prada es el mismo que De Maistre ha señalado en su crítica al “tradicionalismo pompier”: un desprecio absoluto por la política real y un repliegue en la comodidad del derrotismo. Su discurso no es una estrategia para recuperar la civilización cristiana, sino una excusa para no hacer nada. Si Milei y Trump son tan terribles como el progresismo, ¿qué alternativa nos ofrece Prada?
Su idea de que la política es una farsa y que solo importa la “comunidad espiritual” es una invitación a la irrelevancia. Prada no quiere restaurar nada; quiere ser un predicador de la derrota, el profeta que anuncia el desastre sin hacer nada para evitarlo. No quiere una batalla cultural, porque le parece “ridícula”; no quiere redes sociales, porque están controladas por el sistema; no quiere nada que implique luchar en el mundo real, porque en el fondo le aterra perder su púlpito de crítico omnisciente.

Prada quiere ser el pensador incómodo, el gran «disidente» del sistema, pero vive muy bien dentro de él. Es el enfant terrible que el sistema tolera porque sabe que no representa una amenaza real. Mientras Milei y Trump se juegan el todo por el todo en la arena política, él sigue cobrando del ABC, recibiendo los aplausos de la progresía domesticada y asegurándose de que nunca se le confunda con esos «vulgares políticos» que sí están dando la batalla.
Lo peor no es su hipocresía, sino su agotadora previsibilidad. Leer un artículo de Prada produce cada vez más una somnolienta sensación de Día de la Marmota. Siempre la misma matraca, la misma diatriba, el mismo lamento fatalista. Prada no busca cambiar nada, solo reafirmarse en su discurso inmutable. Pero la historia no la hacen los que se quejan sin descanso, sino los que se atreven a actuar.