A Tree Grows in Brooklyn
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"Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar".
Miguel de Unamuno
«La gente siempre cree que la felicidad es algo que se pierde en la distancia —pensó Francie—, una cosa complicada y difícil de conseguir. Sin embargo, ¡qué pequeñas son las cosas que contribuyen a ella! Un lugar para refugiarse cuando llueve, una taza de café fuerte cuando una está abatida, un cigarrillo que alegre a los hombres, un libro para leer cuando una se encuentra sola, estar con alguien a quien se ama. Esas son las cosas que hacen la felicidad».
Corren los años veinte del siglo pasado y descubrimos a la pequeña Francie Nolan leyendo sentada en la escalera antiincendios de sucasa, a la sombra de un árbol que solo crece en los barrios más pobres de las grandes ciudades. Poco a poco, la mirada se aleja de la chiquilla para abarcar a la estrafalaria familia Nolan, que malvive en un barrio de Brooklyn. Conoceremos así a sus padres, a su hermano y a la entrañable tía Sissy, que usa a los hombres para aplacar sus instintos maternales. Francie crece rodeada de los libros que tanto le gustan y pronto empieza a preguntar y a pedirle a la vida algo más que un triste acomodo en la mediocridad. De esas hermosas y tercas ganas de saber nace Un árbol crece en Brooklyn, una novela donde cualquier detalle de la vida doméstica revela un mundo hecho de apuestas y deseos, donde los personajes son tan próximos que nos duelen sus dolores y donde el sueño americano cobra por fin peso y color.
Cuando le preguntaban a su autora si este libro era autobiográfico, siempre decía que "Un árbol crece en Brooklyn" contaba su infancia tal y como habría debido ser, y no como realmente fue. Y es que, a fin de cuentas, la historia de Francie puede ser la historia de Betty Smith porque, en una forma u otra, es la historia de todos. Ya no vivimos en los principios del siglo pasado, ni estamos en el durísimo ambiente de las inmigraciones masivas a EE. UU. que en esa época sucedieron, ni buscamos el sueño americano, ni… O quizá sí. Quizá sí vivamos todo eso, seamos lo que seamos y estemos donde estemos, en la medida en que, como la pequeña Francie Nolan, la vida pasa entre nuestros dedos mientras los libros se posan en nuestras manos, en la medida en que, como en "Un árbol crece en Brooklyn", lo que ocurre cada día no tiene nada de espectacular porque es el espectáculo de la vida cotidiana pura y dura, con noche y con día, con risa y con llanto, con decepciones y con sueños a los que nunca se renuncia mientras haya un árbol crecido en medio del cemento y capaz de darnos sombra.
En todos los personajes hay una intención de superación o, por lo menos, de disfrute, exaltación y amor a la vida. Una vida de supervivencia que cobra pleno significado. Y en la que también, inevitablemente dadas las circunstancias, están presentes los sueños. Los sueños que necesitan hacerse realidad.
Una novela narrada a corazón abierto que sigue y seguirá enamorando a los que sean capaces de leerla con ese mismo corazón. En las primeras semanas posteriores a la aparición de "Un árbol crece en Brooklyn" se vendieron 300 000 ejemplares; para finales de 1945 se alcanzaban casi los tres millones, sólo en inglés. Hasta entonces, sólo Lo que el viento se llevó había obtenido cifras de ventas superiores. El libro fue rápidamente traducida a dieciséis lenguas distintas y se editó incluso al otro lado del entonces llamado Telón de Acero. El éxito arrollador de la novela determinó una rápida adaptación cinematográfica, estrenada en 1945 con el mismo título (en España con el de Lazos humanos) y que fue la primera película dirigida por Elia Kazan, con James Dunn, Dorothy McGuire, Joan Blondell y Peggy Ann Garner en los papeles principales.
La película de Elia Kazan tiene un guión redondo, basado en la novela de Betty Smith «Un árbol crece en Brooklyn». En más de un momento parece que vaya a caer en la sensiblería, pero nunca es así. Merece la pena verla.
Es la historia de una familia pobre en el Brooklyn de comienzos del siglo XX. Un matrimonio con sus dos hijos. El padre, Johnny Nolan (James Dunn) es un fabulador impenitente, que se está construyendo continuamente quimeras en su fértil imaginación. En realidad, es un pobre camarero y cantante dado a la bebida, pero que tiene el don inapreciable de repartir alegría a cuantos le rodean.
La madre, Katie (Dorothy McGuire), se ve, por la fuerza de las circunstancias, a ejercer de jefa de la familia, a ser el contrapunto del padre y resultar algo más dura y práctica que él.
En lo que respecta a los hijos, el chico es un galopín sin demasiado relieve, pero la niña, algo mayor que él, es cosa aparte. Francie (Peggy Ann Garner), que así se llama la niña, tiene un ansia voraz de saber y está despachando los libros de la biblioteca municipal por orden alfabético. Ha llegado a la letra B y ahora está leyendo «Anatomía de la melancolía», de Robert Burton. Y "En tiempos de los caballeros". Además de esto profesa un amor inmenso por su padre, adora estar a su lado y escuchar sus sueños esperanzados. De hecho, los mejores momentos de la película son aquellos en que los dos, padre e hija, departen juntos. Ambos se llevaron merecidos Oscar por sus actuaciones.
Y también está la vital y divertida tía Sissy (Joan Blondell), que va cambiando de marido cada poco tiempo, y a todos ellos los llama Bill, sea cual fuere su nombre auténtico.
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