EL Rincón de Yanka: FELICIDAD

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domingo, 19 de enero de 2025

EL PRINCIPIO DEL BIEN COMÚN por FERNANDO DEL PINO CALVO-SOTELO 👪


Sobre el bien común

Decía Peter Kreeft que una sociedad buena es aquella en la que es fácil ser bueno. En este sentido, ¿es buena nuestra sociedad? Y ¿de qué depende su bondad? El concepto esencial para responder a esta pregunta es el bien común, un concepto tan relevante que explica en gran medida el destino de las sociedades, el bienestar y felicidad (siempre relativa) de sus ciudadanos y su desarrollo material, intelectual, emocional y espiritual. Por lo tanto, el bien común tiene una importancia trascendental, a pesar de lo cual es raro que se mencione y aún más raro que se comprenda.

Definamos el bien común

Utilizando la vía negativa, conviene aclarar en primer lugar lo que el bien común no es. El bien común no es la suma de los bienes de los miembros de una sociedad, ni se refiere a los bienes de titularidad pública, a la existencia de servicios públicos o a algún tipo de colectivismo o redistribución de la riqueza. Esto no quiere decir que el bien común no trate estas cuestiones materiales y económicas, sino que alcanza un significado humano mucho más amplio y profundo. El bien común tampoco es un juego de suma cero ni se opone al bien privado; no es excluible, sino que beneficia a todos.

¿Qué es entonces? Su definición más precisa es la siguiente: El bien común es el conjunto de condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección[1]. En otras palabras, el bien común hace referencia a la creación y mantenimiento de un marco institucional, político, social, jurídico y económico y, ante todo, de un êthos o moral compartida que facilite la consecución de una plenitud de vida, de una realización trascendente y holística de cada individuo y, en consecuencia, del logro parcial de la felicidad que todos anhelamos[2].

El bien común crea un marco de actuación y un caldo de cultivo, pero no ofrece un resultado predeterminado. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. Hace posible que las personas puedan florecer, pero no lo garantiza, pues todo dependerá siempre del más elevado atributo del ser humano: su libertad. Como dijo el Sabio hace 2.200 años: 
«Al principio Dios creó al hombre y lo dejó en poder de su libre albedrío. Él ha puesto delante fuego y agua: extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera»[3]. 

En otras palabras, el bien común es la tierra buena que permite germinar al hombre, pero, en última instancia, éste, como sujeto autónomo de decisión moral, «dueño de su destino y capitán de su alma»[4], será siempre el responsable último de dar fruto. En el ser humano, libertad, responsabilidad y dignidad son inseparables.
De todo ello se desprende que el concepto de bien común se aleja de cualquier idea de igualitarismo, pues el desarrollo pleno de cada individuo es siempre relativo y su fruto dependerá de sus capacidades intelectuales, morales y emocionales, que varían de individuo en individuo y dan resultados diferentes que son justos precisamente por ser diferentes.

La defensa de la vida y de la familia

El primer elemento del bien común es el respeto a los derechos y libertades fundamentales del individuo, comenzando por el derecho a la vida desde la concepción a la muerte natural. El bien común exige, por tanto, una cultura que ensalce y defienda la vida a toda costa, una sociedad en la que prevalezca el respeto absoluto a la vida como un don que no depende de la voluntad y del deseo de nadie. En este sentido, la triste y gris Cultura de la Muerte que ha impregnado nuestras sociedades, que no sólo normaliza el horror del aborto y la eutanasia, sino que los identifica con el progreso, no indica civilización sino barbarie, y retrata una sociedad enferma y, en cierto sentido, grotesca, pues nada hay más ridículo que creerse lo contrario de lo que uno es.

El bien común exige la defensa de la familia como pilar básico de la sociedad de modo que el niño tenga la posibilidad de crecer en un ambiente familiar estable con su padre (cromosoma XY) y su madre (cromosoma XX). Es, por tanto, contrario al bien común fomentar el divorcio como hace en España la ley del divorcio exprés (PSOE-PP), que eliminó prácticas dilatorias que proporcionaban al matrimonio tiempo para discernir la decisión que estaba a punto de tomar. Una política favorable al bien común sería la opuesta: ayudar a los matrimonios a evitar, en la medida de lo humanamente posible, un paso que no tiene vuelta atrás. También es contrario al bien común (y a la verdad) el silenciamiento cultural ―por ejemplo, cinematográfico― del sufrimiento que supone para la mayor parte de sus protagonistas, en especial para los hijos.

La defensa de la libertad

Otro componente imprescindible del bien común es el respeto a la libertad individual. La libertad es el oxígeno del alma, sin el cual ésta se marchita. En este sentido, resulta inquietante la paulatina represión de libertades personales que hemos sufrido en las últimas décadas en esta Europa secuestrada por una UE crecientemente oscura.
El caso de España desde 1975 es especialmente paradójico. Nadie imaginó que el precio de obtener una muy restringida libertad política, basada en poco más que un ritual de voto bastante inútil realizado un día cada cuatro años, era perder enormes grados de libertad personal, robada por la opresión burocrática y el magno latrocinio impositivo de ese Estado semi totalitario llamado Estado de Bienestar. Así, el español medio paga hoy el doble de impuestos que pagaba en 1974 y encima soporta un número de prohibiciones y a una exigencia cotidiana de permisos administrativos muy superior al de hace medio siglo. Hemos pasado de una dictadura a otra, mucho más hipócrita.
¿Y qué decir de la libertad de pensamiento y de expresión, perseguidas en plena «democracia» por la tiranía de la corrección política y la censura más impudorosa? ¿Y qué decir de la libertad religiosa, especialmente del cristianismo, perseguido e injuriado por bufones que jamás se atreverían a hacer lo mismo con otras religiones?

El progreso económico como bien común

El bien común también exige un sistema económico que fomente la creación de riqueza. Afortunadamente, no hay que inventarlo, por ser bien conocido: la economía de mercado, enmarcada en un entorno de seguridad jurídica, con un Estado pequeño y, sobre todo, desde el respeto a la propiedad privada, condición sine qua non para el progreso económico y «principio fundamental que ha de considerarse inviolable»[5].

El estatismo, la inseguridad jurídica y los impuestos son enemigos de la propiedad privada. Así, resulta axiomático que una sociedad sin seguridad jurídica y con impuestos altos típicos de nuestros Estados-vampiro, o en la que los okupas gozan de mayores derechos que los legítimos dueños de las viviendas, será más pobre, inestable e injusta que una sociedad con seguridad jurídica, impuestos bajos y clara protección del derecho a la propiedad.
Dicho eso, un sistema adecuado es una condición necesaria pero no suficiente para el progreso económico, que siempre dependerá en última instancia de la actuación del individuo. Ningún sistema o estructura social puede resolver el problema de la pobreza como por arte de magia sin una «constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio; cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho»[6].

Del mismo modo, una sociedad en la que las normas se multiplican como células cancerosas y pueden ser interpretadas arbitrariamente, una sociedad en la que se aprueban constantemente leyes inicuas y siempre cambiantes, fruto del capricho de una mayoría que sólo busca perpetuarse en el poder, es contraria al bien común. En el mismo sentido, una sociedad en la que los máximos órganos jurisdiccionales están politizados y caen en la más abyecta prevaricación no puede ser una sociedad buena, al contrario que una sociedad regida por leyes justas basadas en principios inmutables, en normas consuetudinarias, en la Ley Natural y en el sentido común, y con una Justicia independiente.

El bien común exige que aquellos que se vean imposibilitados para salir adelante por sus propios medios sean cuidados por la comunidad y no abandonados a su suerte, pues una sociedad que no protege a sus miembros más débiles no puede denominarse buena. Sin embargo, cuidar de esa pequeña minoría que no puede cuidarse a sí misma nada tiene que ver con la trampa del Estado de Bienestar[7], cuyo férreo manto «protector» (una prisión encubierta) cubre innecesariamente a toda la población con el único objetivo de controlarla, es decir, como coartada para lograr un Estado de Servidumbre. Como pudimos comprobar con la DANA de Valencia, la comunidad puede voluntaria y espontáneamente cuidar de sus miembros con mucha mayor agilidad y eficacia que un Estado anquilosado controlado por intereses mezquinos.

Pero lo más perverso del Estado de Bienestar es que hace creer al común de los ciudadanos que nunca podrá valerse por sí mismo, sino que siempre necesitará al Estado, una creencia falsa y denigratoria que se opone frontalmente tanto al bien común como al principio de subsidiariedad que debe regir toda sociedad[8].

El respeto a la verdad y a la palabra dada

Como nos recuerda Thomas Woods, «todos los países que han sido económicamente exitosos poseían derechos de propiedad robustos y una clara exigencia de cumplimiento de los derechos contractuales»[9]. Diciendo lo mismo con otras palabras, Richard Maybury basa el éxito de una sociedad en dos principios: no violes los derechos y propiedades de los demás y cumple lo que has acordado.

El bien común, por tanto, también exige cumplir las promesas, los contratos y, en definitiva, la palabra dada, partiendo de las promesas personales. Una sociedad que respeta un apretón de manos y no requiere la firma de un complejo contrato para cada pequeña acción es una sociedad buena y eficiente, pues sin un mínimo de confianza toda sociedad se convierte en inoperativa: a veces el comprador paga por adelantado y otras el proveedor entrega su producto sin haber cobrado, y en ambos casos subyace una confianza en que la otra parte cumplirá lo debido, la misma que tiene el prestamista en el prestatario.

En la política también resulta clave poder confiar en las promesas electorales a cambio de las cuales el ciudadano entrega su voto, esto es, su soberanía política. Resulta obvio que en nuestras pervertidas democracias esto es una quimera, lo que debilita enormemente el bien común.
Asimismo, el bien común exigiría que los medios de comunicación tuvieran cierto apego a la verdad, pero desgraciadamente éstos están hoy entregados a la propaganda, a la defensa de intereses espurios y a la mentira.
Respetar la palabra dada es respetar la verdad, pero ¿qué lugar reservamos para la verdad en nuestra sociedad de hoy? La pregunta no es si se miente más o menos que antes, sino si la mentira está socialmente estigmatizada o normalizada. Éste no es un tema baladí, pues de la institucionalización de la mentira surge un cinismo crónico que es como un veneno de efecto lento que va pudriendo la sociedad por dentro.

La exigencia de la paz

En último término, el bien común exige que haya paz, entendida no sólo como ausencia de enfrentamiento bélico, sino en sentido amplio. La paz exige que el debate político esté acotado en fondo y forma dentro de un marco de convivencia y de unas reglas respetadas por todos. En este sentido, el bien común exige la existencia de un diálogo tolerante y respetuoso desde el respeto a la verdad, pues la verdad siempre tiene prioridad sobre el consenso.
En este aspecto es posible que nos encontremos ante un problema sistémico. En efecto, la democracia deriva por su propia naturaleza en la polarización social, pues los políticos excitan las pasiones de los votantes, incitando al miedo al adversario y arrastrando a la ciudadanía a un ambiente de intolerancia e ira crecientes.

Pero la paz incluye también la paz en los hogares, obstaculizada por la permanente lucha de sexos en la que hoy nos han sumergido. Este fenómeno, introducido por la agenda globalista como destructor de familias y sustituto de la lucha de clases, ha permeado peligrosamente en gran parte de la sociedad y es uno de los grandes enemigos de la paz familiar y, por tanto, del bien común.
Finalmente, la paz requiere de un esfuerzo por alcanzar la paz interior, tantas veces esquiva, pero aún más difícil de lograr en una sociedad relativista, hedonista y nihilista que vive de espaldas a la realidad última de esa criatura llamada hombre; una sociedad sin Dios y sin rumbo, pues carece de la brújula del bien y del mal, desesperanzada y triste, a pesar de sus falsas apariencias, una sociedad, en fin, que, engañada por quienes sólo desean dominarla, escarba en la basura creyendo que allí encontrará los manjares que la dejarán ahíta.

Querido lector: el bien común se apoya en el derecho y la libertad, en el orden y la justicia, en la familia y la propiedad privada, en la verdad y la paz. No creo que la sociedad española reúna hoy estas condiciones, pero si queremos mejorarla, éste es el camino, y no otro.
_______________________

[1] Juan XXIII, Mater et Magistra 65.
[2] Martin Rhonheimer, The Common Good…Catholic University of America Press, 2013.
[3] Eclo 15, 16-18
[4] W. E Henley, Invictus (1875)
[5] León XIII, Rerum Novarum 11 (1891)
[6] Juan Pablo II, Discurso en la Cepal en Chile (3-4-1987)
[7] El verdadero coste del Estado de BienestarFernando del Pino Calvo-Sotelo
[8] Sobre la justicia social – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[9] Thomas Woods Jr, The Church and the Market, Lexington Books 2005.

VER+:


¿Como hablar de «bien común» en el ambiente actual contrario a todo discurso que ponga en el centro la atención al otro y la prioridad de los intereses generales sobre los personales?
¿Tiene sentido en la situación actual seguir hablando del «bien común»? En contraposición, la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) ha respondido con la encíclica Caritas in veritate, con la que Benedicto XVI se remonta a la raíz del problema. El papa, en primer lugar, identifica la causa principal de la crisis del concepto mismo de bien común en la «ideología tecnocrática»; en segundo lugar, muestra que aún hoy es posible y necesario reabrir el discurso sobre el «bien común», fundamentándolo en los principios de la legalidad y la ética, y abriéndolo a la dimensión trascendente de la conciencia religiosa.



martes, 31 de diciembre de 2024

LIBRO "TODO LO QUE TIENES QUE SABER SOBRE LA VIDA": 10 CONSEJOS PARA SER FELIZ por ENRIQUE ROJAS 😀

Todo lo que tienes que 
saber sobre la vida

Una guía para conocerte a ti mismo 
y definir tu propio camino hacia la felicidad.
En una sociedad en la que se ha ido abandonando poco a poco la educación sentimental para convertir en auténticos valores el dinero, la competitividad o la urgencia por vivir deprisa, tratar lo que es y lo que significa la madurez afectiva es más esencial que nunca, pues es el mayor impedimento en el camino hacia la felicidad.
En Todo lo que tienes que saber sobre la vida, Enrique Rojas trata en profundidad la importancia de alcanzar la madurez psicológica para conseguir un desarrollo personal pleno, y cómo afecta a los diferentes aspectos de la vida, tanto a la hora de relacionarse con las personas que tenemos a nuestro alrededor, como para enfrentarse a las adversidades o superar los traumas.
La claridad de las explicaciones del autor, su profundo conocimiento del tema, su larga experiencia y su tono divulgativo y práctico se ponen al servicio del lector para ayudarle en su proceso de autoconocimiento, pues no hay madurez psicológica sin conocimiento propio. Y no hay conocimiento propio sin reflexión.
PRÓLOGO

La madurez es un tema poliédrico. Tiene muchas laderas y modos de aproximación. La mencionamos con mucha frecuencia de forma rápida, fugaz, como comentario ante ciertas personas, pero la verdad es que pocas veces nos detenemos para apresar su contenido y fijar las principales claves que la definen. Los psicólogos y los psiquiatras nos dedicamos a la ingeniería de la conducta. Bajamos al sótano de la personalidad para descubrir los principales mecanismos del comportamiento y buscar leyes que nos acerquen a este concepto tan complejo, rico, variado, repleto de matices, donde las ideas estallan en el escenario psicológico y uno se ve perdido en la espesa selva de todos los registros que se arremolinan aquí. El lector podrá encontrar en este libro mucho material para bucear en lo que es y significa la madurez. El libro consta de cuatro índices: el general, al principio del texto y luego, al final, de tres más: bibliográfico, de autores y de materias. Este último lo he cuidado mucho para que se pueda explorar mejor su contenido y sacarle un mayor partido. No hay madurez psicológica sin conocimiento propio. Y no hay conocimiento propio sin reflexión.

Enrique Rojas 
22 de diciembre de 2019

INTRODUCCIÓN: 
¿QUIÉN ES EL SER HUMANO?

Gran pregunta. El ser humano es una realidad compuesta de cuerpo, alma y psicología. Y es fundamental conseguir una buena articulación entre estos tres principios que se hospedan en su interior. Para Platón, la relación entre el alma y el cuerpo es como el marino respecto a la nave. Los clásicos repetían una expresión latina, sema soma, «el cuerpo como cárcel del alma». Descartes, partiendo del cogito ergo sum, viene a decir que el hombre es un ser pensante. Los griegos lo nombraban como zoon logikón: «animal racional». Definir es limitar. Es expresar la esencia de una realidad. El ser humano comparte un cuerpo como el animal, pero tiene cuatro notas en su interior que son claves: inteligencia, afectividad, voluntad y espiritualidad. Estas le diferencian claramente del resto del mundo animal. Voy a dar una pincelada de cada una de ellas. Inteligencia es la capacidad para captar la realidad en su complejidad y en sus conexiones. Inteligencia es capacidad de síntesis. Es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental. Es el arte de reducir lo complejo a sencillo. Es claridad de pensamiento. La sencillez es una virtud intelectual; es la virtud de la infancia. Hoy sabemos que existen muchas variedades y por eso debemos hablar de inteligencias en plural[1]. 

Aun así, debo subrayar que a la razón le corresponde la búsqueda de la verdad. La verdad es la conformidad entre la realidad y el pensamiento. Hay una verdad teórica y otra práctica. La afectividad está constituida por un conjunto de fenómenos de naturaleza subjetiva diferentes de lo que es el puro conocimiento, que suelen ser difíciles de verbalizar y que provocan un cambio interior. La vía regia de la afectividad son los sentimientos: el modo habitual de vivir el mundo emocional[2]. Todos los sentimientos tienen dos caras contrapuestas: alegría-tristeza, paz-ansiedad, amor-desamor, felicidad-infortunio, etc. 

A la afectividad le corresponde la búsqueda de la belleza, o dicho de otro modo, del equilibrio, de la armonía subjetiva. La voluntad es la tendencia para alcanzar un objetivo que descubrimos como valioso. Es un apetito racional que nos impulsa hacia una meta. Es un propósito que se va haciendo realidad gracias al trabajo esforzado. La iniciativa para lograr algo valioso, que cuesta. Voluntad es querer y querer es determinación[3]. A la voluntad le corresponde la búsqueda del bien. Voy a tratar de delimitar esto. ¿Qué es el bien? El bien es lo que todos apetecen. O dicho de otra manera: aquello que es capaz de saciar la más profunda sed del hombre. 

Expresado de otro modo: el bien es la inclinación a la propia plenitud, que significa autorrealización. De este modo aparecen tres ideas claves: la inteligencia busca la verdad; la afectividad, la belleza; y la voluntad, el bien. Son los trascendentales de los clásicos: verdad, belleza y bien. La cuarta característica que he apuntado al principio es la espiritualidad, que significa pasar de la inmanencia a la trascendencia, de lo natural a lo sobrenatural, descubrir algo que va más allá de lo que vemos y tocamos. Vamos, de la visión horizontal a la vertical: es captar el sentido profundo de la vida[4]. 

Toda filosofía nace a orillas de la muerte. Como diría Ortega: «Dios a la vista». Tener un sentido espiritual de la vida es haber encontrado las respuestas esenciales de la misma: de dónde venimos, a dónde vamos, qué significa la muerte. Para los cristianos lo definitivo no es una doctrina, ni un libro (el Evangelio), sino conocer a una persona, que es Cristo. Encuentro, diálogo y confianza. Y la ley natural o naturaleza, que no es una esclavitud, sino expresión de lo que somos, de nuestro ser en profundidad; es la gramática profunda de lo que somos… Negarlo es un error grave. 

Soy un gran aficionado a la música clásica. Beethoven, Mozart, Brahms, Tchaikovsky, Falla, Granados… Cuando veo en directo un buen concierto me impresiona ver a los profesores tocando cada uno un instrumento concreto y asoman el piano, el violín, el violonchelo, la trompa, los platillos, el clarinete… Extrapolando esto al terreno de la personalidad, estos instrumentos son la percepción, la memoria, el pensamiento, la inteligencia, la conciencia, etc. Y el director de la orquesta es la persona que consigue aunar todo eso para dar lugar a la conducta. Los psiquiatras somos perforadores de superficies psicológicas. Bajamos al sótano de la personalidad a poner orden y concierto. 

Es más, hoy somos capaces de hablar de los trastornos de la personalidad, que son desajustes en su funcionamiento y que dan lugar a llevarse uno mal consigo mismo y a choques frecuentes con los demás. Generalmente estos pasan desapercibidos en las relaciones superficiales y, por el contrario, se observan con bastante nitidez en las relaciones profundas (en la familia especialmente y en las amistades íntimas). La Psicología es la ciencia que tiene a la conducta como objeto, a la observación como medio y a la felicidad como destino. La cuestión de la felicidad es la vida buena y eso es sabiduría. Muchas veces mis pacientes me dicen que debería existir la pastilla de la felicidad y tomarnos una por la mañana para sentir que todo marcha, que las cosas de uno van bien… 

¿Qué nos falta para ser felices cuando uno lo tiene casi todo y no lo es? Lo que nos falta es saber vivir. Y eso es arte y oficio. Aprendizaje para manejar con artesanía estas cuatro dimensiones que he mencionado: inteligencia, afectividad, voluntad y espiritualidad. La puerta de entrada al castillo de la felicidad consiste en tener una personalidad madura, que no es otra cosa que una mezcla de conocimiento de uno mismo, equilibrio, buena armonía entre corazón y cabeza, saber gestionar bien los grandes asuntos de la vida, superación de las heridas y traumas del pasado, etc. Vuelve aquí el tema de la felicidad. En definitiva, una vida lograda, que no es otra cosa que una felicidad razonable. No pedirle a la vida lo que no nos puede dar. 

Mi fórmula es: logros partido por expectativas. Moderar las ambiciones. Italia fue la cuna del Renacimiento; España, del Barroco; Francia, de la Ilustración; Alemania, del Romanticismo. Inglaterra aportó la Revolución Británica (1642-1689). Estados Unidos nos trajo una Constitución que ha sido un referente. Fue en Francia cuando por primera vez se habló de la felicidad en un sentido más preciso, en el siglo XVIII, con la Enciclopedia. Aunque ya en Grecia y en Roma se habló de ella de un modo más genérico. Pero ha sido en el siglo XX cuando la felicidad ha sido la meta, el punto de mira, la estación de llegada. 

Hoy la medimos: existen escalas de evaluación de conducta diseñadas por psicólogos y psiquiatras que, mediante un cuestionario bien elaborado y validado, pesan y cuantifican el grado de felicidad que alguien tiene según la concepción de su autor. La felicidad consiste en conseguir la mejor realización de nuestro proyecto personal y la coherencia de vida, que es el puente levadizo que nos conduce finalmente al castillo de la felicidad. Porque la vida es arte y oficio, corazón y cabeza, afectividad e inteligencia. Sabio es el conocedor de la vida. 

A lo largo de estas páginas voy a ir buceando en qué es y en qué consiste la madurez psicológica, que no es otra cosa que una cierta plenitud del desarrollo personal. Esto requiere que seamos capaces de sistematizar la construcción de lo que es la madurez, variables individuales y otras del contexto de esa persona. Espero que dentro de la dificultad del tema podamos adentrarnos en la selva espesa de este concepto.

lección 12.ª
Diez consejos para ser feliz [89]

En el capítulo anterior he ido dando una serie de pinceladas sobre la felicidad[90] pues son muchos los matices y recovecos que se dan en ella. A la felicidad se la puede nombrar de muchas maneras pues tiene que ver con muchas cosas. Es una realidad difícil de aprehender, vaporosa, etérea, desdibujada, de perfiles borrosos. Ahora, en este capítulo, quiero resumirlo haciendo un decálogo (a los que soy tan aficionado) con el fin de que el lector pueda ver una lista concreta con la que conecte o critique, o él mismo la cambie y la mejore. Voy con ella. 

1. La felicidad consiste en ser capaz de cerrar las heridas del pasado. Necesitamos reconciliarnos con nuestro pasado. Superar traumas, impactos negativos, reveses, fracasos y un largo etcétera en esa misma dirección. El catálogo de hechos que pueden sucedernos en malo es un pozo sin fondo y es importante que sepamos saltar por encima de ellos. Hay una ecuación temporal de la persona equilibrada que podría resumirse de este modo: haber sido capaz de cerrar las heridas del pasado con todo lo que eso significa, aceptando la complejidad y las dificultades de cualquier existencia; vivir instalado en el presente sabiendo sacarle el máximo partido, es el célebre carpe diem de los clásicos: aprovecha el momento, vive el instante… a pesar de su fugacidad; y, sobre todo, vive empapado de futuro, que es la dimensión más prometedora, lo que está por llegar, el porvenir… 

Siempre esperamos lo mejor, a pesar de los pesares. Lo he dicho de otro modo: la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. Los psicólogos y los psiquiatras sabemos lo importante que es ayudar a nuestros pacientes a hacer la cirugía estética del pasado, cerrando heridas de forma definitiva y sabiendo encajarlas de forma adecuada en el organigrama de nuestra biografía. Cuando esto no sucede porque esa persona es incapaz de olvidarse de verdad de esa colección de hechos nefastos, corre el riesgo de convertirse en una persona agria, amargada, dolida, resentida[91] y echada a perder. 

En términos psiquiátricos, se convierte en neurótica por esa rampa deslizante y se va viendo invadida de conflictos no resueltos que, antes o después, asoman y la dañan y la vuelven tóxica. El rencor deteriora por dentro. Y el que alienta traiciones, las hace. 
La felicidad es el sufrimiento superado, así de claro[92]. Son muchos los ejemplos que vienen a mi cabeza de personajes por los que siento mucha estima: desde Tomás Moro a Aleksandr Solzhenitsyn, pasando por Nelson Mandela o Vaclav Havel; o casos menos conocidos como Walter Ciszek o Van Thuan[93]. En muchos de ellos todo ha sucedido de forma terrible y brutal. Amar es afirmar al otro y amar es perdonar y luchar por olvidar los agravios recibidos, y eso requiere generosidad y esfuerzo. 

2. Aprender a tener una visión positiva de la vida. Esto hay que aprenderlo, como casi todo en esta vida. De uno mismo y de nuestro entorno. El optimismo es una forma positiva de captar la realidad. Y eso requiere una educación de la mirada para ser capaces de, además de ver lo negativo, poder captar el ángulo positivo que muchas veces permanece escondido o camuflado y que es necesario ir detrás de él. Es sorprendente cómo hay personas inmunes al desánimo y que se crecen ante las dificultades… Y, al mismo tiempo, otras son demasiado débiles y se derrumban ante contratiempos relativamente pequeños del día a día u otros de mediana intensidad y se vienen abajo. 

¿Se nace optimista? ¿Puede un pesimista dejar de serlo? La clave está en el esfuerzo psicológico, un trabajo de artesanía personal mediante el cual vamos siendo capaces de descubrir la dimensión más positiva de la realidad, ese segmento que se esconde en el fondo de los hechos y que tiene unas notas positivas que es bueno descubrir porque nos pueden enseñar lecciones muy sabias. Traigo aquí el caso de Boris Cyrulnik, judío sefardita francés, que vio morir en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz a sus padres y a dos hermanos. Logró escapar por debajo de una verja, siendo él un manojo de huesos, y estuvo deambulando por las cercanías del campo. Quería tres cosas: que una familia lo acogiera, estudiar la carrera de Medicina y ser psiquiatra. Y consiguió las tres. 

Es uno de los padres del movimiento psicológico llamado resiliencia, definido como una corriente psicológica que enseña a soportar situaciones adversas de modo que esa persona se dobla como los metales pero sin romperse. Así uno se hace sólido, resistente, fuerte, tenaz, robusto, poderoso, casi invencible. La resiliencia habla de la capacidad para sacar fuerzas de una experiencia traumática y darle la vuelta y de ese modo ser capaz de ser inexpugnable, pétreo, inalterable, blindado… con un vigor propio de una persona superior. La resiliencia es todo arte y significa adquirir una fortaleza extraordinaria para lograr la superación. 

Quiero contar el caso de Joshua Bishop, que, con pocos estudios y escasa cultura, dio una lección sonada: Cuando tenía diecinueve años, él y un compañero de fechorías llamado Max Braxley, de treinta y seis años, mataron brutalmente a un hombre con el que habían estado bebiendo hasta la madrugada en el condado de Baldwing (Georgia, Estados Unidos). Querían robarle el coche mientras él dormía la borrachera, pero el hombre, llamado Leverrett Morrison (de cuarenta y cuatro años), se despertó y se produjo una pelea. Joshua lo mató con una barra de madera golpeándole en la cabeza; luego metieron el cadáver en el maletero de un coche, le prendieron fuego, abandonándolo después en un terreno perdido y procurando borrar todas las huellas del crimen. 

El cuerpo fue hallado horas más tarde y los dos autores fueron detenidos. Joshua confesó el asesinato y lo condenaron a muerte mientras que a su cómplice lo sentenciaron a cadena perpetua. Pasó veinte años en el corredor de la muerte y fue ejecutado a los cuarenta y cuatro años de edad. El caso habría pasado desapercibido de no ser por un largo artículo que apareció en el diario The Telegraph de Macon y que más tarde fue recogido por The Guardian en marzo del 2016. En él se cuenta la dura infancia de Joshua y la profunda transformación positiva que experimentó en sus dos décadas de estancia en la cárcel. Su infancia fue digna de una historia de Dickens, pues la pasó viviendo bajo los puentes, en residencias para niños abandonados o en casas de acogida, siempre asustado, hambriento y solo, vagabundeando de aquí para allá. Su abogada fue Sarah Gerwig-Moore, que escribió su nota necrológica y nos dejó escrito lo siguiente: 

«Sus últimas palabras fueron de arrepentimiento y amor… Describía sin amargura su infancia y los días de su pubertad y adolescencia, cuando pescaba o iba a recoger basura para comer o freía tomates verdes que recogía de las sobras… Era un muchacho dulce, siempre dispuesto a ayudar a los demás y que adoraba a su madre, una prostituta de buen corazón que nunca supo decirle quién era su padre. Las drogas y el alcohol las consumió desde pequeño (de hecho, cometió el crimen bajo los efectos de la cocaína) y le hicieron llevar una vida errática». 

«En el sombrío corredor de la muerte —sigue diciendo su abogada— descubrió que podía ser amado por los demás y por Dios y entonces floreció como artista y como hombre». En los años de cárcel se consagró a la pintura y conoció a una familia, los Shetenlieb, que empezaron a visitarle y se hicieron amigos suyos; procuraron ayudarle, transmitiéndole que nadie está fuera del perdón si de verdad se arrepiente y que la voluntad lo puede todo si uno se propone realmente cambiar. 

Conectó con el capellán de la prisión, se bautizó y se convirtió al catolicismo. Tras su conversión multiplicó su actividad en la cárcel hablándole a la gente de Dios y, además de pintar, se aficionó a la lectura (él nunca había leído nada). 
Su libro de cabecera fue El diario de Anna Frank, que le ayudó a cambiar y a fortalecer su voluntad. También empezó a conocer gente de fuera de la cárcel que venía a verle y a hablar con él. Eso le ayudó a implicarse en obras sociales y de solidaridad. En los últimos años de su vida trabajó en la escuela jurídica Mercer University enseñando lecciones sobre la justicia. 

Su abogada contó «que había pedido perdón con humildad a los familiares de sus víctimas y quedó confortado con la gracia de haberlo conseguido. Una religiosa que trabajaba ayudando a los presos, la hermana Morrison, pidió su indulto por el buen comportamiento que había tenido en esos años dentro de la prisión, pidió que le conmutaran la pena de muerte por cadena perpetua». 

En sus últimas horas, cuenta su abogada, «confortó a sus amigos, rezó por ellos, pidió perdón a todo el mundo y dijo que cuidáramos mucho a los presos, pues muchos de ellos venían de un mundo de grandes carencias y privaciones. Cantó el célebre Amazing Grace, diciendo que él moría porque lo había merecido». 

Su abogada, Sarah Gerwing-Moore, llegó a ser su amiga y confesó que escribió la historia de Joshua llorando, con momentos de mucha tristeza: 

«Fue mi amigo y me enseñó tanto que con él cambio mi vida… le debo mucho. Él me dio permiso para contar su historia de forma que resultase positiva y pudiera ayudar a otros chicos con problemas como el suyo. Murió besando el rosario que le regaló el capellán de la cárcel». Su misa de funeral se celebró en la iglesia de San Pío X en Conyers (Georgia, Estados Unidos) y fue multitudinaria. 

Está claro que hablamos de un caso excepcional. Es una historia ejemplar. Pero, insisto, la capacidad para descubrir el ángulo positivo de la realidad cambia la perspectiva de ti mismo y de tu entorno. Aquí se mezclan muchas cosas a la vez: por una parte, superar las heridas antiguas y, por otra, la capacidad para descubrir lo positivo que en toda vida se encierra. También se mezclan elementos a los que me voy a referir enseguida: una voluntad rocosa que ha sido labrada poco a poco y que ha llegado a convertirse en parte esencial de esa persona. 

3. Tener una voluntad de hierro. Fuerte, compacta, recia, robusta, resistente al desaliento, como las raíces de un olivo centenario[94]. Y esta necesita ser educada desde los primeros años de la vida. Es una pieza clave en la psicología que, si es sólida, consigue que nuestros objetivos y metas lleguen a buen puerto. Toda educación empieza y termina por la voluntad. Sirve nada más y nada menos que para conseguir el adecuado desarrollo del proyecto personal. Tener una voluntad firme es uno de los más claros indicadores de madurez de la personalidad. La voluntad es la joya de la conducta. Con ella somos enanos a hombros de gigantes. 

4. Tener un buen equilibrio entre corazón y cabeza. Los dos grandes componentes de nuestra psicología son el mundo de la afectividad y el de la inteligencia. No digo que las otras herramientas que hay dentro de ellas sean menos importantes; lo que quiero significar es que estas dos deciden el comportamiento. No ser ni demasiado sensibles, rozando la susceptibilidad, ni demasiado fríos y racionales. La clave está en buscar una buena armonía entre ellas. Decía Pascal: 

«El corazón tiene razones que la razón desconoce». No perdamos de vista que nuestro primer contacto con la realidad es emocional: me gustó esa persona, me cae bien, me agradó mucho aquella gente… Amor e inteligencia forman un bloque bien armado. Tener una afectividad sana significa mover bien los hilos de las relaciones con los demás cargándolas de sentimientos verdaderos, auténticos, sin doblez, descubriendo que lo afectivo es lo efectivo. Y a la vez saber utilizar bien los instrumentos de la razón: la lógica, el análisis, la síntesis, el discernimiento. Ser capaces de respirar por estos dos pulmones a la vez. Los padres y los educadores tienen aquí un papel central. 

5. Para ser feliz es necesario tener un proyecto de vida coherente y realista. Lo he mencionado en diversos momentos en las páginas este libro. Y este debe albergar en su seno cuatro grandes argumentos: amor, trabajo, cultura y amistad. Hay dos notas que se cuelan en sus entresijos: debe ser coherente, lo que significa tener en su interior el menor número de contradicciones posibles… Buena relación entre la teoría y la práctica, acorde entre sus partes, congruente. La otra nota es que debe ser realista: tener los pies en la tierra, ajustarse a los hechos de la vida personal y del entorno… aunque con ilusión. Cada uno de ellos se abre, en abanico. 

No hay felicidad sin amor. Este debe ser uno de los argumentos principales. Pero no solo eso, sino que debe ser trabajado con esmero, con dedicación… Hay muchas formas de amor[95] y debemos conocerlas. También para ser feliz es fundamental tener un trabajo que agrade y que saque lo mejor de uno mismo. Amor y trabajo son dos goznes clave de la felicidad razonable. Uno y otro se retroalimentan. 

La cultura es libertad: te da alas, plenitud, abundancia de conocimiento… Un sendero abonado que lleva a la felicidad. Una persona culta tiene criterio, sabe a qué atenerse, tiene respuestas a las grandes preguntas de la existencia y por eso es difícil de manipular… 
La cultura es una de las puertas de entrada al castillo de la felicidad. Y, finalmente, la amistad: afinidad, donación y confidencia; la necesitamos como parte de la vida misma, como compañía y ayuda en las variadas circunstancias de la vida. 

6. Poner los medios adecuados para hacer felices a otras personas. Cuando uno está intentando hacer esto se olvida de sí mismo, olvida sus problemas y dificultades y eso le lleva a cambiar la dirección de sus acciones. Preguntarse uno con cierta frecuencia: 

«¿Qué puedo hacer para dar unas gotas de felicidad a los que me rodean?». Y esto descansa en un principio que está recogido en muchos autores que han trabajado sobre este tema: hay más alegría en dar que en recibir. Son muchos los que han hablado de esto, de una u otra forma[96]. 

Los psicólogos y los psiquiatras sabemos bien esto. Cambiar el foco de atención y volcarnos con los demás intentando darles alegría es de una gran eficacia. Un psicólogo americano ha sido uno de los padres de este pensamiento, la llamada Psicología positiva, Martín Seligman, que ha desarrollado un amplio campo de trabajo centrado en esto[97], lo que conduce a un modo de aprendizaje que requiere una cierta maestría para no quedarse atrapado en la negatividad. 

Tengo la experiencia de muchos pacientes a los que nuestro equipo les recomendó actividades de solidaridad y eso les cambió. Cuesta a veces que sigan esta indicación, de entrada, pero, si lo logramos, la efectividad suele ser muy positiva.

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[1]. Está claro que no es igual la inteligencia de un arquitecto que la de un corredor de motos profesional, la de un psiquiatra, la de un obrero de la construcción o la de un decorador de interiores. Enumero una cascada de inteligencias solo de pasada: teórica, práctica, social, analítica, sintética, discursiva, matemática, musical, emocional, auxiliar… o inteligencia para la vida. En cada una de ellas laten en su fondo unas notas muy particulares que la diferencian de las otras.
[2]. Son cuatro los principales modos de vivir la afectividad: sentimientos, emociones, pasiones y motivaciones. Cada una tiene su nota distintiva, pero el modo común de percibir la afectividad son los sentimientos, que voy a definir de la siguiente manera: son estados de ánimo positivos o negativos que nos acercan o nos alejan de aquella persona o hecho que aparece delante de nosotros. No hay sentimientos neutros en sentido estricto; pensemos en el aburrimiento, que está más próximo de la tristeza y del desencanto que de una banda media afectiva.
[3]. Hoy en día, en la Psicología moderna, se considera que la voluntad es más importante que la inteligencia. Es superior porque actúa de palanca para alcanzar objetivos concretos
[4]. La espiritualidad puede ser definida como la dimensión trascendente de la vida, que no se queda en lo puramente material, lo que se toca y se ve, sino que va más allá. En nuestra cultura europea son tres las más destacadas: la judía, la cristiana y la musulmana. Cada una de ellas tiene un libro que la define: la Torah, el Evangelio y el Corán. Pero el cristianismo no es una doctrina que viene en un libro sino que se basa en una persona, Cristo: Él es el referente, el sentido, la esencia de este modo de entender la existencia.
[89] Conferencia pronunciada en el Club Siglo XXI de Madrid el 13 de abril de 2017.
[90] Tema interminable. La bibliografía es un mar sin orillas, es fácil naufragar ante tanta información y tan diversa. Ha sido para mí una tarea de síntesis difícil, tratando de espigar lo que era esencial desde mi óptica personal.
[91]. La palabra resentimiento significa literalmente sentirse dolido y no olvidar. En esa travesía asoma el rencor, que es una reacción de los débiles y que vuelve esclavo al que ahí se instala. Nietzsche, en su libro Genealogía de la moral, dice que «es la rebelión de los esclavos». Es mejor el perdón y, si se puede, la misericordia, que tiene un mayor grado de superioridad.
[92]. Lo que pierde a una persona es el desaliento.
[93]. Conozco la vida y milagros de cada uno de ellos y me parece digna de ser imitada. Al final del libro, en la bibliografía, los mencionaré para los lectores más ávidos de conocimiento.
[94]. Véase la 10.ª lección: La educación de la voluntad (pág. y ss.)
[95]. Lo he explicado de cierto detalle en la 2.ª lección. La exploración de los sentimientos, y en la 3.ª lección: La madurez de los sentimientos. Donde el amor se ve más nítido es en el amor de la pareja, un auténtico mar sin orillas. Allí nos sumergimos en una oceanografía en donde hay que poner nombre a cada afecto y saberlo delimitar y precisarlo. No quiero dejar de decir que el relativismo se ha convertido en una auténtica religión del hombre contemporáneo.
[96]. Lo dice el texto clásico: beatius est magis dare quam accipere (Hech 20, 35). Esto lo saben las madres de familia y aquellas personas que han dedicado su vida a hacer el bien a los demás. Pero quiero hacer algunas consideraciones sobre la felicidad que me parecen interesantes llegados a este punto. Desde el ya clásico de Fernando Savater, El contenido de la felicidad, Ediciones El País, Madrid, 1986, en donde menciona la felicidad como anhelo y como ideal arrogante. O el libro de Eduardo Punset, El viaje a la felicidad, Destino, Barcelona, 2005, que mezcla los flujos hormonales, la bioquímica y el mundo de los sentimientos. Pasando por Emilio Lledó, Elogio de la infelicidad, Cuatro Ediciones, Madrid, 2005, en donde el autor ve la felicidad como una aspiración medio perdida en el horizonte de los sueños, deseos, utopías y amenazas porque el ser humano está siempre insatisfecho. O el trabajo de Victoria Camps, La búsqueda de la felicidad, Arpa & Alfil Editores, Madrid, 2019, en donde la autora se plantea la felicidad como una búsqueda a lo largo de la vida y que no es otra cosa que el anhelo de una vida plena. He participado en la Universidad de Harvard en los cursos sobre felicidad dirigidos por el psicólogo Tal BenShahar, que desde hace algunos años imparte una serie de clases dedicadas exclusivamente a este tema interminable. En ellas este autor se centra en la reconciliación con uno mismo y en saber gestionar las emociones de forma positiva. Su libro es Happier, McGraw-Hill, Nueva York, 2017. Me ha sorprendido la participación de tantos estudiantes con preguntas incisivas que nos ayudan a pensar a los que hemos trabajado en estos temas. Insisto en lo que he dicho al comienzo de este capítulo: la bibliografía es tal que es fácil ahogarse en tantos y tan diversos textos. Comento alguno más que me ha parecido interesante. Cynthia Leppaniemi, Tu felicidad depende de tu actitud, Planeta Mexicana, México, 2012; Helena Béjar, Felicidad: la salvación moderna, Tecnos, Madrid, 2018; Carmen Serrat y Alexia Diéguez: Tú puedes aprender a ser feliz, Aguilar, Madrid, 2010. Una mención final al Reporte Mundial sobre la felicidad, McGraw-Hill, Nueva York, 2017, de John Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs: buscan un equilibrio entre factores personales, económicos, ambientales y sociales, rastreando indicadores objetivos de felicidad… Al final, bienestar, nivel de vida y seguridad. La lista queda aquí, por ahora.
[97]. M. Seligman, Authentic happiness, Free Press, Nueva York, 2018, habla de la importancia de aprender de la situaciones de desamparo y darles la vuelta y descubrir las vertientes positivas que están escondidas.

VER+:






"Todo lo que tienes que saber sobre la Vida" con D.Enrique Rojas

jueves, 26 de diciembre de 2024

¡FELIZ NAVIDAD! en CRISTO, EN SANTA MARÍA Y EN SAN JOSÉ con "EL TAMBOLERO" 🎵🎶🎷🎹🎺



¡FELIZ NAVIDAD!
EL TAMBOLERO
La bella canción navideña del medioevo “El Tamborilero”
fusionada con “El Bolero de Ravel” 
con arreglo de Juan José (Juanjo) Colomer
en un afortunado contraste de siglos y de épocas.
Bendiciones

martes, 24 de diciembre de 2024

VILLANCICO 2024 "SÓLO TÚ" CORO DE TAJAMAR y VILLANCICO POPULAR MEXICANO "PEDIR POSADA" 👪💕🕂🎄

Sólo Tú 
Coro de Tajamar
Villancico 2024 

COLEGIO TAJAMAR

Sólo Tú 
Din, don, din, don, estrellas brillad, 
Din, don, din, don, es Navidad, 
Din, don, din, don, ángeles cantad, 
Din, don, din, don, es Navidad 

Uhhhhhhhhhh 
Pronto llegará la paz Nada 
para abrigarle Llegará la claridad 
El calor de su Madre 
Todo será humanidad 
El amor de su Padre Todo un remanso de paz. 
Y yo quiero que sepas que estoy aquí, 
para cuidarte y mimarte por siempre 
yo estaré aquí. 

Sólo Tú, sabes bien como soy Sólo 
Tú, tienes mi corazón, 
Solo Tú, quiero llegar a ser como Tú 
Y mirar como Tú. 

Como Tú, amaré a los demás, 
Como Tú, lucharé hasta el final, 
Como Tú, Niño volver a ser como Tú, como Tú. 

Mi Navidad, quiero que seas Tú, no más, 
contemplar, volver a recordar, que la felicidad, 
es darse a los demás, sin querer calcular, 
Tal como hiciste Tú, mi Niño… 
Mi Navidad solo eres Tú 
Mirarte, quererte, soñarte, amarte, 
Mirarte, quererte, soñarte, amarte, 
De todas las penas que pueda librarte 
Que un día Tú puedas a mi perdonarme 
Ser como Tú Sólo Tú, sabes bien como soy 
Sólo Tú, tienes mi corazón, 
Solo Tú, quiero llegar a ser como Tú 
Y mirar como Tú. 

Como Tú, amaré a los demás, 
Como Tú, lucharé hasta el final, 
Como Tú, Niño volver a ser como Tú, como Tú. 

Un corazón tan bonito como el de tu Madre, 
ser tan valiente y leal como lo fue tu Padre, 
y con tu luz, llegar a ser, como eres Tú, como eres Tú. 

Sólo Tú, sabes bien como soy 
Sólo Tú, tienes mi corazón, 
Solo Tú, quiero llegar a ser como Tú 
Y mirar como Tú. 

Como Tú, amaré a los demás, 
Como Tú, lucharé hasta el final, 
Como Tú, Niño volver a ser como Tú, como Tú.

Villancico 2024 | Sólo Tú - Coro de Tajamar



PEDIR POSADA
 
VILLANCICO: PEDIR POSADA / CON LETRA (TRADICIÓN DE MÉXICO)

viernes, 11 de octubre de 2024

¿QUÉ ES UN SANCOCHO? 🍲

 

¿QUÉ ES UN SANCOCHO?

El otro día mi esposa y yo, hablábamos de cuando  llamábamos a Venezuela por teléfono y ella me contaba que sus hermanos  estaban haciendo un sancocho, mi esposa disfrutó su fiesta por teléfono y por Internet.

Mis nietas que estaban escuchando con antenitas, preguntaron: 

- Abuelo, ¿qué es un sancocho?

Y mi esposa le dijo: 

- Mi amor es una sopa, pero yo les contesté:

- No, mis niñas, no es solo una sopa, agua, carne y verduras, es mucho más que eso, para un Venezolano, un sancocho es  amistad, amor, fraternidad, besos, abrazos; es compartir con el vecino, con los amigos y con el que llegue, es probar aquí, probar allá, es parranda, es rumba, es navidad, es semana santa y carnaval es playa, aguardiente, ron, amigos, raticos, momentos, años que componen la felicidad del venezolano.

Es sol, llano, montañas y laderas, es manantial y río al carbón.

¡Es tambor y pescado, carne y verduras, es ricura, es familia, es amor hijas!.

Ellas me contestaron: 

- ¿Cómo puedes saber todo eso?

Y le contesté: 

- Porque ¡soy venezolano!, lo sé porque soy de allá y allá crecí y un Sancocho es un icono venezolano que nos identifica.

Me dijeron: 

- Abuelo, ¡nosotras queremos ser Venezolanas!, ¡haznos un sancocho!.

Les contesté: 

- Qué difícil es explicar las cosas sencillas de nuestra cotidianidad cuando se está lejos, qué duro es traducir el sentimiento, qué triste es luchar con la absorción de otra cultura, de otros iconos (McDonald, Chips filet, Wendy's,  Disney, etc).  

¡Qué dolor sentir  que se pierde nuestro idioma, nuestro acento, como perdemos de vista nuestros paisajes, qué amargo es mirar a lo lejos y no ver sino recuerdos, como vivir sin mis viejos amigos, mis hermanos, sin reunión familiar y sin un buen sancocho!

Atentamente,

Un VENEZOLANO en el exterior


La Venezuela de antes...

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