EL Rincón de Yanka: REALIDAD

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sábado, 30 de agosto de 2025

LIBRO "NO FUE UN MILAGRO": CHILE: A 50 AÑOS DEL PLAN DE RECUPERACIÓN ECONÓMICA (1975 - 2025) por ÁNGEL SOTO y ÁLVARO IRIARTE

 NO fue un 
MILAGRO

CHILE: A 50 AÑOS DEL PLAN DE 
RECUPERACIÓN ECONÓMICA 
(1975 - 2025)

"En Chile, la presión por la libertad política, que fue [en parte] generada por la libertad económica y los exitosos resultados económicos, terminó en un plebiscito que introdujo la democracia. Ahora, luego de largo tiempo, Chile tiene las tres cosas: libertad política, libertad humana y libertad económica. Chile seguirá siendo muy interesante de observar, para ver si puede mantener las tres simultáneamente, o ahora que tiene libertad política, ésta no vaya ser usada para destruir o reducir la libertad económica". Milton Friedman, 1991
Medio siglo después de la puesta en marcha del Plan de Recuperación Económica (1975-2025), la inquietud del economista norteamericano y Premio Nobel de Economía sigue plenamente vigente. De esta reflexión surge una profunda interrogante: 
¿seremos un nuevo caso de desarrollo frustrado? o por el contrario, ¿construiremos un nuevo consenso de Chile y avanzaremos hacia un Plan de Recuperación 2.0?
Los milagros económicos no existen, y por el contrario el éxito o fracaso de un país en su camino al desarrollo se explica por una serie de factores. Se trata en definitiva de las consecuencias que tienen las ideas y de su impacto de largo plazo en una sociedad. Chile es una de las tantas muestras de ello, y en materia económica, quizás puede ser el caso ejemplar.
Prefacio

¿Puede el historiador  escribir sobre su propio  tiempo? ¿Es legítimo salir del ámbito propiamente académico y entrar en la plaza pública de la discusión coyuntural? 
Ambas preguntas pueden tener respuestas diversas y obedecerán a las aproximaciones que cada uno tenga. Sin embargo, creemos, es legítimo al tiempo que nos preguntamos  ¿por qué no? Hasta puede que sea necesario.
Especialmente cuando con preocupaeton observamos un Chile detenido, de regreso a un "crecimiento mediocre" con  las consecuencias diarias que eso conlleva para millones de personas.

Las dos preguntas que nos convocaron fueron ¿será   Chile el  tercer caso   de   desarrollo   frustrado en Latinoamérica?,  tras   Argentina   y  Venezuela. ¿Perderemos la  segunda  oportunidad  histórica  de  alcanzar  el progreso?

Creemos que es plenamente válido aportar a la discusión pública desde un estilo más ensayístico  donde  confluyen lecturas, reflexiones,  hipótesis,  documentos,  miradas  del mundo   determinadas   por   contextos   propios   de   cada   uno y en una forma más simple. Sin los requisitos del "papel". Totalmente   opinable  y en  uso de  la libertad  de pensamiento.

Ese es nuestro objetivo. A cincuenta años de la puesta en marcha del Plan de Recuperación Económica Chileno, 1975-2025, nos pareció oportuno no solo recordar uno de los momentos fundantes de lo que concordamos es la "Última revolución económica chilena", resultado de que las ideas tienen consecuencias. Sino que junto a una serie de documentos que permitan al lector conocer de primera mano que las ideas tienen consecuencias,es un relato del recorrido que nos puso a las puertas  de alcanzar  el desarrollo. 

Quisimos aportar  con  una  reflexión desde  la situación  del  Chile  actual. Estamos conscientes  que  es incompleta, criticable y nos faltan muchos elementos que enriquecerían una mirada más "total", pero era necesario comenzar. Lo hacemos sólo con el ánimo de contribuir a que los chilenos iniciemos la conversación para la construcción  de un nuevo Plan de Recuperación Económica 2.0, acorde a los nuevos tiempos, moderno y con una visión de futuro en el que nadie sobra.

Agradecemos a todos quienes nos han animado a escribir  este ensayo  y a quienes  apoyaron  en  la  búsqueda de  material  y  estadísticas, en  especial  a  Josefa  Calderón, pasante  del Equipo  de Contenidos del Instituto  Res Pública.

Especial   mención merece  el  historiador  Alejandro   San Francisco, quien con la generosidad intelectual que le caracteriza, tanto   desde  la  dirección  general  del  proyecto "Historia   de Chile  1960-2010" de  la  Universidad  San  Sebastián, como  en sus años  de colaboración  en  el Instituto  Res Pública  en  roles claves como investigador  senior, director  de extensión  y director de  formación,  nos  permitió  el  acceso  a  libros,  documentos y  sobre  todo,  largas jornadas  de  conversación  e  inspiración.

Finalmente,   queremos   agradecer   al   Instituto   Res  Pública y  a  su  Director   Ejecutivo,  José  Francisco  Lagos,  que  en  el marco  de  su  visión  institucional  de  promover   la  formación intelectual de gente joven en las ideas de la libertad y la dignidad de   la  persona   humana,   ha   decidido   publicar   este   ensayo.

Todos ellos están libres de los errores que este texto pueda contener.
Los autores 
Santiago de Chile, 
abril de 2025

miércoles, 13 de agosto de 2025

LIBRO "EL ARTE DE CUIDAR LA MENTE" por ALEJANDRO VALERO GARCÍA 💪

 EL ARTE DE CUIDAR LA MENTE

Alejandro Valero García


Cuando no basta con «pensar en positivo» – 
«El arte de cuidar la mente»

Vivimos rodeados de mensajes motivacionales, consejos exprés y promesas de felicidad rápida. Pero… ¿realmente estamos cuidando nuestra mente? ¿O simplemente estamos poniendo parches emocionales?
Alejandro Valero, escritor y divulgador con formación en salud y educación, propone en su nuevo libro «El arte de cuidar la mente» algo muy diferente: una mirada crítica, profunda y práctica sobre cómo pensamos, decidimos y, en el fondo, cómo vivimos. Y no, no vas a encontrar frases de autoayuda. Vas a encontrar herramientas reales.

Uno de los conceptos clave del libro es el “pensamiento Alicia”, inspirado en el filósofo Gustavo Bueno. Se refiere a cómo nos presentan el mundo tal y como desean que sea visto en vez de cómo realmente es, conformando esquemas de pensamiento más propios de la ensoñación infantil que de la realidad; esto se infunde sagazmente mediante argumentos diseñados para convencer —que no educar, ni tampoco ilustrar— a las mentes menos exigentes que, según Valero, conforman una mayoría. Explicaciones simplistas, mensajes emocionales, soluciones mágicas… Todo muy bonito, pero poco útil si de verdad queremos entendernos y avanzar. Valero propone justo lo contrario: 
desarrollar el pensamiento crítico. No para volvernos escépticos de todo, sino para saber distinguir entre lo que tiene sentido y lo que simplemente suena bien. En tiempos de “infoxicación” (sí, eso existe), filtrar lo que consumimos mentalmente es tan importante como cuidar lo que comemos.
Este no es un libro solo para académicos, sociólogos o psicólogos. Es para cualquier persona que alguna vez se haya sentido desbordada, confundida o incluso frustrada por no entender sus propias emociones o decisiones. «El arte de cuidar la mente» nos recuerda que no basta con “sentirse bien”; hay que aprender a pensar bien. Alejandro Valero combina ejemplos cotidianos, referencias a la psicología y un tono cercano para explicar por qué muchas veces tomamos decisiones erróneas, y cómo evitarlo. Habla del método científico, del sesgo emocional, de los peligros del “a mí me funciona”, y también de cómo usar nuestras emociones a favor, en vez de dejar que nos controlen.
Uno de los puntos más valientes del libro es su defensa del rigor frente al relativismo. Valero lo dice claro: no todas las opiniones son igual de válidas, y no todo lo que se vende como bienestar es beneficioso. Hay que diferenciar entre ciencia, pseudociencia y puro marketing emocional. En un mundo donde cualquiera puede ser “coach de vida” en redes sociales, este libro es un llamado urgente a la responsabilidad personal. A dejar de buscar soluciones rápidas y empezar a construir una mente más sólida, más crítica, y más libre.

«El arte de cuidar la mente» no es un manual de autoayuda ni una crítica vacía. Es una invitación a conocerse mejor, a dudar mejor y, sobre todo, a vivir con más consciencia. Porque cuidar la mente —de verdad— es todo un arte. Y como todo arte, requiere práctica, honestidad y ganas de aprender.

El arte de cuidar la mente es un libro único que se sitúa en la intersección entre la psicología, la crítica social y la salud. En esta obra, Alejandro Valero ofrece una guía práctica para "entrenar la mente", proporcionando herramientas esenciales para que el lector aprenda a detectar falacias, sesgos y estrategias de manipulación que afectan nuestra capacidad de procesar la información en un mundo saturado de relatos, verdades a medias y opiniones distorsionadas.La obra aborda con claridad y rigor los mecanismos psicológicos que influyen en nuestras decisiones diarias, particularmente en un contexto tan sensible como el de la salud, donde las emociones, las creencias y las presiones sociales a menudo se anteponen a la evidencia científica. A través de un enfoque directo y accesible, Valero invita a los lectores a cuestionar las "verdades universales" que circulan en la sociedad, desentrañar los mantras que definen nuestra interacción social y aprender a filtrar la información que consumimos.A lo largo de esta obra, el autor no solo se limita a la crítica, sino que ofrece herramientas prácticas para fortalecer la mente, ayudando a los lectores a convertirse en guardianes de su propia percepción y a tomar decisiones más informadas en un entorno saturado de influencias externas. Con un estilo directo y sin concesiones, El arte de cuidar la mente es más que un simple manual: es una invitación a cuestionar, aprender y caminar hacia una mente más aguda, capaz de detectar el ruido y encontrar la verdad en medio de la confusión.

A todo aquel en cuyo camino la razón y el conocimiento 
actúan como un faro que les guía en la calma y en la marejada, 
iluminando la oscuridad.

Aequam memento rebus in arduis servare mentem. 
"Recuerda mantener la mente serena 
en momentos difíciles". 
(Horacio a Delio)

El sueño de la razón produce monstruos


Poder alimentarnos del conocimiento de otros es un regalo.

Esta frase, que podemos leer en las primeras páginas de este singular libro de Alejandro Valero (que alimenta, vaya si alimenta), puede ser el compendio de todo lo que sigue, que no es poco.

No sé si debemos hacer caso a Cervantes cuando, en boca de alguno de sus personajes de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, nos dejó dicho que no hay libro, por malo que sea, que no contenga algo útil. En todo caso, tened por cierto que de este se puede extraer enjundia a raudales. Y esto no lo afirmo porque el autor sea amigo mío, que lo es, sino porque es un gran escritor, aunque él no se vea como tal, y porque sus propias experiencias vitales lo han llevado a plantearse en profundidad muchas de las cuestiones que aborda en esta obra.

Porque para ser escritor no basta con hilvanar frases atrayentes, lo más importante es conectar con tus lectores, y en eso Alejandro es un hacha, si se me permite la expresión tan coloquial como acertada. Sus libros captan al lector por su amenidad y por la actualidad de sus postulados desde la primera página, y en ellos el «enseñar deleitando» horaciano se lleva hasta sus últimas consecuencias.

Pero esto no es lo único que nos aporta este libro, ya que también es una herramienta valiosa y un acicate que nos inducirá a la reflexión, una reflexión tan ajena al demencial ajetreo de la vida actual, esta vida de la posmodernidad o de la posverdad donde apenas queda tiempo para pensar y donde la credulidad está más extendida que el espíritu crítico, donde la pseudociencia es mucho más asequible intelectualmente que la ciencia, y por ello mucho más proclive a prender en mentes poco analíticas, como dice con acierto el autor.

Entre las muchas lecturas a las que nos apetecerá acercarnos tras leer El arte de cuidar la mente, nos encontramos con la Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, donde la rosa amonesta a la protagonista con un rotundo: «Tú nunca has pensado en nada», pasaje que sirve al filósofo Gustavo Bueno para definir el «pensamiento Alicia» como ese pensamiento simplista que encubre la realidad en vez de someterla a análisis, y así, con este tipo de anécdotas y un soporte literario y documental tan exhaustivo como adecuado, es como Alejandro Valero nos mantiene absorbidos por las páginas de su obra.

En estos días de Internet, con la saturación de información (infoxicación) o la intoxicación cuantitativa, que no cualitativa, llamada con acierto infodemia, se hace más necesaria que nunca la búsqueda de la verdad, cuyo primer paso lo dieron, cómo no, los griegos, y el presente libro, más de veinticinco siglos después, nos ayudará a no desviarnos de dicho camino.

Otro aspecto importante que debe interesarnos es el de la credulidad vs. el espíritu crítico. En este sentido, el autor no elude el posicionamiento, y no teme tomar partido cuando dice que todo el mundo tiene derecho a dar su opinión, pero que no todas las opiniones son igual de respetables o igual de valiosas: el remedio casero no tiene el mismo valor que la prescripción facultativa. El buenismo sin una criba del tamaño adecuado, que a veces ha de ser muy fina, no es un buen consejero en nuestra búsqueda de la verdad.

Se nota que el autor ha estudiado a fondo la relación entre un buen cuidado del cuerpo y de la mente, y nos orienta en esa búsqueda de la areté que tanto ansiaban los griegos clásicos, esa excelencia que nos hará sentirnos a gusto con nosotros mismos.

Desde esa persecución inmisericorde a los gorriones en China a las desventajas del zumo en oposición al sano mordisco a la fruta, gracias a sus plásticos y acertados ejemplos y admoniciones, tan apropiados como entretenidos, nos allana el camino para entender con facilidad la compleja simbiosis de alimentación y ejercicio que ha de procurarnos un bienestar sereno y saludable, y que puede sintetizarse en una frase: «Cuidarse es todo un arte».

Alejandro nos previene y explica prolijamente por qué no debemos dejarnos embaucar por elixires de cualquier tipo que «solo depuran el bolsillo», como ese aceite de serpiente tan popular en el Far West.

Entre los muchos consejos que menudean en la obra está el de que hay que aceptar nuestra individualidad en lugar de compararnos, y huir de ese tan extendido «a mí me funciona» que abunda en las recomendaciones de vecinos o cuñados, que con ironía no exenta de gracia se ha bautizado en algún momento como «amimefuncionismo».

Por otra parte, hay una pregunta importante en la génesis de este libro: ¿estamos realmente satisfechos con nosotros mismos?, ¿siquiera nos hemos planteado dicha cuestión? Pues sí, estas páginas, con sus acertadas exhortaciones, nos brindarán una magnífica ayuda para resolver tal dilema existencial, evitando esos atajos al fracaso disfrazados de éxitos inmediatos.

Es necesario un desarrollo equilibrado del cuerpo y la mente para alcanzar una felicidad bien entendida; y el autor, como experto en los campos de la nutrición humana y la dietética, y el del ejercicio físico, además de una buena base cultural adquirida por sus numerosas lecturas, es un buen guía para recorrer sin tropiezos el intrincado mundo actual. Como Virgilio llevando de la mano a Dante, así Alejandro Valero nos conduce con amenidad a un desarrollo pleno de nuestras capacidades y puede hacernos mucho más exigentes con la realidad que nos rodea, evitando falsedades que redunden en graves perjuicios. Nos puede ayudar a que, cual marionetas, seamos conscientes de nuestros hilos, lo cual dificultará las intenciones del titiritero que pretenda manejarnos a su antojo.

Y ya para terminar, cuando el autor aborda el tema de que en algunos estamentos no se busca el educar sino el convencer de unas posiciones y unos postulados apriorísticos, estoy seguro de que no se refiere a que yo no trate de CONVENCER al lector de este prólogo de lo bueno que tiene entre las manos, de las virtudes de esta herramienta intelectual que Alejandro nos ha regalado gracias a su esfuerzo y dedicación. Y que conste que esto no es infoxicación, y que no tardarán en apreciarlo desde las primeras páginas de El arte de cuidar la mente.

Manolo Berriatúa
(Filólogo y escritor)

Breve introducción

¿Quién no ha recibido lecciones sobre cómo cuidar su mente? ¿Quién no ha escuchado dispares y edulcorados consejos sobre cómo ser más feliz? 
La palabra «felicidad» es tan grande y tan compleja que a menudo la gente intenta explicártela de manera sencilla y meliflua, consiguiendo así diluir su significado al convertirse en una fórmula simplista que no se adapta a la realidad de cada persona ni al complejo entramado de mecanismos por los que se rige la psique humana.

La felicidad no es algo que pueda resumirse en consejos rápidos o recetas mágicas; se trata de un proceso único, personal y, a veces, largo. Por consiguiente, este libro no trata de encontrar soluciones instantáneas, pero sí supone una invitación a conocer mejor la realidad para sacarle partido, a entenderte mejor y a descubrir cómo la mente puede convertirse en nuestra mayor alidada y no en un obstáculo que te impida avanzar. También vas a encontrar a una persona de quien puedo sentirme orgulloso de considerar amigo, que aúna corazón y conocimiento, todo ello maridado con la sempiterna sensatez de su prosa, inseparable de un perenne y sólido respaldo argumental. Un amigo que, mediante este libro, emula la sensación de la que hablaba Borges al experimentar un sentimiento de orgullo por las páginas que había leído. Te trato de tú, estimado lector, porque mis palabras, aunque medidas por la objetividad, vienen de la mente y del corazón, y quiero compartir contigo lo mismo que le diría a un gran amigo, resaltando este sentimiento tan maravilloso que queda como poso tras leer la obra.

Son muchos los años que han pasado desde que conozco al autor, de los que me gustaría destacar una anécdota que compartiré contigo. Ocurrió durante la pandemia, en la que dedicó su tiempo, como ya venía haciendo por años y continúa al día de hoy, a cuidar de lo más importante para él: su familia. Y pese a sufrir unos años marcados por la trágica pérdida de seres queridos, no quiso dejarse vencer por la adversidad e hizo válida la premisa de Einstein de que existe una oportunidad en cada crisis. De tal manera, a pesar de estar escribiendo dos libros —uno de ellos le tienes delante—, comenzó la escritura de un tercero, de diferente temática y como vehículo de distracción. De este último saco la siguiente analogía, y es que tal como Byron, Polidori y la entonces Mary W Godwin crearon obras que trascienden al tiempo durante su encierro en Villa Diodati en «el año sin verano», no es la primera vez que Alejandro ha combatido la adversidad con praxis, suponiendo este libro también una invitación al lector para no dejarse vencer por la dificultad ni el tedio.

Alex (como yo le llamo) no es solo una persona con una dilatada experiencia académica, también cuenta con una vasta pericia profesional y personal, combinadas con una sempiterna dedicación al aprendizaje que convierte en su principal hobby. Saber esto nos ayuda a comprender la meticulosidad que envuelve su proceder, destacando una pluralidad de aspectos de los que yo, querido amigo, me quedo con su cualidad humana. Porque lo que más me impresiona de él, lo que para mí representa su principal virtud, es el ser buena persona, aspecto que extiende al querer motivar a otros a que también lo sean.

Este libro es una extensión de su generosidad, intentando construir un entorno mejor a través de las páginas que lo conforman, bañadas por su toque personal de hacer accesible lo complejo a través de una narrativa amable, fresca y dinámica. De esta manera, logra combinar el gran esfuerzo documental que hay detrás de su trabajo con una obra que puede ser disfrutada por todo tipo de lectores, cautivando tanto a los amantes de lo sencillo como a quienes optan por lecturas más académicas, a través del espacio que crea en sus líneas (donde la ciencia no es enrevesada ni distante).

Por ello, te invito a leerlo con atención y con amor, porque de esto último rebosa su obra y nos impregna a medida que vamos pasando sus páginas. Un amor por ayudar a entender que la mente no tiene que convertirse en nuestro enemigo, sino nuestro mejor aliado, y así Alex nos enseña cómo funciona el arte de cuidar la mente y cómo podemos utilizarlo a nuestro favor. Esta obra que tienes en tu poder es un regalo del que me atrevo a decir que te ayudará a transformar tu vida.

Cipri Quintas
(Empresario, escritor y conferenciante)

Aprehender a aprender, más allá del tópico

La ciencia es algo más que una mera descripción de los acontecimientos tal como ocurren. Es un intento de descubrir un orden, de mostrar que algunos hechos tienen unas relaciones válidas con otros…

La ciencia es una disposición para aceptar los hechos aun cuando estos se opongan a los deseos. Quizá los hombres prudentes han sabido siempre que estamos predispuestos a ver las cosas tal como queremos verlas en lugar de como son…

Lo opuesto al pensamiento del deseo es la honradez intelectual, cualidad extremadamente importante para el científico eficaz…

La ciencia es, desde luego, algo más que un conjunto de actitudes. Es la búsqueda de un orden, de uniformidad de relaciones válida entre los hechos…

En un estadio posterior, la ciencia avanza de la recopilación de reglas o leyes a más amplias ordenaciones sistemáticas. No solamente hace afirmaciones acerca del mundo, sino que elabora proposiciones de proposiciones. Construye un «modelo» del tema que le interesa, lo cual le ayuda a generar nuevas reglas, así como las propias reglas generan nuevas prácticas al tratar nuevos casos aislados…

El «sistema» científico, al igual que la ley, está ideado para ayudarnos a manipular algo con mayor eficacia. Lo que llamamos concepción científica de una cosa no es conocimiento pasivo. A la ciencia no le interesa la contemplación. Cuando hemos descubierto las leyes que gobiernan una parte del mundo que nos concierne, y cuando las hemos organizado sistemáticamente, estamos preparados para tratar eficazmente esta parte del mundo. Predicando un acontecimiento podemos prepararnos para cuando suceda. Disponiendo las condiciones en la forma especificada por las leyes de un sistema, no solamente predecimos, controlamos: «hacemos» que un hecho ocurra o asuma determinadas características. (Skinner, 1971)

Este libro pertenece a una pequeña colección orientada al cuidado de nuestra salud, tratando sucintamente sus aspectos más relevantes enfocándolo en el ejercicio físico, la alimentación y, por supuesto, el tema de esta primera parte: la sesera. En la medida de lo posible, he intentado que la lectura sea amena, al igual que debe serlo la introducción de estas rutinas en la cotidianidad, puesto que intervendrán activamente en nuestra calidad de vida directa e indirectamente, porque estar sano va más allá de cómo nos sintamos o nos vean. Llegar a un estado de felicidad se torna más complicado cuando no poseemos un estado de salud, sobre todo, e salud mental, lo que hace imprescindible prestar la mayor atención en cuidarnos, porque cuidarse, querido lector, es todo un arte.

La OMS define salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades (WHO, s.f.), por lo que el mental es un campo imprescindible a tener en cuenta y no descuidar cuando se quiere gozar de buena y plena salud. Por destacar algún aspecto al que se le debería dar importancia en la búsqueda de una mayor higiene mental, ese sería la adquisición de conocimiento de calidad, para que nos ayude a gestionar con mayor eficiencia las situaciones que nos acompañarán durante nuestra preciada vida.

El balance cualitativo es importante y debe prevalecer sobre el cuantitativo, puesto que uno necesita plantearse la adquisición de conocimiento de calidad, no simplemente en cantidad. Aunque no es intención ir contra el dicho popular de que «el saber no ocupa lugar», sí se pretende destacar que, aunque el lugar que albergue al saber sea inmenso, la capacidad de almacenaje puede hacer que prevalezcan unos conocimientos sobre otros, se olviden aquellos que no se hayan adquirido de manera sólida o que se anulen unos después del descubrimiento de otros que invaliden los primeros. Por eso, desde aquí se propone un proceso selectivo para aquello que nos va a suponer un saber de calidad, que no suponga una alerta constante, pero sí que se tenga en cuenta y se trabaje —o se «entrene»— para que nos adaptemos a ello.

Para todo esto, trataremos lacónicamente cómo podemos realizar esa hazaña de adquirir conocimiento de calidad y veremos también algunos ejemplos que, espero, le entretengan a la vez que le ilustren. Hay un proceso que es crucial a la hora de iniciarnos en la aventura de conocer, y es el aprendizaje. Y, para ello, es necesario introducirnos en un contexto de aprendizaje, crear situaciones en la que se den tanto procesos de adquisición como de apropiación de conocimiento donde discernamos también su calidad. Para nutrirnos de ese conocimiento, debemos seguir varios pasos que comentaremos de manera breve.

En la teoría ecológica, el autor Urie Bronfenbrenner (1987) plantea la influencia que tiene el ambiente sobre el desarrollo psicológico de las personas desde el comienzo del ciclo vital. De esta manera, el entorno en el que crecemos, nos relacionamos y con el que interactuamos dinámicamente afecta y configura a cada individuo y, a su vez, cada individuo también incidirá en ese ecosistema con sus características personales.

Dado lo importante de la relación entre ambiente y persona, y cómo ambos interaccionan entre sí pudiendo actuar como agente facilitador o inhibidor, debemos convertirnos en un factor promotor del aprendizaje. Para ello, el ambiente sociocultural que nos rodee va a contribuir u obstaculizar el proceso de aprendizaje, y nosotros, como sujeto activo en ese ambiente, también contribuiremos a un entorno social más o menos favorecedor.

Otro autor, Albert Bandura (Barahona, 2017), sostiene en su Teoría Congnitivo Social que los factores ambientales, situacionales, cognitivos, personales, de motivación y de emoción interactúan entre sí a la hora de influenciarnos. Es decir, que más allá de nuestra capacidad innata para procesar información, existen una serie de factores que van a contribuir en nuestro aprendizaje a la hora de adquirir conocimiento, por lo que es necesario destacar la importancia del entorno en este proceso.

BF Skiner afirmaba en su condicionamiento operante que el aprendizaje tiene lugar cuando una respuesta va acompañada de un estímulo que la refuerce, y en función del estímulo recibido podrá actuar reforzando o disminuyendo la conducta (Myers, 1999). Imaginemos que la caja que utilizaba Skiner para estos experimentos es nuestro entorno (el que sea, en el momento que proceda), y nosotros esas ratas o palomas objeto del experimento; pero imaginemos también que no llega el refuerzo o castigo de manera externa, es decir, que intentemos procurar dicho refuerzo positivo nosotros mismos a través de nuestros logros. Me explico a continuación.

Imagínese que usted se propone bajar de peso y para ello toma la sabia opción de acudir a un profesional (ojo, ya veremos que un profesional no es necesariamente quien ejerce una profesión, pero dejemos algo para después) y aprende una serie de hábitos y conductas que le encaminan en su objetivo. Ese refuerzo positivo deberá llegar desde usted y hacia usted, una vez que avance en su proceso y contemple sus cambios, pudiendo convertirse en un castigo o refuerzo negativo si usted se sale de la línea y no obtiene ese resultado que espera.

Skiner también hablaba de estímulos neutros u operantes neutrales, proporcionados por el entorno y que no poseen influencia en nosotros. Pero Ivan P. Paulov, con su condicionamiento clásico, propone que un estímulo neutro originariamente (ni positivo ni negativo) puede tornarse beneficioso o perjudicial, estableciendo una relación entre tal estímulo y otro que provocaría la respuesta deseada (Papalia, & Wendkos, 1987).

Volviendo al ejemplo anterior, si usted modifica su alimentación y hábitos hacia un fin salubre, conocer el objeto de ese camino puede hacerle entender mejor el medio para llegar a ese fin, estableciendo una asociación positiva entre comer un plato saludable más allá de la mera palatabilidad cuando le apetezca otra opción menos salubre, o realizar ejercicio físico cuando realmente su mente le está pidiendo sofá y caja tonta. Sí, también aquí se le pueden buscar los tres pies al gato, porque con esto no se anima a nadie a tornar un proceso saludable en insalubre a base de convertirlo en obsesión. También trataremos todo eso más adelante.

Vamos uniendo aspectos y adaptándolos a nuestro caso, a los que sumamos otro más que es el Principio de Premack (o de probabilidad diferencial). Este nos dice que una conducta que despierte interés puede utilizarse como refuerzo para otra conducta que originariamente no nos parecía interesante (Klatt, & Morris, 2001). Volviendo al propósito de bajar de peso, aumentar el gasto energético adoptando un estilo de vida saludable acompañado de una educación alimentaria, pueden ser aspectos que despierten poco interés debido a que, según en qué individuos, tardarán más o menos en arrojar mejoras visiblemente apreciables (o unos sujetos tienen menos paciencia que otros), pudiendo esto actuar como agente inhibidor haciéndonos plantear tirar la toalla.

Pero si nosotros sabemos que ese proceso, que a veces puede no parecer agradable, va acompañado de resultados que sí agradan, las posibilidades de que no se abandone tal proceso aumentan, por lo que en la vinculación de dos estímulos deberíamos conocer tanto los beneficios de hacerlo como los perjuicios de no hacerlo (alimentación saludable frente a cardiopatía, ejercicio físico frente a enfermedades no transmisibles causadas por sedentarismo, terminar una comida social con un café o infusión en vez de con una copa, etc.). Teniendo esto en cuenta, muy posiblemente una opción se imponga sobre otra y nos ayude a tomar una buena decisión que agradeceremos posteriormente.

Siguiendo el ejemplo, cenar una ración de ensalada campera con un vaso de agua de acompañante puede parecer menos atractivo que unos nachos acompañados por una jarra de cerveza. Pero el que aceptemos la ensalada como cena tiene más probabilidad de ocurrir si lo asociamos a optimizar los biomarcadores de salud y no solo tengamos en cuenta el momento hedónico que nos puede proporcionar esa ingesta, pensando más allá de satisfacer nuestro paladar satisfaciendo también nuestra salud. Caminando hacia un objetivo salubre, también veremos favorecida nuestra estética, pero este proceso no tiene por qué correlacionarse al revés, puesto que la salud no siempre es un efecto secundario de trabajar lo estético (quizá, hasta sea contrario en no pocas ocasiones); no obstante, llevar una rutina orientada a mejorar nuestra salud, sí es causal con las mejoras estéticas que se producen de manera concomitante.

El título habla de aprehender («capturar algo o a alguien», pero también «captar algo por medio del intelecto o los sentidos» –RAE-, que es a lo que nos referimos aquí) a aprender («adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o la experiencia» –RAE-). Y para ello, desearía que usted me acompañara más allá del significado pueril que pueda representar este sintagma, porque para aprender (hasta a aprender) se necesita adquirir conocimiento mecánico, y esa adquisición será mayor cuanto más calidad tengan los recursos intelectuales de los que nos valgamos para asimilar nueva información. El aprendizaje no es solo un proceso lúdico, requiere dedicación y firmeza, o en palabras de Ricardo Moreno Castillo (2006): 
«Un buen investigador ha de dedicar primero muchas y muchas horas de estudio para tener una formación amplia en la ciencia en la cual debe investigar». Por ello, mientras se aprende a aprender, hay que comportarse como sujeto activo y meterse en materia o, como dice el dicho atribuido a Picasso, «que la inspiración te encuentre trabajando».

Piaget (2017) expone que el aprendizaje es un proceso constructivo en el que se relacionan nuevos contenidos dentro de las estructuras que ya se poseen, por lo que el proceso de aprendizaje va a depender no solo del desarrollo cognitivo de la persona y del entorno, como hemos leído, sino también del conocimiento previo que se tenga. Por eso, hasta para aprender a aprender, se necesita conocer, recopilar información y prepararnos para recibir, comprender y asimilar esa información. Debemos integrar y relacionar la información que recibimos con los conocimientos previos que tenemos almacenados en nuestra estructura cognitiva para que se produzca lo que Ausubel definió como aprendizaje significativo, con el objetivo de crear estructuras cognitivas estables (Ausubel, 1976; 2002, citado en Rodríguez, 2011).

El aprendizaje significativo se distingue del memorístico en que, a diferencia de este último que es de tipo mecánico o repetitivo (no se asocian los conocimientos nuevos con los existentes, requiriendo un gasto energético mayor a la hora de almacenar lo aprendido), ocurre al establecer relaciones entre conceptos nuevos y anteriores (o vinculados con la experiencia). De esta manera, al generarse estructuras complementarias a las ya existentes en nuestra psique, el gasto energético es menor y la retención del nuevo material se hace más sencilla al ir relacionado con un esquema cognitivo preexistente (Vega, 2018). En este punto entran las teorías multialmacén, donde se sugiere que el aprendizaje comprende una serie de fases en las que tiene lugar el procesamiento de la información.

Los análisis más profundos conllevan un almacenamiento más perdurable de la información que adquirimos, por lo que cómo impacta en nosotros y el interés que le ponemos son dos aspectos determinantes, si bien no los únicos (pensar sin aprender ni comprender, no conduce a buen derrotero).

La mera repetición podrá ayudarnos con la memoria a corto plazo, pero es su comprensión y dedicación la que almacenará la información en la memoria a largo plazo. Debemos comprender el conocimiento que adquirimos, para lo que tendremos que utilizar las estrategias que promuevan esa adquisición o, por ejemplo, como decía Confucio, «me lo contaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí; lo hice y lo aprendí». Tiene relación con el interés pedagógico de John Dewey mediante su aprender haciendo, la «Educación por la acción», en la que promueve la experimentación y la solución de problemas prácticos (Lafuente, 2017). En ocasiones es interesante fomentar el interés por la tarea, no solo por el producto.

Ahora, en nuestros tiempos, tenemos la gran suerte de cabalgar a hombros de gigantes en cuanto al conocimiento, gracias al trabajo que han desarrollado otros a través de la historia, de quienes, con sus luces y, en ocasiones, sus sombras, hemos podido nutrirnos de gran cantidad de información. Poder alimentarnos del conocimiento de otros es un regalo que no deberíamos desperdiciar aprendiendo sin comprender lo aprendido.

Una vez instalados en un contexto favorable donde se dé el aprendizaje, debemos adentrarnos en otro entramado proceso: la búsqueda de información de rigor que nos ayude a construir un conocimiento de calidad. Y para esto necesitamos adherirnos a una metodología que no solo escudriñe aquella información que rrecibimos, sino que también nos ayude a buscar e identificar aquella que es de calidad y desechar la que no lo es. Para ello, existe el método científico, cuyas premisas son extrapolables a innumerables campos y cuyo conocimiento es importante si queremos que se dé ese aprendizaje cualitativo anteriormente mentado. Resumiré esta metodología basándome, principalmente, en el Discurso del método, de René Descartes (2010), y la Lógica de la investigación científica, de Karl Popper (1980).

Una de las definiciones de la RAE para método es procedimiento que se sigue en las ciencias para hallar la verdad y enseñarla, pero el concepto de método viene del griego méthodos o «camino», designando el medio usado para alcanzar un objetivo; ciencia viene del latín scientia, cuyo significado es «conocimiento». Por lo tanto, podríamos decir que el método científico es el «camino al conocimiento», y este está lleno de reglas y metodologías que nos aseguren un grado de evidencia lo más alto posible.

En la segunda parte del libro Discurso del Método, Descartes nos habla de cuatro reglas en las que basa su fundamento metódico para evitar caer en errores, distinguiendo lo veraz de lo falaz y así encontrar nuevos conocimientos cimentados en las verdades ya existentes. Estas reglas, tal como se muestra en el libro, funcionan «para descubrir verdades, no para defender tesis o exponer teorías» (Descartes, 2010). Vamos a leer qué dicen.

En primer lugar, no aceptar como verdadero aquello que carezca de evidencia que así lo acredite. Esta es la premisa principal, en la que propone no aceptar como una verdad algo que no pueda evidenciarse de tal manera que no exista duda. Aquí podemos añadir lo que coloquialmente se conoce como Navaja de Hitchens, o que la carga de la prueba de quien realiza una afirmación reside en el enunciante, no teniendo el receptor del mensaje que demostrar su falsedad para refutar un argumento; quien lo enuncia es el encargado d adjuntar las pruebas de su veracidad. Para entendernos, si yo le comento a usted que en un cráter lunar hay una fotografía de cuando hice la primera comunión, no es usted el que deberá demostrar que eso es falso para desacreditar mi afirmación, debo ser yo el encargado de probar tal esperpento si quiero que sea aceptado como válido. El compendio vendría a decir que aquello que es afirmado sin aportar pruebas de su veracidad, puede ser refutado sin necesitar pruebas de su falsedad.

Vamos con la segunda regla de Descartes, basada en el análisis y consistente en dividir una complejidad tantas veces como se pueda y necesite para hallar así sus formas más simples, de las que depende, pudiendo, mediante este proceso, comprenderlo mejor. De esta manera, encontraremos las raíces de aquello que deseamos comprender para poder entender su evolución hasta el asunto inicial. Al segmentar un asunto concreto, podremos hallar en él aspectos más simples que nos ayuden a intentar comprenderlo, o también a empezar aprendiendo las bases que explican uno u otro fenómeno de mayor complejidad (y que requiere, para su comprensión, la previa adquisición de tales bases).

Y esto nos lleva a la tercera regla:

conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.

Esto complementa la regla anterior, donde una vez reducido lo complejo a simple, vamos avanzando y reconstruyendo desde lo simple hasta alcanzar de nuevo lo complejo con total entendimiento, logrando una síntesis analítica partiendo desde lo simplificado, permitiéndonos así el alcance y comprensión de parcelas más complejas. De esta manera, aumentamos nuestro conocimiento.

El último de sus principios o reglas consiste en el repaso de lo elaborado una y otra vez hasta cerciorarse de no omitir nada. Siguiendo esto, volvemos sobre nuestros pasos para comprobar que no nos dejamos nada y que no se han cometido errores en el proceso anterior. La ciencia no es absoluta ni dogmática, por ello debe revisarse y deben revisarla otros compañeros para replicar con efectividad los resultados obtenidos en un escrupuloso proceso que estará sujeto a revisión, modificación y estudio.

El saber científico trasciende a los hechos, los descarta, produce nuevos hechos y los explica, exprimiendo la realidad para ir más allá de las apariencias, no limitándose a la percepción de lo observado. No hablamos de un conglomerado de informaciones sin conexión, sino de conocimiento sistemático, un sistema de ideas o teorías unidas por una relación implícita caracterizada por la lógica (Bunge, s.f.). Se suele confundir teoría en términos científicos con hipótesis en términos populares, pero no es así.

Una teoría es una explicación sistemática comprendida por un conjunto de formulaciones que parten de un conocimiento sobre la materia, así como de una serie de hechos que aúnan cierta lógica y conceptos respaldados por el empirismo. Cuando hablamos, por ejemplo, de la Teoría de la evolución, no hablamos de una opinión subjetiva, tal y como ahora se pretende dar validez a estas últimas por el mero hecho de serlo, sino de una explicación objetiva sustentada en el conocimiento y comprobada que se fundamenta en la recolección de datos. Por lo tanto, tenemos que el método científico es un elemento muy útil para nuestra psique a la hora de procesar la información que recibimos. Veamos cómo esto se extrapola a muchísimos aspectos cotidianos y no solo a la lectura de papers o a la hora de emitir un juicio sobre algún producto o postulado complejo. Este método o conjunto de tácticas está dividido en una serie de procesos que pretenden garantizar la calidad de lo sometido a análisis y emitir un juicio lo más objetivo y veraz posible sobre aquello que se analiza.

Durante su desarrollo, recorremos varias etapas. Primero, formulamos una pregunta sobre un fenómeno observable o, si ya conocemos un tema, se pone a disposición una hipótesis o afirmación. Después de hacernos esa pregunta, nos ponemos a investigar sobre el tema para poder construir una hipótesis plausible (del griego hipo, «por debajo» y tesis, «conclusión que se mantiene con un razonamiento o argumento») fruto de la recolección de esa información.

Una vez tenemos esto, comienza la fase de experimentación para comprobar la veracidad de la hipótesis propuesta (se confronta la hipótesis con los hechos), la cual es sometida a una batería de pruebas que demuestren o no su veracidad, así como aquellas variables que puedan encontrarse en su entorno. Voy a hablarle de algunas de esas estrategias que resultarán útiles y extrapolables para diferentes dudas y aspectos que puedan surgirnos en nuestra cotidianidad.

Como necesitamos una demostración que valide la hipótesis, aplicamos diferentes metodologías como la refutabilidad de tal proposición, esto quiere decir que se intente buscar el fallo mediante diferentes pruebas. Después, tal afirmación debe atender a los criterios de reproductibilidad, es decir, otros colegas deben ser capaces de llegar a los mismos resultados y conclusiones que propone el estudio inicial, haciendo lo mismo en las mismas condiciones. El siguiente paso es realizar una revisión por pares del resultado con otros profesionales homólogos en la materia y sin conflictos de interés. Estos son pilares fundamentales de la investigación científica.

Entonces el camino se bifurca en dos senderos: el primero corresponde a si todo ha salido como se esperaba, y en caso afirmativo se elabora una tesis, publicándose posteriormente los resultados en los que se detalla un informe con las conclusiones. Si en algún momento la hipótesis es refutada en su totalidad o parcialidad, se vuelve a la casilla de salida sobre los pasos iniciales y toca empezar de nuevo en la construcción de una nueva hipótesis.

Bajo esta metodología, se pretende evitar juicios injustificados sobre aspectos que no conocemos a la vez que se intenta averiguar los porqués de aquello que no entendemos. Cuando los griegos presocráticos empezaron a preguntarse por las causas de los fenómenos que no comprendían, alejándose de los dioses y buscando otras explicaciones, dieron su primer paso hacia la ciencia. El escepticismo se abría camino junto con la preocupación por entender la naturaleza, provocando un divorcio con el pasado que duró siglos y siglos, pero «comprender el mundo posee un valor en sí mismo, conduzca o no a lo útil» (Weinber, 2015).

Los científicos también pueden cometer errores (a Galileo le pasó con las mareas o los cometas, y a Newton, con la refracción). Pero mientras que alguien verdaderamente profesional que sigue y trabaja el método científico advertirá de las limitaciones de su investigación, así como reconocerá su ignorancia en aquello que desconoce, un falso profesional basará su discurso en exaltar lo bueno y omitir (cuando no pueda maquillar) lo malo. De esta manera, al no airear los errores, estos se extienden e incluso se multiplican, gracias a la figura del falso profesional al que se le pueden atribuir distintos sinónimos según demande la ocasión: pseudocientífico, charlatán, estafador (si comercia con el engaño), y un largo et caetera.

Ha aparecido otra palabra clave, el «pseudocientífico» o falso científico, palabra que viene del vocablo pseudociencia (del sufijo griego pseudo, que indica falsedad, imitación o engaño), término para designar a la disciplina que pretende hacerse pasar por ciencia sin serlo y en la que no cabe método científico alguno. Es decir, mediante esta palabra (que no suelen usar quienes la consumen o comercializan), podemos designar un sinfín de mecanismos. Algunos de ellos hasta se visten de ciencia ordinaria e, incluso, incorporan parte de la metodología científica para adornar y/o justificar su producto, adjuntando en su mercadotecnia aspectos del método científico cuidadosamente seleccionados.

La pesudociencia normalmente es más «asequible intelectualmente» que la ciencia, proporcionando enunciados con respuestas fáciles y prometedoras a preguntas que la ciencia contestaría con mayor complejidad. Por ejemplo, la homeopatía tiene su metodología bien explicada y detallada, pero existe el problema de que se cimenta en premisas erróneas y su resultado —si lo hay— no va más allá del efecto placebo (Ernst, 2002), del que hablaremos próximamente en otro capítulo. Aquí entramos en otro punto, el identificar qué es pseudociencia de lo que no lo es, y para ello necesitaremos construir una base de conocimiento funcional que nos ayude con el procesado de la información que recibimos del exterior, reconociendo la calidad de esta, así como de sus fuentes.

Frecuentemente, la desesperación y malas experiencias con malos profesionales (hay que buscar profesionales académica y moralmente competentes) hacen que la gente se arroje a las pseudociencias al calor de ese trato humano que, en ocasiones, la medicina con sus prisas no les proporciona. Resumiendo, «las seudociencias son más populares que las ciencias porque la credulidad está más extendida que el espíritu crítico, el que no se adquiere recopilando y memorizando informaciones, sino repensando lo aprendido y sometiéndolo a prueba» (Bunge, 2012).

En el siglo xx surgió el concepto de posmodernidad con autores como Jean François Lyotard, Gilles Lipovetsky, Vattimo Luhmann y otros, algo que continúa aún en nuestro siglo gozando de bastante popularidad en muchas esferas. Es en este periodo donde nace un concepto para aludir al hecho de incorporar una falsa verdad que, mediante el uso del simplismo y el sentimentalismo, se pretende (y se consigue, en muchos casos) hacer pasar como verdadera (Lafuente, 2017). Esto desencadena una serie de consecuencias de las que enumeraremos algunas de ellas.

Gracias a esta estrategia de anteponer lo emocional a lo racional, el punto de referencia se desplaza del logos y se sitúa en un relativismo marcado fuertemente por los sentimientos, desarrollando un pensamiento débil que es más propenso a la manipulación y menos resolutivo para la gestión (utilizando el pathos como línea generatriz de la realidad). En varias ramas de la ciencia también se empiezan a «retorcer» las conclusiones y aumenta su dependencia de los contextos sociales, al igual que ocurre con científicos y expertos que actúan movidos por motivaciones externas a la búsqueda de la verdad. Estas cosas ocurren cuando la vinculación con una ideología es más fuerte que la ética o la profesionalidad (también se da porque, como decía el poema de Quevedo, «poderoso caballero es don Dinero»), y aquí cabe recordar que al conversar sobre ciencia con un científico que posea dichas motivaciones, hablamos con el científico; pero como intervenga la ideología en la conversación o en la motivación, hablaremos con el mílite.

Con la posverdad nos alejamos de las reglas fijas que buscaba Descartes para descubrir verdades y nos acercamos a las posturas orientadas a defender tesis o exponer teorías. Mario Bunge (s.f.), en La ciencia. Su método y su filosofía, dice que «…Mientras los animales inferiores solo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo»; pero cuando el hombre colabora con el relato y abandona la razón objetiva, los hechos pierden valor y la razón se transforma en lo que cada cual considere según su criterio (o el de los demás), ganando presencia el emotivismo.

Para retorcer la verdad hasta que se asemeje al relato, construyen una visión alternativa que, o bien selecciona aquel dato susceptible de ser interpretado como argumento favorable, o lo oscurecen si no interesa, alineando el mensaje a una suerte de intereses coincidentes con los emisores o creadores de tal mensaje. Un masivo bombardeo de información propagandística cuidadosamente elaborada, eclipsará aquella información que contradiga la «oficial», puesto que no se busca educar sino convencer. Los errores perjudican a quienes los pagan, y estos no necesariamente son siempre quienes los cometen.

En este contexto aparecen conceptos como la infoxicación, o saturación de información que dificulta y confunde su procesamiento; la infodemia, o aumento masivo de información cuantitativa (pero no cualitativa) sobre un tema que puede resultar contradictorio; y el astroturfing, o estrategia mediante la cual se pretende convencer a otros a base de testimonios y acciones orientadas con fines propagandísticos, sin importar que la información que se vierta sea falsa o compuesta por medias verdades. Y todo porque:

En la era de la posverdad, las reglas del juego no incluyen la determinación de lo verídico a través de un proceso de evaluación racional, elevación y conclusión final. La posverdad asume que existen tantas verdades como individuos y cada uno elige la suya propia, como si de un buffet se tratara. (Aparici, & García, 2019)

Como corolario para este primer capítulo, podríamos concluir que el conocimiento nos da las herramientas para combatir y rechazar aquello que nos perjudica o nos perjudicará, y para llegar a esto debemos diferenciar la dimensión objetiva del conocimiento (la que contempla la realidad) de la subjetiva (relativa a lo que para cada uno supone esa realidad). La primera es la que nos permite reconocer qué es conocimiento y qué esbroza o pseudoconocimiento. En cuanto a la dimensión subjetiva del conocimiento, es la que cada uno de nosotros moldea en función del humus que se haya formado en nuestro cerebro con base en lo aprendido y que puede verse regulado por nuestro estado emocional, llegando a condicionar nuestra percepción.

Piaget e Inhelder (2015) señalan la existencia de un periodo preoperacional en el niño, en el cual no es capaz de utilizar su pensamiento lógico para transformar, separar o combinar ideas con eficiencia, lo que disminuye su percepción de la realidad al no ser capaz de manipular la información de manera eficiente. De esta manera, mediante la precausalidad, un sujeto cree comprender los mecanismos exteriores y objetivos de la realidad cuando lo que se produce es un aprendizaje basado en otros mecanismos de origen subjetivo.

El desorden del pensamiento conduce al desorden en la acción. Ante esto nos queda aprender, aprender y aprehender a aprender, porque pensar sin haber aprendido no ayuda en la comprensión de lo pensado y, de esta manera, difícilmente lograremos acomodar nuestra inteligencia para adaptarse y progresar en el entorno sin someterse a él. Y para diferenciar la realidad de la idealidad, está el conocimiento, y para llegar a él, volvemos al título de este capítulo, adjuntando una frase utilizada por muchos, pero atribuida al escritor y cómico Robert Orben: «si la educación te parece cara, prueba con la ignorancia».

Cuando aquí se habla de salud y de los cuidados que a ella conducen, se da por sentado el hecho de que tales atenciones supongan una rutina dentro de un estilo de vida que se pueda asumir con responsabilidad, criterio y gusto. Pero nunca con obsesión, porque el miedo a la enfermedad supone en sí un trastorno cuando la necesidad de salud crea una enfermedad. El temor a sufrir conlleva sufrimiento, y esa sensación de miedo por el sufrimiento futuro produce un exceso de tensión e incertidumbre que se traducen en un aumento del sufrimiento actual. No se puede dar lugar a la falta de cuidado de nuestra mente. Existe lo que se denomina trastorno de ansiedad por enfermedad, para describir a la sintomatología de quien interpreta unos síntomas físicos como una patología grave, desarrollando un miedo irreal al padecimiento que les mantiene en una continua atención exacerbada sobre su salud física.

El conocimiento no solo es útil en posesión, sino también en divulgación. La inteligencia es una cualidad que beneficia al que la posee y también al que tiene la suerte de encontrarse y conversar con alguien que la posea. Aprender de quien tiene algo que aportarnos es una suerte, si tiene a su lado alguien inteligente compartiendo su conocimiento de manera altruista, considérese afortunado.

Yo utilizo la expresión odisea del náufrago para aludir al más o menos tedioso proceso que empieza desde que se decide recorrer un camino complejo hasta finalizarlo. Imagine que es un náufrago cuyo barco en el que navegaba sufrió un accidente y ahora conforma un pecio en el lecho marino. Usted, flotando en el agua, tiene dos opciones: quedarse quieto y esperar, puesto que todo camino parece igual y no se divisa tierra alguna, o elegir una dirección para nadar y ponerse en marcha. Inicialmente puede parecer que, por más que nade, el resultado es el mismo que si se hubiera quedado sin hacer nada: agua y más agua… y fatiga. Pero no es así. Usted, aunque no lo perciba, está avanzando, y la única manera de llegar a tierra firme es moviéndose y encaminando acciones que conduzcan a ese fin (como conocer hacia dónde debe nadar, aspecto importante), no adoptando una posición derrotista. Ha de entenderse el símil, para no hacer la nota más larga especificando que el barco no emitió señal de socorro alguna y no compensa quedarse a esperar, que la temperatura y condiciones del agua propiciaban la marcha, etc.

Hay autores de los que se puede aprovechar prácticamente todo y otros de los que apenas nos queda algo interesante, pero esto es la maravilla del legado que nos han dejado y van dejando, el poder sacar algo provechoso hasta de quienes en su día metieron la pata con alguna que otra cuestión.

Últimamente es trendy decir que cada uno tiene una opinión y que hay que respetar todas ellas por igual. Hay que diferir aquí, puesto que el ser una opinión más o menos respetable no es implícito al derecho que se tenga a expresarla, sino al carácter de esta. Por ejemplo, el canibalismo formó parte de varias culturas como las mesoamericanas, algunas africanas e indonesias, pero no por el hecho de que se opinara desde ellas aspectos reivindicantes de tal práctica, debemos respetarlo. Por supuesto, todas las opiniones tampoco deben ser del mismo valor; una opinión debería contar más o menos en función de su respaldo argumental, como seguro le pasaría a cualquiera que acude a consulta de dermatología para que evalúen una mancha sospechosa que le ha salido en la piel a quien probablemente, le valdrá más lo que opine el dermatólogo al respecto que la opinión del que está sentado a su lado en la sala de espera.

Además, las ramas pseudocientíficas han sabido llegar mejor al vasto público, acompañadas también de grandes campañas de márquetin en las que se aprovechan hábilmente las limitaciones fácticas del conocimiento racional para hacer pasar especulaciones desenfrenadas, y datos no controlados, por resultados de la investigación científica. Como la ciencia genuina es difícil, exige mucho esfuerzo, paciencia y la generalización masiva de una alta educación cultural que, dada la estructura actual de los sistemas productivos, solo está al alcance de una pequeña minoría; la pseudociencia prospera en las sociedades industrializadas con más facilidad que el conocimiento desinteresado y que el escepticismo organizado (Bueno et al., 1991). Podemos encontrar grandes empresas, figuras famosas y reclamos publicitarios muy bien trabajados que enfatizan el quién en vez del qué.


domingo, 25 de mayo de 2025

"EL COLAPSO DE OCCIDENTE ES INMINENTE" por STEFNO ABBATE 💥


LA COMUNIDAD GNÓSTICA:
UNA LECTURA DE 
LA POSMODERNIDAD



Stefano Abbate
Universitat Abat Oliba CEU
En esta investigación se aplica el patrón gnóstico para entender algunos fenómenos de la posmodernidad. En la línea de Hans Jonas y Eric Voegelin, se pretende dar una interpretación de los cambios que se están produciendo a nivel antropológico y social a través de la ruptura gnóstica con la realidad y la naturaleza; del dualismo entre cuerpo y alma; de la impermeabilidad intelectual; de la recreación onírica de la realidad; de la prohibición de preguntar; y de la creación de nuevos tabúes. Especialmente, la investigación se centra en el concepto de desarraigo (Heidegger) y una posible reconstrucción de una “comunidad en la sociedad” (Agamben).
1. Introducción

La pérdida de la comunidad es uno de los efectos más evidentes del contexto posmoderno. Siendo la comunidad el lugar en el cual el hombre socializa e introyecta el significado de su misma existencia, la pérdida de esta referencia no puede no crear una desorientación acuciante e imposible de sobrellevar sin una recreación artificial. Al no poder vivir sin comunidad, la imperiosa necesidad de obtener significado del mundo exterior pone en marcha una serie de mecanismos de huida y de defensa que a modo compulsivo tratan de ofrecer un atisbo de la realidad perdida. 

Cuando Aristóteles afirmaba que aquel que no vivía en comunidad era un ángel o una bestia2, no solamente había que entenderlo en el sentido de que lo propio del hombre era la vida comunitaria, sino que, en un contexto de desmoronamiento de la civilización y de los lazos humanos, el hombre debe comenzar a bestializarse para poder sobrevivir a aquello que es lo propiamente suyo. La insensibilidad o la distancia con el otro, como si este fuera algo distinto de nosotros en su absoluta atomización, se convierte en un rasgo típico del hombre bestializado. 

Si la comunidad es el reconocimiento de una alteridad capaz de diálogo y vida en común, la comunidad actual parece desvanecerse bajo el peso de una inmunidad que ya ha sobrepasado el punto de no retorno3. La reciente crisis pandémica y su carga de inmunidad frente al otro, así como el distanciamiento social como medida de vida pública, parecen haber resquebrajado los últimos vestigios de una vida en común. La reducción de la vida comunitaria a un conjunto de solipsismos narcisistas nos introduce a un desorden que es principalmente, como enseña Voegelin, “una enfermedad en la psique de sus miembros”4 hasta la destrucción de su alma. Esta experiencia vital no deja de ser una vivencia inmediata del caos. 

La fundación de una comunidad política es una cierta reedición del acto de la creación: para el hombre habitar un lugar significa extraerlo del caos de la vastedad material del universo e instalándose en él “lo trasforma simbólicamente en cosmos por una repetición ritual de la cosmogonía”5. 

Vivir en la comunidad es entonces hacer propio el mundo, consagrarlo y repetir un acto que se asemeja a un nuevo nacimiento del mundo, pues lo que era ya no es y de lo oculto de la informidad se ha pasado a la realidad de la forma. Esta nueva creación es así portadora de un microcosmo de orden frente a “la inmensidad informe de los deseos humanos en conflicto”6 y ofrece un refugio en el cual el hombre encuentra sentido a las cosas. En esta línea, la posmodernidad es el fracaso de habitar un lugar, pues el orden ha sido dinamitado por un nihilismo agónico y cínico. 

La comunidad política es así sustituida por no-lugares, “un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico”7 y que la red de internet ha trasladado a una dimensión aún más etérea e informe. La pérdida de este refugio conduce a una visión del mundo no solamente desencantada, en el sentido de la reducción del mundo a mera vastedad asimbólica, sino también a una creciente vivencia angustiosa de la existencia que se presenta como una violencia hacia el ser. 

Vivir en un medio que no comunica nada a nuestra experiencia vital y que si lo hace es solamente para manifestar su más obscena indiferencia nos introduce en lo que podemos denominar “patrón gnóstico”8, es decir, en la reedición de una antigua herejía del primer siglo del cristianismo como subyacente a las trasformaciones de la posmodernidad. Puede parecer arriesgado usar una categoría como la gnosis para explicar un contexto aparentemente secularizado y postcristiano. 

Sin embargo, como señala Eliade: La gran mayoría de los ‘sin religión’ no se han liberado, propiamente hablando, de los comportamientos religiosos, de las teologías y mitologías. [...] El proceso de desacralización de la existencia humana ha desembocado más de una vez en formas híbridas de magia ínfima y de religiosidad simiesca9. La pérdida de la comunidad en la posmodernidad puede entenderse mejor en el contexto de una revolución gnóstica que corroe la existencia como orden cósmico y promete una liberación de un mundo que ella misma ha empujado hacia el caos, pues se ha convertido, en su entereza, en un no-lugar. 

2. La trasformación de la comunidad por la revolución gnóstica 

La persistencia de las ideas gnósticas en el pensamiento contemporáneo ha sido estudiada en profundidad por varios autores10. Las extrañas elaboraciones mitológicas de esta doctrina, que cobra fuerza con el origen del cristianismo, suponen una dificultad añadida a la dificultad metodológica de relacionar fenómenos tan lejanos en el tiempo como la gnosis y la modernidad y la posmodernidad. Sin embargo, una serie de constantes de esta doctrina11 permite ofrecer un patrón suficientemente homogéneo y sólido para rastrear su presencia en el pensamiento contemporáneo. Para nuestro estudio acerca de la comunidad posmoderna, la gnosis nos da un marco de comprensión de algunos fenómenos que caracterizan el tipo de vida que se desarrolla en esta. 

La gnosis, en este sentido, ofrece una cosmovisión esencialmente desgraciada que tiene cierto parecido con la posmodernidad. A través del testimonio de San Ireneo de Lyon y de los textos descubiertos en el siglo pasado en NagHammadi, se puede reconstruir un patrón gnóstico. Según la gnosis, la vida sobre la tierra es un exilio involuntario que está marcado por la experiencia de no ser parte de este mundo. La autopercepción revela que, en realidad, no hay participación alguna con la esencia del mundo exterior y la vida en común adquiere por tanto un rasgo más bien iniciático y de desafío a la estructura del mundo. 

El comienzo de todo camino gnóstico es la comprensión prerracional, intuitiva e imaginativa de un sí-mismo como radicalmente distinto a la estructura natural, psíquica y normativa del mundo exterior. A tal punto llega su sentimiento de extrañeza con respecto al medio que habita que la vida en la carne se concibe como radicalmente injusta y obra de un engaño cósmico. La vida es así un destierro y la angustia existencial permea los actos y las vivencias del gnóstico pues este ya es lo que debería ser y, sin embargo, su lugar en el mundo manifiesta continuamente una disonancia insanable. Encerrado en su comprensión superior que no encuentra salida ni comprensión en el saeculum presente, tiene que liberarse gradualmente de las ataduras que le vinculan al mundo. La relación con el cuerpo, la vida psíquica, la conciencia moral, las normas de comportamiento establecidas resultan una carga para quien ha entendido que no pertenece al orden ontológico presente. 

Esta experiencia tiene un cierto semblante al carácter de desarraigo de la posmodernidad que anteriormente se ha descrito. La imposibilidad de habitar un lugar engendra, a través de la angustia y la desnormativización propia de la vivencia gnóstica, la irrefrenable necesidad de modificar el mundo que no se habita. La comunidad gnóstica comparte con la comunidad posmoderna, por un lado, la angustia vivencial y, por el otro, la necesidad de modificar el mundo para que llegue a convertirse en un lugar habitable. Para este cometido, el mundo ya no debe guardar relación alguna con el mundo anterior y debe conformarse a la interioridad insondable y superior del sujeto gnóstico. 

A partir de aquí podemos entender mejor lo que explica Voegelin acerca de la “revolución gnóstica” y de cómo esta plasma una nueva comunidad en orden a su transformación12. 

El paradigma usado por el filósofo alemán se centra en la revolución puritana y puede ser posteriormente aplicado a otras revoluciones de carácter gnóstico. La creación de una comunidad gnóstica revolucionaria tiene como punto de partida la elección de una “causa”, una motivación para entrar en la acción transformativa del mundo y llamar así a la multitud a fijar su atención en ese aspecto concreto de la realidad. La “causa” tiene un doble poder: por un lado, congrega a la multitud y le da un principio de unidad; por el otro, crea una conciencia del mal del mundo a través de la individuación de la causa. En un contexto decadente, una causa proporciona un objetivo y la sensación de estar haciendo algo útil para cambiar la propia condición de malestar. El mundo posmoderno tiene ciertamente sus causas: el ecologismo, la cuestión de género, la inmigración, el progreso tecnocientífico, el animalismo, el veganismo y un largo etcétera. Cada causa conlleva una serie de críticas a los males que afectan a la sociedad que acrecientan el sentido de pertenencia a un grupo social y de integridad moral por experimentar la necesidad de la causa que se defiende con tanto ahínco. Los líderes, influencers, activistas de diferentes causas dedican sus vidas al progreso de estas y difunden la idea, entre sus oyentes, de ser personas profundamente nobles e intachables porque solo personas muy magnánimas pueden indignarse con tanta virulencia por la causa. 

Esta nueva comunidad unida por la causa y que pretende solucionar el malestar angustioso del individuo (y, más en general, con el mundo) necesita codificar su doctrina, simplificarla para que las grandes masas puedan sentirla como propia y comenzar así a propagar la idea sutil de que la razón de semejante intuición es fruto de una superioridad de los integrantes, de una iluminación de que los demás no pueden participar. Los argumentos racionales pueden llegar a mermar hasta el rechazo completo de la realidad y del sentido común. Ante la iluminación de los partidarios a la causa no hay argumento posible, dado que se trata de un proceso íntimo de reconocimiento de sí sin mediación racional. 

Por esta razón, las identidades posmodernas se presentan, no solamente a modo líquido, sino de una forma eminentemente prerracional, sin necesidad de una justificación moral o lógica. Para moldear y reforzar esta pertenencia se necesitan otros dos factores: el primero es la síntesis de la nueva causa en un argumentario básico que hoy podemos reencontrar en eslóganes o símbolos accesibles en las marcas de ropa, en los tatuajes, banderas o cualquier otro signo distintivo que remita inmediatamente al significado sintetizado; el segundo es la aparición de un “caudillo”, que cohesiona y dirige simbólicamente a la nueva comunidad. A partir de aquí el proceso de impermeabilización de la nueva comunidad queda completado. El mundo, a modo maniqueo, se ha dividido entre la nueva comunidad y los otros hombres con su antiguo modo de vivir. Se instaura la lógica del nosotros contra ellos, de los que han alcanzado un estado de tal superioridad que ya no necesitan de la vida en común con los otros. De hecho, progresivamente la comunidad antigua en todas sus formas (política, cultural, histórica y social) pasa a ser culpabilizada de la situación actual y se requiere su demolición para un nuevo inicio. 

Una dinámica victimaria se apodera de la sociedad: la presencia de los otros, su mera existencia, se percibe como una amenaza vital para el nuevo mundo naciente. Los nuevos gnósticos son víctimas y perciben la existencia de la comunidad antigua como una amenaza que necesitan impugnar, culpabilizándola del mal del tiempo presente. Al mismo tiempo, la víctima se convierte en verdugo que justifica el linchamiento del chivo expiatorio, que termina por coincidir con cualquier referencia, sobre todo simbólica, de la antigua comunidad y su antiguo modo de ser. 

La nueva comunidad ya vive en su sistema cerrado de creencias y es imposible romper su nuevo ambiente social a través de la persuasión. Para sortear la dificultad de mantener la simplificación dualista del mundo en medio de la complejidad de la contingencia, la revolución gnóstica se sirve de dos elementos fundamentales para su apuntalamiento. 

El primero es lo que Voegelin denomina “koran”13, una codificación de la verdad compartida, una interpretación dogmática del mundo que puede ser contenida en un libro, un documento o un estudio científico. Esta transcripción de la verdad desactiva el mecanismo de la crítica. Resulta imposible poder abrir una grieta en ese dique infranqueable en el que se ha convertido la explicación de toda la realidad. Esta realidad es filtrada por el tamiz de la nueva cosmovisión por la cual todo puede ser explicado y puede contar con la censura voluntaria de sus seguidores. 

En la reciente historia, esta función fue desarrollada, según el contexto, por la dialéctica opresor-oprimido, por la exaltación de la raza, por el determinismo histórico o por el surgimiento de la nación. El segundo elemento señalado por Voegelin, vinculado al primero, es el “tabú”14, es decir, la proscripción de pensar y preguntar a través de los instrumentos críticos. La consecuencia más directa del tabú es controlar el diálogo público, y en la sociedad moderna, según Voegelin, se ha visto en los medios de comunicación y en la educación. En definitiva, la revolución gnóstica compacta la sociedad a modo esclerótico, creando una distancia insalvable con la realidad y reconstruyendo a modo artificial los vínculos entre los miembros de la comunidad. 

Así como la gnosis se presentó como la “sombra maligna”15 del cristianismo, así la comunidad gnóstica es un simulacro de una sociedad sana. Aparenta unidad, pero en el fondo ha destruido los vínculos naturales entre las personas y la realidad. La causa con la cual se dio comienzo a la revolución gnóstica, en verdad, escondía la insatisfacción general con la vida en el mundo. La causa era solo una excusa para aquellos que experimentaban ya en su interior la distancia con un mundo injusto. Ciertamente, el malestar interior se exterioriza a través de una causa, pero la disociación que se alberga es de carácter vital y tiene que ver con sentirse otro respecto al medio que se habita. 

3. Gnosis y desarraigo: “estar en línea” 

La comunidad gnóstica percibe su presencia en el mundo como un destierro injusto. La experiencia de este destierro marca la vida de esta nueva comunidad y coincide en cierto modo con la experiencia vital de la posmodernidad. A tal respecto, a partir de su reflexión sobre el olvido del ser, Heidegger afirma que el “desterramiento deviene un destino universal”16. La experiencia de un mundo hostil y sin respuestas reduce progresivamente los vínculos con la realidad y produce la sensación de estar arrojados a la existencia17. 

La posmodernidad nace de la conciencia de que en un mundo desencantado ya no hay grandes relatos18 para enmascarar la realidad. No existe nada en el mundo que pueda ofrecer una mínima analogía con lo que se experimenta internamente y tampoco existe el engaño de las narrativas que hasta el momento han intentado ordenar la vida con un sentido. Estos son los grandes relatos que han permitido a la modernidad filosófica mover grandes masas hacia la revolución y que en la posmodernidad se evaporan. Ningún lugar (ni físico ni simbólico) es habitable para la experiencia gnóstica. Tanto la realidad inmediata como el espacio simbólico y cultural se tornan ajenos a la propia vida. Delante de la destrucción de toda capacidad de analogía con el mundo, el hombre experimenta el universo simplemente a través de su magnitud intimidatoria, como un cosmos que asusta por su inmensidad sin sentido y que a la vez manifiesta una suma indiferencia —si no hostilidad— con respecto a las aspiraciones humanas19. 

En este silencio pavoroso emerge la conciencia radicalmente distinta del gnóstico, el cual “incluso cuando es aplastado, es consciente de ser aplastado”20, a diferencia de la materia que habita el mundo. Esta situación de no poderse sentir parte del kosmos conduce al desarraigo, a la imposibilidad de formar parte física y simbólicamente del mundo que se habita. Se ha roto irremediablemente la pertenencia analógica con la realidad y se pierde la capacidad de un arraigo en el kosmos, como explica Simone Weil: 
Un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos de futuro. 

Participación natural, esto es, inducida automáticamente por el lugar, el nacimiento, la profesión, el entorno. El ser humano tiene necesidad de echar múltiples raíces, de recibir la totalidad de su vida moral, intelectual y espiritual en los medios de que forma parte naturalmente21. La comunidad gnóstica niega por principio cualquier tipo de arraigo. 

La “participación real” en la colectividad se ha truncado irremediablemente, dado que constituye un engaño que justifica la vida según las categorías actuales. La cultura y la tradición no dejan de ser una mentira que se transmite de generación en generación. Para que un mundo nuevo tenga comienzo, las raíces deben ser amputadas; solamente así el mundo puede ser reconstruido y liberado del engaño. En este sentido, la comunidad gnóstica está asentada sobre un profundo nihilismo. Fue Jonas, al entender con claridad este trasfondo nihilista del gnosticismo, quien lo resumiría en la fórmula “el Dios del cosmos ha muerto”22. Es decir, no existe ya ningún valor en el mundo que pueda comunicarse y, desde las profundidades del caos, el pneuma gnóstico se atribuye la misión recreadora de la realidad. 

Es esta la línea de Jünger que Heidegger interpretó como el “ámbito del nihilismo consumado” que es el “meridiano cero [...] que apunta a la nada”23 y que, citando a Nietzsche, constituye el proceso de la devaluación de los supremos valores. La comunidad gnóstica necesita hacer un gran reseteo para poder habitar el mundo. El pasado, la tradición, la cultura, la religión, el sistema de valores no son más que la perpetuación de una injusticia. Siendo una enmienda a la totalidad del ser, la comunidad gnóstica experimenta el desarraigo en su máximo potencial. Es así como “la pérdida de significados en estos campos origina un conjunto de incomprensiones que la gente no puede soportar, y acucian, con carácter de urgencia, a la búsqueda de nuevos significados”24. 

Estos nuevos significados son las recreaciones oníricas que la revolución gnóstica pone en marcha con su revolución. La percepción de la propia presencia en el mundo debe ser continuamente paliada por la violencia hacia cualquier atisbo del mundo simbólico anterior y someterlo a la propia voluntad. Pero “el mundo, tal y como nos ha sido prescrito, no está bajo la voluntad del hombre” y, para que esto le parezca posible, el gnóstico “tiene que construir una imagen del mismo en la que se supriman todos los caracteres de la estructuración de la existencia que pudiesen demostrar que el programa es absurdo y estéril”25. 

Ahora se comprende mejor la tarea de la comunidad gnóstica: al haberse lanzado más allá de la “línea” y a causa del desarraigo existencial que perciben, experimentan la necesidad de eliminar todo lo que pueda presentarse ante sus ojos como una posibilidad de arraigo. Por esta razón, “el desarraigo es de lejos la enfermedad más peligrosa de las sociedades humanas, pues se multiplica a sí mismo”26 y puede decantarse tanto por una “inercia del alma” como por “una actividad tendente siempre a desarraigar, a menudo por los métodos más violentos, a quienes aún no lo están o lo están solo en parte”27. A más desarraigo, más violencia; a más violencia, más desarraigo. 

El bucle gnóstico es una espiral que conduce a la destrucción del mundo para terminar con la falta de sentido que produce el desarraigo. Aunque el nuevo mundo que se quiera habitar solamente exista en la fantasía de la dimensión onírica, la violencia se ejerce sobre un mundo que debe ser destruido. Se asiste a la agonía de la comunidad28 porque han sido dinamitados los lazos simbólicos con el mundo y la falta de sentido por el desarraigo desemboca en un intento desesperado de eliminar el mundo y trasladar la fantasía a la realidad. En la terminología de Toynbee, estaríamos delante de la desintegración de la civilización como reflejo de un cisma en el alma, de una grieta espiritual que emerge en la superficie de las sociedades. 

Este cisma, de modo parecido a la intuición de Simone Weil, puede declinarse en forma de abandono o de autocontrol. En el segundo caso, se trata de dominar la naturaleza dado que esta “no es la fuente de la creación sino su ruina”29. 

La comunidad gnóstica puede reaccionar al desarraigo de dos maneras distintas: la primera, a través de un rechazo a ser introducida en los mecanismos sociales y culturales vigentes, refugiándose en todo tipo de fuga mundi que haga patente la desconexión con el medio en el cual se vive; la segunda, en cambio, mediante una violencia directa contra el orden natural para dominarlo y recrearlo a imagen y semejanza del pneuma interior. En ambos casos, se deja e habitar el lugar porque no pudo ser “cosmizado”30, que es el proceso por el cual un espacio deja de ser expresión del caos y pasa a ser “nuestro mundo”. 

El mecanismo con el cual el hombre habita un lugar diferenciándolo de otro que es indistinguible, caótico y que para el gnóstico comunicaría solamente magnitud, es la consagración: Al ocuparlo y, sobre todo, al instalarse en él, el hombre lo transforma simbólicamente en cosmos por una repetición ritual de la cosmogonía. Lo que ha de convertirse en «nuestro mundo» tiene que haber sido «creado» previamente, y toda creación tiene un modelo ejemplar: la creación del universo por los dioses. Pero el gnóstico ha roto la relación con la naturaleza y el Dios creador, no puede repetir la cosmogonía y ningún lugar puede ser suyo. La creación ha sido la mayor desgracia; su repetición es perpetuar el hechizo que condena al gnóstico. El mundo es desarraigo y no hay manera de habitarlo. 

4. Fenomenología de la comunidad gnóstica en la posmodernidad 

Ahora podemos comprender mejor una serie de elementos de la sociedad posmoderna asimilables al desarraigo producido por la revolución gnóstica. La tipología del nuevo desarraigado posmoderno se encuentra bien descrita por López Mondéjar bajo la denominación de “sujeto posmoderno”: 
Los individuos contemporáneos se adhieren al sentimiento de omnipotencia que facilita la tecnología para luchar contra los sentimientos de impotencia que produce la incertidumbre de la sociedad actual [...]. 

Expuestos al dolor inconmensurable del mundo, y sin poder hacer nada por evitar ese dolor, la impotencia es el sentimiento que se desprende de esta situación31. Para escapar de la propia vulnerabilidad causada por la pérdida del refugio que la comunidad política ofrece tradicionalmente a nivel simbólico, el sujeto posmoderno construye un “falso self”, apoyado sobre una “invulnerabilidad ilusoria” que esconde su ser “invertebrado”32. Como señala Voegelin, para esta tipología de persona invertebrada y desarraigada en su construcción simbólica, la recreación del mundo es más una cuestión de satisfacción de la fantasía que un dominio sobre la existencia. En general, la estructura de la existencia sigue siendo la misma, “fuera del alcance de las ansias de poder del pensador”33 y es irreformable. 

En este contexto, se insertan las varias ofertas simbólicas de la posmodernidad que se erigen en nuevos elementos vertebradores de la vida comunitaria. El movimiento que quizás encarna con más claridad la negación de la realidad y el intento de recreación es lo que se ha venido llamando movimiento woke, que entre sus manifestaciones más llamativas cuenta con estas: El derribo de estatuas; la quema de libros de Astérix, Tintín o Lucky Luke; el sándwich LGTB de Marks & Spencer; las matemáticas con perspectiva de género; el pulso entre Disney y el gobernador de Florida, Ron De Santis, por la ley conocida como «No digas gay»; o el cómic protagonizado por el hijo de Superman, un joven de 17 años que «lucha contra el cambio climático, participa en protestas contra la deportación de refugiados y es bisexual [...]. Como se intuye por estos ejemplos, la revuelta woke no va solo de luchar contra el racismo. Hay otras causas de por medio. Así, BLM combate la injusticia racial, pero también todo aquello que considera una fuente de opresión: la heteronormatividad, el «privilegio cisgénero», el modelo de familia nuclear, el capitalismo, etc.34 

Como se ha visto anteriormente, el movimiento woke cumple prácticamente todos los requisitos de una revolución gnóstica, incluyendo la necesidad de excluir cualquier herramienta crítica o de disensión que pueda poner en duda la recreación fantasiosa de la realidad. En este sentido, la corrección política actúa como un tabú de vigilancia permanente contra cualquier intento de pensar con categorías consideradas obsoletas, vejatorias y últimamente ilegales. Del mismo modo, el koran que describe Voegelin se puede adaptar con facilidad a la cultura de la cancelación que se promueve desde el movimiento woke y que incluye la reelaboración de la historia (si no su misma cancelación de los libros de historia) y la “cancelación total o parcial, de numerosas obras, afectando a autores clásicos como Platón, Aristóteles, Kant, Dante, Shakespeare, etc.”35. 

El odio al pasado es una condición para un nuevo futuro. El pasado persigue a la comunidad gnóstica recordando los fracasos de las anteriores revoluciones. Además, es el vínculo con las generaciones anteriores que han aceptado la realidad y han pactado con ella asumiendo el destino humano de finitud. Pero, más aún, el pasado es un espejo que posibilita el fracaso revolucionario porque no se despega del presente y mantiene la comunidad unida al mundo anterior. Una nueva creación requiere una nueva generación de vida que se desvincule de los lazos históricos sociales y personales. Solamente si se afirma que lo anterior fue equivocado se crea un espacio para la causa de la revolución gnóstica que ofrece significado a la existencia “invertebrada”. 

La nueva comunidad se funda así sobre una recusación del pasado y una negación de cualquier tipo de orden normativo. Esta negación alcanza también al orden biológico, en pos de la fluidez sexual, lo queer y lo trans. La necesidad de ir “más allá” encuentra una manifestación en la fantasía de hibridación del cuerpo humano con la técnica. Como signo de esta hibridación, el cuerpo se hace maleable y transformable y se convierte en testigo de la nueva naturaleza pneumática que se ha alcanzado. Como señalaba Weil, la violencia hacia el orden de la realidad genera más desarraigo. 

La nueva comunidad gnóstica gestiona la angustia de un mundo en el cual ya no puede reconocerse a través del ensueño del tecno-gnosticismo, la nueva sexualidad fluida y la trasformación del cuerpo. Como señala Braidotti, el horizonte de liberación de lo humano coincide con la realización comunitaria del pneuma interior que destruye todo tipo de vínculos para recrearlos en forma de interconexión virtual a través del flujo de datos. Se asoma así una comunidad nómada, incapaz de asentarse sobre nada estable o previo a la iluminación que ha alcanzado: 
Desvinculada de la linealidad cronológica y la fuerza gravitacional logocéntrica, la memoria, en la modalidad nómada posthumana, es la reivindicación activa de un sujeto felizmente discontinuo, entendido como opuesto al ser tristemente autosuficiente. 

[...] Éste es un proceso que invita a la reflexión, a través del cual el sujeto cognoscente se libera de la visión normativa dominante del ego, al cual se ha habituado, para evolucionar hacia un contexto de referencia posthumano. Abandonando, de una vez por todas, el cuadro vitruviano, el sujeto se vuelve relacional, de una manera compleja que lo conecta de nuevo con los múltiples otros.36. 

El nomadismo es el signo de este proceso de desarraigo incesante que está vinculado al activismo desenfrenado que busca una salida a la angustia del mundo hostil. Maffesoli ha denominado este neonomadismo como un vagabundeo capaz de ofrecer creatividad inclusive en la posmodernidad37 y es una actitud que “se expresa desde la búsqueda incesante de tribus urbanas a las que adherirse, el deambular interminable por internet, el vagabundeo por las calles y los centros comerciales, los deportes de aventura o la búsqueda de una sexualidad cambiante y diversa”38. Esta tendencia errática y discontinua ha sido acelerada y ampliada por la experiencia de la pandemia de la Covid-19, que ha socavado los vínculos sociales en la medida que ha vinculado la pertenencia a la comunidad política a través de la contagiosidad del cuerpo. 

Los lazos sociales se han deshecho y virtualizado, se han hecho etéreos al prescindir del cuerpo y de los rostros para ser sustituidos por la pantalla y los datos. La misma ciencia se ha convertido en el único vínculo de la nueva comunidad, iluminada por los expertos y los médicos. Esta nueva comunidad, al haber perdido los rituales como “procesos de incorporación y escenificaciones corpóreas”39, alejando de sí la interacción social para la comprensión simbólica del mundo que se habita, produce una “comunicación sin comunidad”40 donde solo aparentemente hay vida comunitaria. Se reproduce incesantemente, en cambio, un discurso autorreferencial sobre el nuevo mundo, a modo de espectáculo, que Debord definía como “el discurso ininterrumpido que el orden presente hace sobre sí mismo”41. 

5. Una (posible) solución a modo de cierre 

Cabe preguntarse cómo poder superar la tendencia gnóstica de la comunidad posmoderna y qué tipo de remedios se pueden proponer. Abrir una fisura en la impermeabilidad de este tipo de comunidad resulta una hazaña heroica. Al no poderse apelar a la razón, al sentido común y al pensamiento crítico, todo tipo de intento para revertir el hechizo gnóstico naufraga irremediablemente. El fracaso inevitable de la causa gnóstica puede coincidir con la aniquilación no solamente de la comunidad misma sino del mundo que se habita: es el derribo de una civilización. 

El papel central que tiene la fantasía en este proceso revolucionario impide ver el avance del derribo y contemplar la destrucción que se genera. Si se hace imposible revertir un proceso que parece destinado a ejercer una cantidad creciente de violencia hasta el propio suicido, se plantea la posibilidad de una disidencia vertebrada sobre el principio de realidad que mantenga una relación con el mundo fundada sobre la gratuidad y la verdad de las cosas. Esta disidencia conlleva inevitablemente un coste, pues la violencia de la revolución gnóstica ha encontrado otras formas de mantener el tabú y el koran, como por ejemplo el linchamiento mediático, la corrección política en los medios de comunicación y las palancas del derecho penal42. 

Esta disidencia podría seguir manteniendo una comunidad con vida y ejercer la función de refugio propia de una comunidad, como indicaba Voegelin, aunque el macrocosmos colapse. La dificultad de este planteamiento consiste en seguir viviendo en un entorno de completa aniquilación y de histeria colectiva y conseguir mantener al margen de este proceso la cordura y la sensatez para conservar una comunidad viva y solidaria. En los meses más difíciles de la gestión pandémica, Agamben ha indicado un camino: 
“Los disidentes deben pensar en crear algo así como una sociedad en la sociedad, una comunidad de amigos y vecinos dentro de la sociedad de la enemistad y la distancia”43. 

Una objeción a este planteamiento es el riesgo de crear burbujas comunitarias que fácilmente deslizan hacia el sectarismo de carácter tribal o mesiánico. Es una objeción que, sin ingenuidad alguna, corresponde a un grave peligro. La angustia de vivir y observar a un mundo que se aniquila a cámara lenta produce daños psíquicos y anímicos también a los que no participan de la revolución gnóstica. El estado de tensión permanente y la conciencia de encarnar con la propia vida aquello que se pretende destruir son una experiencia desgarradora. Sin embargo, unas palabras de Tolkien dirigidas por carta a su hijo en agosto de 1944 nos recuerdan una verdad fundamental: 
“El futuro es impenetrable, especialmente para los sabios; pues lo que en verdad tiene importancia permanece siempre oculto para los contemporáneos, y las semillas de lo que ha de ser germinan en la oscuridad en algún rincón olvidado”44. 

Esta semilla es la que debe sobrevivir en medio de la oscuridad y la destrucción que avanza. Sigue válida la triada que Pasolini al final de su vida había tomado como máxima y que Giovanni Lindo Ferretti ha recientemente reivindicado: “Difendi, conserva, prega”45.

_________________________

1 CEU Universities, Barcelona, Spain. ORCID: 0000-0002-1844-422X
2 Cf. Aristóteles, Política, Gredos, Barcelona, 1988, pág. 50.
3 Cf. Esposito, R., Comunidad, inmunidad y biopolítica, Herder, Barcelona, 2009, pág. 18.
4 Voegelin, E., Orden and history: Plato and Aristotle, vol. III, University of Missouri Press, Columbia, 2000, págs. 123-124. Todas las traducciones del inglés son nuestras.
5 Eliade, M., Lo sagrado y lo profano, Paidós, Barcelona, 1998, pág. 28.
6 Voegelin, E., History of political Ideas: Hellenism, Rome, and Early Christianity, vol. I, University of Missouri Press, Columbia, 1997, pág. 225.
7 Augé, M., Los no-lugares, Gedisa, Barcelona, pág. 83.
8 Sobre el patrón gnóstico, cf. Jonas, H., La religión gnóstica. El mensaje del Dios extraño y los comienzos del cristianismo, Siruela, Madrid, 2003. En particular, en la introducción de Ciencia, política y gnosticismo, Voegelin reconstruye el desarrollo de los estudios acerca del carácter gnóstico del pensamiento contemporáneo. Cf. Voegelin, E., Las religiones políticas, Trotta, Madrid, págs. 79-84.
9 Eliade, M., Lo sagrado y lo profano, op. cit., pág. 150.
10 Destacamos, en este sentido, los estudios de Jonas, Voegelin, Samek Lodovici e Innocenti. Cf. Jonas, H., La religión gnóstica. El mensaje del Dios extraño y los comienzos del cristianismo, op. cit.; cf. Voegelin, E., Ciencia, política y gnosticismo, Madrid, Rialp, 1973; cf. Samek Lodovici, E., Metamofosi della gnosi. Quadri della dissoluzione contemporanea, Ares, Milán, 1991; cf. Innocenti, E., La gnosi spuria. Dall’Ottocento ai nostri giorni, Città Ideale, Roma, 2013.
11 Cf. Ramelli, I., “Gnosi-Gnosticismo”. En Nuovo Dizionario patristico e di antichità cristiane (Vol. 2, F-O), editado por Angelo di Berardino, Marietti Editore, Génova, pág. 2.368.
12 Marx, C., Engels, F., Tesis sobre Feuerbach (XI), en Obras escogidas, Progreso, Moscú, vol I, pág. 7. “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es transformarlo”. La interpretación de Voegelin sobre Marx es muy sugerente. Le define como un “gnóstico especulativo” cuya especulación pretende “desvincular el ser de su fuente en el ser trascendente, y considerar al hombre como un ser que se crea a sí mismo”. Cf. Voegelin, E., Las religiones políticas, op. cit., pág. 90. Acerca de la revolución gnóstica, el texto de referencia es: Voegelin, E., Nueva ciencia de la política, Rialp, Madrid, 1968, págs. 206-224.
13 En el análisis de Voegelin, siguiendo a Hooker, la función de koran fue asumida por las Instituciones de Calvino, el Evangelium aeternum de Joaquín de Fiore, la Encyclopedie Française de Diderot y D’Alembert o las obras de Comte y Marx.
14 Según Voegelin, en la revolución puritana, el tabú recayó sobre la filosofía clásica y la teología escolástica.
15 Ratzinger, J., La unidad de las naciones, Madrid, Cristiandad, 2011, págs. 35-38.
16 Heidegger, M., Carta sobre el humanismo, Madrid, Alianza, 2006, págs. 53.
17 Cf. Sartre, J.P. El existencialismo es un humanismo, Edhasa, Madrid, 2009, pág. 43.
18 Cf. Lyotard, J. F., La condición posmoderna, Madrid, Cátedra, 2000, pág. 109.
19 Cf. Jonas, H., La religión, op. cit., págs.339; 341. “Porque la extensión, o lo cuantitativo, es el atributo esencial que le queda al mundo, y, por tanto, si el mundo tiene algo divino que comunicar, lo comunicará a través de esta propiedad: y lo que la magnitud puede comunicar es poder”.
20 Ibid., pág. 339.
21 Weil, S., Echar raíces, Trotta, Madrid, 1996, pág. 51.
22 Jonas, H., La religión, op. cit., pág. 348.
23 Jünger, E.; Heidegger, M., Acerca del nihilismo, Paidós, Barcelona, 2008, pág. 74.
24 Bell, D., Las contradicciones culturales del capitalismo, Alianza, Madrid, 1994, pág. 43.
25 Voegelin, E., Los movimientos de masas gnósticos como sucedáneos de la religión, Madrid, Rialp, 1966, pág. 28.
26 Weil, S., Echar raíces, op. cit., pág. 54.
27 Ibidem.
28 Cf. Tonnies, F., Comunidad y sociedad, Madrid, Biblioteca Nueva, 2011.
29 Cf. Toynbee, A. J., Estudio de la historia, vol. V, Buenos Aires, Emecé Editores, 1957, págs. 385-386.
30 Eliade, M., Lo sagrado y lo profano, op. cit., pág. 27.
31 López Mondéjar, L., Invulnerables e invertebrados, Anagrama, Barcelona, 2022, pág. 30.
32 Ibidem, pág. 36-38. 8
33 Cf. Voegelin, E., Los movimientos, pág. 37.
34 Meseguer, J., “El gran despertar: qué es y por qué importa la revuelta woke”, Nueva revista de política, cultura y arte 181, 2022, págs. 5-6.
35 Sánchez Garrido, P., «(Don’t) be woke, my friend: ¿defensa de las minorías o tiranía distópica?”, Nueva revista de política, cultura y arte 181, 2022, págs. 36-37.
36 Braidotti, R., Lo posthumano, Gedisa, Barcelona, 2015, págs. 198-199.
37 Cf. Maffesoli, El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos, Fondo de cultura económica, México D. F., 2004, p. 65.
38 Barraycoa, J., “Nómadas y adiestrados: dualidades del autocontrol social”, Posmodernidad y control social, Tirant lo Blanch, Barcelona, 2021, pág. 122.
39 Han, B. C., La desaparición de los rituales, Herder, Barcelona, 2020, pág. 23.
40 Ibidem, pág. 25.
41 Debord, G., La sociedad del espectáculo, Naufragio, Santiago de Chile, 1995, pág. 15.
42 Cf. Gónzalez de León, A., “Control social al derecho: paradigmas de una sumisión contra natura”, Posmodernidad y control social, op. cit., pág. 157 y ss.
43 Agamben, G., “Una comunità nella società”, 2021, https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-una-comunit-14-ella-societa (Acceso actualizado: 28/02/2023)
44 Tolkien, J. R. R., Cartas de J.R.R. Tolkien, Minotauro, Barcelona, 1993, pág. 146.
45 Lindo Ferretti, G., Óra, Aliberti, Reggio Emilia, 2022, pág. 10.


















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