HISPANOFILIA
ESPAÑA
FRENTE A SU DESTINO
Claves históricas para el reencuentro sereno con nuestros
orígenes, imprescindible para afrontar los retos del futuro
¿Piensas que el amor a España es algo trasnochado? ¿Has leído la Alabanza a España de san Isidoro de Sevilla? ¿Sabes lo que pensaba Alfonso X el Sabio sobre su país? ¿Te has emocionado con lo que sentía Miguel Hernández cuando cantaba a la «Madre España»? Si quieres conocer las respuestas y llegar mucho más allá, no pierdas un instante, has encontrado tu libro. Desde la celebración al dolor por sus heridas, el pasado de España y lo que significa su identidad tienen cabida en este texto en el que cada línea destila el sentimiento de la profunda conexión con nuestro pasado.Hay pocos temas de tan rabiosa actualidad como la problemática identitaria española, por ello el autor pretende esclarecer la misma, amén de señalar claves e indicios para un nuevo marco futuro, que ya está aquí. En una primera parte nos acercará a la cuestión identitaria y al problema del separatismo, repasando tanto nuestra historia como el problema que dicho secesionismo conlleva. Y en el segundo tramo nos analizará las claves fundamentales de la identidad española, las cuales nos permitirán algo tan bello como necesario: El reencuentro con nosotros mismos.Esto no es un libro más que busque ensalzar lo hispano, es un libro para que tanto España como los españoles despertemos y nos reconozcamos a nosotros mismos y nuestro papel en la historia universal. Es la hora y, además, decisiva. Si apuestas por la negación y porque la luz se apague, este no es tu libro. Si apuestas porque nuestro camino continúe, este libro, que se consagra a dicha tarea, es para ti…
Prefacio
En esta obra se recogen los distintos capítulos que he ido escribiendo sobre la identidad de España, sus controversias, sus raíces y su herencia histórica.
Todos ellos ordenados y estructurados en torno a una temática común: esclarecer la problemática identitaria española y señalar claves e indicios para un nuevo paradigma de cara a un futuro que ya está aquí… El libro se divide en dos partes:
en la primera nos acercamos a la cuestión identitaria en España y al problema del separatismo. Repasamos tanto nuestra historia como el problema que dicho secesionismo acarrea.
En la segunda recogemos claves fundamentales de la identidad española. Claves que sirven de reencuentro con nosotros mismos, nuestra historia y nuestra identidad.
Finalmente, en el epílogo, hacemos una síntesis de todo lo planteado y destilamos no solo los puntos fundamentales que quedan sobre la mesa, sino también el mapa general de situación, y norte y brújula de actuación.
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No se trata de un texto político, en el sentido de ideología, análisis, programa, estrategia, táctica, etc. Pero sí lo es en cuanto a «cosmovisión». Hablamos de la concepción del mundo y, sobre todo, nos hacemos eco de la crítica a la modernidad desde dicha concepción y cosmovisión, que no será otra que la de la doctrina tradicional1.
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España tiene abierto enfrente de ella un tiempo para reformular su lugar en la modernidad. Una reformulación en la que se juega el ser o no ser, y que implica repensarse a sí misma, su origen, sentido, dirección y prosperidad. Para ello es necesario pasar página de algunas cosas y también recuperar otras. Y desde ahí, ser capaces de ir más allá… Humildemente con esa intención se ha escrito este libro.
El problema español
España en el laberinto
España se encuentra, desde hace quizás algo más de 100 años, en ausencia de un principio espiritual de cohesión nacional. Y es en ausencia de dicho principio que ha prosperado entre nosotros el nacionalismo en sus formas más perniciosas. Si dicho principio hubiera estado asentado, el separatismo y sus problemáticas nunca hubieran llegado a salir de la marginalidad política.
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España sufre a día de hoy una crisis de nación, una crisis de identidad… Como nación histórica y canónica, como raíz y proyecto común de todos los españoles, sean estos de Cataluña, País Vasco, Andalucía o Galicia.
España es puesta en duda sistemáticamente. Y sin esta crisis de identidad, el separatismo sería marginal e irrelevante para la vida política española. No tendría la fuerza que tiene.
Gran parte de esta crisis es debida al nacionalismo. A la ideología nacionalista. Ya sea por lo que fue en el pasado el nacionalismo, por decirlo así, «españolista» del franquismo, ya sea por el nacionalismo secesionista y antiespañol del separatismo catalán o vasco de nuestro tiempo. Este nacionalismo de un lado y otro enturbia y confunde la cuestión identitaria española.
Frente a este problema tanto la izquierda como la derecha españolas actuales parecen no saber dar una respuesta ni entender el problema. La izquierda, porque aparenta estar completamente fuera de juego respecto de la cuestión identitaria española, de la que parece no tener siquiera consciencia o solo tenerla para adecuarla a las demandas y los paradigmas del separatismo. Y la derecha, tecnocrática y economicista, porque a un aparente desinterés por la comprensión de la realidad desde las humanidades acompaña una obsesión por lo que llaman «marca España» que poco o nada tiene que ver con la dimensión y cuestión identitaria de lo español y sus problemáticas.
Los orígenes de la problemática identitaria española pueden posiblemente rastrearse en las problemáticas de la España tradicional y premoderna a la hora de engarzarse en la propia modernidad. Problemáticas que se traducirán en las dificultades para dar a luz un auténtico proyecto español de comunidad política y cultural en el mundo moderno.
En todo caso, y más allá de la reflexión y discusión sobre dichos orígenes, en lo que ahora nos atañe la cuestión fundamental es que el problema no lo tenemos tanto con el hecho diferencial catalán, vasco, gallego o andaluz… Como con la ideología nacionalista propiamente dicha y el uso de parte que hace de dicho hecho diferencial. Todo ello facilitado por la ausencia, a su vez, de una verdadera consciencia identitaria española. No tenemos así un problema con lo identitario catalán, vasco o gallego… Tenemos un problema con el nacionalismo y el uso que este hace de lo identitario. Uso que solo puede prosperar y resultar verosímil en sus tergiversaciones, en el contexto de una ignorancia e inconsciencia de la identidad común española. En el contexto de una suerte de «ignorancia de nosotros mismos».
Paradójicamente, dará la impresión de que dicha carencia de una consciencia identitaria española, dicha combinación de ignorancia, indiferencia y complejo respecto de lo español, habrá nacido en gran medida como consecuencia del nacionalismo franquista y su uso abusivo e ideológico, unilateral y de parte de España y lo español. Apropiación del nacionalismo franquista de la cuestión identitaria española que, una vez agotado el franquismo, parecería habernos dejado acomplejados y confusos respecto del valor y sentido de la propia españolidad. Toda vez que, además, dicho nacionalismo franquista tiene enfrente a los distintos nacionalismos secesionistas como contraimagen y sombra de su propio existir y accionar. Nacionalismos secesionistas que, como en un movimiento pendular, han hecho de los últimos cuarenta años una ocasión para su desarrollo, aprovechando dicho complejo y confusión.
El problema que afrontamos es así un problema no tanto político o económico como ideológico. Un problema con la ideología nacionalista, de un lado y del otro, y sus consecuencias y proyecto.
Insistimos en este sentido en que no hay un verdadero problema con el hecho diferencial catalán o vasco, sino con el plan que el nacionalismo separatista, desde el comienzo mismo de la democracia del 78, ha tenido, mantenido y cultivado con la excusa de dicho hecho diferencial.
Plan que responde más a la ideología que a la realidad, para el que apenas cabe autocrítica ni cuestionamiento interno, y que, a su vez, no hubiera en ningún caso prosperado si no hubiéramos vivido en ausencia de una consciencia identitaria española.
Ausencia larvada paradójicamente en otro nacionalismo, el nacionalismo franquista.
El problema es así el nacionalismo en sus diversas formas: centralista y separatista, pero nacionalismo en todo caso. Vicio y perversión de la virtud del patriotismo, y adulteración y malversación de la sana consciencia identitaria. En este orden de cosas, creemos que no es exagerado decir que España se encuentra, desde hace quizás algo más de 100 años, en ausencia de un principio espiritual de cohesión nacional. Y es en ausencia de dicho principio que ha prosperado entre nosotros el nacionalismo en sus formas más perniciosas2. Si dicho principio hubiera estado asentado, el nacionalismo y sus problemáticas nunca hubieran llegado hasta el punto en que ahora se encuentran, y estamos convencidos de que a día de hoy estarían en el ámbito de la marginalidad política.
Repensar España es así tarea fundamental de nuestro tiempo, y en ella la consciencia identitaria española, común y a su vez diversa y heterogénea debe saber imponerse a las adulteraciones de todo nacionalismo, cuyas argumentaciones difícilmente resisten la objetividad. Y deberá llevarse a cabo esta labor de mano de la reelaboración de esos principios espirituales de cohesión fraternal, sin los cuales la deriva nacionalista y el laberinto en el que nos ha metido no terminarán de quedar atrás.
En este sentido, y aunque solo sea para, a nivel personal, resistir a la propaganda, la demagogia, la confusión, y no dejarnos llevar por los disparates nacionalistas o desanimarnos frente al páramo identitario español, planteamos seguidamente algunas pautas y reflexiones.
En primer lugar, España, en su recorrido histórico político, étnico cultural y desarrollo antropológico, es una raíz común de la que surgen los distintos pueblos y regiones de España. España no es así una comunidad de vecinos de la que se entra y se sale sin más. No somos pueblos extraños entre sí conviviendo en un mismo lugar.
Somos un conjunto de pueblos hermanos de cuya, por decirlo así, consanguinidad histórica cultural no podemos sustraernos sin romper la unidad familiar, sin afrentarnos entre hermanos, sin faltar a nuestra raíz común. Tenemos, de este modo, las mismas raíces y somos las mismas gentes, pero con diferentes ramas, estilos o personalidades colectivas. Pueblos hermanos que, cada cual a su manera, participan de una genérica cultura española o ser español que todo visitante extranjero reconoce en cuanto pisa nuestra tierra. Hermanos así en una suerte de España prepolítica.
Una España cultural y antropológica anterior a su cristalización en un proyecto político concreto.
Una España de la que, en este sentido, se es no por sentimientos o filiación política, sino como el universo cultural, antropológico y étnico de hecho, a partir del cual hacemos nuestra vida y nuestra persona. Españolidad de hecho para la que nuestros sentimientos de españolidad o inclinaciones políticas ni aportan ni quitan nada al hecho de ser españoles. Pues, en este ámbito, se es español no por filiación política o sentimental, sino por identidad cultural y antropológica. Se tenga consciencia de ella o no.
Somos así una de las identidades colectivas de Europa, como puedan serlo los británicos o los escandinavos, y con mayor o menor acierto, y conforme a nuestras circunstancias y vicisitudes históricas, hemos conseguido «no dejar de ser españoles» y darnos un proyecto político común de siglos de antigüedad. Dicho esto, España no solo será así una raíz común cultural, antropológica e histórica, sino que, además, habrá sido con distintas formas y peculiaridades un proyecto político común para dicha raíz y su diversidad de pueblos y regiones.
España es también, y valga la redundancia, el proyecto político para las gentes de España. Desde la Hispania romana, que aglutina en un mismo ente administrativo a los distintos pueblos de la Hispania Antigua, al reino godo de Toledo, primer Regnum Hispaniae y, por ende, proyecto político común para toda España. Del ideal neogótico que en algún momento informó a todos los reinos de la España cristiana frente al islam; León, Navarra, Aragón o Portugal… A esos primeros «españoles» que se mencionan en el reino franco para referirse indistintamente a los habitantes de Aragón, los condados catalanes y, en general, la marca hispánica. De la unión territorial de los Reyes Católicos y el rey Fernando afirmando que dicha unión «restaura» la unidad del reino godo de Toledo, a un Cervantes o un Lope de Vega que en repetidas ocasiones afirman su condición de españoles y su convicción política española.
España como proyecto político no es así un invento de Franco… No es una cáscara vacía sin refrendo histórico a lo largo de los siglos.
La España política es, por el contrario, una larga andadura, con luces y sombras, aciertos y desaciertos, mayor o menor consciencia por parte de los españoles, pero realidad inapelable que, desde la objetividad, no puede ser negada… Dicha España política, por otro lado y como hemos señalado anteriormente, no se habrá construido sobre una miríada de pueblos extraños, naciones en sí mismas sin mayor vínculo entre sí que la vecindad territorial… No, no habrá sido así…
La España política se ha proyectado y desarrollado sobre pueblos hermanos de raíces comunes, partícipes todos de una diversa pero fehaciente cultura española o ser español. Lo que nos configura como uno de los grupos étnicos culturales de Europa (el de los españoles), grupo que como conjunto poseerá a su vez subgrupos dentro de sí, como puedan ser los catalanes, castellanos, vascos, extremeños o andaluces. Pueblos hermanos, que no vecinos. Vecinos tenemos. Marruecos y el Magreb son nuestros vecinos, y a la vista está que no son españoles ni nosotros marroquíes. También a la vista estará que, si Marruecos y el Magreb son vecinos, Cataluña y Aragón son algo más: son pueblos hermanos…
Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, ningún pueblo de España existe por sí mismo como raíz propia desvinculada del tronco común de lo español. No somos una comunidad de vecinos… Esto no es verdad. No hay distancias insalvables en nuestros distintos perfiles y personalidades colectivas como para considerarnos gentes extrañas.
Somos pueblos hermanos y, como tales, políticamente debemos actuar. Todo ello nos conduce en puridad a afirmar la existencia de un ámbito cultural español del cual participan los distintos pueblos y regiones de España, una dimensión identitaria española. Además, nos conduce a aspirar, más allá de desavenencias, desencuentros y rencores, a un proyecto político común para todas las gentes de España. A una España política que, unida en la diversidad y diversa en la unidad, de traducción política a nuestra hermandad antropológica, histórica y cultural.
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Castilla, en gran medida, capitaneó el proceso político de reunificación que supone el Medievo español tras la invasión islámica y la caída el reino godo de Toledo. Pero esa capitanía fue disputada por todos en algún momento del Medievo, ya sean Navarra, Aragón o Portugal, y todos ellos, al igual que Castilla, conforme al mismo ideal neogótico y la misma vocación de protagonismo e impronta en las distintas regiones de España. Castilla finalmente fue la que se impuso y el castellano ha terminado siendo, desde hace mucho tiempo, la lengua común de toda España. Esto sin detrimento de que existan otras lenguas españolas, como el catalán, el gallego o el vascuence, que, siendo españolas, no han tenido la repercusión del castellano. Esta preponderancia del castellano solo desde la ideología nacionalista puede usarse como arma arrojadiza, ya sea para laminar las otras lenguas de España, ya sea para hacer valer un independentismo antiespañol.
Por otro lado, este Medievo español nunca puede ser entendido si obviamos al reino godo de Toledo y su Regnum Hispaniae. Su reino de España, primera realidad política de una España unida que, como ideal de reino perdido, alimentará el discurso neogótico de todos los reinos cristianos surgidos en España tras la invasión musulmana. Reino y unidad perdidos que afirmará el propio Fernando el Católico al hablar de restauratio con la conquista de Granada y que afirmará el pueblo llano cuando, en sus romances sobre la invasión islámica, la llamen literalmente «la pérdida de España».
Españoles que como tales ya son señalados, en la Edad Media y en el mundo franco, los habitantes de la marca hispánica (ya sean aragoneses o catalanes), o donde Navarra y Aragón son señalados como reinos de España en los versos del Cantar de mio Cid. Del mismo modo, los conflictos entre foralismo y centralismo, entre federalismo medieval y austracista y centralismo borbónico, son conflictos no entre naciones, sino entre modelos administrativos fruto de diferentes filosofías políticas. No son conflictos identitarios y de nación a nación, sino que, para el caso concreto de la guerra de sucesión, suponen el enfrentamiento entre un modelo territorial de raíces medievales, y por tanto sesgos confederales, y un modelo centralista de raíces modernas e ilustradas. Modelo austracista y modelo borbónico que, en ningún caso, podrán suponer una lucha nacional de Cataluña contra España y que, por el contrario, es reflejo de las convulsiones que en toda Europa está produciendo el paso de la Europa tradicional a la Europa moderna. Conflicto que se prolonga durante el siglo XIX y al que también podrán adscribirse las guerras carlistas, enarboladas en no pocas ocasiones por el nacionalismo vasco como excusa justificadora de su discurso.
En este sentido, el largo, problemático y cruento proceso de cerca de tres siglos a través del cual España se va incorporando a la modernidad (proceso que casi nos atrevemos a decir que concluye con la muerte de Franco) no es escenario de luchas nacionales por la independencia, sino escenario de guerras civiles entre españoles. Guerras civiles que no son sino la parte española de la guerra civil europea que supuso el tránsito de los modelos tradicionales de raíces medievales a los modelos modernos enraizados en la Ilustración y la Reforma protestante. Solo la ideología nacionalista es la que, haciendo uso tergiversador e interesado de la historia, pretende que dicho proceso histórico sea reflejo de una lucha nacional por la independencia. Solo la ideología nacionalista considera que aquellos conflictos son albur de una lucha contra España y por la libertad.
Y es que, como hemos señalado anteriormente, nuestro problema no es con el hecho diferencial de unos u otros, sino con el discurso que el nacionalismo quiere hacer de dicho hecho diferencial aun a riesgo de manipular la historia. En este sentido, hay que insistir en que el problema que plantea el separatismo es en gran medida un falso problema, pues existe fundamentalmente porque hay nacionalistas. Y la razón de ser de los nacionalistas en primer lugar, e independientemente de todos lo demás, es crear su nación. Esto incluso a costa de falsear y retorcer la historia, falsear y retorcer las palabras y conceptos, exacerbar las identidades colectivas, enfrentarlas entre sí o dividir la sociedad.
Y claro está, desde 1978 el nacionalismo no habrá hecho sino avanzar paulatinamente hacia donde indefectiblemente su propia naturaleza lo tenía que conducir: la revuelta contra el Estado. Obviamente dicha revuelta se habrá visto precedida de la correspondiente demagogia y victimización en torno a ofensas y agravios a los que solo ya la independencia podría dar una respuesta digna… Y sin embargo, la verdad es que, si no existieran nacionalistas o, mejor aún, si la ideología nacionalista hubiera quedado desenmascarada, difícilmente se habría llegado al punto en el que ahora nos encontramos y los nacionalistas no dejarían de ser una opción minoritaria y marginal.
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Ahora, dicho todo esto, hay que hacerse cargo de que nos enfrentamos a generaciones perdidas a las que nada de lo que se pueda argumentar les va a hacer cambiar de opinión. Tenemos enfrente de nosotros a numerosísimas personas con las que difícilmente se puede argumentar de forma racional, pues han hecho una adhesión sentimental y casi religiosa a los dogmas del separatismo.
«Suras del separatismo» que repiten como consignas de una religión revelada en las que la posibilidad de diálogo argumental, objetivo y racional es apenas posible. Y aun siendo evidente que no estamos hablando ni de religión ni de sentimientos, la deriva dogmática y sentimental está tan presente en no pocos ámbitos del nacionalismo separatista que tenemos que hacernos cargo de que el diálogo será prácticamente imposible. Pues sin un basamento de objetividad y racionalidad el diálogo político no es tal. Del mismo modo, ya sea por el franquismo, ya sea por la Guerra Civil, ya sea por alguna otra razón de posible trasfondo psicológico, en esos mismos ámbitos del separatismo más acérrimo es fácilmente reconocible una profunda endofobia. Un odio a España y a lo español y a todo lo que pueda simbolizar la presencia y realidad de España que de nuevo nos retrata un perfil y discurso de difícil contraargumentación racional3. Pues lo que tenemos enfrente es una exacerbación sentimental y prejuiciosa en la que España es caricaturizada de manera denigrante a través de tópicos casposos que se enarbolan a modo de prueba fehaciente del carácter fracasado y rancio de una nación a la que no se pertenece y hay que dejar atrás.
De nuevo, frente a planteamientos como estos, poco o nada se puede hacer desde el diálogo. Y guste o no lo que estoy diciendo ahora, será una triste realidad el saber que, en muchas ocasiones, enfrente de nosotros y en este debate, tendremos personas con las que será dificilísimo conversar de acuerdo con un horizonte de objetividad. Ni que decir tiene que en dichas posturas habrá mucho de contraimagen del discurso análogo pero antitético, que durante años se mantuvo por parte de algunos sectores del franquismo. Resultará así paradójico pensar que los últimos coletazos del franquismo no están tanto entre los nostálgicos del 20N como entre quienes siguen luchando contra Franco cuarenta años después y desde el nacionalismo separatista…
Por otra parte, y quizá por el mismo motivo, la izquierda española no ha hecho sino ponerse de perfil con esta cuestión. Como acomplejada por la idea de España, ha transmitido en no pocas ocasiones la impresión de entender España más como un entramado jurídico que conforma un Estado que como una realidad cultural, histórica y antropológica que conforma una nación de la cual dicho Estado no es sino su plasmación política. Es sintomática la insistencia en no pocos sectores de la izquierda en hablar de Estado español para referirse a España, y poner entonces el acento de la realidad nacional no en España, sino en Cataluña, País Vasco, Galicia e incluso Castilla.
España no tendría así sustancialidad nacional, y sí la tendrían sus regiones, siendo entonces que el Estado central a la mínima resultará sospechoso de «españolismo», de «franquismo», de «centralismo», de «fascismo»… Hasta tal punto llegará este dislate que el ámbito de la cultura popular afectada de endofobia y en maridaje de nacionalismo separatista e izquierda irredenta, a la música hecha en España la llama «música estatal», « rock estatal» o « movida estatal». Negándose a decir que tal o cual banda de rock es una banda de rock español o de rock hecho en España…
En fin, otra muestra más de la dimensión casi patológica que alcanza el separatismo, así como del lenguaje cargado de sofismas con el que insistentemente se adultera el debate y confunden deliberadamente las cosas. Ni que decir tiene que la derecha tampoco habrá hecho mucho para corregir esta irregularidad de nuestro país y en ella los complejos también estarán presentes. España apenas es reconocida así desde la derecha como realidad identitaria , y su existencia y defensa se centrará en la Constitución, la marca España, los éxitos internacionales de los empresarios españoles y los éxitos deportivos cuando los hay.
Una España sin arraigo y sin apenas raíces en la historia que parecerá poder solo ofrecerse y defenderse desde el patriotismo constitucional, la obsesión por la estabilidad económica y el triunfo en las competiciones deportivas. Con un panorama tan enclenque, tan acomplejado, tan confuso respecto de qué cosa es España y quiénes somos y qué nos une, no nos debe extrañar la indiferencia con la que no pocos españoles viven estas cuestiones. Como si la identidad nacional común y su plasmación política en un Estado fuera cosa de segundo orden, en la que todos pecan de nacionalismo (tanto los separatistas como los que se oponen al separatismo), repitiéndose entonces el mantra de que el problema territorial es un problema de choque entre dos nacionalismos obcecados.
Siendo entonces la solución una suerte de relativización de lo nacional y un repliegue a las preocupaciones individuales del ámbito más puramente personal: nuestro trabajo, los ingresos, la nómina, la hipoteca… Obviamente, una sociedad en la que la cuestión identitaria es vivida de manera exacerbada desde el nacionalismo o vivida desde la más pura indiferencia individualista y el relativismo, es una sociedad con un problema grave de autoconsciencia y autoconocimiento. Con un problema de identidad.
En este orden de cosas, no estará de más que al patriotismo social , del que se hace gala en algunos ámbitos políticos (que con razón señala como enemigos de nuestro país a la corrupción, la desigualdad, el paro, la falta de oportunidades, la agresión al medioambiente o la falta de empatía y solidaridad para con los más desfavorecidos), se le una también un patriotismo identitario capaz de defender sin complejos la realidad de España.
Un patriotismo identitario que afirme nuestras raíces comunes como un valor y vector de fuerza y apoyo mutuo; y nuestra diversidad y nuestra unidad como realidades que nos constituyen y enriquecen, y que no deben ser manipuladas por ningún nacionalismo de un sesgo u otro.
Un patriotismo en el que la lucha contra el separatismo sea también un frente del patriotismo social, pues detrás de dicho separatismo hay casi siempre una renuncia a la fraternidad entre pueblos hermanos y una llamada a la insolidaridad. Por desgracia, no parece que entre los partidos que hacen bandera del patriotismo social la más mínima consciencia identitaria común tenga lugar; y compran la mercancía averiada y jerga falsaria de los separatistas, llamando «derecho a decidir» a lo que no es sino derecho de autodeterminación, defendiendo incluso referéndum vinculantes para regiones concretas de España. Como si la propia ejecución de dichos referéndum no supusiese ya una decisión unilateral de una parte respecto de un todo, que nos afecta y vincula a todos…
La ausencia de un sano patriotismo identitario común para todos, afirmado en la diversidad pero español y sin complejos, en unión con un imprescindible patriotismo social, capaz de señalar los desafueros de un sistema en el que el dinero pesa más que las personas, será una de las carencias más lacerantes del panorama político español.
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Tenemos así por delante una auténtica batalla cultural que trasciende el ámbito de la disputa política entre partidos; porque los complejos y las limitaciones de las respuestas al separatismo desde la derecha y la izquierda, unido a la vivencia fuertemente ideologizada y sentimentalmente victimizada, exacerbada y en ocasiones incluso fanatizada del nacionalismo separatista, ha provocado la hegemonía cultural de este último.
Una hegemonía en la que solo la adhesión a sus postulados o a la ambigüedad respecto de la realidad nacional española son tenidas por respetables, dejándose caer sobre cualquier otra opción un manto de sospecha de españolismo, fascismo o pensamiento reaccionario. Como si para el ámbito de la cuestión territorial solo en el nacionalismo separatista o en la relativización del valor de la unidad de España pudiera encontrarse una actitud de progreso y modernidad. Siendo la defensa de la unidad posible prueba de una mentalidad casposa, rancia y anticuada… Defensa en la que no pocos creadores de opinión en radio y televisión evitan entrar, aun no siendo ellos nacionalistas y por un prurito de progresía que podría ponerse en duda si frente a los separatistas no muestran paños calientes…
Hasta tal punto habrán llegado aquí los complejos que en España hemos tenido que aguantar cómo políticos de la más alta responsabilidad se manejaban con remilgos a la hora de reconocer la realidad nacional e histórica de España… Es así a nuestro entender que en esta batalla cultural habrá que dar el do de pecho , y esto independientemente de por dónde vaya a discurrir nuestra malhadada situación política o económica. Es decir, más allá de cómo se desarrolle el conflicto territorial en las disputas políticas entre partidos, es en el ámbito de la cultura donde tendremos que asentar en nosotros mismos y afirmar allá donde fuera necesario, y conforme a nuestra circunstancia personal, el convencimiento racional de que España existe y es una realidad histórica, étnico cultural y antropológica objetiva.
Que diversa y heterogénea es un conjunto de pueblos hermanos de raíces comunes que tienen más que ganar que perder en la constitución de un proyecto político común. Proyecto solidario, de esfuerzos, fatigas y alegrías compartidas, que, independientemente de su flexibilidad territorial, no puede quedar socavado en su unidad. Que ha llegado el momento de que, sin complejos ni veleidades nacionalistas, recuperemos una concienciación identitaria común respecto de nuestra condición de españoles . Españolidad que no será sino una rama más del gran árbol de la identidad europea.
Afirmando desde aquí un patriotismo social en el que ninguno de nosotros pueda quedar tirado en la cuneta sin mayor culpa que haber sido una persona humilde y honrada, pero en el que tampoco vayamos a aceptar que se levanten fronteras entre pueblos hermanos.
Una nueva España, regenerada y reubicada en su historia e identidad, reconciliada consigo misma, unida en la fuerza, diversa en la riqueza, solidaria y fraternal, que pueda ofrecerse a las generaciones que vienen como horizonte de esperanza y compromiso más allá del laberinto en el que las ideologías modernas y el nacionalismo fragmentario la han metido…
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1 Muy sintéticamente, pues no es este el libro para desarrollarlo, y tomando como referencia las ideas que al respecto ha indicado el estudioso de la Tradición Antonio Medrano, señalamos, aunque sea a pie de página, los puntos fundamentales de la doctrina tradicional o Tradición Sapiencial. La Tradición Sapiencial es la quintaesencia de la sabiduría universal. La «perla y el corazón» de toda tradición espiritual verdadera. Una sabiduría independiente al discurrir de la historia, los pueblos, las ideas o las religiones; que puede tener a todas estas instancias como canal de expresión, pero que no depende de ninguna de ellas para permanecer siempre perenne en su núcleo esencial. Más allá de toda visicitud y toda contingencia. Una Sophia Perennis o Sabiduría Eterna, actualizable para todo tiempo y lugar, más aún en los «días oscuros» del Kali Yuga, cuyo legado sigue con nosotros, y cuyo «centro» no es sino «nuestro propio centro»…
La Tradición Sapiencial es así una cosmovisión metafísica cuyo Principio Raíz es una Consciencia Suprema, sagrada, central e inmutable, de la cual emanan y se armonizan todas las cosas, de « lo más grande a lo más pequeño », y que, concretada en una sabiduría milenaria, contendrá una visión integral del universo y del hombre. Para todas sus dimensiones, aspectos, planos y niveles. Una visión totalizadora de la realidad, de « lo natural y lo sobrenatural », que, enraizada en «el principio del ser y de lo eterno », continuará en relación con el « devenir infinito del Universo», hasta alcanzar el «centro» mismo del alma humana. Alma que poseerá entonces «esencia divina» y potencialidad para despertar a dicha «consciencia suprema» y «hacerse Uno con ella».
Unidad más allá de toda «dualidad», «encarnación» o samsara. Siendo este, y no otro, el argumento principal de la vida humana y de la Tradición misma… Todo esto de acuerdo con la idea de Dharma u Orden Sagrado, y según la idea de Sadhana o concepción espiritual e «iniciática» del Hombre. Esto es, la vida humana como camino y disciplina de autoconocimiento y conquista interior. De «ética vertical» y Unidad con el Principio Supremo. De armonía con el Dharma y, a partir de aquí, de articulación jerárquica y orgánica de la personalidad y de la sociedad. Todo ello enmarcado en una visión cíclica de la historia, cuyo argumento principal no será sino la afirmación de dicho Arya Marga o camino de «autoconocimiento» y «Unidad» frente a las potencias de la ofuscación y la avidya o «ignorancia espiritual».
La «Tradición Eterna» se expresará a su vez y mayormente a través del lenguaje del símbolo y el mito, y conforme a las ideas de «Trascendencia inmanente» y «Primacía de lo Absoluto sobre lo relativo». «Primacía de lo real sobre lo ilusorio». «Superioridad de la esencia sobre la existencia». De lo «Numénico sobre lo fenoménico». De «lo importante sobre lo necesario». De lo «Cualitativo sobre lo cuantitativo»… Del «Despertar» sobre el vivir «dormidos»…
La cosmovisión tradicional será a su vez anterior y superior a las religiones propiamente dichas, y estas podrán ser expresión y vehículo de la Tradición, o no… La cosmovisión tradicional podrá darse así más allá de las formas religiosas, e incluso a la contra de formas nihilistas de religiosidad. Junto al propio Antonio Medrano, autores como René Guenon, Julius Evola o Frithjof Schuon serán testigos contemporáneos de la doctrina tradicional. Pero el depósito de la tradición y los maestros estarán en el Rig Veda, los Upanishads, la Bhagavad-Gita, Homero, Licurgo, Heráclito, Platón, los estoicos, el emperador Juliano, el Evangelio de san Juan, el simbolismo del hermetismo, el ciclo del Grial, Meister Eckhart, el Völuspá, el Lebor Gabála , el Tao Te King, el Bardo Thodol, el Bushido, Swami Muktananda, Swami Lakshmanjoo, Shiva y Shakti y el Tantra, Retógenes y los últimos héroes de Numancia, o el propio don Quijote derrotado, pidiendo la muerte en las playas de Barcelona, antes que negar a Dulcinea…
En definitiva, en la doctrina tradicional, se concentra y decanta la sabiduría espiritual y eterna sin la cual, todo lo demás al final, no servirá… Doctrina cuyos conceptos y términos serán el foco desde el que contemplaremos el lugar de España en el mundo, su recorrido histórico y su problemática actual. Planteando de qué manera en todo ello nos jugamos el conocimiento sobre nosotros mismos y, además, nuestro destino…
2 Señalamos aquí como el nacionalismo, junto al liberalismo y el socialismo, será una de las tres ideologías dominantes de la modernidad, y como las otras dos se basarán en la perversión de un principio previo: el liberalismo pervierte el principio de libertad individual, el socialismo pervierte el principio de comunidad, y el nacionalismo pervierte el principio de patria.
3 Aquí el caso del separatismo etarra habrá sido especialmente horroroso, con un fanatismo nacionalista que no ha puesto freno al odio y se ha entregado de manera obscena al asesinato, el secuestro y el crimen sin hacer examen de conciencia, y en permanente autojustificación demagógica a partir de todo tipo de excusas y en la más flagrante insolvencia ética y moral.
Análisis del mito y la trascendencia en la tradición europea frente al olvido del espíritu.
Como dice Joseph Campbell en "EL PODER DEL MITO": Los mitos son metáforas de la potencialidad espiritual del ser humano, y los mismos poderes que animan nuestra vida animan la vida del mundo.
El examen atento de mitos y leyendas, restos arqueológicos, literatura, paganismo y cristianismo y folclore ancestral, nos permite descifrar el inmenso legado que encierra la tradición y su enorme importancia para la sociedad. El mundo de la tradición contempla así el universo como la manifestación de algo superior y trascendente. La Modernidad, por el contrario, desecha de plano dicha posibilidad, o bien la considera una baratija irrelevante, arcaica. A lo largo de esta obra, Gonzalo Rodríguez persigue desenmascarar el nihilismo que impregna y sostiene al mundo moderno, para plantear frente a este la vigencia —puesta al día— de los principios y valores que abarca la tradición. Una tradición que, más allá del materialismo y decadencia de la Modernidad, debe ser el norte, sentido y horizonte último del ser humano.
Con el fin de ponderar y preservar el ingente caudal de los valores tradicionales, El poder del mito convierte en protagonistas a los mitos y leyendas relatados a lo largo de los tiempos. Un estudio del fenómeno del neopaganismo a través del redescubrimiento de la literatura medieval española, los distintos relatos, narraciones y episodios de la antigua Europa, e incluso célebres creaciones literarias contemporáneas, como es el caso de la Tierra Media de Tolkien, donde se recogen las claves para la renovación de la tradición. Un retorno del mito y la leyenda que traería consigo un cambio de fase histórica y que pondría fin a los paradigmas modernos, alentando un nuevo ciclo tradicional para Europa y Occidente.
INTRODUCCIÓN
TRADICIÓN, PAGANISMO,
CRISTIANISMO Y MODERNIDAD
El proceso histórico y antropológico de Europa no siempre es contemplado en lo que para nosotros sería su sentido más profundo; esto es, el proceso a través del cual se habrá pasado de la tradición a la modernidad. Tradición y modernidad que hay que entender no en el sentido coloquial referido a las costumbres, el folclore o el desarrollo tecnológico y científico. Sino en el sentido «espiritual» y filosófico. Con esto queremos decir que «tradición» hará referencia a la concepción del hombre y el mundo que señala para estos una esencia, origen y destino de carácter trascendente y metafísico.
«Modernidad» por el contrario hará referencia a una concepción del hombre y el mundo para la que dicha dimensión trascendente y metafísica se obvia, se deja a un lado o directamente se niega.
El mundo de la tradición contempla así el universo como una manifestación de un algo superior y trascendente. Un «algo» de orden sobrenatural, en el sentido de por encima del orden natural de las cosas y fuente a su vez de este. La modernidad por el contra rio esta posibilidad no la contempla, la considera irrelevante o irresoluble, o directamente como hemos dicho antes, la niega.
El paso de una concepción a otra supone un cambio de paradigma radical, un cambio no ya en el tipo de sociedad o progreso material y técnico, sino en el tipo mismo de hombre. Un tipo humano, el moderno, que, de espaldas a dicho sentido de la tradición referido a la trascendencia, resultará una verdadera novedad en la historia de la humanidad. Pues hasta hace escasos tres siglos (que es cuando se ha establecido la definitiva hegemonía de la modernidad), ese tipo de humanidad plenamente materialista y secularizada directamente no existía...
La modernidad supone así la llegada de un tipo de hombre y sociedad que no había existido antes, y que construido de espaldas a las ideas de trascendencia, esencia, metafísica o sobrena turalidad, no será ya una continuación de los siglos anteriores, sino una antítesis de estos. Una antítesis del mundo de la tradición. Antítesis que se considera a sí misma en marcha hacia un progreso constante que se plantea abierto e indefinido, y en el que los «restos» de las concepciones tradicionales del mundo, están llamados a desaparecer, o a simplemente integrarse como otro elemento más del paradigma general de la modernidad. Ya sea como un exotismo de épocas pasadas que hoy día hace parte de las fiestas populares, ya sea como meras opciones personales dentro del amplio abanico de «libertades» y «ofertas» que ofrece la modernidad; pero nunca como algo llamado a condicionar a esta. La mera posibilidad de que dicho condicionamiento se pueda dar será considerada por la modernidad, como cosa subversiva y reaccionaria. Un sabotaje a los pilares del «buen funcionamiento» del mundo moderno, el cual no debe ser ni condicionado ni orientado por ningún horizonte o principio de trascendencia.
A esta situación de facto que es la que a día de hoy vivimos, se habrá llegado a lo largo de un proceso de siglos y mediante sucesivas controversias, luchas y dialécticas, a veces trasversales e indirectas y en ocasiones frontales e incluso cruentas, en torno al sentido espiritual de las cosas, la vida después de la muerte, la idea de lo sagrado y lo divino, la presencia de la trascendencia en la inmanencia, y sobre todo, la manera y posibilidades de acercarnos y «despertar» a dicha trascendencia.
Estas luchas y controversias se habrán desarrollado en lo que va del polo teórico de la tradición al polo teórico de la modernidad, a lo largo de los ciclos históricos de la Europa pagana primero, y de la Europa cristiana después. Siendo tras esta que dicha modernidad definitivamente se impondrá y tomará cuerpo en Europa.
Es decir, que tanto durante el ciclo tradicional pagano, como durante el ciclo tradicional cristiano, el polo teórico de la modernidad irá manifestándose a través de diversas dialécticas antitradicionales (muchas veces conformadas como formas alicaídas o degeneradas de «tradición»), hasta finalmente propiciar que las concreciones históricas del polo teórico de la tradición (ya sean estas paganas o cristianas) queden atrás, imponiéndose entonces la modernidad. La cual a partir de ese momento no será ya un polo teórico en liza con la Europa tradicional, sino un modelo de civilización en marcha que ha conseguido imponerse y hacer suyo el discurrir histórico. Una civilización y tipo de hombre que rompe así con siglos de tradición e inaugura un nuevo tiempo. Tiempo que no por casualidad el pensar tradicional habrá considerado siempre entrada al Kali Yuga o Edad Oscura. Siendo entonces que en gran medida el «sentido último» de la historia humana para el pensar tradicional no habrá sido otro que la lucha entre tradición y modernidad. O dicho más dramáticamente, entre la «Luz y las tinieblas»...
Obviamente no estará de más señalar aquí cómo desde la perspectiva moderna, dicha oscuridad y alienación estarán precisamente del otro lado, del de la tradición. Siendo entonces que los «portadores de la luz» serán precisamente «los modernos».
Recordemos así el Siglo de las Luces y la Ilustración, sin el cual no se puede entender la modernidad contemporánea.
En todo caso, y en lo que a nosotros nos interesa en esta introducción, dicho proceso de llegada de la modernidad y fin de la Europa tradicional, tanto en lo que respecta a la tradición pagana como a la tradición cristiana, será el rasgo fundamental y característico de nuestro tiempo. Rasgo sin el cual no se puede entender realment e nuestra época. Siendo entonces que, desde este punto, se abordará la posibilidad de avizorar y valorar un posible «regreso de la tradición». Que es de lo que, al fin y al cabo, trata este libro...
Pero antes de llegar ahí, tengamos muy presente que tanto el ciclo tradicional pagano como el ciclo tradicional cristiano habrán tenido que sobreponerse a diversos envites antitradicionales y aun sucediéndose el uno al otro en un marco de enfrentamiento y competencia, el verdadero «enemigo» de ambos no habrá sido otro que el propio pensar moderno. El cual, manifestándose una y otra vez en el seno tanto del paganismo como del cristianismo, habrá conseguido finalmen te dinamitar a ambos al generar una Europa plenamente moderna y antitradicional. Plenamente antimetafísica.
Este proceso habrá cursado mayormente, no tanto a través de negaciones del plano trascendente y metafísico, como a través de negaciones a la posibilidad de que, de dicho plano, pueda darse cuenta por parte del hombre. Ya sea con las obras, ya sea con el entendimiento. Así, allá donde se haya ido dando una progresiva pero metód ica y sostenida negación a toda «gnosis», más tarde o más temprano, se habrá abocado al hombre y respecto de la trascendencia, a la mera fe.
La «sola fe» obviamente y sin embargo no habrá bastado, y tras conatos de rigorismo religioso propios de sistemas meramente fideístas, Europa habrá ido derivando paulatinamente hacia una perspectiva puramente materialista levantada de espaldas a toda idea de trascendencia. Perspectiva para la cual, y cómo hemos señalado antes, se entenderá que la dimensión trascendente y metafísica será cosa o que no merece la pena ni discutir ni contemplar, o que, directamente, se debe negar o replegar al ámbito de lo más estrictamente subjetivo y personal.
Evidentemente eso es ya la hegemonía de la modernidad ...
Esta negación de la «gnosis», esta deriva hacia la «sola fe», esta negación de una «trascendencia inmanente» a la que el sujeto y por medio de la «iniciación» tiene acceso o «despertar», habrá sido con diferencia el «caballo de Troya)» a través del cual la modernidad, aún con vestiduras religiosas, se habrá colado en el cuerpo de la Europa tradicional. No hay así salida de la tradición y entrada en la modernidad sin que previamente se dé esta negación de la «gnosis». Sin que previamente se plantee lo inútil o espurio de toda metafísica, especulativa o práctica, y «frente a Dios», se establezca únicamente el camino de la «creencia» y la fe. Lo que no es sino la negación del «esoterismo»1...
De san Agustín a Guillermo de Ockham, y de este a Lutero y Calvino, ese habrá sido el camino a través del cual la tradición en Europa habrá quedado descoyuntada de sus más altas raíces, abocándose entonces a un mero fideísmo cuya parada final, y paradójicamente, no habrá sido otra que el materialismo moderno y su civilización antimetafísica.
Pensemos así en las controversias dentro del ámbito católico y desde tiempos de san Agustín, sobre el papel imprescindible o no de la «Gracia Divina» en la Salvación. O en la cuestión de la «Gracia Suficiente» y la «salvación por las obras», defendida por los jesuitas españoles durante el Siglo de Oro, frente al fideísmo protestante y el integrismo islámico. No es cuestión así de entrar aquí en una digresión teológica más o menos erudita, pero no se puede dejar de subrayar que la caída de Occidente en la modernidad no es tanto fruto de la negación de la trascendencia como de la negación de que de esta pueda darse cuenta por parte del ser humano. No estando de más señalar cómo esa misma negación, y en el ámbito del mundo islámico, no habrá generado una deriva materialista y antimetafísica al modo del Occidente moderno, sino un rigorismo religioso en el que frente a dicha trascendencia «infinitamente lejana e inalcanzable», solo quedará la «Sumisión» a la palabra revelada2...
Debemos entender de este modo que tanto el ciclo tradicional pagano como el ciclo tradicional cristiano han sido en Europa y más allá de su enfrentamiento, y competencia, distintos episodios de un mismo ciclo de pensar premoderno y tradicional. Un mismo ciclo que a lo largo de los siglos habrá enfrentado en su seno brotes de pensar moderno que finalmente, y a partir de un determinado punto, habrán logrado imponerse. Especialmente tras el conflicto de las investiduras entre el papa y el emperador, y sobre todo, a partir del protestantismo, cuya negación de toda «Gracia», de toda «chispa divina» en el alma humana, habrá propiciado que la subversión moderna haya terminado por hacerse con las riendas de Europa.
Durante este largo proceso de salida de la tradición y entrada en la modernidad, hay que resaltar que distintos elementos del paganismo se filtrarán y pervivirán en el ciclo tradicional cristiano, del mismo modo que el ciclo tradicional cristiano, rectificará y enderezará derivas protomodernas generadas durante la Antigüedad. Rectificaciones que, sin embargo y más adelante, el propio ciclo cristiano dejará atrás dando lugar a derivas aún más subversivas que las anteriores. Ya lo hemos señalado antes: el conflicto en el seno de la civilización medieval entre el emperador y el papa por el Dominium mundí, la antimetafísica «navaja de Ockham», o por supuesto, la subversión fideísta del protestantismo.
En cualquier caso, ambos ciclos, uno y otro, habrán sufrido tanto la amenaza de una deriva moderna que finalmente consiguió imponerse, como gozado de una participación, más o menos realizada, del ser y pesar tradicional en su sentido eminente. Es decir, superior, metafísico, iniciá tico, perenne y suprarreligioso. Es decir, de la «Tradición» con mayúsculas, de la «tradición eterna».
Esta «tradición primordial» sería la verdadera fuente de toda tradición histórica y contingente, sea esta pagana o cristiana, y funcionaría como norte, esencia y cauce de toda verdad, solidez y coherencia que pueda encontrarse en las trad iciones históricas propiamente dichas. Funcionando así como vórtice superior y anterior a toda concreción del pensar tradicional, ya sea en el paganismo, ya sea en el cristianismo. Molde «platónico» de toda tradición verdadera, nous y ontología de estas, principio y vía que toda tradición histórica debe desarrollar para ser verdaderamente tal. «Vertical» del espíritu en la «horizontal» de la materia que, con mayor o menor plenitud, los «hombres de la tradición» están llamados a encarnar...
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Llegado este pun to de nuestra exposición, tras haber señalado sintéticamente el trasfondo del proceso histórico de Europa, el paso de la tradición a la modernidad, el significado espiritual de esto y la caída previa en el fideísmo, sin la cual la modernidad no podría haber arribado, ahora sí podemos entrar en el fundamento de este libro. En lo que hemos llamado «El retorno del Mito y la Leyenda», el «regreso» de la tradición.
La idea es que el mundo moderno genera ya y de manera evidente hombres y mujeres descontentos que, con conciencia de ello o no, están buscando «una salida». También «un regreso». Unas raíces, un horizonte y un sentido. El nihilismo moderno, sea cual sea la forma en la que se manifieste y compense su vacío, no llega a convencer ni satisfacer a muchos que se ven a sí mismos como «extranjeros» de su propia época. Es entonces que surgen, y quizás mayormente de manera inconsciente, «búsquedas de tradición»; regresos trasversales e indirectos al imaginario de la tradición, reencuentros con la tradición a través de antiguas mitologías, cantares, leyendas o episodios históricos de especial significado, intentos de actualización del pensar y sentir religioso «originario», anhelo de una vivencia «épica y mágica» del mundo, también de una identidad profunda que se remonte en el tiempo y evoque un algo ancestral. Búsquedas en definitiva espirituales muchas veces a ciegas y no siempre comprendidas por los mismos que las emprenden, detrás de las cuales lo que subyace son las ideas de «esencia» y de «gnosis»3. Ideas que son el eje vertebrador del ser y vivir de la tradición.
En orden a aclarar estas búsquedas, dar conciencia de ellas y norte y sentido a las mismas, se escribe este libro. Que a modo de brújula pretenderá a través del estudio del fenómeno del neopaganismo, a través del redescubri miento de la literatura medieval española, a través de distintos mitos, leyendas y episodios de la antigua Europa, a través de creaciones literarias contemporáneas como pueda ser la Tierra Media de Tolkien, a través de todo ello, mostrar claves para la actualización del hombre de la tradición.
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Tendremos así un primer capítulo donde tratamos el tema del celtismo contemporáneo, ubicándolo en el marco general de los movimientos neopaganos e identitarios de nuestro tiempo. Viendo a la luz de la tradición qué puede ser rescatado y puesto en valor de todo ello.
En el segundo capítulo, nos acercamos a la literatura medieval española. Al Cantar de mio Cid, el Poema de femán González, las Mocedades de don Rodrigo, el romancero viejo... Buscando en estas obras pistas del vivir épico y mágico del mundo propio de la tradición. También las claves identitarias españolas y europeas que la propia literatura medieval nos brinda.
En el tercer capítulo, a través de distintos mitos, episodios históricos, tradiciones y leyendas populares, o restos arqueológicos, buscamos lecciones espirituales y enseñanzas del mundo de la tradición, especialmente en lo que respecta a afrontar las subversiones del mundo moderno.
En el cuarto capítulo nos acercamos a la obra de Tolkien y su Tierra Media, encontrando cómo en plena época contemporánea una obra literaria puede ser tan radicalmente antimoderna como aleccionadora. Dándonos claves fundamentales del sentido de la vida para el hombre de la tradición.
Finalmente, terminaremos con un apartado de conclusiones en el que trataremos de sintetizar todo lo dicho, señalando principios básicosdel «retorno del espíritu», aun a pesar del Kali Yuga...
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El regreso de la tradición, el «retomo del mito y la leyenda», del pensar épico y mágico del mundo, del anhelo de identidad, pero también de «gnosis», de sabiduría, de esencia presente, de honor, fuerza, sentido, trascendencia, verdad y libertad ..., todo ello configura una corriente subterránea que discurre por ahora en los márgenes del mundo moderno y que sin embargo tiene como vocación última desbancar a este y desbaratarlo. Dando lugar a un renovado ciclo tradicional de alta espiritualidad. Un cambio de fase histórica que pondría fin a los paradigmas modernos y traería un nuevo ciclo tradicional para Europa y Occidente. Humildemente, y para dicho frente de «guerra», se ha escrito este libro...
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1 El mundo de la tradición, entendido este en su sentido más perenne, siempre reconoció la fe como una vía fundamental de acercamiento a la trascendencia. Pensemos aquí en la «tradición aria» y en el diálogo de Krishna y Arjuna en la Gita. Donde se señala junto a la vía del conocimiento Jñana yoga y la vía de la acción o Karma yoga, la vía de la devoción o Bhakti yoga. Esta devoción estaría as( reconocida en la tradición sapiencial como una fuente y vía fundamental de acercanúento y vivencia de la trascendencia. En este sentido, la cuestión aquí no es ni mucho menos negar el papel de la fe y la devoción en el mundo de la tradición. Cosa que sería radicalmente errónea. Sino subrayar cómo la negación desde dicha fe de cualquier otra posibilidad conduce ya a un menoscabo de la tradición y prepara el terreno a la subversión moderna.
2 Hay que señalar aquí que el arrobo místico, fruto de la fe exaltada, no podrá considerarse «gnosis». Sino experiencia de «lo divino» (cuando realmente sea así) acontecida en el estrato infrarracional, emotivo, subjetivo y pasional del sujeto. Carente así de la lucidez, claridad, conciencia, objetividad y señorío de sí propios de la «gnosis». Lo «iniciático» y lo «místico» no serían de esta manera la misma cosa, y en lo segundo, la «experiencia» de lo trascendente, si es que realmente se da, no dejaría de sér una experenciá subjétiva y sentimental azuzada por una ferviente devoción.
Esto no quita para que en todo caso dicha mística sea fuente de una literatura espiritual de altísimo nivel y se encuadre en las formas superiores de espi ritualidad devocional. La cual, como hemos señalado en la anterior nota a pie de página, tiene su lugar y relevancia en el mundo de la tradición. Es el Bhakti yoga de la «tradición aria» que hemos señalado anteriormente. El problema estaría cuando dicha devoción religiosa no contempla, niega o condiciona uni lateral mente a sí misma, cualquier otra forma de aproximación a la trascendencia. Ya sea por el conocimiento (Jñana yoga) ya sea por las obras (Karma yoga). Es en ese caso cuando dicha unilateralidad capa el potencial espiritual del sujeto y lo aboca a rigorismos fideíslas propios del puritanismo (pensemos aqu{ en el islamismo o el calvinismo), o directamente lo «expulsa» de la espiritualidad y conduce al mero vivir materialista propio de la modernidad.
3 Decimos «gnosis» en el sentido no solo de una esencia trascendente y sobrenatural en el
alma humana, sino también de la posibilidad de despertar a ella, hacerla nuestra y encarnarla. Todo ello conforme a una esforzada vía «iniciática». Siendo este esfuerzo y lucha, la «guerra santa» del hombre de la tradición.
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EL IDEAL CABALLERESCO MEDIEVAL
Y LA REINA ISABEL LA CATÓLICA
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