Vivir iluminados por la luz de la conciencia:
Tomás Moro, el «Sócrates cristiano»
Hablando de conciencia hoy, en un momento en que nuestra sociedad parece subyugada por la tiranía de los "derechos individuales" y el principio de "autodeterminación" es muy urgente y vital para la supervivencia espiritual de la sociedad occidental.
[Con motivo de la publicación en español de Tomás Moro. La luz de la conciencia, publicamos una presentación del libro por parte de su propio autor, Miguel Cuartero Samperi].
El académico italiano Miguel Cuartero nos regala un libro deslumbrante, impregnado tanto de esa lucidez que está reservada a los filósofos como de esa sencillez tan propia de quien prefiere la divulgación al esoterismo. Un libro que, por otra parte, es mucho más de lo que parece: no se trata de una simple biografía de Tomás Moro –uno de los mártires más famosos–, sino también de un tratado filosófico sobre la naturaleza y las exigencias de la conciencia. En cierto modo, el propio Tomás Moro invitaba al autor a producir este bellísimo híbrido. Y es que su vida, como la de Sócrates o la de Antígona, estuvo marcada por una continua sumisión a la conciencia, esa voz interior como de origen divino que, debidamente formada, nos conmina a hacer el bien y evitar el mal, a elegir la virtud y rehuir del vicio. De hecho, en la hora más oscura de su existencia, cuando tuvo que elegir entre la obediencia a un soberano enceguecido por la avidez de poder y la lealtad al Dios que amaba, entre la ley humana y la ley divina, Moro obró como siempre había obrado. Aun sabiendo que al hacerlo firmaba su propia condena de muerte, siguió los dictados de esa voz que se alzaba límpida desde las profundidades de su ser para advertirle de una verdad tan rotunda como incómoda: que más vale perder la vida que cometer una injusticia para preservarla.
Mártir de la conciencia, Tomás Moro manifiesta de manera particularmente adecuada para nuestra época, tan reacia a cualquier compromiso, el sentido de la justicia y la fecundidad política, el sentido de la Tradición, de las costumbres y la moral.
Tomás Moro, santo y mártir inglés nacido en 1478 y fallecido el 6 de julio de 1517, es recordado universalmente por dos razones: por ser el autor de Utopía, una célebre novela de filosofía política que se ha convertido en un best-seller de la literatura occidental, y por la crónica de su muerte por mano del rey Enrique VIII.
"No es tan importante como lo será dentro de cien años"
Pero Tomás Moro merece ser conocido y recordado por muchas otras razones. No por casualidad ha sido definido por su amigo Erasmo de Róterdam un «Hombre para todas las horas» (en latín: Omnium Horarum Homo).
No por casualidad su compatriota G.K. Chesterton lo consideró «el más grande de los ingleses que actuaron en la historia» (The Fame of blessed Thomas More, 1930); el mismo Chesterton que se refirió a él como «un diamante que un tirano tiró a la zanja porque no pudo romper» (Por qué soy católico) y que profetizó hace casi cien años: «El Beato Tomás Moro es más importante en este momento que en cualquier otro desde su muerte, más aún quizás que en el gran momento de su muerte; pero no es tan importante como lo será dentro de cien años».
Profundizar el conocimiento de la vida y de las obras de este santo inglés nos ayuda a comprender mejor el porqué este hombre ha fascinado a generaciones de cristianos, filósofos, políticos, de hombres de buena voluntad y... de Papas.
El santo del buen humor
Moro fue canonizado por Pío XI en 1935; Juan Pablo II, en el año jubilar del año 2000, lo declaró oficialmente Patrono de los gobernantes y los políticos, enfatizando cómo de su vida brota «un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia».
Benedicto XVI lo llamó «testigo británico de la conciencia» al igual del cardenal John Henry Newman y, en su viaje a Gran Bretaña en 2010, hablando ante las autoridades civiles de la nación, recordó aquel «gran erudito inglés y hombre de Estado, quien es admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un “buen servidor”, pues eligió servir primero a Dios».
El Papa Francisco citó varias ocasiones a Tomás Moro, destacando de manera particular el aspecto de la alegría y del buen humor que caracterizó el carácter del santo inglés, tanto así que se le señala como “el santo del buen humor”. En la Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate, Francisco afirma que «ordinariamente la alegría cristiana está acompañada del sentido del humor, tan destacado, por ejemplo, en Santo Tomás Moro...» (n. 126).
Extremadamente fiel a la Tradición
Pero, ¿quién fue realmente Thomas More y por qué vale la pena recordarlo hoy y celebrar su figura, tan actual y necesaria en nuestro siglo lleno de contradicciones e incertidumbres? Imposible decirlo en pocas palabras. Tomás Moro fue un cristiano fiel, un hijo agradecido, un esposo amoroso, un padre cariñoso, un erudito sediento de Verdad, un juez atento a los más pobres y necesitados de justicia, un gran polemista, un filósofo exquisitamente renacentista, un apasionado amante de las letras clásicas, un teólogo abierto a las novedades pero extremadamente fiel a la tradición, un apologista y defensor de la doctrina católica, un educador apasionado y vanguardista, un súbdito honrado, un ciudadano ejemplar... un cuidadoso oyente y ejecutor de los dictados de su conciencia.
Todo esto y mucho más fue Tomás Moro, quien a menudo se ve perjudicado por reducir su fructífera experiencia a la publicación de Utopía y a su decapitación en el patíbulo.
Un libro sobre aspectos que suelen descuidarse
En el reciente libro Tomás Moro. La luz de la conciencia (con introducción del cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino) se habla de la vida de Moro siguiendo el hilo rojo de la primacía de la conciencia.
El resultado es una biografía intelectual del mártir inglés que toma en cuenta todos los aspectos de su vida, desde los años de su educación hasta su muerte y su herencia intelectual, que no siempre se ha reconocido adecuadamente y con demasiada frecuencia ha sido instrumentalizada por quienes hicieron de él un defensor de los derechos individuales, un revolucionario anti-sistema y un precursor del comunismo (tanto así que, en 1918, Lenin grabó su nombre en un obelisco cerca del Kremlin, en los Jardines de Alexander, junto con los nombres de otros dieciocho pensadores distinguidos, precursores ideales del comunismo soviético).
El propósito del libro, como se explica en la introducción, es «recorrer las etapas de la vida de Moro siguiendo este “hilo rojo” de la centralidad de la conciencia. En todas las opciones que tuvo que enfrentar, no solo en el momento de su proceso en el que la cuestión surgió de manera especialmente significativa, el humanista inglés escuchó su conciencia, el lugar donde se revela la voz de Dios que guía al hombre y lo ayuda a elegir el bien y a rechazar el mal».
La Cartuja y la formación de la conciencia
Se presta especial atención a un período de la vida de Moro poco conocido y poco abordado por los biógrafos, los tres años que Moro pasó en la Cartuja de Londres, años dedicados al estudio y a la oración. ¿Una estancia como invitado o un tiempo para poner a prueba la vocación antes de emprender el camino matrimonial? Aquí también se destaca el papel fundamental que desempeña la conciencia: en el discernimiento vocacional, en la elección del estado de vida, en la decisión tomada de acuerdo con la voluntad de Dios para su propia vida y no de acuerdo con las inclinaciones, los sueños o los planes personales y familiares para el futuro.
El llamado a una necesaria formación de la conciencia es inevitable: una formación a la que Tomás Moro dedicó toda su vida. El libro aborda las etapas fundamentales de la formación de Thomas More, «una formación intelectual y espiritual que, bajo la guía de las leyes y de la profunda fe que lo caracterizó, lo preparó para enfrentar las elecciones de la vida y ofrecer su propia existencia a favor de la verdad».
El Sócrates cristiano
Pero si al político inglés a menudo se le recuerda exclusivamente como un santo (debido a su martirio) o como un buen hombre de letras (debido al libro Utopía), este libro intenta enfatizar que Tomás Moro fue ante todo un filósofo. Por eso, los dos primeros capítulos están dedicados a un intento de confrontación entre Moro y Sócrates, considerado el padre de la filosofía occidental.
Un ejercicio legítimo si consideramos que, inmediatamente después de la muerte de Tomás Moro, muchos comentaristas leyeron en su historia un vínculo claro con la existencia del filósofo griego, tanto que consideraron a Moro un “nuevo Sócrates” o un “Sócrates cristiano”. La yuxtaposición aparece por primera vez en una carta que el humanista Goclenio escribió a Erasmo el 10 de agosto de 1535, un mes después de la muerte de Moro, probablemente cuando su cabeza todavía estaba expuesta al público en el Puente de Londres.
Dos años después de su sentencia de muerte, el biógrafo Nicholas Harpsfield (1519-1575), en su Vida y muerte de Thomas More, se refirió claramente al filósofo inglés como “nuestro nuevo Sócrates cristiano”.
Será sorprendente descubrir paso a paso cómo se puede poner en paralelo la vida del filósofo ateniense y del humanista inglés para resaltar numerosos puntos de contacto. Era necesario que esta identificación espontánea entre Moro y Sócrates se profundizara y desarrollara adecuadamente para hacer justicia a la figura y al pensamiento de un filósofo que, aunque excluido de los manuales de filosofía, contribuirá decisivamente a la reflexión sobre el papel de la conciencia frente al poder y las relaciones entre la ley, la fe personal y la conciencia moral.
Una vida como ejemplo
«Parte de este redescubrimiento de Tomás Moro es una seria revalorización del filósofo en el sentido más amplio de la palabra: filósofo de la conciencia, amante de la sabiduría, buscador de la verdad, defensor de la justicia, educador de los jóvenes, filósofo del Renacimiento, anclado en la tradición, pero al mismo tiempo un gran innovador, un teólogo católico de gran profundidad, un servidor del Rey pero, sobre todo, de Dios».
Tomás Moro fue un completo filósofo que no tiene nada que envidiarle a los filósofos profesionales que vivieron en su generación. Sus obras abarcan diferentes temas: literatura, poesía, moral, política, filología, filosofía, teología y espiritualidad. Todo lo que no escribió en los libros, lo puso en práctica con el ejemplo de su vida. Fue filósofo de la conciencia, porque fue en nombre de la conciencia que se negó a salvarse firmando los decretos impuestos por el Parlamento (Ley de Sucesión y Acta de Supremacía), pero sobre todo porque cada paso importante de su vida fue iluminado por la luz de la conciencia.
Conciencia, pero no autodeterminación
Hablar de la conciencia hoy, en un momento en que nuestra sociedad parece estar sometida por la tiranía de los “derechos individuales” y el principio de “autodeterminación”, es de lo más urgente y vital para la supervivencia espiritual de la sociedad occidental. Significa hablar de libertad, pero también, y sobre todo, de una verdad a la que adherirse, de una vocación que seguir y de un proyecto que realizar. Sin embargo hoy en día estos conceptos son a menudo tergiversados y confundidos, “licuados”, se hacen maleables y se moldean de acuerdo con las necesidades o situaciones.
Por lo tanto, es muy necesario especificar qué entendemos por conciencia y qué representa la conciencia para Tomás Moro: no el termómetro variable de opiniones subjetivas, gustos y deseos personales, sino el lugar de encuentro entre Dios y el hombre. O, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (que cita la constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II): «El núcleo más secreto y el santuario del hombre, donde se encuentra solo con Dios, cuya voz resuena en su propia intimidad» (CCC 1776; GS 16 ).
La luz de la conciencia es esa chispa capaz de iluminar el camino y guiar los pasos de cada hombre en el camino de la verdad y de la plena felicidad, es decir la meta que representa el proyecto final de Dios para cada uno de nosotros.
«La verdad se revela solo al precio del sacrificio
de quienes la defienden» John Henry Newman
«El silencio de la conciencia puede convertirse
en una enfermedad mortal para toda una civilización» Benedicto XVI
A mi amigo James Arosemena Batista
que sirvió a la Verdad que ahora contempla.
Al papa Benedicto XVI que ha «examinado
repetidamente» su conciencia ante Dios.
PRÓLOGO
Doy gracias al autor por haberme enviado amablemente su obra Tomás Moro. La luz de la conciencia. Al presentar este ensayo deseo, ante todo, felicitar su elección de estudiar la figura de un cristiano laico que en su tiempo ocupó cargos de enorme responsabilidad y los vivió a la luz de su fe en Cristo y en la Iglesia. El ejemplo de Tomás Moro nos sugiere que ningún ambiente está excluido de la presencia de Cristo y que estamos llamados a transformar el inundo a través de la fe. También la política es un lugar privilegiado para este testimonio.
A este respecto me gusta recordar el Concilio Vaticano II, que puso un gran énfasis en el papel de los laicos, los cuales pueden ser testigos de Cristo en el inundo. Ton1ás Moro fue un gran ejemplo para muchos otros a lo largo de la historia de la Iglesia. Hay que decir que esta tarea peculiarmente laica! debe encontrar, también hoy, una expresión adecuada. La Iglesia no puede desarrollar plenamente su misión, que es también la de iluminar el mundo a través de la fe, sin la contribución fundamental de laicos debidamente formados y motivados.
Un segundo aspecto que me gustaría resaltar es la elección del tema de la conciencia. Demasiado a menudo una mentalidad individualista empuja a pensar que la conciencia se identifica con las convicciones del yo. Y son pocas las ocasiones en las que recordamos que la conciencia es, ante todo, un lugar de escucha. Para Tomás Moro esta escucha significó sacrificar su yo, su posición de poder, su vida y, diría también, la de su familia, para ser fiel a la verdad que Dios le manifestó. La raíz de su martirio es la fidelidad a la conciencia, en la que reconoció la voz de Dios. Por esto es santo.
Santo Tomás Moro es un maravilloso don de la Providencia a los responsables políticos y a toda la humanidad. Recuerda constantemente a todo hombre digno de este nombre que debe seguir siendo verdadero, honesto, fiel a Dios y al discernimiento íntimo de la propia conciencia.
Es lo que san Juan Pablo II quiso recordar al mundo cuando, hablando de santo Tomás Moro, declaró: «De la vida y del martirio de santo Tomás Moro brota un mensaje que a través de los siglos habla a los hombres de todos los tiempos de la inalienable dignidad de la conciencia, la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, "es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntímo de ella" (Gaudiurn et spes, 16). Cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad, entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el derramamiento de su sangre, de la primacía de la verdad sobre el poder, santo Tomás Moro es venerado como ejemplo imperecedero de coherencia moral».
La conciencia no es solo el sentimiento individual inmediato, sino más bien una determinación íntima y fuerte a la que no podemos llegar si no es gracias a un largo trabajo de oración, de profundización, de reflexión y de búsqueda interior.
Mártir de la conciencia, Tomás Moro manifiesta de manera particularmente adecuada para nuestra época, tan reacia a cualquier conformismo, el sentido de la justicia y la fecundidad política, el sentido de la Tradición, de las costumbres y la moral.
Ojalá Tomás Moro pueda de verdad enseñar también al hombre de hoy a abrirse a esta voz de la verdad divina, porque solo esto permite al hombre respetar profundamente a su prójimo. Tomás Moro se convirtió en víctima del poder que aplasta a los débiles porque su conciencia le habló de la voluntad de Dios, que es voluntad de bien, nunca de mal.
Felicito al autor por esta importante obra y deseo que pueda ser motivo de reflexión y de profundización para sus lectores.
Cardenal Robert Sarah
INTRODUCCION
Sobre la primacía de la conciencia como antídoto
para los males del presente
El beato Tomás Moro es más importante en este momento que en cualquier otro momento de su vida, puede que también más que en el gran momento de su muerte; pero todavía no es tan importante corno lo será dentro de un siglo. Entonces, tal vez sea considerado el más grande de los ingleses, o por lo menos el más grande de los ingleses que han actuado en la historia. G.K. Chesterton.
EL PANORAMA ACTUAL
Además de la grave crisis económica que ha afectado a Europa en los últimos años, con nefastas consecuencias a nivel social y político, el mundo occidental se encuentra hoy en una crisis de identidad aún más profunda caracterizada por la caída de las certezas morales tradicionales y por la incertidumbre sobre el futuro del hombre y la mujer. Los rápidos avances tecnológicos que han favorecido el vertiginoso desarrollo de las comunicaciones, gracias a la cada vez más extendida utilización de internet, el nacimiento y la popularidad global de las redes sociales y de las con1unidades y relaciones virtuales, no autorizan al hombre a eludir la pregunta sobre sí mis1no, sobre su origen, sobre su papel en el mundo y sobre su destino.
La precariedad del trabajo, el drama del paro y las correspondientes consecuencias sobre la economía familiar, la creciente desconfianza hacia la clase política -justificada por su comportamiento, a menudo irresponsable, con los electores-, la falta de estímulos necesarios en los más jóvenes para afrontar proyectos de estudio y trabajo, la dificultad para mantener relaciones o proyectos a largo plazo, el desmoronamiento de la familia como lugar de crecimiento y formación, o el rechazo de cualquier tipo de autoridad en nombre del principio de "autorrealización" elevado a axioma moral son algunos de los síntomas de la profunda depresión existencial en la que estamos sumergidos.
A todo ello se añade una alarmante fragilidad psíquica que parece ser, cada vez más, un aspecto constitutivo del hombre occidental: la falta de valor y determinación para afrontar situaciones difíciles o dolorosas (en una palabra, la falta de "virilidad "), el triunfo del sentimentalismo, la ho1nologación con modelos preestablecidos y la difusión de una mentalidad hedonista y materialista desembocan en una relajación general siendo su manifestación más evidente el derrumbe de los matrimonios y la alarmante crisis demográfica en la que está empantanada Europa.
Por último, tampoco podemos olvidar la pesadilla del yihadismo -alimentado por el radicalismo religioso y el odio hacia los "infieles"-, que en estos últimos años sigue sembrando el terror en todo Occidente, atacando varias veces el corazón de Europa. Un desafío que representa una seria amenaza para la sociedad, pero que la actual clase política europea parece incapaz de afrontar de manera decidida. Más allá de los genéricos llamamientos al diálogo, a la paz y a la condena del odio, una vez rechazadas las raíces cristianas de Europa, el sueño de una sociedad abierta, multicultural y multirreligiosa no parece encontrar unas sólidas bases en las que asentarse.
EL EJEMPLO DE TOMÁS MORO
Frente a este panorama , la figura de Tomás Moro se erige como ejemplo de decidida solidez moral, de fe demostrada y conciencia recta. La fortaleza de ánimo con la que afrontó el dramático hecho de su condena a muerte y su martirio, a manos del rey Enrique VIII, fue solo el natural epílogo de una vida virtuosa en la que emerge como característica fundamental la primacía de la conciencia personal entendida como lugar privilegiado del encuentro entre el hombre y Dios.
La finalidad del presente trabajo estriba en recorrer las etapas de la vida de Moro siguiendo este "hilo rojo" de la centralidad de la conciencia. En todas las decisiones que tuvo que afrontar -no solo en el momento de su proceso en el que la cuestión afloró de modo particularmente significativo-, el humanista inglés escuchó su conciencia, ese lugar en el que se revela la voz de Dios, que guía al hombre a escoger el bien y a rechazar el mal.
Al final de su vida, ante la inminente condena a muerte, Moro demostró una firmeza inamovible: su prioridad no fue preservar su vida terrenal, sino salvar su alma de la condenación eterna. La decisión de rechazar las Actas del Parlamento, en efecto, no estuvo motivada tanto por argumentaciones políticas como por la fidelidad a la propia conciencia, a la Iglesia católica y a Dios: «Muero siendo fiel y buen servidor del rey, pero de Dios primero».
EL DESAFÍO DE LA CONCIENCIA EN LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
La cuestión de la relación entre la ley positiva y la conciencia individual, de su contraposición, que a menudo asume el aspecto de una dramática batalla, no nace -como se puede creer erróneamente- con el mundo moderno, sino que está presente en toda la historia de la filosofía. Aunque es verdad que el humanismo planteó la cuestión al situar al hombre en el centro de la especulación filosófica, no tenemos que esperar al Renacimiento para encontrar un encendido interés hacia esa facultad interior que los judíos llamaban «corazón», los griegos psyché, los latinos conscientia y los cristianos syneidesis.
Ya Sófocles mostró, en el siglo V a.C., con la rebelión de Antígona al rey Creonte, el drama del conflicto interior en un régimen autoritario en el que permanecer fieles a la propia conciencia significa poner en riesgo la propia vida. Otro gran ejemplo lo encontra1nos en Sócrates, padre de la filosofía occidental, cuya historia encierra numerosos e interesantes puntos de contacto con la de Tomás Moro. En el Nuevo Testamento, los apóstoles Pedro y Juan tendrán que tomar la decisión de desobedecer la ley impuesta por el tribunal -que les prohibía predicar- para obedecer a la voluntad de Dios revelada en su conciencia. No podemos olvidar la contribución de Agustín de Hipona que ubicó en la conciencia el lugar interior en el que el hombre se encuentra con la Verdad sobre Dios y sobre sí mismo. Las diversas conquistas que el hombre ha llevado a cabo a lo largo de la historia en favor de su libertad y de los derechos universales no resuelven el problema de esta relación entre conciencia personal y poder instituido. El desafío sigue aún abierto en nuestros días, sobre todo después de las grandes guerras, que pronto se tornaron en el triste escenario de sofocación de las conciencias individuales. El drama de los totalitarismos que devastaron el mundo durante el siglo XX de1nuestra todavía hoy que, frente a cualquier intento de manipulación violenta por parte de un Estado autoritario, la conciencia se erige como último baluarte de la libertad del hombre y de su plena realización. El ejemplo de tantos disidentes que alzaron su voz en los años oscuros del terror nazi y comunista, al precio de la propia vida es la demostración más evidente de la importancia de la conciencia moral como medio de plena realización, como instrumento esencial para una vida auténtica y como antídoto contra la mentira totalitaria e ideológica.
En tiempos en los que el terror a las represalias, a las torturas y a la muerte silenció las conciencias de muchos hombres destinados a ser absorbidos por las políticas estatales, algunas figuras pugnaron, movidas por su conciencia, por dar voz a las víctimas silenciosas de aquellas barbaries. Así hizo, por ejemplo, el teólogo protestante alemán Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), que desafió con gran valor el régimen nazi tomando parte activa en la resistencia, poniendo en cuestión la legitimidad de la autoridad política sobre las conciencias individuales y denunciando el peligro de una "divinización" del Estado. Con el mismo valor se comportó el filósofo checoslovaco Jan Patocka (1907-1977), que se expuso contra la dictadura comunista por medio del movimiento Charta 77 y la propaganda clandestina para despertar las conciencias aplastadas bajo la ideología marxista-leninista. Pocos días antes de morir, bajo el peso de las torturas del régimen, conminó a todos los ciudadanos a luchar por un cambio político y social en virtud del deber de cada hombre para consigo mismo: el de defenderse de todas las injusticias de las que se es víctima. Aunque las voces de estos hombres fueron silenciadas por los regímenes que los gobernaban, su mensaje sigue aún vivo y su ejemplo habla con extrema elocuencia, invitando a no someter la propia conciencia a las mentiras y los engaños de cualquier tipo de régimen o ideología.
EL DINAMISMO ENTRE LIBERTAD Y OBEDIENCIA: CONCIENCIA Y VERDAD
Queda todavía una consideración por hacer: hablar de conciencia individual no significa remitirse al individuo como única y última instancia de un juicio válido para la acción moral, ya que eso implicaría equiparar libertad de conciencia y libertinaje inoral.
Contrariamente a la tentación de justificar su autonomía moral escondiéndose detrás de la reivindicación de la propia libertad de conciencia, la experiencia de Tomás Moro demuestra que esta voz interior exige una obediencia a una norma objetiva superior también cuando se vuelve una amenaza para la propia comodidad o, mcluso, para la propia vida. No olvidemos que los pocos ejemplos citados hasta ahora (Antígona, Sócrates, Bonhoeffer, Patocka y Moro) pagaron con su vida la fidelidad a su conciencia.
Tomás de Aquino, en la Suma Teológica, define la conciencia como la aplicación de una ciencia general a una situación práctica. Por esta razón la considera un acto de la razón inediante el cual el hombre aplica los principios de la ley natural (universales) a una situación específica (concreta). Cuando la conciencia valora y actúa, no lo hace en nombre de un apetito o de una necesidad momentánea, sino tras un proceso que implica la esfera racional e inteligible guiada por los contenidos objetivos de la sindéresis, ese hábito de la razón que san Jerónimo llama «Scintilla conscientiae», la "luz de la conciencia".
Vivir según la conciencia, por lo tanto, no significa actuar según los propios apetitos en nombre de la propia autonomía y libertad personal (hoy se exalta el "principio de autodeterminación"), sino que representa la profunda decisión de dirigir la existencia al bien obedeciendo una ley que está por encima de las leyes promulgadas por los Estados y que se presenta como un imperativo moral para el hombre. En cada acto propiamente humano, la conciencia se encuentra entonces en una dialéctica entre libertad y obediencia que llama a la responsabilidad del sujeto. Se trata de obedecer a una voz interior que evoca una ley superior, como afirmó otro gran pensador inglés del siglo XIX, el cardenal John Henry Newman: «La conciencia implica una relación entre el alma y un "algo" exterior; "algo", además, superior a ella. Por esa relación, queda supeditada a una bondad superior que ella no posee y a un tribunal sobre el que ella no tiene poder».
CONCIENCIA y OBJETIVIDAD: EL «VICARIO DE CRISTO»
Aquí la pregunta asume una importancia crucial: ¿cuáles son los criterios para definir el bien y el mal? Asimismo, ¿de qué modo deberá comportarse la conciencia moral para hacer que el hombre emprenda el camino de la virtud y asuma unos comportamientos moralmente buenos en la vida personal, familiar y social? Como no es este el lugar para afrontar una problemática tan vasta, origen de numerosos debates, la pregunta puede servir de estímulo para posibles profundizaciones.
Es verdad que, en Moro, como en Newman, la conciencia es, como lugar de elección moral, el punto de encuentro entre Dios y el hombre. En la voz de la conciencia, ellos escucharon la voluntad de Dios, que indica al hombre el camino del bien. Para decirlo con palabras de Newman, la conciencia es «el más genuino vicario de Cristo». En esto Juan Pablo II afirma que el Espíritu Santo «es para el hombre la luz de la conciencia y la fuente del orden moral».
La existencia de una verdad objetiva -escrita por Dios en la naturaleza desde la creación y que se presenta al hombre como una ley interior- es lo que ha declarado siempre la doctrina de la Iglesia católica de la que Agustín, Tomás de Aquino, Tomás Moro y Newman han sido fieles testigos. El Concilio Vaticano II proclamó que en la conciencia reside «el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto inás íntimo de aquella». Asimismo, el magisterio de los últimos pontífices (especialmente de Juan Pablo II y Benedicto XVI) ha contribuido notablemente al llamamiento para un despertar de la conciencia en el campo moral, intelectual, pedagógico, eclesial, social y político.
LA IMPORTANCIA DE UNA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA
El discurso sobre la conciencia moral no puede, pues, evitar un particular aspecto que hemos querido subrayar en el presente trabajo: el de la responsabilidad en la formación de la conciencia, que -como afirma el Concilio Vaticano II- «es una tarea de toda la vida». Por medio de su magisterio, el papa Juan Pablo II insistió mucho en la importancia de formar la propia conciencia: una tarea ineludible para el desarrollo integral del hombre y para la renovación de toda la sociedad: «Todo individuo tiene el grave deber de formar la propia conciencia a la luz de la verdad objetiva, cuyo conocimiento no es negado a nadie, ni puede ser impedido por nadie. Reivindicar para sí mismos el derecho de obrar según la propia conciencia sin reconocer, al mismo tiempo, el deber de tratar de conformarla a la verdad y a la ley inscrita en nuestros corazones por Dios mismo quiere decir, en realidad, hacer prevalecer la propia opinión limitada».
Fue el propio papa Wojtyla el que denunció: «¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una "anestesia" de la conciencia?». Por eso, la dignidad de la conciencia exige una formación adecuada, un trabajo dirigido a su plena maduración y su progreso. La conciencia, por su naturaleza, no está preconfeccionada ni es estática, sino que es una realidad dinámica en continuo desarrollo que reclama un cuidadoso acompañamiento tanto a nivel intelectual como espiritual en la constante búsqueda de la verdad.
A este respecto hemos examinado las etapas fundamentales de la formación de Tomás Moro, una formación intelectual y espiritual que, bajo la guía de las leyes y de la profunda fe que le caracterizó, le preparó para afrontar sus elecciones de vida y para ofrecer su existencia en favor de la verdad. El testimonio de Moro es impagable en nuestros días como ejemplo de amor valiente por la verdad, de coherencia interior, de santidad de vida. La primacía de la conciencia puede, y debe, representar la piedra angular para afrontar con madurez, los desafíos de la historia que el Occidente está llamado a afrontar. Por este motivo su gran personalidad habla hoy a los jóvenes, a las familias, a las mujeres, a los hombres de iglesia, a los gobernantes, a los jueces, a los abogados, a los educadores y a todos los hombres cuyo trabajo está al servicio de la verdad. Él, que fue definido por su amigo Erasmo un «hombre para todas las horas», todavía podrá ofrecer una valiosa contribución a los hombres y mujeres que, mientras cruzan el invierno de la historia, quieran acoger el anuncio de una primavera de la conciencia para recorrer, así, el camino «ex umbris et imaginibus in veritatem».
El autor desea expresar su agradecimiento de manera especial a la desaparecida profesora Germana Ernst, experta en historia de la filosofía del Renacimiento, que dirigió la tesis de licenciatura que dio origen a este libro; sus ánimos y constante apoyo fueron determinantes.
Al profesor Giuseppe Gangale, director de la revista Moría, editor de la sección Biblioteca Moreana en la editorial Studium y apasionado estudioso de Tomás Moro, un especial agradecimiento por haber seguido esta publicación desde el principio de su elaboración con valiosos consejos, espíritu de amistad e inestimable apoyo.
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