EL Rincón de Yanka: FARISEISMO

inicio














Mostrando entradas con la etiqueta FARISEISMO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta FARISEISMO. Mostrar todas las entradas

viernes, 21 de abril de 2023

"SOCIEDAD IDOLÁTRICA, SOCIEDAD RELIGIOSA"; "LA CHÁCHARA DE LOS IDÓLATRAS"; "UNA SALUDABLE DESESPERACIÓN"; "EL NUEVO FARISEÍSMO" por JUAN MANUEL DE PRADA; 💀🕂🙏 y, "DE RODILLAS ANTE UNA SOCIEDAD IDOLÁTRICA" por ANDRÉS FELIPE ROJAS



Sociedad idolátrica, 
sociedad religiosa


En las sociedades idolátricas, al perder la fe en una vida ultraterrena, las personas caen tarde o temprano en la desesperación. Pues los sufrimientos físicos y espirituales que padecemos en nuestra vida terrena, que antaño se consideraban penitencias llevaderas en comparación con la bienaventuranza eterna que las borraría de un plumazo, se convierten de repente en sufrimientos insoportables y sin sentido que sólo pueden ser borrados mediante nuestra extinción física, cuanto más indolora y rápida mejor.

Las sociedades idolátricas no saben afrontar la muerte con entereza y naturalidad. Así que se dedican alternativamente a adular y deprimir a las personas sometidas a su dominio: mientras están sanas, la idolatría de la ciencia y el progreso les inspira ideas fatuas, haciéndoles creer que son semidioses; en cambio, cuando están enfermas y no tienen cura (es decir, cuando la ciencia y el progreso se revelan insuficientes o inútiles), se les dice que valen menos que un gusano. Exactamente lo contrario sucede en las sociedades religiosas, donde a las personas sanas se les repite que están hechas de barro; mientras que a las personas enfermas se les recuerda que sus cuerpos maltrechos serán semilla de resurrección.

En las sociedades idolátricas, los pretendidos semidioses huyen de la muerte como pollos descabezados, sometiéndose a la cosmética, a la gimnasia o a la cirugía por espantar patéticamente el fantasma de la decrepitud. Y cuando ese fantasma acaba por hacerse realidad, los semidioses marchitos reclaman la muerte, pues no quieren convertirse en gusanos. En las sociedades religiosas, nadie reclama la muerte, aunque todos la aguardan serenos, sin preocuparse de envejecer o padecer sufrimiento, porque saben que los peores achaques son fruslerías, comparados con la bienaventuranza eterna que les ha sido prometida.

En las sociedades religiosas, existe una comunidad que cuida del enfermo y lo ayuda a sobrellevar el sufrimiento, rezando por él y con él, brindándole consuelo, anticipando a su lado la bienaventuranza. En las sociedades idolátricas, para demostrar que somos semidioses, nos liberamos de toda tradición y comunidad, para disfrutar de plena autononua; y el sufrimiento se convierte en algo por completo inaceptable que amenaza nuestra autonomía, por lo que reclamamos a la ciencia y el progreso que nos liberen de todas las enfermedades. Pero, ¡ay!, resulta que la ciencia y el progreso se muestran impotentes ante muchas enfermedades, por lo que nos ofrecen eliminar el sufrimiento. 

En las sociedades idolátricas, la compasión exige eliminar el sufrimiento matando al enfermo. Justo lo contrario de lo que sucede en las sociedades religiosas, donde la compasión exige acompañar el sufrimiento del enfermo hasta la misma muerte, para llevarlo de la mano hasta la bienaventuranza, donde será por completo resarcido. Pero ese resarcimiento completo exige que incluya también al barro con el que hemos sido moldeados, a nuestra carne decrépita que pronto se convertirá en polvo; pues los sufrilnientos más penosos son con frecuencia los que se ensañan con la carne. La muerte, en las sociedades religiosas, se afronta con la esperanza en la bienaventuranza; pero no sólo bienaventuranza del allna, también de la carne.

"En las sociedades idolátricas, la compasión exige eliminar el sufrimiento matando al enfermo. Justo lo contrario de lo que sucede en las sociedades religiosas, donde la compasión exige acompañar el sufrimiento".

Allá en mi juventud, el escritor Félix de Azúa, escéptico (siquiera por entonces), publicó un artículo que todavía conservo, pues me impresionó muy vivamente. El autor había asistido al funeral de un amigo y glosaba el sermón del cura, en el que se vino a decir que tras la muerte "nos disolvemos en la luz divina como chispas devoradas por un alegre y vertiginoso incendio''. A Félix de Azúa le sorprendió que el cura amputase de un modo tan lamentable la bienaventuranza eterna; y concluía su artículo con este vigoroso apóstrofe:
"Católicos, no os dejéis arrebatar la Gloria de la carne. No os hagáis hegelianos. Que, sobre todo, el cuerpo sea eterno es la mayor esperanza que se pueda concebir y sólo cabe en una religión cuyo Dios se dejó matar para que también la muerte se salvara.
Quienes no tenemos la fortuna de creer, os envidiamos ese milagro, a saber, que para Dios (ya que no para los hombres) nuestra carne tenga la misma dignidad que nuestro espíritu, si no más, porque también sufre más el dolor. Rezamos para que estéis en la verdad y nosotros en la más negra de las ignorancias''.
Dios llega a nosotros por la carne. Al aceptar nuestra naturaleza, se hace una sola carne con nosotros, en un desposorio eterno cuya consecuencia natural es la posesión divina de cada una de nuestras fibras a través de la resurrección. Sentirse eternamente abrazados por Dios, sentir que nuestra carne ha sido también incluida en la alianza que Dios entabló con los hombres a través de la Encarnación: este es el corazón de la fe, lo que distingue una sociedad religiosa de u na sociedad idolátrica. Sólo la resurrección de la carne sostiene la supervivencia de la persona más allá de la muerte. Y esta supervivencia ultraterrena implica que seguiremos siendo quienes ahora somos, bajo otra forma de vida superior, infinitamente más plena. Una forma de vida en la que el alma no se sienta dentro el cuerpo como en una cárcel; y en la que el cuerpo no esté sometido al sufrimiento. Quienes creen sinceramente en esta transfiguración de sus cuerpos no temen a la muerte, ni se desmoronan ante la enfermedad, ni sucumben al desaliento, por más que los desalientos y las enfermedades les golpeen.

Si el grano cae en la tierra y muere, da mucho fruto. Las sociedades religiosas saben que nuestros cuerpos, deshechos por el sufrimiento, pulverizados por la muerte, brotarán un día con nueva vida y florecerán como rosas bajo el sol de la bienaventuranza eterna. Por eso esas sociedades son indestructibles, frente a las sociedades idolátricas, donde sólo se puede vivir como si fuésemos semidioses y morir como si fuésemos gusanos.

VER+:



¿QUÉ SENTIDO TIENE LA MUERTE?

¿Puede iluminar nuestra vida?
¿Aprender a morir nos enseña a vivir?
¿Qué hay después del desenlace final?

Algunos se esfuerzan en evitar lo inevitable, pero, la realidad es que terminaremos todos en una caja de madera de pino. Es el final que nos espera, queramos o no.
Pero no solo hablaremos de los humanos, ¿qué pasa con la muerte de los animales?, ¿tienen derechos o dignidad? ¿Y los toros? ¿Qué pasa con su muerte como espectáculo?
En este segundo número conoceremos cómo se vive la Semana Santa al lado del Gólgota, recorreremos las diferentes procesiones del sur de España, y viajaremos por todo el mundo para descubrir cómo se celebra el ritual de la muerte en las distintas culturas. En este número hablaremos también del problema creciente del suicido .Contemplaremos las distintas representaciones de la muerte en el arte, analizaremos la ley de eutanasia dos años después de su aplicación, conoceremos la importancia del cine para normalizar algunas prácticas eugenésicas, haremos un recorrido por las últimas palabras de Jesús, estudiaremos a fondo la Sábana Santa y contaremos con la pluma de Juan Manuel de Prada, Enrique Garcia-Maiquez, Esperanza Ruiz o Jorge Soley.

La cháchara de los idólatras

VAMOS a intentar escribir unas líneas sobre el accidente aéreo de Barajas que se aparten un poco del asfixiante lugarcomunismo ambiental, que ya se nos sale por las orejas. Inevitablemente, serán palabras que suenen extrañas a nuestros contemporáneos; pero uno ya se ha librado de la degradante esclavitud de escribir para sus contemporáneos. Y esto no me lo tomen las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan como alarde de soberbia, sino como declaración resignada y humildísima.

Las sociedades idolátricas, a diferencia de las sociedades religiosas, no saben afrontar la muerte con naturalidad. Mientras el hombre está sano, la idolatría de la ciencia y el progreso le inspira ideas fatuas, haciéndole creer que es un semidiós; en cambio, cuando está enfermo y no tiene cura (es decir, cuando la ciencia y el progreso se revelan insuficientes o inútiles), al hombre se le dice que vale menos que un gusano. Exactamente lo contrario sucede en las sociedades religiosas, donde al hombre sano se le repite que está hecho de barro y al hombre enfermo se le recuerda que su cuerpo maltrecho será semilla de resurrección. Pero las grandes mentiras de las sociedades idolátricas se muestran todavía más desnudas cuando la muerte acude sin avisar para segar vidas sanas a mansalva, como acaba de ocurrir en este accidente aéreo de Barajas. Ante un acontecimiento luctuoso de esta magnitud, ¿cómo habría reaccionado una sociedad religiosa? Pues habría reaccionado representando autos sacramentales en las calles donde se explicase el poder igualatorio de la muerte, que no respeta ni a los jóvenes, ni a los ricos, ni a los poderosos. Y, al acabar el auto sacramental, un sacerdote habría proclamado las palabras del Evangelio: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven ni roben». Y con esto la gente alcanzaría el consuelo, pues sabría que, si bien la muerte es un ladrón presto siempre a lanzar su zarpazo, hay un territorio donde ese ladrón no tiene jurisdicción, donde florece una vida nueva bajo el sol de la inmortalidad.

Y, frente a este consuelo religioso, ¿qué se nos ofrece en las sociedades idolátricas? Aquí, en lugar de autos sacramentales, tenemos telediarios y noticieros dándonos un tabarrón que no cesa, tratando de explicar cuál ha sido la causa del accidente: que si una avería en el motor, que si un fallo humano, que si patatín, que si patatán. Y, en lugar de un sacerdote que proclame el Evangelio, tenemos una patulea de politiquillos municipales, autonómicos y nacionales hormigueando por doquier, leyendo declaraciones institucionales de un lugarcomunismo grimoso, convocando minutines de silencio («padrenuestros de la nada», que dice mi admirado Ruiz Quintano; esto es: la oración autista y sordomuda de las sociedades que se han olvidado de rezar), prometiendo que tarde o temprano se determinarán responsabilidades, etcétera. Ni las reconstrucciones virtuales del accidente con que nos apedrean los telediarios ni las comparecencias de los politiquillos sirven para nada; pero unas y otras, repetidas machaconamente, dan una impresión de hiperactividad aturdidora que logra espantar del alma las grandes preguntas. 

Y de eso se trata, al fin y a la postre: pues, si la gente se formulara las grandes preguntas, inevitablemente concluiría que toda la filfa de progreso y bienestar que le han colado como sucedáneo idolátrico de la religión no vale una mierda. Concluiría, en fin, que aquel Paraíso terrenal que le vendieron los politiquillos sigue siendo el valle de lágrimas del que nos hablaba la religión; sólo que la idolatría del progreso, a cambio de un Paraíso terrenal fantasmagórico, nos arrebató la esperanza en el verdadero Paraíso, allá donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que roben. Y toda esa hiperactividad aturdidora que despliegan en estos días -tan retórica, tan archisabida, tan inútil- no es sino el aspaviento de los farsantes que se esfuerzan por mantener entretenida a la gente a la que previamente le han arrebatado el consuelo. Pues consuelo contra la muerte sólo puede traernos quien tiene palabras de vida eterna; lo que nos traen los idólatras es tan sólo cháchara para los telediarios.

Una saludable desesperación


En las sociedades paganas la gente no se preocupaba por la salvación de su alma. Era una actitud desesperada, pero al menos el pagano tenía la gallardía de entregarse a un vitalismo despepitado que se condensaba en aquel célebre consejo de Menandro: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos». 

En las sociedades neopaganas de nuestra época, la gente tampoco se preocupa por la salvación de su alma, pero la desesperación se ha cambiado de ropajes, ha dejado de tocar a rebato bajo el grito comilón y borrachín de «sálvese quien pueda» y ha ofrecido al hombre desesperado (ya que no puede ofrecerle una razón para vivir) otras anestesias muy diversas que le hagan más llevadera su desesperación. Le ha ofrecido morfina para acallar su dolor, píldoras para embravecer su bálano, bisturís para borrar sus arrugas, proteínas sintéticas para endurecer sus músculos, dietas para alargar su vida. La desesperación, de este modo, ha acabado convirtiéndose en nuestro hábitat natural; un hábitat con aire acondicionado en verano, calefacción central en invierno e hilo musical las cuatro estaciones del año. Y así, mitigada por estas anestesias, la desesperación ha conseguido que el hombre neopagano acepte todo tipo de mortificaciones que dejan chiquitas las penitencias cuaresmales que ayudaban al hombre a salvar su alma. 

Para participar de la desesperación de nuestra época ya no es posible comer y beber sin tasa, como proponía la invitación hedonista de Menandro, sino que a cada instante debemos recordar que, por cada comilona que nos embaulamos, por cada sobremesa regada de alcohol que alargamos, por cada cigarrillo que fumamos, agotamos un minuto, una hora, un día de vida. La desesperación neopagana, en su afán por salvar la salud del cuerpo, ha amargado nuestra vida con las privaciones más ímprobas, al estilo de aquel doctor Pedro Recio de Tirteafuera al que encargaron vigilar la alimentación de Sancho Panza, mientras fue gobernador de la ínsula Barataria. Aquel mamarracho, armado de una varilla de ballena, señalaba las viandas que consideraba poco saludables, condenando al buen Sancho al ayuno más aciago; y esto mismo hace con nosotros la desesperación neopagana, donde la tiránica Salud desempeña el mismo papel (en versión paródica y degradada, como corresponde a todo sucedáneo idolátrico) que en las sociedades religiosas representaba la Virtud. 

Con la diferencia de que, mientras el hombre virtuoso miraba la eternidad, el hombre saludable de hogaño mira… el cronómetro, computando los minutos, las horas, los días que gana con su saludable y pestilente vida. Sancho Panza, al menos, pudo darse el gustazo de despedir con cajas destempladas al doctor Pedro Recio de Tirteafuera. 

A nosotros, la desesperación neopagana nos impone vivir saludablemente hasta nuestro fallecimiento, para llegar a ser un saludable cadáver que alimente saludablemente a los muy saludables gusanos que habrán de devorarnos (¡o al fuego de la incineradora, más saludable todavía!). Y es que, en las sociedades neopaganas, la tiranía omnímoda de la Salud se ejerce sobre una masa esclavizada que sólo cree en el Paraíso en la Tierra instaurado por Papá Estado, que le otorga graciosamente ‘derechos’ y ‘libertades’. Y Papá Estado, en su afán por proteger nuestros ‘derechos’ y ‘libertades’, y bajo los afeites de la ‘tolerancia’, ha erizado nuestra vida de muy protectoras empalizadas. Y así, armados de los ‘derechos’ y las ‘libertades’ que nos brinda Papá Estado, que no son sino armas arrojadizas que arrojamos contra el prójimo (en quien sólo vemos un enemigo potencial), nos entregamos a las más ímprobas privaciones, confiados grotescamente en que, por cada cigarrillo que no prendamos, por cada manjar que rechacemos, por cada exceso que no cometamos, obtendremos a cambio un minuto, una hora, un día más de vida. 

No está probado que esta saludable desesperación vaya a obtener recompensa; más bien está requeteprobado que seguiremos muriéndonos, después de convertir nuestra existencia en un infierno. Y quién sabe si después de ganarnos el infierno en la otra vida. Todo sea por alcanzar una magnífica ‘calidad de vida’, que es como nuestra época denomina sarcásticamente a la vida llena de ímprobas privaciones que ni siquiera son medios de nada; ímprobas privaciones convertidas en sí mismas en fines vacuos y dementes. A ninguno de aquellos juguetones dioses del Olimpo inventados por los paganos se le hubiese ocurrido una forma de tortura tan alienante y aburrida. Pero ¿quién dijo que las idolatrías fuesen divertidas?

El nuevo fariseísmo

Glosábamos en un artículo anterior la tesis de Leonardo Castellani, que hallaba la razón última de la decadencia española en una religiosidad teatrera que, hacia el siglo XIX, habría cristalizado en fariseísmo, una ‘esclerosis religiosa’ que, en sus versiones más extremas, puede llegar al crimen. Pues el fariseo, que al principio se conforma con ser hipócrita y santurrón, con el tiempo llega a despreciar y aborrecer a los auténticos creyentes, a los que termina persiguiendo con saña y fanatismo implacables. Puesto que la España actual ha dejado de ser un país religioso, podríamos considerar que la plaga del fariseísmo ha desaparecido también. Muerta la fe –podríamos pensar–, se muere también su tumoración o excrecencia parásita, con lo que al fin España se aprestaría a iniciar una nueva era de esplendor. «¡Muerto el perro se acabó la rabia!», podríamos exclamar, alborozados, en el umbral de una nueva Edad de Oro.
El placer sensual, las ideologías, el petulante culto a uno mismo son sucedáneos religiosos, sustituyen la fe en quienes carecen de ella
Pero el fariseísmo, lejos de haber desaparecido o estar en trance de hacerlo, se muestra más robusto y rozagante que nunca. ¿Cómo es posible esto, si España ha renegado de la fe de sus padres? Lo ha hecho, en efecto, pero no ha dejado de ser farisaica, por la sencilla razón de que ha encontrado sucedáneos religiosos a los que el fariseísmo puede aferrarse, sucedáneos que puede corromper y esclerotizar, utilizándolos incluso como instrumentos criminales. Para entender esta metamorfosis del fariseísmo, conviene recordar que el ser humano no puede dejar de ser ‘religioso’, como no puede dejar de ser bípedo: a medida que deja de adorar a Dios, empieza inevitablemente a adorar ídolos. Los antiguos no utilizaban jamás la palabra ‘ateo’ para referirse a la persona que había dejado de creer en la existencia de Dios, sino ‘idólatra’; pues, con sabiduría muy profunda, consideraban que ningún humano podía vivir sin adorar un ídolo. 

El becerro de oro, los placeres sensuales, las ideologías… incluso el petulante culto a uno mismo son sucedáneos religiosos, formas de idolatría que ocupan el hueco religioso, sustituyendo la fe en quienes carecen de ella y desplazándola o arrinconándola en tantas y tantas personas creyentes. Esta infestación idolátrica es hoy más invasiva y pujante que nunca, porque incluso las personas más propensas a la religiosidad encuentran multitud de idolatrías sustitutorias que reclaman su adoración: avances tecnológicos superferolíticos, descubrimientos científicos pasmosos, paradigmas ideológicos despampanantes, etcétera. Y todas estas idolatrías, además, resultan extraordinariamente ‘rentables’; pues, adorándolas, podemos colgarnos una medalla de ciudadano fetén y obtener mil y una recompensas, desde las más magras e inocentes (el aplauso social, la palmadita en la espalda) hasta las más arteras y pingües (subvenciones y mamandurrias varias).

Así que la infestación idolátrica que hoy padecemos ha procurado un nuevo y opíparo caldo de cultivo al fariseísmo. La saña con que algunas estrellitas y asteroides televisivos señalaron y estigmatizaron durante la reciente plaga coronavírica a las personas que no se quisieron inocular las terapias génicas o placebos que supuestamente la combatían, el encono con que azuzaban a los gobernantes para que convirtieran a esas personas en chivos expiatorios, es de naturaleza indudablemente farisaica (sobre todo si consideramos que tales estrellitas o asteroides son gentes por completo ignaras en cuestiones de ciencia). Otra muestra muy expresiva del fariseísmo que hoy nos corroe nos la brindan esos politicastros infames que votan leyes abolicionistas de la prostitución y a continuación lo celebran en un burdel; o esos millonetis que acuden a las cumbres climáticas en jet privado. Y lo mismo estos millonetis y politicastros que las estrellitas y asteroides televisivos ‘contagian’ su fariseísmo a millones de zascandiles que, adhiriéndose hipócritamente a sus pronunciamientos farisaicos, esperan medrar, o siquiera ser aceptados socialmente. 

Así se hace el caldo aún más gordo al fariseísmo ambiental, tan gordo que el caldo incluso ha cristalizado en una ideología específicamente farisaica, nacida de la ‘corrección política’ (como finamente se ha dado en llamar el fariseísmo), la llamada ideología woke, que está colonizando por completo el imaginario colectivo con su amalgama aberrante de victimismo y estigmatización (‘cancelación’) para quien osa transgredir los dogmas impuestos por la idolatría reinante.

Hoy, más que en ninguna otra época, el fariseísmo se ha convertido en el cáncer de nuestra vida social. Y el destino irremisible de una sociedad tan desaforadamente farisaica es la decadencia.


De rodillas ante una sociedad idolátrica


Introducción:

En este artículo se busca expresar, con claridad y ante todo honestidad, problemas presentes en nuestra sociedad de hoy, que ha caído en la burda comercialización y pérdida de significado del ser Humano, tanto que frente a esta sociedad hemos quedado postrados ante un sinfín de cosas banales y muchas veces carentes de sentido.

Antes de empezar quiero hacer una aclaración de términos. Cuando nos referimos a “Idolatría”, lejos de significar lo que para algunos movimientos “religiosos” iconoclastas significa (presente sobre todo en movimientos pseudo protestantes). La idolatría es el culto que se le ofrece a cualquier cosa que no sea Dios. En la Iglesia Católica se diferencia del término “dulía” que significa veneración (empleado para el respeto y devoción de los santos y la hiperdulía para hablar de la devoción especial que en la Iglesia se le tributa a la Virgen María), pero Latría que significa adoración, es el único culto reservado a la Santísima Trinidad. Ídolo es todo aquello que usurpa el lugar que merece Dios, en la antigüedad eran las estatuas de deidades, ellas las estatuas como tal, era donde creían se contenía la deidad en plenitud, eran un dios; bajo esta premisa uno puede entender las duras condenas que los libros del Antiguo Testamento ponen sobre esta práctica pagana, son “hechuras de manos humanas” (cfr. salmo 115).

Pero quiero ir más allá, en nuestra sociedad actual la palabra “amor” ha ido perdiendo su significado, porque la hemos trivializado, hoy decimos amar cualquier cosa, si se conoce una persona al día siguiente ya se le está diciendo “te amo”. Para los griegos el afecto tenia diferentes grados, el primero el más carnal se llamaba “eros” (hoy erotismo), el segundo un amor afectuoso de hermanos llamado “filo, filia” (muchas palabras como filantropía, filosofía, entre otras, provienen de esta palabra), y en el Nuevo Testamento encontramos la que supera a las dos que hemos visto, esta palabra rica en significado es “Ágape” el amor donativo, el amor de Cristo, el amor por excelencia, los invito a que busquen Juan 21, 15-19, Jesús pregunta a Pedro “¿me amas (agapas me) más que estos?” y Pedro le contesta “Señor tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero (filo se)” este diálogo en el que se juegan estas dos palabras que significan amar uno con más intensidad que otro, es la pregunta de Jesús sobre la capacidad que tiene Pedro de dar la vida por él.

Podemos concluir en este momento, que nuestra sociedad actual ha perdido el sentido del amor, solemos ser mezquinos y falsos, de ahí una gran crisis en muchos matrimonios actuales, un amor sin fidelidad y sin eternidad.

Qué relación hay entre Idolatría y Amor, pues sólo quien es capaz de amar, con un amor superior y donativo es capaz verdaderamente de rendir adoración a Dios, quien es el amor supremo, ahora bien esa capacidad de amor y de entrega la estamos confundiendo con obsesiones, es decir el amor no sano que le tenemos a los animales, las personas, las cosas y hasta nosotros mismos.

Para muchos va a sonar de exagerado, irreverente y sobre todo polémico, lo que viene a continuación, me permito exponer algunas de las nuevas y no tan nuevas idolatrías a las que rendimos culto en nuestra sociedad moderna.

1. ZOOLATRÍA:

Esta palabra no es nueva, es usada para hablar del culto a los animales que aún hoy se conserva en muchas culturas de oriente (la adoración de la vaca en la India, los antiguos animales sagrados de los egipcios, verbum gratia).

¿Pero qué tiene que ver esta palabra con nuestro entorno? ¡Demasiado! ¡Qué culto tan descarado y sinvergüenza le estamos dando a las mascotas que tenemos en casa! Muchos perros reciben más atención que algunas personas, tienen ahora peluquería, spa, colegio, guardería. Se les está atributando valores antropomórficos a los animales (que merecen respeto, como lo merece todo ser vivo en el universo). Cuando una persona “animalista” pide respeto por los Toros que son sacrificados en las plazas, pero pide la muerte del torero, es allí cuando pienso que tenemos invertido la pirámide de valores (por supuesto que estoy totalmente en contra del maltrato animal, pero nunca pondré la vida de un animal por encima de la vida del ser Humano).

Cuando lloramos, nos desvivimos y hasta seriamos capaces de dar la vida por un animal, es cuando podemos estar seguros que hemos caído en un culto exagerado, hemos sido víctimas de la zoolatría, que se vende en todo lado, hasta en los productos cosméticos para perros y gatos. Si alguien se siente más indignado por un perro que vive en la calle que por un niño que muere de hambre, es un fiel caso de inversión de los valores, de relativización del principio de la vida, de falta de juicio y discernimiento.

¿Fundaciones para perros abandonados? Cuando en nuestros países subdesarrollados no hemos logrado superar la pobreza extrema. ¿Mascotas en vez de hijos? ¿Perros tratados como personas y personas tratados como perros? Llegaremos al punto de arrinconar al hombre para darles lugar a los animales. Es cierto que vivimos una crisis de consumo frente a los animales de granja, que viven en situaciones desafortunadas, que estamos siendo descarados en la destrucción de nuestro planeta y todo ser vivo, pero los animales domésticos están siendo sobrevalorados y esta situación nos está llevando a rendirle culto a los animales en nuestros hogares; tristemente el valor de la vida animal es también cuestión de estética, aquellos animales que son considerados “feos” son eliminados indiscriminadamente.

Gracias a la proliferación de los medios de comunicación es que podemos ver cómo existen personas zoocentristas, basta con entrar a las redes sociales y ver que de cada cinco publicaciones dos tiene que ver con animales.

2. PAIDOLATRÍA:

Paidós (niños en griego de allí proviene pedagogía), de pronto esta es la más complicada para entender en este rating de ídolos.
En las clases medias altas de nuestra sociedad y en las clases ricas, existe una formación inadecuada hacia los hijos, están creciendo sin la capacidad de frustración, sencillamente porque todo se les está dando, sólo basta con llorar y hacer un berrinche y los papás corren a buscar lo que está pidiendo. Diferente en las familias pobres donde existe una capacidad de adaptación a las circunstancias, por tanto, este problema de paidolatría es también un fenómeno socio- económico.

Es muy común escuchar frases como “te adoro hijo”, no hemos hecho conciencia de lo que decimos, ni de la manera que nos comportamos, en nuestra sociedad superficial, materialista, creemos que dar “lo mejor” a los hijos es llenarlos de cosas materiales, estamos creando en los futuros hombres y mujeres un grado de insatisfacción, todo se ha dado y perdemos la capacidad de asombro. Hemos convertido los hijos en un objeto más de consumo, todo el comercio abrupto que gira entorno a los primeros años de la vida del hombre es a mi parecer innecesario y súper saturado. Que daño tan grande estamos haciendo al futuro de la sociedad cuando arrebatamos a los niños y jóvenes de la capacidad de frustración, son las personas que no son capaces de recibir un “no” como respuesta, que entran en crisis cuando no se les da las cosas como querían.

Debemos proteger la infancia, evitar el uso de la violencia para formar a los hijos, la mejor escuela para que los hijos aprendan el respeto es la familia, y los mejores maestros son los padres que educan y forman con el ejemplo. Pero de la casa se aprende la mentira, las groserías, el irrespeto, etc. ¿Cómo? Con el ejemplo. Un justo medio para formar a los hijos, ellos no son “un dios” no podemos invertir los valores familiares, no podemos dejar que sean ellos quienes tomen la decisiones ni muchos menos que aprendan que manipulando se logran las cosas, nunca es sano dar todo lo que piden.

El fenómeno actual es aterrador, acostumbro escuchar mucho lo que me rodea mientras viajo en un bus o mientras voy caminando por la calle, y algunas conversaciones son inevitables de escuchar, una madre rogándole a la hija que comiera de los productos que había mercado y otra contando la anécdota que duró dos horas convenciendo a su pequeña hija de que se pusiera unos zapatos; me inspiró bastante, para comprender que gracias a la mala formación que tienen los padres de hoy, existe un apego mal sano, una enfermedad social que nos llevó a perder las funciones que cada uno tiene en la familia. En algún momento tuve la oportunidad de dictar una conferencia a padres de familia que titule “ocupa el puesto que te corresponde”, de rodillas ante los niños hemos inyectado en ellos la enfermedad consumista del sistema que nos gobierna y que desde la tierna infancia nos hace volver el sistema infalible y perdemos el sentido crítico para poner en duda todo lo establecido, por lo tanto desde la infancia hemos sido adoctrinados a este sistema gracias a nuestros padres.

3. ANTROPOLATRÍA:

El culto a las personas se ha vuelto “pan de cada día” en el modo como usamos el lenguaje para referirnos a ciertos individuos; gracias a lo que ha hecho la cultura y los MCS con ciertos personajes que llamamos públicos, famosos o poderosos, detrás y delante de ellos hay un culto, generando la euforia, para terminar ejerciendo un cierto control o poder sobre sus adeptos.

Vamos a desmenuzar la idea en torno a dos principios: el primero, el uso incorrecto del lenguaje. Cuando le decimos a otra persona “yo te adoro”, “sin ti no puedo vivir”, “tú eres mi ídolo”, algo que en el común de nuestros días escuchamos o decimos, son expresiones que tienen una connotación muy fuerte, hacen parte por supuesto de la pérdida del sentido de la palabra, hoy se dice cualquier cosa sin saber lo que significa. Y el segundo principio es el modo que nos compartamos frente a los que son considerados ídolos, ya sea porque se destacan en la música, en el deporte, en el arte o inclusive en la política.

Estas personas gozan de cierta infalibilidad entre los adeptos más fanáticos, encontramos el caso de los caudillos políticos, o los líderes de los gobiernos autoritarios o dictatoriales de corte socialista. Este culto desenfrenado ha generado un adoctrinamiento social que influye en la forma como nos relacionamos en el mundo político, el uso de íconos, eslogan y la imagen de un político incluso comparado con textos o personajes bíblicos. El efecto es una alteración del subconsciente, generando cierto grado de amor irracional que termina en la proclamación de “credos” que llevan a la sumisión absoluta.

Los movimientos políticos o ciertos sectores económicos usan a su favor y acomodo enemigos comunes, muchas veces alterando la verdad o que en definitiva son totalmente ficticios, que les permiten perpetuarse en el poder ante el temor irracional que esos “demonios” lleguen a ocupar el puesto privilegiado que ellos tienen.

Los poderes económicos que están detrás del fútbol han generado, gracias a la comercialización y burda propaganda, todo un fenómeno religioso en torno a este deporte, movimientos más radicales que otros, conocidos como barras bravas o hinchas, han idealizado tanto a los deportistas que en muchos lugares son vistos como “pequeños dioses”. Este fenómeno ha calado muy bien en los corazones de algunas personas que han vivido una clara descristianización en sus países. La ausencia del valor religioso ha dado paso a que muchos estadios de fútbol se conviertan en los templos modernos, donde se celebra además de un gol, la irrupción del fenómeno social del deporte, generando todo una efervescencia psicológica. También se usan los “credos”, que ya he mencionado, para dar fuerza al rito y volverlo infalible, es por eso que muchos no puede entender hoy una vida sin fútbol.

Los extremos idolátricos que ha generado el fútbol, ha despertado tal euforia que después de un partido, hay actos vandálicos, destrucción irracional del entorno y hasta la muerte de seguidores. Ya no se muere por Cristo, sino por un gol. Por supuesto que el deporte no es malo, debemos recuperar el espacio correcto de este y otros deportes, en donde puede suceder lo mismo.

Los cantantes, actores y demás famosos que adquieren un estatus social muy alto, generan fanaticadas que idolatran, y ellos mismos identifican a su cantante o artista favorito cómo un ídolo, este fenómeno es tan grave que se desarticula la persona humana y moral de la persona artística; por ejemplo hasta su muerte Diomedes Díaz (cantante colombiano) gozó de fanáticos que lo lloraron y nunca dudaron de él, ni siquiera cuando estuvo en la cárcel por homicidio. Diomedes es un claro ejemplo de un hombre que llevaba una vida totalmente desordenada (no se sabe con precisión cuantos hijos y con cuantas mujeres tuvo y estuvo, tenía un problema con el alcohol y además era drogadicto), curiosamente la opinión pública no le pide a los “ídolos” dar un ejemplo a la sociedad, gozan de tanta infalibilidad que pueden, como hemos visto, llevar una vida totalmente desorganizada y aun así llenar estadios y contar con personas que corean su nombre.

La antropolatría moderna es todo un fenómeno que es necesario analizar con lupa, tiene implicaciones claramente cultuales, se les rinde homenaje, se les adora en un escenario y usan al sistema consumista para perpetuarse y manipulan el lenguaje para invertir los valores, a través de las canciones se propagan ideas contrarias a la moral y las buenas costumbres. No todos los músicos generan la misma euforia, hay quienes tardan mucho en lograr poseer adeptos que usen su nombre como gentilicio.

4. EGOLATRÍA:

El termino egolatría es usado por los psicólogos, es atribuido a personas con tendencia narcisista. Pero nos enfocaremos para hablar del desmedido culto al cuerpo, de la cultura fitness que disfrazada de “salud” ha puesto en el filo de la vida a miles de personas alrededor del mundo, que obsesionadas con su cuerpo se han sometido a múltiples y costosas cirugías Los modelos físicos que reinan en el mundo occidental han idealizado ciertos tipos de personas con rasgos característicos que son consideradas hermosas, las medidas del cuerpo ideal, la forma de la nariz y hasta el color de los ojos han generado un deseo ferviente de parecerse más a otros.

Con este deseo de “ser normal” hemos perdido la singularidad del ser humano, lo diferente de cada uno. Felipe en un diálogo con Mafalda le dijo: “yo no quiero hacer parte del montón” a lo que Mafalda responde en su interior: “otro más que se une al grupo de los que no quieren ser parte del montón”. Independientemente del modelo antropológico que queramos imitar estamos siendo parte de una multitud de patrones que copiamos de otro como en un círculo vicioso.

Ante el miedo que causa la muerte, el hombre y la mujer de hoy, luchan por permanecer siempre jóvenes. El enfermizo deseo de no envejecer ha dejado personas infelices por todo lado, llenas de cosas por fuera pero vacías por dentro. En el mundo actual, vemos un comercio excesivo de cosméticos, el cuerpo humano es usado para vender productos, desde la ropa hasta lo que se consume, existe hoy en día más vitaminas en un jabón que en un alimento, el cuerpo humano se volvió objeto de sí mismo, es difícil comprender el culto que cada uno se ha dado a sí mismo. Todo empezó cuando empezamos a rechazar todo lo que no es cómodo, todo lo que no nos hace felices y todo lo que no nos satisface, por eso la visión antropológica de hoy es sin duda una visión de bienestar perpetuo, donde la ascesis y la mortificación están vistas bajo sospecha.

“Yo mismo me he convertido en un dios, yo mismo he relativizado los principios morales y los he adecuado para que sirvan a mis convicciones, yo mismo he creado mi entorno, yo mismo me he formado y aunque lejos de volverme una religión yo me he convertido en mi más fiel seguidor”

5. HYLELATRÍA:

Fue un poco complicado encontrar una palabra que albergara el conjunto de cosas que en el mundo cumplen con las características de ser objeto de un “amor desordenado”, es decir, un objeto que es adorado. La palabra Hyle tiene su origen en Aristóteles, él la usó para referirse al cúmulo de cosas visibles que son objeto de nuestro entendimiento, pero que originalmente se usaba para referirse a la madera o la leña (materiales de construcción).

Esta adoración de las cosas materiales, en nuestra sociedad actual, ha adquirido unas características comunes. En primer lugar son caducas (pierden muy fácil el valor en el tiempo), frágiles y tienen un valor adquisitivo alto, lo que genera de algún modo un esfuerzo para adquirirlo. El desorden radica en que muchos de los objetos están siendo usados como sujetos, se les da nombre, se les hace duelo cuando se pierden o se dañan, y generan en algunas personas una relación enfermiza de dependencia.

Hablemos con ejemplos, el más común de todos es el celular, de manera especial los de alta gama que superan el millón y medio de pesos colombianos (500 dólares aproximadamente), en los países europeos o norteamericanos adquirir equipos de alta gama no es tan difícil como lo es en países latinoamericanos; el teléfono celular cumple todas las características que mencionamos anteriormente, ya mencionamos los valores económicos elevados, su caducidad (se vuelven obsoletos muy rápido) y requieren cuidado (son frágiles). Existe en el mundo una obsesión por adquirir y el dinero, que siempre se ha considerado “un dios”, ha pasado a ser un medio para adquirir cosas.

Esta obsesión por poseer objetos de valor (de marca) ha generado cierto apego y fanatismo, ha absorbido nuestros espacios y nuestros tiempos, y podemos ver como esta oleada de adquirir bienes sigue impidiendo el seguimiento cristiano. “Anda y vende todo lo que tienes” este imperativo de Cristo, sigue siendo una característica del verdadero cristiano que sabe renunciar a poner en los objetos materiales el corazón, “donde está tu corazón allí está tu tesoro”

Hoy también estamos viviendo una crisis ambiental por culpa de la sociedad de descarte, el uso y el desuso ha llevado a una contaminación sin precedentes en la historia de la humanidad; los valores actuales están invertidos y existe una clara relativización que ha llevado a una lucha salvaje por poseer. La crisis religiosa que vivimos actualmente y la oleada de individualismo han dejado a la humanidad en la orilla del consumismo, que mantiene a las personas atadas al sistema económico que no se ha puesto en duda. Ese sistema es el dios inefable, con una estructura tan fuerte que es casi imposible revelarse contra él, está protegido por una serie de credos que se sostienen como artículos de fe y esto ha llevado a consolidar la antropología propia de este sistema: el individualismo.

El uso del Evangelio lo ha dejado contaminado con este modelo económico, como dijimos anteriormente se habla de un “evangelio de prosperidad” una visión de Cristo que da beneficios económicos a quién pide con fe y aporta donaciones para mantener su “obra terrena”. Desintoxicar a los que se hacen llamar cristianos y que ven en Jesús un profeta que avala a los ricos por encima de los pobres, y que está de acuerdo con el sistema económico imperial, que favorece el individualismo y que muestra una clara discriminación por los que no están dentro de los parámetros morales y sociales, y que es un dispensador de milagros, un taumaturgo que ha abandonado este mundo que lo espera expectante para que a su regreso destruya a quienes están en su contra. Es tan difícil hacer un cambio de lenguaje, que hemos quedado sometidos a una visión disfrazada de Dios.

A manera de Conclusión:

Finalmente, existe un problema relacionado al “dar culto”. Hasta este momento sólo hemos podido esbozar la realidad de adoración, estrechamente vinculada con la fuerza de amar. El culto no necesariamente requiere de un lugar, es decir, un templo, aunque en la sociedad actual existan lugares donde se vive con más intensidad estas nuevas y no tan nuevas idolatrías, se requieren líderes, que hagan las veces de profetas y se necesitan credos “libros” o pensadores que ayuden a mantener esa verdad, todos de alguna manera estamos tristemente sometido a un círculo vicioso que nos ha despojado de Dios, que nos ha tumbado hacia dos extremos igualmente malvados, el moralismo solapado y el relativismo ateo. Vivimos una crisis del lenguaje, porque no dimensionamos las palabras, porque desconocemos su real significado o porque trivializamos su sentido, porque en una sociedad que no lee es difícil expresar en la era de los iconos la profundidad de la palabra.

Pero no hay por qué perder la esperanza, hay quienes adoran a Dios con toda su fuerza y todo su corazón, porque han comprendido que el Reino de Dios no es un lugar hacia dónde vamos, sino un lugar que construimos. A las voces de todos los tiempos nos unimos en este momento de la historia para que juntos sin distinción clamemos en acción de gracias a aquel que en este mundo nos ha puesto para “amarnos los unos a los otros” dando culto a Dios desde el compartir y desde la donación hacia el otro, liberándonos de tantas cosas innecesarias que nos hacen perder el tiempo y la conciencia de estar en el mundo.

Jesús el “Señor del Sábado” nos recuerda que es necesario ser como los niños para entrar en la dinámica del Reinado de Dios, quién logra liberarse de las preocupaciones del mundo; ha logrado entregar sus fuerzas para hacer de este mundo un lugar más humano. El Dios que adoro en mi interior y en el silencio “de mi habitación”, es decir en el silencio que le urge hablar al mundo, es el mismo Dios que adoro en medio de la comunidad que se reúne para celebrar una fe común y que comparte con un mismo corazón y un mismo sentir las necesidades de todos (cfr. Hch. 4, 32). El movimiento iniciado por Jesús sigue siendo profético en medio de un mundo que vive confundido, el Papa Francisco nos ha pedido ponernos de píe y ser capaces de denunciar ese demonio que entra por nuestros bolsillos, que nos hunde en el individualismo y que nos hace rechazar al hermano (“ese hijo tuyo” Lc. 15, 30).
Por: Andrés Felipe Rojas Saavedra, CM


¿Qué hay después de la muerte? REDdeREDES

sábado, 4 de febrero de 2023

ESPAÑICIDIO: "UNA NACIÓN SIN HONOR" 🕂 por FERNANDO LÓPEZ-MIRONES 🕂



UNA NACIÓN SIN HONOR 

Cuando un asesino marroquí entra en dos Iglesias buscando sacerdotes para matarlos mientras cita El Corán y asesina a una personas hiriendo a cuatro, todos los medios woke se esfuerzan en decir que es un caso aislado, que no pertenece a grupo alguno, que no hay que relacionarlo con nada. Me pregunto si hubiera sido al revés qué dirían. Me pregunto si habrá un comunicado del gobierno alauí lamentando el asesinato. Leo enormes diferencias en las generalizaciones que hacen los opinadores cuando se habla de otro tipo de asesinatos.

Dedican más tiempo a tratar de justificar que al fondo del asunto.
Desconocen las culturas, no dicen que hoy ese individuo es un héroe para muchos de sus compatriotas.

Otros culpan a las religiones, en general, igualando a la del asesino con la de las víctimas, que es de paz y amor; como si la culpa fuera compartida por el ejecutor y los católicos que estaban en misa sin meterse con nadie. Y ahora saldrán aquí los del discurso del odio, como si la culpa fuera también mía por escribir la verdad que todos sabemos.

Detrás de este asesinato hay un ambiente social creado por esos mismos periodistas y políticos que se la agarran con papel de fumar cuando hay un musulmán implicado, y sin embargo se ceban si el culpable es un pijo cristiano.

Un ambiente de impunidad moral. Si leyeran a Richard Francis Burton entenderían la forma de pensar de nuestros vecinos; hoy lo celebrarán en Marruecos, tratarán al asesino como un héroe, pero seguramente no nos lo mostrarán nuestros medios bajo la excusa de no provocar racismo ¿racismo? Entrar en dos Iglesias buscando sacerdotes y sacristanes ¿cómo se llama? Nadie mencionará la catolicofobia, pero la veremos en las respuestas a este mismo escrito.

A los cristianos se nos puede hacer cualquier cosa, y si abrimos la boca seremos acusados, además, de defendernos. Cualquier simple mención de judíos o musulmanes es atajada de inmediato, pero insultar a cristianos es gratis, es woke, es lo moderno.

Hoy nos caerán palos a los pocos que hablemos con libertad

El padre Antonio recibió machetazos en cabeza y cuello.

En la parroquia de San Isidro entró el miserable diciendo “por Alá, no se muevan”, se fue y volvió con un machete para matar al sacerdote. Después, entró en otra iglesia y mató al sacristán delante de su mujer.
Nadie menciona el nombre del asesino, gran respeto, nadie dice musulmán, todos “la religión”, es decir, como si las víctimas fueran también culpables. No, no son las “religiones”, es una de ellas la que pone el machete y la otra la que puso los muertos.

No no es discurso de odio, lo es de justicia.

No, no se estigmatiza a todos, pero sí a un ambiente creado por la cobardía y la corrección política que nos ha convertido en una sociedad acomplejada incapaz de defendernos de amenazas evidentes, orquestadas y financiadas por los de siempre, por los mismos que las falsas vacunas, la guerra de Ucrania, la lerdez climática y la alianza de civilizaciones.

Pero lo cierto es que la civilización del sur no nos respeta porque nos hemos convertido en un pueblo de gilipollas acomplejados que ni siquiera cuando nos matan somos capaces de decir “¡ay!”.

Comparen ustedes con la llamada violencia de género, o cuando un asesino que no sea de etnias favorecidas por el relato globalicista es el que mata. Entonces sí es el machismo, entonces sí es el fascismo, entonces sí es la ultraderecha o los hombres o lo que haga falta.

Pero cuando un musulmán marroquí entrado ilegalmente en España y que anda por la calle libre, entra con premeditación y alevosía en dos iglesias matando y citando frases de El Corán, no son los musulmanes, no son los marroquíes, no son los inmigrantes ilegales, no son las leyes blandas, no es el buenismo woke… en estos días leeremos barbaridades sobre los católicos, los cristianos y todo el entorno de las víctimas. Aprovecharán para atacarnos a los de siempre, a los que ante los leones rezábamos, a los que nos dejábamos crucificar sonriendo, a los que creemos en el amor y el perdón.

Y quede claro que estoy atacando a los periodistas, a los políticos y a la sociedad cobarde que no sabe defender a sus hijos, junto a las ideas asesinas del miserable y los que lo defiendan, aquí y en el mundo musulmán.

Se llama Yasin Kanza, y entro gritando “¡Alá es grande!”; cuando fue detenido trataba de entrar en una tercera iglesia con su cimitarra ensangrentada “¡muerte a los cristianos!”, no es un presunto, decenas de fieles lo vieron.

Nos hemos convertido en una nación sin honor.

Un aullido. 
Fernando Lopez-Mirones.

UN PUEBLO SIN DIGNIDAD NO ES RESPETADO. Un aullido

LO MÁS GRAVE DE TODO SON LAS DECLARACIONES 
DE LA CONFERENCIA (ANTI)EPISCOPAL ESPAÑOLA: 
UDS. SON SEPULCROS BLANQUEADOS. UDS. SON FARISEOS. 
¿QUÉ CRISTIANO SOMOS? HEMOS RENEGADO 
DE NUESTRAS PROPIAS CRUZADAS, 
DE NUESTRA PROPIA HISTORIA.

VER+:



PORQUÉ SOY CRISTIANO”, 
por Antonio Gil-Terrón Puchades

“En su disculpa, podía haberme dado mil excusas diferentes, y todas ellas creíbles. Sin embargo la historia que me contó me pareció tan kafkianamente absurda e irreal, que decidí creerle”.

Y es que cuando alguien miente, racionaliza su mentira de modo que esta sea creíble. Porque ser mentiroso no implica ser tonto; aunque también los hay.
El otro día un amigo me preguntó por qué era cristiano y no de otra religión.
Le dije que, experiencias místicas aparte (de las que personalmente tendría material para escribir un libro), en primer lugar era cristiano porque posiblemente el cristianismo sea la más absurda de todas las religiones, y por ello, la más creíble.

En segundo lugar, le dije que era cristiano porque me daba la gana, y no porque ningún Estado teocrático (que haberlos, ´haylos´) me lo impusiera a la fuerza, mediante el terror o la amenaza.

En tercer lugar, por lo ´poco comercial´ (humanamente hablando) de aquello que podríamos llamar el Génesis del Nuevo Testamento: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba ante Dios en el principio. Por Ella se hizo todo, y nada llegó a ser sin Ella. Lo que fue hecho tenía vida en ella, y para los hombres la vida era luz. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron”. Juan, 1: 1-5.
Un texto poco populista, complicado y de difícil asimilación, que escapa a la comprensión racional y que durante casi dos mil años, nadie ha sabido explicar racionalmente; o por lo menos, si alguien lo ha hecho, yo no lo he leído.

En cuarto lugar porque el cristianismo predica el amor al prójimo, y el desprendimiento de las riquezas materiales; dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo… y, el perdón y el amor hacia nuestros enemigos. Toda una doctrina que es antinatural al ser humano, a pesar que de un tiempo a esta parte ha sido copiada por todo un aluvión de ONGs y Agendas laicistas, cuyo denominador común ha sido el apropiarse de un ideario ajeno, prescindiendo maliciosamente del nombre de su Autor.

Así pues, soy cristiano porque la filosofía cristiana no responde a una lógica humana, ni lo pretende. El cristianismo confiesa sin pudor su origen divino, y yo creo que lo tiene, ya que a ningún ser humano se le hubiese ocurrido inventar una filosofía tan incomprensible como poco atractiva, y que sin embargo funciona y no ha parado de crecer desde hace dos mil años.
Tal vez sea por ese éxito de la Palabra de Jesucristo que muchos mercaderes se han animado, de un tiempo a esta parte, a montar sus propias ONGs, simplemente copiando al cristianismo, pero sin el cristianismo. Religiones artificiales a la carta. ‘business is business´. Y ello por no hablar de lo chirriante que resulta ver las movidas ´pseudo-solidarias´ de los banqueros, el segundo oficio más viejo del mundo, (el primero es la prostitución), en su afán nada desinteresado de blanquear su imagen.

Nota: Si nos molestamos en estudiar la Historia de las Religiones, veremos que, salvo el cristianismo, prácticamente todas están construidas en base a la lógica terrenal, como fórmula que dé respuesta a todo aquello que escapa a nuestra comprensión. Porque para que las religiones funcionen y ganen adeptos, hace falta que sus mandatos sintonicen con la naturaleza humana, y no olvidemos que lo natural en el hombre no es precisamente la bondad, el pacifismo, la austeridad, la humildad, la generosidad, el sacrificio gratuito por los demás, y el amor al enemigo. 

Tal vez por ello es que Jesucristo fue crucificado, y sus seguidores llevan siendo perseguidos y martirizados desde hace 2.000 años, como Diego Valencia, el sacristán de la Iglesia Nuestra Señora de la Palma, recientemente martirizado en Algeciras



PERSECUCION A LA IGLESIA-LA VOZ DE LOS MARTIRES - Cristianos , Torturados, y Asesinados


sábado, 21 de enero de 2023

EL CRISTIANO TIENE QUE SER TRADICIONAL, NO TRADICIONALISTA: ABIERTO A LA RENOVACIÓN, SIN CAER EN UN PROGRESISMO IMPRUDENTE 💕


“El cristiano tiene que ser tradicional, 
no tradicionalista: 
abierto a la renovación, 
sin caer en un progresismo imprudente”

“Estamos en la Iglesia y en el mundo para amar, porque ésa es la vocación humana y cristiana”. Mariano Fazio, vicario auxiliar del Opus Dei, habla en esta entrevista con Omnes de libertad y amor, temas de su último libro, pero también de pertenencia a la Iglesia, de la familia y de cómo los clásicos pueden ser preparación para la siembra del Evangelio en una sociedad secularizada.

Mariano Fazio Fernández, sacerdote nacido en Buenos Aires en 1960 y, en la actualidad, vicario auxiliar del Opus Dei, presentaba hace pocas semanas en la sede madrileña de la Universidad de Navarra su libro "Libertad para amar a través de los clásicos" (cuya reseña está abajo indicada). Una obra, la última de casi una treintena de títulos, en la que, a través de ejemplos contenidos en obras clásicas de la literatura de todos los tiempos, y especialmente entre ellas “el clásico de los clásicos, la Biblia”, el autor muestra cómo la libertad del ser humano está orientada al amor: al amor de Dios y al amor entre nosotros, especialmente en la vida de los miembros de la Iglesia.

De hecho, “estar en la Iglesia es amar a Cristo y, por Cristo, a los demás” señala Mariano Fazio en esta entrevista, en la que comparte su opinión sobre la secularización y el papel de la cultura actual, la tarea de las familias en la evangelización o la continuidad de magisterio en los últimos pontificados.
Hablar de libertad y amor en estos tiempos, en los que gran parte de la sociedad parece haber perdido el norte, no es fácil. ¿Hemos perdido el rumbo de la libertad o del amor?

—Creo que en lo que hemos perdido el rumbo es en el hecho de haber separado la libertad del amor.

Los seres humanos hemos sido creados libres para algo. Toda realidad tiene una finalidad. En algunas dimensiones de la cultura contemporánea se ha señalado mucho la libertad de elección, la posibilidad de elegir en cosas sin importancia. Por lo tanto, tenemos una visión de la libertad muy empobrecida.

En cambio, si caemos en la cuenta de que esa libertad tiene una dirección y esa dirección —de acuerdo con la antropología cristiana— es el amor de Dios y de los demás tendríamos una visión de la libertad infinitamente más rica.

Hoy se habla mucho de libertad y, sin embargo, me parece que hay una gran falta de libertad porque lamentablemente todos estamos sujetos a las adicciones de todo tipo. La principal adicción es el egocentrismo: el hecho de centrarnos en nuestra propia comodidad, nuestro proyecto personal, etc. Junto a esto, vemos adicciones más específicas presentes en muchos sectores, como la droga, la pornografía o la ambición de bienes materiales.

Estamos en una sociedad contradictoria en la que proclamamos la libertad como el valor humano más alto, pero vivimos esclavos de nuestras dependencias. Hemos reducido la libertad a elegir una cosa u otra y hemos perdido la visión de que es una visión orientada al amor.
Sin embargo, la sociedad vende muchas veces esa libertad basada en la multiplicidad de elegir, de “temporalmente” probarlo todo…

—No es posible hallar la felicidad en la simple opción. Para elegir hay que tener un criterio, -esa orientación de la libertad. Kierkegaard afirma que cuando una persona tiene todas las posibilidades delante de sí es como si estuviera delante de la nada, porque no tiene ningún motivo para elegir esto o lo otro.

Para ser felices hemos de orientar cada una de nuestras elecciones a que sean coherentes con el fin último del amor. Esto no es sólo una doctrina teológica o filosófica. Todo el mundo experimenta en su corazón el deseo de felicidad. Lo decía Aristóteles; y no es verdad porque lo diga Aristóteles, sino porque lo vivimos en todas las circunstancias de nuestra vida.

Muchas veces nos equivocamos en el lugar donde está la felicidad. Los tres lugares clásicos en los que caemos son los placeres, los bienes materiales o nuestro propio yo: el poder, la ambición de ser admirados. Y no es así.

La felicidad la encontramos en el amor, que implica donación. No la encontramos en la simple elección. Por experiencia universal, encontramos la felicidad cuando elegimos olvidarnos de nosotros mismos y darnos a Dios y a los demás por amor.
En Libertad para amar a través de los clásicos recurre no sólo esas grandes obras de la literatura, sino que vuelve a la Biblia de manera frecuente. Hay quien considera la Biblia un libro dogmático que poco tiene que decir sobre la libertad.

—Utilizo esas grandes obras clásicas porque son libros que, aunque hayan sido escritos siglos antes, nos siguen hablando hoy. Los clásicos presentan los grandes valores de la persona humana: la verdad, el bien la belleza, el amor. Además de todos ellos, tenemos un clásico que se puede llamar el clásico de los clásicos:la Biblia.

Es impresionante ver cómo todos los grandes clásicos de la literatura universal, por lo menos los modernos y contemporáneos, beben de la fuente bíblica. Lo hacen explícitamente o incluso sin saberlo, porque se encuentran inmersos en nuestra tradición cultural, que hemos de preservar porque se corre el riesgo de perderla.

El mismo Dios ha elegido una forma narrativa para presentarnos su proyecto para la felicidad humana. La forma narrativa es lo menos dogmático que puede haber: se nos ofrece una narración histórica. Jesucristo, cuando nos abre los caminos de la Vida lo hace a través de las parábolas; no presenta una lista de principios dogmáticos, sino que nos cuenta una historia: “Un padre tenía dos hijos…”; “En el camino que va de Jerusalén a Jericó…”. Incluso la misma forma es una propuesta, que cada uno puede decidir si la sigue o no.

Evidentemente, después, a lo largo de la historia de la Iglesia, ha habido que formular estas verdades cristianas que están contenidas en la Biblia, de una manera sistemática; pero no es una imposición, sino que siempre será una propuesta. Esto no quita que, en ocasiones, los cristianos hayamos querido imponer estas verdades por medios poco “edificantes”, pero sin duda ahí hemos traicionado el espíritu evangélico, que es ese proponer la fe, no imponerla.
Usted ha publicado casi una treintena de libros, entre los que encontramos semblanzas biográficas. Como la del Papa Francisco, san Juan XXIII o san Josemaría Escrivá, pero también libros sobre la cultura y la sociedad moderna. ¿Por qué esa mirada a los temas culturales y literarios?

—Tengo el convencimiento de que la crisis de la cultura contemporánea es tan grande que se han perdido los puntos de referencia. No sólo de la vida cristiana, sino de qué o quién es la persona humana.

Los hombres y las mujeres están hechos para la verdad, el bien, la belleza. Las grandes obras clásicas de la literatura universal proponen esa visión de la persona humana. No son libros buenistas o simples, ni mucho menos. En ellos se tratan todos los temas claves del drama de la existencia: el pecado, la muerte, la violencia, el sexo, el amor….

Leyendo grandes obras como Los Miserables, Los Novios o Don Quijote de la Mancha, uno se da cuenta de que la persona se realiza con el bien y no con el mal, o de que es mejor decir la verdad que mentir, o de que el alma se ennoblece contemplando la belleza. En resumen, los clásicos nos dan instrumentos para distinguir los grandes valores que son valores humanos y valores cristianos. Hoy en día, en muchas ocasiones, es más difícil ir directamente con el catecismo. En cambio, este estilo narrativo de los autores clásicos, ese que hemos visto que es el mismo que eligió Dios para transmitirnos sus verdades, puede ser una preparación para el Evangelio.

Vivimos una sociedad muy secularizada en la que hay que preparar el terreno para plantar el Evangelio. Todas mis obras sobre temas culturales tienen, por tanto, este afán apostólico, evangelizador.
Usted señala que hemos sido creados libres para amar. En este sentido, ¿podemos afirmar que estamos en la Iglesia para amar?

—Estamos en la Iglesia y en el mundo para amar, porque esa es la vocación cristiana y la vocación humana. Es una experiencia existencial.

Las personas que son verdaderamente libres, con una existencia plena, son las personas que saben amar.

Podríamos poner tantos ejemplos en la historia y en la literatura, donde los grandes personajes, los más atrayentes, son aquellos que están pensando siempre en los demás. Estamos en la Iglesia para amar a Dios y al prójimo con la medida del amor que Cristo nos dió.

Amor significa también cumplir una serie de obligaciones, es evidente, pero no por una simple cuestión de deber, sino porque nos damos cuenta que, a través de esos preceptos, materializamos una manera de amar.
Uno de los puntos clave en esta relación de amor, también dentro de la Iglesia, es el de sentirse o saberse correspondido. ¿Cómo amar a los demás, a la Iglesia, cuando no sentimos esta correspondencia?

—Es importante recordar, esto es una idea de san Josemaría Escrivá, que la Iglesia, es, sobre todo, Jesucristo. Somos el cuerpo místico de Cristo.

Puede ser que, subjetivamente, haya quien no se sienta bien dentro de la Iglesia en un momento u otro porque hay muchas sensibilidades, y considera que su sensibilidad no está aceptada o porque le escandalizan algunos sucesos poco edificantes que se dan en la Iglesia de hoy y de todos los tiempos. Pero no formamos parte de la Iglesia porque sea una comunidad de santos o de puros, sino que somos parte de ella porque seguimos a Jesucristo que sí es la santidad total. Estar en la Iglesia es amar a Cristo y, por Cristo, a los demás.
Y en el ámbito de la libertad, ¿cómo no caer en la falacia de intentar eliminar aspectos esenciales de la Iglesia en nombre de una falsa libertad?

—En este aspecto nos puede dar mucha luz todo lo que el entonces cardenal Ratzinger dijo sobre la interpretación del Concilio Vaticano II, que creo que sirve no sólo para este hecho concreto, porque la Iglesia esta renovándose continuamente siendo fiel a la tradición.

Los dos extremos equivocados serán, por un lado, aquellos que quieren un inmovilismo dentro de la Iglesia —quizás por temor a que se pierda lo esencial— y, por otro, aquellos que quieren que todo cambie a riesgo de que se olvide o incluso se elimine lo esencial.

Lo esencial es nuestra relación con Cristo, el amor de Dios…, etc. Las verdades que el Señor nos ha revelado serán siendo las mismas porque ya la revelación pública acabó con la muerte de san Juan.

La revelación es lo que tenemos que hacer creíble en las distintas etapas de la Historia. Ahora es el turno de la cultura contemporánea, por lo tanto, es lógico que haya una renovación, por ejemplo, en los métodos catequísticos.

El cristiano tiene que ser tradicional, pero no ha de ser tradicionalista. Ha de estar abierto a la renovación sin caer en un progresismo imprudente.
Ha apuntado a conceptos que, muchas veces, se usan para establecer “grupos o divisiones” dentro de la Iglesia: progresistas y conservadores, o tradicionalistas. ¿Existe realmente una división?

—Un católico tiene que ser católico cien por cien. Esto significa abrazar la totalidad de la fe y la vivencia cristiana en todas sus dimensiones y no elegir, por ejemplo, entre la defensa de la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte y entre la opción preferencial por los pobres y que todo el mundo tenga acceso a una casa, a comida, vestido…, etc.

En 2007 participé en la Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe en Aparecida. Allí se dieron cita distintas sensibilidades en un clima de gran comunión eclesial. En ese contexto, uno de los padres sinodales dijo: “Yo escucho aquí como muchos defienden la familia, la vida…etc. Otros tienen una gran sensibilidad social. Tenemos que llegar a una síntesis. Tenemos que defender la vida desde el momento de la concepción a la muerte natural y, en el medio, en todos esos años de vida de las personas, hacer posible que la gente tenga derecho y acceso a todos esos bienes”.

En este sentido, me parece que los pontificados de Benedicto XVI y Francisco son perfectamente complementarios. Cada uno hace hincapié en unos temas, pero no significa que Francisco no haya hablado de la defensa de la vida. Por ejemplo, Benedicto XVI tiene unas afirmaciones dentro de la Doctrina Social de la Iglesia, sobre economía y ecología, que Francisco ha continuado.

Hoy es el momento de establecer puentes, de no tener visiones unilaterales, de querernos y respetar todas las sensibilidades.
Hablando del peligro de quedarnos en visiones o categorías humanas en la Iglesia ¿hemos perdido el sentido de eternidad?

—Creo que no, porque la Iglesia es Jesucristo. La Iglesia en cuanto institución no lo ha perdido.

En este campo, recuerdo una anécdota que me contó quien fuera portavoz de Juan Pablo II más de veinte años, Joaquín Navarro Valls. En una ocasión, había concertado una entrevista del Papa con la BBC. En esa entrevista, el periodista le pidió a Juan Pablo II que definiera la Iglesia en tres palabras y el Papa respondió: “Me sobran dos. La Iglesia es Salvación”. Por tanto, la Iglesia es un instrumento para la salvación eterna.

Los católicos, claro, podemos tener el riesgo de mundanizarnos. Este peligro que el Papa Francisco ha subrayado tanto: la mundanidad, tanto en la jerarquía como en los fieles. El peligro de dar un valor absoluto a las cosas de esta tierra que tienen un valor relativo.
La familia, la vocación matrimonial, es un tema nuclear en la Iglesia, más aún en un año como este, dedicado a la familia. Pero, ¿sigue habiendo una percepción por ambos lados de ser los evangelizadores suplentes?

—Tengo la impresión de que aún no hemos sacado todas las consecuencias de la doctrina del Concilio Vaticano II. San Pablo VI destacaba en ese Concilio el mensaje fundamental: la llamada universal a la santidad. Universal, para todos, y, en particular, se subraya el papel de los laicos en la Iglesia y en la evangelización.

En concreto, creo que tenemos que iluminar aun más nuestra vocación bautismal. Por el Bautismo estamos llamados a la santidad, y la santidad implica el apostolado. La santidad sin apostolado no es santidad. Por lo tanto, lo natural es que los laicos, que están en medio del mundo, en todas las instituciones sociales, políticas, económicas…, sean el fermento que cambie la masa de nuestro mundo. Y en este campo, de forma muy particular la familia, Iglesia doméstica.

Todos los últimos Papas, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco se han llamado a sí mismos anticlericales porque subrayan, con este calificativo, este papel fundamental de los laicos. La jerarquía cumple un papel imprescindible, claro está, porque la Iglesia es una institución jerárquica; pero todos estamos llamados al apostolado desde nuestras funciones propias.

Hoy la familia está en crisis; pero si logramos una vivencia profunda de la fe en las familias, si hacemos posible que no sean familias autorreferenciales, como dice el Papa, sino que se abran a otras familias que vean en ellas un testimonio de perdón, generosidad, servicio… ese testimonio hará que otras familias quieran ser semejantes a estas familias cristianas. Creo que ése es un gran camino para la evangelización en el mundo de hoy.


«El hombre moderno necesita… 
no una fe nueva, no una religión nueva, 
no un código nuevo, sino: 
un corazón nuevo, un alma nueva, 
una generosidad nueva, 
un amor nuevo de la fe antigua».

La Iglesia Católica entre la tradición 
y el tradicionalismo

Los católicos están obligados, en virtud de su misma tradición, a articular su experiencia de fe y su obligación de dar razón de ella (Vaticano I y Vaticano II). La Iglesia Católica es fiel a su tradición en la medida que transmite (tradere) el Evangelio en contextos personales y culturales plurales. En dos mil años de historia ha habido innumerables interpretaciones del mensaje de Cristo.

Ellas comenzaron con cuatro evangelios. Dieron lugar a varios patriarcados. Hoy hay un esfuerzo ecuménico notable con las iglesias de la Reforma y la Ortodoxia. En todas las versiones del Evangelio ha debido ser decisivo que la Tradición actualice una "buena noticia" para los seres humanos. Hace dos mil años que la iglesia decanta su seguimiento de Jesucristo en enseñanzas que ha ido forjando trabajosamente para anunciar el Evangelio de un modo nuevo, epocal y culturalmente comprensible. No debiera extrañar, en consecuencia, que la misma tradición -el modo plural y provisional de transmitir la revelación de la cual la iglesia es custodia- obligue a los católicos a revisar su doctrina y a cambiarla si es necesario. Si en el presente las mediaciones culturales e históricas (los ritos, las instituciones y las doctrinas) hacen imposible que el Evangelio llegue a los contemporáneos ellas deben ser discernidas y, si es el caso, cambiadas.

El tradicionalismo, en cambio, opera como si el Espíritu Santo no existiera: es decir, como si la iglesia no dispusiera de la inspiración de Cristo para continuar transmitiendo el Evangelio en el futuro. El tradicionalismo no admite interpretaciones. Dice de cualquier mediación del Evangelio: "esto siempre ha sido así", "esto no puede cambiar porque es intocable". Es explicable que haya cristianos que piensen de este modo. Han de tener en cuenta empero que algunas tradiciones que encauzaron el cristianismo en el pasado, petrificadas, han asfixiado la vida de los católicos. Y que, de hecho, la iglesia ha cambiado varias de sus doctrinas.

El tradicionalismo, en realidad, no representa la originalidad del cristianismo. La traiciona. El parlamentario tradicionalista quiere verificar el cristianismo en el plano de la legislación como si él tuviera la verdad revelada y los demás vivieran en las tinieblas. Los católicos no poseen "verdades" que pueden hacer valer en el parlamento como "cruzados", como si los demás desconocieran el misterio de la cruz. Lo propio del dogma de la Encarnación que termina en la cruz pero que no se agota en esta, es exigir relacionar y conjugar ambos planos, el de la fe y el de normas que han de ser racionales. La identificación de Dios con la humanidad culmina en el misterio pascual, pero comienza con su apertura y asunción de la realidad humana en todas sus dimensiones. Esto impide confundir una cosa con otra y llegar rápidamente a conclusiones simples.

En suma, no hay que buscar la originalidad del cristianismo en la prevalencia de la doctrina de la Iglesia Católica en la legislación del país. La relevancia cristiana debe descubrírsela sobre todo en el testimonio voluntario de cristianos que, por ejemplo, estén dispuestos a defender la tolerancia y legislar desde esa convicción. Los parlamentarios católicos, en virtud de su propio Credo, no debieran considerarse voceros de las autoridades eclesiásticas ni aplicadores de doctrinas católicas que pueden mediar, pero jamás agotar, la Tradición de la Iglesia. Lo suyo es redescubrir el Evangelio con otros, incluso con no creyentes, como una "buena noticia" para todos y no solo para algunos, no solo para los de hoy sino también los de mañana.
***
Este último artículo de Jorge Costadoat lo introduje como comentario constructivo en respuesta al artículo del Sr. Pedro L. Llera de la tradicionalista INFOCATÓLICA: Progresistas, Conservadores y Católicos Tradicionales

Me dijeron de todo menos bonito... Estoy acostumbrado ya desde hace muchos años en el foro de "TEMAS CONTROVERTIDOS" de CATHOLIC.NET.  Como también me pasa con los del otro extremo, la de los progresistas. 


De Pedro L. Llera:
a Yanka

A ver voy a escribir algo aquí, no vaya a ser que alguien pueda pensar que el que calla otorga.
Ese texto del jesuita chileno es un despropósito, un cúmulo de heterodoxias y errores doctrinales, por no utilizar la palabra herejía.
Es un ejemplo paradigmático de lo que en el artículo llamo progresistas: es un texto que ejemplifica muy bien lo que es el modernismo.
Lo han puesto aquí como provocación y yo le he dado paso para dejarles en evidencia.
Retratados quedan. Carecen de temor de Dios. Pero ustedes y yo seremos juzgados y el Juez separará la cizaña del trigo. Y allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Conversión y penitencia.

De Cristián Yáñez Durán:
A Yanka,

- Cristo fundó una sola Iglesia, la Católica Romana.
- La Fe Católica no se limita a los 4 Evangelios. Tiene 2 fuentes la Santa Tradición y la Sagrada Escritura, y esta última está contenida en ls Tradición.
- Los católicos somos lo mismo que los primeros cristianos, que no tenían los 4 Evangelios.
- En 2000 años ha habido solo una interpretación válida y consistente del Evangelio, la católica.
- Su hato de eslóganes inconexos, es manifiestamente falso y contradicho por la historia y la sola razón. De hecho está expresamente condenado en el Syllabus y la Pascendi. No es más que el falso cuenteo protestante y modernista, en forma de "relato", como le gusta a la progresía. Una mentira que suena bien.
- Si es que tiene buena voluntad, estudie y fórmese, para que no siga haciendo el ridículo.

De Yanka:
Hermano Cristián: mi comentario es constructivo. Yo no estoy prejuzgando ni te estoy menospreciando como haces tú.
Antes que nada, seamos fraternos...

"Con los dogmáticos y fanáticos no cabe ni el diálogo ni el pluralismo ni mucho menos la fraternidad universal. El que piensa de otro modo es para ellos un hereje o un enemigo".

"La cortesía es la flor de la caridad". San Francisco de Sales

Que El Señor te bendiga...
________________________________

De Pedro L. Llera:
A Yanka
Lobo con piel de cordero. Con el demonio no se debe ser cortés. Al lobo hay que darle hasta que deje a las ovejas en paz. Aquí somos dogmáticos (la Iglesia lo es) e intolerantes con el mal.

Libertas 23:

«cuando la Iglesia, columna y firmamento de la verdad, maestra incorrupta de la moral verdadera, juzga que es su obligación protestar sin descanso contra una tolerancia tan licenciosa y desordenada, es entonces acusada por los liberales de falta de paciencia y mansedumbre. No advierten que al hablar así califican de vicio lo que es precisamente una virtud de la Iglesia. Por otra parte, es muy frecuente que estos grandes predicadores de la tolerancia sean, en la práctica, estrechos e intolerantes cuando se trata del catolicismo. Los que son pródigos en repartir a todos libertades sin cuento, niegan continuamente a la Iglesia su libertad».

De Cristián Yáñez Durán:
A Yanka,

Un comentario como el suyo, directamente hostil a la Fe, no tiene nada de constructivo.

De Pedro L. Llera:
A Yanka
No se olvide de que no creo en las libertades modernas: aquí no hay libertad de expresión. Váyase con viento fresco a Religión Digital, que es la cloaca de todas las herejías.

De Yanka:
A Pedro L. Llera

El Fundamentalismo es una herejía cristiana.
"El peor pecado contra el Espírtu Santo es el espiritualismo espiritualista e individualista".
Los que mataron a Jesús fueron los fundamentalistas o espiritualistas.
A Él lo mataron por ser Radical (radical no es lo mismo que radicalista)
"No se accede a la verdad sino a través del amor". San Agustín


LIBERTAD PARA AMAR
a través de los clásicos

La palabra ‘libertad’ es realmente mágica. Levanta pasiones maravillosas, y ocasiona también errores dramáticos. Bastaría preguntarles a Adán y Eva por su felicidad interior, tras elegir libremente la manzana. No somos los primeros que nos preguntamos cómo usarla bien. Muchos lo han hecho antes que nosotros, y han concluido con enorme sabiduría o con enorme torpeza.
Este libro trata de mostrar cómo la libertad está orientada al amor. Y cómo esta afirmación tiene una enorme importancia para la vida cristiana. Fazio así lo muestra, de la mano de grandes autores clásicos de todos los tiempos.

PALABRAS DE UN LECTOR

ESTE LIBRO LLEGA PARA recor­darnos el viaje de nuestra propia vida, en el que esta­mos embarcados y del que a veces podríamos olvidarnos, y vuelve sobre él para adver­ tir sobre su clave principal, sobre su componente prodigioso: la libertad. Lo hace auxiliado de una brújula exacta, la de los textos clási­cos. Mariano Fazio nos mos­trará cómo la gran literatura narra mediante metáforas el viaje de ida y vuelta de la vida humana desde Dios y hacia Dios.

El libro recuerda la bús­queda de la felicidad y los fervientes medios que el hombre emplea para lo­grarla, los acertados y los equivocados. También ad­vierte que no basta una inte­ligencia clara: se necesita un corazón atento y dócil para leer las huellas del camino.
En "Libertad para amar a través de los clásicos" apare­cen las preocupaciones de Fazio: la persona en el mundo y su decurso histó­rico en clave trascendente. Aquí operará el teólogo, el historiador, el filósofo y el literato, cuatro miradas en una, la del sacerdote, que mira con comprensión y aconseja con cautela.
En el actual espacio secularizado, Fazio advertirá sobre las seducciones externas que nublan los talentos inte­riores y apelará a la dona­ción de sí como centro de la vida.

Metodológicamente, el li­bro no excluye a ningún lec­tor. Quien tenga un decurso literario, encontrará inme­diatas y ciertas las referen­cias; quien no lo tenga aún, se sentirá invitado a recorrer los argumentos con la cer­teza de hallar en ellos la cla­ ridad que busca.
Fazio muestra el problema de la libertad atravesando la vida en movimiento de las ficciones literarias, la mayo­ría extraídas de ilustrados y románticos. Pero las obras no anteceden, sino que con­ firman la arquitectura del mundo cristiano. Así, la lite­ratura se vuelve una se­gunda versión de verdades primeras, indivisas, necesa­rias, sirviendo de honroso auxiliar para postulados an­tropológicos y morales.

Fazio no teme introducirnos en las sinuosidades del error o de la dispersión, donde la ficción expone a sus héroes al sufrimiento causado por el mal, para que su repudio sea franco. Al acompañar a personajes de Dickens, Austen o Tolkien, nos dolerá su pérdida del bien y su semejanza con no­ sotros. 
Fazio parece invitar­ nos a una expiación previa a la caída, cuando nos cuenta cómo el error de un Macbeth o de un Raskolnikov arrasó su vida y la de los seres que­ridos. Nos muestra también la cara valiente de la virtud a través de seres como el prín­cipe Andrej Volkonski, quie­nes reciben lo dado, por cruel e incierto que sea, y lo convierten en vida nueva. Si somos capaces de ser testi­gos de los grandes pecadores y de los grandes virtuosos que los clásicos dejaron gra­bados en la excelsa litera­ tura, podríamos contar con una llave de conversión. Cer­vantes y Dante llevaron al gran viaje a sus protagonistas para que también noso­tros los acompañáramos. Pero la respuesta, como en todo buen aprendizaje, no está al principio sino al final de la lectura, una vez que, como Heathcliff, hayamos atravesado las "cumbres borrascosas".

Aunque este libro reúne numerosas lecturas, el tono promueve la meditación, fa­cilitada por el talante narra­tivo de Fazio y su modo de hacer accesible lo arduo; así, al terminar de escarbar en una ficción de Melville o Víc­tor Hugo, el lector querrá fortalecerse con la historia completa.

Gracias a la eficacia estilís­tica de Fazio, las parábolas del Evangelio dialogan con Dostoievski, Calderón y Tol­kien, san Agustín con Dic­kens, san Josemaría con An­dersen... Participaremos in­cluso en una tertulia en la que Chesterton tome la pala­bra para reírse -¿de sí mismo, de nosotros?- junto a Kierkegaard y a Osear Wilde. Es que Fazio confía en que podemos "tratar a los clásicos como amigos", cuya compañía nos llevará a cre­cer en humanidad.

Este no es un libro sobre li­teratura, sino sobre espiri­tualidad; quien busque en él un manual de buenas lectu­ras para las vacaciones, se equivoca gravemente. En cambio, quien busque pau­tas para su propio recorrido espiritual y humano, dis­pondrá aquí de una exce­lente guía de viaje.

ETHEL JUNCO DE CALABRESE
Universidad Panamericana,
México
INTRODUCCIÓN

«EL PRISIONERO DESEA DECIR una palabra», concede el juez a William Wallace al fi­nal de la épica película Bra­veheart. Mel Gibson, tum­bado sobre el patíbulo, toma aire y, con toda la fuerza de sus pulmones, emite un grito desgarrador, más im­portante que la propia vida: «¡¡Libertad!!».

Es realmente esta una pala­bra mágica, que levanta pa­siones maravillosas... y erro­res dramáticos. Bastaría pre­guntarles a Adán y Eva por su felicidad interior, tras ele­gir libremente la manzana. Algún marido puede esgri­mir esa misma palabra, para concederse "una segunda oportunidad'' al no encon­trar en su mujer el amor es­ perado. O puede pronun­ciarla ella, o ambos, de mu­tuo y libre acuerdo. Algún político puede esgrimirla ante millones de ciudada­nos, para luego construir un telón de acero para que nadie se vaya de su territorio... Los votantes son libres salvo que "se equivoquen" vo­tando al partido contrario...

La libertad es poliédrica: parece ir de la mano de la parece ir de la mano de la justicia, de la verdad y del amor. El adolescente la pro­nuncia ante sus padres para exigir más horas de fiesta, para elegir su destino profe­sional, la decoración de su dormitorio, su modelo de te­léfono móvil e incluso su sexo. Es una palabra compli­cada, que tilda de impositivo a quien no llame a la puerta antes de entrar: "mi territo­rio" es sagrado, y ni mis pa­dres, ni mis profesores, ni la Iglesia, ni mi propia con­ciencia, pueden pisar esa al­fombra sin antes pedirme permiso. Mientras mi deci­sión no haga daño a los de­más, puedo exigir a todos - y sin excepción- que se respete.

¿Es realmente así? ¿Cómo casa esa visión de la libertad con el amor, con el compro­miso, con la entrega generosa a los demás, con la amistad desinteresada? Es evidente que puedo elegir entre muchas opciones. Es también evidente que no puedo elegir lo que quiera, pues se presentan ante mi muchas posibilidades, pero no todas las que me gustaría. No puedo elegir ser rico si soy pobre. Ni ser alto, si soy bajo. No todo está a mi alcance, pero eso tal vez no sea una limitación... Puedo empeñarme en ser dios, "mi propio" dios, con "mis propias reglas, mis propias limites" (I choose) pero mi deseo y mi libertad no fabrican la realidad. Tampoco parece que la libertad se limite a la capacidad de elegir entre varias opciones, ni somos nosotros los primeros que nos formulamos estas preguntas tan interesantes. Lo han hecho mucho antes, y han concluído con enorme sabiduría o con enorme torpeza, dirigiendo a sus seguidores a un mayor grado de felicidad, o al más triste precipicio. 

Sobre la libertad se ha escrito mucho, desde hace siglos, y frecuentemente muy bien. 
El libro que el lector tiene en sus manos posee un objetivo: mostrar cómo la libertad está orientada hacia el amor, y cómo esta verdad tiene una enorme importancia para la vida cristiana. 
Hemos sido creados libres para amar, y cuando no alcanzamos el fin propio de la libertad nos encontramos frente a un fracaso existencial. Todos deseamos una vida lograda, plena, feliz. Para alcanzarla, la clave reside en hacerlo todo libremente, por amor.

La tesis parece bastante sencilla, todas las grandes verdades lo son. Ponerlas en práctica es más complicado. 
Abundan el corrientes culturales contemporáneas concepciones de la libertad alejadas de esta tesis. Se la concibe como mera capacidad de elección entre muchas posibilidades, o como prerogativa del individuo para hacer lo que le venga en gana sin otro criterio que su gusto o capricho. La  más de las veces se contrapone libertad a entrega, a deber, a obediencia, a cumplimiento de obligaciones, al atenerse a algunas normas de conducta. 

Espero que las siguientes páginas ayuden a descifrar el sentido profundo de este concepto alto de libertad. 

No quiero entrar en disquisiciones académicas -que son importantes en otro ámbito- sobre los diferentes tipos de libertad. 
En esta introducción diré lo esencial para que el lector pueda seguir la argumentación sin perderse. El resumen del libro podría ser el siguiente:
Dios, al crearnos, nos regala el don de la libertad. La vida humana sale de Dios, y a Dios retorna porque nos ha invitado a compartir la plenitud de su vida, donde encontramos la felicidad. En consecuencia, podemos comparar nuestra existencia a un camino de retorno a Dios, que hemos de recorrer libremente, y que tiene como meta su divino Amor. Dios invita, no constriñe. La libertad más radical -es decir, la que está en las raíces de nuestro propio ser- es una libertad que tiene una orientación. 
Con otras palabras, es una libertad "para". En concreto, "para" el amor de Dios.
La libertad de elección -de elegir entre esto o aquello- está al servicio de la libertad "para". Elijo teniendo en cuenta el fin que me propongo. Si acepto la invitación de Dios de participar de su amor, las elecciones que haga durante mi vida deberían ser coherentes con ese fin. Hasta aquí la primera parte del libro. 

Para vivir auténticamente la libertad radical -la líbertad "para"-, es necesario también ejercitar las liberta­des "de". No es un juego de palabras: para encaminarme libremente hacia mi fin úl­timo, a mi plenitud, a mi fe­licidad, que coincide con el amor de Dios, debo libe­rarme de los pesos que me impiden caminar decidida­ mente por la buena ruta. He de liberarme de mi egoísmo, de mi sentimentalismo, de mi voluntarismo, de mi ex­cesiva atención al juicio ajeno y de otros obstáculos en este marchar con soltura hacia mi fin. Este es el tema principal de la segunda parte del libro.

Todo lo dicho hasta aquí se encuadra en una visión cris­tiana de la vida. Esto implica que  somos  conscientes  de que la libertad humana ha quedado dañada por el pe­cado original y por los peca­dos personales , y a su vez, que esa misma libertad ha sido redimida por la Sangre de Cristo derramada en la cruz por amor. Aceptar la in­vitación del Señor a vivir en Él -la libertad "para"- y conquistar las libertades "de" -la liberación del pe­cado- implica necesariamente la gracia de Dios y la lucha por corresponderle. Lejos de una visión prome­teica del camino hacia el amor, los cristianos somos conscientes de que en nues­tras jornadas habrá deseaminos y tropiezos, pero con­tamos siempre con la mise­ricordia de Dios.

***
En los capítulos que siguen, se han utilizado con profu­sión textos de los clásicos de la literatura universal: ilus­tran de modo vivo el camino del cristiano hacia el amor de Dios. El "clásico" más ci­tado en este libro, no podía ser de otro modo, es la Biblia, y en particular el Evangelio. Aunque la razón sea obvia, quisiera añadír la justificación que nos ofrece Dreher. El escritor americano afirma que «si no nos entendemos a nosotros mismos como una parte de una historia más grande, o de una tradición, no tendremos ni idea de qué se supone que debemos ha­cer con nuestras vidas. En nuestro mundo moderno, hemos perdido la historia que durante siglos mostró a la mayoría de las personas un camino para  dar sentido a nuestras vidas: la narra­ción bíblica»[l]. Guardo la esperanza de que esta pe­queña obra ayude a recupe­rar «esta historia más grande».

Los clásicos de la literatura tienen una función análoga -es decir, en parte igual, en parte distinta- a la Biblia. Nos recuerdan que hay una serie de valores a los que la humanidad ha aspirado desde sus inicios y que me­recen protección y custodia. Los clásicos nos hablan de aquellas cosas que entran en el corazón del hombre y lo conmueven.  

«Hay una bella definición que Cervan­tes pone en boca del bachi­ller Carrasco haciendo el elo­gio de la  historia  de  Don Quijote: "Los niños la traen en las manos, los jóvenes la leen, los adultos la entien­den, los viejos la elogian". Esta puede ser para mí una buena definición de lo que son los clásicos»[2].

En un mundo caracteri­zado por la prisa, los deadli­nes impostergables y la sobreabundancia de medios para recibir una cantidad abrumadora de información al instante, cabe hacerse la pregunta: ¿para qué leer los clásicos?

Antes de responderla, de­bemos formular otra:  ¿qué es un clásico? 
Jorge Luis Bor­ges, que no creía mucho en ellos, los definió de la si­guiente manera: «Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo  tiempo  han  decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término (...) Clásico no es un libro (lo repito) que ne­cesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diver­sas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad»[3].

Pero, ¿por qué existe ese previo fervor y esa miste­riosa lealtad? Aventuremos una respuesta. Un clásico es un libro que, aunque haya sido escrito hace muchos si­glos, tiene algo que decirme hoy y ahora. Dante se sigue reeditando, lo mismo que Homero o Shakespeare. Pa­saron siglos, y nos siguen hablando. Intuimos que esto se verifica porque los clásicos nos interpelan sobre ese conjunto de nociones, con­ceptos, categorías existenciales, que establecen una relación directa con la naturaleza humana. Los clásicos abordan, de una manera u otra, lo referente a las pre­guntas existenciales de la persona humana: ¿de dónde vengo?, ¿hacia  dónde voy?,
¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿qué diferencia hay entre   el  bien   y   el   mal?, ¿cómo debo afrontar  el do­lor?, ¿qué hay detrás de la muerte?

Otra forma de abordar a los clásicos es afirmando que se ocupan de presentarnos la verdad, la belleza y el bien (o el amor). Que es lo mismo que decir que se ocupan de las categorías existenciales, lo  que  nos hace  retornar  a nuestra primera afirmación. Los clásicos nos llevan, por lo menos, a atisbar la ver­dad, a sentir deseos de imi­tar la virtud, a facilitar la apreciación de lo bello, de lo que llena el alma.

El lector más o menos ex­perimentado podrá decir: "Pero Shakespeare habla continuamente de las pasio­nes humanas, que muchas veces producen consecuen­cias nefastas para la convi­vencia entre los hombres. Dante presenta imagenes grotescas, feas, aterradoras. Moliere juega con la avaricia, la vanidad, el engaño". 

Todo esto es cierto, como es cierto que en la vida están mezcla­dos el trigo y la cizaña. Pero los clásicos no se regodean en mostrar el error, el mal o la fealdad, sino que los colo­can en un contexto tal que el lector advierte una actitud viciosa porque se presenta en toda su validez la virtud; que algo es un error porque sus páginas nos llevan a entender la verdad sobre el hombre y el sentido de su existencia; que algo es feo en contraste con la luminosi­dad de la belleza. Otelo no es el elogio de los celos, sino su condenación; el Infierno de Dante nos hace anhelar el Paraíso; lo tétrico de las acti­tudes existenciales de la ma­yoría de los personajes de "Cumbres borrascosas" produ­cen una repugnancia salu­dable para aspirar a unos sentimientos dignos de la persona humana [4].

Si los clásicos superan la barrera del tiempo, también sobrevuelan las del espacio. Chesterton acierta cuando dice que «el escritor inmor­tal es comúnmente el que realiza algo universal bajo una forma particular. Quiero decir que presenta lo que puede interesar a todos los hombres bajo una forma propia a un solo hombre o a un solo país»[5]. Shakes­peare es inglés y universal, al igual que el español Cervan­tes o el ruso Dostoievski: es­criben desde sus circunstan­cias y perspectivas cultura­les, pero alcanzan a decir algo a la humanidad.

La tradición de los grandes libros nos enriquece, pues abre horizontes insospecha­dos y presenta posibilidades existenciales que no conoce­ríamos si no tuviéramos ac­ceso a esos universos de fic­ción que reflejan la grandeza del corazón humano. Anto­nio Malo, en un ensayo re­ciente, subraya su papel clave en la formación de las personas. Partiendo del con­cepto aristotélico de verosi­militud, sostiene que el encuentro entre el lector y la obra literaria «consiste en una relación máximamente personal. Y cuanto más grande sea el influjo en el lector la obra se enriquece con nuevos significados. Quizá aquí reside la fascinación de las grandes obras como Don Quijote, Hamlet, Los miserables, Los hermanos Karamazov, Anna Karenina, en las que el lector se siente "obligado" a identi­ficarse o a tomar distancias de estos universos de ficción»[6].

Los clásicos son capaces de transformar la vida de los lectores. No toda obra litera­ria tiene esta capacidad. Si un libro no logra transmitir humanidad, si presenta el mal como bien y el bien como mal, estamos frente a un fracaso de la comunicación literaria: por mas per­fección formal que tenga, no será un auténtico clásico.

Malo propone una idea au­daz, que comparto plena­mente: podemos establecer una relación de amistad con algunas obras literarias. Los personajes de ficción son cuasi personas que, como los amigos fieles, nos pueden señalar el buen camino. 
«La acción artística, en este caso la narración o la representación, es la producción de una obra de ficción que, siendo capaz de entrar en re­lación con nuestra vida, ac­ túa en nosotros como si fuera un amigo. Lo hace de modo que nos conozcamos mejor conociendo a los otros y nos hace reflexionar sobre el sentido de la vida humana la nuestra y la de los otros pudiendo de tal modo transformarnos»[7].

Las referencias literarias que el lector encontrará en este libro quieren ser tam­bién una invitación a tratar a los clásicos como amigos que nos pueden orientar en el camino de la vida.

«Un libro es una suerte de mundo abreviado, si se me permite robar la metáfora destinada de antiguo al ser humano. Porque, si en el principio existía el Verbo -el Logos-, y el Verbo se hizo carne, la palabra es metáfora del hombre, y el libro, su morada más apta»[8]. Y el Logos -Jesucristo- eligió la forma narrativa para comu­nicarnos su verdad. Los tex­tos citados -de autores re­conocidos universalmente como clásicos- manifies­tan, por un lado, que existe una naturaleza humana que aspira a la plenitud. Por otro, que las grandes verdades del hombre encuentran su cum­plimiento en aquel que dijo de sí mismo que era «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).

Deseo acabar con un agra­ decimiento al Prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, que está en el origen de este libro. En enero de 2018 publicó una carta pas­ toral sobre la libertad[9], que muchas veces he llevado a mi meditación personal. A principios de 2021 tuve que impartir un curso breve para universitarios y profesiona ­ les basado en ese texto. A medida que preparaba las lecciones, fue surgiendo casi espontáneamente el libro. Confieso que lo hice gustosamente, movido por el deseo de hacer lo más comprensi­ble posible este misterio del amor de Dios por los hom­bres: el don maravilloso de la libertad.
Roma-Dublín, abril 2021
_______________________

[1] DREHER, R., How Dante can save your Lije, Regan Arts, New York 2015,pp, 53-54.
[2] Entrevista de Antonio Spadaro al Papa Francisco, en La Civílta Cat­tolica, 2013, III,p.472.
[3]  BoRGES, J. L., Sobre los clásicos, en Otras inquisiciones, Debolsillo, Bue­nos Aires 1994, p. 124.
[4] Antonio Malo considera -si­ guiendo a Aristóteles-, que la re­presentación del mal, cuando se lo presenta en cuanto tal, tiene una función catártica o de purificación.
«Aunque la trama de la tragedia no es real ni el mal es verdadero, su representación no nos aleja de la realidad del mal. Lo simboliza en lo que tiene de más profundo: su presencia en el corazón humano y sus catastróficas consecuencias en la vida de las personas, de las familias y de la sociedad en general. Esta re­ferencia estética al mal consiente la catarsis, la purificación que la fasci­ nación del mal ejerce sobre noso­tros» (MALO, A., Svelare il M ístero. Fí­losofia e narrazíone a confronto, EDUSC, Roma 202 1, p. 102).
[5] CHESTERTON, G. K., Díckens, Edi­ ciones Argentinas Cóndor, Buenos Aires 1930,p. 366.
[6]  MALO, A., Svelare íl mistero, cit., p. 115.
[7]  MALO, A., Svelare íl mistero, cit., p. 244. Ethel Junco de Calabrese subraya el papel clave de los cuentos infantiles para la formación de la personalidad desde los primeros años. También podemos hablar de cuentos infantiles "clásicos", en los que se pueden aprender de modo in­ tuitivo los grandes valores de la existencia humana. Cfr. JuNco DE CALABRESE, E., Presencia de lo sagrado en el cuento maravilloso, Eunsa, Pamplona 2020.
[8]  BARNÉS, A., Elogio del libro de pa­pel, Rialp,Madrid 20 14, p. 18.
[9]  OcARIZ, F., Carta pastoral, 9-1- 2018.