EL Rincón de Yanka: REYNARIVAS

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martes, 19 de diciembre de 2017

📩 HEMOS PERDIDO LA CORTESÍA EN LA CORRESPONDENCIA EPISTOLARIA


El arte perdido de las cartas 
escritas a mano 

Teclado dejó en el olvido la escritura de puño y letra a la hora de comunicarse a través del papel.

Las nuevas tecnologías puede que hayan cambiado los medios, pero no el contenido. Seguimos escribiendo cartas, aunque sea por medio de un teclado y se llamen "e-mails" o correos electrónicos. Seguimos...
Este arte se ha perdido en aras de la rapidez, de la velocidad, el gran responsable es el tiempo: La gente cada vez tiene menos tiempo; entonces, en vez de escribir una carta, la que te tomará un rato escribir, todos prefieren enviar un ‘e-mail’ porque no tienen tiempo.

La palabra escrita tiene la capacidad de visibilizar lo propio de cada ser humano. El trazo de cada uno es único y revela características intransferibles, y en eso se acerca a lo que sería nuestra huella digital. Los grafólogos han intentado descifrar la personalidad desde esa premisa y hasta el momento veo difícil que puedan conseguirlo a partir de un correo electrónico.

La carta escrita desde un computador se compone de caracteres predeterminados por un software, en el que la posibilidad de expresar emociones a partir de ellos es limitada. Responden a una matriz, por lo que, a lo sumo, puedes cambiar de "Arial" a tipos de letra menos formales, para aportar algunos matices, pero en general la huella personal que revela el manuscrito desaparece. La personalidad del individuo queda encubierta, enmascarada detrás de la letra matrizada del computador.

Pero el salto a un nuevo soporte como el correo electrónico no anula del todo la riqueza de la comunicación a través de la palabra. Sin el elemento emocional del manuscrito, la palabra en sí, el contenido, es lo que provoca la acción o la inacción. Y el contenido es en definitiva lo fundamental, lo que se quiere decir. Además, el ‘e-mail’ tiene la ventaja de que permite interactuar con múltiples personas al mismo tiempo y generar acciones en segundos, aunque no se alcance a crear la atmósfera emotiva de antes. 

Los medios cambian el fin del sujeto. O lo que ha cambiado es el sujeto mismo que a pesar de los muchos medios, su fin es débil o superficial...
Sobre todo, han cambiado los modales y las atenciones. Nos hemos despersonalizado tanto que parecemos maquinas virtuales... Hemos perdido el tacto y el contacto, la cortesía, la amabilidad y el halago, el arte de complacer, de atraer, de apreciar, de "deferencia" *. Ya ni respondemos a los correos-e, ni siquiera cuando preguntamos o solicitamos una inquietud o una respuesta. Nos ninguneamos a secas. Sin ninguna contestación al respecto. ¡No hay excusas ni pretextos!
La deferencia puede entenderse como algo que trasciende a la cortesía y se acerca a la condescendencia. En estos casos, la deferencia implica sumarse a un pensamiento o una conducta que es ajena, sólo para quedar bien con su responsable.

Partiendo de ese significado, podríamos decir que deferencia es, por tanto, sinónimo de palabras tales como amabilidad, cumplimiento, atención, gentileza, consideración o cortesía. Por el contrario, entre sus antónimos se encuentran la grosería, el menosprecio, la insolencia, la impertinencia, el descaro, la imprudencia o la irreverencia.


Un ejemplo de la belleza epistolaria es la correspondencia entre estas dos poetas amigas:


María Zambrano y Reyna Rivas. 
Epistolario
Una sola frase de María Zambrano pudiera presidir todo este epistolario:

“Me han dejado sola con el amor”.



Epistolario reúne un conjunto de cartas que se escribieron la filósofa española María Zambrano (1904–1991) y la poeta venezolana Reyna Rivas a lo largo de 29 años, entre 1960 y 1989. De 372 páginas, el libro pertenece a la colección "Testimoniales" y cuenta, además, con textos biográficos de las autoras y una carta de Rivas a la memoria de Zambrano, escrita el 25 de marzo de 2003.

Se trata —como dice Rivas en la introducción del volumen— de "cartas llenas de consejos, de pensamientos puros, de estímulos, de creencias, de luz y de iluminaciones. Cartas llenas de razones vitales, de demoras y afanes cotidianos, de esperanzas, de fe, llenas de acción vital, de filosofía y poesía".


Parece como una extraña profanación" leer un epistolario cruzado entre dos amigas, aunque estas se llamen María Zambrano y Reyna Rivas. Porque de eso se trata en este libro, de la amistad. Hay un momento en que la propia María llega a extrañarse de esa otra que publica libros y ensayos sin fin. (Dice: “apenas me reconozco ya en esa María Zambrano que escribe esas cosas”.) Creo que todos hemos sentido alguna vez ese inquietante desdoblamiento, pues la vida simple, elemental es acaso nuestra verdadera morada. La otra se sustenta en esos relámpagos o ,éxtasis en que el tiempo se suspende, pero en donde, como advirtiera Valery, no podemos permanecerr, acaso, como ,él dice, porque “las regiones de la más alta serenidad están necesariamente desiertas”.

En este epistolario hablan dos personas, dos amigas que sueñan y sufren de forma diversa. Parece a veces un diálogo entre la luz (Reyna Rivas) y la sombra (María Zambrano).
No creo que cometo ningún desatino afirmando que lo más interesante de este epistolario no son precisamente las variadas referencias a la obra de ambas, sino la invulnerable corriente de afectividad, el amor en definitiva, un amor que se sostiene por la fe que 
tiene Reyna en la singularidad de María y por la necesidad que tiene María de sentir siquiera que existe para una persona. Me explico, todas las cartas de María revelan una necesidad de confesarse ante un prójimo al que necesita amar, esa extraña necesidad machadiana de sentirse mirada.

Hay incluso una carta tremenda en que María siente la necesidad de ser perdonada, de sentir su redención como anticipadamente, aquí y ahora, ante los ojos de una criatura que es sencillamente su amiga.

Tu carta, Reyna (….) me trajo algo tan hermoso como quizás (….) no había recibido nunca. Nunca Reyna. Pues sentí y siento algo así como si me llegara el perdón total. Como si a través de ti, de tu comprensión que es más que comprensión, de tu amistad que es más, se me hiciera llegar el total perdón, ese que necesitamos siempre….


Amiga a quien ciertamente le ofrece una clave del sentido último que le confiere a la existencia (como también le confiesa a Lezama, su otro gran amigo), a partir de una de sus pocas pero inéquívocas felicidades: el redescubrimiento de Louis Massignon a través de su lectura de Palabra dada, con su ciencia de la compasión, y su noción de Dios como el Huésped, el extranjero...  Y también por cierto, la hace partícipe, como que aquella es casi su confesora, de la enorme importancia que le concede aquella cita de Al Hallach que, citada por Massignon, pusiera en la primera edición de Filosofía y Poesía, y que fuera después suprimida en ediciones posteriores, de lo que se queja amárgamente en dos ocasiones a Reyna. 

Realmente, porque la mayoría de las cartas son de María, se siente con mucha intensidad esa como su condición de personaje trágico dentro de la cotidianeidad de la vida. Hay como una desproporción a veces entre su obra y su destino. A veces María parece sencillamente una hija. Una mendiga incluso. O una criatura siempre a punto de naufragar. Una Antígona viviente, nunca muerta, habitante de esa catacumba donde siempre se sintió vivir María en su exilio. Pues se refiere significativamente a “la parpadeante hora de las cavernas vivientes. Pues no hay vida sin luz". Como “una cautiva”, a quien no puede liberar, le confiesa María también. Hay otro momento en que María confiesa su oscuro anhelo de clandestinidad: “Tengo verdadera ansia de que mi nombre no aparezca por ninguna parte, de escribir, eso sí y existir tan solo para mis amigos y para quien con el corazón abierto se presente”. 


A una pregunta de Reyna Rivas parece responder toda la obra y la vida misma de María Zambrano: “María, le pregunta su amiga, ¿vivir será, a la larga, superar uno mismo su condición mítica y aceptar la historia?”. Sí, a veces, como en un diálogo de imprevisibles vasos comunicantes, Reyna le dice cosas que después María transfigurará en sus creaciones. Dice Reyna, por ejemplo, “¡Ah!, si las palabras pudieran ser las sensaciones...” Uno recuerda el lamento de Nietzsche, cuando pedía desesperadamente que el genio tuviera algún distintivo físico para poder ser reconocido por los demás hombres. El largo exilio, las penurias económicas sin fin, la larga enfermedad de Araceli, la mezquindad del mundo, todo parece confabularse como en una increíble novela casi dostoiesvkiana para sepultar la voz, la escritura luminosa de María Zambrano. ¿Qué, relación profunda habrá a la postre entre su razón poética y un destino personal tan trágico? Pues muy a menudo el mundo es sentido por María como un infierno, como “una trampa”, dice. Hasta el clima tantas veces o la atmósfera circundante en general, es padecido por María con una connotación terrible. Como cuando dice: “Roma tiene algo de mujer parturienta de un gran parto, que no acaba, que no acaba y de ahí la angustia que produce y físicamente la asfixia, a veces”.

Una de las cartas más importantes para acceder a las convicciones más profundas de María es la fechada en Roma el 37 de mayo de 1963. 
Permítanme que haga una larga cita de esta carta antes de concluir lo que sólo quiero que sea un homenaje al amor de dos amigas, dos poetas, dos criaturas únicas: Reyna Rivas y María Zambrano.

Le escribe María Zambrano a Reyna Rivas: 

Anoche fui a oír, invitada por un amigo (...) cánticos espirituales negros. (....) Un villancico cantaba "Este niño va a nacer y no hay lugar en el mundo para él", y así, así seguía la Madre, y el Padre desesperado acabó yéndose, huyendo de la tragedia. Mi amigo quedó muy impresionado y al despedirme en la puerta de mi casa, mirándome me dijo: "No hay sitio en el mundo, no lo hay", quería decirme, "tampoco para usted". Y así es: pero no hay sitio para el hombre. El hombre ha venido al mundo sin sitio, sin casa, y todo lo que se llama, creación, bondad, fraternidad, amor, es eso el apasionado y tenaz esfuerzo por hacerle un sitio, para hacerle a él también, ya que (...) el hombre es hasta ahora nada más que una profecía y a veces en mis desvelos, lo veo en su futuro inmediato, en su presente delicadísimo, en riesgo más que nunca, en peligro y en trance de trascenderse hasta en modo físico, más que nunca. Siento que Dios está naciendo en el hombre y que es un dolorosísimo, arriesgado nacimiento, o que el hombre se está naciendo en Dios, para hacerse casi un Dios antiguo. La inmortalidad es posible, Reyna, no me creas loca. La van a conseguir quizás. (....) Pues que se puede nacer y morir de otro modo. Que es lo que yo ando buscando: no el nacimiento, claro, sino la muerte distinta (...) una salida distinta de esta vida.



Gracias María, gracias Reyna, por este hermoso epistolario.

jueves, 21 de noviembre de 2013

EL HOMBRE Y LO DIVINO DE MARÍA ZAMBRANO

EL HOMBRE Y LO DIVINO


Recomendable lectura de "El hombre y lo divino" de la filósofa y discípula de Ortega, María Zambrano. Sus palabras son de perenne actualidad. Os escribo algunas de sus ideas:

El más radical enfrentamiento con lo divino es el negarlo, pero negarlo es a un tiempo negarlo y afirmarlo; solo se niega lo que permanece presente, aunque sólo sea como idea. La historia de la filosofía moderna, como advierte Ortega, es la experiencia nostálgica de esa progresiva ocultación de lo divino en la medida en que lo humano va adquiriendo una mayor relevancia.

El hombre ocupa el lugar usurpado a Dios, o en palabras de Zambrano, se sitúa en su «sede vacante». Pero el hombre, cuando se diviniza, en realidad no se posee en un grado más alto, sino que se transforma de persona en máscara, se cubre de unos oropeles que le suplantan, huye de sí mismo convirtiéndose en un personaje grotesco. Viste un traje que le está demasiado grande y con ello más parece un payaso que hace burla de lo que no alcanza ni siquiera con el pensamiento.

Por otra parte, la muerte de Dios implica la muerte del hombre. «Al deificarse –escribe Zambrano- perdía de vista su condición de individuo». El hombre se sabe limitado, le basta mirarse a sí mismo para advertir la insoportable levedad de su ser y, como no puede engañarse a sí mismo, ocultando lo evidente, y como necesita de Dios, crea ídolos que suplantan al Dios ido, ídolos, que terminan por esclavizarlo. «La deificación que arrastra por fuerza la limitación humana –la impotencia de ser dios- provoca, hace que lo divino se configure en ídolo insaciable, a través del cual el hombre –sin saberlo- devora su propia vida, destruye él mismo su existencia.


Ante lo divino “verdadero” el hombre se detiene, espera, inquiere, razona. Ante lo divino extraído de su propia sustancia, queda inerte».




EL HOMBRE Y LO DIVINO 
MARÍA ZAMBRANO


EN OTRO TIEMPO LO DIVINO HA FORMADO PARTE ÍNTIMA DE LA VIDA DEL HOMBRE.

SE HACE DIFÍCIL REVIVIR LA VIDA EN QUE LA CREENCIA ERA NO FÓRMULA CRISTALIZADA SINO VIVIENTE HÁLITO QUE LEVANTA.

INCENCIABA LA VIDA HUMANA O LA ADORMECÍA LLEVÁNDOLA POR SECRETOS LUGARES ENGENDRANDO VIVENCIAS.

LA REALIDAD NO PODÍA SER LA NATURALEZA CREADA Y HECHA DE UNA VEZ PARA SIEMPRE SINO ESA OTRA DE LA QUE EL HOMBRE ES PORTADOR DE LA QUE INDIVIDUO ES LA MASCARA QUE LA EXPRESA Y AL PAR LA CONTIENE.

ENTUSIASMADO AL DEJARSE PENETRAR LA INTIMIDAD POR UNA NUEVA VERSIÓN DE LO DIVINO ENTUSIASMADO DE SENTIRSE PARTICIPAR DE UN DIOS EN DEVENIR EN UNA DIVINIDAD QUE SE ESTA HACIENDO.

MAS LO DIVINO COMO TAL BORRADO BAJO EL NOMBRE FAMILIAR Y CONOCIDO DE DIOS APARECE MÚLTIPLE IRREDUCTIBLE ÁVIDO, HECHO “ÍDOLO” EN LA HISTORIA.

PUES LA HISTORIA PARECE DEVORARNOS CON LA MISMA INSACIABLE E INDIFERENTE AVIDEZ DE LOS ÍDOLOS REMOTOS AVIDEZ INSACIABLE PORQUE ES INDIFERENTE.

EL HOMBRE ESTÁ SIENDO REDUCIDO ALLANADO EN SU CONDICIÓN A SIMPLE NUMERO DEGRADADO BAJO LA CATEGORÍA DE CANTIDAD.

¿NO EXISTE PUES EL HOMBRE EN LA HORA ACTUAL?

EXISTIR ES RESISTIR SER “FRENTE-A” ENFRENTARSE.

¿SE ATREVE EL HOMBRE DE HOY A PEDIR RAZONES A LA HISTORIA ? AUNQUE ELLA SEA SU ÍDOLO EL HACERLO, LLEVA CONSIGO PEDIRSE RAZONES A SI MISMO HACER MEMORIA PARA LIBERARSE.

Y LIBERARSE ES REDUCIRSE GANAR ESPACIO EL “ ESPACIO VITAL “ LLENO POR LA INFLACIÓN DE SU PROPIO SER.


LA MIRADA

Sólo cuando la mirada se abre al par
de lo visible se hace una aurora.
Y se detiene entonces,
aunque no perdure y sólo sea fugitivamente,
sin apenas duración, pues que crea así el instante.
El instante que es al par indeleblemente
uno y duradero. La unidad, pues,
entre el instante fugitivo e inasible
y lo que perdura. El instante que alcanza
no ser fugitivo yéndose. Inasible.
El instante que ya no está bajo
la amenaza de ser cosa ni concepto.
Guardado, escondido en su oscuridad,
en la oscuridad propia, puede llegar
a ser concepción, el instante de concebir,
no siempre inadvertido.
Y así, la mirada, recogida
en su oscuridad paradójicamente,
saltando sobre una aporía,
se abre y abre a su vez,
"a la imagen y semejanza",
una especie de, circulación. La mirada recorre,
abre el círculo de la aurora
que sólo se dio en un punto,
que se muestra como un foco,
el hogar, sin duda, del horizonte.
Lo que constituye su gloria inalterable.

PENSADORA DEL AURA

Nacer sin pasado, sin nada previo
a que referirse, y poder entonces verlo todo,
sentirlo, como deben sentir la aurora
las hojas que reciben el rocío;
abrir los ojos a la luz sonriendo;
bendecir la mañana, el alma,
la vida recibida, la vida ¡qué hermosura!
No siendo nada o apenas nada
por qué no sonreír al universo,
al día que avanza, aceptar el tiempo
como un regalo espléndido,
un regalo de un Dios que nos sabe,
que nuestro secreto, nuestra inanidad
y no le importa, que no nos guarda rencor por no ser......
Y como estoy libre de ese ser,
que creía tener, viviré simplemente,
soltaré esa imagen que tenía de mí misma,
puesto que a nada corresponde y todas,
cualquier obligación,
de las que vienen de ser yo, o del querer serlo.

POR QUÉ SE ESCRIBE
Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento afectivo, pero desde un aislamiento comunicable, 
en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa 
concreta se hace posible un descubrimiento 
de relaciones entre ellas. El escritor sale de su soledad 
¿Será esta comunicación? Si es ella, el acto de escribir es sólo medio, 
y lo escrito, el instrumento forjado. 
Pero caracteriza el instrumento el que se forja 
en vista de algo, y este algo es lo que
le presta su nobleza y esplendor.
«Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.
Pero es una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de una justificación. El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y únicamente en ella, encuentra.
Habiendo un hablar, ¿por qué el escribir? Pero lo inmediato, lo que brota de nuestra espontaneidad, es algo de lo que íntegramente no nos hacemos responsables, porque no brota de la totalidad íntegra de nuestra persona; es una reacción siempre urgente, apremiante. Hablamos porque algo nos apremia y el apremio llega de fuera, de una trampa en que las circunstancias pretenden cazarnos, y la palabra nos libra de ella. Por la palabra nos hacemos libres, libres del momento, de la circunstancia apremiante e instantánea. Pero la palabra no nos recoge, ni por tanto, nos crea y, por el contrario, el mucho uso de ella produce siempre una disgregación; vencemos por la palabra al momento y luego somos vencidos por él, por la sucesión de ellos que van llevándose nuestro ataque sin dejarnos responder. Es una continua victoria que al fin se transmuta en derrota.
Y de esta derrota, derrota íntima, humana, no de un hombre particular, sino del ser humano, nace la exigencia de escribir. Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente.
Y la victoria sólo puede darse allí donde ha sido sufrida la derrota, en las mismas palabras. Estas mismas palabras tendrán ahora en el escribir distinta función; no estarán al servicio del momento opresor; ya no servirán para justificarnos ante el ataque de lo momentáneo, sino que, partiendo del centro de nuestro ser en recogimiento, irán a defendernos ante la totalidad de los momentos, ante la totalidad de las circunstancias, ante la vida íntegra.

Hay en el escribir siempre un retener las palabras, como en el hablar hay un soltarlas, un desprenderse de ellas, que puede ser un ir desprendiéndose ellas de nosotros. Al escribir se retienen las palabras, se hacen propias, sujetas a ritmo, selladas por el dominio humano de quien así las maneja. Y esto, independientemente de que el escritor se preocupe de las palabras y con plena conciencia las elija y coloque en un orden racional, esto es, sabido. Lejos de ello, basta con ser escritor, con escribir por esta íntima necesidad de librarse de las palabras, de vencer en su totalidad la derrota sufrida, para que esta retención de las palabras se verifique. Esta voluntad de retención se encuentra ya al principio, en la raíz del acto mismo de escribir y permanentemente le acompaña. Las palabras van así cayendo, precisas, en un proceso de reconciliación del hombre que las suelta reteniéndolas, de quien las dice en comedida generosidad.
Toda victoria humana ha de ser reconciliación, reencuentro de una perdida amistad, reafirmación después de un desastre en que el hombre ha sido la víctima; victoria en que no podría existir humillación del contrario, porque ya no sería victoria, esto es, gloria para el hombre.
Y así, el escritor busca la gloria, la gloria de una reconciliación con las palabras, anteriores tiranas de su potencia de comunicación. Victoria de un poder de comunicar. Porque no sólo ejercita el escritor un derecho requerido por su atenazante necesidad, sino un poder, potencia de comunicación, que acrecienta su humanidad, que lleva la humanidad del hombre a límites recién descubiertos, a límites de la hombría, del ser hombre, que va ganando terreno al mundo de lo inhumano, que sin cesar le presenta combate. A este combate del hombre con lo inhumano, acude el escritor, venciendo en un glorioso encuentro de reconciliación con las tantas veces traidoras palabras. Salvar a las palabras de su vanidad, de su vacuidad, endureciéndolas, forjándolas perdurablemente, es tras de lo que corre, aun sin saberlo, quien de veras escribe.
Porque hay un escribir hablando, el que escribe “como si hablara”; y ya este “como si” es para hacer desconfiar, pues la razón de ser algo ha de ser razón de ser esto y sólo esto. Y el hacer una cosa “como si” fuese otra, le resta y socava todo su sentido, y pone en entredicho su necesidad.

Escribir viene a ser lo contrario de hablar; se habla por necesidad momentánea inmediata y al hablar nos hacemos prisioneros de lo que hemos pronunciado, mientras que en el escribir se halla liberación y perdurabilidad -sólo se encuentra liberación cuando arribamos a algo permanente-. Salvar a las palabras de su momentaneidad, de su ser transitorio, y conducirlas en nuestra reconciliación hacia lo perdurable es el oficio del que escribe.
Mas las palabras dicen algo. ¿Qué es lo que quiere decir el escritor y para qué quiere decirlo? ¿Para qué y para quién?
Quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad; y las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse. “Hay cosas que no pueden decirse”, y es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tienen que escribir.

Descubrir el secreto y comunicarlo, son los dos acicates que mueven al escritor. El secreto se revela al escritor mientras lo escribe y no si lo habla. El hablar sólo dice secretos en el éxtasis, fuera del tiempo, en la poesía. La poesía es secreto hablado, que necesita escribirse para fijarse, pero no para producirse. El poeta dice con su voz la poesía, el poeta tiene siempre voz, canta dice o llora su secreto. El poeta habla, reteniendo en el decir, midiendo y creando en el decir con su voz las palabras. Se rescata de ellas sin hacerlas enmudecer, sin reducirlas al solo mundo visible, sin borrarlas del sonido. La poesía descubre con la voz el secreto. Pero el escritor lo graba, lo fija ya sin voz. Y es porque su soledad es otra que la del poeta. En su soledad se le descubre al escritor el secreto, no del todo, sino en un devenir progresivo. Va descubriendo el secreto en el aire y necesita ir fijando su trazo para acabar al fin por abarcar la totalidad de su figura… Y esto, aunque posea un esquema previo a la última realización. El esquema mismo ya dice que ha sido preciso irlo fijando en una figura; irlo recogiendo trazo a trazo.
Afán de desvelar y afán irreprimible de comunicar lo desvelado; doble tábano que persiguen al hombre, haciendo de él un escritor. ¿Qué doble sed es ésta? ¿Qué ser incompleto es éste que produce en sí esta sed que sólo escribiendo se sacia? ¿Sólo escribiendo? No; sólo por el escribir; pues lo que persigue el escritor, ¿es lo escrito, o algo que por lo escrito se consigue?

El escritor sale de su soledad a comunicar el secreto. Luego ya no es el secreto mismo conocido por él lo que le colma, puesto que necesita comunicarle. ¿Será esta comunicación? Si es ella, el acto de escribir es sólo medio, y lo escrito, el instrumento forjado. Pero caracteriza el instrumento el que se forja en vista de algo, y ese algo es lo que presta su nobleza y esplendor. Es noble la espada por estar hecha para el combate, y su nobleza crece si la mano de obra la forjó con primor, sin que esta belleza de forma socave el primer sentido: el estar formada para la lucha.
Lo escrito es igualmente un instrumento para este ansia incontenible de comunicar, de “publicar” el secreto encontrado, y lo que tiene de belleza formal no puede restarle su primer sentido; el de producir un efecto, el hacer que alguien se entere de algo.
Un libro, mientras no se lee, es solamente un ser en potencia, tan en potencia como una bomba que no ha estallado. Y todo libro ha de tener algo de bomba, de acontecimiento que al suceder amenaza y pone en evidencia, aunque sólo sea con su temblor, a la falsedad.
Como quien pone una bomba, el escritor arroja fuera de sí, de su mundo y, por tanto, de su ambiente controlable, el secreto hallado. No sabe el efecto que va a causar, qué va a seguir de su revelación, ni puede con su voluntad dominarlo. Por eso es un acto de fe, como el poner una bomba o el prender fuego a una ciudad; es un acto de fe como lanzarse a algo cuya trayectoria no es por nosotros dominable.

Puro acto de fe el escribir, y más, porque el secreto revelado no deja de serlo para quien lo comunica escribiéndolo. El secreto se muestra al escritor, pero no se le hace explicable; es decir, no deja de ser secreto para él primero que para nadie, y tal vez para él únicamente, pues el sino de todo aquel que primeramente tropieza con una verdad es encontrarla para mostrarla a los demás y que sean ellos, su público, quienes desentrañen su sentido.
Acto de fe el escribir, y como toda fe, de fidelidad. El escritor pide la fidelidad antes que cosa alguna. Ser fiel a aquello que pide ser sacado del silencio. Una mala trascripción, una interferencia de las pasiones del hombre que es escritor destruirían la fidelidad debida. Y así hay el escritor opaco, que pone sus pasiones entre la verdad transcrita y aquellos a quienes va a comunicársela.
Y es que el escritor no ha de ponerse a sí mismo, aunque sea de sí de donde saque lo que escribe. Sacar de sí mismo es todo lo contrario que ponerse a sí mismo. Y si el sacar de sí con seguro pulso la fiel imagen da transparencia a la verdad de lo escrito, el poner con vacua inconsciencia las propias pasiones delante de la verdad, la empaña y oscurece.

Fidelidad que, para lograrse, exige una total purificación de las pasiones, que han de acallarse para hacer sitio a la verdad. La verdad necesita de un gran vacío, de un silencio donde pueda aposentarse, sin que ninguna otra presencia se entremezcle con la suya, desfigurándola. El que escribe, mientras lo hace necesita acallar sus pasiones y, sobre todo, su vanidad. La vanidad es una hinchazón de algo que no ha logrado ser y se hincha para recubrir su interior vacío. El escritor vanidoso dirá todo lo que debe callarse por su falta de entidad, todo lo que por no ser verdaderamente no debe ser puesto de manifiesto, y por decirlo, callará lo que debe ser manifestado, lo callará o lo desfigurará por su intromisión vanidosa.
La fidelidad crea en quien la guarda la solidez, la integridad de ser uno mismo. La fidelidad excluye la vanidad, que es apoyarse en lo que no es, en lo que es verdad. Y esta verdad es lo que ordena las pasiones, sin arrancarlas de raíz, las hace servir, las pone en su sitio, en el único desde el cual sostienen el edificio de la persona moral que con ellas se forma, por obra de la fidelidad a lo que es verdadero.
Así, el ser del hombre escritor se forma en esta fidelidad con que transcribe el secreto que publica, siendo fiel espejo de su figura, sin permitir la vanidad que proyecte su sombra, desfigurándola.

Porque si el escritor revela el secreto no es por obra de su voluntad, ni de su apetito de aparecer él tal cual es (es decir, tal cual no logra ser) ante el público. Es que existen secretos que exigen ellos mismos ser revelados, publicados.
Lo que se publica es para algo, para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido; para librar a alguien de la cárcel de la mentira, o de las nieblas del tedio, que es la mentira vital. Pero a este resultado no puede tal vez llegarse cuando es querido por sí mismo, filantrópicamente. Libera aquello que, independientemente de que lo pretenda o no, tenga poder para ello, y por el contrario, sin este poder de nada sirve pretenderlo. Hay un amor impotente que se llama filantropía. “Sin la caridad, la fe que transporta las montañas no sirve de nada”, dice San Pablo, pero también: “La caridad es el amor de Dios”.

Sin fe, la caridad desciende a impotente afán de liberar a nuestros semejantes de una cárcel, cuya salida ni tan siquiera presentimos, en cuya salida tan ni siquiera creemos. Sólo da la libertad quien es libre. “La verdad os hará libres”. La verdad, obtenida mediante la fidelidad purificadora del hombre que escribe.
Hay secretos que requieren ser publicados y ellos son los que visitan al escritor aprovechando su soledad, su efectivo aislamiento, que le hace tener sed. Un ser sediento y solitario necesita el secreto para posarse sobre él, pidiéndole, al darle su presencia progresivamente, que la vaya fijando, por palabra, en trazos permanentes.
Solitario de sí y de los hombres y también de las cosas, pues sólo en soledad se siente la sed de verdad que colma la vida humana. Sed también de rescate, de victoria sobre las palabras que se nos han escapado traicionándonos. Sed de vencer por la palabra los instantes vacíos, idos, el fracaso incesante de dejarnos ir por el tiempo.
En esta soledad sedienta, la verdad aun oculta aparece, y es ella, ella misma la que requiere ser puesta de manifiesto. Quien ha ido progresivamente viéndola, no la conoce si no la escribe, y la escribe para que los demás la conozcan. Es que en rigor si se muestra a él, no es a él, en cuanto a individuo determinado, sino en cuanto individuo del mismo género de los que deben conocerla, y se muestra a él, aprovechando su soledad y ansia, su acallamiento de la algarabía de las pasiones. Pero no es a él a quien se le muestra propiamente, pues si el escritor conoce según escribe y escribe ya para comunicar a los demás el secreto hallado, a 6 quien en verdad se muestra es a esta conjunción de una persona que dice a otras, a esta comunicación, comunidad espiritual del escritor con su público.

Y esta comunicación de lo oculto, que a todos se hace mediante el escritor, es la gloria, la gloria que es la manifestación de la verdad oculta hasta el presente, que dilatará los instantes transfigurando las vidas. Es la gloria que el escritor espera aún sin decírselo y que logra, cuando escuchando en su soledad sedienta con fe, sabe transcribir fielmente el secreto desvelado. Gloria de la que es sujeto recipiendario después del activo martirio de perseguir, capturar y retener las palabras para ajustarlas a la verdad. Por esta búsqueda heroica recae la gloria sobre la cabeza del escritor, se refleja sobre ella. Pero la gloria es en rigor de todos; se manifiesta en la comunidad espiritual del escritor con su público y la traspasa.

Comunidad de escritor y público que, en contra de lo que primeramente se cree, no se forma después de que el público ha leído la obra publicada, sino antes, en el acto mismo de escribir el escritor su obra. Es entonces, al hacerse patente el secreto, cuando se crea esta comunidad del escritor con su público. El público existe antes de que la obra haya sido o no leída, existe desde el comienzo de la obra, coexiste con ella y con el escritor en cuanto a tal. Y sólo llegarán a tener público, en la realidad, aquellas obras que ya lo tuvieren desde un principio. Y así el escritor no necesita hacerse cuestión de la existencia de ese público, puesto que existe con él desde que comenzó a escribir. Y eso es su gloria, que siempre llega respondiendo a quien no la ha buscado ni deseado, aunque sí la presente y espere para transmutar con ella la multiplicidad del tiempo, ido, perdido, por un solo instante, único, compacto y eterno».

(Fuente: “Hacia un saber sobre el alma”, María Zambrano, Alianza Literaria)



VER+: 
La razón poética de María Zambrano

jueves, 21 de marzo de 2013

POESÍA ES... DELETREAR LA LIBERTAD

Mensaje de la Directora General de la UNESCO,

Irina Bokova, con ocasión del Día Mundial de la Poesía
21 de marzo de 2013


La poesía es una de las expresiones más puras de la libertad de la lengua. Es un elemento constitutivo de la identidad de los pueblos; encarna la energía creativa de la cultura en su facultad de renovarse sin cesar.
Esa modernidad de la poesía se transmite de generación en generación, en los textos consagrados de los grandes autores y en las obras de poetas anónimos. Debemos transmitir ese legado -el de Homero y Li Bai, el de Tagore, Senghor y miles de otros- como testimonio vivo de la diversidad cultural de la humanidad. Debemos hacerlo fructificar a nuestra vez, como fuente de enriquecimiento lingüístico y de diálogo.
Al celebrar el Día Internacional de la Poesía, la UNESCO quiere también promover los valores que ella transporta. Porque la poesía es un viaje: no un viaje fuera de la realidad, sino frecuentemente a lo más íntimo de las emociones, las reivindicaciones y las esperanzas de las personas. La poesía da forma a los sueños de los pueblos y a las expresiones más altas de su espiritualidad; la poesía da también valor para cambiar el mundo.
Los poetas de todos los países han dejado versos imperecederos por la defensa de los derechos humanos, la igualdad entre hombres y mujeres, el respeto de las identidades culturales. Libertad, yo escribo tu nombre, escribió Paul Éluard. También hoy la poesía es portadora de un hálito de libertad y dignidad frente a la violencia y la opresión. Por todas estas razones, la UNESCO respalda a los poetas y a cuantos editan, traducen, imprimen o difunden la poesía. Lo hacemos mediante la protección de la diversidad de las expresiones culturales y la conservación de las recitaciones poéticas inscritas en el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, como otras tantas maneras de embellecer nuestro mundo y construir la paz en la mente de los hombres y de las mujeres.

Irina Bokova


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martes, 7 de agosto de 2007

A LA POESÍA (REYNA RIVAS)

A la poesía:


Porque existe y es: palabra recibida, palabra dada, palabra revelada: sueño de la palabra. A la poesía, porque sólo ella alumbra con la última sombra el olvido del tiempo. A la poesía, inventora de nombres y de verbos y de ese mago de la palabra: el poeta

A la poesía,
inventora de transparencias [y espejos. A la poesía, en el éxtasis, en la luz, [en el vértigo.A la poesía, por dejarnos soñar con seres [siendo. Del libro inédito "Dedicatorias".





POESÍA, SUEÑO DE LA PALABRA


… y a través de la poesía:

contemplar la exaltación de la belleza,
oír los silencios transverbados ,

mirar el resplandor
acompasando la revelación y los misterios.

…y por la poesía
entrar en la infinita quietud
de los espejos.

…en la poesía leer
esa inagotable metáfora de la luz
que es la transparencia.

Gracias te doy
-En memoria-



Gracias te doy

…por el amor, por el hogar y tantos otros lares,
por el albergue, por la luz del camino…
también por las tinieblas, gracias…
Gracias por la poesía, por el canto y la música,
por el color y por las otras luces, 
por el claroscuro y las sombras…



A ti gracias por tu verdad inventora de lo ilusorio,

soñadora con lo imposible…A tu verdad, gracias,
inventora de la transparencia y el espejo…
a tu verdad inventora de los silencios infinitos
en tantas noches sin aurora…



A ti porque honraste lo solemne en todo lo perdurable:

el llanto, la sonrisa, el mirar… a ti, por la palabra prometida, por la palabra revelada… a ti, por la palabra dada……
a tu verdad por haber cifrado el tiempo entre los girasoles y las giralunas, conjugándolo a la hora crepuscular, entre carmín y púrpuras:



soles adormecidos, lunas menguantes, lluvias……

a tu verdad por la paciencia para deshilar el tiempo……
a tu verdad por haber colmado el ámbito entre dos sueños en lo profundo de todas las filiaciones……
a tu verdad por los nombres que le diste a la aurora…
los mismos que hoy escribo con el último polen de la última rosa amanecida…



Al verbo

…al verbo, por su infinitud,
al verbo por conjugar el tiempo,
al quinto día, junto a la luz.
Al verbo, por despertar al sueño
en el umbral de las auroras.
Al verbo, por ser raíz y término.
Al verbo por su pasividad apasionada
y por la reflexión.
…junto a la luz también.
…por la otredad: resonancia
y persona!

Al verbo, porque junto a la poesía
es tiempo revelado, tiempo recibido,
palabra dada, sueño de la palabra:
sueño del tiempo…

Al verbo, por alumbrar,
entre raigambres y encarnaciones,
el olvido de ser…a pesar de haber sido.


Al adjetivo

…por separar la cualidad
y trascenderla sustantivamente…
Al adjetivo, por entrañarse
tan hondamente entre el blancor
y la blancura.
Al adjetivo, por y en sus linderos
con el tiempo y el lugar:
cuando y donde de lo cualitativo
desentrañado y por su filiación en la metáfora.
Al adjetivo, guardián de lo poético
en los umbrales de la poesía.
Al adjetivo, en su hermandad
con lo conjugado en los tiempos del verbo…
allí, en la participación transfigurante
del amor en amado, del vivir
en viviente y vivido, del decir en dicho, en
bendito y maldito.



*
Para nombrar ahora

tus espacios deshabitados,
para desentrañar las raíces
del tiempo, para oír la
música del ser
cuando regresas
en pos de la otra memoria,

… construyo un laberinto
Y enciendo la lámpara
En forma de amor,
en memorable amado…
y recreo las manos
que moldeaban sedalina y alforza,

recreo tus pasos en las estancias iluminadas
porque allí el tiempo
me devuelve tu forma,
tu temporal vencido
y en la hora más solemne,
tu siempreviva ausencia
tu nuncamuerta claridad de auroras.

Entre los nombres del olvido
regresarán los signos
de un antiguo misterio.

En las visiones encuentro
el nombre insomne
para volver a la inocencia,
al resplandor de las palabras,
al fulgor de una antigua metáfora
desentrañando poesía y verbo,
poesía y ser y tiempo invulnerables.

Entre vida y muerte:
la sed, la plenitud y el vacío
y, desde esta memoria siempreviva,
a la poesía pido
la revelación y el misterio,
la brizna de eternidad
que habrá de imaginar
el nombre de tu muerte…
a la poesía, el hilo
para salir del laberinto donde moro
y el regreso hacia la soledad del ser:
…a la poesía: el exilio de nosotros mismos,
las iluminaciones
y las impenetrables vísperas.
a la poesía: los paisajes imaginarios,
las visiones funerarias,
el canto,
el regreso a la morada de Dios
en las creencias,
a la poesía las infinitas muertes,
las alucinaciones y delirios…
tu regreso por la parábola de un sueño,
al sueño la memoria del tiempo,
al tiempo el memorable porvenir,
el camino hacia tu entraña triunfante,
la razón adormecida,
la otra maternidad del amor otro.

Y que el silencio
se pueble de resonancias
y que regreses por
la orilla del sueño
en las señales
de tus triunfos.

A la poesía pido
un tiempo ingrávido
un tiempo inmóvil
detenido en su vuelo.

De Elegía (1980)




EN LA PALABRA VOLVERÁN

En la palabra volverán

el ayer y el siempre,
en la palabra volveremos
a encontrar la luz
y a enjaular el tiempo en
los espejos.

…en la palabra volverá
aquel acontecer persuasivo.

En la palabra volverán
la noche y las querencias,
el jardín y el huerto.

En la palabra crecerán
tus rosas encendidas,
el agua, los herbarios,
las malaguetas y la hierbabuena.

*

Alguien sembraba olvidos
en el porvenir que habíamos soñado.


Alguien sembraba ausencias
en las antelaciones
de la aurora.

Alguien dijo:
¡que nunca es este siempre!

…para que fuesen memorables
las vísperas
entre la posibilidad
de lo ilusorio.

PALABRA ES LA LUZ CUANDO SE NOMBRA

Dada fue la palabra.
Y dijeron:
Palabra es la luz cuando se nombra.


Palabra es cuando se escribe
el verbo sobre las piedras.


Palabra es lo que crece entre dos sueños.


Ser de ser es palabra,
en las entrañas de la poesía.

*

Enigmas…! Esta luz que canta,

este resplandor que ilumina realidades y sueños
instantes conjugables.
Enigmas…! Este silencio trascendido,
estos modos de mirar espacio y tiempo,
colmo y vacío en la quietud
de sus impenetrables vísperas.
Enigmas…! Porque el tiempo tiene forma
y la luz tiene tiempo para llamarse color,
claroscuro, mediatinta o espejo.


*
Gracias, poesía,

por la resurrección del amor,
por todo lo perdurable,
por la luz de la palabra
y por su resurgencia.

Gracias por la estación de hoy
donde moran
los que me existen y me son,
los que me nombran y me llaman:
ellos por los que creo.

Gracias, poesía,
por los sueños muertos
y las muertes soñándose,
por las levitaciones
y los vuelos rituales,
por las mediaciones
entre la contemplación y el éxtasis.
Gracias, poesía,
por la inhumación del amor
allí, entre dos soledades.
Allí donde se cruzan
la orfandad y la ausencia.

De: Sueño de la palabra

A Ana Enriqueta Terán

Pudo empezar: era una vez una memoria
entre palabra y ser, entre palabra y sueño,
entre palabra y luz… y tiempo.
Pudo empezar: cuando había una vez,
cuando era una vez una iniciación
lapidaria y secreta,
cuando hubo una vez casa y familia,
madre y hermandades,
o, cuando después, la luz perpetua
ardía en lámparas votivas
y el sol era de claraboyas y rendijas…
Pudo empezar cuando había aldabas,
novenarios y luto…pudo empezar:
cuando era una vez y otra vez y,
siempre allí, el pan, el agua, la levadura y el mantel.
…pudo empezar diciendo: llueven blancuras aún
más silenciosas que el silencio, llueve sal,
llueve luz, llueve sol…están de luto los girasoles,
…tal vez, apenas atardecidas, las giralunas canten.
…pudo empezar cuando había una vez
un instante entre un reloj de sol:
piedra de tiempo, piedra de mar,
piedra de sal, piedra lunar…
para que se aventure la poesía,
cincelándolas!


A la orfandad


Yendo en soledad…
huérfana yo, viviendo yo,
y diciendo: con tanto amor a cuestas,
hacia el exilio
de mi propio ser…
extranjera yo dentro de mí misma.
…venid, dijeron:
es la prístina aurora de las ocultaciones…
venid, dijeron: que transfigurarás
lo que eres
en lo que nunca fuiste,
venid, dijeron…verás tu sombra
en el más claro espejo,
en los aljibes mirando,
reverberando…
venid…la esfinge habla
desde la compasión
entre paciencia y sueños…
Venid…Dios está aquí
en el pan nuestro de cada día

…está en tus sueños, está en tus utopías…
las del insomnio, las del miedo,
las del asombro,
las de la estrella caída
en un espejo de agua,
las de los nombres caídos
en los abismos abismales…

…las de la metáfora
en la máxima iniciación
para inventar un nombre,
un verso, un verbo,
las de la compasión,
las de las dudas y las incertidumbres…
las de esa doble metáfora
que llamamos verdad.

Dios está aquí en la mesa,
en el mantel y en el agua,
en el azar, en el vértigo,
en la demencia,
en la mengua y en los desvaríos…
en tus utopías, dijeron: las de la permanencia:
el mirar, el llanto, la sonrisa.
…venid, dijeron…amanece, es la aurora,
es la luz en las entrañas
de la palabra dada.

A la luz

A la luz, en lo infinito,
al alba,
desde la danza del girasol
al canto vesperal
de todas las giralunas.
A la luz en el relámpago.
A la luz, por el milagro
de ser yo mi propia sombra!
A la luz, por traer aquí, a la blancura
de los muros, el jazmín y las rosas,
los altos troncos y las enredaderas.
A la luz, por la visión
y las visiones…por los resplandores
y las incandescencias.

A la luz, en la sombra.
A la luz, en la música,
en el agua.
Y en los astros: estrellas sin edad,
soles terrestres girando
en las cotidianas órbitas
de las instancias diligentes.
A la luz: maga:
inventora del día y de la noche…
A la luz: inseparable compañera
del tiempo y de los sueños.
Poemas tomados del libro Dedicatorias en acción de gracias. Publicado por Monte Ávila Editores. Caracas, 2006.
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Fue puesta en el camino para decantar el enigma que asoma en todo cuanto encuentra nombre en la palabra. Palabra nacida, advertiría la filósofa española María Zambrano, "más que del saber, de una antiquísima sabiduría, la sabiduría sibilina, profética de Eva (…) La palabra como don y resistencia a la vida (…) Antes del tiempo, entre el tiempo y más allá de él, temblando sola". Temblando, sedienta de sueños y de memorias, urdiría la poeta su vasta e internacionalmente reconocida obra, a la que vienea anexar dos nuevos títulos, Dedicatorias y Acción de gracias, zumo y suma de éxtasis, transparencias e infinitud.