EL Rincón de Yanka: LIBROS "JOSÉ ANTONIO: ENTRE ODIO Y AMOR" Y "LAS ÚLTIMAS HORAS" 💕💥

inicio














viernes, 5 de mayo de 2023

LIBROS "JOSÉ ANTONIO: ENTRE ODIO Y AMOR" Y "LAS ÚLTIMAS HORAS" 💕💥


José Antonio: 
entre odio y amor:
Su historia como fue

LA MÁS COMPLETA BIOGRAFÍA 
DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA


Setenta años después de su ejecución, José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, suscita aún odio y amor, repulsa y admiración. Mitificado y halagado por hombres que creyeron en él, manipulado y demonizado por numerosos adversarios, silenciado y convertido en tabú por otros tantos, ha venido a ser una de las figuras políticas más ignoradas y desconocidas de la historia contemporánea.
Gángster arrogante, chulo con aires de proxeneta, testaferro del capitalismo, fascista violento carente de categoría intelectual, para unos; héroe, mártir, cristiano modélico, defensor de la justicia social, adalid de la solidaridad nacional, personalidad entre las más prometedoras de Europa, para otros. ¿Quién se esconde tras la máscara que le han colocado sus detractores y hagiógrafos?

Partiendo de gran cantidad de datos, documentos y testimonios, Arnaud Imatz aporta las respuestas ponderadas y argumentadas del historiador riguroso. Demuestra la diferencia de naturaleza entre falangismo joseantoniano por un lado, y fascismo italiano, nazismo alemán y franquismo español, por otro.
Ante la agonía de la democracia individualista y el ascenso de los despotismos colectivos, José Antonio reclama una nueva tercera vía democrática. Pretende conciliar tradición y modernidad, sintetizar ideas de derechas e izquierdas, implantar una profunda justicia social para que el pueblo pueda volver a la supremacía de lo espiritual.
¿Era su programa reaccionario o revolucionario, realista o idealista, utópico o profético, condenable o respetable? Algo está claro: no se corresponde en nada a la imagen caricaturesca, de uno u otro signo, que se suele dar de él. Más allá de las habituales falsedades y tergiversaciones, este libro nos acerca a la realidad histórica.

José Antonio, 
eterna víctima del odio
Arnaud Imatz 

Arnaud Imatz, autor de la que es considerada la mejor biografía de José Antonio, ha escrito este enjundioso texto a raíz de la reciente profanación de sus restos mortales. Comentándolo, Hughes decía en 'La Gaceta' que Imatz "nos da la posible actualidad del gran desconocido. José Antonio Primo de Rivera, para empezar, como intento español de la tercera vía, ni de derechas ni de izquierdas".

De Carlos V se dice que cuando sus tropas vencieron en Mülhberg (1547), algunos de sus consejeros le incitaron a exhumar y entregar a la hoguera los restos de Luther que estaba en la capilla del castillo de dicha ciudad. Magnánimo, el emperador se limitó a contestar «Ha encontrado su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos». Pero el respeto por el lugar de descanso de los muertos y el deseo de reconciliación y fraternización ya no parecen estar a la orden del día. La última vuelta de tuerca en el asunto del Valle de los Caídos, con la exhumación de los restos de José Antonio Primo de Rivera, finalmente decidida por su familia ante la presión de las autoridades y para evitar la profanación de la sepultura por manos extranjeras, es una nueva llamativa demostración de ello. El error, para muchas personas de buena voluntad, ha sido persistir en la espera de acciones sublimes cuando la fuente de lo sublime se ha secado. Pero ¿por qué tanta hostilidad, resentimiento y odio contra «José Antonio»? ¿Quién era realmente el fundador de la Falange?

Rechazar la historia maniquea

Para los artesanos de la historiografía dominante, neosocialistas o neoliberales autoproclamados “progresistas”, la respuesta es tan simplista como reiterativa: era «un fascista, hijo de un dictador», y el caso está cerrado. Después de treinta y cinco años de propaganda «conservadora» o franquista seguida de casi medio siglo de propaganda «progresista», y a pesar de la impresionante bibliografía existiendo sobre el tema, «José Antonio» sigue siendo lamentablemente el gran desconocido o el mal conocido de la historia contemporánea de España. Para sus adversarios, admiradores del Frente Popular, a menudo glosadores ocultos de los mitos de la Komintern, el joven fundador de la Falange, habría sido una especie de niño de papá, un cínico admirador del fascismo italiano, un pálido imitador de Mussolini. 

En el mejor de los casos, habría sido un espíritu contradictorio, ambiguo, que habría buscado en el fascismo la solución a problemas personales y afectivos. Peor aún más, habría sido un esbirro del capital, una personalidad autoritaria, antidemocrática, ultranacionalista, desprovista de cualquier cualidad intelectual, un demagogo, arrogante, violento, racista y antisemita. Y a esta absurda y grotesca acusación, se suman los agravios de sus adversarios de derechas. Según ellos, habría defendido una política conscientemente catastrófica, una estrategia guerra civilista. En cualquier caso, habría sido una personalidad descarriada, cuya aportación a la vida política habría sido nula, marginal o negativa en la medida en que habría acelerado el desastre nacional. Algunos añaden, por si fuera poco, que la presencia de José Antonio en el bando nacional, en plena guerra civil, no habría cambiado el curso de los acontecimientos. Podría haberse enfrentado a los militares, dicen, pero éstos lo habrían encarcelado o incluso ejecutado. Si hubiera sobrevivido y tenido más éxito, «lo más probable es que se hubiera desacreditado por completo». Y no dudan en constatar lo que llaman una «contradicción entre el falangismo joseantoniano y el catolicismo», concluyendo, sin vacilar, “como dice la Biblia, el que a hierro vive, a hierro muere’. Pero afirmar no es demostrar.

Hace casi medio siglo que me opongo a esta historia caricaturesca, maniquea o de telenovela, a estos esquemas reductores contradichos por una masa considerable de hechos, documentos y testimonios. Sé que la mera consideración de valores, hechos o documentos, que contradicen la opinión de tantos historiadores supuestamente científicos (o mejor dicho militantes camuflados), conduce ipso facto, en el mejor de los casos, al silencio y al olvido, y en el peor, a la caricatura, a la exclusión, al insulto, a la acusación de complacencia, de legitimación calculada, o incluso de apología encubierta de la violencia fascista. Pero no importa, lo principal es decir lo que hay que decir. Una obra, un estudio histórico vale por su rigor, su grado de verdad, su valor científico.

Una vez leída gran parte de la inagotable literatura hostil, hay que tomarse la molestia de acudir a las fuentes primarias. En mi caso, el estudio minucioso de las Obras Completas y el análisis riguroso de los documentos y testimonios de la época me abrieron los ojos. Hace mucho tiempo que los tópicos habituales sobre José Antonio Primo de Rivera, su persona y sus actos, o la repetición de fórmulas y afirmaciones truncadas o sacadas de contextos para mostrar la pobreza de sus análisis y la debilidad de su pensamiento han dejado de impresionarme.
José Antonio: «un cerebro privilegiado tal vez el más prometedor de la Europa contemporánea» —Ortega y Gasset
¿Cómo dar un mínimo de credibilidad a autores que callan, ignoran o descartan centenares de testimonios equilibrados? ¿Por qué la antología de opiniones de personalidades de todo pelaje, publicada por Enrique de Aguinaga y Emilio González Navarro, Mil veces José Antonio (2003) es tan cuidadosamente ignorada por tantos supuestos “especialistas”? ¿Por qué Miguel de Unamuno, el mayor filósofo liberal español de la época con Ortega, habría visto en José Antonio «un cerebro privilegiado tal vez el más prometedor de la Europa contemporánea»? ¿Por qué Salvador de Madariaga, famoso historiador liberal y antifranquista, lo habría definido como una personalidad «valiente, inteligente e idealista»? ¿Por qué conocidos políticos, como los socialistas y anarquistas Félix Gordón Ordás, Teodomiro Menéndez, Diego Abad de Santillán e Indalecio Prieto, o renombrados intelectuales liberales y conservadores, como Gregorio Marañón, Álvaro Cunqueiro, Rosa Chacel, Gustave Thibon o Georges Bernanos, habrían rendido homenaje a su honradez y sinceridad? Por qué el más famoso hispanista francés, miembro del Instituto, Pierre Chaunu, gran conocedor del gaullismo habría establecido un sorprendente paralelismo entre el pensamiento de Charles de Gaulle y el de José Antonio nada menos que en un extenso artículo de Le Fígaro (4-5 de septiembre de 1982)?.

Ni derecha ni izquierda

José Antonio, en cuanto precursor y en eso discípulo de Ortega y Gasset, ya denunciaba hace noventa años las dos formas de hemiplejía moral: «El ser ‘derechista’ como el ser ‘izquierdista’, supone siempre expulsar del alma la mitad de lo que hay que sentir. En algunos casos es expulsarlo todo y sustituirlo por una caricatura de la mitad». Quería crear y desarrollar un movimiento político animado por una doctrina sintética, que abarque todo lo positivo y rechace todo lo negativo de la derecha y de la izquierda, implantar una profunda justicia social para que el pueblo pueda volver a la supremacía de lo espiritual. La dimensión metafísica, religiosa y cristiana, el respeto a la persona humana, el rechazo a reconocer al Estado o al Partido como valor supremo, el antimachiavelismo y la fundamentación no hegeliana sino clásica del Estado, son elementos distintivos de su pensamiento. Por su sentido de la justicia, de la solidaridad, de la unidad en el respeto de la diversidad y su fuerte sentido del deber, José Antonio es a la vez un tradicionalista y un revolucionario.

Pretendía llevar a cabo un proyecto sin duda demasiado idealista por su época: quería nacionalizar la banca y los grandes servicios públicos, asignar la plusvalía del trabajo a los sindicatos, realizar una profunda reforma agraria en aplicación del principio: «La tierra es de quien la trabaja», y crear una propiedad familiar, comunal y sindical. Quería instaurar una propiedad individual, familiar, comunal y sindical, todas con derechos similares.

¿Era su programa reformista o revolucionario, realista o utópico? Se pude debatir, pero lo que no se puede decir es que careciera de apertura, generosidad y nobleza. El nacional-sindicalismo de José Antonio fracasó estrepitosamente, pero, al fin y al cabo, porque fue víctima tanto del resentimiento, el sectarismo y el odio de la izquierda como del egoísmo, la arrogancia y el inmovilismo de la derecha. Censurado, insultado, caricaturizado, encarcelado (tres meses antes del alzamiento del 18 de julio) y fusilado por las izquierdas marxistas y anarquistas el 20 de noviembre de 1936, tras una parodia de juicio, el fundador de la Falange, que había sido burlado y duramente criticado por los conservadores y liberales antes de la guerra, fue recuperado, manipulado, tergiversado y finalmente ejecutado y enterrado por segunda vez por las derechas franquistas.

El buen conocedor de la filosofía española Alain Guy y el politólogo Jules Monnerot, por citar sólo a dos prestigiosos académicos e intelectuales extranjeros, decían que el falangismo joseantoniano no podía en rigor reducirse sólo al «fascismo», es decir, para los historiadores y politólogos serios, a un cierto modelo que designe las imperfectas similitudes que pueden establecerse entre los fenómenos italiano y alemán. Y tampoco decían que puede reducirse al franquismo, régimen e ideología cuyo carácter ha sido ante todo conservador y autoritario. Yo desde luego no pongo un signo de igualdad entre, por un lado, el falangismo de José Antonio, el fascismo italiano, el conservadurismo revolucionario alemán (antes de que Hitler se hubiera hecho con el poder) y, por otro, las tres grandes histerias del siglo XX: el racismo nacionalsocialista, el economicismo salvaje del neoliberalismo o el que, sin duda, mató a más gente que los dos anteriores: el socialismo marxista.

Dicho lo anterior, se debe subrayar que José Antonio actuó en un tiempo y en un espacio determinados. Su pensamiento no es enteramente reductible al contexto histórico-cultural, pero no puede servir para dar respuestas concretas a cuestiones actuales. Además, contiene elementos discutibles, por no decir hoy en día inaceptables. Así por ejemplo su teorización de la minoría “ilustrada”, estructurada en clubes o partidos, que serían los actores del desarrollo y de la revolución en nombre del pueblo es claramente marcada y contaminada por las concepciones totalitarias heredadas del jacobinismo liberal y del socialismo marxista.

José Antonio y los no-conformistas franceses de los años 30

El personalismo cristiano del fundador de la Falange se acerca mucho al pensamiento de los no-conformistas franceses de los años 30 (Robert Aron, Arnaud Dandieu, Jean de Fabrègues, Jean-Pierre Maxence, Daniel-Rops, Alexandre Marc, Thierry Maulnier, Emmanuel Mounier o Denis de Rougemont) que tanto influjo en el futuro presidente de la República francesa Charles de Gaulle [Y no menos interesante es la conexión que se puede hacer con el pensamiento del fundador de Fianna Fail, presidente de la república irlandesa, Éamon de Valera].

El 90%, si no la totalidad, de las ideas personalistas de los no-conformistas franceses de los años treinta, ideas en su mayoría de sorprendente actualidad, y que impregnaron al principio los círculos más originales del régimen de Vichy, así como los de la mayoría de las redes de la Resistencia no comunista, eran compartidas por el joven líder de la Falange.

Para convencerse de ello, basta con recordar aquí las ideas clave de dicha corriente personalista francesa. En primer lugar, está la crítica a la democracia representativa, parlamentaria, que es sinónimo de mentira, de falta de carácter, de compromiso, de control de la prensa y de los mecanismos democráticos, y de un régimen en manos de una oligarquía de hombres ambiciosos y ricos. Luego está el anticapitalismo, cuyas raíces son filosóficas y morales antes que económicas o políticas. Está la crítica virulenta del «laissez faire, laissez passer», que tiene como consecuencia la transformación de la sociedad en una verdadera jungla en la que se desatienden radicalmente las exigencias del bien común y de la justicia. Esta la denuncia de la sumisión del consumo a las exigencias de la producción, sometida a su vez al beneficio especulativo. Esta el rechazo de la primacía absoluta del beneficio y de la especulación financiera, así como de la dominación de los bancos y de las finanzas. Está el rechazo de la usura como ley general, del triunfo del dinero como medida de toda acción y valor humanos. Está por fin el reproche de atacar la iniciativa y la libertad, de matar la propiedad privada concentrándola en cada vez menos manos: «El liberalismo es el zorro libre en el gallinero libre».

Esta corriente personalista, no-conformista francesa se declaraba «ni de derechas ni de izquierdas», «ni comunista ni capitalista»; quería luchar por la “dignidad de la persona humana”, por los «valores espirituales» y defendía «la Tercera vía»; quería ampliar la propiedad individual multiplicando la propiedad colectiva no estatal; quería reorganizar el crédito confiándolo a bancos gestionados por organismos profesionales o grupos de consumidores. Su principal queja contra el capitalismo se resumía en dos palabras: materialismo e individualismo. “Beber, comer y dormir, es suficiente”, en esto, afirmaban los no-conformistas, el marxismo no rompe con el capitalismo, sino que prolonga sus defectos. El objetivo último al que se debía aspirar no era la felicidad, la comodidad y la prosperidad, sino la realización espiritual del hombre. Defendían simultáneamente la necesidad de una revolución de las instituciones, una revolución económica y social y una revolución espiritual. Para ellos lo fundamental era la idea de que cualquier trastorno de las estructuras sería inútil si no iba acompañado de una transformación moral y espiritual del hombre, empezando por la de los partidarios de esa revolución que se avecinaba.

Este brevísimo repaso del espíritu personalista de los no-conformistas franceses de los años 1930, lleva a la conclusión de que no hay una sola propuesta formulada por ellos que no encuentre eco en los escritos y discursos de José Antonio. Primo de Rivera no era ni hegeliano, ni racista, ni antisemita. No situaba al Estado ni a la raza en el centro de su cosmovisión, sino al hombre como portador de valores eternos, capaz de salvarse o perderse. No defendía una revolución materialista y totalitaria (colectivista-clasista, estatista o racista), que pretende reducir la realidad social y espiritual a un modelo único, sino una revolución espiritual, total, a la vez moral, política, económica y social, una revolución cristiano-personalista, integradora de todos y al servicio de todos.

La influencia de la ideología fascista italiana en su pensamiento y estilo es innegable, pero también se encuentran en ellos otros influjos muy importantes como el tradicionalismo, el liberalismo, el anarquismo o el socialismo-marxista. Muchos juzgan con severidad la admiración joséantoniana por Mussolini. Y es cierto que, al principio de su breve carrera política, al igual que muchos políticos e intelectuales de su época, como Churchill o Mounier, mostró una verdadera estima e incluso entusiasmo por los logros sociales del Duce. Pero no hay que olvidar que el totalitarismo de Estado del régimen de Mussolini fue al final infinitamente menos sangriento que el totalitarismo de clase o de raza. Todas las ideologías modernas han sido fuente de crímenes descarados, y ninguna puede pretender ser más humana que las demás. Pero hay grados de horror, y a la hora de juzgar al fundador de la Falange, se debe exigir un mínimo de decencia y rigor.

José Antonio y el Che

Varios autores se han aventurado a establecer un paralelismo entre José Antonio y la figura más emblemática del romanticismo revolucionario del siglo XX, el guerrillero leninista-maoísta Ernesto Guevara. Las similitudes son sin embargo imperfectas. Ambos exaltan las virtudes del valor, la lealtad y la fidelidad. Ambos simbolizan el desinterés de la juventud. Ambos desprecian el lujo, los gustos suntuarios y la ostentación de riqueza. Ambos rechazan el orden económico y social en el que sólo reina el dinero, en el que la sociedad se abandona a las únicas reglas del beneficio y del egoísmo triunfante, con sus inevitables corolarios de especulación, codicia y corrupción. Ambos ignoran el miedo, desdeñan el dinero y les mueve la pasión por el deber. Pero las similitudes acaban ahí.

José Antonio es un católico convencido. El Che, carece de preocupaciones metafísicas y es hostil a toda creencia religiosa. Materialista, ateo, Ernesto Guevara desprecia lo que Nietzsche denunciaba como «las debilidades del cristiano». El fanatismo, el sectarismo, la dureza, el odio al Otro, la demagogia revolucionaria son rasgos que el Che comparte con Robespierre, Lenin, Hitler, Stalin o Mao. Lo más terrible del Che es la mezcla de ascetismo personal y capacidad para flagelar a los demás, la certeza de tener siempre la razón, el odio abstracto, la fría crueldad política. Los amigos sólo son amigos para él mientras piensen políticamente como él. Al igual que su maestro Lenin, la lucha política legitima todos los medios: la astucia, la manipulación, el cinismo, la violencia extrema, los insultos, las invectivas, las injurias, la difamación, las subvenciones al enemigo de la patria, el robo de herencias, los atracos y las ejecuciones sumarias. El Che ama a las personas no como son, con sus grandezas y debilidades, sino como la revolución las habría transformado. Es un ángel exterminador. Le resulta más fácil expresar sus sentimientos por la muerte de un animal que por la de un enemigo. Es difícil imaginar a José Antonio ordenando la ejecución sumaria de más de cien opositores, como hizo el Che en la fortaleza de La Cabaña. Es igual de difícil imaginarlo escribiendo, como Lenin a Gorki (el 15 de septiembre de 1922), estas repugnantes líneas sobre los intelectuales para deplorar el retraso en sus ejecuciones: «Los intelectuales, lacayos de la burguesía, se creen el cerebro de la nación. En realidad, no son su cerebro, son su mierda».

La ética joseantoniana

José Antonio tenía sentido de mesura y equilibrio; sabía que en política el rechazo absoluto a cualquier compromiso (que no es el abandono de los principios por oportunismo) conduce siempre al terror implacable. Como republicano y demócrata de razón, rechazaba cualquier nostalgia del pasado, monárquico conservador o reaccionario. No tenía más el gusto excesivo del militar por el orden y la disciplina que la atracción irresistible del actor o el artista por el escenario y la comedia. No era ni Franco ni Mussolini. Por tonto que parezca, José Antonio tenía una marcada inclinación por la bondad; una «bondad de corazón», como bien subrayaba el maestro Azorín, que, unido a una elevada concepción de la justicia y el honor, un incuestionable valor físico, una constante preocupación intelectual, un carisma o magnetismo de líder y, en fin, un agudo sentido del humor, le hacían inevitablemente simpático.

A diferencia de los utopistas jacobinos y socialistas-marxistas, José Antonio quería basar su sistema en el individuo y defender las especificidades culturales, regionales y familiares. No pretendía hacer del Otro, un Yo Otro, sino simplemente aceptarlo, comprenderlo y convencerlo de que colabore con él por el bien de toda la comunidad nacional. Cuando estalla la Guerra Civil, ante la avalancha de odio y fanatismo, de hierro y sangre, resiste y se levanta casi solo. Ofrece su mediación en un último intento de detener la barbarie. Pero era una causa perdida, y fue rechazado. Muere con dignidad, sin odio, con el alma serena, como un héroe cristiano, en paz con Dios y con los hombres. Escribe en su testamento: 
«Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico»
En la política del siglo XX abundan las personalidades notables, pero a duras penas se encuentran más nobles. Era una especie de último caballero cristiano.

Dicho esto, históricamente, el mérito de José Antonio es haber intentado asimilar críticamente, desde una posición profundamente cristiana, la revolución socialista al mismo tiempo que desvinculaba los valores espirituales y comunitarios de la derecha reaccionaria. Y una de sus características más originales fue aparecer en la escena política de su tiempo con una nueva retórica, una nueva forma de formular la política, con un lenguaje original y atractivo para los jóvenes.

Falsedades y verdades

Conviene detenernos ahora en las acusaciones de violencia y antidemocracia que se suelen hacer contra él. Invariablemente se le reprocha la frase que él mismo califico de desafortunada: «Cuando se ofende a la justicia y a la patria, no hay más dialéctica admisible que la de los puños y las pistolas». Pero es necesario citarla entera y ponerla en perspectiva. No hay que olvidar las constantes declaraciones exaltadas, incendiarias y antidemocráticas de sus adversarios, empezando por las del «Lenin español», el socialista, marxista revolucionario Largo Caballero.

«Contextualicemos» pues, la supuesta violencia joseantoniana. La Falange joseantoniana fue responsable de unos sesenta a setenta atentados mortales entre junio de 1934 y julio de 1936. Pero, al mismo tiempo, sufrió cerca de 90 muertes en sus filas (Hubo 2000 a 2500 muertos durante la Segunda República). Desde el día siguiente a su fundación, en octubre de 1933, la Falange joséantoniana sufrió una docena de atentados mortales. No se trataba de peleas callejeras, sino de atentados terroristas perpetrados por socialistas, comunistas y anarquistas, para eliminar físicamente a los vendedores ambulantes del semanario FE. La imagen propagandística de Falange Española (FE) como el principal grupo cuya acción terrorista provocó la Guerra Civil es radicalmente falsa. Fue por su negativa a entrar en el ciclo de la violencia durante meses por lo que José Antonio fue apodado por las derechas «Simón el Enterrador», y por lo que su partido y sus militantes recibieron los sobrenombres de «Funeraria Española» (FE) y «Franciscanistas». En realidad, la Falange joséantoniana sólo reaccionó violentamente tras ocho meses de espera. El detonante fue la muerte, el 10 de junio de 1934, de un estudiante falangista de 17 años, Juan Cuéllar, asesinado en la Casa de Campo por un grupo de socialistas madrileños. Para colmo de males, la militante socialista Juanita Rico orinó sobre el cadáver de su víctima, y el padre del joven Cuéllar no pudo reconocer el rostro de su hijo porque había sido pisoteado, aplastado y deformado.

En realidad, una exposición de los hechos que pase por alto la bolchevización o radicalismo revolucionario del Partido Socialista, el desarrollo del aparato paramilitar socialista y comunista, la incoherencia de los republicanos liberales y el inmovilismo reaccionario de los conservadores, para intentar demostrar mejor que la Falange joseantoniana fue la causa principal de la violencia durante la República y, en consecuencia, del estallido final, es sencillamente fraudulenta. La violencia nunca fue un postulado del ideal joseantoniano. Es declaradamente una violencia empleada para repeler la agresión o para defender derechos o verdades intemporales («el pan, la patria y la justicia») cuando se han agotado todas las demás instancias.

Anticapitalista, antisocialista y antimarxista, José Antonio lo era sin duda. Pero ¿era antiparlamentario y antidemocrático? Esto es altamente discutible. ¿Por qué habría dicho entonces: “Pero si la democracia como forma ha fracasado, es, más que nada, porque no nos ha sabido proporcionar una vida verdaderamente democrática en su contenido. No caigamos en las exageraciones extremas, que traducen su odio por la superstición sufragista, en desprecio hacia todo lo democrático. La aspiración a una vida democrática, libre y apacible será siempre el punto de mira de la ciencia política, por encima de toda moda”?: Es ridículo transponer al pasado la imagen actual de la democracia española. La situación presente no puede compararse con la del periodo anterior a la Guerra Civil. Entonces había muchos revolucionarios y conservadores convencidos, pero poquísimos demócratas tolerantes y pacíficos. El respeto al Otro no estaba a la orden del día.

¿Fue José Antonio un golpista, como afirman tantos autores? Es bien sabido que los golpes de Estado o golpismo, de carácter moderado o progresista (mucho más raramente conservador), fueron un rasgo definitorio de la vida política en España (y también en gran parte de Europa) durante el siglo XIX y principios del XX. Después de 1820, se produjeron en la Península no menos de 40 grandes pronunciamientos o golpes de Estado, y cientos de muy pequeños. Que José Antonio estuviera marcado e incluso contaminado por la tradición golpista del liberalismo decimonónico y por la doble tradición golpista del anarquismo y el socialismo de principios del siglo XX es más que probable. Pero lo cierto es que su efímero e incongruente proyecto de «insurrección», expuesto una sola vez en la reunión de Gredos (junio de 1935), nunca fue más que una respuesta circunstancial, teórica e imaginaria —sin el menor principio de aplicación— a la seria insurrección socialista de octubre de 1934.

Quiénes eran los verdaderos teóricos y técnicos de la dictadura desde finales del siglo XIX, sino los epígonos de la tradición pretoriana del liberalismo español decimonónico, como el republicano-demócrata Joaquín Costa, por no hablar de los socialistas y marxistas que entonces eran abiertamente doctrinarios o defensores de la dictadura del proletariado o, por decirlo con más precisión, de la dictadura del Partido sobre el proletariado. José Antonio no dudaba de que el pueblo fuera soberano. Quería mejorar la participación de todos los ciudadanos en la vida pública. Pero a la democracia individualista y liberal, a la democracia colectivista y popular, prefería la democracia orgánica, participativa y referendaria, que en su opinión era más capaz de acercar el pueblo a los gobernantes. En la Europa del periodo de entreguerras, esta elección parecía a muchos posible, equilibrada y razonable. Además, si esta opción no hubiera sido considerada por muchos como realista y bien pensada, ¿por qué tantos dirigentes posteriores, muy conocidos, cuyas convicciones políticas están reñidas con las de José Antonio, como el primer Fidel Castro o el presidente del gobierno José María Aznar, habrían sido en su juventud lectores atentos y admiradores de las Obras Completas?

En contra de lo que tantas veces se repite, José Antonio admiraba, incluso con cierta ingenuidad, la tradición parlamentaria británica. Algunos militantes falangistas, que no apreciaban las intervenciones del fundador de la FE en el Parlamento, se apresuraron a criticar su «excesivo gusto por los debates parlamentarios». La realidad, es que José Antonio era partidario de la democracia orgánica, como lo eran Julián Sanz del Río, Nicolás Salmerón, Fernando de los Ríos, Salvador de Madariaga o Julián Besteiro, por citar sólo a algunos autores liberales y socialistas españoles.
Por otra parte, José Antonio quería ser y decía ser mucho más patriota que nacionalista. La nación no es, a su juicio, una raza, una lengua, un territorio y una religión, ni un simple deseo de vivir juntos, ni la suma de todo ello. Es ante todo «una entidad histórica, diferenciada de las demás en lo universal por una propia unidad de destino». No somos nacionalistas, dice en Madrid (en noviembre 1935), «porque ser nacionalistas es una pura sandez; es implantar los resortes espirituales más hondos sobre un motivo físico, sobre una mera circunstancia física; nosotros no somos nacionalistas porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos».

Algunos autores han pretendido detectar en José Antonio una evolución y un acercamiento tardío, casi in extremis, a las tesis de la Alemania nacionalsocialista. Se basan para ello en un texto, fechado el 13 de agosto de 1936, Germánicos contra bereberes escrito en plena guerra civil en su celda de Alicante y encontrado en sus papeles después de su muerte. Expresa en él una visión etnocultural superficial, reductora y que no resiste a una crítica histórica rigurosa. Pretende explicar la Reconquista como un enfrentamiento entre dos arquetipos, el «espíritu germánico» y el «espíritu bereber», pero al mismo tiempo parece reconocer la fusión hispanorromana-visigoda. Este artículo contiene inexactitudes y afirmaciones que fueron más tarde totalmente desmentidas y refutadas en su testamento. No obstante, conviene recordar aquí que ese tipo de interpretación etnocultural estaba muy extendida en su época y entre autores con convicciones encontradas. La mayoría de los historiadores de los Estados-nación pensaban sus orígenes en una oposición entre nativos y conquistadores. Así, la historiografía de Francia oscilo constantemente entre la tesis de un origen franco (Clodoveo, el rey franco) y la de un origen celta y galo (Vercingetórix) o galorromano cuando se tenía en cuenta a Roma. Para el aristócrata Montesquieu, las libertades eran de origen germánico… Así las cosas, y volviendo al supuesto racismo del artículo Germánicos contra bereberes, conviene recordar que la misma acusación abusiva podría hacerse contra los textos de Ortega y Gasset, Américo Castro o Sánchez-Albornoz.

José Antonio era claramente antiseparatista, pero no sucumbió a la tentación jacobina y centralista. Eso lo demuestra su discurso ante el Parlamento el 30 de noviembre de 1934. «Es torpe la actitud de querer resolver el problema catalán reputándolo de artificial. […] Cataluña existe con toda su individualidad, y muchas regiones de España existen con su individualidad, y si queremos dar una estructura a España, tenemos que arrancar de lo que España en realidad ofrece. […] Por eso soy de los que creen que la justificación de España está en una cosa distinta: que España no se justifica por tener una lengua, ni por ser una raza, ni por ser un acervo de costumbres, sino que […] España es mucho más que una raza y es mucho más que una lengua, […] es una unidad de destino en lo universal. […] Por eso entiendo que cuando una región solicita la autonomía, […] lo que tenemos que inquirir es hasta qué punto está arraigada en su espíritu la conciencia de la unidad de destino; que si la conciencia de la unidad de destino está bien arraigada en el alma colectiva de una región, apenas ofrece ningún peligro que demos libertades a esa región para que, de un modo o de otro, organice su vida interna».

Recordemos de pasada el supuesto machismo o antifeminismo de José Antonio por haber expresado alguna vez el deseo de una «España alegre y faldicorta». Quizá merezca la pena recordar aquí el nombre de una de las figuras más destacadas del feminismo español la abogada Mercedes Formica. Fue responsable de la profunda reforma del Código Civil español a favor de los derechos de la mujer en 1958. En los años 30 había sido una falangista de primera hora y a lo largo de toda su vida se declaró fiel discípula de José Antonio (el cual la nombró delegada nacional del SEU (Sindicato Español Universitario) y miembro de la Junta Política), lo que le vale hoy ser víctima de una acérrima omertà. En sus Memorias, Formica barre de un plumazo el mito propagandístico de un José Antonio antifeminista demostrando su falsedad y engaño.

En cuanto al cacareado imperialismo del fundador de FE, los argumentos para defenderlo son también muy frágiles. No se encuentra reivindicación territorial alguna en las Obras Completas. Según José Antonio, en el siglo XX, el imperio español sólo podía ser de carácter espiritual y cultural. Ni que decir que en vano se buscarían en sus palabras connotaciones antisemitas o racistas. Utilizo cinco veces, no sin error y torpeza, el término «Estado total» o «totalitario», pero lo hizo claramente para significar su deseo de crear un «Estado para todos», «sin divisiones», «integrador de todos los españoles», «instrumento al servicio de la unidad nacional».
Igualmente, sorprendente es la opinión de José Antonio sobre el fascismo. La expresó sin ambigüedad en un escrito de 1936: «El fascismo pretende resolver la inarmonía entre el hombre y su contorno absorbiendo al individuo en la colectividad. El fascismo es fundamentalmente falso: acierta al barruntar que se trata de un fenómeno religioso, pero quiere sustituir la religión por una idolatría». En cuanto a sus convicciones católicas, no pueden cuestionarse. La última y más clara manifestación de ello se encuentra en el testamento ya citado que escribió el 18 de noviembre de 1936, dos días antes de su ejecución.

Una variante de tercera vía

La Falange joseantoniana es una variante de las ideologías de la Tercera vía, que muchos doctrinarios, teóricos y políticos han defendido o defienden desde finales del siglo XIX. Históricamente, personalidades tan diversas como De Gaulle, Nasser, Perón, Chávez, Clinton o Blair se han referido a la Tercera vía. Pero sus filiaciones, a pesar de las apariencias a veces engañosas, no son las mismas. Hay dos hilos políticos distintos, dos direcciones que nunca se encuentran. Más allá de tiempos, lugares, palabras y hombres, los partidarios de la auténtica tercera vía persiguen incansablemente la superación del pensamiento antinómico. Quieren, como decía José Antonio, tender un puente entre Tradición y Modernidad. La síntesis-superación, la necesidad de reconciliación en forma de superación, es para ellos el objetivo principal de toda gran política. Ahí está la raíz del odio casi metafísico de sus adversarios. Dicho esto, dado que el pensamiento de José Antonio constituye uno de los miembros de la vasta familia de las ideologías de la Tercera vía, es tanto más legítimo plantearse la pregunta: 
«¿Qué nos ha legado verdaderamente José Antonio? Para contestar, permítanme repetir una vez más las palabras del filósofo vasco Miguel de Unamuno que concluyen mi libro de juventud José Antonio: entre odio y amor. Su historia como fue, prologado por Juan Velarde Fuertes: «Nos ha legado a sí mismo, y un hombre vivo y eterno vale todas las teorías y filosofías».

Palabras de José Antonio Primo de Rivera. 
La única grabación de José Antonio que se conserva (año 1934)

Líder - Música dedicada a José Antonio Primo de Rivera



El estudio más completo sobre el proceso y la ejecución de José Antonio Primo de Rivera.
A las diez horas del día 14 de marzo de 1936, José Antonio Primo de Rivera fue arrestado en Madrid, bajo la acusación de posesión ilícita de armas, e ingresó al día siguiente, de noche, en la antigua celda de Largo Caballero en la cárcel Modelo de la misma ciudad. El 5 de junio fue trasladado a la prisión de Alicante, donde permaneció hasta su ejecución el 20 de noviembre.
Tras el gran éxito de La pasión de José Antonio, y cuando todo o casi todo se creía contado sobre las circunstancias de su muerte, José María Zavala vuelve a sorprendernos ahora con otro arsenal de documentos inéditos.
Sin abandonar el ritmo trepidante de un thriller ni el rigor habitual de su información, ofrece en estas páginas datos novedosos y relevantes localizados en los «expedientes perdidos» de los que participaron en la muerte de José Antonio: desde el juez que le «juzgó» hasta el miserable que estampó luego su firma en la orden de ejecución, pasando por el director de la cárcel de Alicante o los miembros del pelotón de fusilamiento que segaron su vida en el patio de aquella prisión.

INTRODUCCIÓN

LAS ÚLTIMAS HORAS 
DE JOSÉ ANTONIO

El libro que el lector tiene ahora en sus manos pretende ser un merecido homenaje, como lo fue su predecesor, La pasión de ]osé Antonio (2011), a la memoria de un gran hombre que supo vivir y morir por sus ideales: José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, fun­dador de Falange Española.
Si "La pasión de José Antonio" se ha convertido hoy en un au­téntico bestseller en España, con siete ediciones en papel hasta el momento, aparte de figurar también en las listas de libros electrónicos más vendidos, ha sido principalmente porque su protagonista sigue levantando pasiones, valga la redundancia, en muchos millares de personas de distinto credo político.

Sin la fidelidad de los lecto­res y las excelentes críticas y co­mentarios de Stanley G. Payne, Luis María Anson, José Antonio Primo de Rivera y Urquijo, Ana de Sagrera, Luis Alberto de Cuenca, Eduardo García Se­rrano, José María Velo de Antelo, Carmelo López-Arias o Blas Pi­ñar (q.e.p.d.), a quien rindo desde aquí mi más emotivo re­cuerdo, tampoco podría expli­carse el gran éxito de esta obra en pleno siglo XXI.
Sería injusto no agradecer también la entusiasta acogida dispensada al libro por parte de José Lorenzo García, José Cabanas y Jorge Juan Perales, del por­ tal Hispaniainfo, así como por los asociados de Plataforma 2003, que tuvieron el detalle de invitarme a la tertulia y cena de Navidad en 2011, durante las cuales me complací en compar­tir mesa con José Antonio Primo de Rivera y Urquijo, Ramón Se­rrano Súñer, Ceferino Maestú, César y Carlos Pérez de Tudela, Agustín Cebrián, Jaime Suárez, Lela Bermúdez Cañete, Enrique de Aguinaga y Antonio Gibello, entre otros distinguidos comen­sales con quienes conversé largo y tendido sobre mi obra dedi­cada a José Antonio.

En sus páginas brindé ya al lector por primera vez valiosos testimonios orales, como el de los hijos de Rafael Garcerán, pa­sante del bufete de abogados de José Antonio y hombre de su máxima confianza, o mis reveladoras conversaciones con Fede­rico von Knoblock, hijo del cón­sul alemán en Alicante, sobre los vanos intentos de rescate del jefe de Falange Española.
Más tarde, en "La pasión de Pilar Primo de Rivera" (2013) ofrecí también en primicia, junto a otros muchos documen­tos (como los dosieres confidenciales sobre destacados falangis­tas por encargo de Luis Carrero Blanco o la correspondencia cruzada entre Dionisia Ridruejo y Pilar Primo de Rivera), el re­lato íntegro elaborado por Agus­tín Aznar, protagonista de algunas de las escaramuzas para li­berar a José Antonio, que la di­rectora de la Sección Femenina conservaba en su archivo iné­dito, tan generosamente puesto a mi disposición por su sobrino nieto y albacea testamentario, Pelayo Primo de Rivera.

En La pasión de José Antonio salieron a relucir, también por primera vez en un libro, las cua­tro últimas declaraciones de Guillermo Toscano, el miliciano que le dio el tiro de gracia a José Antonio, así como la última confesión del sargento Juan José González Vázquez, encargado del piquete de guardias de Asalto, junto con las cartas del juez Federico Enjuto dirigidas desde el exilio al jefe del Gobierno, Juan Negrín, al presi­dente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez, y al ministro de Justicia, Ramón González Peña.
Escudriñé también entre los papeles privados del fiscal Vidal Gil Tirado para ofrecer al­ gunos fragmentos interesantes sobre el proceso de José Antonio y di a conocer, por supuesto en España, al empresario uruguayo Joaquín Martínez Arboleya, tes­tigo ocular del fusilamiento de José Antonio en el patio de la cárcel de Alicante.

Con la cuarta edición de "La pasión de José Antonio", la edito­rial Plaza y Janés obsequió al lec­tor con un opúsculo sobre su cé­lebre maleta, cuyos objetos y do­cumentos principales se reprodujeron por primera vez en alta resolución por gentileza de su sobrino y ahijado Miguel Primo de Rivera y Urquijo, custodio ac­tual de tan preciado tesoro.

Se preguntará el lector, con razón, qué más puede contarse a estas alturas sobre José Antonio, de quien tantos ríos de tinta han corrido ya desde su muerte, acaecida hace casi ochenta años. Con Las últimas horas de José Antonio, y tras casi cuatro largos años de investigación, se disipa cualquier duda. El lector hallará ahora el «expediente perdido» durante tantos años de Alfredo Crespo Orrios, director de la cárcel provincial de Ali­cante, mediante el cual cono­cerá los pormenores del intento de asesinato de José Antonio y su hermano Miguel Primo de Rivera en agosto de 1936, el propio fusilamiento del 20 de noviembre o la «Saca» de presos del 29 de noviembre, en la que se ejecutó a cincuenta y dos per­sonas, entre ellas al confesor de José Antonio, el sacerdote José Planelles Marco. También se pu­blican las cartas desconocidas de la hermana, la tía y la cuñada de José Antonio pidiendo cle­mencia aljuez.

Ofrecemos igualmente el expediente judicial completo de Juan José González Vázquez, donde figuran sus cinco prime­ras comparecencias ante el juez en las que da un vuelco com­ pleto a su versión, reconociendo que sí estuvo en el patio de la cárcel y revelando otros muchos detalles sobre la ejecución.
Consignemos un dato más sobre este individuo. relacionado con su graduación como guardia de Asalto: hemos op­tado por señalarle como «sargento» o «suboficial», tal y como figura en sus declaraciones judi ­ciales y en los testimonios de compañeros que se refieren a él de ese modo; si bien es cierto que el tribunal que le condenó a muerte manifestó en su senten­cia que González Vázquez fue ascendido a alférez en septiem­bre de 1936, y solo un mes des­pués, a teniente.

El sumario de Luis Serrat Martínez, uno de los milicianos de la FAI que formaron parte del pelotón de fusilamiento de José Antonio, sale a relucir también en estas páginas. Sabemos así que le apodaban Bakunin, en recuerdo del revolucionario anar­quista ruso, pese a que algún autor se haya referido por error a Serrat y a Baculín como a dos personas distintas. Exponemos su versión sobre el fusilamiento y hasta la carta de su padre a Franco pidiéndole la conmuta­ción de la pena capital.
Y qué decir sobre Manuel Beltrán Saavedra, otro de los mi­licianos que fusilaron a José An­tonio: ponemos a disposición del lector todos los documentos que le implican en semejante crimen.

De Guillermo Toscano brin­damos su primera declaración prestada ante la Policía tras su detención en Baza (Granada), en 1939. Sin duda, la más completa de todas, pues revela en ella de­talles desconocidos, como que el fusilamiento se efectuó «a capricho», sin control ni orden de fuego alguna, y que hubo alre­dedor de «Cuarenta personas» ajenas a la cárcel que presencia­ ron el fusilamiento, lo cual re­fuerza también la veracidad del testimonio de Martínez Arbo­leya, quien aseguró que estuvo allí «camuflado entre el gentío». Desvelamos los pormeno­res judiciales de Emilio Valldecabres Malrás, el asesor jurídico del Ministerio de la Guerra que denegó la concesión del indulto a José Antonio: sus declaracio­nes y las de Julián Besteiro y Án­gel Pedrero, responsable del SIM en Madrid, así como la carta de su madre solicitando tras la eje­cución una pensión para su nieta huérfana de tan solo ocho años.

Sobre el juez Federico En­juto Ferrán aportamos el expe­diente completo de su pertenen­cia a la masonería, incluido un revelador informe de la Jefatura Superior de Policía de Barcelona.
Estos expedientes hallados nos permiten reconstruir con mayor fidelidad aún las circuns­tancias que rodearon la muerte de José Antonio y los detalles de su fusilamiento. Además claro está, de los testimonios recaba­dos de Clara Toscano, sobrina nieta de Guillermo Toscano, que nos relata, entre otras cosas, res­paldada por un documento poli­cial del que también dispone­mos, el curioso detalle de que el miliciano llevase una pluma es­tilográfica que había pertene­cido a José Antonio en el mo­mento de su detención; o la ver­sión del fusilamiento que le contó el guardia civil que custo­dió al reo de muerte la víspera de su ejecución, incluida una fo­tografía inédita también de Gui­llermo Toscano con su esposa e hija.

Annik Valldecabres, so­brina carnal de Emilio Valldeca­bres, nos hace también revela­ciones sorprendentes en otra entrevista sobre el proceso judi­cial de José Antonio, las cuales reservamos para las siguientes páginas; en febrero de 2008, el diario Levante-El Mercantil Va­lenciano publicó también una amplia conversación con ella.

Gracias a Cecilia Enjuto, nieta de Federico Enjuto, cono­cemos igualmente anécdotas de las memorias inéditas del juez escritas en el exilio, adelantadas por ella misma durante su inter­vención en una mesa redonda celebrada en la Universidad de Alicante el 20 de noviembre de 2014.
José Luis Casanova, consi­liario de las causas de canoniza­ciónde los mártires de la Guerra Civil en la provincia de Alicante, nos aporta detalles desconoci­dos del confesor de José Antonio y de los llamados «mártires de Novelda», fusilados junto a él. Publicamos una fotografía iné­dita de la pequeña urna de me­tacrilato que contiene un frag­mento del cráneo y del fémur de José Planelles, a modo de reliquias.

Revelamos también la iden­ tidad de los diez funcionarios de prisiones que estuvieron de guardia en la cárcel de Alicante el día en que fusilaron a José An­tonio, junto con sus correspon­dientes declaraciones, así como lo que luego contaron al juez los dos médicos forenses que certi­ficaron la muerte del líder de Fa­lange y los cuatro mártires de Novelda.
Por no hablar de la nove­dosa información que sale ahora también a la luz rescatada del expediente del jurado popu­lar Marcelino Garrofé Audet, que también hemos localizado. Y esto es solo un anticipo de más sorpresas...
Advirtamos finalmente que José Antonio fue condenado a muerte en un simulacro de juicio bajo la presión de Largo Ca­ballero, influenciado a su vez por el envío de armamento a la República procedente de la Unión Soviética a cambio de las reservas de oro del Banco de España.

Sabemos que en el fusila­miento de José Antonio partici­paron un sargento y tres solda­dos del Quinto Regimiento, constituido a iniciativa del Par­tido Comunista de España (PCE) y de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Pelotón, por cierto, designado por Ramón Llopis Agulló, el firmante de la orden de entrega de José Anto­nio al piquete de ejecución.

El propio Stalin, como haría al año siguiente con Andreu Nin, secretario general del Par­tido Obrero de Unificación Mar­xista (POUM), sobre quien compuse la biografía En busca de An­dreu Nin (2005), calificada de «excelente» por el hispanista británico Hugh Thomas en la Tercera de ABC (25/05/ 2008), jaleó en última instancia el ase­sinato del líder de Falange Española sirviéndose del general Alexander Orlov, jefe de la NKVD en España, la Policía se­creta soviética precursora del KGB; y, cómo no, también de su embajador Marcel Rosenberg, en contacto permanente con el propio presidente del Gobierno, Largo Caballero, y su ministro de Justicia, Juan García Oliver.

Entre otras evidencias, figura este telegrama personal del propio Stalin a José Díaz Ramos, secretario general del PCE y su­jeto como tal en gran medida a las consignas del Komintern. Fechado el jueves 15 de octubre de 1936, tan solo un mes antes de la ejecución de José Antonio, el telegrama es ya de por sí elocuente:
Los trabajadores de la Unión So­viética, al prestar a las masas re­volucionarias españolas toda la ayuda de que son capaces, no ha­cen más que cumplir con su de­ber. Comprenden que la libera­ción de España de los reacciona­rios fascistas no es un asunto pri­vado de los españoles, sino la causa común de toda la Humani­dad avanzada y progresista.

Y José Antonio, aunque es­tuviese entre rejas, resultaba un incordio para los comunistas y estalinistas que, nunca mejor dicho, le odiaban a muerte.

Asistamos ya sin más de­mora a las últimas horas de José Antonio...

JOSÉ MARÍA ZAVALA
Madrid, 20 de diciembre de 2014


Eduardo García Serrano

La Ley de Memoria Democrática vomita su odio ignorante sobre José Antonio Primo de Rivera y profana su tumba como ya hicieron con la de Francisco Franco, perpetrando una vileza más socapa de un acto de “higiene democrática”. La higiene de este albañal al que los ladrones socialcomunistas y los cobardes, los separatistas y los bilduetarras llaman democracia, al igual que los herederos de la CEDA. Todos los que antaño contribuyeron al asesinato del mejor hombre de España son los mismos que hogaño han participado, Conferencia Episcopal incluída, en la profanación de su tumba en el Valhalla español, que es el Valle de los Caídos. Templando la galerna de furia y asco que me azota, y sabiendo que las palabras de más son siempre palabras malgastadas, conviene recordar, sobre todo a los que, sabiendo lo que hacen no saben a quién se lo hacen, cómo murió José Antonio Primo de Rivera aquella madrugada fría y húmeda del 20 de noviembre de 1936, en el patio de la prisión de Alicante.

El Padre José Planelles, compañero de prisión de José Antonio, le confesó. Cuando hubo terminado y regresó al módulo que compartía con otros reos no pudo, no supo más que decir: “Acabo de confesar a un hombre que va a morir por todos”. 
Por todos, también por sus verdugos, por los ciegos de odio, por los que no quisieron escucharle, por los que le escucharon cuando ya era tarde, demasiado tarde, y por los que disfrutaron la obra de sus palabras sin ofrecerle ni siquiera el respeto de la gratitud. Por todos ellos y para todos ellos murió José Antonio, al que no tardó en seguirle el Padre Planelles, fusilado días después junto a otros cincuenta y cuatro falangistas alicantinos.

No había amanecido aún. Su hermano Miguel se abraza a José Antonio. Está a punto de anegarse en lágrimas, pero José Antonio le zarandea cariñosamente, le endereza fraternalmente y le da en inglés, para que los milicianos no se enteren, una última orden: “Help me to die bravely” (Ayúdame a morir como un valiente). Miguel cumplió, José Antonio también.

No había amanecido aún. El frío humedo de la madrugada mediterránea a finales de noviembre destempla el ánimo del miliciano que apremia a José Antonio, quien calmado y sin prisa le dice al heraldo del piquete de fusilamiento: “Déjame, al menos, morir bien vestido”. Sobre el mono azul se pone una chaqueta y sobre los hombros se echa un abrigo inglés gris marengo.

No había amanecido aún cuando José Antonio llega al patio de la cárcel. En el paredón le esperan dos requetés y dos falangistas de Novelda que van a morir con él. José Antonio les da ánimos, y antes de ocupar su lugar junto a ellos se quita el abrigo y se lo regala a un miliciano llamado Toscano diciéndole: “Toma, a mí ya no me va a servir y es una lástima que lo agujereen las balas”.

No había amanecido aún cuando la orden de fuego apretó los gatillos de los fusiles. Al oír la descarga una mujer lloró y vomitó de pena, de asco y de horror. Era la encargada de la taberna de enfrente de la prisión que tantas veces le había llevado viandas a José Antonio a la celda. Ella sabía de la condena a muerte, pero jamás llegó a creer que nadie pudiese matar a un hombre así. Cuando amaneció lo entendió y lo creyó. Por eso lloró y vomitó.

El escritor y ministro socialista Zuazagoitia dio testimonio: “Cuando José Antonio se dirigió al piquete de fusilamiento, su voz convincente hizo vacilar a los milicianos y guardias de Asalto, del mismo modo que antes había hecho vacilar al tribunal y al jurado que le condenaron a muerte”. 
Así murió José Antonio Primo de Rivera cuando aún no había amanecido el 20 de noviembre de 1936. Los mismos que con su odio y sus armas, con su cobardía y su silencio cómplice le asesinaron entoces, hoy profanan su tumba con la silente bendición de la Conferencia Episcopal Española.


Dijeron de él…

A continuación recogemos distintas opiniones, juicios o referencias, sobre José Antonio Primo de Rivera, realizadas por intelectuales, poetas, historiadores, políticos. 
Si los lectores de HORIZONTE desean profundizar en este tema y conocer cómo se refieren a José Antonio tanto personajes de su época como actuales, les recomendamos la lectura de los libros "Sobre José Antonio y Mil veces José Antonio", ambos coordinados por el Catedrático Enrique de Aguinaga.

􀀉 “La muerte de José Antonio cambió profundamente la historia de España. Con José Antonio desaparece, en mi opinión, la España con preocupación social y revolucionaria fuera de las ideas socialistas, y se vuelve a la España del capitalismo y de la aristocracia, que hoy tiene fuerte entronque con la banca y las compañías eléctricas”. Manuel Murillo, Secretario General del Partido Socialista Federal.
􀀉 “La biografía de José Antonio Primo de Rivera, independientemente de las ideas que profesa, es de las más dignas de interés. Renunciar a un brillante posición, dejar de lado una cómoda situación de intelectual situado a la defensiva y en la crítica, desinteresarse de la participación en cualquier partido político conocido, que le hubiera proporcionado las mayores satisfacciones personales y profesionales, para lanzarse a cuerpo limpio a la aventura idealista y regeneradora, a riesgo de la cárcel y de la muerte son actos de una vida, tan corta como intensa. No obstante, si el personaje es, por decirlo así, desconocido en el extranjero, es sorprendente comprobar que sigue siendo el gran desconocido en España”. 
Arnaud Imatz, politólogo, autor de varios libros sobre José Antonio y Falange. Su último libro, editado en noviembre de 2006 lleva por título José Antonio: entre odio y amor.
􀀉 “La aparición de José Antonio en la vida política produjo el acuerdo tácito entre izquierdas y derechas para declararle una guerra a muerte.
Con esta particularidad: en los ataques de las primeras latió un cierto respeto, no así en las segundas, que dieron rienda suelta a su mal humor con fáciles ironías. / El hombre joven, inteligente, valeroso fue temido, rechazado y ridiculizado por su propia clase social, que nunca le perdonó las constantes referencias a la injusticia, el analfabetismo, la falta de cultura, las viviendas miserables, el hambre endémico de las zonas rurales, sin más recursos que el trabajo de temporada. / La urgencia de la reforma agraria. 
Confundir el pensamiento de José Antonio con los intereses de la extrema derecha es algo que llega a pudrir la sangre. Fue la extrema derecha quien le condenó a muerte civil, en espera de la muerte física que a su juicio mercería”. Mercedes Fórmica, abogada.
􀀉 “Si José Antonio Primo de Rivera hubiera estado en Granada, a Lorca no le matan. Porque Primo era un hombre con cultura, un poco poeta y con él se podía razonar. Yo hasta le tengo cierto cariño”. Ian Gibson, escritor.
􀀉 “Fue un error por parte de la República el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera; españoles de esa talla, patriotas como él, no son peligrosos ni siquiera en las filas enemigas. (…) ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España, si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera!”. Diego Abad de Santillán, dirigente anarquista.
􀀉 “Supo llegar al problema de España, al definirla por carencia, por vacío. Al no poder decir que España era una zona geográfica o un determinado proyecto histórico, dijo: España es una unidad de destino en lo universal. Yo he utilizado este concepto varias veces. Él fue, además un individuo con una concepción estética de la política y de la muerte”. Julio Anguita, ex-secretario general del PCE. y excoordinador general de Izquierda Unida.
􀀉 “José Antonio era un joven dotado de encanto personal y de imaginación. Hasta sus enemigos, los socialistas, no podías por menos de tenerle cierto afecto. En las discusiones de café, acostumbraba a insistir en que estaba más cerca de ellos que de los conservadores.
Apostrofaba a la República porque no socializaba los bancos y los ferrocarriles y por tener miedo de emprender la reforma agraria con energía. En lo que no estaba de acuerdo con los marxistas era en su doctrina de la guerra de clases, que, según él, era corrosiva y disolvente. La solución que él presentaba era una armonía de clases y profesiones en un destino común”. Gerald Brenan, Historiador.
􀀉 “Considero una insensatez y un error capital condenar y fusilar a José Antonio en estos momentos… Sinceramente, y, hablando entre nosotros, no reconozco ninguna razón o pretexto que aconseje, y mucho menos justifique, tan precipitada e insólita decisión. / Más que una gravísima falta de tacto político de nuestro Gobierno, la condena de Primo de Rivera tiene todas las trazas de obedecer a una turbia maniobra planeada por una camarilla de individuos de indudable peso político en las altas esferas del ejecutivo republicano interesados en echar más leña al fuego de la discordia civil; en exacerbar aún más las pasiones ya desatadas y desbordas hasta límites inverosímiles en los cuatro cuadrantes de nuestra España en llamas”. Buenaventura Durruti, dirigente anarquista, muerto en extrañas circunstancias el mismo 20 de noviembre de 1936.
􀀉 “José Antonio quería saltar del orden viejo al nuevo. La Falange de José Antonio aspiraba a un nuevo orden, a una empresa sindicalista, sin patronos ni obreros; a una organización autónoma y responsable de la economía nacional; a un sistema de financiación nacionalizado o sindicalizado”. Ceferino L. Maestú, sindicalista, co-fundador de CC.OO.


'Las últimas horas de José Antonio Primo de Rivera'

VER+: