EL ECLIPSE
DE LA
CIVILIZACIÓN
La ética y la tiranía en seis figuras históricas
La democracia se convierte en un concepto vacío y en un sistema inútil cuando las bases éticas de una vida civilizada, esto es, de una comunidad virtuosa, racional y altruista de ciudadanos libres, ceden ante minorías despóticas que, a lo largo de los siglos, han expresado su voluntad de dominio a través del fundamentalismo religioso, la lucha de clases, la guerra entre razas o el nacionalismo extremo.El eclipse de la civilización ahonda en las ideas de Cicerón, Séneca y San Pablo —compendio de lo mejor de la filosofía clásica y del cristianismo que han dado forma a Occidente— para compararlas con las de Mahoma, Marx y Hitler, tres figuras históricas muy diferentes, pero unidas por su estimación de la violencia, el tribalismo y los ideales totalitarios.Tal y como hace el libro, cabe preguntarse si nuestras sociedades están bien fundadas en la éticocracia, o si principios universales e irrenunciables como la libertad, la igualdad y la fraternidad están amenazados por nuevas formas de tiranocracia.
"Este libro encara tres bárbaros, aparentemente "civilizados", que están arrasando en nuestro tiempo, y para contrarrestarlos actualiza a tres clásicos romanos: Cicerón, Seneca y San Pablo. Son las tres figuras elegidas para aquí y ahora. Se trata de tres grandes filosofías, o mejor dicho, tres biografías filosóficas que pudieran ayudarnos a conllevar las barbaridades de nuestro tiempo derivadas de las ideologías de Mahoma, Marx y Hitler. Los modelos de excelencia elegidos por Ignacio son romanos, o sea, escriben en latín, aunque a veces hayan utilizado el griego y otras lenguas semíticas. Es un acierto, en mi opinión, haber seleccionado a estos autores y no a los griegos, padres de nuestra civilización occidental, porque el pensamiento helénico tuvo defectos importantes respecto al romano. Porque deficiencias relevantes son, sin duda alguna, que los filósofos helénicos no hubieron prestado demasiada atención al amor a los humildes; tampoco experimentaron la necesidad imperiosa de un Dios justo; y menos aún, por lo menos, hasta la llegada de los estoicos, pensaron en un mundo unificado, híbrido de helenos y bárbaros, las ciudades-Estado impedían el desarrollo de un mundo todo igual para todos iguales, un imperio universal del hombre, una homonóia". Agapito Maestre
Prólogo
El eclipse de la civilización no tratará la «civilización» de forma genérica, ni tampoco lo que a menudo se entiende por «civilizaciones» como la china, la egipcia, la india o la maya. El eclipse se ocupa de qué entendieron por civilización, en el sentido de vida civilizada, figuras fundamentales como Cicerón, Séneca y San Pablo. Frente a ellos, he elegido como representantes de su eclipse a personajes también muy concretos: Mahoma, Marx y Hitler.
Aunque en todos los casos me detendré en los episodios más significativos de sus biografías, trataré con más detenimiento a los de la primera serie, pues su vida y pensamiento tienen más interés, precisando las condiciones en que realizaron su obra, en un tiempo histórico tan parecido, pero a la vez tan lejano y distinto al nuestro.
Al exponer distintos aspectos de sus vidas insertaré, de forma literal, sus ideas. Walter Benjamin fue un bibliómano y un apasionado recolector de citas, como anota Hannah Arendt en el escrito que le dedicó en 1968. En él, cuenta que, cuando Benjamin trabajaba en su estudio sobre el teatro barroco alemán, se enorgullecía de su colección de más de seiscientas citas «clara y sistemáticamente ordenadas». Tenía la esperanza de que, con esa recopilación, algo sobreviviría acerca del teatro barroco. Ese es mi deseo: que en este y tantos otros escritos sobreviva y se perpetue el pensamiento de los benefactores de la vida civilizada. Y, también, que no se olvide el de los promotores de su eclipse, para que su legado no se reproduzca ni se prolongue.
Antes de seguir adelante, aclaremos el significado de las dos palabras titulares. El diccionario de la RAE define «civilización» como «conjunto de costumbres, saberes y artes propio de una sociedad humana» y como «el estadio de progreso material, social, cultural y político propio de las sociedades más avanzadas». Es la segunda acepción la más congruente con este libro. En lengua inglesa, el diccionario Oxford la define como «conjunto de costumbres, ideas, creencias, cultura y conocimientos científicos y técnicos que caracterizan a un grupo humano en un momento de su evolución». Sobre todo, añadiría, cuando este ha alcanzado un elevado nivel moral, intelectual y social.
Estas definiciones remiten, en última instancia, a la facultad que tiene el hombre de conocer y querer, de hablar y relacionarse —y relacionar—, pues ahí está la base de los saberes y las artes, de los progresos de la ciencia y la cultura, de la paz y la concordia. Dado que «civilización» viene de civis, ciudadano, también puede decirse que es el conjunto de saberes y artes que enseñan al individuo a ser un buen ciudadano, con los deberes y derechos propios de esa condición. O sea, uno se ha civilizado cuando los usos, normas y costumbres han urbanizado nuestra conducta y diseñado las calles, plazas, paseos, avenidas y jardines de nuestra psique.
Si damos un paso hacia adelante, vemos que el individuo solo se civiliza si llega a ser persona, plano al que asciende cuando se forma moral, intelectual y estéticamente. «Persona» viene de un vocablo latino que significa máscara teatral. Para llegar a ser persona se han de aprender muchos papeles: los de padre, madre, hijo, hermano, comensal, usuario de autobús, profesor, empleado, militar, paseante, fraile y un largo etcétera. No todos debemos aprender todos los papeles. Pero hay uno que todos debemos hacer nuestro: el de cómo ser ciudadanos y ser así personas civilizadas. Es un aprendizaje que requiere ese especial cultivo de la persona que se llama cultura.
¿Y qué decir de «eclipse»? El diccionario define ese vocablo como la «ocultación transitoria total o parcial de un astro por interposición de otro cuerpo celeste», como el «ensombrecimiento o deslucimiento de una persona o cosa, o de su importancia», y como «ausencia, desaparición de alguien o algo». Según la primera acepción tendríamos que el cuerpo celeste formado por MMH —Mahoma-Marx-Hitler— ha causado la ocultación del astro formado por la tríada de CSP —Cicerón-Séneca-Pablo—. Según la segunda y la tercera acepción MMH ha ensombrecido, deslucido o incluso ha hecho desaparecer los valores representados por CSP.
Adelantemos algunos detalles que pueden servir como pistas de la civilización. Cicerón, Séneca y Pablo coinciden en ver al hombre como un ser de condición divina. En el caso de Cicerón y Séneca, gracias al buen uso de la razón. En el de Pablo, por medio, sobre todo, de la fe en Jesucristo, si bien no contrapone la fe a la razón. Para los tres existe la verdad, pero según Cicerón y Séneca, el hombre solo puede acercarse a ella mediante opiniones verosímiles. Para los tres Dios es el principio racional que gobierna el Universo —para Pablo y Séneca es incluso paternal y ama a los seres humanos que, al fin y al cabo, son obra suya—, y el individuo solo puede realizarse abriéndose a los demás. El otro, sobre todo si es especialmente vulnerable, ha de verse como otro yo, como el amigo al que hay que entregarse. Con esa apertura y entrega se puede paliar la confrontación en la que las pasiones precipitan a los hombres.
Frente a la división sociopolítica en clases o estamentos, Cicerón, Séneca y Pablo ven a la humanidad como un conjunto de seres a los que la naturaleza ha hecho esencialmente iguales y que solo se diferencian, en el fondo, por los valores morales e intelectuales que ponen en práctica. Los tres defienden los valores de la solidaridad y la fraternidad, de la libertad y la igualdad ante la ley, de la participación en la vida pública y la práctica de las virtudes, empezando por las cuatro platónicas o cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Adelantemos también algún detalle sobre los personajes del eclipse. Mahoma, Marx o Hitler ponen el acento en su idea de lo colectivo:
el islam, el proletariado o la raza que se han de imponer a los individuos, discriminando o sacrificando a los que no comulgan con la idea. En segundo lugar, en la guerra, que se ha de hacer a los enemigos de las ideologías colectivistas, a los infieles, los burgueses o los judíos, y por la utilización de la coerción y el miedo para controlar a la gente. También se oponen a Cicerón, Séneca y Pablo porque ofrecen a sus seguidores el Paraíso en el Otro Mundo —el islam—, o en el Futuro —el comunismo marxista o el nacionalsocialismo hitleriano—; mientras que a sus enemigos les reservan el infierno de la discriminación y la persecución.
En el capítulo final se abordará cómo hacer frente al eclipse de la civilización, en un tiempo en el que Vladimir Putin ha de satado la guerra en Europa invadiendo Ucrania, con el resultado de miles de muertos y millones de huidos en busca de refugio. Desgraciadamente, muchos no ven eclipse alguno, cegados por la acumulación de progresos tecnológicos que se han producido en los últimos cien años. Son avances que pueden servir para liberar a la sociedad tanto como para encadenarla. La tecnología es solo un componente, y no el más importante, de la civilización. Lo que de verdad importa es hacer de las sociedades éticocracias, o sea, conseguir que los valores de la civilización sustenten los Estados y la vida en común, y así evitar que se transformen en tiranocracias, por más que a veces se adornen con el nombre de democracias, término que ha servido y sirve de camuflaje a no pocos regímenes esencialmente tiránicos.
La genealogía de este libro arranca en 1989, cuando publiqué "La mentira social". Imágenes, mitos y conducta, donde estudiaba los ingredientes sociales en la formación de la persona, las exigencias y beneficios que depara la vida en sociedad, y, sobre todo, la influencia que tienen las imágenes y los mitos —ahora se dice «relatos»— en la conducta de los individuos y en la vida social y política. Unos años antes, en "El idioma de la imaginación". Ensayos sobre la memoria, la imaginación y el tiempo (1983), ya había estudiado algunos de esos temas. En Recuperar la democracia (2008), di protagonismo a la vertiente política de la vida social. Me preocupaba el deterioro en que pueden caer las democracias y, en particular, el que padecía el español de 1978 a causa de los nacionalismos tribales, entremezclados con el socialismo y el comunismo. Como ese problema siguió inquietándome, el resultado fue Democracia, islam, nacionalismo (2018), donde abordé la amenaza del islam para la conservación de los Estados democráticos de derecho. Volví a tratar en él el problema del nacionalismo, y el capítulo final lleva el expresivo título de «Reconstruir la democracia».
Con el tiempo concluí que, para contrarrestar los males del Estado y el desmoronamiento de la civilización debía ir más al fondo. Se trataba de comprender qué es eso que llamamos civilización, cuáles son las causas de su eclipse y cómo podríamos afrontarlo. Eso es, justamente, de lo que trata este libro.
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