EL Rincón de Yanka: PERVERSIÓN DE LA INTELIGENCIA 👥👿

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jueves, 16 de marzo de 2023

PERVERSIÓN DE LA INTELIGENCIA 👥👿


PERVERSIÓN DE LA INTELIGENCIA


Giorgio Nardone: «Es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo».

Este psicólogo, reconocido internacionalmente, defiende que todos podemos ser víctimas de la duda patológica.

Creador de la Terapia Breve Estratégica, y considerado como uno de los mayores exponentes de la llamada Escuela de Palo Alto, este profesional de la psicología lleva más de veinte años solucionando los problemas psicológicos de sus pacientes en su centro de Arezzo (Italia), fundado juntamente con quien fuera su maestro, Paul Watzlawick. Reconocido internacionalmente como uno de los terapeutas más creativos y rigurosos, es autor de casi una treintena de libros. El último, acaba de ver la luz: Pienso, luego sufro.

Su último libro versa, en esencia, sobre la duda patológica. ¿De qué hablamos cuando hacemos referencia a este concepto?
Es cuando un sujeto entra dentro de un laberinto mental, donde la persona continuamente intenta obtener respuestas correctas a través de preguntas mal formuladas. Este laberinto se transforma en una trampa mortal que, en su máxima expresión, puede llevar a un trastorno obsesivo paranoico y psicótico. Kant decía que antes de pensar en la respuesta, hay que analizar si la pregunta que nos hacemos es correcta.

Nos obsesionamos en obtener la respuesta que nos tranquilice, cuando partimos de una pregunta errónea…
Esa es la trampa. La necesidad de encontrar la seguridad es, a la vez, una imposición para encontrar una respuesta tranquilizadora. Cuanto más busques las respuestas, más surgirán las preguntas.

¿Se trata de una anomalía que la modernidad ha acentuado?
Sin duda, porque la modernidad ha incrementado la idea de que el ser humano puede tener el control de todo. La ilusión de que a través del razonamiento racional yo puedo manejarlo todo crea una confrontación frente a la realidad. Y cuando esto sucede, la persona que la padece se desmorona.

Aunque parezca contradictorio, usted defiende que con la llegada del razonamiento apareció también la duda…
Así es. La duda y el razonamiento racional son complementarios. Si yo busco una respuesta racional a una pregunta que no tiene solución, que es indecidible, entraré en una trampa de la que no podré escapar.

¿Todavía somos víctimas de los postulados de Platón y Aristóteles, quienes apostaban por un control racional de la realidad?
Efectivamente. Aristóteles decía: verdadero o falso, y excluía una tercera posibilidad. Pero en la realidad hay cosas que no son ni verdaderas ni falsas, sino que son las dos cosas al mismo tiempo. Es la paradoja de la ambivalencia lógica. Por ejemplo, tú estás con tu mujer y la quieres mucho. Pero ella, antes que contigo, compartió la vida con otro hombre. Tú le preguntas si le quería, y ella te responde “sí, pero a ti te amo más”. Ahí está la ambivalencia. Lo que dice ella es verdadero y falso al mismo tiempo. En la mayoría de las relaciones afectivas, la ambivalencia es mucho más frecuente que la racionalidad. Y es por esa razón. Cuando quiero resolver un problema basado en la ambivalencia a través de un razonamiento racional, creo una duda patológica.

Conclusión: “De lo que no se puede hablar, es mejor guardar silencio”, como dijo Wittgenstein, al que usted cita.
Naturalmente [risas].

¿Todos podemos ser víctimas de la duda patológica?
Absolutamente, porque es una perversión de la inteligencia. La ilusión de creer que la razón lo solventa todo es una perversión de la inteligencia. A más inteligente la persona, más riesgo tiene de caer en la trampa.

Entonces, ¡viva la ignorancia!
¡No! Los ignorantes tienen la misma cantidad de dudas patológicas que las personas inteligentes. Lo que pasa es que se hacen preguntas más simples, pero caen en el mismo problema. Te pondré un ejemplo. Un hombre le dice a su mujer: “Me voy con los amigos de borrachera”. Y la mujer le contesta, “diviértete cariño” [risas]. El hombre pensará, “¿cómo es posible que mi mujer me de esa contestación?”. Es una paradoja, ¿no? Por tanto, no es un canto a la ignorancia lo que digo. Precisamente, para salir de la duda patológica se necesita un salto lógico que requerirá inteligencia. Porque para convivir con la lógica de la ambivalencia se necesita no sólo inteligencia, sino también una flexibilidad mental y una capacidad de mirar las cosas desde diferentes perspectivas.

¿Qué problemas acarrea ser víctima de la duda patológica?
La persona que la padece necesita estar tan segura antes de tomar una decisión que acaba por ser incapaz de decidir algo rápido. Este sería el primer efecto. Dicha realidad puede conducir al segundo efecto: la incapacidad de tomar decisiones. Y si el problema persiste, la situación se puede complicar patológicamente hasta llegar a la total invalidación de la persona.

La duda patológica adopta multitud de formas. Usted hablaba de la perversión de la razón, de la inteligencia, pero estaría también la figura del inquisidor interior…
Así es. El inquisidor interior es el que te dice que “tú siempre eres el culpable de todo”. También existe el saboteador interior. Es el que te va diciendo que no estarás a la altura de la circunstancias, “que no tienes suficiente capacidad”. Y el perseguidor interior es el que defiende que “tarde o temprano las cosas irán mal”. Todas ellas son formas de duda patológica. Este descubrimiento deriva del estudio de las estrategias que nosotros llevamos a cabo desde hace muchos años. Descubrimos cómo el problema trabaja a través de la estrategia que lo soluciona. La solución que resuelve el problema indica cómo éste se estructura. Esto conlleva que utilicemos diferentes estrategias para resolver las diferentes formas de duda patológica.

¿Y todos tenemos ese inquisidor, ese saboteador interior?
Efectivamente. Ya sea el inquisidor, o el saboteador, o la perversión de la razón. No tenemos la capacidad de hacerles frente si no tenemos en cuenta el equilibrio que debe haber entre las preguntas y las respuestas. Cuando aparece una duda que no tiene solución, ninguna respuesta la bloqueará.

Para invalidar la duda patológica, usted sugiere bloquear la respuesta que nos damos. ¿Por qué no la pregunta?
Cuantas más preguntas intentes bloquear, más preguntas crearás. Si yo me opongo a la pregunta, surgen más. Si yo, por el contrario, acepto la pregunta e intento bloquear la respuesta, atenuaré, inhibiré, la pregunta. La respuesta depende de ti, la pregunta no, simplemente surge, aparece.

Y cómo hacer frente a una duda que se ha convertido ya en obsesión y que nos corroe por dentro…
Primero, intentamos explicar a la persona la trampa en la que ha caído. Una vez hecho esto, explicamos las dos posibilidades que hay. La primera, bloquear la respuesta para inhibir la pregunta. Si la persona no es capaz de llevarlo a cabo, pasamos a la segunda opción. Se trata de escribir el desesperante diálogo interior que acosa a la persona: duda, respuesta, duda, respuesta… A medida que van escribiendo, son más capaces de bloquear las respuestas para inhibir las preguntas. Es una estrategia que funciona.

Si practicamos esta gimnasia mental que usted propone, ¿acaba uno por automatizarla?
La psicología aspira a encontrar el estado de tranquilidad total, pero no existe. Tú puedes ser el mejor en el control de tus emociones, con esta gimnasia mental de bloquear las respuestas para bloquear las dudas que surgen, pero cuanto más inteligente seas, más problemas te surgirán para que los intentes resolver. Einstein escribió: “Mayor es mi capacidad de descubrir, más misterios me van surgiendo”. No hay tregua. En las artes marciales chinas, hay una imagen bonita que lo explica. Se enfrentan los dos mejores maestros. Uno tiene una técnica de ataque, el otro la anula con una buena defensa. El primero utiliza otra, el segundo vuelve a neutralizarla. Una nueva llave recibe la misma respuesta… y así hasta el infinito. Estamos predestinados a bregar con nosotros mismos hasta el final de nuestros días.

La perversión de la inteligencia
El autor «deposita» esta carta sobre la mesa del «presidente del mundo» y se dirige a él horrorizado porque este defiende que la «privacidad de nuestra vida» ha de ceder su primacía a la «seguridad ante las fuerzas del mal».
Considera que lo peor de la política de Obama es que en ella la brutalidad y el secretismo se alían contribuyendo a su fracaso como «factor de moral y de orden verdadero». Finalmente, invita a Obama a edificar una vida en que la libertad avale la responsabilidad.

Si pudiera depositar una carta sobre la mesa del presidente del mundo, éste sería su texto. La escribe un habitante del secarral español, un don nadie que sigue soñando, aunque con los ojos muy abiertos, que la democracia y la libertad son posibles.

Sr. Obama: Usted ha dicho recientemente algo terrible. Ha dicho que la privacidad de nuestra vida ha de ceder su primacía a la seguridad ante las fuerzas del mal. Primera advertencia de este irrelevante ciudadano: 
cuando usted habla de privacidad, implica nada menos que a la libertad, que es el don al parecer celestial que nos hace seres humanos. 
Usted, que se reclama de cristiano, sabe que Cristo murió por la libertad y en su mano había todas las posibilidades de establecer sin más la seguridad. Mas prefirió la libertad que certifica de urgencia la muerte ejemplar, y a esa muerte vital convocó a sus seguidores, antes que admitir como necesaria la maldad de los sacerdotes de Jerusalem, que vieron la blasfemia en la libertad. Al parecer Cristo era Dios y decidió dar preferencia a ser hombre. Recuérdelo cuando asiste a los oficios divinos usados en este caso como pomposo engaño de ilotas.

Usted, Sr. Obama, ha fracasado en su pretensión de liberar a los ciudadanos. O nos ha engañado. En cualquier caso, como cualquier emperador, usted nos empuja cada día hacia las cavernas al prostituir la inteligencia. Porque si la libertad no es plena e hija del riesgo, la inteligencia, hija de la libertad, acaba en una ruina envuelta en el trapo de una bandera.

De cualquier forma, el tejido de las mentiras sangrientas con que sus instituciones inmovilizan el libre pensamiento –que si no es libre deja de ser pensamiento– se va deshilachando con la rapidez con que el humo cede al amanecer. Decir que la seguridad nos protege no se cohonesta con el mar de sangre que producen quienes ahora controlan el mundo ¿Seguridad para quién, Sr. Obama? ¿Qué seguridad tuvieron y tienen quienes mueren por miles cada día en nombre de un antiterrorismo que no aspira a conservar una vida noble, sino unos intereses delictivos?

Usted, Sr. Obama, ha fracasado con su pretensión de seguridad para los mortales reducidos a trapos con que su poderoso entorno engrasa la máquina de hacer dinero.

Usted nos ha mentido con reiteración. Esperábamos que un negro representase la ansiada pureza en los comportamientos morales. Esa pureza por la que murieron nobles ciudadanos de color que usted vuelve a enterrar con su política. Pero ya ve, hay negros que tienen el alma blanca, como escribió un español en sus horas de irónica saudade, que un portugués definió como la nostalgia de lo que no se ha conocido.

Nueva gente que quiere liberar la verdad –y a la que ustedes pretenden eliminar en el festival de su persecución por una justicia perturbada– está apareciendo sin cesar para denunciar los grandes y dramáticos engaños sobre los que edifican la prisión en que usted y quienes tienen o reciben poder han convertido el mundo: Assange, Manning, Snowden…  Todos, «terroristas» destructores de la libertad. Y ahora, para acelerar el proceso de clarificación, un ex primer ministro holandés, Ruud Lubbers, da cuenta pública –por lo visto no lo supo antes– de que en una base aérea holandesa el Ejército norteamericano custodia nada menos que veintidós bombas atómicas cada una de las cuales tiene una potencia destructora cuatro veces superior a la arrojada sobre Hiroshima. Parece ser que, en total, doscientas cuarenta bombas del mismo calibre están almacenadas en bases estadounidenses situadas en Alemania, Bélgica, Italia, Holanda y Turquía 

¿Eso lo saben los gobiernos de esos países y callan? ¿Es la desinformación pública un factor de democracia? ¿Con este encubrimiento acaso no se introduce una desconfianza radical en la ciudadanía? Por cierto, Sr. Aznar, usted, persecutor de feroces poseedores de este tipo de armas, ¿no sabía tampoco nada de este asunto? ¿O el peligro de estas armas tiene diversos apellidos?

Sr. Obama, dadas estas noticias, su fracaso es evidente en la salvaguarda de la moral colectiva. Medio mundo aplaudió a usted cuando accedió al despacho oval. Y ahora la tristeza que produce el desengaño es más crecida que nunca, ya que usted venía como constructor de otra forma de existir a la que se le suponía unas características doblemente prometedoras. Conste que yo, modesto vertebrado en la selva humana, no esperaba gran cosa de su gobernación, pues no hay santo capaz de iluminar un templo que aloja el infierno. Estructuralismo elemental, señor presidente. Es blanca su alma, Sr. Obama, blanca como las vestes del Ku Klux Klan.

Me pregunto si el alegato de seguridad antiterrorista con que tratan de justificar ustedes todas las torturas e invasiones que destruyen la libertad humana es aplicable a esas monstruosas armas nucleares. ¿Son tan necesarias esas bombas para perseguir a los terroristas? ¿O la seguridad que representan, al parecer, esas bombas es una seguridad absolutamente desoladora para la justicia real que necesitan los pueblos? Ya han escandalizado ustedes la conciencia de muchos seres con esos drones teledirigidos que para acabar con eso que denominan un terrorista abaten cientos de civiles criminalmente, para que además protejan sus secretas herramientas de destrucción masiva aduciendo la seguridad americana y, por ende, universal.

Ha fracasado usted, Sr. Obama, como factor de moral y de orden verdadero. Usted tampoco ama la paz, como no la amaba Roma cuando sus legiones destruían pueblos enteros para asegurar las fronteras del imperio. Usted está destrozando la inteligencia universal, ya tan maltratada históricamente por su nación.

Lo peor de esta política en que se alían el secretismo y la brutalidad –alianza por otra parte inevitable; el secreto ya es en sí mismo una brutalidad cuando acontece en el plano político– es que están alumbrando una raza de clónicos que aplauden con vigor su propia destrucción humana. Leo las cartas y emails que publican los periódicos y me aterro ante la estupidez de quienes están postrados ante el arca de la alianza, que sólo contiene miedo o furor, furor o miedo. Millones de seres humanos acosan con su desidia moral y su salvaje intemperancia a los seres humanos que viven de rodillas o caen en el desordenado y confuso combate por la liberación. Se trata de esos clones que ya no funcionan con su propia maquinaria intelectual sino con la luz que reciben del sol nefasto del poder. Son relojes sin meridiano, seres que niegan su esclavitud transfiriéndola a quienes tienen la desgracia de ser sus hermanos biológicos. Algo que recuerda en ellos el tremendo saludo de «morituri te salutant», los que van a morir te saludan. ¡Ave, César!

Sr. Obama, usted ha fracasado como elemento corrector de esta guerra civil en que unos mueren al matar y otros mueren al defenderse, en que la violencia ha sustituido universalmente al diálogo y la ceguera dirige los pasos de una libertad muerta. Una sociedad donde nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos. Usted recordará una frase por el estilo, que convirtió en héroe a un gordo inglés que solamente amaba su propia gloria.

Sr. Obama, pese a todos los riesgos, edifique usted una vida en que la libertad avale la responsabilidad.



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