EL MILAGRO DE LA CANDELARIA
(Del libro "Dos Cuentos Sencillos)
Miguel Ángel Abreu (Apolo)
El estruendo fue mayúsculo y los vidrios salieron esparcidos por todas partes. De inmediato se oyó un grito seguido de palabras altisonantes muy bien pronunciadas, maldiciendo el impacto y las consecuencias que había producido el choque de una pelota de béisbol al estrellarse contra la ventana vidrio de una humilde vivienda. La autora del escándalo se asomó enseguida dirigiendo su mirada destellante a un terreno contiguo al patio de su casa. Levantando los brazos de manera amenazante como si estuviera aupando una marcha de protesta contra el gobierno y diciendo toda clase de improperios que produjo la salida de algunos vecinos para asomarse desde sus respectivas ventanas y puertas de sus viviendas, y otros estaban mirando perplejos a través de las rendijas de las paredes para averiguar las causas de tamaño alboroto. Los protagonistas del incidente salieron despavoridos, cual palomas asustadas en todas direcciones y sin rumbo preciso.
Los gritos a todo volumen, y la huida de los bribones infantiles que sumaban cuatro en total, eran simultáneos con la aparición de un personaje peculiar, quien iba absorto en el tiempo y el espacio, sin inmutarse por lo que estaba sucediendo, porque él estaba ajeno a los acontecimientos que estaban sucediendo en ese momento, caminaba lentamente, pero con pasos seguros, como una sombra amorfa, haciendo contraluz a un sol radiante que pretendía escaparse con sus rayos anaranjados por el este de aquella tarde de un viernes de un mes de mayo.
El andrajo andante que cargaba sobre sus espaldas una gran mochila, era un personaje de aspecto vagabundo, con la cabeza cubierta de cabellos largos y enmarañados, divorciados totalmente de un peine. Era joven a pesar de su aspecto, lucía un bigote fino y descuidado y se hacía acompañar de un pequeño perro tan estrafalario como su dueño. La pareja continuaba su paso adelante sin vacilar y, llegaron a la invitadora sombra de un frondoso árbol de mangos, donde colgaba un columpio elaborado con una cuerda gruesa deshilachada que sostenía una llanta vieja pintada de varios colores. El personaje descargó la mochila de color gris verdoso con muchas ataduras y remiendos, y se acomodó en cuclillas debajo del árbol mientras la tempestad de la dama pasaba. Ya los gritos de la mujer no se oían, y cansada de vociferar no le quedó otro remedio que internarse en su vivienda.
El desconocido y su perro se instalaron por completo debajo del árbol, y con unas ramas que juntó en un solo haz, lo usó como una escobilla y limpió el sitio escogido. Sacó un paquete de trapos fuertemente amarrados, el cual utilizó como almohada y sobre éste se sentó. Después de forcejear contra una cantidad de nudos, desató la boca de la mochila y la abrió. Se dispuso a sacar de una forma parsimoniosa toda clase de cachivaches, el perro lo miraba con desdén, con los ojos medio abiertos y con su inquieto rabo espantaba la presencia de algún insecto intruso que le quería perturbar su merecido descanso.
Una vez que extendió sobre el suelo, un papel grueso, comenzó a acomodar las cosas extraídas de la mochila: una taza de aluminio, dos cajas pequeñas amarradas, una cuchara, dos platos y un cuchillo. Unas fotos amarillentas metidas en un sobre todo arrugado, una cobija y trapos y más trapos, pero de repente, el ritual silencioso se rompió, empezó un soliloquio de preguntas y respuestas cada vez más atropelladas y furibundas. La búsqueda dentro de la mochila se hizo más intensa y desordenada y comenzaron a salir las cosas de una forma más apresurada y desordenada, hasta llegar al fondo del costal. De pronto el hombre se aquietó, respirando profundoy conalivio, sacando en su puño victorioso el objeto que buscaba afanosamente, lo miró y lo apretó contra su pecho.
Recobrado totalmente de ese momento que le agitó y le preocupó, comenzó a desatar la pequeña bolsa de lona fina que había extraído segundos antes de la mochila, y sacó de ella una reluciente pelota de béisbol, a la cual trataba con delicadeza como si fuera su mayor y único tesoro que guardaba con tanto recelo. El tiempo inexorable como siempre, se escapaba, y los últimos y débiles rayos del astro rey, estaban languideciendo y se colaban por entre las hojas. Una vez contabilizados todos los enseres y comprobando que todo estaba en orden, comenzó a introducirlos de nuevo dentro de la gran bolsa, dejando solo fuera de ésta, una vianda donde tenía comida para él y su compañero. Aquel acto que se estaba desarrollando en ese momento, era inaudito, no parecía un mendigo cualquiera, por la forma tan meticulosa como estaba preparando las cosas paradisponerse comer. A su lado tenía una botella de plástico llena de agua, y en un plato puso su porción de comida, el animal también se sumó al festín.
La cena se convirtió en un acto solemne y solo se escuchaba el ruido producido por el perro, cuando masticaba su presa y la trituraba, moviéndola de un lado a otro, entre sus poderosas mandíbulas. Para completar la comida, el postre no podía faltar y el hombre se llevó a la boca un pedazo de torta dura y le dio a su amigo una porción de papelón negro, que el can engulló con delicia. Concluyeron aquel momento divino, digno de los mejores manjares servidos al Rey Salomón. El árbol de mangos que en esos momentos cobijaba a sus dos huéspedes inusitados, se levantaba en un terreno privado, a decir por un cartel destartalado que anunciaba su venta. El terreno estaba casi limpio de matorrales, debido a la presencia de los muchachos que lo utilizaban a diario como un campo de juegos. Colindaba con los patios de algunas casas del tranquilo vecindario, donde sus moradores llevaban una vida apacible y sin acontecimientos relevantes, a excepción de las travesuras obvias de los más chicos.
El velo de la noche caía lentamente sobre el lugar, ocultando los últimos destellos de las lentejuelas crepusculares. Las luces de las viviendas como también las del alumbrado público, se manifestaron de inmediato, Jacobo, que así se llamaba el forastero recién llegado, se sentó en el improvisado columpio y se mecía suavemente, como si cabalgara sobre un péndulo movido por los hilos que sostienen al universo, y en ese estado de arrobamiento corporal y espiritual, observaba todo cuanto le rodeaba. Podía ver el movimiento de personas, percibir voces ininteligibles, música proveniente de algún radio cercano. También se dio cuenta del poco flujo vehicular. Esta observación le corroboraba aún más la tranquilidad de ese pueblo llamado La Candelaria, enclavado en la parte sur del país. Nadie había advertido hasta ahora la presencia de este personaje y su perro.
La luz matinal del día sábado, acompañada del trinar musical de las aves que durmieron esa noche sobre la copa del árbol, despertaron a Jacobo, quien poco a poco fue desperezándose y tomando conciencia de sí mismo. Se desenvolvió por inercia de su gruesa cobija y se sentó recostado al robusto árbol. Una sonrisa serena y complaciente, sedibujó en su rostro mientras contemplaba a su pequeño amigo que correteaba de un lado a otro. Cuando el animal se dio cuenta de su presencia, se acercó a él, en una manifestación de cariño y camaradería. Giraba en torno suyo, levantaba las patas delanteras, se recostaba en sus piernas, movía el rabo descontroladamente, dando ladridos de alegría. La pareja se confundió en caricias reciprocas, como dos amigos que se conocieran de toda la vida. Estaban muy felices, como si acabaran de pernotar en la mejor suite de un palacio inglés.
Confundidos como estaban, en una manifestación de afecto interminable, no advirtieron la presencia de dos niños que se pararon frente a ellos. Las miradas sorpresivas del hombre y de su perro se encontraron con las de los jovencitos y no hubo ningún tipo de reacción en el encuentro visual. Los niños se mostraron indiferentes ante la presencia de los extraños. Uno de ellos se sentó en la llanta y comenzó a columpiarse suavemente sin darle importancia a la pareja. Jacobo también tuvo el mismo comportamiento de indiferencia hacia ellos. Pero a pesar de la situación inesperada, el ambiente era tranquilo.
Jacobo se dispuso a recoger sus cosas para introducirlas en la mochila. El perro estaba inquieto y comenzó a ladrar, siguiendo los movimientos oscilantes del muchacho sobre el destartalado columpio. Su reacción no erabelicosa, ya que el pequeño animal movía su rabo en señal de amistad, queriendo participar en el juego de los niños y ellos a su vez, correspondían a esa manifestación espontánea y se reían sin inhibición aprobando el gesto de aistad del pequeño perro. El niño que estaba de pie, producía con sus dedos medio y pulgar, el clásico tac, tac, tac, acompañado de un silbido melodioso invitando al animal a seguirlo por el campo. La invitación no se hizo esperar y en una carrera zigzagueante y desordenada, en un santiamén el perro salió corriendo detrás del chico. Esto fue suficiente para que el niño que se columpiaba, bajara de inmediato y se uniera al retozo de su amigo con el perro.
El trío de inocentes traviesos disfrutaba de las delicias del juego, dos niños más hicieron su aparición en el lugar, y se sumaron al grupo dando rienda suelta a los placeres de la diversión infantil. El perro se dejaba llevar por el ímpetu de sus nuevos amigos. Jacobo observaba complacido la escena de los niños y su compañero. Pudo darse cuenta, que la edad aproximada de los muchachosera entre 12 a 14 años. Después de tanto correr hasta el cansancio, quedaron extenuados y se tendieron sobre una alfombra de grama verde.
El animal también acusó la fatiga del esfuerzo y se echó en el suelo con media lengua afuera y jadeando sin cesar. Después de un leve descanso, el menor de los muchachos se acercó a Jacobo y sin mediar palabras le preguntó: ¿Señor, ese perro es suyo? A lo que Jacobo respondió sin voltear y sin dejar de amarrar su mochila. –Sí, es mío. Después de una ligera pausa el niño volvió a preguntar.
- ¿Y cómo se llama? Jacobo terminó de amarrar la mochila, se colocó una cachucha sobre su cabeza, y respondió lacónico. –Se llama Canelo. Los otros niños ya estaban cerca de ellos, sentados formando un semicírculo, atentos a la conversación que había iniciado su compañero. Uno de ellos preguntó dirigiéndose a Jacobo sin inmutarse.
- ¿Y usted señor, ¿cómo se llama, y de dónde viene?
Esta vez, Jacobo estuvo más atento a la interpelación a la que era sometido, pero no le inquietó para nada la doble pregunta que le hizo el chico, porque él sabía que no era suspicaz, sino que eran cosas propias de la edad, así que con mucha calma le respondió:
-Me llamo Jacobo, y vengo de muy lejos.
- ¿Jacobo? Interrumpió uno de ellos, y agregó. –Así se llama mi tío, y dicen que tiene nombre de judío. Aquella ocurrencia le causó gracia a Jacobo y sonriendo dijo: - ¿judío, bueno la verdad, así parece… pero ni yo mismo sé porque llevo ese nombre. El muchacho volvió a la carga y en un acto de solemnidad y educación dijo:
-Señor, yo me llamo Jesús, pero me dicen Chucho, éste se llama Álvaro, tocando el hombro del aludido, ese chiquitico es Alfredo y lo señaló con su índice, y aquél, dijo con picardía, señalando al último, se llama Mario, pero lo llamamos Cabezón. No había terminado la última frase, cuando todos se echaron a reír, como adivinando lo que iba a decir Chucho y hasta el señalado se rio con la ocurrencia de su amigo.
Jacobo escuchó aquella presentación tan formal, condimentada con ese toque de jocosidad, y quedó sorprendido y extrañado que esos muchachos aceptaran socializarse con él, ya que estas situaciones no eran muy frecuentes últimamente en su desgraciada vida. La vestimenta de los niños era muy parecida, todos usaban pantalones Jeans, el presentador, es decir, Chucho llevaba una franela estampada con el logo de Superman, otro con la franela y el nombre del colegio donde estudiaba y los otros dos, con franelas unicolores, calzaban zapatos deportivos variados. La ropa en general era modesta, pero había algo en común, todos lucían impecables a pesar de las correrías anteriores, con sus cabelleras bien cortadas y cuidadas. Esta apreciación visual que hizo Jacobo a los niños, lo incomodó y se sintió avergonzado de sí mismo y con los muchachos, debido al estado tan deplorable en el que se encontraba.
Estas reflexiones lo hicieron analizarse retrospectivamente y fue inevitable que se diera cuenta que su pobre autoestima estaba en peores condiciones que los harapos que cargaba encima. Todos aquellos pensamientos que le hicieron revolver algunos recuerdos de su reciente pasado, a los cuales no quería por ninguna razón desempolvar, lo hicieron sentirse deprimido inevitablemente. Un sentimiento de amargura se reflejó en su rostro rápidamente. Los niños se dieron cuenta del cambio repentino de Jacobo.
- ¡Epa señor! ¿Qué le pasa? parece que estuviera ido o soñando despierto, apunto Álvaro. Jacobo reaccionó lentamente, y mordiéndose la comisura de los labios respondió. –Ah…nooó…no es nada, solo estaba pensando, pero no tiene ninguna importancia. Hablaron de muchas cosas variadas, inclusive de algunas anécdotas referidas por Jacobo de su propia vida, con el solo propósito de entretener a los niños. Jacobo era un conversador de palabra fácil, fluida y entretenida y además sabía condimentar sus frases y dichos, de manera que sus interlocutores eran transportados a un mundo de fantasía. Los momentos se pasaban muy rápidos, y eran amenos y agradables, dejando un sabor de expectativa entre sus oyentes. El quinteto de seres humanos estaba viajando por otras latitudes, razón por la cual no se percataron del arribo silencioso de una mujer, que sin mediar palabras los increpó, rompiendo el hechizo de quietud de en el que se encontraban.
- ¡Ajá! Así los quería agarrar, condenados, mansitooos… y sin hacer ninguna pausa continuó. –Quiero saber: ¿Quién fue el fulano que me rompió el vidrio de la ventana? La pregunta tan inesperada que cayó como un rayo, quedó suspendida en el aire y todos quedaron paralizados como muñecos de cera.
Hubo un silencio absoluto en el ambiente, y un frio de hielo recorrió los cuerpos estáticos de los muchachos y, ninguno se atrevía a pronunciar palabra alguna, se miraron entre sí y en sus rostros se notaba la palidez, producto de la sorpresa que les había inferido la presencia abrupta de aquella mujer que, en primera instancia, no venía con buenas intenciones y al parecer estaba resuelta a todo. Jacobo también quedo en el sitio, pero obviamente menos impresionado que sus nuevos amigos puesto que el ignoraba la causa de la presencia de aquella dama y lo que reclamaba, él estaba más consciente de la situación y se movió lentamente, miró en torno suyo y pudo observar el estado de espasmo un que estaban los niños, y a sus espaldas la mujer inquisitiva, que demandaba de los interrogados una respuesta rápida y precisa. Los niños se fueron relajando poco a poco, tomando sus composturas de reposo e incorporándose a la realidad del momento, y al unísono voltearon para verle la cara a la causante de aquel inesperado instante. La tirantez se rompió cuando el perro emprendió una carrera impetuosa, acompañada de ladridos, que esta vez no eran muy amistosos. Jacobo no hizo nada por acallar a su perro, sabiéndose seguro que no representaba ningún peligro, unos ladridos más y el pequeño animal se aquietó y se echó al lado de su amo.
Este paréntesis improvisto, lo aprovechó la mujer para descargarse por segunda vez, pero en esta ocasión con los niños de frente:
- ¿De manera que todos quedaron mudos, y no voy a saber quien rompió el vidrio de la ventana? Jacobo volteó a mirar a la mujer, pero esta vez con más atención, observando su aspecto físico. Era de contextura fuerte, mediana estatura, cabellos largos enrollados formando un moño sostenido con una peineta de color verde. Vestía una falda larga que le caía hasta las pantorrillas, su cara a pesar de sus años, unos cuarenta y tantos, dejaba ver las huellas de una mujer buena moza en su paso reciente por la juventud. Detrás de ese aspecto corporal, con su postura desafiante, su entrecejo fruncido, la voz aplomada y firme, se ocultaba una mujer de buenos sentimientos según la apreciación ligera de Jacobo.
Ella también había observado al intruso y lo miró de soslayo, restándole importancia a su presencia, solo se preguntaba, ¿cómo es que ese extraño estaba allí,reunido con los muchachos? que a propósito, no departían así de fácil con cualquier persona que no fuera conocida, y menos en las condiciones tan mínimas en las que se encontraba el sujeto. De todas maneras, ese no era su asunto, y su único objetivo era buscarle una solución a la situación que la había llevado hasta allí. –Señora Pilar, dijo Álvaro rompiendo el silencio, y todos voltearon a mirarlo. ¡Yo rompí su ventana! Tanto su actitud, como sus palabras estaban revestidas con un manto de mucho respeto, con mucha decisión y valentía. La mujer quedó sorprendida ante la afirmación tan categórica y tajante del muchacho. Álvaro prosiguió con su explicación, - En verdad no fue mi intención, señora Pilar, le pido disculpas por lo que pasó.
- ¿Disculpas? Replicó la mujer de inmediato sin bajar la guardia y continuó, - ¿Y qué hago yo con eso de tus disculpas? hay algunos vidrios rotos, y eso cuesta dinero. –Es verdad señora Pilar, respondióÁlvaro con seguridad, yo se los voy a pagar. ¡Umjú! ¿Y eso será verdad, cuando será eso, y con qué vas a pagar tú? Álvaro se quedó tranquilo ante aquel bombardeo de preguntas, y su respuesta fue de inmediato. – Usted sabe señora Pilar, que yo trabajo los fines de semana en el supermercado del chino, esta semana será buena, porque es quincena y con el dinero que me gane, le voy a pagar, dígame cuanto es, y el lunes le cancelo.
-¿Y qué sé yo, ripostó la mujer, tomando una postura más serena y prosiguió?–Yo no sé cuánto cuestan esos vidrios. –Bueno señora Pilar, averígüelo por favor, y luego me lo dice. Álvaro se acercó un poco más a la mujer, y mirándole a los ojos en forma suplicante le dijo:Le voy a pedir un favor señora Pilar, no le diga nada de esto a mi mamá, para que no tenga un disgusto, mire que hoy está de cumpleaños.
Pilar, ante aquel pedimento tan conciliatorio, se tranquilizó. La noticia del cumpleaños de la madre del muchacho, la enfrió por completo, y quedó desarmada ante la concurrencia. Jacobo se dio cuenta de ese detalle y también pudo observar, que de la forma como se manejó la situación, el muchacho y la mujer eran conocidos, le llamo la atención que, durante aquel cruce de palabras, no escuchó ni una palabra obscena de ninguna de las partes. –¿De manera que Carmen está de cumpleaños? Preguntó Pilar ya más relajada y de forma conciliatoria, abrochándose el último botón de su blusa. –Sí, hoy es su cumpleaños, le respondió Álvaro, y usted comprenderá, que en vez de un regalo le voy a dar un disgusto. –Bueno Alvarito, yo no tengo la culpa de lo sucedido, pero no te preocupes, el lunes nos arreglamos, y no se busquen más líos con los vecinos.
Esto lo dijo mirando a cada muchacho, y señalándolos con su dedo índice, y sin tomar aire, agregó, dirigiendo su mirada directa a Álvaro. – Y dile a Carmen, que le deseo lo mejor en su día. Antes de emprender la retirada, le dio un vistazo más escrutador a la humanidad de Jacobo, y éste, al encontrarse con la mirada de la fémina, le dijo sin turbarse: -Mi doña, confié en la palabra de este muchacho, estoy seguro que lecumplirá y le solucionará su problema. Pilar pensó para sus adentros -Pero bueno… ¿Y quién le dio velas en este entierro a este señor? Lo miró con displicencia y se marchó con pasos seguros.
Tan pronto como desapareció Pilar, los muchachos se juntaron de nuevo y se pusieron de acuerdo para pagar los daños entre todos, y aprovecharon la oportunidad para felicitar a Álvaro, por la forma como se desenvolvió ante la mujer, asumiendo él, la responsabilidad de lo acontecido, más, cuando el autor verdadero del hecho había sido Chucho. Jacobo estaba atento a todos los movimientos de los jovencitos y le agradaba la forma en la que actuaban, poniéndose de relieve, ante todo, la solidaridad que se reflejaba en sus actos. Llamó a su perro con un silbido suave pero eficaz, y éste atendióen el acto al requerimiento de su amo. Lo muchachos ya estaban listos para marcharse, cuando Mario les advirtió a los otros de la partida de Jacobo y su perro. Jacobo los miró, como queriéndose despedir de ellos. Álvaro le hizo una señal para que se aguantara. Jacobo levantó los hombros y bajó la mochila que ya tenía sobre sus espaldas, los cuatro jóvenes se unieron de nuevo con Jacobo, Álvaro tomo la palabra –Oye ¿te vas tan rápido? La pregunta en ese tono tan amigable, le hacía suponer a Jacobo que se había ganado la confianza de los muchachos, y que lo que querían era departir un poco más con él.
El también sentía especial simpatía por ellos, - ¿Te vas del pueblo? Preguntó Álvaro, y él contestó pausadamente. – No, voy a caminar un rato por esas calles de Dios, para conocerlas mejor. –¿Y si te gustan te quedas? – pues en verdad repuso Jacobo, es posible pero no por mucho tiempo, tengo que seguir mi camino. Eran las nueve y cinco minutos, y en los patios de las casas ya senotaba el movimiento de las personas haciendo sus quehaceres. La calle era poco transitada y los vehículos pasaban de vez en cuando perezosamente a poca velocidad. Un hombre conducía una bicicleta con una enorme canasta de mimbre en la parte trasera, era el panadero que hacía su diario recorrido a la hora de costumbre.
Paaan…Paaan…, Panaderooo., Calientes los llevooo…, Paaan…Paaan…
Canelo salió corriendo como alma que lleva el diablo detrás del ciclista, acosándolo y ladrándole a su alrededor. El panadero solo lo miró, sin perturbarse por su presencia, y siguió pregonando su producto como si nada, haciendo suponer que esa circunstancia con el animal, era parte de su rutina de todos los días. Álvaro continuó interrogando a Jacobo para ver qué más podía averiguar sobre él, pensaba que detrás de aquella apariencia había algo más. A pesar de su corta edad, Álvaro era un muchacho vivaz, locuaz e inteligente. Analizaba la conducta de Jacobo, la manera como se había dirigido a ellos, su léxico, la forma divertida de contar sus anécdotas, y hasta un cuento que quizás era inventado por él, pero de gran contenido social. También lo había visto consultando su reloj de pulsera que llevaba en su destartalada chaqueta de cuero y esto hacía suponer al muchacho, que no era ningún loco, porque un loco no estaría interesado en saber la hora.
- ¿Y cuál será tu próximo destino? Preguntó Álvaro otra vez. –La verdad, no sé, donde me lleve el próximo que me dé un aventón. –¿Una cola, y así fue como llegaste hasta aquí? – Si, me trajeron junto con mi perro en la parte de atrás de un camión, llegamos molidos, pregúntale a Canelo, que él también dio unos cuantos saltos, cada vez que el camión caía en un hueco. Álvaro y los demás niños estaban atentos a la conversación, y se reían ante las ocurrencias de Jacobo que las contaba con mucha gracia y salpicadas de humor. Esta vez, Mario le quitó la palabra a Álvaro y se le acercó a Jacobo para preguntarle - ¿Y qué van a comer? – Eso lo veremos más tarde contestó Jacobo, sobándose la barba, -Primero voy a recorrer una parte del pueblo, y después me ocuparé de eso, total, todavía es muy temprano. Álvaro interrumpió y dijo. – Si tú quieres te traigo un poco de comida de mi casa y Mario le trae a Canelo, en su casa hay dos perros y ellos tienen comida de sobra.
Álvaro era el único que lo tuteaba y a Jacobo no le importaba que el muchacho se hubiese tomado esa libertad. Jacobo se enrojeció y se sorprendió aún más con aquella atención, se sintió incómodo y trató de rehusar la ayuda que le estaban ofreciendo. Tocó a Álvaro en el hombro con cierta timidez y le dijo avergonzado: - No te preocupes por eso, yo tengo comida en la mochila, estoy muy agradecido y no quiero que se molesten por mí. –Bueno Jacobo, dijo Álvaro, después que hayas hecho tu recorrido por el pueblo regresa aquí y nos veremos todos a la una en punto, para que termines de contarnos ese cuento tan interesante que interrumpió la señora Pilar, yo tengo que estar en el supermercado a las dos de la tarde.
Los tres chicos se marchaban cuando Jacobo los paró en seco. –Oigan muchachos, ¿dónde hay un taller mecánico por aquí? Los muchachos se sorprendieron con la pregunta inesperada de Jacobo, se miraron unos a otros, y Álvaro de forma jocosa le respondió con otra pregunta.
- ¿Y qué Jacobo, vas a mandar a reparar tu carro? Todos se echaron a reír con ganas, Jacobo festejó la broma y no le quedó más remedio que soltar una carcajada, mostrando ampliamente su dentadura completa. –Oiga señor Jacobo, dijo Mario con mucho respeto. –Siga por aquí derechito, a las dos cuadras cruza a mano derecha, y a la mitad de la cuadra, está el taller de Don Custodio, él es, el mecánico que le arregla la camioneta a mi papá.
-Ok, muchachos, nos veremos a la hora acordada. Álvaro se fue meditando sobre la pregunta de Jacobo, y se decía para sí mismo. –Pero bueno… éste hombre, como que sí está loco de verdad, y que preguntando por un taller mecánico. ¡No juegue! Ja, Ja, Ja.
La Candelaria era un pueblo pequeño, pero muy bien organizado, sus pobladores estaban muy orgullosos del él. Estaba enclavado en un hermoso valle, con una temperatura agradable, tenía muchos árboles frondosos y al norte se empinaban unas desafiantes colinas matizadas de azules y verdes. Sus edificios eran de poca altura, cuatro pisos a lo sumo, el más alto, esto hacia ver la torre de la iglesia como la estructura más elevada del pueblo. Sus quinticas muy pintorescas y sus casas más humildes con sus fachadas pintadas de colores pasteles, predominando el blanco, azul y verde como sacadas de unas acuarelas. En la periferia algunas fábricas hacían notar su presencia por el perezoso humo gris que se elevaba por sus chimeneas, siendo la más grande e importante de estas, una fábrica de cemento, en la cual se concentraba una buena parte de la fuerza laboral del pueblo. También un gran trapiche, en el que se producía el papelón y el azúcar refinado. Un gran mercado congestionaba la parte sur de La Candelaria de martes a domingo, donde los agricultores del lugar vendían sus cosechas. Lo mismo pasaba con la receptoría de leche, donde los criadores llevan su blanco producto que iba a parar a la pasteurizadora más cercana. Al pie de las colinas, un poco más retirado del pueblo, funcionaba el matadero municipal, allí sacrificaban el ganado bovino y porcino. Había dos entidades bancarias ubicadas en el centro, en los alrededores de la Plaza Bolívar. En pocas palabras el pueblo tenía su propio movimiento dinámico, y su economía había crecido en los últimos años. La educación oficial era impartida hasta la secundaria, y también había una escuela técnica donde se profesionalizaban los jóvenes que no podían estudiar en las grandes ciudades a terminar su educación superior.
La ventaja de estar cimentado sobre tierras planas, había facilitado la construcción de sus calles bien rectas, y el pueblo era una gran cuadrícula, y precisamente por estas calles alineadas y pavimentadas, sedesplazaba, Jacobo como Pedro por su casa, en compañía su amigo carnal, como un transeúnte cualquiera y desconocido por todos, porque a excepción de los cuatro muchachos y Pilar, Jacobo no conocía a nadie más en el pueblo. Los habitantes de La Candelaria eran muy recelosos y selectivos con los forasteros y con todos aquellos que quisieran vivir en ella. Esto no lo sabía Jacobo, quien se paseaba tranquilamente, observando todo a su alrededorávido de conocer cada rincón por donde pasaba. La Candelaria no tenía mendigos, solo los tres borrachitos archiconocidos que merodeaban la plaza y sus alrededores, frecuentaban como abejas que revoloteaban sobre una dulce flor, la licorería que estaba en una de sus esquinas. Solo a estos, soportaban los habitantes del pueblo, y ellos sabían que no se podían tomar muchas libertades porque ya los tenían amenazados. Viendo el panorama de esta manera, Jacobo al parecer no tenía mucho futuro en este pueblo.
Siguió caminando por el tibio pavimento, y pudo observar un gran garaje, con un cartelón grande que decía: TALLER MECANICO DON CUSTODIO. La entrada era ancha y el portón de dos hojas estaba completamente abierto, se podía observar con facilidad hacia su interior, que estaba ocupado por seis vehículos, tres con el capó abierto, cuales caimanes con las fauces lista para devorar cualquer presa. Dos vehículos estaban en la acera esperando turno para su reparación, era evidente que Don Custodio tenía mucha demanda de trabajo en su taller, y tanto él, como sus ayudantes no se daban abasto para el mismo.
Un señor alto y barrigón, vestido con una braga de color gris, era Custodio o Don Custodio, como la mayoría de sus clientes y amigos lo llamaban. Debajo de los carros estaban dos jóvenes y un tercero manipulaba una pequeña prensa, tratando de extraer una pieza de un arranque. El taller de Custodio estaba muy ordenado y pulcro a pesar del trabajo propio de un taller mecánico, dos mesones largos de madera gruesa servían para el trabajo manual. En la pared colgaban de manera ordenada las herramientas de trabajo. Jacobo se fue acercando sigilosamente a un lado de la entrada del taller, recostándose a un carro que estaba estacionado en la parte derecha del portón, desde donde podía percibir todo el movimiento interior y hasta escuchar lo que decían las personas que estaban allí. Él también podía ser visto desde adentro si alguien se lo propusiera, pero todos estaban ensimismados en sus quehaceres que no advertían la presencia del intruso. Lo único que temía Jacobo era que su perro hiciera una travesura y lo delatara husmeando por allí, pero Canelo estaba en otros menesteres, entretenido en la acera del frente mirando a una linda perrita, que le coqueteaba.
Custodio estaba trabajando en el mesón más grande, sobre el cual se podía observar una caja de velocidades hidráulica, completamente desarmada, con todas sus piezas a su alrededor. Con sus lentes de vidrios gruesos, apoyados casi en la punta de su gruesa nariz, observaba la pieza que estaba reparando, la suspendió con sus dos manos más arriba de su cabeza, como un campeón alzando su trofeo, y cerrando un ojo, como quien afina la puntería, miraba a través de un pequeño orificio, buscando una mínima partícula que pudiera obstruir el buen funcionamiento de la misma. La bajó lentamente al nivel de su cara, la mantuvo fija en esa posición,inhaló profundamente hasta llenar sus pulmones y luego exhaló todo el aire contenido y de una sola bocanada sopló en el orificio. Este era el toque final con el cual daba por terminada su labor. Pieza en mano, se acercó a uno de sus trabajadores, quien estaba boca arriba con la mitad de su cuerpo debajo de una camioneta.
- ¡Oye Alirio! Exclamó Custodio, sacudiéndole suavemente la rodilla. – El carburador está listo, deja eso que estás haciendo, y por favor lo instalas en el Chevrolito delitaliano. El joven se deslizó con destreza sobre la carrucha de cuatro ruedas en la que estaba trabajando, obedeciendo las órdenes de su jefe y dejando ver todo su cuerpo. Se incorporó por completo, y se limpió las manos cuidadosamente con un trapo que tenía en uno de los bolsillos de su braga. Con sumo cuidado tomó la pieza de manos de Custodio y la llevó hasta la camioneta que estaba con el capó abierto esperando por el repuesto que le faltaba. Jacobo estaba más cerca de ese vehículo y miraba extasiado y con interés lo que se disponía hacer Alirio.
Al cabo rato, Alirio como todo un profesional había terminado la tarea encomendada por su patrón, y sólo tenía que hacer los ajustes necesarios para comprobar el buen funcionamiento de la pieza, por lo tanto, requirió la ayuda de otro joven a quien llamó de inmediato, para que encendiera el vehículo mientras el chequeaba por dentro. Empezó a dar las indicaciones de encendido a su ayudante, quien ya estaba frente al volante y éste obedeció solícito, girando el switche, a la vez que pisaba el acelerador. – Dale despacio al acelerador y lo dejas pisado, fue la orden de Alirio. La camioneta encendía, pero se apagaba de inmediato. Alirio le daba otra vez la orden a su ayudante y le decía–Ahora no dejes pisado el acelerador, enciéndelo y lo sueltas. La orden fue ejecutada al pie de la letra, después de varios intentos, Alirio le dijo a su compañero:
-Déjalo, porque lo podemos ahogar. El joven salió de la camioneta, se unió a Alirio y hacían comentarios sobre los intentos frustrados. Estaban de espaldas a Jacobo y éste se había acercado un poco más hacia ellos. Hubo una ligera pausa mientras pensaban detenidamente a cerca de la falla, pero el silencio se rompió. – ¡Esa falla no es de carburación!, dijo Jacobo con firmeza y conocimiento de causa sin levantar la voz. Los jóvenes que estaban con medio cuerpo dentro del motor, tratando de resolver la situación, escucharon esas palabras como un latigazo en el aire, sus miradas se cruzaron como signos de interrogación y lentamente fueron volteándose para saber de donde provenían aquellas palabras tan contundentes que parecían una sugerencia con conocimientos en la materia.
El desencanto no se hizo esperar cuando los jóvenes se incorporaron calmosamente y pudieron observar la destartalada figura del desconocido con su mochila al lado, y para colmo, en ese preciso instante hizo su aparición Canelo. Los jóvenes no salían de su asombro y llegaron a dudar que aquella voz tan sonora que habían escuchado momentos antes, hubiese salido de los labios de aquel infeliz. Lo miraron con displicencia y se sonrieron. Si las palabras de Jacobo se sintieron como un latigazo, la reacción de los jóvenes ante la precaria presencia de Jacobo, le cayó a éste como una centella, incomodándolo, sin embargo, sacó fuerzas y se repuso de la sacudida, y cuando los jóvenes voltearon y se disponían a continuar con su tarea, Jacobo habló con más fuerza y se hizo escuchar de nuevo.
- ¡El problema de ese carro es el encendido electrónico! Dijo a secas. Alirio y Nelson, que así se llamaba su ayudante, se aguantaron como si una fuerza extraña los hubiera retenido y voltearon terminando por escuchar la exposición de Jacobo.
- ¡Pues sí muchachos, continuó Jacobo sin tomar pausas temiendo ser interrumpido! –Cuando se presentan esas fallas de encendido, lo mejor es empezar por allí, porque de esa forma se ahorra uno el trabajo de estar limpiando el carburador y revisar el arranque, Alirio se limpiaba suavemente las manos, sin creer lo que sus oídos estaban escuchando, Nelson también estaba impactado y se pasaba inconscientemente una pequeña herramienta de una mano a la otra.
La actitud compasiva que habían tenido minutos antes del personaje, cambió por completo y su sorpresa era evidente y no atinaban cómo comportarse delante de aquel ser enigmático que los había sorprendido con su intervención. Una aureola de respeto circundaba a Jacobo, esta vez, después de su disertación que parecía convincente. Alirio no sabía, si admirar la forma tan correcta como se había dirigido a ellos, o los conocimientos de mecánica, que de hecho poseía el aludido personaje. Las reflexiones fueron interrumpidas cuando Custodio gritó desde el fondo del taller. – ¿Qué pasó, como va eso? Los jóvenes se incorporaron de nuevo a sus puestos de trabajo. – Estamos probando, Don Custodio, pero no logramos encender el motor, cuando Alirio terminó de decir éstas palabras, ya Custodio estaba con ellos. –Pero bueno…si eso quedo fino ¿Qué es lo que pasa? pregunto Custodio. –No sé… Don Custodio, vacilaba Alirio ,ya lo calibramos y tratamos de prenderlo varias veces, es decir, el motor prende, pero no se mantiene encendido. Lo estoy reposando un rato a ver. –Hum… ¡Qué raro! Yo creía que esa era la falla que tenía ese carro. Alirio recordó de repente las observaciones de Jacobo, pero no se atrevía a comentarle nada a su jefe, sin embargo, como un impulso intuitivo optó por decidirse:
- Don Custodio, le dijo, dándole la espalada, para guiñarle un ojo a Nelson, ¿No será el encendido automático el que está fallando? La respuesta no se hizo esperar. –Puede ser, pero yo fui directo al carburador porque Pascuala me dijo que le había estado fallando en toda la semana, pero no es mala idea tu observación, instálale uno nuevo y pruebas a ver qué pasa. Alirio obedeció al instante, impulsado por la curiosidad, no solo por el hecho de hacer funcionar el motor, sino más bien por probar la teoría de Jacobo. Luego de la instalación de la pieza, solo un “toque” bastó para que se pusiera en funcionamiento el vehículo.
Los jóvenes cruzaron sus miradas sonrientes, y llenos de satisfacción levantaron los puños en señal de triunfo, y un gran regocijo invadió sus espíritus, solidarizándose con los conceptos emitidos por el extraño, que a propósito había desaparecido del lugar. Alirio salió a la calle para saber del paradero de Jacobo, y pudo ver su figura a lo lejos, junto con la de su perro que iban ganando camino hacia el norte del pueblo. Custodio se dio cuenta del afán de Alirio de llegar hasta la calle. El joven regresó y Nelson lo abordó de inmediato. –Qué paso con el tipo, se fue? Y Alirio le respondió en voz baja. –Sí ya se fue, que hombre tan extraño, con esos conocimientos de mecánica que tiene y anda todo realengo por la calle. Custodio intervino de nuevo – Y que, ¿se les escapo alguna muchacha?–No Don Custodio, es que me pareció haber visto a una persona conocida, que tenía tiempo sin ver, pero no era ella, por supuesto que Alirio mintió con su respuesta, pero lo hizo con el fin de no darle trascendencia al asunto.
“La Popular” era una pequeña panadería que encontró Jacobo en una de esas esquinas en su camino de exploración. Llegó al sitio y pudo notar que vendían café colado, y en efecto vio a algunas personas como lo saboreaban en unas pequeñas tacitas de vidrio. Esto provocó en Jacobo un deseo inmediato estimulado por el inconfundible aroma de la infusión.
-Hum… un guayoyito caliente no me caería mal. Titubeó un poco antes de entrar, a sabiendas que en todas partes no era bienvenido, pero el deseo latente lo llevo a tomar la decisión de inmediato y entró al negocio. Después de dar los buenos días se dirigió al hombre que servía el café. –Un café negro por favor, dijo con voz firme y cortes. El dependiente lo miró de pies a cabeza y no contestó nada. –Oiga señor, ¿me puede vender un cafecito, por favor? Insistió Jacobo por segunda vez. – ¡No hay café! Fue la respuesta tajante y vigorosa del hombre que estaba detrás del mostrador.
- ¿No hay café? Preguntó Jacobo y continuó. –Pero esas personas están tomando café, dijo Jacobo. Las personas aludidas se dieron cuenta del intercambio de las palabras hostiles entre Jacobo y el dependiente. Uno de ellos, que estaba detrás de Jacobo le hizo señas al hombre para que no lo atendiera. –Señor, aquí están mis reales, insistió Jacobo, poniendo el dinero sobre el mostrador. –Yo no le estoy pidiendo nada gratis, agregó. –¡No me interesa!, contestó el hombre airado y continuó, no quiero tu mugroso dinero, el hombre se había encarnado, su tono de voz era más alto y altanero, y agregó con fuerza, sabiéndose apoyado por los presentes.
-¡Lárgate, aquí no queremos borrachos ni vagos, y menos con esa estampa tan horrible que tienes tú! Ante aquellas palabras tan duras y contundentes, Jacobo no agregó más nada y cabizbajo se retiró, tomando el dinero y metiéndolo en el bolsillo de su pantalón.
El peso que tenía sobres su alma, le hizo olvidar por unos instantes la pesada mochila que tenía a cuestas. Emprendió su camino con pasos macilentos y se sentía lacerado, con su espalda lastimada producto de los latigazos que había recibido a través de esas palabras humillantes que le martillaban la mente. Sus ideas eran una masa confusa de pensamientos que lo habían trasladado en segundos por los derroteros de una vida lúgubre y sin sentido. Aquel cúmulo de ideas retorcidas lo estaba trastornando y le exacerbaban sus pensamientos. Se sentía impotente, profirió palabras prohibidas. Se maldijo una y mil veces y de esa mezcla de pensamientos turbios, salieron con fuerza y rabia a la vez estas frases.
-¡Carajo, hasta cuando! Se dejó caer flácidamente y se sentó sobre la acera. Sus pensamientos eran un laberinto y su meditación incoherente. Dos lágrimasque Jacobo no hubiese querido que salieran nunca de sus ojos, no por orgullo, sino por la ira y la impotencia que sentía en ese momento, brotaron haciendo camino sobre su encendido rostro. Su sabor salobre venía acompañado con el veneno de la amargura. Canelo sabía que su amo no estaba bien, y lo miraba compasivamente haciendo gestos parecidos a los de los seres humanos. A Jacobo sólo se le escapaban lamentaciones quejumbrosas.
- ¡Cuánta desdicha, cuánta humillación! Se decía, y lo peor del caso es que no puedo culpar a la gente cuando reacciona de esa manera delante deesta piltrafa humana en la que me he convertido ¡Ya estoy harto! Estoy hasta la coronilla de resignación, no sé cuánto tiempo más aguantaré esta situación, la vida para mí ya no tiene sentido, que asco, se pasaba las manos trémulas por la cabeza, enredándose aún más la cabellera. Se acomodó la cachucha con la visera hacia atrás. Se quedó un rato caviloso, absorto y luego se incorporó sobreponiéndose al momentáneo desaliento y decidió tomar su camino. Seguía sumergido en sus pensamientos, las palabras de aquel hombre le habían vapuleado y destrozado todo su ser, llegándole a lo más profundo de su alma, revolviéndole como una melcocha lo que aún le quedaba de dignidad. Se repetía para sus adentros; - ¡No, esto no puede continuar así! Yo soy un ser humano y no voy a seguir arrastrándome como el peor de los animales. Esta condición mía es una ofensa a la vida misma.Una degradación a lo racional. El soliloquio continuaba. –¿Dónde están mis valores, mis principios, mi autoestima, mis conocimientos de la vida, y la poca cultura que poseo, en que letrina he tirado toda mi existencia? No puedo seguir marcado por el estigma del pasado, como a las reses, cuando le presionan el cuero con el hierro al rojo vivo, dejándoles una huella indeleble, si es preciso me arrancaré las carnes, para borrar toda marca, toda cicatriz que pueda delatar cualquier recuerdo nefasto de mi vida.
Sus pasos eran lentos y pesados, se dejaba llevar por la inercia, se pasaba el dorso de su mano por los párpados, enjugándose alguna lágrima traviesa que todavía correteaba sobre su rostro, como queriendo llegar a ninguna parte. La mano abierta se la pasaba por la boca y se la dejaba correr suavemente hasta la escasa barba. Exhaló un largo y profundo suspiro, caminó unas cuantas cuadras sin darse cuenta, un vehículo que le pasó casi rosando el cuerpo lo sacó de su abstracción. Consultó el reloj, pendiente de la cita que tenía con los muchachos, se había recuperado un poco y su andar era más resuelto y seguro. Continuó mirando a su alrededor, buscando motivos de distracción. A pesar del mal momento que había pasado con el incidente que lo tenía contra el suelo, y con ese sabor a hiel, que eructaba como un hálito endemoniado, se decía ordenando las ideas:
-Este pueblo me gusta, cuanto daría por vivir aquí, un pueblos sano, tranquilo, ordenado, pero para coronar ese deseo, tendría que despojarme de este disfraz horripilante que no me favorece en nada, porque de lo contrario mi deseo se convertiría en una utopía. Las miradas de los transeúntes que se cruzaban en su camino, le atravesaban como finas y punzantes agujas, la textura de su vestimenta y atravesaban hasta su piel como si estuviera sometido a una sesión de acupuntura, pero Jacobo hacía caso omiso a esos pinchazos, parecía que ya había llegado a un acuerdo culminante con su propio yo, para cambiar el rumbo de su existencia, que de hecho, en otras oportunidades lo había intentado pero no había tenido la suficiente motivación y voluntad para conseguirlo, ya que los pensamientos fantasmagóricos de su pasado no se lo permitían, y cada día se aferraba más a su estilo de vida tan denigrante y abyecto.
Sin darse cuenta llegó a una pequeña, pero acogedora plaza, se sentó en uno de sus bancos, decidido y sin importarle nada. Estuvo sentado un buen rato hasta que se recobró por completo. Sus pensamientos se habían difuminado y con buen humor dijo:
-Bueno Canelo, es hora de que nos echemos un palo. Sacó la botella de agua y la empinó en su boca tomando varios sorbos que lo hidrataron por completo, Canelo que estaba sentado frente a él y con la lengua afuera y jadeante, lo miraba con ansiedad esperando que Jacobo le diera un poco del preciado líquido para mitigar su sed. Jacobo vertió en la cuenca de su mano izquierda un poco de agua, permitiendo que Canelo tomara de ella en varias oportunidades. Era una plaza con muchos árboles, y adornada con rosales bien cuidados que le daban una sensación de frescura al lugar. El trinar de las aves se escuchaba en armonía, poniéndole una nota musical al ambiente, dos hombres se encargaban de la limpieza, frente a la plaza, se podía observar varios comercios
Fue sorprendido por la presencia de un anciano quien se le sentó al lado, tenía aspecto de lugareño con su vestimenta sencilla: camisa blanca, abotonada hasta el cuello, pantalón de kaki, un bastón de madera, y como todo hombre viejo del campo, no le podía faltar su sombrero. El anciano miraba a Jacobo sin disimulo y también a Canelo. Jacobo se sentía turbado por aquellas miradas tan directas y escrutadoras del viejo y quiso romper el hielo, tomando la iniciativa con una pregunta.
- Perdone maestro, ¿de quién es aquel busto? Jacobo apunto con su índice vacilante hacia el medio de la plaza. El anciano carraspeo en dos oportunidades, haciendo tiempo ante la disyuntiva de responder a la pregunta del extraño. Sentado con las piernas abiertas, apoyó sus esqueléticas manos, una sobre la otra y éstas, sobre la parte superior del bastón, para sentirse más seguro.Miró hacia el sitio indicado por Jacobo calmosamente, con mucha mesura y malicia.
- ¡Ah! ¿Ese…? Bueno… es un prócer de por estos lados, pero… ¡caracha, chico! No recuerdo cómo es que lo mientan. Se quitó el sombrero y se abanicó la cara varias veces con mucho donaire, Jacobo lo miraba de reojo, y se sentía más tranquilo, al observar la reacción positiva del anciano, que tácitamente le estaba brindando la oportunidad de comunicarse con él. –Ese si era un varón por los cuatro costados, mire, dicen que ayudo al libertador en las refriegas con esos bandidos malucos que nos querían quitar nuestras tierras y aún más nuestra dignidad. El anciano se tornó locuaz, Jacobo escuchaba con atención y agrado sus sabias palabras referidas a nuestra gesta emancipadora. Prorrumpió de nuevo y agrego enfático.
- ¡Ah caramba! El nombre lo tengo aquí…abrió la boca y saco la punta de la lengua, que estaba flanqueada por dos enormes colmillos amarillentos. –Que memoria la mía chico, no embrome. Se quejaba – y que no acordarme del nombre de ese joven tan valiente. Su nombre aparece en todos los libros de historia que llevan los muchachos pa’ la escuela.
Jacobo observaba cómo se retorcía, y se esforzaba el anciano tratando de recordar el nombre, y élsabía que no era por ignorancia su olvido, sino que estaba pasando por un Lapsus Mentís, propio de una persona que estaba en el umbral de los ochenta años, que aparentaba aquel hombre. Jacobo no le quiso dar más largas a la preocupación del viejo, quien revolvía infructuosamente las añejadas gavetas de su archivo mental, hurgando en procura de su olvido. – No se preocupe mi Don, acoto Jacobo, ahora me acerco al busto, veo su rostro y su nombre. De todas maneras, muchas gracias por su intento. Una vez que el anciano se tranquilizó, y ya no a hablaba más sobre el asunto, saco de uno de sus bolsillos, una cajeta redonda de madera pulida, la abrió, metió su índice dentro de ella, y extrajo una pelota de tabaco que se puso entre los dos colmillos. Jacobo observaba el acto sin hacer comentarios, y luego de una pausa larga, el lugareño sorprendió a Jacobo con un dicho pueblerino:
- ¡Bueno… y a otra cosa mariposa! ¿Dígame mozo, y quien es usted? Usted no huele a aguardiente, ni a tabaco, detrás de esos pelos erizados y de esos trapos que dan grima puedo ver a un hombre joven y sano. Mire, que los hombres con el aspecto como el suyo, son enemigos acérrimos de José Rosendo, ¿Ese…? Jum…Se los encarama en la jaula y los bota bien lejos de aquí, mire que yo he visto a más diuno que lo han carretiao en esa perola de cuatro ruedas y los han sacao del pueblo ¡Si señor! Jacobo escuchaba aquellas palabras sentenciosas y crudas, propias de un hombre de campo, curtidas por la experiencia y que no tienen pepitas en la lengua para decirle las verdades al más pintado. Palabras que no le ofendían, pero que lo tenían contra lascuerdas, cual boxeador, recibiendo sus ganchos de izquierda y derecha. Jacobo ripostó con una pregunta.
- ¿Yquién es ese tal José Rosendo? La respuesta vino como la rapidez de unrayo, que se estrelló en la humanidad de Jacobo. – ¡Gua! ¿Quién va sé pues? El jefe civil. Ese no tiene miramientos pa’ enjaular a todo aquel que ande por ahí, por esos mundos de Dios, sin rumbo fijo y sin tener nada que hacer. Éldice que este pueblo no es nido pa’ la gente sin oficio y de mal vivir. Así que joven, vaya tomando sus macundales y coja rumbo ligerito, antes que lo monten en la bicha esa. ¡Ojo pelao! Y si quiere quedarse por estos lares, le aconsejo que se vaya al rio, se dé un buen baño, se cambia esos trapos mugrosos y búsquese algo que hacer, pa’ que se gane la vida con decoro, y se pueda quedar aquí.
Aquellas palabras eran hirientes pero sabias y alertadoras. La jaula a la que hacía referencia el anciano, era una camioneta pik-up, preparada especialmente para transportar a la jefatura a todo aquel que estuviera al margen de la ley. El jefe civil tenía como arma infalible, aquel mandamiento legal que aplicaba sin contemplaciones, como era la conocida ley de vagos y maleantes, la cual le había dado muy buenos resultados en su aplicación, y era por este detalle tan significativo el que lo había mantenido por muchos años en el puesto que hoy ocupaba. Era un hombre muy respetado por sus conciudadanos, por la manera tan ejemplar como desempeñaba sus funciones. Estrictamente apegado a las leyes, ningún subalterno suyo se atrevería a cometer atropellos contra los civiles, porque,quien estuviera incriminado en estos delitos era castigado severamente y expulsado del cuerpo policial.
Vistas las cosas de este modo, era por lo que la Candelaria se había convertido en un pueblo tranquilo, y sus nativos podían vivir en paz. Apoyaban incondicionalmente a su primera autoridad. Jacobo no sentía temor por las palabras sentenciosas del anciano, pero tampoco quería correr el riesgo que lo fueran a detener, porque eso, le podría acarrear problemas que él prefería evitar. Se despidió del anciano, no sin antes agradecerle sus advertencias, y comprometiéndose con él, a tomarlas muy en cuenta.
Un sol reverberante bañaba la pavimentada calle que Jacobo pretendía tomar de regreso al terreno, haciéndola parecer como una larga y fina cuchilla de acero. El reloj de Jacobo marcaba las once y cuarenta y cinco minutos. A raíz de los últimos acontecimientos no muy color de rosa, vividos por Jacobo, este se encontraba ante una disyuntiva que debía resolver de inmediato, y era que, se cuestionaba así mismo, si reencontrarse con los muchachos o buscar la manera de largarse de una vez por todas de la Candelaria.
Su inquietud no era otra cosa, que la de evitar a toda costa cualquier situación que involucrara a sus recientes amigos por culpa suya. En sus reflexiones le llegaba la idea del compromiso adquirido y no tanto por él sino por ellos, se decía que debía cumplir con su palabra empeñada, así fuera lo último que hiciera en ese pueblo. Por estas consideraciones de peso, tomó la sabia decisión de regresar con ellos. Recordó la hora minutos antes consultada, y se apresuró a tomar el camino de la forma más expedita posible, evitando todo tipo de contratiempos que se le pudiera presentar en el camino; aunque ahora tenía que estar muy alerta de no tropezar con “La Jaula”. Le favorecía el hecho, de que su paso iba en sentido contrario, al de la dirección que circulaban los vehículos, y de esa manera podía visualizar mejor a todo vehículo que se aproximara. Canelo le seguía los pasos que ahora eran de trancos más largos, y esto hacía que el animal acezara con más rapidez y emanara con abundancia la saliva que iba despidiendo a lo largo del camino.
El mediodía de ese sábado era radiante, lleno de colorido e impregnado por el aroma que brotaban las flores que adornaban los frentes de las casas. El ambiente era animado, y Jacobo con su paso apresurado iba percibiendo todas esas emanaciones positivas que lo motivaban aún más, y en su mente iba In Crescendo la posibilidad de una estadía temporal en La Candelaria. Ya estaba consciente que para lograrlo tenía que cambiar su aspecto físico. Sus cavilaciones eran como una alfombra mágica que lo llevaban suspendido, aliviándole los rigores del camino y llevándolo a su mínima expresión al cansancio producido por su esfuerzo. Solo su profusa transpiración lo ubicaba en la realidad. Súbitamente se le escapó una expresión.
- ¡Claro que sí, los muchachos! Lo hizo en voz alta, y miró a los lados para verificar si alguien lo había escuchado. Se tapó la boca con la mano y se sonrió con picardía. – ¡Sí, ellos me pueden ayudar! Continuó consus pensamientos. –Les preguntaré donde queda ese rio que me dijo el viejo, me daré un chapuzón, me cambiaré estos hilachos, y una vez aseado por completo, buscaré un barbero. Todo esto lo pensaba emocionado, era indudable que sus emociones, sentimientos y actitud estaban saliendo del letargo de donde habían estado en reposo por largo tiempo. Sus pensamientos giraban en torno a un cambio que era inminente. –Cónchale, se me pone la carne de gallina cuando pienso en estas cosas. Y con humor sarcástico se dijo:
-Ahora, no se… si esto lo siento por la emoción o por el sudor que me está removiendo la mugrede la piel. Otra sonrisa se dibujó de nuevo en el rostro emocionado de Jacobo, y comentó:
-Y como dice el viejo refrán “No hay mal, que por bien no venga”. Primero, fue la descarga del hombre que no me quiso vender el café, después, el anciano con sus recriminaciones constructivas, pero recriminaciones al fin, y, porúltimo, el reto de poder cumplir con las mínimas exigencias para poder optar por mi permanencia en este pueblo, todo este cúmulo de circunstancias excitantes me tenían que pasar precisamente aquí en este pueblo, aquí en La Candelaria. Este puede ser el acicate que le dé un vuelco definitivo a mi vida y pueda convertirme de nuevo en un ser normal, porque esta vida que llevas ¡señor Jacobo!dijo con fuerza y en voz alta, esta vez sin importarle si lo escuchaban o no.
- ¡Es una vida de locos, y de locos de carretera!
El trayecto recorrido por Jacobo de regreso el terreno, le pareció relativamente corto. Ya estaba frente a él, observándolo todo, los fondos de las casas, algunos arbustos a los lados, la frondosa mata de mangos, el columpio que colgaba de ella, que más bien parecía un yoyo gigante y el cartel que anunciaba su venta. Ahora se sentía como un verdadero intruso, ya no tenía la misma confianza, ni la disposición del día anterior, cuando entro desprejuiciado, sin importarle nada. Todo lo que había en el pueblo le era más ajeno e inalcanzable para él. Ya no podría refugiarse en su derecho como ciudadano, para transitar libremente por donde se le antojara, porque eso estaba supeditado a las normas que regían en La Candelaria, y él como cualquier ciudadano tenía el deber de cumplirlas y acatarlas y estaba consciente, qué solo con su estado deplorable las estaba infringiendo.
Se decidió y entro´ furtivamente al terreno. Se instaló debajo del árbol como la vez anterior, pero detrás de éste, de manera que nadie lo pudiese ver desde la calle. Sacó la última botella de agua de la cual bebieron él y su compañero. Un runruneo fuerte se sintió en se estómago, que le recordó que no había probado un bocado en toda la mañana, pero tampoco hizo ningún intento en buscar algo en la mochila para mitigar esa necesidad y dejo que los jugos gástricos siguieran retozando en sus paredes estomacales.
- ¡Bueno Camarada! Se dirigió a Canelo, vamos a esperar a los muchachos y luego comeremos, Jacobo se escondió entre los matorrales, apuntó a un tronco que estaba tendido en el suelo y lo baño con su orina.
El metro setenta y cinco centímetros que media la humanidad de Jacobo, yacía completamente estirada sobre un cartón que tenía extendido sobre el suelo. Apoyaba su cabeza sobre su chaqueta. Un libro mediano, pero gordo, con las páginas amarillentas, que en la portada se podía leer de arriba hacia abajo: Autor Víctor Hugo, después el título: LOS MISERABLES y al pie de la misma la editorial. En sus dedos se movía una paleta fina de madera que utilizaba para marcar las páginas cuando terminaba su lectura. Después de varios minutos sus párpados no aguantaron su propio peso, y se cerraron por instantes. Estaría tocándole las puertas a Morfeo para que lo dejara entrar en su reino, cuando lo despertaron los ladridos a todo pulmón de Canelo al advertir la presencia de Álvaro. Jacobo se levantó como impulsado por un resorte, y agradecido con el escándalo de Canelo, porque le hubiese avergonzado que el muchacho lo encontrara dormido sobre el suelo como un vago cualquiera. Ya erguido y en presencia de Álvaro, quiso esconder disimuladamente el libro que tenía en sus manos ocultándolo detrás de su pierna, pero Álvaro ya lo había visto. –¡Hola Jacobo! ¿Cómo estuvo el paseo? Fue la entrada en forma de saludo de Álvaro, quien acariciaba cariñosamente al perro juguetón que daba vueltas a su alrededor.
- ¡Muy bien! Mintió Jacobo, y continuó con una pregunta.
- ¿Y tus amigos? No pudieron venir, respondió Álvaro.
-Están ocupados en sus casas, pero quedamos en vernos aquí a última hora de la tarde, después que yo salga del supermercado. Jacobo pensaba que ahora era más fácil exponerle sus ideas a Álvaro, ya que estaba solo. –¿Qué estabas leyendo? Preguntó Álvaro desinteresadamente. –Ah sí… éste libro… y no tuvo más remedio que mostrárselo al muchacho.
-¿Los Miserables? Preguntó Álvaro con interés.
- ¿Tú estás leyendo un libro de Víctor Hugo, ¿Bueno Jacobo, quien eres tú en verdad, a quien tratas de esconder con esas fachas y por qué? Ante esta retahíla de preguntas que llegaron en tropel, Jacobo enmudeció por instantes y perdió su color. Se sacudió, se estiró, se apretó las manos y sintió el efecto de la reacción estimulante, como los espíritus ensalmados y contestó con una pregunta. ¿Y qué sabes tú sobre Víctor Hugo? –Muy fácil contestó Álvaro con rapidez, yo estoy terminando mi tercer año, y hay una materia en la que tenemos que leer y analizar obras literarias, ya sea un cuanto, un ensayo o una novela, escogida previamente por nuestro profesor. Hizo una ligera pausa y continuó. –Por ejemplo, acabamos de leer a Doña Bárbara y estamos analizando su temática, la forma en que Doña Bárbara y los demás terratenientes del llano, querían dominar a su antojo aquellas tierras bajo sus propias leyes, cometiendo toda clase de desmanes, donde los débiles eran tratados con injusticia, y muchas veces en defensa de sus derechos pagaban con sus propias vidas y siempre se imponía la ley del más fuerte. Eran conflictos perennes de nunca acabar.
Álvaro logró por instantes, remontar a Jacobo en aquellas llanuras sin ley, y quedó extasiado con aquella exposición tan prolija.
- ¡Bravo, Estupendo! Exclamó eufórico Jacobo y le estrechó su mano infantil cálidamente, con un sentimiento especial que Álvaro asimiló, como algo diferente a los acostumbrados elogios de sus maestros, que con frecuencia lo felicitaban por sus intervenciones, propias de un estudiante excelente y brillante. – ¡Te felicito de veras muchacho! Sé que estoy en presencia de un joven muy inteligente, talentoso y querido por todos los que te rodean, ya me di cuenta a través de tus amigos, quienes te admiran, respetan y te ven como un líder. La humildad de Álvaro le hizo bajar su cabeza y se sintió ruborizado por los elogios. En esos momentos se estaba amalgamando entre esos dos seres una amistad sincera y especial. – Gracias por tus conceptos Jacobo, no es para tanto, eso es parte de mi vida como estudiante, la mayoría de mi tiempo la dedico a mis estudios, y de vez en cuando me doy una pasadita por casa de mi tío Armando, quien es un hombre muy culto y educado, tiene una tremenda biblioteca y cuando tiene oportunidad me cuenta muchas historias interesantes. Un día de éstos, te voy a llevar a su casa y estoy seguro que te vas a granjear su amistad. Álvaro estaba muy entusiasmado, pero de pronto recordó que Jacobo no le había respondido sus preguntas. Bueno Jacobo, no me cambies la conversación, te hice unas preguntas y no me has dicho nada, por supuesto, si es que las quieres responder, y disculpa mi atrevimiento.
–Ok. Álvaro, ¿qué quieres saber de mí? – Bueno Jacobo, es que estaba pensando, que una persona que se exprese como tú, que habla de cosas interesantes y que, para colmo, está leyendo un libro de Víctor Hugo, no puede ser un mendigo, un loco, o un desarrapado cualquiera. Jacobo estaba desarmado ante aquel razonamiento lógico del infante. Tenía dos opciones; decir la verdad o seguir ocultando su verdadera identidad.
-Si yo estoy decidido a cambiar, razonaba Jacobo para sí mismo, tengo que comenzar a abrirme con la verdad, lo que no me convence del todo, es, si debo contarle a Álvaro, parte de mi triste historia, él todavía es muy joven y no sé si es justo o prudente llenarle su mente adolescente con tantas cosas negativas, pero a la vez reconozco y admiro su extraordinaria madurez y a lo mejor sí, asimila y entiende los hechos. Ante esta disyuntiva Jacobo cavilaba seriamente. Se había estigmatizado por tres heridas que todavía sangraban vivamente en su alma. Estas experiencias desafortunadas, se habían enraizado en todo su ser, tronchándole de cuajo, cual una afilada guillotina, todas las posibilidades de seguir creciendo como una persona normal. Prácticamente le habían desgarrado la vida misma, aniquilándole por completo sus valores, principios y hasta sus sentimientos; renunciando a sus creencias, y lo más importante de un ser humano, su fe en sí mismo, porque cuando un hombre pierde la noción de ese invalorable principio tan sagrado, lo ha perdido todo. Viviendo a expensas de su soledad y lo que le depare el oscuro lado de la vida, dando pasos torpes y ciegos que lo conducirán irremediablemente al abismo.
Álvaro lo sacó del ensimismamiento.
- ¿Entonces Jacobo? Pregunto Álvaro. Jacobo reaccionó ante la mirada escudriñadora del joven. – ¡Ay, Álvaro! Respondió Jacobo, esa expresión le salió acompañada de un suspiro profundo, con un dejo melancólico.
– Es una historia muy larga de contar y en estos momentos no tenemos tiempo para esas cosas desagradables. Recuerda que tienes un compromiso dentro de poco. –Es verdad Jacobo, reflexionó Álvaro preocupado. – Pero al menos dime, que no estoy equivocado respecto a ti. Y sin pensarlo Jacobo respondió con firmeza:
- Cierto Álvaro, ni estoy loco, ni soy un mendigo y menos una persona inculta, aunque mi apariencia diga todo lo contrario. En realidad, es que vengo arrastrando un pesado y gigantesco trauma, producto de una injusticia de la sociedad, una pérdida familiar y por último un desengaño amoroso. Esa trinidad nefasta me empujó al abandono total, perdiendo de esa manera mi propia identidad, y ¡he aquí el producto final ¡
-Creo que he sido injusto conmigo mismo, continuo.
-He debido enfrentar el problema con valor y decisión, dejando los sentimentalismos a un lado. Estoy seguro que en este momento hubiese superado la situación, pero, ¿que hice? Tomé una actitud pusilánime, sin darme el beneficio del intento. Álvaro estaba sentado sobre un tronco, con sus mejillas apoyadas entre sus manos atendiendo a cada palabra pronunciada por Jacobo. Su circunspección le daba un matiz de solemnidad a las reflexiones de su amigo. Álvaro rompió el silencio para intervenir de nuevo. –Bueno Jacobo, es imposible que sepa por lo que estás pasando, porque no conozco los hechos, pero lo importante es que a pesar de la forma como has vivido, que no sé cuánto tiempo…
-Un año, seis meses y siete días, interrumpió Jacobo. ¡Caramba, que precisión, pareciera que llevaras los segundos contados, observó Álvaro con asombro y prosiguió!
- ¡Imagínate todo ese tiempo, debes darle gracias a Dios que has salido ileso de ese mundo tan oscuro del que vienes, a cualquiera lo hubiese atrapado las garras de la locura! Jacobo cada vez se asombraba más de la forma como Álvaro se conducía en su disertación, parecía un adulto con mucha madurez. –Pero dejemos esas cosas feas a un lado que después me las contarás, dijo Álvaro.
Álvaro consultaba su reloj a cada momento y su partida se acercaba, pero no podía hacerlo sin antes advertirle a Jacobo algo muy importante que tenía que ver directamente con él. –Jacobo, tengo algo muy importante que comunicarte. Ya hay comentarios en el vecindario de tu presencia, y eso no es muy bueno, dijo Álvaro con tono de preocupación, - ¿Por qué, te refieres a la jaula de José Rosendo? Preguntó Jacobo - ¡Sí! ¿Y cómo sabes tú de él? –Bueno, lo supe de boca de un anciano quien estuvo hablando conmigo en la plaza, y me advirtió sobre ella, y me recriminó en la forma tan mala como andaba vestido, y que por ese motivo me podían echar del pueblo. – Y esa es la verdad Jacobo, enfatizó Álvaro, es lo que ellos hacen en casos como el tuyo.
- ¿Tú me entiendes verdad? Pregunto Álvaro. –Perfectamente Álvaro, contestó Jacobo. – No hay que caer en detalles. –Bueno, pero yo tengo una idea, dijo Álvaro, hablando más de prisa, y mirando su reloj nuevamente. –Oye, detrás de esa calle hay un galpón abandonado, era una fábrica de velas y jabón en panelas. El dueño paso a mejor vida, y los hijos no se quisieron ocupar del negocio, lo cerraron, remataron la mercancía que les quedaba y vendieron la maquinaria. El galpón está desocupado y está a la venta. Nosotros lo visitamos de vez en cuando y por eso lo conocemos muy bien.
Tienes que entrar disimuladamente, y luego en la parte de atrás vas a encontrar una habitación grande con una mesa larga y unas sillas, ese era el comedor de los obreros, todavía hay agua y luz, puedes dormir esta noche allí, porque a propósito, si miras hacia las montañas, verás que el tiempo se está poniendo feo y es posible que caiga un palo de agua esta misma noche. Jacobo estaba conmovido por aquel despliegue de generosidad del muchacho. – Así aprovecho de darle un buen baño a Canelo, acotó Jacobo.
- ¿A Canelo solamente, y tú…? Preguntó Álvaro con una mueca de picardía. – Bueno…sonrió Jacobo, aceptando la broma, avergonzado. Primero yo claro, me acicalo cambiándome el smoking éste, por otro. – Tú cargas más ropa en ese saco? – Sí un poco, y en mejores condiciones que éstas que cargo encima, pero me imagino bien arrugadas. – Bueno Jacobo, no te olvides, de irte de aquí derechito al Galpón, nos veremos a las siete, así que tienes siete horas para cambiarte de hombre viejo a hombre nuevo. Los muchachos y yo te visitaremos a esa hora y así sabremos cómo te fue con tu nueva posada. Solamente estaremos contigo un rato, porque esta noche le celebraremos el cumpleaños a la señora Carmen, quien es mi querida madre, pero mañana quiero que me cuentes esa historia tuya, que, aunque trágica, parece interesante. El muchacho se despidió con un apretón de manos. Y viró a su derecha rumbo a su trabajo. Había caminado unos cuantos pasos cuando Jacobo le gritó:
- ¡Álvaro!, El muchacho se volteó, y Jacobo le dijo agitando la mano empuñada. ¡Gracias Álvaro! Álvaro se sonrió y emprendió veloz carrera hacia el supermercado.
- ¿Sabes? Esta mañana estuve en el terreno de Evaristo, arreglando con los muchachos el problema de la ventana, era la voz de Pilar dirigiéndose a su esposo, mientras amasaba una deforme pelota de harina de maíz, la cual utilizaría en la preparación de unas robustas y redondas arepas amarillas para la cena de esa tarde. Rafael, que así se llamaba el esposo de Pilar, estaba muy entretenido arreglando la vieja plancha General Electric, que le había comprado a su mujer, hacía ya mucho tiempo, pero que estaba bien conservada como todas las cosas que tenía Pilar en su casa. Ella era una mujer maniática en ese aspecto, y muy ordenada en su modesta residencia.
- ¿Estás allí Rafael? Preguntó Pilar en voz alta al ver que su marido no hizo alusión alguna a sus comentarios. La cocina estaba en la parte posterior de la casa. Las paredes levantadas hasta la mitad, haciéndola muy ventilada y fresca. Se comunicaba directamente con el patio; un espacio rectangular con variados árboles frutales. Recostados a la pared, de lado a lado, había unos viveros construidos con tablones de madera en forma de literas, los cuales estaban ocupados con diferentes plantas ornamentales, con flores de todos los colores y aromas.
Al fondo, un pequeño corral, donde picoteaban el suelo, las gallinas y los pollos en procura de alimento. También se podía notar el andar nervioso de un bello conejo blanco. Casi pegado a una de las paredes había un mesón con herramientas, que era utilizado por Rafael para rep las manos. – Aquí está Pilar, como nueva, no te puedes quejar, Pilar estaba ataviada con un delantal amarrado hacia atrás, con un gran lazo. Se cubría la cabellera con una pañoleta de color rosado, mientras habría el horno para meter las arepas, le respondió a su esposo sin mirarle la cara.
- ¡Ah sí! ¿Y porque en vez de la misma plancha no me traes una planchadora?
- Ja, Jajá…reventó la risa Rafael, y entre palabras ahogadas respondió, no embrome chica, Para que venga a machucar los cuatro trapos que tenemos, y se den cuenta de nuestro extenso vestuario…Pilar también se sonrió con sarcasmo al momento que hacia chirrear el sartén que tenía en la estufa, cuando puso dentro del aceite hirviendo un trozo de carne bien condimentada. Jummm, huele bien comentó Rafael, aspirando el olor esparcido por toda la cocina.
Después de una pausa, Rafael retomó la palabra.
- ¡Aja Pilar! ¿Y cómo es el cuento ese, que me estabas contando sobre los muchachos? – Bueno, hablé con ellos y llegamos a un acuerdo para pagarme los daños que causaron.
-¡Te fijas Pilar! Que no había necesidad de formar ese zaperoco de ayer tarde, por esos vidrios que rompieron, y que todo el mundo, por supuesto se dio cuenta. Tú no sabes que los muchachos son así. Replicó Rafael y continuó, tú también tuviste los tuyos, y que yo recuerde no eran unos santicos. De la unión de pilar y Rafael, nacieron dos varones que ya eran unos hombres, uno, estaba en la capital trabajando y estudiando y el otro, era Alirio, quien se desempeñaba como todo un profesional de la mecánica, y prestaba sus servicios en el taller de Don Custodio. Rafael y Pilar prosiguieron con su plática, y ésta tomó de nuevo la palabra. – Pero esto no es lo que me preocupa, dijo mientras volteaba las arepas que estaban dentro del horno.
- ¿Y entonces? Preguntó intrigado Rafael. – Es que me llamó la atención que los muchachos estaban con un hombre, de esos de la calle, un borracho, un mendigo, un vagabundo ¡Qué sé yo! Y sin tomar aliento continuó. – Lo sorprendí contándoles un cuento, y ellos con la bocota bien abierta, escuchándolo con mucha atención. – Ajá, ¿y cuál es el rollo mujer, ¿Cómo era el individuo, joven, viejo, qué aspecto tenía? – Bueno…un vagabundo cualquiera, de unos treinta años, digo yo, y acompañado por un perro.
Pilar cerró los labios, cruzándoselos con su dedo índice, y con la mirada extraviada hacia el patio, pensativa, bajando la voz como si estuviera hablando con ella mismaagregó:
- La verdad yo no lo había visto nunca por estos lares. Rafael también cavilaba y agregó:
-Jum…esto si está raro, y se preguntó a la vez. – ¡Y como llegaría ese sujeto hasta aquí? Alguien tuvo que traerlo porque a pie, imposible. – Ahora, lo raro de todo esto, dijo Pilar, un tanto preocupada, - Es que no parece lo que aparenta.
- ¿Cómo?, barajéame esomás despacio, Pilar. – Es que lo poco que le oí hablar, dijo Pilar y en la forma como se dirigió a mí, conpalabras muy finas y de buenos modales no parece lo que aparenta
- ¿Y qué te dijo a ti? Pregunto Rafael más interesado. – Bueno, cuando yo estaba recriminando a los muchachos, Álvaro el hijo de Carmen, llevaba la batuta, tú sabes cómo es el de avispao, y el hombre salió en su defensa, abogando por él, tratando de tranquilizarme para que no me preocupara por Álvaro, porque según él, el muchacho era muy responsable.
- ¿Qué te parece?, como qué si él lo conociera mejor que yo, que lo estoy viendo desde que era un carajito. – ¿Y tú, que le dijiste? Preguntó Rafael más intrigado
- ¿Yo…y qué le iba a decir yo, a un extraño?Además, me pareció sospechoso - ¿Sospechoso, y que te hace pensar eso señora Pilar? bromeó Rafael.
Rafael ayudaba a Pilar en los preparativos de la cena mientras conversaban, tendió un mantel blanco floreado sobre una pequeña mesa, colocando sobre ésta, tres juegos de cubiertos. – Bueno, no sé, prosiguió Pilar, y se preguntó: ¿Y no será que ese hombre es un espía? En esta ocasión, Rafael se carcajeó como le dio la gana, y Pilar, que llevaba los platos hacia la mesa, casi pierde el equilibrio. –Pero mi amor, ¡que espía de mis tormentos!
- ¿Espiar a quien, al jefe civil, al cura, al juez o al chino del supermercado? No chica, quítate esas ideas extrañas de tu cabecita. Rafael se enserió un poco, mientras abría la nevera para sacar una jarra con un delicioso y frio jugo de parchita. –Lo que pasa mujer, es que te impresionó, y es posiblequé sí sea un hombre educado y culto, de esos que andan por la calle, con sus problemas de alcohol, o en el peor de los casos, condrogas, y son echados de sus casas por sus familias o ellos se van por su cuenta. Uno nunca sabe nada sobre esas personas y sus historias, pero no te preocupes…que si lo encuentran los de la Jaula, derechito… va a parar al “bote” –Sólo esperemos un rato más por Alirio, dijo Pilar más calmada. –Y ojalá no se dilate, porque hay tiempo de agua, concluyó Pilar, cuando la mesa ya estaba servida.
Acompañada de una brisa fresca con olor a lluvia, se había presentado la tarde-noche. A lo lejos hacían intermitencia unos lánguidos relámpagos, que repartían su luz en el cielo encapotado. Álvaro y sus amigos ya estaban en el sitio a la hora acordada, pero faltaba Jacobo. Decidieron buscarlo en el galpón y solo encontraron unos trapos mojados, tendidos sobre una cuerda, evidenciado la reciente presencia de Jacobo en el lugar, acordaron buscarlo en las calles adyacentes, y la búsqueda fue infructuosa.
- ¿Sera que fue a comprar comida? Preguntó Alfredo, -Quien sabe… respondió Álvaro, - y ya son las siete y veinte y no ha regresado, hasta ahora me ha parecido un hombre formal.
- ¿Y porque no le preguntamos al viejo Melesio? Fue la pregunta de Chucho y prosiguió. –Él sabe todo lo que pasa en esta calle, y además vive frente al galpón. –Buena idea asintió Álvaro. Y haciendo la señal de los baquianos dijo: ¡síganme los buenos! Y se dirigieron al sitio.
Era una casa humilde, levantada frente a la fábrica de velas, con sus paredes fuertes de bahareque pintadas de color blanco, pero con el tiempo ya lucían amarillentas, techada totalmente con tejas, un patio grande como todas las mayorías de las casas del pueblo, donde no faltaban las aves de corral y otros animales domésticos. La parte frontal era amplia, y estaba flanqueada por dos árboles de níspero. Un portón de madera rústica completaba la empalizada que cercaba el frente de la vivienda, pero ésta no impedía la visibilidad hacia la calle. El único habitante de la vivienda era Melesio. Había enviudado hacía más de cinco años, y sus tres hijos dos varones y una hembra se habían marchado y hacían vida propia fuera de La Candelaria.
Melesio era huérfano de su ojo izquierdo, y por esa razón, era conocido con el remoquete de “El tuerto Melesio” apodo éste que no le inquietaba en lo más mínimo, ni siquiera cuando algún muchacho travieso, quizás queriéndole enojar, le repetía las estrofas que había escuchado tantas veces. “Tuerto Melesio, / bizcocho sin sal, / si me miras derecho. /Te doy un real” Como algo contradictorio, parecía que más bien disfrutaba explotando su defecto físico, porque cuando llegaba a cualquier sitio concurrido, entonaba la voz para hacer sentir su presencia, y decía:
-Aquí llego el tuerto Melesio, ¿pa que soy bueno? Melesio solía sentarse casi todas las tardes frente a su casa. Se preparaba una jarra de café negro tinto, sacaba su viejo radio para escuchar las últimas noticias, recostaba su silla, inclinándola contra la pared y allí se sentaba por un buen rato. Sobre su cabeza no podía faltar su raído sombrero y comenzaba a consumir un largo tabaco.
Tenía la particularidad, que de cualquier cosa se reía, y quizás esta ventaja le ayudaba a olvidar sus penas y soledad. Se reía solo, de sus recuerdos buenos y malos, de sí mismo, de los demás, a veces le afloraba una risa tímida y nerviosa, otra parecía franca, es decir, que el más mínimo acontecimiento, era motivo suficiente para reír, por lo tanto, enseñaba con frecuencia su escasa dentadura.
- ¡Buenas tardes señor Melesio!, saludó Álvaro con mucho vigor. La respuesta fue de inmediato. – ¡Buenas tardes muchachos! Aunque ya es de nochecita, je, je,je, ¿Y a qué se debe ese milagrote? ¡Cará! ¿Qué buen viento los trajo por aquí? Melesio mantuvo su posición sentado en su silla contra la pared. Se quitó el sombrero como un gesto de cortesía y se lo puso sobre las piernas. Le daba vueltas a lo que le quedaba del tabaco, dándole golpecitos con su índice para desprenderle la ceniza. Un escupitajo se fue a estrellar contra el desnudo suelo, propiciando la huida despavorida de una caravana de hormigas rojas, que en plena faena de mudanza, marchaban con disciplina militar buscando un refugio seguro, lo cual confirmaba aún más, la presencia inminente de la lluvia, que, de un momento a otro, haría sonar los techos de zinc de algunas casas de La Candelaria. – Je, Je, Jé ¿Y pa’ que es bueno el tuerto Melesio, Ah...? preguntó sin inquietarse. Álvaro tomó de inmediato la palabra y le preguntó:
- ¿Señor Melesio, queremos saber si usted por casualidad, ha visto entrar o salir a alguien del galpón? –Je, je, Jé ¿Y pa’ que quieren ustedes saber eso? Y sin tomar aliento prosiguió. – En verdaita, con este ojo que me queda, vi entrar a un hombre extraño, que no lo había aguaitao por estos rumbos, miraba a todas partes como evitando que lo vieran, y se metió ligerito al galpón, -Pero no está allí señor Melesio, interrumpió Álvaro. –¡Ah! Pero es que yo no he terminao el cuento mozo Álvaro.
Melesio enderezó la silla, y le dio la última chupada a su tabaco, volteó la cara a un lado y exhaló una bocanada de humo denso, con ese olor a diablo, que despiden los tabacos baratos. Ordenó sus ideas y continuó.
-Hace un rato, yo estaba cortando unas enredaderas que me estaban pasmando el níspero ese… y lo señaló con sus labios estirados, haciendo mover nerviosamente las pocas hebras blancas que poblaban su bigote. –Mire joven Álvaro, parece que les habían avisao.
- ¿A quiénes señor Melesio? preguntó abruptamente Álvaro. –A los policías, a los policías, respondió el anciano y continuó exaltado y gesticulando con ambas manos. – Llegaron derechiiitos, cargaron con el susodicho, con todo y mochila, pero lo que más me apenó de veras muchachos, fue ver al pobre perrito, cuando salió mandao detrás de la camioneta hasta que se perdió por esa calle, miren, que cosa, no juegue, Je. Je, Jé…Unos gruesos goterones, acompañados de una ráfaga de viento frío, propiciaron la despedida súbita de los muchachos desde la casa de Melesio.
“…Cumpleaños Carmen Teresa/ Cumpleaños feliz…” El acto llegó a su máxima expresión cuando la cumpleañera apagó la única vela que estaba en el centro de la torta de chocolate, con contornos dibujados en crema de mantecado. Luego se escucharon los aplausos cálidos y vigorosos de la escasa concurrencia que acompañaban a Carmen, en esa noche tan significativa para ella. El aguacero cayó fuerte, pero duró poco y sirvió para refrescar la noche. Álvaro y los muchachos estaban en el corredor, cada uno con un plato en la mano, disfrutando de la deliciosa torta, - ¡Está rica la torta! Dijo Chucho con una partícula blanca adornando su moreno bozo. –Y esta tizana está bien fría agregó Mario. Álvaro no dejaba de pensar en la situación de Jacobo y razonaba para sí mismo. – yo no creo que lo vayan a sacar del pueblo, es de noche y además con esa lluvia que cayó… Seguro lo tienen en un calabozo, pobre Jacobo, ¡Que broma! ¿Y Canelo, que será de Canelo? Se preguntaba con pena.
Era un precioso domingo por la mañana, tras una agradable y fresca noche, producto de la lluvia caída y que arreció por la madrugada. Jacobo se despertó, quizás había dormido profundamente las dos últimas horas, porque el resto de la noche había sido solo inquietud y preocupación, moviéndose de un lado a otro en el catre que le dieron para dormir. Miró su reloj y éste marcaba las seis y treinta minutos. Ya sentado, entrelazó los dedos, formando un arco con sus brazos y lo pasó sobre su cabeza, apoyando a ésta en la cavidad de sus manos. Bostezó, se estiró, hizo un poco de calistenia en el suelo frío, se dirigió al estrecho baño haciendo uso de él. No estaba en una celda, eso le hacía menos traumática su situación. Lo habían recluido en un cuartito donde llevaban a los detenidos bajo averiguación. Recordaba las palabrassentenciosas del policía que lo introdujo allí. “Te salvaste de que te lleváramos al bote, porque es de noche y está lloviendo, pero… mañana no te salva nadie, y cuando el jefe lo sepa… já, derechito vas a parar allá, “en el bote” , yo mismo me daré el gusto de llevarte. Jacobo siguió viajando en la nave de sus pensamientos. Recordaba que momentos antes de su detención, se había bañado y cambiado los harapos que cargaba, por una ropa en mejores condiciones, pero obviamente muy arrugada, demasiado arrugada y esto hacía que los pantalones se vieran muy cortos. Recordando aquel actor inglés, llamado Charles Chaplin.
- Bueno, veremos que va a pasar hoy conmigo ante la justicia, “Dura Lex Sed Lex” dijo Jacobo, recordando un proverbio latino. Si algo quería evitar Jacobo a como diera lugar, era verse envuelto en problemas judiciales, ya que eso le recordaba un pasado escabroso de su vida. –Tendré que sacar a relucir mis mejores argumentos de defensa, se decía. Al menos estoy seguro que no me van a dejar encerrado aquí, ellos lo que quieren es sacarme del pueblo a como dé lugar, y dejarme tirado en ese “bote” que tanto nombran. Un pensamiento le aumentó su angustia preguntándose:
- ¿Qué será de Canelo? El pobre estará allá afuera esperándome. Que astuto fue ese animalito, en ningún momento le perdió el rastro a la camioneta, y si no es por los policías, aquí estuviera conmigo. ¿Y los muchachos, pensaran que mefui sin decirles nada? O ya lo sabrán por boca de alguien que estoy aquí. ¿Y Quién sería el que me delató? Un cúmulo de preguntas sin respuestas revoloteaban en la mente de Jacobo.
No era raro que el jefe civil hiciera acto de presencia un día domingo en la jefatura, y éste precisamente era uno de ellos. Tenía un problema pendiente que resolver con unos invasores de tierra, que se habían instalado en unos terrenos privados, aledaños a La Candelaria. Era una mañana preciosa, digna de un día domingo. Las ocho en punto marcaba el infalible reloj de la iglesia, acompañado por sus sonoras campanadas, cuando hizo su entrada al recinto oficial. Un maletín de cuero, empuñaba su diestra, debajo de su sobaco izquierdo traía un periódico doblado. Entró erguido y se quitó el sombrero al traspasar el umbral de la puerta. Dos policías lo saludaron respetuosamente y él, devolvió aquel gesto de cortesía con una amplia sonrisa. Una taza humeante de café con leche cremoso, le fue servido junto con unos provocativos bizcochuelos dulces. Se recostó en su poltrona mientras hojeaba el tabloide regional, leyendo los titulares, sindarles mucha importancia. Consumía sorbo a sorbo y calmosamente el aromático líquido, a la vez que engullía los ricos panecillos. Una vez terminado, se limpió los labios con una servilleta, dobló el periódico haciéndolo a un lado.
Puso fuego en su cachimba, chupó varias veces hasta comprobar que estaban encendidas las partículas de tabaco. Levantó el teléfono, y dio los buenos días, seguidos de una orden. De la oficina contigua apareció un policía uniformado, se le cuadró y le dijo:
- ¡Buenos días señor, diga usted!
- ¿Alguna novedad? Preguntó el jefe civil, y continuó – Me refiero… además del problema de Los Cerritos. –Si mi jefe, allí tenemos al vago que trajimos anoche, respondió el gendarme sin inhibir sus ínfulas.
- ¿Y que hace aquí? preguntó José Rosendo extrañado. –Bueno mi jefe, intervino el policía titubeando, y continuó con su exposición. – Lo que pasó, esque era de noche, y usted sabe… con ese palo de agua que cayó, ¿Adónde lo íbamos a llevar?
- Bueno… es verdad, tremendo aguacero, acotó José Rosendo. Con esa intervención del jefe civil, el policía se sintió aliviado y se animó a seguir, dice que quiere hablar con usted.
- ¿Conmigo? ¡Zape gato! ¿Y qué voy a hablar yo con un loco de carretera,y que además me dijeron que andaba todo andrajoso? –Buenooo, dijo el policía, tan andrajoso no lo que parece es un payaso, je, je, Jé…José Rosendo le clavó la vista, y el policía se enderezo arrepentido de su ligereza.
José Rosendo era un hombre de carácter fuerte, no le gustaba andarse por las ramas, era pragmático, todo la resolvía rápido, eso sí, enmarcado en las leyes, y cuando los problemas eran graves y que se les podían escapar de las manos, se los delegaba al juez. El peinado hacia atrás descubría sus entradas despobladas, unas patillas canosas, ojos saltones, dentro de unas cuencas sombreadas, defendidas por un par de cejas abundantes y oscuras. Nariz pronunciada con sus ventanas que se dilataban cuando hablaba, sus labios gruesos, caído el de abajo. A pesar de esos rasgos duros, mostraba con frecuencia una franca sonrisa. La oficina era amplia, un ventilador de grandes aspas colgaba del techo, el escritorio era viejo, pero reluciente y cómodo, con su poltrona y dos sillas para los visitantes. Un banco largo de madera recostado a la pared. Sobre el escritorio, papeles y más papeles, y un pequeño busto del libertador. Una litografía rectangular de Miranda en La Carraca, colgaba en la pared sobre su cabeza.
Habían pasado dos horas, y Jacobo permanecía en aquel cuartito rectangular, donde había: un catre, una mesita, un lavamanos, una letrina y un bombillo de cien vatios, Un rayo de luz tenue, se filtraba por un agujero del techo de asbesto, haciendo que el haz luminoso se dibujara sobre la pared y Jacobo observaba el movimiento danzante y alegre de los miles de partículas que lo formaban. Hierático, sentado sobre el catre, lo sorprendió el baño de luz que lo cegó momentáneamente, cuando el policía abrió la puerta con violencia de par en par. –Oye pajarito, ven acá. Esa voz ya le era familiar. Jacobo se incorporó lentamente, recuperando su visión, se dirigió a la puerta y con una voz amable y firme dijo:
- ¡Buenos días, señor policía! ¿Cómo amaneció? Al mismo tiempo que le obsequiaba una amplia sonrisa, haciendo relucir de nuevo el blanco esmalte de sus dientes. El hombre que representaba la ley en ese momento, se sorprendió con aquellas palabras de cortesía, pero reaccionó de inmediato y se acomodó en su uniforme recién planchado y no le dio importancia al asunto. –¡Vamos a dar un paseíto! Le dijo el policía en un tono de sarcasmo, Jacobo no se había percatado de la magnitud de su problema hasta tanto el policía no le hiciera aquella invitación malintencionada. –¿Y cómo será ese bote, ¿cómo voy a regresar después? Se preguntaba preocupado. El policía lo sacó de sus meditaciones. –Primero hablarás con el jefe, ¿No era eso lo que querías? Estás complacido, será tu última voluntad antes de largarte del pueblo, mejor dicho, antes de que te echemos de él.
Fue conducido por un pasillo hasta llegar al despacho del jefe, quien estaba escudriñando unos papeles con mucha atención. Cuando se abrió la puerta, José Rosendo volteó y miró sobre la montura de sus lentes y enseguida el policía le dijo con aires de triunfo:
-Éste es el ciudadano mi jefe. José Rosendo no contestó nada, de él, solo salieron unas bocanadas de humo cuando chupo su pipa varias veces. Jacobo en un acto de educación se despojó de la cachucha y la maraña de cabellos rizados se liberó, desordenándose por completo, y convirtiendo su cabeza en un caos. José Rosendo no le dio importancia a la presencia de Jacobo, continuó examinando los documentos. Lo miró de nuevo con desdén, mordía la punta de un lápiz, haciéndolo girar suavemente, y no pudo evitar su disimulada sonrisa cuando vio al personaje de pies a cabeza. Era todo un poema. Aquello pantalones cortos, unos zapatos que parecían unas chancletas, sin medias, y la cabeza como un florero. Estaba frente a la típica facha de un loco cualquiera, y para colmo, la mochila que no dejaba por nada. El policía lo hizo sentar en el banco y se retiró. José Rosendo continuó con su trabajo, chupando su cachimba sin pronunciar palabra.
Jacobo estaba sereno, observando todo a su alrededor, pensando cómo iba a salir de aquella situación, se le ocurrió un plan de inmediato y murmuró:-Como se dice en el juego ajedrez: “la mejor defensa es el ataque” Allá voy… La calma y el silencio que se respiraba en el ambiente se rompió inesperadamente, cuando Jacobo pronuncio estas palabras precisas y contundentes:
- ¡Caramba, Miranda en La Carraca! José Rosendo, fue sorprendido por aquella expresión tan precisa, pronunciada por el supuesto loco. Jacobo se levantó de un solo envión desde el banco donde estaba sentado, y se dirigió hacia el escritorio de José Rosendo, paso a paso, con mucha calma, sin quitarle la mirada a la litografía y presionado su cachucha sobre su pecho. José Rosendo lo miraba con espasmo y no atinaba a decir nada. Inconscientemente puso los papeles que tenía en sus manos sobre la mesa, se quitó los lentes y siguió observando a Jacobo, que ya estaba muy cerca, delante de él.
- ¡Qué maestría! Fíjese en esa mirada inquisidora, la expresión grave y melancólica del precursor, reflejada en su cara. ¿Qué estaría pensando el Generalísimo, en esos momentos? ¡Cuánta traición! Y como el mismo decía: ¡Bochinche, bochinche, bochinche! Jacobo hizo una pausa y agregó con énfasis y contundencia - ¡Verdad que Michelena era un genio de la pintura!
José Rosendo se volteó instintivamente para ver el cuadro que había visto tantas veces, pero no con el interés de ese momento. Se enderezó de nuevo en su poltrona para atender a otra pregunta de Jacobo, quien no había tomado pausa y su rostro se veía encendido de emoción.
- ¿No ha visto El Desván de un anticuario? Jacobo no esperó respuesta y siguió con su acoso. –Mire, es un cuadro en el que Michelena pintó a su amigo Arístides Rojas.
- Ah… ¡Cuantos detalles! Y en un cuartito tan pequeño, aquellos colores cálidos que predominaban en el cuadro, y plasmó a su amigo observando a través de una lupa, creo que era una planta… La emoción crecía en las palabras y los gestos de Jacobo, y todo ese caudal emotivo fue transmitido a la mente de José Rosendo, quien estaba completamente anonadado, y Jacobo siguió con su explicación emotiva y bien documentada
- ¿Y La Vara Rota, señor jefe civil, que le parece La Vara Rota? Repreguntó Jacobo, como un inquisidor. José Rosendo ya no chupaba la cachimba, estaba con la boca abierta sin poder darle crédito a lo que estaba oyendo,y con la facilidad, cómo salían de la boca de aquel extraño, esaspalabras tan llenas de sabiduría, solo asentía con la cabeza y sonreía tímidamente ante la insistencia de Jacobo. Pero Jacobo sí estaba consciente de lo que decía y hacía en ese momento, y lo hacía deliberadamente, a sabiendas de haber desarmado al jefe civil, y esto eventualmente le allanaría el camino para su defensa. Disimuladamente observó el rostro perplejo de José Rosendo y prosiguió:
- Ese es un cuadro inmenso que no cabe en esta pared, con un motivo taurino, y señor jefe civil, Michelena se autorretrató en ese cuadro como uno más del público, allí demostró la clase de colorista y dibujante que era. Lo pintó en 1892.
El coloquio de arte puro fue interrumpido por otro policía, quien fue censurado de inmediato con una mueca de contrariedad por el jefe civil.
- Permiso mi jefe, pero allí afuera está un turista gringo con un mapa en la mano, preguntando no sé qué cosa… yo no le entiendo ni una papa. – Ajá, hágalo pasar. El hombre apareció en al marco de la puerta, vestido a la usanza del típico turista. – Please, por favor… er…er…yo quierra… er…José Rosendo lo miraba con sus ojos saltones, viendo la dificultad de aquel hombre para hacerse entender, yponiendo de manifiesto su cortesía, lo invitó a pasar. –Pase míster, pase, ¿qué se le ofrece? Y el hombre repitió las mismas palabras señalando el mapa. Las miradas de Jacobo y José Rosendo se cruzaron. Jacobo viendo que el jefe civil estaba todo confundido y sin poder ayudar al turista, tomó la iniciativa. – Señor jefe civil, ¿me permite ayudarlo?
- ¿Ayudarme, y cómo, no ve que este hombre no habla nada de español? –En eso es que quiero ayudarlo señor, dijo Jacobo, hablar con él.
- ¿Hablar con él, con el gringo?, ¿no se da cuenta que no habla ni papa en español? ¡No me diga que usted también habla inglés! ¡Esto es el colmo, no juegue! Refunfuño José Rosendo para sí mismo -Bueno hable con él, qué más da.
-May I help you Sr.? Preguntó Jacobo al forastero. El hombre se quedó sorprendido cuando vio aquel hombre con ese atuendo tan precario y cómico, que se dirigía a él en su propio idioma, y esto le dio confianza para hablar con Jacobo. –Yes, Sure, I want to know… Jacobo lo atendió amablemente y entablaron una conversación fluida y correcta en la lengua del forastero. José Rosendo y el policía no salían de su asombro, ante lo que estaban viendo y oyendo. Instantes después, Jacobo se dirigió a José Rosendo y le dijo:
-Este señor lo que está buscandoes el campamento turístico “Las Lagunitas” y al parecer, se salió del camino. –Ah, claro que sí, contesto el jefe civil, ya más repuesto. –Tomó la vía equivocada y vino a parar al pueblo, en vez de seguir derecho en El Cruce. En vista de las circunstancias inesperadas, que, en cierto modo, habían inclinado la balanza de la confianza a favor de Jacobo, José Rosendo le dio un tratamiento más amigable y le dijo:
-Dígale por favor, que siga a este señor en la patrulla, él lo llevará de nuevo hasta la carretera y siguiendo la dirección que él le va a indicar, el campamento lo encontrará a cuatro kilómetros de allí. Jacobo le tradujo al extranjero todas las indicaciones dadas por el jefe civil. El hombre se despidió efusivamente de Jacobo, todo sonriente, no sin antes quererlo recompensar en metálico, por la ayuda recibida, gesto, que rechazó Jacobo y le dijo en buen Ingles – Thank you, very much.
Los puntos a favor de Jacobo habían aumentado exponencialmente. José Rosendo volvió a ocupar su puesto y se hizo cargo de la situación y con voz aplomada se dirigió a Jacobo. –¡Vamos al grano caballero! ¿Qué hace usted por estos rumbos, y me puede decir, a qué viene ese disfraz? Jacobo comprobó que su plan le había dado resultado y que muy lejos de haberse jactado de sus conocimientos y apabullar al hombre que tenía en frente, los había usado para su defensa, buscando la atención de José Rosendo a quien sabía sin dudas, que se trataba de un hombre justo. – Es una historia larga de contar señor, y no le voy a quitar su tiempo con mis cuentos personales, a usted, que es un hombre tan ocupado, y que hasta los domingos se encarga de los problemas de la comunidad. José Rosendo se sintió alagado con aquellas palabras, que las sentía sinceras. – Pero es que usted no puede andar con esas fachas por el pueblo, replicó José Rosendo y continuó. – Además, me contaron que estaba en una propiedad privada. – Si es verdad señor, lo que pasa es que ese galpón está desocupado, y aproveché para darme un baño y cambiarme la ropa que cargaba que era un asco. José Rosendo lo miraba y no comprendía lo que Jacobo le estaba explicando.
– Mire señor, vamos a resumir, usted tiene muchas cosas importantes que solucionar hoy, solo le pido unas horas para cambiar totalmente mi aspecto y quizás, en otra oportunidad le pueda explicarmejor las cosas. José Rosendo intervino de nuevo, con un tono muy conciliador - ¡Oiga hombre, usted me desconcierta! Una persona tan preparada como usted, y andar en esas condiciones. ¿No le da vergüenza?
- ¿No le dije señor jefe civil, que era una historia larga de contar? Estoy seguro que después me entenderá. –Bueno si es así, váyase de una vez y cuento con su promesa. – Muchas gracias señor, y le prometo también, no alterar la capa de ozono. Jacobo se marchó y José Rosendo se quedó pensativo.
- ¿No alterar la capa de ozono? Pero bueno… también es chistoso el fulano…
Adormitado y con la cabeza dentro de sus patas delanteras, estaba Canelo en la acera de la jefatura.
- ¡Canelo! Gritó Jacobo. El animal se incorporó de inmediato, y como un torrente de alegría se abalanzó sobre su amo. Jacobo respondió a este instinto, lollenó de caricias y se dejó lamer sus manos por su lengua babosa. Larguémonos de aquí antes que se arrepienta el jefe civil. Debes estar muerto de hambre al igual que yo. Espero que esta vez nos atiendan mejor, donde vayamos a proveernos de algo de comida, y luego vamos a buscar a los muchachos.
Mediaba la tarde del día lunes y Jacobo se encontraba sentado en un cómodo sofá, extasiado y dirigiendo su mirada a cada objeto de buen gusto que había en aquella espaciosa sala de recibo, mientras Álvaro estaba en el despacho de su tío Armando, hablándole de la presencia de su amigo a quien quería presentarle. Era una casa que databa de al menos setenta años, pero con algunos cambios modernos. –Jacobo, dijo Álvaro, mi tío espera por nosotros. El cambio de atuendo, aunque modesto todavía, y la apariencia en general que lucía Jacobo era notoria, dejaba al descubierto el rostro de un hombre joven y de facciones bien dibujadas, pero evidenciando en las cuencas de sus ojos sombreadas, las huellas, producto de la desdicha y de los malos ratos que había pasado últimamente en su deambular por la vida. Un primo de Álvaro le había cortado el cabello y rasurado. Se compró una muda de ropa y aquellas chancletas las había cambiado por unos zapatos más presentables. Todo lo compro con el dinero que había conservado celosamente en su mochila por mucho tiempo y a propósito de esta, la había cambiado por un maletín.
Después de las presentaciones de rigor, los tres personajes disfrutaban de una helada limonada servida por la sobrina de Armando, el tío de Álvaro. El despacho era un salón amplio, de techo alto desde colgaba una lámpara grande, con ocho bombillos en forma de velas. Un escritorio de madera pulida con su poltrona, dos sillas más y un pequeño mueble de dos puestos, sobre una mesita una esfera terráquea, y sobre otra mesa en un rincón, unequipo de sonido desde donde salía una melodía instrumental con bajo volumen. Cubriendo una pared, una inmensa biblioteca llena de libros, colocados ordenadamente en sus anaqueles. Uncuadro del libertador colgaba sobre la pared al lado deun amarillento diploma que acreditaban a Armando como un contador público. –Don Armando, dijo Jacobo, aperturando la conversación. – Tiene usted un tesoro incalculable en esos armarios.
– Ese es el producto de muchos años de trabajo, respondió Armando y agregó:
- En esos armarios puede usted encontrar de todo un poco. Escritores antiguos, los clásicos, modernos y contemporáneos, Historia, Geografía, Astronomía, Medicina, Botánica, etc., etc. y hasta recetas de cocina. Esto lo relataba Armando emocionado y con mucho orgullo, - Por ejemplo, continuo Armando, en estos tomos podemos encontrar en forma condensada, la vida estrafalaria de mi querido amigo: Don Quijote y su escudero Sancho y en estos otros, señalando otro espacio: A Mio carísimo amigo Dante Aligheri, con su Divina Comedia.
Se hizo una pausa larga mientras terminaban de consumir el contenido de los vasos, tiempo que aprovechó Álvaro para recordarle a su tío el propósito de su vista. Y le dijo. –Tío Armando este es Jacobo, como ya le dije, de él es de quien le quería hablar, anda por el mundo con la brújula perdida y necesita de alguien como usted, con su experiencia en la vida, para que le de unos consejitos. Jacobo se sentía avergonzado, porque él no esperaba que Álvaro se refiriera a él de esa forma tan descarnada.
- ¡Aja! ¿Y qué es lo que le pasa al amigo? Preguntó Armando, y sin esperar respuesta prosiguió. –Oiga joven, no le haga caso a mi sobrino de todo lo que le diga de mí, porque el exagera con sus conceptos sobre mi persona. ¡pero el amigo no se ve tan mal, comotú me dijiste Alvarito! ¿O sí? Se preguntó Armando. Álvaro respondió:
- En este momento no, pero si lo hubieras visto ayer… parecía un verdadero guiñapo, y hasta en la jaula le dieron un paseíto. ¡A Cará! ¿Y Cómo fue eso? Preguntó Armando. A Jacobo se le subió el tono de su rubor y se retorcía en su asiento sin decir nada, pero unas palabras de aliento, pronunciadas por el mismo Álvaro, llegaron en su auxilio y se sintió más aliviado. Viendo la incomodidad de Jacobo, Álvaro intervino otra vez y le dijo:
-No te preocupes Jacobo, estamos en confianza, y me disculpas si te hago sentir mal, pero es necesario muchas veces oír la verdad, para arreglar las cosas pendientes, y en tu caso aún más, porque tú quieres cambiar, según lo que me dijiste.
- ¡Esa es una gran verdad amigo! Dijo Armando sonriendo y con aire hospitalario. – Usted está en su casa y puede contar conmigo, basta que sea amigo de Alvarito, así que no se preocupe, y diga todo lo que quiere decir, si eso lo hace sentir bien.
–Muchas gracias Don Armando, pero hay verdades que duelen, fueron las palabras atragantadas que salieron de Jacobo. –Y otras que ofenden, ripostó enseguida Armando, pero eso no tiene nada que ver con usted.
–Bueno tíoArmando, intervino una vez más Álvaro. –Paso lo siguiente, hace un par de días mis amigos y yo, vimos a este amigo merodeando por el terreno del señor Evaristo, con un aspecto de un mendigo o de un loco, con unos trapos que le colgaban por todas partes, acompañado de un perro y con una mochila a cuestas.
No hubo ninguna reacción de rechazo de nosotros hacia él, ni de él, hacia nosotros y eso facilito nuestro acercamiento y el intercambio de palabras. Me di cuenta que a medida que conversábamos, el hombre no me parecía ningún loco. Su coherencia y su forma de expresarse fueron detalles a favor de aquella apreciación mía, y se fueron nutriendo hasta que lo sorprendí leyendo un viejo libro de Víctor Hugo, me fui interesando por el enigma que lo rodeaba y quise averiguar más sobre él. Me contó por encimita que venía arrastrando un trauma horrible y que ese era el motivo, por el cual se había tirado al abandono. Jacobo seguía sumido en su mutismo, oyendo al muchacho de la forma como hablaba, que más bien parecía un adulto, pero un adulto bien preparado. ¿Entonces señor Jacobo… fue así, como me dijo que se llamaba verdad, por qué, no nos cuenta parte de esa historia, si es su deseo? Preguntó Armando interesado. –¡Ah caramba! Fue la respuesta de Jacobo para salir de su mutismo y continuó: -Ustedes son un par de personas muy especiales, y permítame felicitarlo Don Armando. ¿Felicitarme a mí, y se puede saber el motivo? Jacobo se recobró por completo y se sentía más relajado.
–El motivo Don Armando, es ese muchacho que tiene a su lado, usted tiene un ser muy especial e inteligente como sobrino, cada vez lo admiro más, su madurez, su conducta y esa forma tan clara de discernir las cosas, la verdad los felicito a los dos.
Don Armando se acomodó en la poltrona transpirando orgullo por todos los poros, estrecho cálidamente la mano de Álvaro y le guiñó un ojo, haciendo una mueca de aprobación a las palabras dichas por Jacobo. Pero dentro de esos instantes de arrobamiento, Armando tuvo la lucidez necesaria para observar el desenvolvimiento de Jacobo, y confirmar que su sobrino no estaba equivocado en cuanto a las cualidades que adornaban a su nuevo amigo, y sintió dentro de sí, una pizca de admiración por él.
- ¿Pero que les puedo contar a ustedes, mis penas, mis desdichas, voy a verter en sus mentes mis calamidades? No me parece justo. Armando se levantó de su cómodo asiento, hizo girar suavemente la esfera que representaba a nuestro planeta y señalando a Jacobo le dijo: ¡Oiga amigo Jacobo, ¿Usted no ha oído decir por ahí, que las penas se aminoran cuando se comparten? Y yo le agregaría algo más: que el efecto sería más efectivo, si hay personas que estén dispuestas a escucharlas de corazón. Jacobo aprobó aquellas sabias palabras con movimientos continuos de cabeza. Hubo en silencio y Jacobo aprovecho aquel momento para observar todo lo que estaba a su alrededor, y tomando una actitud confidencial, se decidió a contar su historia.
Hace tres años y medio, trabajaba yo en una empresa que se dedicaba a la venta, reparación y mantenimiento de equipos industriales. Yo había trabajado en varios talleres importantes en el campo de la mecánica automotriz, pero me llamaba más la atención los equipos industriales, los grandes motores, compresores, turbinas y todas esas cosas de la industria mecánica mayor. Esta empresa estaba ubicada en la zona industrial de Valencia, aprendí rápido el manejo de estas máquinas, y mientras trabajaba, hice algunos cursos en esas especialidades y me convertí rápidamente en un experto en la materia, como premio a mi desempeño y dedicación, me enviaron a estudiar un curso de diez meses a los Estados unidos.
- ¿Estados Unidos? Interrumpió Álvaro emocionado. –¡Una pelusa! ¿Quiere decir que tú, estudiaste en los Estados Unidos? Ahora menos comprendo, porque andabas hasta ayer como un loco por ahí. –Déjame continuar Álvaro, y quizás lo entiendas mejor, si es que esto se pueda entender. –La empresa solía mandar cada dos años a un empleado que reuniera los méritos necesarios para que terminara de especializarse en el Norte. En esa oportunidad, porantigüedad le tocaba ir a mi jefe inmediato, pero para sorpresa de todos, yo fui el seleccionado para el viaje y por supuesto eso no le cayó muy bien a mi jefe.
Una vez en Carolina del Norte, donde me toco ir, le puse mucho interés y esfuerzo al chance recibido. Eran seis horas diarias de teoría y práctica en la mecánica, y tres horas por la tarde, en un curso intensivo del idioma inglés. A los diez meses, terminé el curso con las mejores calificacionesy el idioma lo dominaba muy bien. Antes de regresar a Venezuela, me dieron una semana de vacaciones pagadas por ellos. Conocí algunas ciudades norteamericanasy, aproveché la oportunidad para visitar a mi única hermana quien vive en Boston, con su marido gringo y dos preciosas niñas. Ya de regreso en Venezuela, me reincorporé a mi trabajo, me asignaron un departamento con seis personas a mi cargo, y a los tres meses me mejoraron el sueldo, bien remunerado.
Mi antiguo jefe estaba celoso, y me hacia la guerra, producto de su reconcomio por el aplazamiento de su viaje, como que si yo tuviera la culpa de eso. Yo vivía en Maracay con mi madre y una tía y cerca de mi casa vivía mi novia a quien adoraba profundamente y, estábamos comprometidos para un pronto casamiento. Un día, la empresa tenía un compromiso ineludible, había que reparar un compresor gigante, para instalarlo al otro día en una industria láctea. Trabajamos todo el día, y para poder cumplir con la exigencia del cliente, teníamos que quedarnos trabajando toda la noche. Me asignaron dos ayudantes y me comprometí a terminarel trabajo hasta la hora que fuera. Así lo hicimos, terminamos la reparación en la madrugada. Tuve que entrar a la oficina para consultar algunos catálogos, para poder seleccionar los repuestos que íbamos a reemplazar. Recuerdo muy bien que ese era un día jueves y también recuerdo que atendí dos llamadas telefónicas que no fueron respondidas, después me di cuenta que esas llamadas fueron deliberadas, con la única intención de saber si yo estaba dentro de la oficina, como una evidencia de culpabilidad en el delito en el cual me involucrarían más adelante.
Al terminar, lleve en mi propio carro, a los dos ayudantes a sus respectivas viviendas, por lo avanzado de la hora. A la mañana siguiente, a las ocho en punto, ya estaba llegando a mi trabajo, para hacer los preparativos y mandar el motor a la pasteurizadora, yo mismo me encargué, junto con dos trabajadores más de llevarlo en el camión y así le explicaba al jefe de planta, los pormenores de la reparación. Era cerca de mediodía y ya estábamos de regreso. Fui solicitado por altavoz para que me presentara de inmediato en la oficina, pensé que era para que entregara el informe de la reparación, que en ese momento estaba terminando en mi escritorio. Me sorprendí cuando vi a dos individuos extraños a la empresa, en el interior de la oficina, tanto los rostros de los individuos, como el de mi jefe no parecían amigables. Mi jefe me pregunto de inmediato, que, si yo había entrado en la noche a la oficina, y yo le respondí de forma afirmativa,y además ledije que él sabía, queyo tenía que entrar allí para consultar los catálogos, allí estaba la llave del depósito donde almacenaban los repuestos.
Uno de los sujetos me preguntó que si era posible que a esa hora hubiese entrado alguien más a la oficina. Yo le respondí que no, que solo estábamos tres personas y que en ningún momento mis ayudantes dejaron sus puestos de trabajo, solo yo tenía acceso a la oficina, también me preguntaron que si a la hora de salir, llevábamos algo en las manos, le dije que sí, mis ayudantes con sus morrales donde llevabas sus bragas de trabajo y yo un maletín donde guardo algunos papeles personales.
- ¿Un maletín, pregunto uno de ellos, alguien chequea la salida? –No, respondió Álvaro, A esa hora no hay requisa y los vigilantes sabían que estábamos haciendo un trabajo extra, además, se supone que soy un empleado de confianza y mis subalternos están bajo mi responsabilidad.
A esas alturas de la conversación, era obvio sospechar que algo andaba mal, y fue cuando les pregunté: qué era lo que estaba pasando. Uno de ellos con ínfulas de jefe, me dijo:
- Bueno, si usted mismo dice, que es imposible que nadie más pudo entrar aquí anoche, quiere decir que usted es el único sospechoso…
- ¿Sospechoso de qué?, le interrumpí sorprendido. –Bueno, de la pérdida de una suma importante de dinero que estaba guardada en uno de esos escritorios y que iba a hacer depositado hoy en la mañana. Imagínense ustedes, como me caería aquello, sentí como si un rayo de hielo se hubiese incrustado en mi humanidad, estaba completamente turbado y paralizado, ¿Pero están seguros que fue anoche? Les pregunté con insistencia. El gerente se dirigió a mí, para corroborarme que ese dinero lo había puesto el mismo allí, en horas del mediodía. También me dijo que lamentaba la situación, y queél no podía creer que yo estuviera involucrado en la desaparición del dinero, pero que él tenía que dejar eso en manos de la policía que ya comenzaron con su averiguación y esperaba que todo saliera bien. Los policías me llevaron a la estación policial para rendir una declaración formal.La conversación novelesca fue interrumpida por la segunda entrada de la sobrina de Armando, quien esta vez se apareció con una bandeja que contenía dos tazas de un cremoso café con leche y una gaseosa para el muchacho. Después del tiempo que tardaron en consumir lo servido, Jacobo continuó hilvanando detalladamente aquellos acontecimientos desafortunados a su amigo Álvaro y a su tío, quienes estaban estáticos atendiendo a cada palabra articulada por Jacobo.
Les contó que después de todas las declaraciones pertinentes del caso y en vista de que todas las evidencias apuntaban en su contra, fue recluido en un retén. Allí pasó cinco meses, mientras que un abogado contratado por su madre agotó todos los recursos para ponerlo en libertad, cosa que no logró.
Una de las cosas que más me dolió señor Armando, fue la actitud de mis jefes para defenderme y ni siquiera me dieron el beneficio de la duda. Armando no comentó nada, y Jacobo continuo. Mi madre hizo lo que pudo en Maracay y junto con mi novia me visitaban periódicamente, pero aquella frecuencia se acabó una vez que fui trasladado a San Juan de Los Morros. Fueron veinte meses sombríos en aquel ambiente denigrante, rodeado de personas de todo tipo de calaña, en esta nueva prisión me visitó mi madre en dos oportunidades, yo mismo le dije que no volviera porque estaba muy enferma y esos viajes la pondrían peor. Yo la quería sana y salva cuando saliera de aquel infierno.
Mi novia cancelo sus visitas, solo una vez me visitó en mi nueva prisión. Un mes antes de salir de aquel calvario, recibí la visita de mi primo Alberto. Quien venía con la misión de darme dos noticias desagradables, que fueron las que, aunadas a mi injusto encierro, acabaron prácticamente con mi existencia. Jacobo se levantó de su siento y caminó pausadamente hasta el ventanal que daba a la calle, y hasta allí fue acompañado por las miradas expectantes de Álvaro y su tío. Miraba a través de los barrotes de madera, descubriendo un cielo límpido pintado con un azul cerúleo claro. Llenó de aire puro sus pulmones, después de inhalar profundamente y, el aire expelido salió convertido en suspiros profundos y ahogados difíciles de disimular. La angustiosa expectativa eternizó el instante de silencio de Jacobo, quien continuaba de pie. Hace cinco días, continuo mi primo, sepultamos a tía Chinca, mi madre se llamaba Chiquinquirá, pero todos la llamaban así, aclaró Jacobo. La noticia fue desgarradora para mí, y me sentí impotente, por el hecho de no haberla visto en sus últimos días. Yo estoy seguro que una de las causas que aceleró su partida fue mi situación carcelaria, situación que yo no propicie.
Mi primo continuó con su embarazosa información, contándome los pormenores de los últimos sucesos acontecidos en mi casa. Aproveché el momento para preguntarle por mi novia, y enterarme de la causa de su falta de comunicación conmigo. Tragó grueso ante el acoso de mis preguntas y, para salir de ese momento tan incómodo, me dijo tajante y sin rodeos –Jacobo, no sé si lo que tengo que decirte es peor que lo anterior, pero ella está en trámites inmediatos de matrimonio con otro hombre de su vecindario. Jacobo se dirigió de nuevo a su asiento y se sentó flácidamente, dejando caer su cabeza hasta que la barbilla toco su pecho. Se recuperó lentamente y se quedó con la mirada fija hacia el ventanal. Armando y Álvaro se acomodaron en sus respectivos asientos, esperando que Jacobo retomara la palabra. Luego prosiguiendo su explicación, declaró. Perder a una madre es un dolor irreparable, y lo asimilé, mi madre era una anciana y últimamente estaba muy enferma, ahora ella está descansando, pero lo que no pude asimilar ni aceptar fue la traición de mi novia, esa información la recibí como un golpe en la boca del estómago. Eso confirmaba que ella no había creído en mi inocencia y menos que me quería como me lo había dicho tantas veces, la prueba es que me cambio por otro y enseguida se casó. Aquella desgracia era para mí, era una mezcla de dolor y rabia porque me sentía traicionado.
Le rogué a mi primo que se encargara de mover mi caso de nuevo, que se buscara un buen abogado. El hizo las diligencias preliminares, pero no hubo necesidad de ahondar en el asunto, puesto que, en pocos días, para mi sorpresa, llegó la boleta de excarcelación.
- ¡Caramba! Pero si era culpable, según la policía, le dieron la libertad muy pronto, intervino Armando. –He ahí el meollo Don Armando, dijo Jacobo con bríos, levantándose de nuevo del asiento.
–Según las informaciones que me trajo mi primo, que luego corroboré, y que la misma policía me contó con detalles, resulta que el robo lo cometieron dos personas, y una de ellas, ¿adivinen quién era?, mi antiguo jefe, a quien yo reemplacé en su viaje al norte y, la otra persona era un ayudante suyo. Estoy seguro que además de aprovecharse del dinero como en efecto lo hizo, lo movió más el reconcomio gratuito quetenía conmigo y esa fue la causa por la cual me perjudicó. Lo cierto del caso es que su ayudante no quedó conforme con el dinero que le dio producto de la fechoría cometida, y lo delató. Eso lo declaró el mismo a la policía, sin importarle las consecuencias, ya que con esa acusación estaba en juego su propio pellejo, Eventualmente fueron apresados convictos y confesos.
- ¡Aja! ¿Y qué paso contigo, y el tiempo que estuviste detenido? Interrumpió Álvaro. –Bueno a eso voy dijo Jacobo, ¿Quién puede resarcir ese tiempo, que fueron siglos para mí? perdido en esas pocilgas carcelarias, Ah? La policía se lavó las manos en todo esto y me hicieron el favor entre comillas de limpiar mi expediente. ¿Qué les parece, no creen ustedes que fueron muy generosos conmigo? Comentó Jacobo de forma irónica. El rostro de Jacobo estaba enrojecido por el calor y el énfasis que les imprimía a sus palabras enardecidas. Se dio cuenta de la exaltación de su ánimo. Se aquieto un momento y recobró el dominio sobre sí mismo y se excusó de inmediato. –No se preocupe Jacobo, yo lo comprendo, convino Armando y acto seguido le lanzó una pregunta.
- ¿Y la empresa, como quedó usted con ellos, o, mejor dicho, como quedaron ellos con usted? –Ah bueno, después me mandaron una extensa carta firmada por los gerentes principales y hasta por el presidente de la compañía, solidarizándose conmigo y excusándose porque ellos no pudieron hacer nada, que los comprendiera, porque el casohabía quedado en mano de la policía. Que las puertas estaban abiertas para cuando yo quisiera regresar. Anexo a la carta, me enviaron un cheque con toda mi liquidación y hasta unos bonos especiales que yo nunca entendí porque motivo me los dieron. Deduzco que fue un cargo de conciencia para aliviar sus almas atormentadas. Acepté el cheque porque eran derechos adquiridos, pero las excusas no las acepté y no quise saber más nada de ellos.
-Una vez que estuvo libre, ¿qué hizo usted Jacobo? Preguntó Armando. –Me fui a mi casa, que estaba sola, ya que mi tía se había ido a vivir con su hija. Traté de hablar varias veces con mi exnovia y ella se rehusaba. Vendí la casa y me marché a Valencia a un apartamento que me había dejado mi padre. Allá me quedé poco tiempo, el despecho me estaba matando, la falta de mi madre y los recuerdos que no podía borrar de mi mente, deltiempo que había purgado injustamente. Esa trilogía me empujó al alcohol y todos los días salía con mis amigotes y me embriagaba, ya no me importaba amanecer en cualquier parte y fue así como comencé a deambular de calle en calle y de pueblo en pueblo. Menos mal que dejé el aguardiente, porque no me habitué a él, sino, imagínense ustedes… en estos momentos sería un alcohólico irrecuperable.
- ¿Y tú carro?, tú me dijiste que tenías un carro, intervino Álvaro, si el carro está en Valencia, en el estacionamiento del edificio donde yo vivía, mi dinero de la liquidación, la venta de la casa y algunos ahorros que tenía están en dos bancos. Yo me fui a la calle a pie, consciente de todas las desventajas y penurias que iba a pasar. Metí en un saco un poco de ropa y dinero, que casi no utilicé, porque en la calle no faltó alguien que me diera comida. Después me acostumbré a ese tipo de vida, hasta que un día llegué a este pueblo, pueblo bendito para mí, porque La Candelaria hizo el milagro en mí, junto con esos niños que La providencia cruzo en mi camino, especialmente su sobrino, que ha sido un baluarte muy importante en mi conversión. Suspiró profundamente y dijo con decisión y solemnidad:
- Caballeros, éste es un resumen retrospectivo, de la desgracia en la cual he vivido en los últimos meses de mi vida. Concluyó Jacobo.
El silencio reinó de nuevo en la amplia estancia, y sirvió para que los interlocutores se acomodaran de nuevo en sus asientos.
–Bueno… dijo Armando, poniéndose de pie; se metió las manos en los bolsillos y movió el cuerpo hacia atrás para estirarse un poco y comenzó su intervención. –Su historia es muy triste y conmovedora Jacobo, pero no quisiera sentir lástima por usted, y puedo comprender los hechos que lo motivaron para que se haya tirado a la calle como lo hizo.También me doy cuenta que le faltó a alguien en ese momento en quien apoyarse, para así compartir las penas en esos momentos aciagos, alguien que le fortaleciera la moral y le ayudara a sobrellevar esa situación traumática, ¿Qué le puedo aconsejar yo, Jacobo? Si usted ya dio el gran paso, y ya está consciente de su cambio, de esa decisión Sine Qua Non. Siga adelante, que lo espera un mundo grande por redescubrir. En este mundo nadie está exento de las calamidades de una forma u otra. No puede remediar la muerte de su madre, es verdad, pero esa es la ley de la vida. Ese tiempo que perdió en esas pocilgas carcelarias, como usted mismo las llama, ya no lo puede recuperar, recuerde que antes de ese nefasto episodio, usted había vivido muchos años que aprovechó en muchas cosas, y que, desde hoy en adelante, son muchos los que le quedan por vivir y desfrutar. Y en cuanto a su amor frustrado, creo que ya ha pasado mucho tiempo para sanar esas heridas, y si su prometida tomó esa decisión, eso quiere decir entonces, digo yo… que era porque no lo quería y no se puede estar luchando en la vida, por un amor no correspondido. Tome las riendas de su vida sentimental y reemplace a ese amor viejo y marchito, por un amor nuevo y vigoroso. Usted es un hombre joven, preparado, con muchos atributos y no le será difícil conseguir lo que se propone en la vida. Aquellas palabras hicieron vibrar de emoción a Jacobo, eso era lo que el necesitaba, una palabra amiga, orientadora que lo estimulara.
–Gracias señor Armando, muchas gracias, usted no sabe el bien que me ha hecho venir a su casa. Se paró, y emocionado le estrechó las manoscon mucha calidez y gratitud.
Álvaro también se sentía complacido y emocionado por todo lo que había escuchado y eufórico dijo:
-Yo te lo dije Jacobo, que mi tío era especial, tiene ese don para escuchar y la palabra precisa para encauzar cualquier situación.
- ¡Este muchacho! Interrumpió Armando, siempre con sus cosas, dijo Armando y agregó:
-Olvidemos todo ese pasado funesto, y hablemos más bien del presente y del futuro inmediato. ¿Qué piensa hacer entonces Jacobo? – Bueno, de momento… Jacobo se veía más sereno. – Se me ocurren muchas cosas, por ejemplo, ir a mi casa, visitar la tumba de mi madre, poner todo en orden, comunicarme con algunos parientes, que a estas alturas me creerán muerto, y luego no sé, regresar a la Candelaria, me gustaría vivir una temporada por estos lados como agradecimiento por todo lo bueno que me ha sucedido aquí. ¿Qué les pudo decir? También podría irme a una ciudad grande, donde pueda poner en práctica mis conocimientos, irme a los Estados Unidos o simplemente quedarme en La Candelaria para siempre ya veremos. Las ganas de vivir que siento en estos momentos me da para todo. Los tres personajes siguieron departiendo en la acogedora biblioteca, Jacobo aprovechó para ojear algunos libros y fueron sorprendidos con la entrada de la sobrina de Armando por tercera vez, quien amablemente les invitó a pasar al comedor donde les esperaba una deliciosa cena, no sin antes brindarle a Jacobo una amplia sonrisa acompañada de una mirada coqueta.
Álvaro y Jacobo, ya estaban de nuevo cerca del galpón. – Álvaro, ¿te gusta el béisbol? –Claro que sí Jacobo, es el deporte que me apasiona, fue la respuesta entusiasta del muchacho. –Bueno tengo un regalo para ti.
- ¿Un regalo? preguntó Álvaro sorprendido
- ¿y de que se trata?
- ¡Aja es una sorpresa! Le contestó Jacobo sonriendo.
–Está en mi maletín. Jacobo sacó de un envoltorio, una pelota de béisbol y se la entregó a Álvaro con sumo cuidado y le dijo: -Esta pelota ha sido una reliquia para mí, ya pesar de ese tiempo tan accidentado que viví, tuve el cuidado necesario para conservarla, ni en la cárcel pudieron quitármela. Está firmada por ese otrora jugador venezolano llamado David Concepción, y esta pelota es el producto de uno de sus primeros jonrones que sacó en el estadio de Maracay. En esa oportunidad, fui con mi padre al estadio y se la compramos a un muchacho que la capturó en las gradas y Concepción me la firmó después del juego.
–Toma es para ti, te la doy en honor a nuestra amistad. Álvaro se quedó perplejo con lo que tenía en sus manos.
–Pero… Jacobo, no te puedes desprender de ella, me imagino que significa mucho para ti.
- ¡Cierto! Y es por eso que te la obsequio, y no hay más nada que decir. Jacobo sacó del maletín una libreta de ahorros de una entidad bancaria conocida, esto es lo primero que tengo que hacer al llegar a Valencia, que me la actualicen, espero haber ganado unos buenos intereses en todo este tiempo.
–Álvaro, dijoJacobo, poniéndole a la mano sobre el hombro, mañana me voy bien temprano, no sécuánto tiempo estaré por allá, el tiempo que sea necesario para arreglar mis asuntos. Te prometo que en cuanto esté todo solucionado regresaré. Una vez más te encomiendo a Canelo, yo sé que lo vas a cuidar muy bien. Álvaro, estoy por preguntarte algo desde hace rato.
- ¿Qué será Jacobo? Preguntó Álvaro – Esa primita tuya… ¿Cómo fue que dijo que se llamaba? –¡María Alejandra! Fue la respuesta pronta del muchacho.
- ¡Aja! ¿Y porque lo preguntas? –Nooó, por nada… ¿Verdad que es linda? –Ay Jacobo, me parece que tu regreso a la Candelaria va a hacer más pronto de lo que tú crees.
Era un espléndido día domingo, poco después de las tres de la tarde, las montañas perennes centinelas de La Candelaria, lucían en su máximo esplendor y el valle se extendía cuan largo era, con toda su magnificencia y verdor. Sus plazas adornadas con frondosos árboles, en fin, era una de esas apacibles y hermosas tardes del pueblo. Álvaro se encontraba con sus amigos y Canelo como era la costumbre en el terreno de Evaristo. Veintidós días habían transcurrido desde la partida de Jacobo y, precisamente los muchachos estaban comentando sobre ese particular, pensando que quizás Jacobo ya no regresaría jamás a La Candelaria. Un malibú color rojo tinto, hacia su presencia frente al terreno. Un cornetazo melodioso, hizo que los muchachos dirigieran sus miradas inmediatas hacia la calle y se percataran del vehículo que acababa de aparcar, pero no podían distinguir al conductor del mismo, que desde adentro les hacía señales.
- ¿Será con nosotros? Preguntó Chucho. Otra vez la corneta se hizo sentir, pero en esta oportunidad, acompañada de un llamado a todo pulmón.
–¡Álvaro, soy yo!
-Es contigo las cosas dijeron al unísono los muchachos. ¿Pero quién será? Vamos allá, dijo Álvaro adelantándose al grupo cautelosamente seguido por los demás. Se aproximó a la puerta del vehículo y quedó sorprendido cuando desde adentro del auto le dijeron - ¡Álvaro, soy yo! Le dijo Jacobo. Álvaro se volteó a ver a los muchachos que venían caminando lentamente detrás de él y les gritó. –¡Muchachos es Jacobo! Los cuatro muchachos estaban mirando al interior del vehículo sorprendido e incrédulo. Jacobo les mostró una reluciente libreta bancaria y les dijo:
- ¡Muchachos, me quedo en La Candelaria!
Los muchachos se abrazaron, brincaron de alegría. Canelo ladraba y el estruendo fue mayúsculo.
Miguel Ángel Abreu (Apolo)
Julio del 1998
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