Un análisis de los errores que han hecho que el legado
de la Transición haya sido dilapidado hasta conducir a España
al laberinto actual... y un catálogo de soluciones posibles.
¿Qué fue de aquellos años de optimismo y energía en los que España estaba presente en los periódicos de todo el mundo para bien, cuando habíamos culminado la salida de una larga dictadura y recuperado la democracia, tras alumbrar un modelo que serviría de inspiración a otros países en similar coyuntura?
¿Qué fue de aquel tiempo en que recobró su papel en el concierto de las naciones, cuando ingresamos en la OTAN, en la Unión Europea, cuando su voz se volvió a escuchar en las cancillerías y los países hermanos de Hispanoamérica volvieron a fijarse en nosotros como ejemplo y fuente de inspiración?
¿Y qué fue de los tiempos en que nuestra economía experimentó un salto de gigante, cuando ingresamos en el euro como socios fundadores?
Estas y otras preguntas similares sustentan este libro, en el que José Manuel García-Margallo y Fernando Eguidazu desgranan las causas de esa sorprendente transformación de un país orgulloso de sí mismo en una nación que parece no encontrar la salida del laberinto en que se encuentra.
Pero el minucioso análisis de los autores no se queda en el lamento fútil por la leche derramada... Estamos también ante una propuesta de soluciones viables y razonables para el futuro inmediato, pues nada alumbra más el camino a seguir que la constatación de los errores cometidos. Así, "España en su laberinto" se erige en una obra imprescindible para comprender de manera cabal no solo el pasado reciente, sino también —y es aún más importante— lo que está por venir.
Prólogo
El libro que el lector tiene en sus manos pretende ser un libro novedoso, pero su gestación es muy antigua. Corría el año 1964 cuando un grupo de estudiantes de la Universidad Comercial de Deusto empezamos a reunirnos para hablar de España. En esos años las universidades de todo el país empezaban a hervir. La dictadura había clausurado sus años de plomo y se había asomado tímidamente a lo que entonces era la Comunidad Económica Europea. Los embajadores habían vuelto. Se había firmado el Concordato con la Santa Sede y el Convenio Defensivo con Estados Unidos de 1953. Se había aprobado el Plan de Estabilización de 1959 que enterraba la autarquía e ini ciaba un tímido proceso de liberalización económica. Pero las puertas de la Alianza Atlántica y de la CEE seguían cerradas. España no cumplía los mínimos requisitos democráticos exigibles para entrar en el club de las democracias libres. Nuestra obra más acabada fue una revista titulada «Realidad 64» en la que plasmábamos nuestras inquietudes y nuestras esperanzas.
En aquel grupo figuraban los dos autores de este ensayo, y también algunos otros compañeros como Miguel Álvarez Ángel, agente de cambio de bolsa, lector impenitente, gran conocedor de la realidad catalana y testigo de excepción del milagro económico español, y Gonzalo Terreros Ceballos, con una larga experiencia en el sector financiero y autor de numerosas publicaciones, que han aportado ideas y sugerencias que nos han resultado extraordinariamente útiles.
Años después empezamos a compartir nuestras inquietudes con dos personas que nos han ayudado enormemente, Joaquín Rovira Perea, notario de Barcelona y Madrid, dotado de una extraordinaria curiosidad intelectual y de un envidiable conocimiento de la realidad cotidiana de los españoles; e Isabel Barreiro Fernández, fiscalista, escritora e intelectual con los pies en el suelo y la mirada en el horizonte, con larga experiencia profesional en el ámbito público y privado, que comparten con nosotros dos la pasión por España y la convicción de que nuestro país necesita actualizar políticas y cambiar su modelo económico para sobrevivir en un mundo nuevo. Para asentarse en una escena internacional cada vez más dominada por dos grandes potencias, EE. UU. y China, que van a intentar controlar el comercio internacional junto a los recursos energéticos y las nuevas tecnologías. No hace falta aclarar que no todos comparten todas las tesis que aquí se exponen, pero sí coinciden en su apego a la Constitución Española y a los valores y principios que definen las democracias liberales, por oposición a las democracias iliberales que cada día avanzan más en el mundo y dentro de nuestro país.
La idea de publicar este ensayo nació hace más de un año cuando se conmemoraron los cien años del desastre de Annual, un hito fundamental en la historia de España, el asesinato de Eduardo Dato, el último de los líderes reformistas que hubiesen podido enderezar el rumbo de España, y la publicación de España Invertebrada, la obra capital de José Ortega y Gasset. Con todas las diferencias que el tiempo y las circunstancias imponen, nos pareció que España estaba en un momento de debilidad y decadencia que exigía una profunda reflexión y una política auténticamente reformista. Nos comprometimos a reflexionar sobre nuestro futuro colectivo y a plasmar en un ensayo estas reflexiones. Sobre todo para que aquellos tristes acontecimientos no se repitan y que prevalezca el espíritu que hizo posible la transición política, un éxito histórico sin precedentes que hoy algunos pretenden ignorar o, lo que es peor, destruir.
Los dos autores no somos novatos en esto de la escritura. Ambos hemos colaborado en varios libros (Todos los cielos conducen a España, Planeta, 2015; Por una convivencia democrática, Deusto, 2017; Europa y el porvenir, Editorial Península, en la Colección Atalaya, 2016 y Memorias heterodoxas de un político de extremo centro, Ediciones Península, 2020). Muchas de las ideas ahí recogidas están presentes en las que se incluyen en el presente ensayo, matizadas por el correr del tiempo. Es este un ensayo que pretende ayudar a los que les preocupa y apasiona España a entender lo que nos pasa y ponerse manos a la obra para desarrollar nuestras potencialidades, que son muchas, y corregir nuestras de ficiencias, que también lo son. Superar, en definitiva, los síntomas de debilidad y decadencia que hoy caracterizan nuestro presente, para continuar una historia que, como la de cualquier otro país, ha tenido sombras, pero que también ha tenido luces y muchas.
Nuestro agradecimiento a las personas que han dedicado muchas horas a buscar documentación y a podar un texto que llegó a tener el triple de páginas que el ensayo que hoy el lector tiene en sus manos. Son muchas las observaciones que han aportado a lo largo de los casi dos años que la redacción de este libro nos ha llevado. Todas ellas lo han hecho con inteligencia, generosidad, visión de futuro y, lo que es más importante, pasión por España. A todas ellas, de corazón, muy merecidas gracias.
INTRODUCCION
ESPANA EN LA ENCRUCIJADA
«¿En qué momento se había jodido el Perú?», se preguntaba Zavalita en la novela de Vargas Llosa. Era una pregunta más bien retórica, por cuanto el propio personaje Santiago Zavala nos ofrecía, páginas mediante, su propia respuesta. Nosotros, lanzando una mirada nostálgica a los años de la transición, tal vez nos podríamos hacer similar pregunta.
¿Qué fue de aquellos años de optimismo y energía, cuando España estaba presente en los periódicos del mundo para bien, cuando habíamos culminado la salida de una larga dictadura y habíamos recuperado la democracia, cuando España había alumbrado un modelo que servía y serviría de inspiración a otros países en similar coyuntura, cuando habíamos logrado suturar las heridas y en terrar los rencores de la guerra civil, cuando el propio régimen franquista se había hecho el harakiri y los vencidos de la guerra civil habían renunciado generosamente a revanchas y ajustes de cuentas, cuando habíamos hecho del diálogo y la reconciliación los instrumentos únicos de la convivencia, cuando al rival político ya no se le consideraba un enemigo que destruir?
¿Qué fue de aquel tiempo en que España recuperó su papel en el concierto de las naciones, cuando ingresamos en la OTAN, cuando ingresamos en la Unión Europea, cuando la voz de España se volvió a escuchar en las cancillerías, cuando los países hermanos de Hispanoamérica volvieron a fijarse en nosotros como ejemplo y fuente de inspiración? ¿Y qué fue de los tiempos en que nuestra economía experimentó un salto de gigante, cuando ingresamos en el euro como socios fundadores (la primera vez que España no perdía el tren desde hacía muchos años), cuando nuestra renta per cápita llegó por fin a alcanzar la media de la UE, cuando se llegó a hablar del «milagro español» ...?
¿Cuándo, entonces, se jodió España? Y, sobre todo, ¿cómo y por qué nos metimos en un laberinto?
¿Por qué, de pronto, se han vuelto a resucitar los fantasmas de la guerra civil, por qué se vuelve a polarizar la sociedad, por qué se vuelve a esgrimir como inminente la amenaza inexistente del fascismo y se vuelven a agitar como espantajo los restos del viejo dictador, de cuya existencia las nuevas generaciones ya ni sabían casi? ¿Por qué un sistema político que nos ha dado cuarenta años de concordia y prosperidad se pone de repente en entredicho, y se presenta arteramente como un cierre en falso de la dictadura, como una democracia imperfecta, como un ardid lampedusiano del franquismo y de los poderes de siempre? ¿Por qué se pretende laminar las instituciones del Estado («Montesquieu ha muerto»), por qué una parte de España vuelve a su ensoñación rupturista y pretende recrear una nación independiente que nunca existió?
Para quien haya vuelto la mirada a los años luminosos que van de 1978 a casi nuestros días, la sensación de desconcierto y congoja es insuperable. No diremos que aquellos años estuvieran exentos de problemas. Hubo períodos de crisis económica, hubo casos de corrupción, soportamos una ofensiva terrorista infame que dejó un largo reguero de muertos y heridos y tantas familias des trozadas. Incluso vivimos un golpe de Estado, fracasado, afortunadamente. Pero el país creía en sí mismo. Los españoles volvían a tener confianza en su futuro y volvían a sentirse orgullosos de su país. Ya no era cierto que «es español el que no puede ser otra cosa», ocurrencia que se atribuye a Antonio Cánovas del Castillo cuando se debatía el concepto de nacionalidad en una nueva constitución.
¿Cuándo empezó a agrietarse todo esto?
Rebuscando fechas, intentando ser el Zavalita de la España de hoy, una primera que nos viene a la cabeza es la del 15 de septiembre de 2008, fecha de la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers, que se toma habitualmente como referencia de la crisis económica y financiera que, con origen en los Estados Unidos, se extendió rápidamente a Europa y al resto del mundo.
A España llegó algo más tarde y, como hemos dicho en otro lugar1, provocó más daños que en la mayoría de los países de nuestro entorno, y la salida de la crisis fue también más dolorosa. Arrasó la economía y provocó la quiebra de miles de empresas, la ruina de muchas familias, la pérdida de millones de puestos de trabajo y el aumento de las desigualdades. Arruinó también nuestra reputación internacional. De ser el «milagro español» pasamos a ser uno de los PIGS, el acrónimo en inglés que los anglosajones, tan graciosos ellos, aplicaron a los países del sur, Portugal, Italia, Grecia y España, los grandes perdedores de la crisis. Era su revancha, la prueba de que aquel país tradicionalmente atrasado no podía tener de pronto tal pujanza, que no era normal que las empresas españolas compraran bancos, empresas eléctricas y aeropuer tos británicos, que había algo que no encajaba, y que, por fin, las cosas volvían a su cauce y cada uno a su sitio.
Aquel año 2008 podría ser, perfectamente, el año en que se jodió España, el año en el que apunta un movimiento ciudadano, el de los «indignados», que explosionaría en la madrileña Puerta del Sol tres años después, en vísperas de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo de 2011. Fue el germen de un movimiento populista de extrema izquierda que puso en cuestión todo nuestro sistema institucional y declaró su intención de destruirlo (arrastrando con él al PSOE en su deriva). Y, por añadidura, la crisis económica sería una de las principales razones por las que los líderes catalanes, para eludir ante sus ciudadanos su responsabilidad por los recortes de gasto público, se lanzaron por el camino del independentismo, culpando a España de todos sus males («Espanya ens roba»).
Esta sería la explicación sencilla, pero no necesariamente la más completa. Ya antes de la crisis económica de 2008, se habían empezado a resquebrajar los cimientos de lo que algunos llaman des pectivamente el «régimen del 78». Y en ese proceso de carcoma aparecen otras fechas significativas: la del aciago 11 de marzo de 2004, en que un atentado terrorista cambió el rumbo político de España al dar una sorpresiva victoria al Partido Socialista de José Luis Rodríguez Zapatero; y, antes, la del 12 de marzo de 2000, en que el Partido Popular de Aznar, entonces en el Gobierno, volvió a ganar las elecciones, y, esta vez, por mayoría absoluta, sumiendo al PSOE en una sensación de impotencia y desesperación de la que debió nacer, en algunos de sus dirigentes, un propósito de «nunca más».
En aquellos años se fraguaron los polvos de los que luego vendrían los lodos presentes: el pacto del Tinell, encaminado a excluir de la negociación política a un partido al que no se consideraba legitimado para gobernar; los «cordones sanitarios» tras los que se pretendía en cerrar a ese mismo partido, como si de un apestado se tratase (para aislar la en fermedad es para lo que se usan los cor dones sanitarios); la exacerbación del nacionalismo catalán («Pasqual, aprobaré cualquier Estatut que nos llegue desde Cataluña») ...
Muchos pensarán que nuestros problemas actuales tienen raíces complejas y que de su parte de culpa no se libra nadie. Y tienen razón. Vista en perspectiva, la propia Constitución tuvo sus errores: dio sustento a un sistema autonómico que, junto a sus beneficios (y su amplia aceptación popular, todo hay que decirlo), tuvo el tremendo inconveniente de dar pie a particularismos con frecuencia artificiales y propiciar su uso desleal por los nacionalismos periféricos. Todo ello agravado por una ley electoral que permitió, a esos mismos par tidos nacionalistas, convertirse en elementos decisivos a la hora de forjar mayorías parla mentarias y permitir la formación de Gobiernos. Pues bien, en ese mercadeo, tanto el PP como el PSOE entraron al trapo, cediendo a sus reiterados chantajes, descarnando poco a poco al Estado de sus competencias para conseguir su apoyo parlamentario, sin reparar en que con ello facilitaban el proyecto separatista de ir creando, poco a poco, estructuras de Estado.
Pero volvamos al inicio para trazar una rápida panorámica de la situación a la que, a día de hoy, nos enfrentamos. Por primera vez, y caso insólito en Europa, hallaremos como parte del Gobierno un partido cuyo objetivo es la demolición del vigente orden constitucional y su de inspiración chavista, una «democracia popular» de las que tantos ejemplos desafortunados hemos conocido, con todo lo que ello significa de falta de libertades y ruina económica. Asimismo, apoyando parlamentariamente a ese Gobierno, nos encontramos a partidos cuyo propósito es la secesión de partes del territorio nacional, y, por tanto, la desmembración de España (algunos, además, arrastrando una indisimulada y provocadora herencia del terrorismo). También por primera vez, y, de nuevo, de manera insólita en Europa, desde el propio Gobierno se critica a la monarquía, se desacredita a los jueces y se descalifica a los medios de comunicación críticos. Y, por último, el propio Gobierno de la nación adopta una actitud tolerante ante el independentismo, claudicante más bien, cuando no de complicidad, y deja sin respuesta sus continuos incumplimientos de la legalidad vigente.
Muchos españoles nos preguntamos cómo hemos podido llegar a esta situación, qué hemos hecho mal, qué y quié nes son los responsables. Nos enfrentamos a un problema de supervivencia. Máxime, en el cambio de era que está viviendo el mundo, con la confluencia de las crisis provocadas por la pandemia de la COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania. No es exageración. Lo que se está cuestionando es la continuidad del orden constitucional de la transición, de nuestro modelo de convivencia y de la propia integridad de la nación. Frases gruesas y altisonantes que, sin embargo, reflejan con exactitud la situación en que nos encontramos.
La parte positiva es que la batalla no está perdida. La resiliencia de la nación española es considerable. Las encuestas indican que quienes abogan por la demolición del orden constitucional y la frag mentación territorial no son en realidad sino una minoría. Hiperactiva, belicosa y tenaz, pero una minoría. Que una sólida mayoría de los ciudadanos es políticamente moderada pese a las continuas llamadas a la polarización, y que las instituciones, aunque acosadas, funcionan. Podríamos concluir entonces que nuestro orden constitucional y nuestra integridad territorial no están abocados irremisiblemente a su voladura.
Sin embargo, tengamos claro que ni la libertad ni la democracia pueden darse nunca por garantizadas. Quienes deseamos la supervivencia de la Constitución de 1978, que ha dado a España uno de los períodos de democracia, libertad y prosperidad más largos de su historia, tendremos que salir en su defensa. Los malos siempre ganan cuando se dejan los buenos. En un libro reciente, El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo, Anne Applebaum relata cómo los autoritarismos, de derechas o de izquierdas, están avanzando en Rusia, Hungría, Polonia, Venezuela, Brasil o, incluso, en los Estados Unidos; y hace una advertencia muy clara:
«Si se dan las condiciones adecuadas, cual quier sociedad puede volverse contra la de mocracia . De hecho, si la historia nos sirve de referencia , todas nuestras sociedades acabarán haciéndolo»2.
En la crisis existencial en que hoy parecen encontrarse nuestro marco constitucional y nuestro modelo de convivencia confluyen varios factores que, aunque estrechamente relacionados, conviene analizar por separado, como haremos en el primer capítulo a efectos expositivos: la crisis del bipartidismo, la aparición del populismo, la radicalización, la estrategia de la polarización (ventajista a corto plazo, pero devastadora a largo, por lo que implica de «quemar las naves»), la ruptura de los puentes de entendimiento entre las facciones rivales, la estrategia de exclusión del adversario político, la falta de pudor institucional, con los in tentos de «apropiación» del sistema por determinados grupos o partidos, la deriva autoritaria (algunos la califican de cesarismo o bonapartismo) por parte de los gobernantes, y, para colofón, el desafío separatista. Añadamos la ausen cia de estadistas capaces de elevar la política española a niveles acordes con los desafíos del país, tanto internos como procedentes del exterior, y que la sensación de un tiempo a esta parte de vivir instalados en la campaña electoral constante posterga reformas necesarias, como las económicas, máxime en momentos de cambio económico brutal, como esa mezcla catastrófica que nos ha tocado vivir de la crisis de la pandemia y la producida por la invasión rusa de Ucrania.
Evidentemente, salvando las distancias, no es esta la primera vez en que los españoles nos hemos enfrentado a circunstancias similares, de agotamiento del sistema, y en que nos acercamos peligro samente al precipicio. Con sus matices y diferencias, se puede encontrar en la historia de la España contemporánea el mismo tipo de problemas esenciales que nos aquejan en la actualidad. Volviendo a las grandes crisis económicas internacionales, estas siempre se han reflejado también en cambios políticos en nuestro país: el crash de 1929 influyó mucho en una década en que se instauró la Segunda República, y otro tanto ocurrió con la crisis del petróleo de la guerra de Yon Kipur, de 1973, agravada con la revolución de los ayatolás iraníes, en el 79, que, por fortuna, fue afrontada de manera modélica en España con los Pactos de la Moncloa. En tiempos más recientes, ya hemos mencionado la crisis de 2008, tras Lehman Brothers, así como la invasión de Ucrania, que tambaleó todos los cimientos de la comunidad internacional y la economía mundial, cuando renqueábamos aún por la pandemia, de una forma muy parecida a la crisis de 1973.
¿Cómo se han abordado en el pasado las crisis sistémicas? ¿Fueron adecuadas ta les respuestas a las crisis? ¿Tuvieron éxito?
A dar respuesta a estos interrogantes dedicamos el cuerpo central de este libro, a repasar toda nuestra edad contemporánea, en un recorrido panorámico -por supuesto, selectivo y, por tanto, discutible-, en el que se pueden percibir también los procesos que van creando el caldo de cultivo o el poso de la situación que vivimos actualmente.
Avancemos que, al margen de la guerra carlista de 1833-1839, la primera crisis explotó en los estertores del reinado de Isabel II, cuando la hostilidad entre moderados y progresistas, y, finalmente, la explosión de la familia liberal en varias taifas, se tradujo en la debilidad de los gobiernos de la época, que duraban menos que un suspiro, y en la fragilidad del sistema mismo. A eso se unió que el elitista juego político dejaba fuera al pueblo, que, periódicamente, entra con violencia en escena. Los particularismos locales empezaban a desempeñar también un papel disgregador.
Aquellos problemas mandaron al exilio a Isabel II, envuelta, además, en el escándalo por frivolidades de entrepierna y económicas, igual que ocurrió años antes con su madre, la regente María Cristina de Barbón. El reto se trata de resolver, primero, con un nuevo monarca de otra estirpe, Amadeo de Sabaya, que tiró pronto la toalla, y con la proclamación de una república que no solo no resolvió ninguno de los problemas, sino que los agravó. La fragmentación política llegó al límite: cuatro presidentes en poco más de un año. Ni los propios republicanos fueron capaces de ponerse de acuerdo.Y, en cuanto a los particularismos locales, la situación llegó al esperpento con la aparición del cantonalismo. Solo a la tercera llegaría la vencida, con la restauración: la cohabitación pacífica entre los conservadores y los liberales propició una etapa de estabilidad como España no había conocido.
La segunda de las crisis coincide con la etapa final del reinado de Alfonso XIII, lo que se viene a conocer como «la crisis de la restauración». De nuevo, aparecen la fragmentación y la inestabilidad política, a la que se sumaría la irrupción de nuevas fuerzas que no estaban representadas, o no lo estaban adecuadamente, la aparición de los nacionalismos periféricos y, por añadidura, la propia obsolescencia del sistema institucional, que ya no parecía capaz de responder a las necesidades políticas ni sociales del momento.
El primer intento de solución a esta crisis existencial fue la dictadura de Primo de Rivera, que no solo no resolvió los problemas existentes (pareció que lo hacía en los primeros momentos), sino que dio la puntilla al sistema. El segundo fue el que protagonizó la Segunda República, que, lamentablemente, también se saldó con un fracaso, del que resultó, además, una despiadada guerra civil y una dictadura de cuarenta años.
Habría que esperar nada menos que hasta la década de los setenta del siglo XX para que el pueblo español fuese capaz de alumbrar la solución, en la forma de lo que se conoce como «la transición», y su expresión en la Constitución de 1978, en el momento crítico del fin del franquismo.
Es más que evidente que la historia nunca se repite miméticamente, y que los acontecimientos citados estuvieron mediatizados por un cúmulo de circunstancias que los hacen distintos, lo cual obliga a un ejercicio de contextualización, a fin de no caer en interpretaciones simplistas. Ni el país era el mismo en esos diversos momentos históricos, ni la estructura económica era igual, ni lo eran la sociedad ni el contexto internacional. Y, tal vez, la coyuntura presen taba tales diferencias en los momentos citados que se podría cuestionar la pertinencia de cualquier análisis comparativo.
Sin embargo, aun teniendo en cuenta estas diferencias, pensamos que las similitudes, las reverberaciones en nuestros tiempos, son lo suficientemente significativas como para intentar extraer algunas reflexiones. Incluso, enseñanzas, ver qué sucedió en cada momento y por qué, qué problemas sistémicos provocaron las crisis políticas, cómo se resolvieron y cuáles fueron los resultados. También, aprender de los aciertos y los errores del pasado e intuir qué caminos conviene aparentemente explorar y de cuáles huir.
En las tres grandes encrucijadas político-sociales en que España se vio sumida, a principios de la década de 1870, en 1931, y a la muerte de Franco, el régimen político existente ya no daba más de sí. En todas, la fractura entre el sistema político y las aspiraciones de los es pañoles era insalvable. Y, tras algunos intentos fallidos de superar la crisis (a los que luego nos referiremos en detalle), se buscó una solución que a la vez era una ruptura y una superación del pasado. En dos casos la solución resultó acertada y abrió al país un nuevo horizonte de estabilidad, paz social y progreso económico: la restauración de 1873 y la transición de 1978. En el tercero, en cambio, la so lución encontrada en la que se deposita rán tantas esperanzas, la Segunda República, fracasó.
Es obvio que, planteadas así las cosas, las opiniones diferirán, al socaire de los conocimientos históricos y la ideología política de cada cual. La complejidad de la cuestión es lo suficientemente profunda, las diferencias entre los tres casos comentados son lo suficientemente amplias y las formas de interpretar un mismo fenómeno o un mismo suceso histórico lo suficientemente variadas como para que las respuestas sean, a su vez, diversas y aun contrapuestas.
No obstante, aun siendo conscientes de los peligros de la simplificación, nosotros vemos con claridad una diferencia sustancial entre la respuesta a la «crisis de régimen» brindada por la restauración y la transición, y la dada por la Segunda República: en las dos primeras, la solución fue fruto del consenso; en la tercera, no, como luego desarrollamos.
Este análisis podrá cuestionarse, pero creemos que es un importante elemento de reflexión. Nos parece, además, que coincide con la intuición del común de las gentes, que en nuestra época han dado pruebas sobradas de preferir las soluciones de consenso, de moderación, de entendimiento entre los partidos políticos en torno a las cuestiones esenciales a las de ruptura y enfrentamiento.
Existen, por supuesto, hoy en día, fuerzas poderosas que reman en la dirección contraria, pero, pese al ruido y la furia, los partidarios de romper la baraja (la extrema izquierda, esto es, el mundo de Unidas Podemos) y los que cuestionan algunos de los fundamentos de la Constitución (el régimen autonómico o la apuesta por la federalización de la Unión Europea) no pasan de ser (al menos por hoy) minoritarios. Del mismo modo que los independentistas catalanes enragés (los «independentistas hiperventilados», los llaman en algunos medios) tampoco son mayoría en Cataluña, ni los partidarios de la independencia lo son en el País Vasco.
En todo caso, entrar «a saco» en la historia es, ciertamente, un acto arriesgado, más aún para quienes, como los autores de estas páginas, no son historiadores. Este periodo de dos siglos de historia de España ha sido y sigue siendo objeto de estudio y debate, incluso de controversia (y no siempre pacífica) entre los historiadores. Son diversas las interpretaciones que se nos brindan, e incluso aparecen con alguna frecuencia nuevas obras que, a la luz de nuevos datos, o no, ofrecen puntos de vista novedosos e interpretaciones que cuestionan opiniones ante riormente establecidas. Por añadidura, en el caso de algunos períodos de nuestra historia reciente, como el de la Segunda República, cualquier intento de análisis e interpretación supone entrar en un campo minado. El factor emocional y la intencionalidad política que lo contaminan hacen muy difícil librarse de las descalificaciones procedentes de quienes no compartan la misma opinión.
Asimismo, debe quedar claro que este no es un libro de historia, sino un ensayo político, y así deben entenderse los próximos capítulos en que hacemos un somero barrido por la historia de España. Véanse o léanse como reflexiones o recordatorios para estos tiempos de adanismo y convulsión que nos ha tocado vivir.
_______________________
1. GARCÍA-MARGALLO, José Manuel, Memorias heterodoxas, Península, 2020, pág 284.
2. APPLEBAUM, A., El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo, Debate, 2021, pág. 14.
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