EL Rincón de Yanka: CUÁNTA FALTA HACE EN ESTOS TIEMPOS DE APOSTASÍA, EN NUESTRA GALICIA Y EN ESPAÑA, QUE VOLVIERAN LAS SANTAS MISIONES DE RECRISTIANIZACIÓN EVANGELIZADORA 🕂🔥🕂

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miércoles, 14 de diciembre de 2022

CUÁNTA FALTA HACE EN ESTOS TIEMPOS DE APOSTASÍA, EN NUESTRA GALICIA Y EN ESPAÑA, QUE VOLVIERAN LAS SANTAS MISIONES DE RECRISTIANIZACIÓN EVANGELIZADORA 🕂🔥🕂


SANTA MISION
 (HISTORIAS DE NUESTRA HISTORIA)
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Resulta fácil cuando visitamos cualquiera de nuestras iglesias en muchos lugares de nuestro País, observar sobre sus muros de piedra, algunos encalados, una cruz de más o menos buen tamaño en la que se lee la inscripción; "Santa Misión".

Pero que fueron y a que hace referencia esta simbología cristiana típica?

Las Santas Misiones fueron un instrumento creado e impulsado por la Iglesia Católica para profundizar en ese proceso de re-cristianización, desde el miedo, la represión y el inmenso poder acumulado por la santa madre iglesia y sus representantes sobre la tierra, la curia, y ello a pesar de contar con el control de los recursos propios del poder cultural, político y social antes y fundamentalmente en la posguerra.

Desde la Roma imperial y concretamente desde el Vaticano, uno de los definidos como pilares o poderes fácticos del Estado, junto con el ejército y la gran banca diseñaron este tipo de misiones con el propósito de reforzar la evangelización del pueblo español, que abrazó sin cuestionarse nada, unas veces por fe y otras por miedo el mensaje que estas santas misiones transmitían intencionadamente, antes y después de nuestra contienda civil, ya que fueron varias las oleadas y compañas puestas en marcha y seguidas con fervor místico por la iglesia y los fieles.

Para el investigador y académico Darío Villanueva, en artículo publicado en la prensa local el 19 de Septiembre del año 2007, al inaugurarse la exposición que la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, sobre las Misiones Pedagógicas (1931-1936); fue a raíz de un Decreto de la Republica en Mayo de 1931, cuando se crea el Patronato de Misiones Pedagógicas.

En su origen aparecía el trabajo de casi seiscientos misioneros, voluntarios jóvenes e idealistas que recorrieron el País, llevando de pueblo en pueblo a las gentes en su mayoría analfabetos estructurales, la cultura en forma de enseñanza, el teatro, el cine, la música, la pintura, los libros en bibliotecas ambulantes, y cualquier forma inimaginable de educación que les ayudara a salir de la pobreza, con lo que ya cincuenta años antes Giner de los Ríos, y su escuela libre había soñado.

Este inmenso trabajo, llegó a más de seis mil pueblos y aldeas. Se realizaron más de 300 actuaciones y representaciones teatrales en más de 200 pueblos y se repartieron alrededor de seis cientos mil libros que aquellos jóvenes misioneros fueron dejando al cuidado de los maestros, que al menos durante aquellos días se sintieron aunque fuera por una vez en su vida, respaldados y apoyados en su labor, a pesar de que la máxima "Pasa más hambre que un maestro de Escuela", no dejara de ser una triste realidad, en aquellos tiempos, de " Cortijos, Pazos y Masías, Señoritos y siervos.

En Galicia esta campaña alcanzó las cuatro provincias durante algo más de seis meses bajo la dirección de Rafael Dieste, que contaría con la inestimable ayuda del rector de la universidad Compostelana Alejandro Rodriguez Cadarso.
La inmensa labor desarrollada por estas "Santas Misiones", convivió no obstante en nuestra Galicia, con la impagable labor que desde las Américas, realizaban generosamente los conocidos Indianos, en defensa de sus pueblos y sus gentes a través de las sociedades y hermandades allende los mares.

Al espíritu altruista, docente y evangelizador de las primeras Misiones, le siguió al remate de la guerra civil, una nueva andanada que fueron concebidas por el régimen franquista como un medio de atraer al seno de la iglesia a la gente alejada de la religión católica después del paso por la Republica de nuestro País, tomando como modelos para alcanzar la redención de la sociedad aquellas otras Misiones Pedagógicas y culturales del desaparecido ministerio de instrucción pública y Bellas Artes, republicano, aunque ahora la represión el castigo, y el miedo fueran el arma preferido de la santa madre iglesia en su labor pedagógica a la sombra del poder militar.

A partir de 1942 la iglesia se afana en conseguir llevar hasta el ultimo confín de nuestro País, la vida cristiana, en forma de ideología católica, apostólica y romana, con ejercicios espirituales, apostolados, consagraciones al sagrado corazón, y las Santas Misiones, obligándose en la práctica con bandos militares y amenazas más o menos veladas, a la asistencia de la gente a tales actos revestidos de gran solemnidad y religiosidad.
La nulidad de matrimonios civiles y divorcios formalizados durante el periodo republicano, la obligatoriedad del bautismo, para conseguir cualquier documento público, los certificados de buena conducta o los avales de curas y autoridades locales, terratenientes y señoritos incluido, o la obligatoriedad de la enseñanza religiosa en colegios y escuelas tan solo fueron una pequeña muestra de lo que la realidad obligó a muchos españoles de los que perdieron la guerra.

De ahí la importancia que la iglesia y los poderes públicos confirieron a aquellas primeras Santas Misiones de 1942 a 1947.
(...)
Si tiramos de los libros de historia, nos resultará más fácil comprender el origen y devenir de estas Santas Misiones.
Ya en el siglo XIII, se producen los primeros intentos evangelizadores por parte de la Iglesias Católica, Apostólica y romana, de la mano de los dominicos y franciscanos fundamentalmente que recorren pueblos y ciudades predicando el evangelio.

En la época del Barroco tras el Concilio de Trento las misiones populares llamadas “Santas Misiones” se convirtieron en el instrumento principal de adoctrinamiento del pueblo llano, con objeto de desterrar la ignorancia o tibieza religiosa, los pecados públicos y enemistades, las supersticiones e idolatrías.
Posteriormente bien entrado el siglo XVI, va a ser San Ignacio de Loyola, y sus famosos "Ejercicios Espirituales", el autentico precursor de este movimiento secular no solo en España, si no en todo el orbe católico de la mano de San Vicente Paul, o Antonio María Claret, que continúan su obra y siguen sus pasos.

Pero hay que destacar que prácticamente todas las órdenes religiosas masculinas desarrollaban de una manera u otra con su sello propio a través de la predicación una importante labor pastoral y se consideraban a sí mismas como “misioneras”.
Los objetivos buscados en estas Santas Misiones eran diversos, aunque el principal era instruir al pueblo a través de sermones, conferencias y jornadas de estudio del catecismo (para los niños -a mediodía- y para los adultos -por la tarde, tras la vuelta del trabajo-).

También se aprovechaba intervenir buscando soluciones a pleitos y discordias (como rencores, matrimonios clandestinos, enemistades, etc.); servir a los sacerdotes; atender a las escuelas o, incluso, crearlas si no existían; visitar las comunidades religiosas y potenciar las cofradías de caridad, para llegar, finalmente, a alcanzar el objetivo esencial: la confesión general.
Los encargados de anunciar el inicio de una de las jornadas de la "Santa Misión" eran los propios obispos de cada diócesis a través de una carta/cartel, donde, además, aprovechaban para anunciar las indulgencias plenarias que alcanzarían los fieles participantes.

Los actos principales de la "Santa Misión" eran el rezo del rosario de la aurora, el sermón de la mañana, la catequesis, las confesiones, las comuniones, las visitas (a las escuelas, a los enfermos, a los pobres, a los presos...) y las procesiones (Vía Crucis en caso de que las fechas de la "Misión" coincidieran con la Semana Santa).

Los misioneros recurrían una y otra vez a "la importancia de salvarse"; recurrían a "la gravedad de caer en el pecado mortal"; "al peligro de la muerte del pecador", "al juicio universal"; "a la misericordia de Dios", al "cielo" y al "infierno", era terrible, por el miedo que nos hacían pasar" ), y recurrían, también, cómo no, al perdón de nuestros enemigos, a la devoción a la Santísima Virgen y a la perseverancia y la fe.

El objetivo de todo ello era conseguir que los fieles participantes se confesaran, se arrepintieran y comulgaran (ya que, de lo contrario..., el infierno, el dolor, las llamas...).
Para os misioneiros era de suma importancia que a xente do pobo salvase a súa alma, para iso recorrían a manifestar o perigo de caer no pecado mortal, a chegada do xuízo universal, ao ceo e ao inferno etc. Era un xeito de facer pasar medo á xente, o seu obxectivo era conseguir que a xente do lugar confesásese,arrepentísense e comulgasen, porque si non, terían o inferno, a dor, as chamas…

Para finalizar os misioneiros indicaban a un veciño do pobo que realizase unha cruz, para que quedase constancia do seu paso pola parroquia. 

El punto y final de la Santa Misión celebrada era "LA CRUZ", que se dejaba puesta como manifestación y recuerdo de nuestra fe.
Normalmente era de madera, y pintada de negro, esta cruz, que todavía se puede ver en el interior y exterior de muchas de nuestras iglesias era realizada por uno de los vecinos del propio pueblo, siguiendo, eso sí, las instrucciones del "misionero", y siempre contenía la leyenda "Santa Misión", y la congregación que la realizó.




ALGÚNS anos, cando a coresma anunciaba a chegada da semana santa, celebrábase a misión na parroquia. Desas misións quedan noticias nas fachadas das igrexas en forma de cruz de mármore ou de pedra na que se lembra a data e a orde relixiosa á que pertencían os predicadores. Existía moita competencia entre as parroquias da táboa que porfiaban por seren evanxelizados polos frades máis exóticos. Niso tiña que ver o hábito, a orde á que pertencían e o teatro que conseguían montar. Pasionistas, redentoristas, franciscanos, capuchinos, xesuítas, dominicos... rivalizaban por impresionar un público entregado ás súas prédicas. Nunha ocasión até veu un comboniano que se dedicou a falar de África e dos negriños que había que converter, a fame, as enfermidades. Mesmo trouxera un proxector coma de cine que servía para amosarlles fotos nunha grande saba que cubría a parte central do altar maior.

Non poucos lembran o ano dos capuchinos que vestían cun saiolo de tea áspera marrón e levaban sandalias cos pés descalzos sen que lles afectase o frío. Durmían na casa do cura e iniciaban a misión ás 8 da mañá. Chegaban de primeiros á igrexa e agardaban perante o altar cos brazos en cruz. Eran dous e estaban coordinados para utilizar algún efecto teatral por medio de xogos de luces colocadas estratexicamente que se atenuaban en momentos que conviña ás súas explicacións. Todo o mundo lembra aquela tardiña en que tocou falar do inferno. Sen que ninguén fose consciente, minguou a luz até quedar toda a igrexa ás escuras no medio dun pavoroso silencio. Á máis da xente entráronlle as présas por ser escoitados en confesión ao punto que os frades non daban feito con tanto penitente. Dous días despois, antes de abrir o día, organizárase unha procesión para o cal os homes tiñan que fabricar a súa propia cruz con dous troncos de madeira. As cruces quedaran toda a noite perante as casas, pero houbo quen andaba con ganas de xoldra e dedicouse a cambiar as cruces para que lles tocasen as meirandes e pesadas a homes que non podían coa súa alma.


ALGUNOS años, cuando la Cuaresma anunciaba la llegada de la Semana Santa, en la parroquia se celebraba la misión. La noticia de aquellas misiones permanece en las fachadas de las iglesias en forma de cruz de mármol o piedra que recuerda la fecha y la orden religiosa a la que pertenecían los predicadores. Había mucha competencia entre las parroquias de la lista que querían ser evangelizadas por los frailes más exóticos. Esto tenía que ver con la costumbre, la orden a la que pertenecían y el teatro que sabían montar. Pasionistas, redentoristas, franciscanos, capuchinos, jesuitas, dominicos... compitieron para impresionar a un público entregado a su predicación. En una ocasión llegó incluso un comboniano que se dedicó a hablar de África y de los negros que había que convertir, del hambre, de las enfermedades. Incluso había traído un proyector tipo cine que servía para mostrarles fotos en una gran lámina que cubría la parte central del altar mayor. 

No pocos recuerdan el año de los capuchinos que vestían un tosco paño pardo y calzaban sandalias con los pies descalzos sin que les afectara el frío. Dormían en casa del cura y empezaban la misión a las 8 de la mañana. Fueron los primeros en llegar a la iglesia y esperaron frente al altar con los brazos cruzados. Eran dos y estaban coordinados para utilizar algún efecto teatral mediante juegos de luces estratégicamente colocadas que se atenuaban en los momentos que convenían a sus explicaciones. Todos recuerdan aquella noche en que llegó el momento de hablar del infierno. Sin que nadie se diera cuenta, la luz se atenuó hasta que toda la iglesia quedó a oscuras en medio de un espeluznante silencio. La mayoría de la gente tenía prisa por ser escuchada en confesión hasta el punto de que los frailes no se ocupaban de tantos penitentes. Dos días después, antes del amanecer, se organizó una procesión para la cual los hombres debían hacer su propia cruz con dos troncos de madera. Las cruces habían sido dejadas toda la noche frente a las casas, pero había quienes andaban con ganas de jugar y se dedicaban a cambiar las cruces para que tocaran a los hombres que no podían vivir con el alma.



INTRODUCCIÓN AL CATECISMO DE PERSEVERANCIA ROMANO 
PARA PÁRROCOS Y FIELES

No siendo posible considerar las maravillosas excelencias de la obra inmortal de un Dios misericordioso, cual es la Iglesia católica, sin que la más profunda veneración hacia la misma se apodere de nuestro ánimo, ya se atienda a los hermosos frutos de santidad que han aparecido desde su institución, ya a sus constantes esfuerzos para elevar al hombre, ya a su prodigiosa influencia en todos los órdenes de la vida, para la realización del reinado de Jesucristo en medio de la sociedad, ¿cómo no deberá aumentar más y más esta admiración si nos fijamos en lo que ha hecho la Iglesia católica para propagar las verdades reveladas por Jesucristo, de las que la hiciera depositaria, tesorera y maestra infalible? Que la Iglesia haya cumplido el encargo de su divino Fundador de enseñar a los hombres toda la verdad revelada, lo están pregonando los mil y mil pueblos que conocen al verdadero Dios, y le adoran; son de ello monumento perenne todas las instituciones cristianas encaminadas al auxilio de las necesidades de los hombres redimidos por Jesucristo. 

No solamente ha propagado la Iglesia católica las verdades que recibió de Jesucristo, sino que, como la más amante de las mismas, ha condenado cuantos errores a ellas se oponían. Cuantas veces se han levantado falsos maestros para negar las verdades evangélicas, cuantas veces el espíritu del mal ha querido sembrar cizaña en el campo de la Iglesia, cuantas veces el espíritu de las tinieblas ha intentado obscurecer la antorcha de la fe, ella ha mostrado a sus hijos, al mundo entero, cuál era la verdad, en dónde estaba el error, cuál era el camino recto y cuál el que conducía al engaño y a la perdición. Desde las páginas evangélicas en que el Apóstol amado demostró a los adversarios de la divinidad de Jesucristo su divina generación, hasta nuestros días, en que hemos contemplado cómo el sucesor de San Pedro anatematizaba la moderna herejía, siempre ostenta la Iglesia, en frente del error, en frente de la herejía, su más explícita y solemne condenación. Este carácter de la Iglesia santa, esta su prerrogativa, esta su nota de acérrima defensora de la verdad, tal vez no ha brillado jamás tan resplandeciente, quizá no la ha contemplado jamás el mundo con tanto esplendor como en el siglo décimosexto. 

Grandes fueron los esfuerzos de las pasiones para la propagación del error, para su defensa, para presentarlo como el único que debía dirigir la humana conducta, como el único salvador y regenerador de la sociedad. No podía permanecer en silencio la Iglesia de Jesucristo en tales circunstancias, y no permaneció, según nos lo demuestran clarísimamente cada una de las verdades solemnemente proclamadas en el Concilio Tridentino, cada uno de los anatemas fulminados por aquella santa asamblea contra la herejía protestante. Congregado aquel Concilio Ecuménico para atender a las necesidades que experimentaba el pueblo cristiano, no le fué difícil comprender la importancia y necesidad de la publicación de un Catecismo destinado a la explicación de las verdades dogmáticas y morales de nuestra santa fe, para contrarrestar los perniciosísimos esfuerzos de los novadores al esparcir por todos los modos posibles, aun entre el pueblo sencillo e incauto, sus perversas y heréticas enseñanzas. Tal podríamos decir que fué el principal objeto de la publicación de este Catecismo. 

Y con esto queda ya indicado lo que es el Catecismo Tridentino: una explicación sólida, sencilla y luminosa de las verdades fundamentales del Cristianismo, de aquellos dogmas que constituyen las solidísimas y esbeltas columnas sobre las cuales descansa toda la doctrina católica. En primer lugar, lo que distingue a este preciosísimo libro, a este monumento perenne de la solicitud de la Iglesia para la religiosa instrucción de sus hijos, del pueblo cristiano, es la solidez. Esta se descubre y manifiesta en los argumentos que emplea para la demostración de cada una de las verdades propuestas a la fe de sus hijos. No pretende ni quiere que creamos ninguno de los artículos de la fe sin ponernos de manifiesto, sin dejar de aducir aquellos testimonios de la divina Escritura reconocidos como clásicos por todos los grandes apologistas cristianos, por los grandes maestros de la ciencia divina. Este es siempre el primer argumento del Catecismo; sobre él descansan todos los demás, demostrándonos cómo la enseñanza cristiana, la fe de la Iglesia católica, está en todo conforme con las letras sagradas. 

Este modo de demostrar la verdad católica, además de enseñarnos el origen de la misma, era una refutación de los falsos asertos de la nueva herejía, pues no reconociendo ésta otra verdad que la de la Escritura, por la misma Escritura, se la obligaba a confesar por verdadero lo que con tanto aparato quería demostrar y predicaba como erróneo y falso. Es tal el uso que de las Escrituras se hace para demostrar las verdades del Catecismo, que, leyéndolo atentamente, no podemos dejar de persuadirnos que es éste el más sabio, el más ordenado, el más completo compendio de la palabra de Dios. Al testimonio de las Sagradas Escrituras, añade el Catecismo la autoridad de los Santos Padres. Estos, además de mostrarnos el unánime consentimiento de la Iglesia en lo relativo al dogma y a la moral, además de ser fieles testigos de las divinas tradiciones, esclarecen con sus discursos las mismas verdades, las confirman con su autoridad y nos persuaden que asintamos a las mismas, tan conformes así a la sabiduría como a la omnipotencia del Altísimo. 

Es tan grande la autoridad atribuida por el Catecismo a los Santos Padres, que, en relación con la importancia y sublimidad de los dogmas propuestos, está el número de sus testimonios aducidos. Así, para enseñarnos la doctrina de la Iglesia relativa al divino sacramento de la Eucaristía, no se contenta con recordarnos las palabras de los santos Ambrosio, Crisóstomo, Agustín y Cirilo, sino que nos invita a leer lo enseñado por los santos Dionisio, Hilarlo, Jerónimo, Damasceno y otros muchos, en todos los cuales podremos reconocer una misma fe en la presencia real de Jesucristo en el sacramento del amor. Por último, quiere el Catecismo que tengamos presente las definiciones de los Sumos Pontífices y los decretos de los Concilios Ecuménicos, como inapelables e infalibles, en todas las controversias religiosas. He ahí indicado de algún modo el carácter que tanto distingue, ennoblece y hace inapreciable al Catecismo. Más no se contentó la Iglesia con dar solidez a su Catecismo, sino que le dotó de otra cualidad que aumenta su mérito y le hace sumamente apto para la consecución de su finalidad educadora: es sencillo en sus raciocinios y explicaciones. 

Quiso el Santo Concilio que sirviera para la educación del pueblo, y para ello ofrece tal diafanidad en la expresión de las más elevadas verdades teológicas, que aparece todo él, no como si fuera la voz de un oráculo que reviste de enigmas sus palabras, sino como la persuasiva y clara explicación de un padre amantísimo, deseoso de comunicar a sus predilectos y tiernos hijos el conocimiento de lo que más les interesa, el conocimiento de Dios, de sus atributos, de las relaciones que le unen con los hombres y de los deberes de éstos para con su Padre celestial. Si alguna vez se han visto en amable consorcio la sublimidad de la doctrina con la sencillez embelesadora de la forma, es, sin duda ninguna, en este nuestro y nunca bastante elogiado Catecismo. Este carácter, que le hace tan apreciable, nos recuerda la predicación evangélica, la más sublime y popular que jamás escucharon los hombres. Esta sublime sencillez se nos presenta más admirable cuando nos propone los más encumbrados misterios, de tal modo expuestos, que apenas habrá inteligencia que no pueda formarse de los mismos siquiera alguna idea. 

Como prueba de esto, véase cómo explica con una semejanza la generación eterna del Verbo: "Entre todos los símiles que pueden proponerse —dice— para dar a entender el modo de esta generación eterna, el que más parece acercarse a la verdad es el que se toma del modo de pensar de nuestro entendimiento, por cuyo motivo San Juan llama Verbo al Hijo de Dios. Porque así como nuestro entendimiento, conociéndose de algún modo a sí mismo, forma una imagen suya que los teólogos llaman verbo, así Dios, en cuanto las cosas humanas pueden compararse con las divinas, entendiéndose a sí mismo, engendra al Eterno Verbo". 

Otras muchas explicaciones de las más elevadas verdades hallamos en este Catecismo, todas las cuales nos demuestran cuánto desea que sean comprendidas por los fieles y el gran interés que todos debemos tener para procurar su inteligencia aun por los que menos ejercitada tienen su mente en el conocimiento de las verdades religiosas. De la solidez y sublime sencillez, tan características de este Catecismo, nace otra cualidad digna de consideración, y es la extraordinaria luz con que ilustra el entendimiento, sin omitir de un modo muy eficaz la moción de la voluntad para la práctica de cuanto se desprende de todas sus enseñanzas. 

Después de la lectura y estudio de cualquiera de las partes del Catecismo, parece que la mente queda ya plenamente satisfecha en sus aspiraciones, y no necesita de más explicaciones para comprender, en cuanto es posible, lo que enseña y exige la fe. Mas no se contenta con la ilustración del entendimiento, sino que, según hemos ya indicado, se dirige especialmente a que la voluntad se enamore santamente de tan consoladoras verdades, las aprecie y se esfuerce en demostrar con sus obras que su fe es viva, práctica, y la más poderosa para la realización de la vida cristiana, aun en las más difíciles circunstancias.

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