La multiculturalidad es un plan
de sustitución encubierto
Nuestros dirigentes políticos llevan mucho tiempo bombardeándonos con la cantinela de la diversidad, de la multiculturalidad.
Primero empezaron con la solidaridad, la nuestra, la de la gente común, no la suya. Apelando a los buenos sentimientos, a nuestra capacidad de acoger y dar cobijo a todo aquel que lo necesite, la de empatizar con los que huyen de la miseria, del hambre y de la guerra han conseguido que ni siquiera sea moralmente aceptable plantearse una duda lógica: por qué estamos obligados a aceptar la inmigración descontrolada cuando en nuestra propia tierra la gente lo está pasando mal, si las personas que llegan huyendo de supuestas catástrofes humanitarias no llaman a la puerta sino que vienen asaltando las fronteras y agrediendo a las Fuerzas de Seguridad que aparentemente están ahí para protegerlas. Y resulta que una vez en territorio europeo son beneficiarios de unas ayudas que ya quisiera una mayoría de españoles que se levanta de madrugada para sacar adelante su negocio o acudir a su puesto de trabajo y que tras el sablazo tributario apenas consigue lo suficiente para alimentar uno o dos hijos como máximo, eso si ha tenido la fortuna de ser económicamente independiente.
A los que no sean tan afortunados los políticos les dicen que estén tranquilos, papá Estado va a estar ahí para proporcionarnos lo que no somos capaces de conseguir por nosotros mismos, esa renta básica o salario mínimo “vital” que es tan vital para la imagen de nuestra clase política que salió adelante en el Congreso sin tener ni un voto en contra. Esos partidos que defienden la libertad por encima de todo y la autonomía del ciudadano, que abogan por crear las condiciones necesarias para que la economía crezca y las personas no tengan que depender de la caridad estatal para prosperar, para formar una familia o crear un proyecto de vida, esos, se abstuvieron o votaron a favor de la paguita. Pero el partido patriótico, el de las siglas verdes, muy crítico al principio con la propuesta surgida desde lo más profundo del ideario de izquierda que consiste en crear ciudadanos dependientes, incapaces de valerse por sí mismos, lanzó un aviso a navegantes: la medida va a provocar un efecto llamada. Es decir, va a atraer como moscas a la miel a aquellos que, sin ninguna intención de trabajar, más bien con la de vivir del cuento, van a entrar en nuestro país por las buenas o por las malas. Y de nuevo el que paga la fiesta es el español medio con su trabajo y sus impuestos. Nuestra situación es crítica pero parece que aquí todo se resuelve sumando deuda como si esta fuera un inmenso agujero negro sin principio ni final conocidos. Otra de gambas.
Pues bien, las consecuencias del subsidio universal y resto de subvenciones van mucho más allá de lo que pareciera limitarse a una mera cuestión económica. Efectivamente, como sugerían con eufemismos desde Vox, la medida es un llamamiento a la invasión. Lo cierto es que supone un paso más en este camino pre-diseñado que llevamos recorriendo unos cuantos años ya y que nos está llevando a perder nuestra identidad. Como nación, porque el plan se ejecuta desde el corazón de cada país, y como continente, porque con la destrucción de las naciones europeas se rompe un proyecto social, cultural y religioso que ha llevado al mundo a as más altas cotas de desarrollo, en todos los sentidos.
Así que lo que empezó como casos concretos de inmigración que obedecían a razones humanitarias se destapa en el presente como algo que responde a una estrategia a largo plazo. Y una vez que el trabajo de ingeniería social está completado estamos anulados para defendernos de lo que finalmente se revela como un plan de sustitución. Porque muchos aún son incapaces de distinguirlo a pesar de que los mensajes son cada vez más claros, y vienen de nuestras propias administraciones. La Comisión Europea, como el resto de instituciones a nivel mundial, están muy preocupadas por el futuro y muy poco por el presente, será porque son conscientes de las inmensas fallas de un plan que va contra el sentido común y el sentimiento patriótico de millones de europeos que están empezando a darse cuenta del verdadero alcance de esas políticas buenistas de fraternidad universal. Por eso lanzan mensajes cada vez más claros y más agresivos que nos incitan a pensar que el futuro de Europa pasa por un modelo familiar en el que un hombre negro se une a una mujer blanca y juntos traen al mundo, como mucho, un adorable bebé color café con leche. No más de uno, porque estamos en un momento crítico y hay que salvar el planeta de la acción irreflexiva de la especie humana, que desde su inmensa irresponsabilidad no es consciente del daño que la superpoblación supone para el entorno. La propaganda multicultural está cada vez más presente en los mensajes oficiales pero también en las campañas de publicidad de las grandes multinacionales que operan ya en prácticamente todos los países del mundo desarrollado, ellas son las que marcan las tendencias.
No es de extrañar que los últimos acontecimientos hayan conseguido que el pequeño comercio esté luchando por sobrevivir a las drásticas medidas sanitarias impuestas con la excusa del covid, mientras que las grandes acumulan cada vez más beneficios porque han sabido reinventarse y adaptarse a este nuevo modelo de negocio virtual en el que todo lo que deseamos está al alcance de un click y en 24 horas lo tenemos en casa. Aquello de “quédate en casa, salva vidas” va cobrando sentido. Pues bien, el capital que está detrás de estas multinacionales es el mismo que sostiene las grandes empresas farmacéuticas, las grandes alimentarias, las empresas de transporte, también de la que fabrica ese brebaje de cola con burbujas que a su vez patrocina el plan de mestizaje y diversos movimientos sociales destinados a culpabilizar una raza para resarcir a otra de todas las injusticias históricas perpetradas contra ella. En una manifestación de Black Lives Matter una chica portaba un cartel con el siguiente mensaje: nuestro objetivo no es defender una raza, es acabar con una.
Es el mismo capital que presta dinero ficticio a todos los gobiernos del mundo a cambio de implementar esas políticas de división y odio encubierto. Y Europa no solo no se defiende, sin apenas resistencia acepta los designios que se elaboran en lejanos despachos y que se van imponiendo poco a poco, en un proceso aparentemente irreversible que contra todo pronóstico encuentra en el Vaticano, más concretamente en su máximo representante, un impulsor fiel y entregado a la causa. Debemos abrir las fronteras, acoger al extranjero, mezclarnos, nos dice el sucesor de Pedro: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos”. Algo que nos hace sospechar que estamos ante un plan que va mucho más allá de implementar un nuevo paradigma social o económico, sino que estamos siendo testigos de una lucha entre el Bien y Mal en la que los lobos vienen disfrazados de corderos.
Entre sus frutos están la aquiescencia de una parte de la Humanidad para dejarse destruir y la traición de nuestros gobernantes. Pero el Bien prevalecerá. Está escrito.
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