ORACIÓN A MARÍA
DE UN HIJO AGRADECIDO
JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
libro “Lo que María guardaba en su corazón”
Te doy gracias María, por ser una mujer.
Gracias por haber sido mujer como mi madre
y por haberío sido en un tiempo en el que
ser mujer era como no ser nada.
Gracias porque cuando todos te consideraban una mujer de nada
tú fuiste todo,
todo lo que un ser humano puede ser y mucho más,
la plenitud del hombre, una vida completa.
Gracias por haber sido una mujer libre y liberada,
la mujer más libre y liberada de la historia,
la única mujer liberada y libre de la historia,
porque tú fuiste la única no atada al pecado,
la única no uncida a la vulgaridad,
la única que nunca fue mediocre,
la única verdaderamente llena de gracia y de vida.
Te doy gracias porque estuviste llena de gracia
porque estabas precisamente llena de vida;
porque estuviste llena de vida
porque te habían verdaderamente llenado de gracia.
Te doy gracias porque supiste encontrar la libertad siendo esclava,
aceptando la única esclavitud que libera,
la esclavitud de Dios
y nunca te enzarzaste en todas las otras
esclavitudes que a nosotros nos atan.
Te doy gracias porque te atreviste a tomar
la vida con las dos manos.
Porque al llegar el ángel
te atreviste a preferir tu misión a tu comodidad,
porque aceptaste tu misión sabiendo que era cuesta arriba,
en una cuesta arriba que acaba a en un Calvario.
Gracias porque fuiste valiente,
gracias por no tener miedo,
gracias por fiarte del Dios que te estaba llenando
del Dios que venía, no a quitarte nada,
sino a hacerte más mujer.
Gracias por tu libertad de palabra cuando hablaste a Isabel.
Gracias por atreverse a decir que Dios
derribaría a los poderosos,
sin preocuparse por lo que pensaría Herodes.
Gracias por haber sabido que eras pobre
y que Dios te había elegido precisamente por ser pobre.
Gracias porque supiste hablar de los ricos
sin rencor, pero poniéndolos en su sitio: el vacío.
Gracias porque supiste ser la más maternal de las vírgenes,
la más virginal de las madres.
Gracias porque entendiste la maternidad
como un servicio a la vida ¡y qué Vida!
Gracias porque entendiste la virginidad
como una entrega ¡y que entrega!
Gracias por ser alegre en un tiempo de tristes,
por ser valiente en un tiempo de cobardes.
Gracias por atreverse a ir embarazada hasta Belén,
gracias por dar a luz donde cualquier otra
mujer se hubiera avergonzado.
Gracias por haber sabido ser luego una mujer de pueblo,
por no haber necesitado ni ángeles, ni criadas
que te amasaran el pan y te hicieran la comida,
gracias por haber sabido vivir sin milagros ni prodigios,
gracias por haber sabido que estar llena
no era estarlo de títulos y honores, sino de amor.
Gracias por haber aceptado el exilio,
por asumir serena la muerte del esposo querido.
Gracias por haber respetado la vocación de
tu Hijo cuando se fue hacia su locura,
por no haberle dado consejitos prudentes,
gracias por haberle dejado crecer y por
sentirte orgullosa de que El te superase.
Gracias por haber sabido quedarte en
silencio y en la sombra durante su
misión, pero sosteniendo de lejos el
grupo de mujeres que seguían a tu Hijo.
Gracias por haber subido al Calvario
cuando pudiste quedarte alejada del llanto,
por aguantar al lado del sufriente.
Gracias por aceptar la soledad de los años vacíos.
Gracias por haber sido la mujer más entera
que ha existido nunca
y gracias, sobre todo, por haber sido la
única mujer de toda la historia que
volvió entera a los brazos de Dios.
Gracias por seguir siendo madre y mujer en el cielo,
por no cansarte de amamantar a tus hijos de ahora.
Gracias por no haber reclamado nunca con
palabras vacías tu derecho de mujer en la Iglesia,
pero al mismo tiempo haber sido de hecho
el miembro más eminente de la Iglesia,
la primera redimida,
por ser entre los hombres y mujeres todos
de la tierra la que más se ha parecido a tu Hijo,
la que más cerca ha estado y está aún de Dios.
***
JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
APÓCRIFO DE MARÍA
y otros escritos sobre la Madre del señor
Prólogo
Para acercarse al misterio (acercarse, porque llegar a él es imposible) existen muchos caminos, y no solo (como se suele pensar) el de la inteligencia. Podríamos asegurar incluso que hay algunos más rápidos: aquellos que pasan por el corazón.
Si esto es verdad referido a todo misterio, doblemente lo es cuando se habla del misterio de Jesús y de su madre, María. Aquí sí que puede asegurarse aquello de que «el corazón tiene razones que la inteligencia no conocerá jamás», que decía Pascal.
En cierta ocasión, hace ya bastantes años, cuando estaba yo en los inicios de mi oficio de escritor, un sacerdote amigo me preguntó qué estaba haciendo.
Le respondí que una novela o un libro de poemas (no recuerdo bien). Entonces él, mirándome como un inquisidor, me espetó la vieja frase: «Quid hoc ad aeternitatem?» (¿Qué es eso para la eternidad?). Pensaba él que hacer arte era una forma de perder el tiempo, que poco o nada tenía que ver con la eternidad.
Y es que para este amigo sacerdote no había más camino hacia lo eterno que el teológico. Según él, el arte era, en el mejor de los casos, un juego, un adorno, una ilustración de lo que la cabeza discurría. Vamos, que era como la guinda que se pone sobre la tarta, pero en ningún modo la tarta misma.
A pesar de tales agoreros, yo me permití pensar desde mi juventud que, para Dios, lo verdadero, lo bello y lo bueno constituyen tres cualidades del Ser, y que por tanto ninguna de ellas debe ser depreciada o despreciada. Desde entonces, tal idea ha ido creciendo en mí. Y hoy pienso que, junto al método teológico, hay que colocar el método cordial y el método poético, porque «la poesía ha llegado, por sus caminos, al mismo punto que la teología llegó por vías de reflexión a la luz de la fe» (L. M. Herrán).
Digamos, pues, que sobre Cristo y María se puede hablar «de tres formas distintas con un solo amor verdadero». Las tres parten de una misma fuente originaria (la Palabra de Dios), pero las tres la desarrollan con estilos diferentes.
El método teológico tiene, forzosamente, que apoyarse en esa Palabra de Dios que nos ha sido entregada en la Biblia, pero luego la explica a la luz de los Padres y Doctores de la Iglesia, y avanza por la especulación racional del teólogo, teniendo siempre en cuenta el Magisterio de la Iglesia.
El método del corazón surge también de la lectura de los evangelios y los desarrolla por las sendas del amor, tratando de imitar a Cristo y a su Madre. Es, a fin de cuentas, el que llega más rápido a su misterio, sobre todo cuando es Él quien toma la palabra y convierte lo devocional en verdadera mística. Y hay un tercer camino, quizá más humilde, pero no por ello menos útil, que es el método poético.
Aquí también se parte de la misma Palabra revelada (si no quiere quedarse en palabrería), pero el poeta y el narrador la investigan con una mayor libertad, en un esfuerzo que conjuga intuición, sensibilidad e imaginación metafórica.
¡Cuántas veces la metáfora feliz de un poeta dice en un solo verso lo que apenas balbucean muchas páginas teológicas!
Este último es el más próximo al pueblo, al pueblo cristiano. Tanto hablar del sensus fidei ¿y vamos a despreciar ese «sentido de la fe» que, a menudo, se expresa a través de quienes más arraigados están en el pueblo: los poetas, los narradores, los escritores?
Esta es la razón por la que, al mismo tiempo que escribía con la cabeza y el corazón mi Vida y misterio de Jesús de Nazaret, quise ir componiendo –pero esta vez con la fantasía y la intuición– lo que llamo «mis apócrifos», que quieren ser «la otra vida de Jesús y de María» desde el esfuerzo poético y narrativo.
La parte poética de esta obra ha recorrido un largo camino, exactamente desde 1975. Tuvo una primera aparición bajo el título de Apócrifo (Cultura Hispánica), en la que ofrecí una cincuentena de poemas, la mayoría sobre la vida pública de Jesús. Como quedé bastante descontento porque allí apenas había rozado la resurrección, dediqué otro pequeño volumen a este misterio central de la vida de Cristo. Lo titulé Apócrifo del domingo (Rialp). El tercer envío fue el más apócrifo de todos, pues afrontaba el tema de la adolescencia de Cristo, de la que nada nos cuentan los evangelios (Ayuntamiento de Talavera de la Reina).
El verano de 1990 me resultó especialmente fecundo, pues en él pude dedicarme a un par de aspectos que también habían quedado incompletos en los tres volúmenes mencionados. Fruto de aquel trabajo son dos pequeñas obras: "Diálogos de Pasión" y "Apócrifo de María" (Sígueme).
A todo esto, el lector se estará preguntando por qué he adoptado ese título y ese género del apócrifo.
«Apócrifo», etimológicamente, significa «cosa escondida, oculta». «Apócrifos» se llamaron los muchos evangelios que, al margen de los cuatro canónicos, pulularon en la Iglesia primitiva. Los más de ellos nacieron de la curiosidad de los primeros cristianos, que se sentían insatisfechos ante la parquedad de los evangelios «oficiales» y trataban de llenar, con la imaginación, sus «huecos». Otros surgieron de movimientos heréticos que intentaban «colar» sus ideas mediante supuestas historias y palabras de Cristo.
Espero que estos «Apócrifos» míos respondan a la devoción de la primera clase y no a los escarceos de los herejes. Desearía además que sirvieran no para sustituir a los evangelios auténticos, sino para ayudar a entenderlos un poco mejor a la luz de la imaginación y de la ternura amorosa.
Abren el volumen tres «Razones» que tienen como tema y protagonista a María. No en vano, también el artículo periodístico es una forma de hacer arte con la palabra.
Amén de estos poemas titulados Apócrifo de María, y que ocupan el corazón del libro, entrego al lector, con temor y temblor, otros que llevan por título Cantos y glosas de la Navidad, donde el misterio de la Encarnación del Hijo divino transforma las entrañas de su Madre.
A continuación, nos asomamos a las anotaciones del «Diario» de María. La Pasión y Muerte del Hijo son vividas por la Madre, que evoca desde ellos los misterios del nacimiento, la infancia y la vida oculta y pública de Jesús.
Esta obra ecléctica se cierra, como no podía ser de otra manera, con un canto a la resurrección. Se trata de la cuarta estación de un antiguo viacrucis mío, pensado desde la perspectiva de los misterios gloriosos, que en su día llamé «via lucis». Mediante ella, al profesar el misterio de la victoria de Cristo sobre la muerte, se nos invita a creer de la mano de María.
En todo caso, si en las páginas que siguen consigo alguna vez rozar el ala de la belleza y, a través de mis artículos, versos y narraciones, logro que alguien ame un poquito más a quien, a imitación de Dios, fue la Buena, la Bella y la Verdadera, a María, me daré por muy satisfecho.
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