Una generación de idiotas
biempensantes está condenando
a Occidente
Es la corrección política la muerte de la sociedad libre. Es la imposición de la mordaza y el totalitarismo que nos está condenando.
Dice Slavoj Žižek —uno de los pocos marxistas que me atrevería a citar—, acertadamente, que la “corrección política es una forma más peligrosa de totalitarismo”.
Esta infamia, el pensamiento débil o el buenismo, se está propagando por las sociedades occidentales de una forma realmente alarmante. Hemos visto cómo una plaga, parecida a un cáncer, ha hecho metástasis en la civilización. Una epidemia se ha ido esparciendo en las sociedades para imponer la tiranía del progresismo que está arrinconando a nuestra humanidad hasta lanzarla por el acantilado.
Hace unas semanas, luego de la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, vimos como varias universidades importantes tomaron la decisión de cancelar sus exámenes a los estudiantes que estuviesen “traumatizados” por la victoria del magnate, por lo que profesores decidieron “extenderle una mano a aquellos alumnos que estén experimentado dificultades en este momento”.
“Una elección de Trump atenta directamente contra todos los alumnos de la Universidad Bryn Mawr que son personas de color, homosexuales, que no son cristianos o mujeres”, escribieron unos estudiantes a su casa de estudios en ese momento.
Hemos presenciado, además, el surgimiento de los denominados safe-space —zonas en las que no son toleradas retóricas ofensivas— en las instituciones académicas más prestigiosas del mundo.
Hay varios casos realmente dantescos en, también, casas de estudio: el reconocido economista Lawrence Summers, quien fue secretario del Tesoro de Estados Unidos y presidente de la Universidad de Harvard, tuvo que renunciar tras mencionar un riguroso estudio en el que mostraba que el coeficiente de inteligencia de los hombres presenta una diferencia “innata” con el de las mujeres. Según el estudio traído a colación por Summers, esto podía influir en cómo eran concedidos los puestos de trabajo y explica, además, la baja presencia del género en la ciencia. Bueno, crítico error. Inmediatamente Summers fue acusado de machista y, luego de una férrea campaña en su contra, debió renunciar.
En otra oportunidad, un video en el que se ve a una chica negra, de la Universidad de San Francisco, increpando a un joven blanco por utilizar dreadlocks, se volvió viral. La chica lo acorrala porque, según ella, que una persona blanca utilice el cabello de esa manera es una ofensa hacia los descendientes africanos y es una “apropiación de su cultura”.
Los accidentes son cientos, y estos solo son en la Academia.
Una generación se está erigiendo. Un grupo de idiotas está imponiendo una tiranía que coarta, directamente, la valiosa libertad de expresión.
No solo ocurre en las universidades —que ya es gravísimo— sino que lo vemos en todos lados. La ideología del progresismo —que ni siquiera es la estupidez de la izquierda, sino la corrección política— está dominando nuestras sociedades y, con ello, nos está sentenciando.
Jefes de Estado; sociedades enteras asisten a la democracia para alzar al pensamiento débil. Está en boga. Y todo esto sucede en una sociedad, como muy bien dijo Clint Eastwood hace unos meses —y por lo cual fue, por supuesto, criticado— de maricas.
El totalitarismo del buenismo se ha impuesto —aquel del mayo francés. La ofensa se ha convertido en el último de los deslices y, el que lo cometa, es decir, el que acuda a la libertad de expresión para decir lo incómodo, será quemado en la hoguera por toda una generación de idiotas biempensantes.
Ahora, el mayor de los problemas está en que la tiranía ahora impera, no solo en la sociedad, ni en los políticos, sino en la prensa. Decía Tocqueville que la virtud de la prensa está, no en los beneficios que produce, sino “en los males que evita”. Sin embargo, ahora, se está volviendo cómplice de ese totalitarismo opresor. Lo deprimente no es que la corrección política domine la política, sino que impere en los medios. Por voluntad. Ahí es, realmente, una tragedia.
Señala el imprescindible periodista y escritor Hermann Tertsch: “La corrección política es, al final, la muerte de toda verdad y toda libertad de pensamiento, pero antes que nada es la muerte del periodismo”.
La prensa se ha vuelto, de esta manera, partidaria del buenismo. El establishment de los medios se prometió la labor de impedir, a toda costa, que la ofensa tuviese un espacio. No importa si el ofendido es algún agresor. Es capaz de llegar hasta el punto en el que la insolente progresía defienda la falta de libertad, solo, claro, por no incomodar.
El New York Times, El País de España, el Huffington Post y otros grandes medios se han convertido en panfletos de propaganda y de una tiranía mortalmente peligrosa.
Fue esta tiranía la que, cuando asesinaron a los dibujantes de Charlie Hebdo en enero de 2015, salió a condenar al semanario por ofender, y no a los terroristas. Fue esta tiranía la que tapó estatuas desnudas en Italia para ‘no ofender’ al presidente de Irán. Es esta tiranía la que ha obligado violentamente a las sociedades a recibir inmigrantes. Es esta tiranía la que aplaude agresiones a mujeres, mentiras y manipulaciones en diversas sociedades. Es esta tiranía la que obliga a los líderes a ser incapaces de llamar las cosas por su nombre y, por ello, recurrir a puros eufemismos. Es esta tiranía la que, cuando el atacante de la discoteca de Orlando cometió la masacre, salió a justificarlo porque “sufría de racismo”. Es esta tiranía la que ha impuesto la ideología de género y el relativismo. Es esta la tiranía que ha forjado una sociedad de indignados. Incapaces de recibir verdades y protegidos bajo una cobija de medios y políticos.
Es este progresismo la muerte de la sociedad libre y abierta. Es un suicidio de la civilización. Una imposición de la mordaza. A veces, ciertamente, el sadismo que se esconde detrás de la corrección política es mucho peor que la crueldad de la confrontación.
“La tiranía de la corrección política es una forma insidiosa de censura y de muerte civil para los disidentes”, apunta el presidente del Freemarket Corporative Intelligence, Bernaldo de Quirós.
Todo esto está derivando en sociedades lamentables, hipócritas, mojigatas y pacatas que imponen la censura y dilapidan cruelmente la valiosa libertad de ofender e incomodar. Es el progresismo, aquel que es inquisidor de la verdad, que censura el pensamiento, el que impone el totalitarismo de la corrección política que evade la ofensa a cambio, claro está, de la libertad.
Mientras no seamos capaces de llamar las cosas por su nombre, de identificar los males, estaremos condenados. Por nuestra debilidad, los enemigos están ganando espacios y los extremistas se están haciendo con el poder.
Es la victoria del terrorismo nuestra incapacidad —como la de Obama— de identificarlo correctamente. También es la victoria del extremismo aquel pensamiento blandengue que impera en Occidente. Es, asimismo, la sentencia y la perversión de nuestra humanidad la tolerancia con la inmoralidad, por miedo a incomodar.
Ya usted sabe a quienes culpar por la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, o por el próximo auge de Marine Le Pen, o de Nigel Farage y Geert Wilder en Holanda. También sabe a quienes culpar por la expansión de los intolerantes en Europa, en Medio Oriente y en nuestras sociedades. Se ha alzado una impunidad de los biempensantes que está gestando los grandes males de estos tiempos.
Ahora una generación de biempensantes está condenando a Occidente y, decir esto, implica pedir disculpas —como muy bien espetaría Salvador Sostres en su artículo—, de lo contrario uno sería devorado por la horda de buenistas ofendidos. Como asumo que va a pasar.
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