ORACIÓN DEL REMANSO
Jorge Fandermole
Soy de la orilla brava del agua turbia y la correntada
que baja hermosa por su barrosa profundidad;
que es donde el cielo remonta el vuelo en el Paraná.
soy un paisano serio, soy gente del remanso Valerio,
el agua mansa y su suave danza en el corazón;
Tengo el color del río y su misma voz en mi canto sigo,
Cristo de las redes, no nos abandones
pero a veces oscura va turbulenta en la ciega hondura
y se hace brillo en este cuchillo de pescador.
y se hace brillo en este cuchillo de pescador.
la sangre tensa y uno no piensa más que en morir;
y en los espineles déjanos tus dones.
No pienses que nos perdiste,
es que la pobreza nos pone tristes.
y en los espineles déjanos tus dones.
No pienses que nos perdiste,
es que la pobreza nos pone tristes.
Llevo mi sombra alerta sobre la escama del agua abierta
agua del río viejo llévate pronto este canto lejos que está aclarando
y vamos pescando para vivir,
y en el reposo vertiginoso del espinel
agua del río viejo llévate pronto este canto lejos que está aclarando
y vamos pescando para vivir,
y en el reposo vertiginoso del espinel
Dile a mi amada que está apenada esperándome sueño
que alzo la proa y subo a la luna en la canoa
y allí descanso hecha un remanso mi propia piel.
Calma de mis dolores, ay, Cristo de los pescadores,
que alzo la proa y subo a la luna en la canoa
y allí descanso hecha un remanso mi propia piel.
Calma de mis dolores, ay, Cristo de los pescadores,
y en los espineles déjanos tus dones,
que ando pensando en ella mientras voy vadeando las estrellas,
que el río está bravo y estoy cansado para volver.
que ando pensando en ella mientras voy vadeando las estrellas,
que el río está bravo y estoy cansado para volver.
Cristo de las redes, no nos abandones
CANTO VERSOS
Jorge Fandermole
Si pienso en algo para decir,
si pienso en alguien por quien vivir,
si casi nada se tiene en pie
si en la mirada dura un fulgor
y este segundo ya se nos fue;
atravesando tanto dolor
Donde parece el sol no alumbrar,
yo canto versos de mi sentir y los condeno a sobrevivir.
Donde ocultó la sangre la luz;
donde se muere de soledad,
donde se muere de soledad,
en lo más hondo de esta quietud,
yo canto versos del corazón donde agoniza un ángel guardián
y se nos pudre el agua y el pan
Y fuerte canto, canto; y los enciendo en una canción.
Canto, canto; tan débil soy que cantar es mi mano alzada.
donde se ocultan odio y verdad,
no sé más qué hacer en esta tierra incendiada sino cantar.
En lo invisible de la ciudad, donde las bocas de un niño gris
pa' que me ayuden a estar de pie.
corren sonámbulas tras de mí;
la infortunada noche
que un Dios arrepentido nos olvidó
yo canto versos de furia y fe Canto, canto;
tan débil soy que cantar es mi mano alzada.
tan débil soy que cantar es mi mano alzada.
Y fuerte canto, canto; no sé más qué hacer
en esta tierra incendiada sino cantar.
Canto, canto; Y fuerte canto, canto; sino cantar.
qué más hacer con palabras deshabitadas
Mburukuja en lengua guaraní,
Pasionaria, Maracuyá, Parchita o flor de la Pasión
en lengua castellana.
en lengua castellana.
Mburukujá era una hermosa doncella española que había llegado a las tierras de los Guaraníes acompañando a su padre, un capitán del ejército de la Corona.
Mburukujá no era su nombre cristiano, sino el tierno apodo que le había dado un aborigen guaraní a quien ella amaba en secreto y con el que se encontraba a escondidas, ya que su padre jamás habría aprobado tal relación. En realidad, su padre ya había decidido que ella desposara a un capitán a quién él creía digno de obtener la mano de su única hija.
Cuando le revelaron los planes de matrimonio, la joven suplicó que no la condenaran a consumirse junto a un hombre que ella no amaba, pero sus ruegos solamente lograron encender la cólera de su padre. La doncella lloró desconsolada, tratando de conmover el inflexible corazón de su padre, pero el viejo capitán no sólo confirmó su decisión sino que además le informó que debería permanecer confinada en la casa hasta que se celebrara boda.
Mburukujá debió contentarse con ver a su amado desde la ventana de su habitación, ya que no estaba autorizada a salir a los jardines por la noche y difícilmente lograba burlar la vigilancia paterna. Sin embargo, envió a una criada de su confianza para que lo informara sobre su triste futuro.
El joven guaraní no se resignó a perder a su amada, y todas las noches se acercaba a la casa intentando verla. Durante horas vigilaba el lugar, y sólo cuando se percataba de que los primeros rayos del sol podían delatar su posición se retiraba con su corazón triste, aunque no sin antes tocar una melancólica melodía en su flauta.
Mburukujá no podía verlo, pero esos sonidos llegaban hasta sus oídos y la llenaban de alegría, ya que confirmaban que el amor entre ambos seguía tan vivo como siempre. Pero una mañana ya no fue arrullada por los agudos sones de la flauta. En vano esperó noche tras noche la vuelta de su amado. Imaginó que el joven guaraní podría estar herido en la selva, o que tal vez había sido víctima de alguna fiera, pero no se resignaba a creer que hubiese olvidado su amor por ella.
La dulce niña se sumió en la tristeza. Su piel, otrora blanca y brillante como las primeras nieves, se volvió gris y opaca, y sus ojos ya no destellaron con hermosos brillos violáceos. Sus rojos labios, que antes solían sonreír, se cerraron en una triste mueca para que nadie pudiera enterarse de su pena de amor. Sin embargo, permaneció sentada frente a su ventana, soñando con ver aparecer algún día a su amante. Luego de varios días vio entre los matorrales cercanos la figura de una vieja india. Era la madre de su enamorado, quien acercándose a la ventana le contó que el joven había sido asesinado por el capitán, quien había descubierto el oculto romance de su hija. Mburukujá pareció recobrar sus fuerzas, y escapándose por la ventana siguió a la anciana hasta el lugar donde reposaba el cuerpo de su amado. Enloquecida por el dolor cavó una fosa con sus propias manos, y luego de depositar en ella el cuerpo de su amado confesó a la anciana madre que terminaría con su propia vida ya que había perdido lo único que la ataba a este mundo. Tomó una de las flechas de su amado, y luego de pedirle a la mujer que una vez que todo estuviera consumado cubriera sus tumbas y los dejara descansar eternamente juntos, la clavó en medio de su pecho. Mburukujá se desplomó junto al cuerpo de aquel que en vida había amado.
La anciana observó sorprendida como las plumas adheridas a la flecha comenzaban a transformarse en una extraña flor que brotaba del corazón de Mburukujá, pero cumplió con su promesa y cubrió la tumba de los jóvenes amantes. No pasó mucho tiempo antes de que los indios que recorrían la zona comenzaran a hablar de una extraña planta que nunca antes habían visto, y cuyas flores se cierran por la noche y se abren con los primeros rayos del sol, como si el nuevo día le diera vida.
Nota: Los jesuitas, identificaron la flor del mburucuyá con los atributos de la pasión cristiana: la corona de espinas, los tres clavos, las cinco llagas y las cuerdas con que ataron al Jesús en el Calvario. Y en los rojos e irregulares frutos, los religiosos creyeron ver las gotas coaguladas de la sangre de Cristo. Esta flor tan singular, se cierra como si se marchitara al ponerse el sol, y se abre cobrando su brillo natural cuando amanece.
Origen: Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay. Crece espontáneamente en los alrededores de Buenos Aires, especialmente en la selva marginal (Delta del Paraná, orillas del Río de la Plata). Es cultivada como enredadera ornamental y medicinal.
Una de las flores con nombre más llamativo y simbólico es la pasionaria o passiflora. La también llamada flor de la pasión fue encontrada en Perú a principios del siglo XVI y pronto se extendió por Brasil, México, Estados Unidos y las Antillas. Este nombre lo ostenta desde el siglo XVII, cuando el Papa Pablo V consideró que era la representación de la Pasión de Cristo, por los filamentos que componen la flor y que evocan a la corona de espinas de Jesucristo; además, los estambres representarían las cinco heridas en su cuerpo, los tres estilos, los clavos de la cruz y los pétalos, a los doce apóstoles.
Existen 400 especies del género de la passifloráceas. Son lianas trepadoras que llegan hasta los 9 metros de altura, con los tallos leñosos y la raíz perenne. Sus flores de unos 5 centímetros de diámetro, desprenden un aroma agradable y varían desde colores como el blanco hasta el rosa, pasando por el lavanda pálido o malva. La corona está formada por pétalos rodeados de un círculo triple compuesto por finos filamentos.
Propiedades curativas: Los guaraníes han utilizado esta planta desde siempre para elaborar cataplasmas con las que trataban quemaduras, heridas e inflamaciones. La flor , que nace en primavera, contiene compuestos que le otorgan propiedades analgésicas -calma el dolor-, ansiolíticas -calma la ansiedad-, y se puede usar como sedante hipnótico suave, así como aplicarlo para paliar la hipertensión arterial.
Una infusión hecha con esta flor puede tener grandes beneficios, pero es importante tomar siempre compuestos prescritos por el médico, ya que puede tener efectos adversos por un uso inadecuado como vómitos o taquicardias.
El fruto de tamaño de un huevo y con un color amarillento, sale a finales de verano o a principios de otoño; es comestible, pero sólo si está bien maduro, ya que de lo contrario puede ser tóxico y provocar daños en el estómago. Si la dosis es muy elevada puede derivar incluso en inconsciencia y alucinaciones.
Esta flor es, sin duda, una especie versátil, tanto por sus características medicinales como por su gran valor ornamental, exuberante y exótica.
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