CONSPIRACIÓN DE SILENCIO
«Estoy de pie aquí, la frente coronada de mil arrugas, estoy aquí de pie, como un viejo San Bernardo, y yo miro a la lejanía, muy lejos, hasta el confín de mi infancia...».
Esta frase de Bohumil Hrabal está grabada junto a la figura del escritor checo que domina un mural callejero. En ella, en esa lejanía que llega hasta el confín de la infancia, habitan las mil anécdotas y experiencias que pueblan el universo literario de uno de los más universales autores de la antigua Checosolovaquia.
Bohumil Hrabal jamás habría desarrollado su personalísima voz si su frente no hubiera estado coronada por esas “mil arrugas” cuando comenzó a escribir en 1963. La intensidad lírica, el humanismo espontáneo y la magistral reivindicación de lo cotidiano que se conjugan en novelas como Trenes rigurosamente vigilados o Una soledad demasiado ruidosa son el fruto de los más de 50 años de intensa vida que Hrabal llevaba a cuestas cuando decidió dejar la fábrica metalúrgica en la que trabajaba como obrero y dedicarse a la literatura.
La fertilidad y el tardío despertar creativo de otros ilustres seniors, como el cineasta portugués Manoel de Oliveira, quien dirigió su primera película con casi 50 años y que sigue cámara al hombro a punto de cumplir los cien, avalan el valor de la experiencia y el conocimiento como fuente de inspiración.
La regla sirve también para el periodismo. Ahí está el caso de Seymour Hersh, el periodista que provocó un vuelco en las conciencias cuando en 1969 contó al mundo los horrores de Vietnam y de la masacre de My Lai. El mismo periodista que en 2004, con 67 años, tuvo el pulso firme para dar a conocer las torturas de la prisión de Abu Grahib. Con ello reveló el verdadero objetivo que se escondía detrás del empacho de barras y estrellas con que obsequiaba a los estadounidenses Fox News. Aquella oda patriotera liderada por Tony Snow, quien más tarde se convertiría en jefe de prensa de la Casa Blanca, no era más que la tapadera de una brutal operación de esterilización de un pueblo y una cultura al servicio de las fuerzas invasoras de Irak, como dejaban en claro las brutales fotos de las torturas denunciadas por Hersh.
Sin embargo, Seymour Hersh jamás renegará de su condición de estadounidense. Como periodista no le conviene, ya que por más que la Generalitat de Cataluña le honrara hace unas semanas concediéndole el premio Vázquez Montalbán, ejercer la profesión en España a su edad no es cosa fácil. Porque aquí, en esta piel de toro que los medios de comunicación estiran constantemente para que no se le vea arruga alguna, a los periodistas veteranos los mandamos a criar malvas en cuanto cumplen los 50.
Los expedientes de regulación de empleo que se han venido registrando en los últimos años en el ámbito de las grandes corporaciones de medios ocultan una lógica mercantil que raya la anticonstitucionalidad, al discriminar por razón de edad. También apuntan a la supresión de la condición de valor del periodismo senior, basada en el conocimiento y la experiencia.
Ocultos tras las pantallas
El síndrome de Peter Pan en el que viven instalados los cuarentones con alma de niño que rigen nuestra televisión se deja sentir en una parrilla donde las personas mayores brillan por su ausencia o encuentran triste acomodo en el papel de abuelo cebolleta.
El ocultamiento es la única expresión que encuentran los 7.332.267 mayores de 65 años que existen actualmente en España a la hora de verse reflejados en los medios de comunicación.
Las personas mayores representan en la actualidad el 16,6 por ciento de la población, pero en 2050 este porcentaje se habrá elevado hasta superar el 30 por ciento y constituirá el segmento de mercado más compacto y poderoso económicamente, en opinión de los sociólogos.
De poco sirve este dato. Tampoco aquél que nos revela que la cuarta parte de los lectores de prensa diaria en España tiene más de 55 años. Para los medios de comunicación, la imagen que corresponde a este importante segmento de su público es la del viejecito dando de comer a las palomas.
El lifting de nuestras pantallas no tiene límites. Juventud, lozanía y tersura acaparan con tiranía el prime time. La experiencia, la generosidad, el conocimiento, la honestidad, el valor del tiempo o la cercanía quedan orillados del espacio de la representación y como modelos sociales en beneficio del éxito inmediato y la aceleración.
En este universo orwelliano, la labor social de determinados colectivos en defensa del derecho de las personas mayores a estar debidamente representadas no tiene precio. Y es clave el apoyo que estas iniciativas puedan obtener para desplegar adecuadamente su actividad e intentar dotarla del mayor alcance posible.
En ello está la Universidad Permanente de la Universidad de Alicante a través de su “Observatorio de mayores y medios de comunicación” y la Asociación de Jubilados de la CAM, cuyos foros, en alguno de los cuales he tenido el honor de participar, han hecho suya esta causa.
Y es que por mucho que les pese a los eternos adolescentes del escenario catódico, hay que vivir para saber y más aún para entender. Está escrito en las páginas inolvidables de Bohumil Hrabal, en los reportajes de Seymour Hersh y en las películas de Oliveira. Por más que se empeñen olvidar y en querer hacernos olvidar.
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