Marcando el camino de la guerra
Que la masonería fue la que trajo la Segunda República Española, no le cabe duda a nadie. Pero con la república llegaban también los desórdenes, el caos y el crimen. Para ellos, la mentira, y el odio al catolicismo son herramientas fundamentales que no tardaron en poner en práctica. Y la eliminación física de sus adversarios no es para ellos ningún pecado. Demostraremos a lo largo de este artículo y en los posteriores cómo la masonería fue la que enredo más que nadie para llegar al desenlace trágico de la Guerra Civil Española.
Desde el primer ataque violento que sufrió la Iglesia Católica en 1931, se habían producido por parte del gobierno de Manuel Azaña diversas medidas laicistas y contrarias a los intereses de los religiosos. Se había eliminado la exención fiscal a la Iglesia, se ordenó la retirada de todos los crucifijos de las escuelas y se expulsó a los obispos de Vitoria y Málaga y al Cardenal Segura, expulsado por su pastoral antirrepublicana. También se prohibió a las órdenes religiosas dedicarse a la enseñanza.
En 1932 se decretó la confiscación de todos los bienes de la Compañía de Jesús y su disolución. Se promulga una ley para la secularización de los cementerios, se disuelve el Tribunal de la Rota y se prohíben las procesiones religiosas. La tensión entre Iglesia y República durante el gobierno de Azaña era cada vez mayor. La población vivía este enfrentamiento también en la calle, y los ataques contra templos católicos se continuaban produciendo durante el transcurso de la Segunda República. En España, que aún era mayoritariamente católica a pesar de las palabras de Azaña (“España ha dejado de ser católica”), una parte de la población no comprendió la expulsión de los sacerdotes de las escuelas y que muchos pueblos quedaran sin maestros para la docencia. Estas medidas y otras traerían un resultado inesperado para las fuerzas políticas de izquierda republicanas en las siguientes elecciones generales.
Pero lo peor estaba por llegar. Si en 1931 la Iglesia recibió graves daños, en 1934 fue mucho peor. Durante la llamada “Revolución de Asturias” de octubre, a diferencia de la anterior quema de conventos de 1931, hubo decenas de religiosos asesinados. Es el comienzo de la denominada Persecución religiosa en España. De 1934 a 1937, treinta y cuatro miembros del clero fueron asesinados por los revolucionarios asturianos. Fue el precedente más inmediato de la persecución religiosa que tuvo lugar en la zona republicana durante la Guerra Civil Española de 1936-1939 y uno de los detonantes de la guerra.
A partir de 1934 la revolución dejó de limitarse a incendiar iglesias y casas religiosas, para empezar a matar católicos, clérigos y seglares, de los que 1.935 han sido ya reconocidos como santos o beatos mártires, a los que habría que añadir los en torno a mil procesos en curso de las distintas diócesis, y se calcula que la cifra total probablemente se elevará a 10.000. Comenzaba el genocidio católico, que no terminaría hasta 1939.
El 5 de octubre de 1934 en Rebollada durante las revueltas muere asesinado a culatazos de un arma el párroco Luciano Fernández Martínez. En Valdecuna se asesina al ecónomo párroco Manuel Muñiz Lobato y se quema la iglesia, el retablo, imágenes y archivos parroquiales. En Oviedo los revolucionarios queman el convento de las benedictinas de San Pelayo. El mismo día en Mieres son asesinados y arrojados al río los novicios pasionistas Baudilio Alonso Tejedo (Salvador María de la Virgen) y Amadeo Andrés Celada (Alberto de la Inmaculada). En Sama de Langreo, el párroco regente Venancio Prada Morán es asesinado de un tiro después de colocarle una bomba en la iglesia. En Moreda es asesinado su párroco ecónomo Tomás Suero Covielles.
El 6 de octubre, en Mieres, se incendió la residencia de los Padres Pasionistas. En esos momentos también se incendia el Convento de Los Dominicos y la Iglesia de San Pedro en La Felguera.
El 7 de octubre los revolucionarios socialistas incendian el convento de Santo Domingo y el Palacio Arzobispal de Oviedo, quedando ambos destruidos. En la carretera se fusila a los seminaristas que habían conseguido huir del convento:
César Gonzalo Zurro (21 años, 2º de Teología), Ángel Cuartas Cristóbal (Subdiácono, 24 años), Mariano Suárez Fernández (24 años, ordenado de menores), José María Fernández Martínez (19 años, 1º de Teología), Juan José Castaño Fernández (18 años, 3º de Teología) y Jesús Prieto López (22 años; 2º de Teología). En la localidad de San Esteban de Cruces es asesinado el ecónomo Graciliano González Blanco. En Santullano son asesinados los jesuitas Emilio Álvarez y Martínez y Juan Bautista Arconada.
El 8 de octubre es asesinado el padre paúl Vicente Pastor Vicente en el matadero de San Lázaro. También es asesinado en Oviedo su vicario general Juan Puertes Ramón y Aurelio Gago, secretario del Obispado.
El 9 de octubre son fusilados varios sacerdotes de La Salle junto al cementerio. Los llamados “Mártires de Turón”: José Sanz Tejedor (San Cirilo Beltrán), Filomeno López López (San Marciano José), Claudio Bernabé Cano (San Victoriano Pío), Vilfrido Fernández Zapico (San Julián Alfredo), Vicente Alonso Andrés (San Benjamín Julián), Román Martínez Fernández (San Augusto Andrés), Manuel Seco Gutiérrez (San Aniceto Adolfo) y Manuel Barbal Cosín (San Jaime Hilario). También son asesinados el sacerdote argentino Héctor Valdivieso Sáez (San Benito de Jesús) y el pasionista de Mieres Manuel Canoura Arnau (San Inocencio de la Inmaculada).
El 11 de octubre los revolucionarios socialistas colocan una bomba y la explosionan en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo. En este atentado se destruyen numerosas obras de arte y reliquias del cristianismo, también sufre daños la catedral.
El 12 de octubre es asesinado en Oviedo el carmelita Eufrasio Barredo Fernández (Beato Eufrasio del Niño Jesús), superior del convento carmelita.
Mientras tanto, en Cataluña aprovechaban la confusión para intentar hacer lo que ya no han dejado de hacer desde entonces los cuatro gatos de siempre, pero que al final con mucha astucia y maldad, logran siempre embrollarlo todo. Dice Bárcena:
“Tan amenazante de cara al futuro como lo sucedido en Asturias, fue lo ocurrido, al mismo tiempo en Barcelona. El 5 de octubre la ciudad estaba paralizada por la huelga general convocada por la Alianza Obrera, detrás de la que también estaba Largo Caballero. Aunque el organizador era Maurín. En aquel río revuelto, la Generalidad —institución medieval recuperada por el Estatuto que tanto peleó Azaña para Cataluña— decidió aprovechar la ocasión y rebelarse. Pero con fines muy distintos a los de Asturias; sobre todo en la cuestión decisiva de la soberanía nacional. El 6 de octubre —con la revolución asturiana ya en marcha—, el presidente Companys redactaba un manifiesto secesionista, mientras su consejero Dencás ordenaba armar a los militantes de Estat Català. Enterado del inminente levantamiento, el general Batet, jefe de la cuarta división orgánica, ordena al comandante de los Mozos de Escuadra, Pérez Farrás, que acuda a capitanía; lo que no hizo. Por el contrario, apoya el movimiento secesionista, que esa misma tarde se hace oficial: a las 8, Companys, acompañado de sus consejeros, desde el balcón principal de la Generalidad, proclama, mintiendo abiertamente: «Todas las fuerzas republicanas de España y los sectores sociales avanzados, sin distinción ni excepción, se han alzado en armas contra la audaz tentativa fascista —como el PSOE pretextaba que su alzamiento era debido a la entrada en el Gobierno de los tres ministros de la CEDA—»; y con tal motivo seguía diciendo: «el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República Federal —inexistente— Española y convoca a los dirigentes de la protesta general contra el fascismo a establecer en Cataluña el Gobierno Provisional de la República». Había aprendido ya, como el resto de las izquierdas españolas, a llamar fascismo a todo lo que no casara con sus propios idearios, lastrados del peor totalitarismo; se inventaba un golpe de Estado donde solamente había una exigencia democrática, por parte de Gil Robles de ver representado (aunque fuera en minoría) a su propio partido, ganador de las elecciones celebradas el año anterior; y “generosamente” ofrecía Barcelona como capital de un fantasmagórico «gobierno provisional»; como si fuera necesario empezar de cero, volviendo a 1931. Pero, detrás de tanta palabrería manipuladora, lo importante es que había convertido a Cataluña en Estado, asumiendo «todo el poder» en la región, por obra y gracia de su propio partido”.
La situación se volvía cada vez más insostenible. Los masones no paraban de enredar en todo lo que podían. El odio a su primordial enemigo (la Iglesia Católica), cada vez se hacía más evidente en todas partes. Javier Barraycoa dice lo siguiente en su libro Historias Ocultadas:
“De la logia masónica Perseverancia, en 1932, surgía un escrito titulado La Compañía de Jesús, en el que se leía:
«Guerra sin cuartel a esos perturbadores del orden público y de la paz universal; persigámosles hasta sus madrigueras para sacarlos después a la publicidad con toda la enormidad de sus vicios y crímenes sin cuento, y el grito unánime de todos los pueblos, de todas las razas, sea de una vez ¡Abajo los jesuitas! En 1934, la publicación La Traca realizaba una encuesta con una única pregunta: «¿Cómo ve usted el problema religioso en España?», a la que fueron contestando personajes conocidos. Algunas respuestas fueron de lo más contundentes. Por ejemplo, Jesús Hernández, dirigente del Partido Comunista de España, anunciaba:
«para el triunfo revolucionario del pueblo habrá de destruirse todo cuanto se refiere a la Iglesia, haciendo comprender a los obreros en general la realidad de que la Iglesia es un Estado administrativo que se encarga de robar a los pobres para enriquecer a los ricos». Un diputado, Ángel Samblancat, con cierta ironía, proponía: «Remedio [ante el problema religioso] no hay más que uno. Devolver el confesor al confesionario, el cura al templo y tapiar la puerta. Y a ver qué pasa. ¿Que para eso es necesario una revolución brutal? Pues, ¿qué nos creíamos? A hacerla, si hay lo que se necesita para tal menester”.
Muchas son las pruebas de que tras la Revolución de 1934 se encontraba, como no podía ser de otra manera, la masonería. Transcribimos a continuación, unas líneas que dedica al tema el converso masón Francisco Ferrari Billoch (Manacor, Baleares, 1901-1958), periodista, propagandista y escritor español. Originalmente masón, se destacó por sus escritos antimasónicos. Colaboró en La Almudaina, Informaciones y Domingo. En 1936, poco antes de producirse la sublevación militar contra la República, publicó su conocido libro La masonería al desnudo; en esta publicación presentaba la historia española y mundial bajo una visión según la cual todo queda controlado por las logias y, detrás de ellas, actuaría operando secretamente un Sanedrín judío:
“Por otra, se entregan sin reservas a las tácticas revolucionarias al lado de comunistas y, no siempre de la CNT. No obstante hay conexiones entre las dos tácticas, pues hay numerosos masones en la preparación de la revolución de Asturias en octubre del 34, cuyo principal líder era el masón Belarmino Tomás […]. Lo más curioso de aquellos bandos en los que se mezclaba lo republicano, lo marxista, lo masónico y lo separatista, es que en el famoso Octubre rojo e independentista de 1934, había masones dirigiendo la revolución y el secesionismo”.
Eso, en cuanto a la Revolución en Asturias, pero en Cataluña se ve, de manera más clara si cabe. Durante la II República, catorce consejeros de los distintos gobiernos de la llamada “Cataluña autónoma” eran masones, y singularmente los que proclaman el Estat catalá, primero Francesc Maciá (1859-1933); y después Lluis Companys (1882-1940). Qué decir de Companys, el hombre bajo cuyo mandato se aplicaron en Cataluña todo tipo de torturas y que en alguna checa para hacer desaparecer los cadáveres se echaban a los cerdos. Masón y un aficionado al espiritismo y que lo practicaba con catalanistas y comunistas, para gran escándalo de conocidos.
Promovió la mayor persecución religiosa de la historia de Cataluña, ejecutada por el Comité de Milicias que él fundó. Fueron asesinados 4 obispos, 1.536 sacerdotes (el 30% del clero catalán) y miles de católicos solo por serlo. Prohibió el culto católico y destruyó 7.000 edificios religiosos. Contestó así cuando la revista francesa L’Oeuvre (agosto 1936) le preguntó sobre la restauración del culto católico: «¡Oh, ese problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas!».
En cuanto a la documentación relacionada con la masonería, cabe destacar la ficha de Companys de la logia “Lealtad”, en la que se inició en 1922; los requerimientos de informes sobre esta pertenencia –a cargo de las autoridades franquistas– y la carta de la logia Conde de Aranda, del 12 de agosto de 1934, donde se felicita entusiásticamente a Lluís Companys “por su actuación que estimamos altamente masónica, en defensa de los derechos de los humildes”.
En el próximo capítulo expondremos más cantidad de hechos que fueron los causantes de nuestra guerra civil. Incluso para el que escribe, es difícil pensar que la mayoría de la gente podrá convencerse como él, de que casi todos los males acaecidos en medio mundo incluida España, son responsabilidad de la temible secta masónica. Pero da mucho consuelo que grandes intelectuales como Alberto Bárcena a día de hoy y otros en el pasado, ya pensaron en esto antes que él. Terminamos este largo artículo copiando un pequeño párrafo de Ferrari Billoch, donde manifiesta lo siguiente:
“Y hay que decirlo ya francamente, aunque sea a pecho descubierto: Donde hay una desgracia, un motivo de luto nacional, ahí está, en la sombra, el MONSTRUO de la masonería revolcándose en el fango infecto de su propia obra”.
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