EL Rincón de Yanka: LOS INICIOS DE LA MASONERÍA VI por CURRO JIMÉNEZ 👥👿💀

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domingo, 3 de julio de 2022

LOS INICIOS DE LA MASONERÍA VI por CURRO JIMÉNEZ 👥👿💀


Afluentes de un mismo río

En el anterior capitulo, dejamos bastante claro dónde se origina toda esta espiritualidad masónica, quiénes son los que gobiernan la secta y de dónde les vienen esas doctrinas. En realidad, bajo toda está apariencia aparentemente política y de intereses económicos, lo que de verdad se esconde es una gran batalla espiritual. No son una mafia económica que quiere enriquecerse a toda costa y que carecen de cualquier tipo de escrúpulo, no. Si fuese así, no sería tan grave. Son, en realidad, un grupo de adoradores de Lucifer, que quieren imponer su doctrina a toda la humanidad.

Desde muy pronto, los Papas de la Iglesia Católica, le salieron al paso, condenando a la secta uno tras otro hasta nuestros días. Oficialmente, la masonería queda fundada en 1717, y la primera condena surge en 1738. Clemente XII emitió el primer decreto papal en contra de la Masonería: bula In Eminenti Apostolatus Specula o In Eminenti, en 1738. Le siguió Benedicto XIV con Providas romanorum en 1751. La masonería trata de hacer borrar estas condenas que pesan sobre ellos por cuenta propia, pero todo CATÓLICO ha de saber que aún está vigente la última condena Papal con la QUAESITUM EST,de 1983, promulgada por S.S. San Juan Pablo II. Al mantener la condena contra la Masonería, como Custodio de la Tradición, Benedicto XVI puso en la diana su Pontificado.

La gran defensa de la masonería en España es presentarse comovíctima del franquismo, reivindicando ser la defensora de las libertades, ser los padres de la democracia… eso sí, les gusta menos hablar de las condenas de los papas. Procuran no mostrarse públicamente contrarios a la Iglesia.

De todos los documentos papales que condenan a la masonería, el más emblemático con toda certeza es: Humanum Genus, de León XIII. Podríamos decir que es uno de los documentos que mejor la definen. Así comienza León XIII su famosa encíclica:

“El género humano, después de apartarse miserablemente de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, por envidia del demonio, quedó dividido en dos campos contrarios, de los cuales el uno combate sin descanso por la verdad y la virtud, y el otro lucha por todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad. El primer campo es el reino de Dios en la tierra, es decir, la Iglesia verdadera de Jesucristo. Los que quieren adherirse a ésta de corazón como conviene para su salvación, necesitan entregarse al servicio de Dios y de su unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad. El otro campo es el reino de Satanás. Bajo su jurisdicción y poder se encuentran todos lo que, siguiendo los funestos ejemplos de su caudillo y de nuestros primeros padres, se niegan a obedecer a la ley divina y eterna y emprenden multitud de obras prescindiendo de Dios o combatiendo contra Dios.

En nuestros días, todos los que favorecen el campo peor parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia bajo la guía y con el auxilio de la masonería, sociedad extensamente dilatada y firmemente constituida por todas partes. No disimulan ya sus propósitos. Se levantan con suma audacia contra la majestad de Dios. Maquinan abiertamente la ruina de la santa Iglesia con el propósito de despojar enteramente, si pudiesen, a los pueblos cristianos de los beneficios que les ganó Jesucristo nuestro Salvador.

En el espacio de siglo y medio la masonería ha alcanzado rápidamente un crecimiento superior a todo lo que se podía esperar, e infiltrándose de una manera audaz y dolosa en todos los órdenes del Estado, ha comenzado a tener tanto poder, que casi parece haberse convertido en dueña de los Estados. Varias son las sectas que, aunque diferentes en nombre, rito, forma y origen, al estar, sin embargo, asociadas entre sí por la unidad de intenciones y la identidad en sus principios fundamentales, concuerdan de hecho con la masonería, que viene a ser como el punto de partida y el centro de referencia de todas ellas.

Todo lo que hemos dicho hasta aquí, y lo que diremos en adelante, debe entenderse de la masonería considerada en sí misma y como centro de todas las demás sectas unidas y confederadas con ella, pero no debe entenderse de cada uno de sus seguidores”.

Como podemos ver, desde muy pronto la Iglesia identificó el peligro y la maldad de la secta masónica. Curiosamente, León XIII hace una interesante observación: “En nuestros días, todos los que favorecen el campo peor parecen conspirar a una y pelear con la mayor vehemencia bajo la guía y con el auxilio de la masonería, sociedad extensamente dilatada y firmemente constituida por todas partes”. Ciertamente, podemos decir que las sectas más conocidas tienen su origen de alguna manera en la masonería, o sus fundadores fueron masones, o tuvieron que ver algo con ellos:Joseph Smith, Jr. (Sharon, Vermont, 23 de diciembre de 1805-Carthage, Illinois, 27 de junio de 1844) fue un líder religioso estadounidense, fundador del Movimiento de los Santos de los Últimos Días. Iniciado como masón en Nauvoo, Illinois, el 15 y 16 de marzo de 1842; su hermano Hyrum y (posiblemente) su padre Joseph eran masones antes de la organización de la Iglesia en abril de 1830.

Charles Taze Russell (Allegheny, Pensilvania, 16 de febrero de 1852 – Pampa, Texas, 31 de octubre de 1916), también conocido como el Pastor Russell, fue un estudioso bíblico estadounidense. Fundador de Estudiantes de la Biblia, un movimiento cristiano que luego cambiaría de nombre a Testigos de Jehová. Aunque existe una gran controversia sobre si era masón o no, ciertamente en su bibliografía existe simbología masónica. En uno de sus más importantes discursos, ofrecido en un prominente templo masón, el fundador de la Sociedad Watchtower, o «Testigos de Jehová», declaro su abierta identificación, con las creencias de la logia masónica. Esto dijo:

Discurso de Charles Taze Russell (Gira de Russell en 1913).

“Me siento feliz de dirigirme a los delegados que han venido especialmente de las ciudades de la bahía, incluyendo también, claro está, a los representantes de unos treinta y cinco estados que participan conmigo en esta gira. Estoy muy contento de tener esta oportunidad particular de decir unas palabras en relación con algunas cosas en las que estamos de acuerdo con nuestros amigos masones porque estamos hablando en un edificio consagrado a la masonería, y porque además nosotros también somos masones. Yo soy un Francmasón Libre y Aceptado, y si puedo abordar la cuestión «con toda su perspectiva», es porque correspondo con nuestros hermanos masones que les gusta decirnos que ellos son Masones libres y aceptados”. Albert Pike. Albert Pike fue general de la Confederación, grado 33 del rito escocés masónico. Durante la Guerra Civil americana cometió las atrocidades más terribles. Fue un alto miembro de la orden Illuminati reverenciada por la cábala del nuevo orden mundial. Se trata del masón más influyente de la historia. Hay indicios de que fundó el Ku Klux Klan. En las creencias de Pike sobrevive Lucifer como el propio Dios. En su famosa obra Morals and Dogma, comentando el grado 19, define así a Lucifer: Lucifer el portador de la Luz ¡extraño y misterioso nombre, dado al Espíritu de las Tinieblas! ¡Lucifer, el Hijo de la Mañana! ¿Es él quien lleva la Luz, y con sus resplandores ciega a las almas débiles, sensuales o egoístas? No lo dudéis.
Aleister Crowley. Se inició en la masonería en México, donde alcanzó el grado 33 en la Ordo Templis Orientis (comúnmente conocida como O.T.O.). Es la sociedad fraterna en la que preserva el legado de Thelema y de sus ideales a día de hoy. Con más de tres mil miembros distribuidos en varios países, esta orden fraternal es parte fundamental e importante de la tradición esotérica occidental. La O.T.O, tiene sus raíces en la masonería y fue fundada por dos masones, Karl Kellner y Theodor Reuss, a principios del siglo XX. Apodado por la prensa británica como “el hombre más perverso del mundo”, Aleister Crowley es probablemente el ocultista más célebre de todos los tiempos. Promovió un credo mágico al que denominó “Ley de Thelema” y que le fue revelado por su propio ángel guardián, un ser llamado Aiwass, mensajero, a su vez, del dios egipcio Horus.
L. Ron Hubbard (Tilden, Nebraska, 13 de marzo de 1911-Creston, California, 24 de enero de 1986), fue un escritor estadounidense de libros de ciencia ficción y fantasía, filósofo, estafador y el fundador de la Iglesia de la Cienciología. Hubbard estaba muy vinculado en 1945 con John W. Parsons, que presidía el capítulo de OTO en Los Ángeles. Hubbard fue, de hecho, un miembro de la secta de Crowley, donde, por añadidura, conoció a su segunda esposa. La Iglesia de la Cienciología, comprensiblemente, ha intentado negar este hecho, insistiendo en que Hubbard sólo se estaba infiltrando en el grupo de Crowley. La verdad es que, en una serie de conferencias del curso de doctorado de Filadelfia, grabadas ya en 1952, Hubbard se explayó hablando del ocultismo en la Edad Media y recomendó un libro: The Master Therion, de Crowley. Según Hubbard, “es una fascinante obra en sí misma, y esa obra fue escrita por Aleister Crowley, el difunto Aleister Crowley, mi muy buen amigo”.
Alphonse-Louis Constant, denominado “el último de los magos” y también “el renovador del ocultismo en Francia”, y más conocido por su pseudónimo de Éliphas Lévi. Nacido el 11 de febrero de 1810, Constant fue ordenado sacerdote católico. Su interés por el ocultismo le llevó a redactar algunas obras de magia –Doctrina de la magia trascendente (1855), Ritual de la magia trascendente (1856) e Historia de la magia (1860), ya antes de ser iniciado en la masonería. La iniciación tuvo lugar el 14 de marzo de 1861 en la Logia Rosa del Perfecto Silencio de París, subordinada al Gran Oriente francés. De manera bien reveladora, la iniciación obedeció a la petición de sus amigos Fauvety y Caubet, que eran masones y que consideraban que los conocimientos mágicos de Constant podían resultar de interés para la logia. También lo creía Constant, que afirmó al ser iniciado que venía a “mostraros el objetivo para el cual fue constituida vuestra asociación”.

Papel mucho mayor representó la masonería en la fundación del grupo ocultista más importante del siglo XIX. Nos estamos refiriendo a la Sociedad Teosófica. Fundada en 1875 por Helena Blavatsky, su primer presidente fue el coronel Henry Steel Olcott, un masón. El 24 de noviembre de 1877 la propia Blavatsky fue iniciada en la masonería. La historia del ocultismo contemporáneo resulta imposible de escribir sin hacer referencia a las conexiones de prácticamente todos sus dirigentes con la masonería. En algunos casos, se trató de ocultistas que se identificaban con la cosmovisión masónica, aunque no tanto con su organización formal; en otros, de masones que crearon movimientos destinados a profundizar en el ocultismo. Finalmente, no faltaron los masones que, como Crowley, pensaron que habían superado en sus conocimientos lo que se enseñaba en las logias.

Importante también, destacar La Gran Logia Rockefeller, apoyo fundamental de las organizaciones pantalla de la Masonería, es “una orden secreta del iluminismo, de signo luciferino, con sede central en Nueva York […] muy cerca del Rockefeller Center con la figura del mítico Prometeo en el suelo en actitud de rebeldía un tanto orgiástica contra Zeus, el dios supremo del panteón griego, y símbolo de la irreligiosidad en cualquier época. En lo alto del rascacielos Tishman, de 116 metros de altura, figuraba el 666 de brillante color rojo de día, iluminado de noche. Este número fue retirado en 1992, pero el edificio es ahora el “666 Quinta Avenida”.

Como podemos ver, tienen muchas ramificaciones por todo el mundo, multitud de grupos y subgrupos tienen que ver con ellos. Llevan siglos, horadando la política mundial (además, de tener mucho que ver con el mundo de las sectas de todo tipo), infiltrándose en los gobiernos, pero sus intenciones no son solo hacerse con el control político de las naciones, también aspiran y tienen ya mucho adelantado, a hacerse con el control mundial de la religión. A este particular, le dedicaremos un capitulo completo más adelante. Veremos cómo se han infiltrado dentro de la misma Iglesia Católica.

La Virgen de Fátima advirtió del peligro de la propagación de los errores del comunismo. Pero… ¿Quién está tras la implantación del comunismo? No les quepa la más mínima duda “la masonería”. Mariano Tirado Rojas, masón converso al catolicismo, publicó el Ritual de Grado 33, en 1893, y obviamente este ritual se desarrolló muchos años antes. Según lo publicado por Tirado Rojas, en la iniciación del grado 33 el candidato recibe una enseñanza, en cuanto a los fines disolventes de la masonería, donde se aprecia la afinidad con el comunismo:

“Los tres infames asesinos de nuestro Gran Maestro son: la Ley, la Propiedad y la Religión. La Ley, porque no está en armonía perfecta con los derechos del hombre aislado y los deberes del hombre que vive en sociedad, derechos que todos adquieren en toda su integridad, deberes que no son más que la consecuencia inmediata de la facultad natural que cada uno de nosotros debería tener de gozar de todos sus derechos sin que nadie pueda impedirlo.

La Propiedad, porque la tierra no es de nadie (recordemos, cuando Zapatero dijo que la tierra no era de nadie sino del viento) y sus productos pertenecen a todos, en la medida, para cada uno, de las verdaderas necesidades de su bienestar.

La Religión, porque las religiones no son más que las filosofías de hombres de talento que los pueblos han adoptado bajo condición expresa, de que vengan a constituir un aumento de bienestar para ellos.

Ni la Ley, ni la Propiedad, ni la Religión pueden, pues, imponerse al hombre; y como le aniquilan privándole de sus más preciosos derechos, son asesinos, contra quienes hemos jurado ejercer la más ruidosa venganza, enemigos a quienes hemos jurado una guerra a todo trance y sin cuartel.

De estos tres infames enemigos, la Religión deberá ser el objeto constante de nuestros mortales ataques, porque un pueblo jamás ha sobrevivido a su religión, y matando a la Religión, tendremos a nuestra disposición la Ley y la Propiedad, y podremos regenerar la sociedad estableciendo, sobre los cadáveres de aquellos asesinos, la Religión, la Ley y la Propiedad masónicas”.

Observamos aquí una verdadera declaración de la realidad que el comunismo es. “Ni la Ley ni la Propiedad, ni la Religión” pueden imponérsele al hombre. Eso sí: la masónica sí. Cualquiera que conozca en profundidad lo que es el comunismo sin fantasías, podrá reconocer en estas palabras un acto de sinceridad total, pocas veces visto en la historia. Ese acto está recogido en el Ritual de Grado 33 de la masonería, antes de que a Marx se le ocurriese pensar en ello. Y no solo existe la constancia de su relación con el comunismo a través de lo descrito en el ritual. También se puede fundamentar con datos históricos en el enlace que dejamos a continuación.


La Segunda República

En este artículo recuperaremos la línea histórica que traíamos en episodios anteriores sobre la influencia de la masonería en España, y que alteramos para contar la trayectoria masónica fuera de sus fronteras y la influencia de la secta en otros grupos que han aparecido a lo largo de la historia.
Terminábamos en el último capítulo sobre la influencia de la secta en España, hablando de la visita que hizo una delegación de la masonería al Rey D. Alfonso XIII.

En esta visita quisieron imponerle una serie de condiciones, garantizándole que, de acatarlas, se mantendría en el trono (este ofrecimiento deja muy claro el poder que tienen de quitar y poner rey o gobernante). De no hacerlo, lo amenazaron con que sería expulsado de España, como así termino ocurriendo. No obstante, el rey se mantendría en el trono 12 años más, en parte, gracias a la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930).
Entraremos directamente en los acontecimientos previos a la instauración de la Segunda República, y lo haremos citando como no puede ser de otra manera, al gran Alberto Bárcena:

“Lo primero que no les han explicado bien es el origen del propio régimen republicano: una conspiración iniciada en la rebotica de un catedrático de Química Orgánica, el doctor Giral, en la madrileña calle de Atocha, donde se fundó la Alianza Republicana, en 1926. Aquel grupo inicial pasó a reunirse en casa de Don Alejandro Lerroux, que, desde los días del Paralelo, cuando arengaba a sus «jóvenes bárbaros» para hacer la revolución violando novicias, se había centrado, políticamente hablando; aunque su aborrecimiento por la Iglesia no decaía. Con el futuro presidente del Consejo de Ministros –ya nadie recordaba su implicación en la Semana Trágica– se reunían Manuel Azaña, Álvaro de Albornoz, Marcelino Domingo, Ángel Galarza y Fernando de los Ríos, todos masones excepto Azaña, que se iniciará ya durante la República. Contaban con el apoyo de las logias y del partido Radical, entonces en la clandestinidad”.

El final de la dictadura de Primo de Rivera supuso el golpe de gracia para el reinado de Alfonso XIII. El Rey tuvo la extraña habilidad de lograr reunir en su contra a políticos que parecía que nunca se habrían puesto de acuerdo en nada (algo muy parecido a lo que ocurre con el gobierno Sánchez). El 17 de agosto de 1930 se reunían en San Sebastián representantes del republicanismo español para conspirar y trabajar unidos para terminar con la monarquía en España. Entre ellos estaban el PSOE y la UGT que, hasta hacía solo unos meses, eran uno de los más firmes pilares de la dictadura de Primo de Rivera. La reunión se celebró en el domicilio social de Unión Republicana de San Sebastián, bajo la presidencia de Fernando Sasiain, presidente del Círculo Republicano local y luego alcalde de San Sebastián. Asistieron a la reunión Alejandro Lerroux por el Partido Republicano Radical y Manuel Azaña por el Grupo de Acción Republicana. Los radical-socialistas Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Ángel Galarza. Por la Derecha Liberal Republicana, Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura. Acción Catalana envió a Manuel Carrasco Formiguera acompañado por Macía Mallol, de Acción Republicana de Cataluña. Estat Català envío a Jaume Aiguader, y la Federación Republicana Gallega a Santiago Casares Quiroga. A título personal estuvieron en San Sebastián el socialista Indalecio Prieto, Felipe Sánchez Román y Eduardo Ortega y Gasset, hermano del filósofo. Gregorio Marañón no pudo asistir, pero envió una entusiasta carta de adhesión. En las distintas logias masónicas el Pacto tuvo buena acogida (no en vano la mayoría de los reunidos pertenecían a la masonería).

En esta conspiración, la de 1930, el PSOE tendría un papel decisivo en cuanto a la puesta en marcha del proceso. Era imposible no contar con los socialistas porque las formaciones de algunos de los personajes allí presentes, como la Izquierda Republicana de Azaña, no pasaban de ser experimentados políticos de muy incierto futuro en cuanto a su capacidad de movilizar a las masas. No ocurría igual con el PSOE, beneficiado por su colaboración con la Dictadura, durante la cual pudo no solo mantener sus cuadros, sino verlos reforzados como recompensa de su colaboración con el Gobierno. Comenta Bárcena:

“Se formaron, de hecho, dos comités revolucionarios, porque además del político, del que habla Maura, empezaba a funcionar otro, militar, dirigido por el general Queipo de Llano, en el que figuraba también Ramón Franco, héroe del Plus Ultra, y hermano de Francisco, al que, en muchos aspectos, era totalmente opuesto –el menor era anarquista y masón– aunque acabaría sublevándose contra la República en 1936”.
Todo este batiburrillo conspirativo culminó en un pronunciamiento militar contra la Corona. Fermín Galán, oficial africanista y masón, cansado de retrasos, decide levantarse en Jaca, donde había sido destinado con el propósito de neutralizarle, alejándole de Barcelona, su anterior destino, donde el Gobierno era consciente de la existencia de un activo grupo conspirador, al que pertenecía Galán. Nos dice Bárcena:

“En las calles, Galán, en su propio nombre, había fijado un bando con un artículo único: «Todo aquel que se oponga de palabra o por escrito, que conspire o haga armas contra la República naciente, será fusilado sin formación de causa. Dado en Jaca a 12 de diciembre de 1930. Fermín Galán». Y se produjo, claro está, un previsible y trágico balance de muertos en acción. Galán no hablaba por hablar, ni le temblaba el pulso a la hora de matar. Sus tropas asaltaron el cuartel de la Guardia Civil, asesinaron a un sargento e hirieron a varios números. También mataron a dos carabineros. En su intento de tomar la capital, se dirigió a Huesca, y a orillas del Gállego, se entabló combate entre los sublevados y las fuerzas del gobernador militar, general Manuel Lasheras, que resultó gravemente herido, muriendo unos días más tarde. Pero el pronunciamiento fracasa y Galán y García Hernández –que unos meses después serán venerados como mártires de la República– fueron condenados a muerte, y ejecutados el día 14 de diciembre. Ante los miembros del tribunal que lo juzgaba, Fermín Galán reconoció: «Sé que a mi delito le corresponde la última pena. Pueden ustedes con toda tranquilidad firmar la sentencia, pues en su sitio no dudaría en firmarla». Había fracasado el intento de establecer una república anarquista, según el proyecto de Galán”.

Tres días después del fallido pronunciamiento de Jaca y al día siguiente de que los dos capitanes que lo habían encabezado, Fermín Galán y Ángel García Hernández, hubieran sido fusilado, se produjo la sublevación del aeródromo de Cuatro Vientos, que también fracasó, pero esta vez sus dos principales responsables, el general Queipo de Llano y el comandante de aviación Ramón Franco, no fueron capturados y lograron huir a Portugal y desde allí a Francia. Estos hechos se produjeron durante el último periodo del reinado de Alfonso XIII.
Luego… tenemos que los fundadores de la “Alianza Republicana” fundada en 1926, fueron todos masones. Por otro lado, todos los que asistieron a las reuniones llamadas “Pacto de San Sebastián”, en su mayoría también eran miembros de la secta, y de estas dos reuniones de masones, surgieron el pronunciamiento militar de Fermín Galan y la sublevación de Cuatro Vientos.

En medio de todas estas convulsiones, llegamos a las elecciones de 1931. La Segunda República Española nació de unas elecciones falseadas. En abril de 1931 se celebraron elecciones municipales para decidir el nombramiento de 80.000 concejales de ayuntamientos en toda España. En absoluto se trataba de elecciones para dirimir entre “monarquía” y “república”, solo eran para elegir concejales en los ayuntamientos de España. Aun así, había ayuntamientos donde solo se presentaba gente de un solo bando, ya fuesen monárquicos o republicanos (esto ocurre cuando los partidos no disponen de gente suficiente para cubrir todos los puestos en todos los sitios), y la ley electoral vigente de aquel entonces determinaba que en los ayuntamientos de una sola lista ganaba la lista presentada (algo obvio). El 12 de abril, en la prensa, se presentaron los resultados de esta primera convocatoria, es decir, los resultados de los ayuntamientos en los que solo se presentó una sola lista. El resultado fue de 22 000 monárquicos elegidos y menos de 5000 republicanos. Aunque, como ya dijimos, no se trataba de monarquía o república, los resultados de esta primera convocatoria fueron apabullantes a favor de los monárquicos.

El 14 de abril se llevó a cabo la segunda convocatoria de estas elecciones, ya para dirimir los resultados de los ayuntamientos, donde se había presentado más de una lista. Bueno, pues el resultado oficial de esta segunda convocatoria, al día de hoy, seguimos sin conocer cuál fue. Las únicas elecciones en todo el mundo cuyo resultado no se ha publicado nunca. Tan solo se conocen datos no oficiales de esta segunda convocatoria, que aparecieron en 1932, cuando ya gobernaba la República, y que fueron editados por el Instituto Nacional de Estadísticas, donde se decía que el número total de concejales monárquicos era ligeramente superior al de republicanos. Los republicanos argumentaron que, aunque hubo mayoría de voto monárquico, este voto se había emitido mayoritariamente por gente del campo y que ellos habían ganado en las ciudades más importantes de manera mayoritaria, y ésta fue la doctrina que triunfó, aunque volvemos a repetir, que no eran elecciones sobre monarquía o república. El problema fue que el Rey y los ministros liberales monárquicos aceptaron eso como una derrota. Claro está que resultó muy útil a los republicanos la deserción del general Sanjurjo, una de las principales personalidades del Ejército, que no garantizaba a la Monarquía la fidelidad de la Guardia Civil, de la que era director general, nombrado por Primo de Rivera en 1928.

Dos ministros trataron de convencer al Rey de que resistiera: el conde de Bugallal y Juan de la Cierva. Este último le dijo que no podía aceptar su marcha, «como español y como ministro»; le hizo ver que sería una deslealtad a la patria; y cuando Don Alfonso le dijo que no quería que por su causa se derramase sangre, le contestó: “el Rey se equivoca si piensa que su alejamiento y pérdida de la Corona evitarán que se viertan lágrimas y sangre en España. Es lo contrario, Señor”. Y así, sin más… dio comienzo la masónica Segunda República. Comenta Bárcena:

“Comenzaba, bruscamente, un proceso de degradación moral, propiciado por el poder desde los primeros días. Como si República y libertinaje fueran una misma cosa. Es lo que se vio en España, tras el 14 de abril, desde el primer momento: con motivo de la celebración del congreso titulado La Otra Memoria, la profesora María Saavedra publicó un artículo comparando, desde varias visiones literarias, las revoluciones rusa y española; destacando el proceso de sovietización vivido en España durante la Segunda República, y su impacto en la sociedad española.

Incluso antes del estallido de la guerra, Foxá utiliza su relato para poner de manifiesto su propia creencia en la inmoralidad que trajo consigo el establecimiento de la República. No le hace falta esperar a la quema de conventos que se produce semanas más tarde; cuando narra los hechos de la misma tarde en que es ya una realidad la implantación de la República, describe el asesinato de un gitano, cuyo delito fue gritar vivas a su rey en plena euforia republicana. Y a continuación: El concepto de libertad de pensamiento empezaba a cuajar en la joven República española. Olían las calles a sudor, a vino; polvo y gritos. Pasaban los camiones con hombres arrebatados, enronquecidos, en mangas de camisa, y las golfas de San Bernardo y de Peligros con los pechos desnudos, envueltas como matronas de alegoría en las banderas tricolores y rojas. Era el día de los instintos sueltos. Nadie pagaba en los tranvías y en los cafés. Vomitonas en las esquinas, abortos en la Dehesa de la Villa, pellizcos obscenos y el sexo turbio que se enardecía en los apretones. –Oiga, joven, no se aproveche. –Pa’ eso estamos en República.”

No es ninguna casualidad que cada vez que la depravación y el libertinaje hacen acto de presencia, apenas se escarba un poco, siempre se encuentre la influencia masónica tras los acontecimientos. No ha sido casual tampoco la implantación de la cultura de la muerte en nuestras sociedades actuales. No hace falta ser muy listos para saber quién la promueve. No se necesita ver a los masones con el martillo demoledor, destruyendo las sociedades: se huelen. También contaban los masones del Pacto, para su tarea destructiva, con la colaboración inapreciable de sus socios marxistas. Terminamos con una cita de León XIII de su famosa encíclica Humanum Genus, donde hace una radiografía perfecta de lo que estaba por venir:

“Quitado el temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, menospreciada la autoridad de los príncipes, consentida y legitimada la manía de las revoluciones, sueltas con la mayor licencia las pasiones populares, sin otro freno que el castigo, ha de seguirse necesariamente el trastorno y la ruina de todas las cosas. Y aún precisamente esta ruina y trastorno, es lo que maquinan y expresamente proclaman unidas las masas de comunistas y socialistas, a cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de los masones, pues favorece en gran manera sus planes y conviene con ellas en los principales dogmas”.


Iglesia y masonería republicana
La Segunda República fue aceptada por todo el mundo, no se puede decir que fracasara porque se enfrentase a problemas insoslayables. Se condenó ella misma por querer violentar y entrometerse en lo más profundo del alma humana: ¡LA FE! Y, además, quiso hacerlo por la fuerza de la represión, la destrucción y el crimen. No es algo, que se les ocurrió sobre la marcha, fue algo premeditado y que llevaban mucho tiempo esperando hacer.

Una vez que el Rey D. Alfonso XIII sale de España, se instaura la Segunda República (y las logias mostraron su júbilo abiertamente considerando al nuevo régimen como propio, como suyo, sería también gran parte del caos posterior, por no decir todo). El día 15 de abril de 1931, se celebró el primer consejo de ministros del Gobierno provisional, presidido por Niceto Alcalá Zamora. Y ya tenemos una “primera anécdota”, que cuenta Miguel Maura (Ministro de la Gobernación) en sus memorias, que nada más tomar posesión de su cargo… recibió el telegrama de un alcalde que le decía: “Ya hemos detenido al cura, ¿Qué hacemos con él?”

El nuevo régimen de 1931 era masónico, casi en exclusividad. El Gran Oriente español contaba entre sus filas con muchos de entre los cargos principales del gobierno: Diego Martínez Barrio, el de Comunicaciones; Alejandro Lerroux, el Ministerio de Estado; Santiago Casares Quiroga, el de Marina; Marcelino Domingo, Instrucción Pública; Álvaro de Albornoz, Fomento; Fernando de los Ríos, Justicia; Nicolau D´Olwer, Economía. A ellos, habría que sumarle cinco subsecretarios, quince directores generales, cinco embajadores y veintiún generales. Manuel Azaña (Ministro de la Guerra) ingresaría más tarde en la secta.

Desde el minuto uno de la instauración de la república se empezó a ver claramente el odio a la Iglesia sin ningún tipo de disimulo ni piedad. No transcurre ni un mes, tan siquiera, cuando se desata la quema de conventos en muchas ciudades españolas. Entre el 11 y el 13 de mayo de 1931, un centenar de edificios religiosos fueron incendiados en varios puntos de España. El día anterior (10 de mayo), el Gobierno permanecía reunido en un despacho del Ministerio. Maura advirtió que en el Ateneo se estaban repartiendo ya, listas de los conventos que había que incendiar al día siguiente, así como la gasolina y los trapos para proceder a ello. El ministro de Guerra, Manuel Azaña, se negó a intervenir entre los miembros del Ateneo, y asumió una postura, respaldada por otros ministros, de oposición a la intervención de la Guardia Civil. Nos cuenta Bárcena:

“Hablemos ahora de las hogueras del 11 de mayo: faltaban tres días para que se cumpliera el primer mes de gobierno republicano, cuando ante la completa pasividad de todos sus ministros, ardieron los conventos de Madrid. Una pasividad, bien deliberada, que les convierte, se quiera o no, en cómplices de aquel cúmulo de delitos, contra bienes y personas, que los madrileños presenciaron aquella mañana.

Maura, que avisaba sobre lo que podía ocurrir en toda España ante el ejemplo de los incendiarios, exigía sacar la fuerza a la calle, contra la opinión del presidente, Alcalá Zamora, que consideraba lo que estaba ocurriendo como obra de «unos cuantos chiquillos» jugando a la revolución: «fogatas de virutas». 
Azaña, ministro de la Guerra, se negaba rotundamente a impedir el desahogo de los “chiquillos”, y lo expresaba con frase demagógica: 
«Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano». 
Las únicas vidas que estaban en peligro eran las de los religiosos cuyas casas ardían; se conservan fotografías de monjas mayores y tullidas, salvadas de la muerte por vecinos del barrio que entraron a buscarlas. Porque los incendiarios no eran precisamente vecinos de las zonas donde actuaban. No fue nada espontáneo; como tampoco lo fue en 1834, grupos reducidos y organizados trataban de aparentar revueltas populares que no ocurrieron.

Los ministros votaron si debía impedirse que aquello continuara; y ganaron los que, siguiendo a Azaña, se inclinaban por el “no”; que siguieran quemando. Lo más increíble fue que un grupo de incendiarios se presentó en Presidencia de Gobierno, reclamando a gritos que se les abriera la cancela para que entrase una comisión a «hablar con los ministros». 
¡Se les concedió! Y segundos después aparecía en el Salón del Consejo «un individuo, acompañado de otros dos descamisados». “Marcelino [Marcelino Domingo, uno de los ministros] fue hacia él y, tendiéndole las manos, exclamó: 
— ¡Amigo Rada!”. Maura, al ver esto, no esperó más y se fue dispuesto a dimitir. Aquello, termina diciendo él mismo, se había organizado en el Ateneo unas horas antes… Y solamente acabó cuando ya por la tarde, ante la gravedad de las circunstancias, se declaró el estado de guerra en Madrid. Al día siguiente ardieron edificios eclesiásticos en Sevilla, Córdoba, Cádiz, Alicante, Murcia y Valencia; pero lo peor ocurrió en Málaga. Allí los gobernadores, militar y civil, se pusieron al frente de los incendiarios, con el resultado de 22 conventos e iglesias quemados. Es fácil imaginar lo que sintió la España católica, y lo que pensaría respecto al futuro que le esperaba”.

La gente normal, que no profesa la Fe, tiende más bien a ridiculizar la creencia… pero cuando el odio aparece en la escena y los crímenes se suceden, no les quepa ninguna duda de que la masonería se esconde detrás, o no se esconde tan siquiera. Muchos son los que, a día de hoy, achacan toda esta barbarie que ya comenzaba y que llegaría a niveles insospechados de maldad, como una acción de incontrolados. Pero como ya hemos visto anteriormente, el gobierno no movió ni un dedo, cuando el día anterior a la quema de conventos, ya sabían lo que iba a ocurrir.

Otra prueba, más de la maldad de los que dirigían este cotarro masónico, fue la respuesta de la prensa al día siguiente. Los periódicos de izquierdas convirtieron a las víctimas en verdugos: 
En la prensa madrileña, Crisol, El Heraldo de Madrid, y El Socialista, se podía leer: 
“disparaban contra los obreros desde los conventos convertidos en arsenales”. Así atizaban ya el odio contra el clero. Algo que no se creían ni ellos mismos. Muy parecido a lo que hoy en día nos tienen acostumbrados la mayoría de los medios.

Podríamos aportar miles de pruebas de la connivencia del gobierno masónico con estas atrocidades y latrocinios, pero relataremos dos casos que lo dejan bastante claro. José Herrera, sevillano y antiguo requeté (soldado o afiliado al movimiento carlista), relata lo siguiente:
“El día 11 de mayo, en la parte de Triana del puente, en un corro bastante grande, había una hoguera. En esa hoguera se quemaban imágenes de santos, lo cual me causó gran impresión. Pero mayor fue la que me causó, ver que los hombres que estaban rodeando aquello… bebiendo, vino, pegando gritos, con escopetas, etcétera; se estaban meando encima de las imágenes que estaban ardiendo”.
Aquí podemos ver claramente, que los “incontrolados” campaban a sus anchas y además portando armas y bebiendo vino; sin que ninguna autoridad intentase impedir la destrucción y el peligro de semejante coctel. ¿Qué por qué, ninguna autoridad hizo nada por evitarlo? Ahora lo veremos.

Resulta que el Gobernador Civil de Sevilla en aquellas fechas, era Antonio Montaner Castaño… masón obviamente. Pero no cualquier masón. En 1888, contamos con la existencia de las siguientes logias: 

· Gran Oriente Nacional de España – Gran Maestre: José María Pantoja. 
· Gran Oriente de España, legalidad electiva, Soberano Gran Comendador: Pío Vinader. 
· Gran Oriente de España, legalidad posesiva escocesa, Soberano Gran Comendador: Juan Antonio Pérez. 
· Gran Logia Simbólica – Gran Maestre: José López Padilla. 
· Confederación Masónica Ibero-Americana – Gran Maestre: Jaime Martí. 
· Soberano Gran Consejo del Rito de Memphis Misraim – Gran Maestre: Ricardo López Salaverry. Miguel de Morayta consigue que se clarifique la situación mediante la desaparición de algunas y la suma de las dos Obediencias más importantes. 

El 21 de mayo de 1889, de la fusión del Gran Oriente de España y el Gran Oriente Nacional de España, surge el Grande Oriente Español. Su primer Gran Maestro y Soberano Gran Comendador fue el propio Miguel Morayta. Bueno, pues nuestro personaje en cuestión (Antonio Montaner), fue Gran Maestre de esta nueva logia unificada de 1946 a 1954. Mucho tuvo que obedecer a la secta, para llegar a ostentar ese cargo, ya que la masonería solo premia a quien obedece.

Veamos ahora, como en Logroño (por ejemplo), no se produjo ningún disturbio. Guzmán de Lacalle Leloup, nos narra lo acontecido a su padre Domingo Guzmán de Lacalle:

“Mi padre era el Presidente de la Audiencia de Logroño, y todo el mundo sabía que iban a arder los conventos. Según la Ley Orgánica, el Presidente de la Audiencia, sustituye al Gobernador Civil en su ausencia. El Gobernador Civil, como era habitual, se fue a hacer consultas a Madrid. Con lo cual dejo aquello a su suerte. Mi padre se sentó, y mando llamar al Jefe de la Guardia Civil, al Jefe de la Guardia de Seguridad (actual Policía Nacional), al Gobernador Militar… y a los tres o cuatro capitostes de los partidos políticos de izquierdas y les dijo: Señores, ustedes saben, porque es vox populi, que hoy van a arder todos los conventos. Ustedes saben que tienen que defender la propiedad y la vida de los demás. Espero que sepan cumplir esta noche”.

Le preguntaron, que de qué forma tenían que defenderlo, a lo que Don Domingo respondió que con las armas. Le respondieron, que entonces, si fuera preciso, tendrían que hacer fuego. A lo que el Presidente de la Audiencia respondió: ¡PUES CLARO! Los representantes de las fuerzas de seguridad le pidieron que les diera la orden por escrito, a lo cual no puso ninguna objeción. Dicho esto, el Jefe del Partido Socialista, le respondió: 
“Sr. Gobernador, si sus órdenes se cumplen, esta noche será una noche de luto para Logroño”. El Gobernador le contesto: 
“Pues evitarlo, lo tiene usted en la mano, porque de la mía está que no será una noche de vergüenza”.

El resultado fue, que en Logroño no hubo ningún altercado, y caen por su peso, las razones de porque en Sevilla ocurrió lo que ocurrió y en Logroño no se ve claramente, que donde había masones al mando, las cosas transcurrieron de una manera y donde no de otra. Máxime, cuando meses después, al Gobernador (en funciones) de Logroño, lo retiraron de la carrera por “desafecto al régimen”.

Se puede apreciar claramente, como formas de actuar distintas, llevan a resultados distintos. En el caso de Sevilla, el Gobernador Civil era Antonio Montaner Castaño, miembro destacado de la masonería, y en el caso de Logroño, tuvieron suerte los conventos, de dar con Don Domingo Guzmán, que paradójicamente, se tuvo que hacer cargo de la situación en ausencia de Leonardo Martin de Echeverría (que era el Gobernador Civil), masón iniciado en la logia Mantua, y que según José Antonio García-Diego y Ortiz (escritor), fue el que presento en dicha logia a Antonio Machado. Nos tememos mucho que, si no se hubiese ausentado Echevarría, Logroño habría corrido la misma suerte de incendios que otras ciudades españolas.

En Málaga (que fue lo peor), como cita Barcena, los dos gobernadores (civil y militar), no solo no hicieron nada por evitarlo, sino que se pusieron al frente de los incendiarios. 

¿Quiénes eran?: 
El Gobernador Civil era: 
Antonio Jaén Morente, y el militar, Juan García Gómez-Caminero. Caminero fue uno de los primeros oficiales ascendido a general por la República, pero por lo que más se le conoce es como quien permitió la quema de todas las iglesias de Málaga menos una. Aunque en los primeros momentos la Guardia Civil actuó, la decisión del gobernador militar (Gómez-Caminero), de retirar las tropas y acuartelarlas fue decisiva para que las quemas se generalizasen. Más tarde, prohibió expresamente la intervención de la Guardia Civil, y tuvo la desfachatez de enviar un telegrama a Madrid diciendo: 
“Ha comenzado el incendio de iglesias. Mañana continuará”. Sobra decir que era masón.
Jaén Morente se encontraba en Madrid, aquel día, y llego a Málaga, según parece a las 7 de la tarde, el día de los incendios. Esta es la excusa que esgrimió, pero como ya hemos estado viendo anteriormente, lo de las quemas, era algo que todo el mundo sabía qué ocurriría. Bárcena apunta lo siguiente:

“El gobernador civil, recién llegado de Madrid en el expreso, era Antonio Jaén, amigo de Alcalá Zamora. El general Gómez Caminero era el militar; ambos fueron llevados a hombros por los incendiarios, entre aclamaciones y vítores”.

Su entrada en la masonería se remonta, al año 1924. Pertenecía a la logia Trabajo nº 12 y en 1926 a la logia España nº 22. Nunca lo ocultó.

El anti-catolicismo radical de la izquierda española, manejado por la masonería de manera magistral, convirtió la cuestión religiosa en una tensión permanente durante la Segunda República. Y todo esto de forma gratuita, ya que la República fue aceptada por todo el mundo. Los obispos hicieron suyas las indicaciones de Roma y manifestaron que el acatamiento al poder constituido era un deber de conciencia que los católicos no podían eludir. En esta misma línea se situó el diario católico “El Debate”, dirigido por Ángel Herrera Oria (el Cardenal Periodista), haciendo suya la doctrina de León XIII sobre los poderes constitui­dos, deseaba que la nueva República representase la unidad patria, la paz y el orden. Tan cierto es esto, que el mismo Alejandro Lerroux (nada sospechoso de simpatizar con el catolicismo), dirá años más tarde: La Iglesia no había recibido con hostilidad a la República. Y dice Bárcena:
“La Guerra Civil, que espiritualmente quedó encendida con las hogueras del 10 de mayo, hubiera podido ponerse sobre las armas inmediatamente. Las «hogueras» bien pudieron provocar reacciones inmediatas de los católicos, pero no fue así: por aquellas mismas fechas, el cardenal de Sevilla, Monseñor Ilundáin, fue a visitar, en su propio domicilio sevillano, al nuevo ministro de Comunicaciones, para felicitarle por su nombramiento; nada menos que Diego Martínez Barrio, quien dos meses más tarde sería elegido Gran Maestre del Gran Oriente Español. No se escatimaron esfuerzos ni gestos de buena voluntad por parte de la jerarquía, indiscutiblemente”.
Pronto, los acontecimientos de­mostraron que estos deseos eran un ideal inalcanzable. A pesar de estas disposiciones, y del compromiso inicial del Gobierno de garantizar la seguridad de la Iglesia, pronto se comenzó a limitar la libertad de los católicos y más tarde a asesinarlos. Las atrocidades que llegaron a perpetrar en los años sucesivos, solo se pueden comprender, desde una perspectiva diabólica.

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